sábado, 10 de noviembre de 2012

Perfecta Cap: 24

–¿Esto te gusta un poco más?
–Bueno –contestó ella, tratando de conservar un aspecto severo, a pesar de la risa que todavía bailaba en sus ojos–, puedo perdonarte por haberme secuestrado y por aterrorizarme, ¡pero era imperdonable que me ofrecieras un trozo de atún mientras tú devorabas un bife!
Miley se hubiera conformado con comer en pacífico silencio, pero cuando cortó el primer bocado de carne, él notó que tenía la muñeca lastimada y le preguntó qué le había pasado.
–Es una lastimadura que me hice jugando al fútbol –explicó ella.
–¿Qué?
–La semana pasada, cuando estaba jugando al fútbol, me hicieron un tackle.
–¿Te lo hizo algún grandote de medio campo?
–No, me lo hizo un chiquito en una enorme silla de ruedas.
–¿Qué?
Era evidente que él estaba tan necesitado de conversación como había dicho y, mientras comían, Miley le relató el partido en versión abreviada.
–La culpa fue mía –aseguró, sonriendo ante el recuerdo–. Yo no entiendo mucho de fútbol, pero no me sorprendería que alguno de mis chicos terminara participando de la Olimpíada de Fútbol en Silla de Ruedas.

Nick notó la dulzura con que dijo “mis chicos”, y el brillo de sus ojos cuando hablaba de ellos, y se maravilló ante la capacidad de compasión y la dulzura de esa mujer. Como no quería que dejara de hablar, buscó otro tema.
–¿Qué hacías en Amarillo el día que nos conocimos? –preguntó.
–Había ido a ver al abuelo de uno de mis alumnos con problemas físicos. Es un hombre muy rico y tenía la esperanza de poder convencerlo de que donara dinero para un programa de alfabetización para adultos que estoy organizando en la escuela.
–¿Y tuviste éxito?
–Sí. Tengo su cheque en la cartera.
–¿Qué te decidió a ser maestra? –preguntó Nick, con una extraña necesidad de seguir oyéndola hablar. Comprendió que acababa de elegir el tema indicado cuando ella le dirigió una sonrisa arrebatadora y se embarcó de inmediato en una explicación.
–Me encantan los chicos y la enseñanza es una profesión antigua y respetable.
–¿Respetable? –repitió él, sobresaltado por la sutil extravagancia de la definición–. Creo que, hoy en día, ser “respetable” no es algo que preocupe a mucha gente. ¿Por qué te resulta tan importante a ti?

Miley evitó con un encogimiento de hombros ese comentario demasiado perceptivo.
–Soy hija de un pastor y Keaton es una ciudad pequeña.
–Comprendo –dijo Nick, aunque en realidad no comprendía nada–. Pero hay otras profesiones igualmente respetables.
–Sí, pero en ellas no me tocaría trabajar con gente tan maravillosa como la que trato ahora. –Un poco avergonzada por su entusiasmo tan emotivo, Miley volvió a guardar silencio y se concentró en la comida


Cuando terminó de comer, Nick se arrellanó en el sofá y se cruzó de piernas, observando las llamas que bailoteaban en la chimenea, mientras permitía que su cautiva terminara la comida sin más interrupciones. 

Trató de concentrarse en la siguiente etapa de su viaje, pero en su actual estado de relajación se sentía más inclinado a pensar en la sorprendente –y perversa– treta del destino gracias a la que Miley Mathison estaba allí, sentada frente a él.

Durante las largas semanas que dedicó a planear cada detalle de su huida... durante las noches interminables en que permaneció despierto en su celda pensando en la primera noche que pasaría en esa casa, nunca supuso que no estaría solo. Por mil motivos, habría sido mejor que lo estuviera, pero ahora que ella se encontraba allí, no podía encerrarla bajo llave en su cuarto, proporcionarle comida y simular que no existía. Sin embargo, después de la última hora pasada en su compañía, se sentía tentado de hacer exactamente eso, porque ella lo estaba obligando a reconocer todas las cosas que había perdido en su vida, y a reflexionar sobre ellas... esas cosas que le seguirían faltando durante el resto de su existencia.

 En el término de una semana, volvería a estar huyendo, y en el lugar adonde se dirigía no habría lujosas casas de montaña con fuegos acogedores, no existirían conversaciones sobre pequeños con problemas físicos, ni decorosas maestras de tercer grado con ojos parecidos a los de un ángel y una sonrisa capaz de derretir las piedras. 

No recordaba haber visto jamás a una rnujer cuyo rostro se iluminara como se iluminó el de Miley cuando le habló de esos chicos. Conocía mujeres ambiciosas cuyo rostro se iluminaba ante la posibilidad de obtener un papel en una película o de que les regalaran una alhaja; había visto a las mejores actrices del mundo –en el escenario y fuera de él, en la cama y fuera de ella– en interpretaciones convincentes de apasionada ternura y de amor, pero hasta esa noche, nunca, pero nunca, había sido testigo de esos sentimientos convertidos en realidad.

Cuando tenía dieciocho años, sentado en la cabina de un semirremolque, rumbo a Los Ángeles, y casi ahogado por las lágrimas que se negaba a derramar, se juró que jamás, jamás miraría hacia atrás, que nunca se preguntaría lo que podía haber sido su vida «si las cosas hubieran sido distintas». 

Y sin embargo en ese momento, a los treinta y cinco años, cuando estaba endurecido por todo lo que había visto y hecho, al mirar a Miley Mathison sucumbía a la tentación de la duda. Mientras se llevaba la copa de coñac a los labios y observaba a lluvia de chispas que se desprendían de un leño, se preguntó qué habría sucedido si hubiera conocido a alguien como ella cuando era joven. 

¿Habría sido ella capaz de salvarlo de sí mismo, de enseñarle a perdonar, de suavizar su corazón, de llenar los espacios vacíos de su vida? ¿Habría sido capaz de proporcionarle metas más importantes y constructivas que la adquisición de riquezas, poder y reconocimiento que habían dado forma a su vida? 

 Con alguien como Miley en su cama, ¿habría experimentado algo mejor, más profundo, más duradero que el efímero placer de un orgasmo?

Tardíamente lo golpeó comprender lo improbables que eran sus pensamientos, y se maravilló ante su propia tontería. ¿Dónde diablos hubiera podido conocer a alguien parecida a Miley Mathison? Hasta los dieciocho años vivió siempre rodeado de sirvientes y familiares, cuya sola presencia era un permanente recordatorio de su superioridad social. 

En ese tiempo, la hija de un ministro de pueblo, como Miley Mathison, jamás habría entrado en su esfera social.

No, no la habría conocido en esa época, y tampoco en Hollywood hubiera podido conocer a alguien como ella. ¿Pero si por alguna treta del destino hubiera conocido allí a Miley?, se preguntó Nick, con el entrecejo fruncido de concentración. Si de alguna manera ella hubiera sobrevivido intacta en ese mar de depravaciones sociales, de autoindulgencia sin límites y de rugiente ambición que era Hollywood, ¿él habría notado realmente su presencia, o ella habría sido completamente eclipsada a sus ojos por mujeres más mundanas y fascinantes? ¿Si Miley se hubiera presentado en su oficina de Beverly Drive a pedirle que le hiciera una prueba cinematográfica, ¿habría notado él esa hermosa cara de huesos excelentes, esos ojos increíbles, esa figura perfecta? ¿O lo habría pasado todo por alto porque no era espectacularmente hermosa? Y si ella hubiera pasado una hora en su oficina, conversando con él como lo hizo esa noche, ¿habría apreciado su ingenio, su inteligencia, su no simulado candor? ¿O habría tratado de librarse de ella porque no hablaba sobre “el negocio” ni daba ninguna indicación de querer acostarse con él, que habrían sido sus dos intereses principales?

Nick hizo girar la copa entre las manos mientras contemplaba las respuestas de esas preguntas teóricas, tratando de ser honesto consigo mismo. 

Después de algunos instantes, decidió que hubiera notado las facciones delicadas de MileyMathison, su piel resplandeciente, sus ojos impactantes. Después de todo, era un experto en belleza femenina, convencional o no, así que no habría podido pasarla por alto. Y sí, hubiera apreciado su candor tan directo, y se hubiera emocionado ante su compasión y su suavidad, ante su dulzura, lo mismo que lo habían emocionado esa noche. Sin embargo no le habría hecho una prueba cinematográfica.

 Tampoco le habría recomendado que se pusiera en manos de un buen fotógrafo que pudiera captar esa frescura juvenil tan estadounidense, para convertirla en una modelo de tapa de un millón de dólares, a pesar de que Miley había pasado hacía tiempo la edad en que se inician las modelos.

En lugar de eso, Nick creía con toda honestidad que la hubiera sacado con rapidez de su oficina, aconsejándole que volviera a su casa, se casara con su casi-novio, que tuviera hijos y una vida con sentido. Porque aun en sus momentos de mayor insensibilidad, jamás hubiera querido que una persona tan excelente y pura como Miley Mathison fuese manoseada, utilizada y corrompida por Hollywood o por él mismo.

Pero si a pesar de sus consejos, Miley hubiese insistido en permanecer de todos modos en Hollywood, ¿se habría acostado con ella después, si ella estaba de acuerdo y cuando lo estuviera?
No.
¿Habría querido hacerlo?
¡No!
¿Habría querido mantenerla cerca, tal vez viéndola a la hora del almuerzo, por las tardes o invitándola a fiestas?
¡No, por Dios!
¿Por qué no?

Nick ya sabía exactamente por qué no, pero de todos modos la miró, como para confirmar lo que sentía. Miley estaba sentada en el sofá, la luz de las llamas iluminaban su pelo brillante, y ella miraba el hermoso cuadro que colgaba sobre la chimenea... su perfil era tan sereno e inocente como el de una niña del coro durante la misa de Nochebuena. Y era por eso que no hubiera querido tenerla cerca antes de ir a la cárcel, y por lo que tampoco quería tenerla cerca en ese momento.

Aunque cronológicamente él sólo le llevara nueve años, era siglos mayor que Miley en experiencia, y gran parte de esa experiencia no era de la clase que ella hubiese admirado ni aprobado... y eso antes de que lo condenaran a la cárcel. En comparación con el juvenil idealismo de Miley, Nick se sentía terriblemente viejo y gastado.

El hecho de que en ese momento la encontrara atractiva y deseable a pesar de estar envuelta en ese grueso suéter informe, y el hecho de tener una erección en ese mismo instante, lo hicieron sentir un viejo sucio, desagradable y lujurioso.

Por otra parte, esa noche Miley también logró hacerlo reír, y eso era algo que Nick apreciaba.

De repente se le ocurrió que Miley no le había hecho una sola pregunta acerca de su antigua vida en el mundo del cine. No recordaba haber conocido una sola mujer –o para el caso un solo hombre– que no lo hubiera proclamado su actor de cine favorito para acosarlo luego con preguntas acerca de su vida personal y los otros actores a quienes admiraban.

 Hasta los reos más duros y sedientos de sangre de la prisión se habían mostrado impresionados por su pasado y ansiosos por decirle cuáles de sus películas les habían gustado más. Por lo general, esa actitud inquisitiva le disgustaba y hasta le provocaba enojo. 

Pero en ese momento le fastidió que Miley Mathison actuara como si no hubiera oído hablar de él. Tal vez en ese oscuro pueblito donde vive ni siquiera tengan un cine, decidió. Tal vez en su vida entera, tan protegida, nunca hubiera visto una película.

Tal vez... ¡Dios! ¡Tal vez... sólo viera películas aptas para menores de 15 años! En cambio, las que él filmaba eran absolutamente reservadas para personas mayores, de criterio formado, porque su contenido era profano, violento, lleno de sexo o las tres cosas juntas. 

Para su enojo, de repente Nick se sintió avergonzado de ello, que era otra buena razón por la que jamás habría elegido salir con una mujer como Miley.

Estaba tan enfrascado en sus pensamientos, que se sobresaltó cuando ella habló con una sonrisa vacilante.
–No pareces estar disfrutando mucho de la noche.
–Estaba pensando en la posibilidad de ver el noticiario –contestó él con tono vago.

Miley, que había tenido inquieta conciencia del silencio ceñudo de Nick, aceptó con alegría la oportunidad que se le presentaba de ocuparse en algo que no fuera pensar si sería realmente inocente de haber cometido un asesinato... y si la volvería a besar antes de que la velada llegara a su fin.

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