martes, 20 de noviembre de 2012

Perfecta Cap: 29

Se desplomó dos veces en el vestíbulo, antes de que Miley consiguiera llevarlo hasta su dormitorio, donde tenía la seguridad de que la chimenea estaba cargada de leña y lista para ser encendida. Sin aliento a causa del esfuerzo, llegó trastabillando hasta la cama, donde lo soltó, dejándolo caer sobre el colchón. 

Nick tenía la ropa dura y llena de hielo, y Miley empezó a quitársela. En el momento en que le sacaba los pantalones, él pronunció las únicas palabras que había dicho desde que ella corrió a rescatarlo.
–Ducha –murmuró–. Ducha caliente.
–No –lo contradijo ella, tratando de hablar con indiferencia y con tono impersonal mientras le quitaba la ropa interior congelada–. Todavía no. A la gente que sufre de hipotermia hay que hacerla entrar en calor lentamente, pero no mediante un calor directo. Lo aprendí en las clases de primeros auxilios de la Universidad. Y no te preocupes porque tenga que desvestirte. Soy maestra y para mí no eres más que otro niñito –mintió–. ¿Sabías que una maestra es casi lo mismo que una enfermera? –agregó–. ¡Permanece despierto! ¡Escucha mi voz!

Le bajó los calzoncillos por las piernas musculosas y al bajar la vista para ver lo que hacía, se ruborizó intensamente. Ante sus ojos tenía un magnífico cuerpo masculino, sólo que ese cuerpo estaba azul de frío y vibraba preso de estremecimientos.

Tomó frazadas, lo envolvió en ellas y le refregó con fuerza la piel. Después se acercó al armario, sacó cuatro frazadas más y las extendió sobre él. Segura de que estaba abrigado, se acercó a la chimenea y la encendió. Recién cuando los leños empezaron a arder con fuerza, Miley se tomó el tiempo necesario para quitarse el traje de nieve. Temerosa de dejar a Nick, se lo sacó a los pies de la cama, mientras observaba su respiración lenta y superficial.
–¿Me puedes oír, Nick? –preguntó. Y aunque él no le contestó, empezó a hablarle. Le hizo una serie de comentarios deshilvanados, con la doble intención de alentarlo y de aumentar su propia confianza en que lo lograría–. 
Eres muy fuerte, Nick. Me di cuenta al verte cambiar la goma de mi auto, y cuando saliste del arroyo. Y además eres valiente. En su cuarto, mis hermanos tenían fotografías tuyas. ¿Te lo había dicho? ¡Me gustaría contarte tantas cosas, Nick! –dijo con la voz quebrada–. Y lo haré, siempre que sigas vivo y me des la oportunidad. Te contaré todo lo que quieras saber.

Empezó a dominarla el pánico. Tal vez debería estar haciendo más para mantenerlo caliente y despierto. ¿Y si moría por culpa de su ignorancia? Sacó una gruesa bata de toalla del armario, se la puso, se sentó en el borde de la cama y presionó la punta de los dedos sobre el cuello de Nick, para tomarle el pulso. Le pareció alarmantemente lento. Con manos y voz temblorosas alisó las frazadas alrededor de sus hombros y dijo:
–Con respecto a lo de anoche: quiero que sepas que me encantó que me besaras. No quería que te detuvieras allí, y justamente fue eso lo que me asustó. No tuvo nada que ver con que hayas estado en la cárcel; fue porque yo... porque estaba perdiendo el control, y eso es algo que nunca me había sucedido antes. –Sabía que lo más probable era que Nick no escuchara una palabra de lo que le decía, y quedó en silencio al ver que otra serie de espasmos le sacudía el cuerpo–. Hace bien temblar –dijo en voz alta.
Pero estaba pensando con desesperación en alguna otra cosa que pudiera hacer por él.

 De repente recordó que los perros San Bernardo llevan barrilitos en miniatura alrededor del cuello para auxiliar a la gente perdida en medio de avalanchas. Chasqueó los dedos y se puso de pie de un salto. Instantes después regresó con un vaso lleno de cognac y bullendo de excitación por lo que acababa de oír por radio.
–Nick –dijo con tono ansioso, sentándose a su lado y pasándole la mano por detrás de la cabeza para levantársela y darle de beber–, bebe un poco de esto y trata de comprender lo que te voy a decir. Acabo de oír por radio que tu amigo, Dominic Sandini, está internado en el hospital de Amarillo. ¡Y que está mejor! ¿Comprendes? No murió. Ahora está consciente. Se cree que el interno de la enfermería de la cárcel que dio la falsa información estaba en un error, o que intentaba convertir las protestas de los prisioneros en un verdadero motín, y eso es exactamente lo que sucedió... ¿Nick?

Después de varios minutos de esfuerzos, sólo había conseguido hacerlo beber una cucharada de cognac, y se dio por vencida. Sabía que podía encontrar el teléfono que él había escondido y llamar a un médico, pero cualquier médico lo reconocería y llamaría enseguida a la policía. Y lo volverían a encarcelar, y Nick había dicho que prefería morir antes de volver a ese lugar.

De los ojos de Miley surgieron lágrimas de indecisión y agotamiento, mientras los minutos transcurrían y ella seguía sentada, con las manos cruzadas sobre la falda, tratando de pensar qué hacer, hasta que por fin recurrió a una oración susurrada.
–¡Por favor, ayúdame! –oró–. No sé qué hacer. Ignoro por qué nos habrás reunido. No comprendo por qué me haces sentir de esta manera con respecto a él, ni por qué quieres que me quede a su lado, pero de alguna manera creo que es todo obra Tuya. Lo sé porque... porque desde chiquita nunca volví a tener la sensación de que estabas parado a mi lado con las manos sobre mis hombros. Y ésa fue la sensación que tuve cuando me diste a los Mathison. –Miley respiró hondo, se enjugó una lágrima, pero cuando terminó su oración, ya se sentía un poco más segura–. ¡Por favor, cuida de nosotros dos!
A los pocos instantes miró a Nick y notó que temblaba con más fuerza. Después notó que se hundía más bajo las frazadas. Al darse cuenta de que no estaba inconsciente como ella temía, sino profundamente dormido, se inclinó y le besó la frente con suavidad.
–Sigue temblando –susurró con ternura–. Es muy bueno temblar.

Sin tomar conciencia de que un par de ojos color ámbar se abrían y enseguida se volvían a cerrar, Miley se encaminó al baño para darse una ducha caliente.

Cuando volvía a envolverse en la bata, se le ocurrió que por lo menos podía buscar el teléfono que Nick había escondido y llamar a sus padres para tranquilizarlos y decirles que estaba bien. 

Se detuvo junto a la cama y apoyó una mano sobre la frente de Nick, mientras lo escuchaba respirar. Su temperatura parecía más normal, y su respiración más profunda. El alivio que sintió le aflojó las rodillas, y fue a avivar el fuego de la chimenea. Convencida de que Nick se encontraba en un ambiente bastante caldeado, lo dejó dormir y salió en busca del teléfono, cerrando la puerta a sus espaldas. Decidió que lo lógico era empezar a buscar en el dormitorio donde Nick dormía y hacia allí se encaminó. 

Al abrir la puerta quedó petrificada por el lujo increíble que se extendía ante ella. Estaba convencida que su propio cuarto, con su chimenea de piedra, las puertas de espejo y el espacioso baño azulejado eran el colmo de la elegancia, pero ese dormitorio era cuatro veces más amplio y diez veces más lujoso. La pared de su izquierda estaba cubierta de espejos, que reflejaban una enorme cama frente a una fascinante chimenea de mármol blanco. Grandes ventanales cubrían otra pared.

Cuando Miley avanzó con lentitud, sus pies se hundieron en la espesa alfombra de un tono verde claro que cubría el piso. Se encaminó enseguida hacia el armario, donde buscó el teléfono. Después de una concienzuda e infructuosa búsqueda en los dos armarios y todos los cajones del dormitorio, Miley cedió a la tentación y se puso un kimono japonés de seda colorada, bordado en hilos dorados, que encontró en el armario lleno de ropa de mujer. 

Lo eligió en parte porque estaba segura de que le cabría, y en parte porque quería lucir bonita cuando Nick despertara. En el instante en que se ataba el cinturón, preguntándose dónde demonios podía haber ocultado el teléfono, recordó un pequeño armario que había en el vestíbulo. Hacia allí se dirigió y, al descubrir que estaba cerrado con llave, volvió a su dormitorio, en el que entró en puntas de pie. Encontró la llave donde esperaba que estuviera: en los pantalones empapados de Nick.

El armario cerrado contenía una enorme provisión de vinos y licores y cuatro teléfonos, que encontró en el piso, junto a una caja de botellas de champaña Dom Perignon, donde Nick los había escondido.
Sofocando un inesperado ataque de nerviosidad, Miley enchufó uno de los teléfonos en la ficha del living y se instaló en el sofá. Cuando ya había marcado la mitad del número de larga distancia, comprendió el enorme error que estaba por cometer, y cortó apresuradamente la comunicación. Considerando que el secuestro era un delito federal –y Nick era un asesino prófugo–, lo lógico era que hubiera agentes del FBI en la casa de sus padres, esperando que ella llamara por teléfono para poder rastrear el llamado. Por lo menos, eso era lo que siempre sucedía en las películas. Ya había tomado la decisión de quedarse allí con Nick, y que Dios se encargara de lo que sucediera, pero era necesario que hablara con su familia y la tranquilizara. Empezó a pensar en la manera de hacerlo. Ya que no se animaba a llamar a la casa de sus padres ni a las de sus hermanos, antes tenía que ponerse en contacto con alguna otra persona, con alguien en quien pudiera confiar implícitamente, alguien que no se aturdiera ante la misión que pensaba encomendarle.

Miley descartó a las demás maestras. Eran mujeres maravillosas, pero más tímidas que valientes, y carecían de la desenvoltura necesaria para la tarea. De repente la iluminó una sonrisa, y buscó la libreta de direcciones que llevaba en la cartera. La abrió en la letra C y buscó el número de teléfono que tenía Katherine Cahill antes de que se convirtiera en la mujer de su hermano Ted. Algunas semanas antes, Katherine le había mandado una nota, preguntándole si se podían reunir esa semana, cuando ella estuviera en Keaton. Con una risita satisfecha, Miley decidió que Ted se pondría furioso con ella por haber vuelto a introducir a Katherine dentro de la familia Mathison, donde no podría evitarla ni ignorarla... y Katherine, por su parte, se lo agradecería.
–¿Katherine? –preguntó Miley en cuanto oyó la voz de su amiga–. Habla Miley. No digas nada, a menos que estés sola.
–¡Dios mío! ¡Miley! Sí, estoy sola. Mis padres están en las Bahamas. ¿Y tú, dónde estás? ¿Estás bien?
–Estoy perfectamente bien. Te lo juro. –Hizo una pausa para calmar sus nervios–. ¿Sabes si hay gente de la policía o del FBI en casa de mis padres?
–Sí, están en casa de tus padres, y haciendo preguntas por toda la ciudad.
–Mira, tengo que pedirte un favor muy importante. No significa que tengas que faltar a la ley, pero tendrás que prometerme que no hablarás de este llamado con los agentes.
Katherine bajó la voz y la convirtió en un susurro.
Miley, ya sabes que haría cualquier cosa por ti. Me honra que me hayas llamado, que me des la oportunidad de pagarte por todo lo que hiciste para impedir que Ted se divorciara de mí, y por la manera en que siempre me... –Se interrumpió justo cuando Miley estaba por hacerlo–. ¿Qué quieres que haga?
–Me gustaría que te pusieras enseguida en contacto con mis padres y mis hermanos y que les dijeras que volveré a llamar exactamente dentro de una hora para hablar con ellos. Te pido que no hagas ni digas nada que pueda alertar al FBI. Actúa con naturalidad, habla a solas con mi familia y transmíteles mi mensaje. No te dejarás intimidar por los agentes del FBI, ¿verdad?
Katherine lanzó una risita triste.
–Como señalaba Ted, he sido una princesita malcriada cuyo padre la convenció de que podía hacer todo lo que se le diera la gana. No existe ninguna posibilidad que unos agentes del FBI consigan confundir a una ex princesita como yo. Y si lo intentan –bromeó–, haré que papá llame al senador Wiikins.
–¡Me parece bárbaro! –dijo Miley, sonriendo ante el tono atrevido de Katherine, pero enseguida se puso seria, tratando de encontrar una advertencia que impidiera qué Katherine o sus padres decidieran que tal vez, por su bien, convendría que alertaran al FBI de su próximo llamado–. Una cosa más, quiero que te asegures que mi familia comprenda que en este momento estoy a salvo, pero que si alguien llega a rastrear este llamado me encontraré en un peligro tremendo. No... no puedo explicarte exactamente lo que te quiero decir... no tengo tiempo, y aun si lo tuviera...
–A mí no tienes por qué explicarme nada. Me doy cuenta por tu voz de que estás bien, y eso es lo único que me importa. En cuanto al lugar donde estás, y con quien estás... me consta que, sea lo que fuere que estés haciendo, lo haces porque consideras que es lo correcto. Será mejor que me ponga en marcha. Vuelve a llamar dentro de una hora.

Miley encendió fuego en la chimenea del living; después empezó a pasearse de un lado al otro. Miraba constantemente el reloj, esperando con impaciencia que transcurriera esa hora. A causa de la tranquilidad de Katherine y de su aceptación de todo lo que ella dijo, Miley no estaba preparada para lo que sucedió cuando hizo el segundo llamado. Su padre, un hombre normalmente estoico, levantó el tubo en cuanto sonó la campanilla.
–¿Sí? ¿Quién es?
–Soy Miley, papá –contestó ella, apretando el tubo con fuerza–. Estoy bien. Estoy muy bien.
–¡Gracias a Dios!–exclamó él, con la voz ronca por la emoción. Enseguida llamó–: ¡Mary! Es Miley y está bien. Ted, Carl, es Miley, y está bien. Miley, hicimos lo que nos pediste, no le dijimos nada de esto al FBI.

Desde más de mil kilómetros de distancia, Miley alcanzó a oír que se levantaban los tubos de varios teléfonos y oyó una serie de exclamaciones de alivio, pero por encima de todas ellas resonó la voz de Ted, tranquila, autoritaria.
–¡Silencio, todo el mundo! –ordenó–. Miley, ¿estás sola? ¿Puedes hablar? –Antes de que ella pudiera contestar, agregó–: Ese alumno tuyo, el de la voz profunda, Spencer Bob Artis, está loco de preocupación por ti.

Durante una fracción de segundo, Miley quedó confundida por la frase inicial de su hermano y el hecho de que se refiriera a un alumno a quien ella no conocía, pero enseguida sofocó una risita nerviosa y comprendió que Ted había usado ese nombre con toda premeditación.
–Supongo que te refieres a Willie –lo corrigió–. Y realmente estoy sola, por lo menos por el momento.

–¡Gracias a Dios! ¿Dónde estás, querida?
Miley abrió la boca, pero no emitió el menor sonido. Por primera vez, desde que vivía con los Mathison, les iba a mentir y, a pesar de la importancia del motivo que la llevaba a hacerlo, mentir la avergonzaba.
–No estoy muy segura –dijo con un tono evasivo que ellos debieron notar–. Sin embargo, aquí... hace frío –agregó.
–¿En qué estado estás? ¿O te encuentras en Canadá?
–No... no te lo puedo decir.
–Jonas está ahí contigo, ¿no es cierto? –explotó Ted sin poder contener su furia–. Por eso no nos puedes decir dónde estás. ¡Pásale enseguida el tubo a ese cretino, Miley!
–¡No puedo! Escuchen, todos. No puedo seguir hablando, pero quiero que me crean cuando les digo que no se me ha maltratado de ninguna manera. Ted –agregó, dirigiéndose al único entre ellos que tenía contacto con la ley y que, por lo tanto, debía saber que existían errores judiciales–, él no mató a nadie, yo sé que no lo hizo. El jurado cometió un error, así que ustedes no pueden... no podemos culparlo por tratar de huir.
–¡Un error! –volvió a explotar Ted–. ¡Por favor, Miley, no te dejes engañar por esas mentiras! ¡Jonas es un asesino convicto y un secuestrador!
–¡No! No tuvo ninguna intención de secuestrarme. Verán: lo único que quería era un auto, para alejarse de Amarillo, y me cambió una goma pinchada del Blazer, así que, como es natural, le ofrecí llevarlo. Él me habría dejado en libertad, pero no pudo porque yo vi su mapa...
–¿Qué mapa viste, Miley? ¿Un mapa de qué? ¿De qué lugar?
–Ahora tengo que cortar –dijo ella, sintiéndose completamente desgraciada.
–¡Miley! –interrumpió la voz del reverendo Mathison–. ¿Cuándo vuelves a casa?
–En cuanto él me deje ir... no, en cuanto pueda. Tengo... tengo que cortar. Prométanme que no hablarán con nadie de este llamado.
–Te lo prometemos, y te queremos, Miley –dijo el reverendo Mathison con una confianza incondicional–. Todo el pueblo está rezando por tu seguridad.
–Papá –dijo Miley, sin poder contenerse–, ¿no podrías pedirles que rezaran también por él?
–¿Te has vuelto loca? –explotó Ted–. Ese hombre es un asesino... –Miley no escuchó el resto de la frase.

Cortó la comunicación mientras parpadeaba para contener sus lágrimas de pena. Al pedirles que rezaran por su secuestrador, inadvertidamente obligaba a su familia a suponer que era una incauta, víctima del engaño de Nick o su cómplice. En cualquiera de los dos casos, era una traición a todo lo que ellos representaban y creían, y también una traición a la fe que habían depositado en ella. Miley hizo un esfuerzo por sacudir la depresión que empezaba a embargarla y se recordó que Nicholas Jonas era inocente, y que eso era lo que importaba. Ayudar a un inocente a no volver a ser encarcelado no era ilegal ni inmoral, y tampoco era una traición a la fe que su familia depositaba en ella.
Se levantó, agregó leña a ambas chimeneas, volvió a guardar el teléfono y después se encaminó a la cocina, donde, durante media hora, se dedicó primero a limpiar todo lo que Nick había tirado y roto en su ataque de desesperación y luego a preparar un guiso para darle algo caliente cuando despertara. 

Mientras cortaba papas, se dio cuenta que si Nick sabía que había hecho un llamado telefónico, le resultaría difícil –si no imposible– convencerlo de que su familia y su ex cuñada eran gente confiable y que no les dirían a las autoridades que los había llamado. Y como el pobre ya tenía bastantes preocupaciones, decidió no decirle nada.
Una vez que terminó sus tareas culinarias, se instaló en el sofá, sin apagar la radio de la cocina, para poder enterarse de cualquier noticia que pudiera interesar a Nick.

Con una sonrisa triste, pensó que, de una manera irónica, era extraño que hubiera pasado tantos años de su vida comportándose como Mary Poppins, sin desviarse jamás del camino estrecho y recto, para acabar en eso.
Cuando estudiaba en la Universidad, siempre rechazó las invitaciones de Steve Baxter, a pesar de estar entusiasmada con él, porque el apuesto futbolista era famoso por sus aventuras amorosas. 

Por motivos que Miley nunca comprendió, Steve la persiguió durante dos años. Se presentaba solo en las reuniones sociales cuando sabía que ella asistiría, permanecía siempre a su lado y hacía todo lo posible por convencerla de que para él era un ser muy especial. Reían juntos, conversaban durante horas, pero siempre en grupo, porque Miley se negaba a aceptar sus invitaciones para salir los dos solos.

Y en ese momento, al comparar su pasado tan serio con su caótico presente y su incierto futuro, Miley no supo si reír o llorar. Durante todos esos años jamás se había apartado del camino recto porque no quería que su familia ni la gente de Keaton pensara mal de ella. Y en ese momento, cuando estaba por apartarse del “sendero recto” no iba a conformarse con una infracción menor de las reglas sociales y morales, que despertaría algunos comentarios en Keaton. No, yo no, pensó Miley con ironía. Lo que estaba por hacer no sólo violaba los preceptos morales, sino muy probablemente también las leyes de los Estados Unidos de América, y el periodismo se encargaría de proporcionar chismes acerca del asunto al mundo entero... ¡cosa que ya estaban haciendo!
En ese momento tuvo la sensación de que el destino se cobraba sus deudas por una vida de beneficios que ella no había ganado. Nicholas Jonas era tan inocente de asesinato como lo era ella, y no podía evitar la sensación de que era de esperar que hiciera algo al respecto.

Se recostó de costado, metió un brazo debajo de los almohadones y observó las llamas que bailoteaban en la chimenea. Hasta que se descubriera al verdadero asesino, nadie en el mundo, incluyendo a sus padres, iba a perdonar nada de lo que hiciera de allí en adelante. Por supuesto que una vez que su familia se diera cuenta de que Nick era inocente, aprobarían todo lo que había hecho y lo que todavía le quedaba por hacer. Bueno, posiblemente no todo, pensó Miley. No aprobarían que se hubiera enamorado de él con tanta rapidez, si lo que sentía por Nick era realmente amor, y tampoco aprobarían que se acostara con él. Con una mezcla de tranquila aceptación y nerviosa anticipación, Miley se dio cuenta de que amar a Nick era algo que estaba fuera de sus manos; y que se acostaran era virtualmente una conclusión obligada, a menos que él hubiera modificado sus deseos de la noche anterior. Aunque lo único que esperaba era que antes le diera algunos días para poder conocerlo mejor.

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