–¡Maldición! –exclamó Miley en
voz baja al deslizarse fuera del Blazer que seguía estacionado en la
parte de atrás de la casa, lejos de los ventanales del frente.
En
los quince años transcurridos desde que recibió su primera y única
clase sobre la manera de hacer arrancar un auto haciendo puente con los
cables, era evidente que el sistema eléctrico de los automóviles había
cambiado, o bien ella no había sido una buena alumna, porque no tenía la
menor idea acerca de cuáles cables, del puñado que sacó de debajo del
panel de instrumentos, eran los que debía unir.
Temblando
convulsivamente, se inclinó a levantar las ramas de pino que había
juntado y corrió en medio del viento y la nieve hasta el otro lado de la
casa.
Durante los quince minutos que había estado afuera, Nick
permaneció junto a los ventanales, mirándola como una estatua de piedra.
Su falsa necesidad de buscar “elementos” para crear la imaginaria
escena del muñeco de nieve le permitía desaparecer de su vista durante
pocos minutos cada vez sin despertar sospechas, tal como ella esperaba,
pero tenía miedo de prolongar sus ausencias.
Hasta ese momento había
hecho tres pequeños viajes, cada uno un poco más largo que el anterior,
regresando cada vez cargada de ramas de pino, después de haber tratado
de poner en marcha el motor del Blazer. Miley se aferraba a la
esperanza de que, de un momento a otro, Nick decidiera que sólo una
verdadera idi/ota se dedicaría a construir un muñeco de nieve en ese
frío gélido, y se cansaría de su trabajo de centinela.
Miley alzó los brazos, se encasquetó el gorro de nieve para cubrirse las
orejas heladas y empezó a hacer rodar la bola inferior del cuerpo del
muñeco, mientras analizaba sus restantes alternativas de huida. Tratar
de escapar a pie sería una locura con ese tiempo, y lo sabía. Aunque
lograra no perderse bajando la montaña apartada del sendero, era
probable que muriera congelada mucho antes de llegar al camino
principal.
Y si por casualidad lograba llegar hasta allí, sin duda Se
congelaría antes de que pasara algún auto. En el viaje hasta ahí,
durante por lo menos dos horas no se cruzaron con otro coche. La
posibilidad de descubrir dónde había escondido Nick las llaves del
Blazer parecía remota, y sin ellas no lograba ponerlo en marcha.
–¡Tiene que haber una manera de salir de aquí! –dijo en voz alta mientras empujaba la bola de nieve hacia las ramas de pino.
En
la parte trasera de la casa había un garaje cerrado con candado, que
Nick le había dicho se usaba como depósito y que por lo tanto allí no
cabría el Blazer. Tal vez le hubiera mentido. Tal vez no lo supiera con
seguridad.
Una de las llaves que ella tenía en el bolsillo parecía de un
candado, y el único candado que había visto por los alrededores era el
de la puerta del garaje. La posibilidad de que el dueño de casa hubiera
dejado allí un auto no le levantó el ánimo. Suponiendo que encontrara
las llaves de ese utópico auto y consiguiera ponerlo en marcha, el
Blazer bloqueaba la puerta del garaje.
Eso
sólo le dejaba una alternativa: aun sin haber visto el interior del
garaje, tenía un presentimiento con respecto a lo que allí encontraría.
Esquís.
Había
botas de esquí dentro del armario del dormitorio, pero ningún esquí en
toda la casa, lo cual significaba que debían estar en el garaje.
Miley en su vida había esquiado.
Estaba
dispuesta a intentarlo. Además, en televisión o en el cine, no daba la
impresión de ser muy difícil. ¿Por qué iba a ser difícil? Los niños
esquiaban. Sin duda ella también podría hacerlo.
Y
Nick también sabía esquiar, recordó con un estremecimiento de miedo. Lo
había visto esquiar en una de sus películas, un filme de misterio que
transcurría en Suiza.
En esa película él parecía un experto esquiador,
pero posiblemente esas escenas las hubiera protagonizado un doble.
El
esfuerzo de hacer rodar la pesada bola de nieve, que era cada vez más
grande, la hizo lanzar un gruñido. Diez minutos después consiguió
colocarla en la posición deseada, tarea nada fácil, sobre todo
considerando que los jeans apenas le permitían doblar las rodillas.
Habiendo terminado la tercera parte del muñeco de nieve, lo rodeó de
ramas de pino como si tuviera un plan preciso. Después se detuvo a
contemplar su obra. Por el rabillo del ojo miró la casa y vio que Nick
seguía inmóvil junto a los ventanales, como un centinela de piedra.
Decidió, temblando de nervios, que había llegado la hora de investigar ese garaje.
Con
las manos enguantadas y torpes a causa del frío, Miley intentó sin
éxito introducir la primera llave en el candado. Contuvo el aliento, lo
intentó con la segunda llave y el candado se abrió de inmediato.
Enseguida Miley miró sobre el hombro hacia la puerta trasera de la
casa, para asegurarse de que Nick no hubiera decidido salir. Después
entró en el garaje y cerró la puerta.
Adentro
estaba oscuro como boca de lobo, pero después de tropezar con una pala y
de toparse con un objeto ignoto de enormes neumáticos, por fin encontró
el interruptor de luz en la pared y lo prendió.
De repente se
encendieron una serie de spots en el techo. Enceguecida, Miley
parpadeó y luego miró el atestado lugar, mientras el corazón le latía
aceleradamente de miedo y esperanza. Esquís. Asegurados a una pared,
había varios pares con sus respectivos bastones.
A su izquierda vio un
enorme tractor equipado con un inmenso artefacto para barrer la nieve. Miley trató de imaginarse sentada en ese tractor, abriéndose paso por
el peligroso camino sinuoso que bajaba la montaña. Enseguida descartó
esa posibilidad.
Aunque tuviera la temeridad suficiente para topar al
Blazer y sacarlo de su camino, y para conducir el tractor montaña abajo,
el motor haría ruido más que suficiente para alertar a Nick. Además,
avanzaría con tanta lentitud que él conseguiría alcanzarla sin siquiera
tener que correr.
La otra mitad del garaje estaba llena de equipamientos para el tractor y otros objetos cubiertos con una tela engomada.
Esquís. Trataría de bajar la
montaña esquiando; si no moría de frío, posiblemente se rompería el
cuello. Y lo que era aún más deprimente, tendría que esperar hasta el
día siguiente o el otro para intentarlo, porque el viento aumentaba y la
nevada se convertía en una verdadera tormenta de nieve. Más por
curiosidad que por otra cosa, levantó una esquina de la tela engomada y
espió debajo; luego la hizo a un lado y lanzó una exclamación de
jubilosa incredulidad.
Debajo de la tela engomada había dos resplandecientes snowcats azul oscuro, con los respectivos cascos sobre los asientos.
Con
dedos temblorosos introdujo la segunda llave en el contacto del
vehículo más cercano. Entró y giró. ¡Era la llave correcta!
Llena de
júbilo, salió corriendo del garaje y cerró con cuidado la puerta a sus
espaldas. El estado del tiempo que minutos antes le parecía un factor
tan amenazador, ahora era un inconveniente menor.
En media hora o menos
–en cuanto pudiera ponerse ese traje de nieve y salir subrepticiamente
de la casa– se hallaría en camino hacia la libertad. Hasta ese momento
jamás había viajado en un vehículo como ésos, pero no le cabía duda de
que de alguna manera se las arreglaría, y mucho mejor que con un par de
esquís.
Decidida a seguir con la excusa que tan buenos resultados le
estaba dando, se detuvo a juntar algunas ramas, luego corrió hacia el
muñeco de nieve y dejó caer allí las ramas, como si hubiera estado todo
ese tiempo recogiéndolas. Nicholas Jonas todavía se encontraba junto a
los ventanales, observándola, y Miley se obligó a detenerse y mirar
alrededor, como si estuviera buscando más objetos decorativos mientras
repasaba los últimos detalles de su proyectada huida.
Lo único que tenía
que hacer era cambiarse de ropa, ponerse guantes secos y apoderarse de
la llave del otro snowcat para que Nick no pudiera seguirla cuando se
diera cuenta de que había huido.
Estaba
lista para partir.
Ahora ni el viento ni la nieve ni un criminal
convicto armado con una pistola podrían impedírselo. Estaba
prácticamente en camino.
Desde
el interior de la casa, Nick la vio encasquetarse el gorro sobre las
orejas y alejarse de su vista en busca de algún otro elemento que le
resultaba necesario para crear esa “escena”.
Su anterior enojo se había
evaporado, muy aliviado por la noticia de que Sandini no estaba peor, y,
en menor grado, por lo divertido que le resultaba observar a Miley
luchando con esa enorme bola de nieve a pesar de que los jeans tan
apretados apenas le permitían moverse. No pudo menos que sonreír al
recordar cómo se las había ingeniado para resolver el problema: cuando
la bola de nieve fue suficientemente grande, dejó de empujarla con las
manos, se dio vuelta, apoyó contra ella la espalda y la movió utilizando
pies y manos.
En ese momento él se sintió tentado de salir a ayudarla,
un ofrecimiento que estaba seguro que ella rechazaría y que lo privaría
del placer de observarla. Hasta ese momento, jamás imaginó que pudiera
existir placer en el simple hecho de mirar a una mujer construyendo un
muñeco de nieve. Pero, por otra parte, nunca había conocido a una mujer
adulta que estuviera dispuesta a hacer algo tan inocente como jugar en
la nieve.
Miley es
un perfecto enigma, pensó mientras esperaba que reapareciera.
Inteligente e ingeniosa, compasiva y ardiente, apasionada y evasiva...
Era una verdadera masa de contrastes, todos enormemente atractivos. Pero
lo que más le intrigaba de Miley Mathison era que fuera tan sana. Al
principio creyó que imaginaba esa aura de inocencia, ¡pero la noche
anterior descubrió que apenas sabía besar! Eso lo llevaba a preguntarse
qué clase de hombres vivirían en Keaton, Texas. Y qué clase de inútil
poco considerado sería su presunto novio, que ni siquiera le había
enseñado el abecé del juego entre un hombre y una mujer. Miley saltó
como un conejito asustado cuando él le tocó los pechos. Y si no supiera
que en esa época del mundo eso era imposible, casi hubiera llegado a
creer que todavía era virgen.
De
repente se dio cuenta del giro que tomaban sus pensamientos y lanzó una
silenciosa maldición. Enseguida se volvió sorprendido, al oír que Miley entraba en la casa.
–Necesito un poco de ropa para vestir al muñeco –anunció con una sonrisa radiante.
–¿Por qué no esperas hasta mañana para terminarlo? –propuso Nick, y la sonrisa de ella desapareció.
–¡Pero...
si me estoy divirtiendo como loca! –protestó con tono de
desesperación–. ¡No entiendo qué placer te puede provocar negarme algo
con que ocupar mi tiempo!
–¡No soy un ogro! –replicó Nick, desesperado por la expresión de miedo y de desconfianza que veía en sus ojos.
–Entonces, ¡déjame terminar mi... mi proyecto!
–Está bien –contestó él, con un suspiro de enojo–. Termínalo.
Otra de sus sonrisas iluminó por completo el rostro de Miley.
–Gracias.
Nick se derritió bajo el calor que irradiaba esa sonrisa.
–De nada –contestó, exasperado por la suavidad que él mismo percibió en su propia voz.
Por
la radio de la cocina, el locutor anunció que después del siguiente
aviso comercial darían la primicia de otra noticia que se acababa de
producir en el caso de la huida de Jonas-Sandini. Nick trató de ocultar
la reacción que Miley le producía tras un seco gesto de asentimiento, y
la vio desaparecer en el dormitorio. Después se dirigió a la cocina y
subió el volumen de la radio.
Se estaba sirviendo una taza de café cuando el locutor empezó a hablar.
«Hace
diez minutos, una fuente no identificada de la enfermería de la
Penitenciaría Estatal de Amarillo llamó por teléfono a la División
Noticias de la NBC, para informar que Dominic Carlo Sandini, quien
intentó huir hace dos días junto con su compañero de celda, Nicholas
Jonas, murió esta mañana a las 11.15 mientras lo trasladaban en una
ambulancia al hospital St. Mark. Sandini, sobrino de un famoso personaje
del hampa, Enrico Sandini, murió a raíz de las heridas recibidas ayer,
cuando atacó a dos guardias en ocasión de su segundo intento de huida...
»
Miley salía del dormitorio con la ropa de esquí escondida detrás de la espalda
cuando escuchó las palabras del locutor, seguidas de un rugido de ira
de su secuestrador y una explosión de vidrios rotos cuando Nick arrojó
su taza de café contra el piso de la cocina.
Miley permaneció fuera de su línea de visión, momentáneamente paralizada de
terror, mientras Nicholas Jonas arrojaba todo lo que encontraba contra
las paredes y el piso, gritando obscenidades y profiriendo violentas
amenazas. Después barrió con el brazo la mesada de la cocina, arrojando
al piso platos, tazas y vasos. Seguía maldiciendo pero, de repente, con
la misma rapidez con que empezó, su explosión de locura y odio llegó a
un abrupto final. Como si se le hubieran terminado a la vez la furia y
las fuerzas, apoyó las manos contra la mesada de la cocina. Dejó caer la
cabeza sobre el pecho y cerró los ojos.
Entonces Miley salió de su horrorizado hipnotismo y abandonó prudentemente
toda esperanza de poder sacar la otra llave del cajón, y se deslizó por
el vestíbulo con la espalda contra la pared. En el momento en que abría
la puerta de salida, el pavoroso silencio que reinaba en la casa fue
quebrado por el torturado gemido de Nick:
–Dom... lo siento, Dom. ¡Lo siento!
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