sábado, 17 de noviembre de 2012

Perfecta Cap: 27

–¡Maldición! –exclamó Miley en voz baja al deslizarse fuera del Blazer que seguía estacionado en la parte de atrás de la casa, lejos de los ventanales del frente.

En los quince años transcurridos desde que recibió su primera y única clase sobre la manera de hacer arrancar un auto haciendo puente con los cables, era evidente que el sistema eléctrico de los automóviles había cambiado, o bien ella no había sido una buena alumna, porque no tenía la menor idea acerca de cuáles cables, del puñado que sacó de debajo del panel de instrumentos, eran los que debía unir.

Temblando convulsivamente, se inclinó a levantar las ramas de pino que había juntado y corrió en medio del viento y la nieve hasta el otro lado de la casa. 

Durante los quince minutos que había estado afuera, Nick permaneció junto a los ventanales, mirándola como una estatua de piedra. Su falsa necesidad de buscar “elementos” para crear la imaginaria escena del muñeco de nieve le permitía desaparecer de su vista durante pocos minutos cada vez sin despertar sospechas, tal como ella esperaba, pero tenía miedo de prolongar sus ausencias. 

Hasta ese momento había hecho tres pequeños viajes, cada uno un poco más largo que el anterior, regresando cada vez cargada de ramas de pino, después de haber tratado de poner en marcha el motor del Blazer. Miley se aferraba a la esperanza de que, de un momento a otro, Nick decidiera que sólo una verdadera idi/ota se dedicaría a construir un muñeco de nieve en ese frío gélido, y se cansaría de su trabajo de centinela.

Miley alzó los brazos, se encasquetó el gorro de nieve para cubrirse las orejas heladas y empezó a hacer rodar la bola inferior del cuerpo del muñeco, mientras analizaba sus restantes alternativas de huida. Tratar de escapar a pie sería una locura con ese tiempo, y lo sabía. Aunque lograra no perderse bajando la montaña apartada del sendero, era probable que muriera congelada mucho antes de llegar al camino principal. 

Y si por casualidad lograba llegar hasta allí, sin duda Se congelaría antes de que pasara algún auto. En el viaje hasta ahí, durante por lo menos dos horas no se cruzaron con otro coche. La posibilidad de descubrir dónde había escondido Nick las llaves del Blazer parecía remota, y sin ellas no lograba ponerlo en marcha.
–¡Tiene que haber una manera de salir de aquí! –dijo en voz alta mientras empujaba la bola de nieve hacia las ramas de pino.

En la parte trasera de la casa había un garaje cerrado con candado, que Nick le había dicho se usaba como depósito y que por lo tanto allí no cabría el Blazer. Tal vez le hubiera mentido. Tal vez no lo supiera con seguridad. 

Una de las llaves que ella tenía en el bolsillo parecía de un candado, y el único candado que había visto por los alrededores era el de la puerta del garaje. La posibilidad de que el dueño de casa hubiera dejado allí un auto no le levantó el ánimo. Suponiendo que encontrara las llaves de ese utópico auto y consiguiera ponerlo en marcha, el Blazer bloqueaba la puerta del garaje.
Eso sólo le dejaba una alternativa: aun sin haber visto el interior del garaje, tenía un presentimiento con respecto a lo que allí encontraría.
Esquís.

Había botas de esquí dentro del armario del dormitorio, pero ningún esquí en toda la casa, lo cual significaba que debían estar en el garaje.
Miley en su vida había esquiado.

Estaba dispuesta a intentarlo. Además, en televisión o en el cine, no daba la impresión de ser muy difícil. ¿Por qué iba a ser difícil? Los niños esquiaban. Sin duda ella también podría hacerlo.
Y Nick también sabía esquiar, recordó con un estremecimiento de miedo. Lo había visto esquiar en una de sus películas, un filme de misterio que transcurría en Suiza. 

En esa película él parecía un experto esquiador, pero posiblemente esas escenas las hubiera protagonizado un doble.
El esfuerzo de hacer rodar la pesada bola de nieve, que era cada vez más grande, la hizo lanzar un gruñido. Diez minutos después consiguió colocarla en la posición deseada, tarea nada fácil, sobre todo considerando que los jeans apenas le permitían doblar las rodillas. 

Habiendo terminado la tercera parte del muñeco de nieve, lo rodeó de ramas de pino como si tuviera un plan preciso. Después se detuvo a contemplar su obra. Por el rabillo del ojo miró la casa y vio que Nick seguía inmóvil junto a los ventanales, como un centinela de piedra.
Decidió, temblando de nervios, que había llegado la hora de investigar ese garaje.

Con las manos enguantadas y torpes a causa del frío, Miley intentó sin éxito introducir la primera llave en el candado. Contuvo el aliento, lo intentó con la segunda llave y el candado se abrió de inmediato. Enseguida Miley miró sobre el hombro hacia la puerta trasera de la casa, para asegurarse de que Nick no hubiera decidido salir. Después entró en el garaje y cerró la puerta.
Adentro estaba oscuro como boca de lobo, pero después de tropezar con una pala y de toparse con un objeto ignoto de enormes neumáticos, por fin encontró el interruptor de luz en la pared y lo prendió. 

De repente se encendieron una serie de spots en el techo. Enceguecida, Miley parpadeó y luego miró el atestado lugar, mientras el corazón le latía aceleradamente de miedo y esperanza. Esquís. Asegurados a una pared, había varios pares con sus respectivos bastones. 

A su izquierda vio un enorme tractor equipado con un inmenso artefacto para barrer la nieve. Miley trató de imaginarse sentada en ese tractor, abriéndose paso por el peligroso camino sinuoso que bajaba la montaña. Enseguida descartó esa posibilidad. 

Aunque tuviera la temeridad suficiente para topar al Blazer y sacarlo de su camino, y para conducir el tractor montaña abajo, el motor haría ruido más que suficiente para alertar a Nick. Además, avanzaría con tanta lentitud que él conseguiría alcanzarla sin siquiera tener que correr.

 La otra mitad del garaje estaba llena de equipamientos para el tractor y otros objetos cubiertos con una tela engomada.
Esquís. Trataría de bajar la montaña esquiando; si no moría de frío, posiblemente se rompería el cuello. Y lo que era aún más deprimente, tendría que esperar hasta el día siguiente o el otro para intentarlo, porque el viento aumentaba y la nevada se convertía en una verdadera tormenta de nieve. Más por curiosidad que por otra cosa, levantó una esquina de la tela engomada y espió debajo; luego la hizo a un lado y lanzó una exclamación de jubilosa incredulidad.

Debajo de la tela engomada había dos resplandecientes snowcats azul oscuro, con los respectivos cascos sobre los asientos.
Con dedos temblorosos introdujo la segunda llave en el contacto del vehículo más cercano. Entró y giró. ¡Era la llave correcta! 

Llena de júbilo, salió corriendo del garaje y cerró con cuidado la puerta a sus espaldas. El estado del tiempo que minutos antes le parecía un factor tan amenazador, ahora era un inconveniente menor. 

En media hora o menos –en cuanto pudiera ponerse ese traje de nieve y salir subrepticiamente de la casa– se hallaría en camino hacia la libertad. Hasta ese momento jamás había viajado en un vehículo como ésos, pero no le cabía duda de que de alguna manera se las arreglaría, y mucho mejor que con un par de esquís. 

Decidida a seguir con la excusa que tan buenos resultados le estaba dando, se detuvo a juntar algunas ramas, luego corrió hacia el muñeco de nieve y dejó caer allí las ramas, como si hubiera estado todo ese tiempo recogiéndolas. Nicholas Jonas todavía se encontraba junto a los ventanales, observándola, y Miley se obligó a detenerse y mirar alrededor, como si estuviera buscando más objetos decorativos mientras repasaba los últimos detalles de su proyectada huida. 

Lo único que tenía que hacer era cambiarse de ropa, ponerse guantes secos y apoderarse de la llave del otro snowcat para que Nick no pudiera seguirla cuando se diera cuenta de que había huido.
Estaba lista para partir. 

Ahora ni el viento ni la nieve ni un criminal convicto armado con una pistola podrían impedírselo. Estaba prácticamente en camino.
Desde el interior de la casa, Nick la vio encasquetarse el gorro sobre las orejas y alejarse de su vista en busca de algún otro elemento que le resultaba necesario para crear esa “escena”. 

Su anterior enojo se había evaporado, muy aliviado por la noticia de que Sandini no estaba peor, y, en menor grado, por lo divertido que le resultaba observar a Miley luchando con esa enorme bola de nieve a pesar de que los jeans tan apretados apenas le permitían moverse. No pudo menos que sonreír al recordar cómo se las había ingeniado para resolver el problema: cuando la bola de nieve fue suficientemente grande, dejó de empujarla con las manos, se dio vuelta, apoyó contra ella la espalda y la movió utilizando pies y manos. 

En ese momento él se sintió tentado de salir a ayudarla, un ofrecimiento que estaba seguro que ella rechazaría y que lo privaría del placer de observarla. Hasta ese momento, jamás imaginó que pudiera existir placer en el simple hecho de mirar a una mujer construyendo un muñeco de nieve. Pero, por otra parte, nunca había conocido a una mujer adulta que estuviera dispuesta a hacer algo tan inocente como jugar en la nieve.

Miley es un perfecto enigma, pensó mientras esperaba que reapareciera. Inteligente e ingeniosa, compasiva y ardiente, apasionada y evasiva... Era una verdadera masa de contrastes, todos enormemente atractivos. Pero lo que más le intrigaba de Miley Mathison era que fuera tan sana. Al principio creyó que imaginaba esa aura de inocencia, ¡pero la noche anterior descubrió que apenas sabía besar! Eso lo llevaba a preguntarse qué clase de hombres vivirían en Keaton, Texas. Y qué clase de inútil poco considerado sería su presunto novio, que ni siquiera le había enseñado el abecé del juego entre un hombre y una mujer. Miley saltó como un conejito asustado cuando él le tocó los pechos. Y si no supiera que en esa época del mundo eso era imposible, casi hubiera llegado a creer que todavía era virgen.

De repente se dio cuenta del giro que tomaban sus pensamientos y lanzó una silenciosa maldición. Enseguida se volvió sorprendido, al oír que Miley entraba en la casa.
–Necesito un poco de ropa para vestir al muñeco –anunció con una sonrisa radiante.
–¿Por qué no esperas hasta mañana para terminarlo? –propuso Nick, y la sonrisa de ella desapareció.
–¡Pero... si me estoy divirtiendo como loca! –protestó con tono de desesperación–. ¡No entiendo qué placer te puede provocar negarme algo con que ocupar mi tiempo!
–¡No soy un ogro! –replicó Nick, desesperado por la expresión de miedo y de desconfianza que veía en sus ojos.
–Entonces, ¡déjame terminar mi... mi proyecto!
–Está bien –contestó él, con un suspiro de enojo–. Termínalo.
Otra de sus sonrisas iluminó por completo el rostro de Miley.
–Gracias.
Nick se derritió bajo el calor que irradiaba esa sonrisa.
–De nada –contestó, exasperado por la suavidad que él mismo percibió en su propia voz.

Por la radio de la cocina, el locutor anunció que después del siguiente aviso comercial darían la primicia de otra noticia que se acababa de producir en el caso de la huida de Jonas-Sandini. Nick trató de ocultar la reacción que Miley le producía tras un seco gesto de asentimiento, y la vio desaparecer en el dormitorio. Después se dirigió a la cocina y subió el volumen de la radio.
Se estaba sirviendo una taza de café cuando el locutor empezó a hablar.
«Hace diez minutos, una fuente no identificada de la enfermería de la Penitenciaría Estatal de Amarillo llamó por teléfono a la División Noticias de la NBC, para informar que Dominic Carlo Sandini, quien intentó huir hace dos días junto con su compañero de celda, Nicholas Jonas, murió esta mañana a las 11.15 mientras lo trasladaban en una ambulancia al hospital St. Mark. Sandini, sobrino de un famoso personaje del hampa, Enrico Sandini, murió a raíz de las heridas recibidas ayer, cuando atacó a dos guardias en ocasión de su segundo intento de huida... »

Miley salía del dormitorio con la ropa de esquí escondida detrás de la espalda cuando escuchó las palabras del locutor, seguidas de un rugido de ira de su secuestrador y una explosión de vidrios rotos cuando Nick arrojó su taza de café contra el piso de la cocina.

Miley permaneció fuera de su línea de visión, momentáneamente paralizada de terror, mientras Nicholas Jonas arrojaba todo lo que encontraba contra las paredes y el piso, gritando obscenidades y profiriendo violentas amenazas. Después barrió con el brazo la mesada de la cocina, arrojando al piso platos, tazas y vasos. Seguía maldiciendo pero, de repente, con la misma rapidez con que empezó, su explosión de locura y odio llegó a un abrupto final. Como si se le hubieran terminado a la vez la furia y las fuerzas, apoyó las manos contra la mesada de la cocina. Dejó caer la cabeza sobre el pecho y cerró los ojos.

Entonces Miley salió de su horrorizado hipnotismo y abandonó prudentemente toda esperanza de poder sacar la otra llave del cajón, y se deslizó por el vestíbulo con la espalda contra la pared. En el momento en que abría la puerta de salida, el pavoroso silencio que reinaba en la casa fue quebrado por el torturado gemido de Nick:
–Dom... lo siento, Dom. ¡Lo siento!

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