Le dirigió otra mirada de reojo,
para asegurarse de que dormía. Nick tenía los brazos cruzados sobre el
pecho, las largas piernas estiradas, la cabeza apoyada contra la
ventanilla. Su respiración era pareja y tranquila.
Estaba dormido.
Regocijada, Miley levantó el pie del acelerador, con suavidad, poco a poco,
imperceptiblemente. Observaba el velocímetro que bajó de sesenta y cinco
kilómetros por hora a sesenta, después a cincuenta y cinco. Para poder
entrar en la zona de descanso sin un cambio repentino de velocidad que
pudiera despertar a su pasajero, debía estar viajando a no más de
cuarenta kilómetros por hora cuando llegara a la salida.
Mantuvo la
velocidad a cincuenta y cinco durante un minuto, después volvió a
levantar el pie del acelerador, con la pierna temblorosa por miedo a que
el cambio se notara. Cuando el auto empezó a avanzar a cuarenta y cinco
kilómetros, Miley subió apenas el volumen de la radio para compensar
la falta de ruido del motor en el interior del vehículo.
La
zona de descanso todavía se encontraba a medio kilómetro de distancia,
protegida por una serie de pinos, cuando Miley redujo aún más la
velocidad y empezó a girar suavemente el volante para salir de la ruta.
Le rogó a Dios que hubiera camiones estacionados, contuvo el aliento,
rodeó los árboles y luego respiró aliviada. Había tres camiones
estacionados frente a los baños, y aunque a la luz del amanecer no
percibió movimiento alguno, le pareció escuchar el motor diesel de uno
de los vehículos. Con el corazón saltándole dentro del pecho, resistió
la tentación de actuar enseguida. Para que sus posibilidades fuesen
mayores, debía estar muy cerca de los camiones para poder llegar a la
puerta de la cabina de alguno de ellos antes de que Jonas la alcanzara.
Cuando
estaban a diez metros de distancia del primer camión, Miley tuvo la
absoluta seguridad de que ése tenía el motor en marcha y se preparó para
frenar; tan pendiente se hallaba de la cabina del camión, que saltó de
sorpresa cuando, de repente, Nicholas Jonas se irguió en su asiento.
–¡Qué
demonios...! –empezó a decir, pero Miley no le dio oportunidad de
terminar la frase. Clavó los frenos, abrió la puerta de un tirón y se
arrojó del auto en movimiento, aterrizando de costado sobre los surcos
trazados en la nieve. En medio de un remolino de dolor y de miedo vio
que la rueda trasera del Blazer pasaba a pocos centímetros de su mano
antes de que el auto se detuviera.
–¡Socorro! –gritó, arrodillándose. Luchaba por ponerse de pie pero se resbalaba en la nieve.–¡Socorro!
Corría
hacia la cabina del camión más cercano cuando Jonas saltó como una
tromba del Blazer, lo rodeó y empezó a correr tras ella, bloqueándole el
camino. Para evitarlo, Miley cambió de dirección.
–¡Por
favor, que alguien me ayude! –gritó, corriendo por la nieve en un
esfuerzo por llegar al baño y cerrar la puerta. A su izquierda vio que
se abría la puerta de la cabina de un camión y que el conductor bajaba,
frunciendo el entrecejo ante la conmoción; a sus espaldas oía los pasos
de Jonas sobre la nieve–. ¡Socorro! –le gritó al camionero y miró sobre
el hombro justo a tiempo para ver a Jonas recogiendo un puñado de nieve.
La bola de nieve le pegó con fuerza en el hombro y ella siguió
corriendo mientras gritaba–. ¡Deténganlo! ¡Es...!
La fuerte carcajada de Jonas ahogó sus palabras.
–¡Basta de tonterías, Miley! –gritó mientras se arrojaba sobre ella–. ¡Estás despertando a todo el mundo!
Miley trató de llenarse los pulmones de aire para volver a gritar, pero
estaba debajo de Jonas y sin aliento; sus ojos aterrorizados se hallaban
a sólo centímetros de distancia de los furibundos de él, que sonreía
para engañar al camionero. Jadeando, Miley apartó la cara para gritar,
pero Jonas se la cubrió con un puñado de nieve húmeda.
Enceguecida y
ahogándose, lo oyó decir en un susurro salvaje, mientras le tomaba las
muñecas y se las sostenía sobre la cabeza:
–Si
ese hombre se acerca, lo mataré. –Aferró las muñecas de Miley con más
fuerza–. ¡Maldito sea! ¿Es eso lo que quieres? ¿Que alguien muera por
ti?
Incapaz de hablar, Miley sollozó y meneó la cabeza, con los ojos cerrados con fuerza,
incapaz de la vista de su secuestrador, incapaz de tolerar la idea de
haber estado tan cerca de la libertad, y todo para nada, para eso...
para terminar de espaldas en la nieve, apretada bajo el peso del cuerpo
de Jonas, con la cadera dolorida por la caída desde el Blazer.
Jonas respiró hondo y le habló con furiosa urgencia.
–Se
encamina hacia aquí. Bésame. ¡Y que parezca real porque si no lo
mataré! –Antes de que ella pudiera reaccionar, apretó su boca contra la
de ella. Miley abrió los ojos y miró al camionero que se les acercaba
con cautela, frunciendo el entrecejo y tratando de verles las caras–.
¡Maldito sea! ¡Abrázame!
La
boca de Nick aprisionaba la suya, el arma que tenía en el bolsillo se
le clavaba en el estómago, pero ahora tenía las muñecas libres. Podía
luchar y era probable que el camionero de la cara jovial bajo una gorra
negra que decía Pete se diera cuenta de que algo andaba mal y acudiera
en su ayuda.
Y entonces moriría.
Jonas
le había ordenado que lo abrazara y que “pareciera real”. Como un
títere, Miley levantó de la nieve los brazos que le pesaban
tremendamente y los dejó caer sobre los hombros de Jonas, pero no pudo
obligarse a hacer más que eso...
Nick
tomó el gusto de sus labios tensos bajo los suyos; sintió su cuerpo
rígido como una piedra bajo su peso, y supuso que estaba juntando
fuerzas para su siguiente intento en el que, con la ayuda de tres
camioneros, pondría fin a su breve libertad y a su vida. Por el rabillo
del ojo notó que el camionero acortaba el paso, pero seguía avanzando y
su expresión era cada vez más escéptica y cautelosa.
Todo eso y más pasó
por la mente de Nick durante los tres segundos que permanecieron allí
simulando –en una forma muy poco convincente– que se besaban.
En
un último esfuerzo por impedir que sucediera lo inevitable, Nick apoyó
la boca junto a la oreja de Miley y pronunció una palabra que hacía
muchos años que no usaba.
–¡Por
favor! –Apretó los brazos alrededor de esa mujer que permanecía tan
rígida y repitió con una urgencia que no pudo impedir–: ¡Por favor, Miley!
Al escuchar
la súplica de su carcelero, Miley tuvo la sensación de que de repente
el mundo se había vuelto loco. Instantes después, Nick apoyó los labios
sobre los suyos y susurró con tono atormentado:
–Yo
no maté a nadie. Te lo juro. –La súplica y la desesperación que se
percibía en su voz se reflejaban con elocuencia en su beso, y lograron
lo que las amenazas y el enojo no habían conseguido: Miley vaciló,
tenía la sensación de que lo que acababa de oír era cierto.
Atontada
por los mensajes confusos que se entrecruzaban en su mente, sacrificó
su futuro inmediato en aras de la seguridad de un camionero. Impulsada
por la necesidad de salvar la vida de ese hombre, y por algo menos
sensato y completamente inexplicable, Miley contuvo sus lágrimas
inútiles, deslizó las manos sobre los hombros de Nicholas Jonas y aceptó
su beso. En cuanto lo hizo, él presintió que acababa de capitular; lo
recorrió un estremecimiento y sus labios se suavizaron.
Sin percibir que
el ruido de pasos se detenía en la nieve, Miley permitió que Nick le
abriera los labios, y por su propia voluntad, cerró los dedos alrededor
de su cuello y los deslizó en el pelo suave y espeso de su nuca.
Percibió que él inhalaba profundamente cuando ella le devolvió el beso, y
de repente todo empezó a cambiar.
La estaba besando de verdad, deslizó
las manos sobre sus hombros y después las enterró en su pelo húmedo,
alzándole la cara para acercarla a su boca hambrienta.
Desde alguna parte, en lo alto, la voz de un hombre con acento tejano preguntó:
O,O yo tambien tengo hambre, hahha ok pero no de eso, JENIFER, sube rapido antes de que te mate, ok no, pero ¡¡SUBEE!!
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