jueves, 1 de noviembre de 2012

Perfecta Cap: 20

Le dirigió otra mirada de reojo, para asegurarse de que dormía. Nick tenía los brazos cruzados sobre el pecho, las largas piernas estiradas, la cabeza apoyada contra la ventanilla. Su respiración era pareja y tranquila.
Estaba dormido.

Regocijada, Miley levantó el pie del acelerador, con suavidad, poco a poco, imperceptiblemente. Observaba el velocímetro que bajó de sesenta y cinco kilómetros por hora a sesenta, después a cincuenta y cinco. Para poder entrar en la zona de descanso sin un cambio repentino de velocidad que pudiera despertar a su pasajero, debía estar viajando a no más de cuarenta kilómetros por hora cuando llegara a la salida. 

Mantuvo la velocidad a cincuenta y cinco durante un minuto, después volvió a levantar el pie del acelerador, con la pierna temblorosa por miedo a que el cambio se notara. Cuando el auto empezó a avanzar a cuarenta y cinco kilómetros, Miley subió apenas el volumen de la radio para compensar la falta de ruido del motor en el interior del vehículo.

La zona de descanso todavía se encontraba a medio kilómetro de distancia, protegida por una serie de pinos, cuando Miley redujo aún más la velocidad y empezó a girar suavemente el volante para salir de la ruta. Le rogó a Dios que hubiera camiones estacionados, contuvo el aliento, rodeó los árboles y luego respiró aliviada. Había tres camiones estacionados frente a los baños, y aunque a la luz del amanecer no percibió movimiento alguno, le pareció escuchar el motor diesel de uno de los vehículos. Con el corazón saltándole dentro del pecho, resistió la tentación de actuar enseguida. Para que sus posibilidades fuesen mayores, debía estar muy cerca de los camiones para poder llegar a la puerta de la cabina de alguno de ellos antes de que Jonas la alcanzara.

Cuando estaban a diez metros de distancia del primer camión, Miley tuvo la absoluta seguridad de que ése tenía el motor en marcha y se preparó para frenar; tan pendiente se hallaba de la cabina del camión, que saltó de sorpresa cuando, de repente, Nicholas Jonas se irguió en su asiento.
–¡Qué demonios...! –empezó a decir, pero Miley no le dio oportunidad de terminar la frase. Clavó los frenos, abrió la puerta de un tirón y se arrojó del auto en movimiento, aterrizando de costado sobre los surcos trazados en la nieve. En medio de un remolino de dolor y de miedo vio que la rueda trasera del Blazer pasaba a pocos centímetros de su mano antes de que el auto se detuviera.
–¡Socorro! –gritó, arrodillándose. Luchaba por ponerse de pie pero se resbalaba en la nieve.–¡Socorro!
Corría hacia la cabina del camión más cercano cuando Jonas saltó como una tromba del Blazer, lo rodeó y empezó a correr tras ella, bloqueándole el camino. Para evitarlo, Miley cambió de dirección.
–¡Por favor, que alguien me ayude! –gritó, corriendo por la nieve en un esfuerzo por llegar al baño y cerrar la puerta. A su izquierda vio que se abría la puerta de la cabina de un camión y que el conductor bajaba, frunciendo el entrecejo ante la conmoción; a sus espaldas oía los pasos de Jonas sobre la nieve–. ¡Socorro! –le gritó al camionero y miró sobre el hombro justo a tiempo para ver a Jonas recogiendo un puñado de nieve. La bola de nieve le pegó con fuerza en el hombro y ella siguió corriendo mientras gritaba–. ¡Deténganlo! ¡Es...!
La fuerte carcajada de Jonas ahogó sus palabras.
–¡Basta de tonterías, Miley! –gritó mientras se arrojaba sobre ella–. ¡Estás despertando a todo el mundo!  

Miley trató de llenarse los pulmones de aire para volver a gritar, pero estaba debajo de Jonas y sin aliento; sus ojos aterrorizados se hallaban a sólo centímetros de distancia de los furibundos de él, que sonreía para engañar al camionero. Jadeando, Miley apartó la cara para gritar, pero Jonas se la cubrió con un puñado de nieve húmeda.

 Enceguecida y ahogándose, lo oyó decir en un susurro salvaje, mientras le tomaba las muñecas y se las sostenía sobre la cabeza:
–Si ese hombre se acerca, lo mataré. –Aferró las muñecas de Miley con más fuerza–. ¡Maldito sea! ¿Es eso lo que quieres? ¿Que alguien muera por ti?
Incapaz de hablar, Miley sollozó y meneó la cabeza, con los ojos cerrados con fuerza, incapaz de la vista de su secuestrador, incapaz de tolerar la idea de haber estado tan cerca de la libertad, y todo para nada, para eso... para terminar de espaldas en la nieve, apretada bajo el peso del cuerpo de Jonas, con la cadera dolorida por la caída desde el Blazer. 

Jonas respiró hondo y le habló con furiosa urgencia.
–Se encamina hacia aquí. Bésame. ¡Y que parezca real porque si no lo mataré! –Antes de que ella pudiera reaccionar, apretó su boca contra la de ella. Miley abrió los ojos y miró al camionero que se les acercaba con cautela, frunciendo el entrecejo y tratando de verles las caras–. ¡Maldito sea! ¡Abrázame!

La boca de Nick aprisionaba la suya, el arma que tenía en el bolsillo se le clavaba en el estómago, pero ahora tenía las muñecas libres. Podía luchar y era probable que el camionero de la cara jovial bajo una gorra negra que decía Pete se diera cuenta de que algo andaba mal y acudiera en su ayuda.
Y entonces moriría.

Jonas le había ordenado que lo abrazara y que “pareciera real”. Como un títere, Miley levantó de la nieve los brazos que le pesaban tremendamente y los dejó caer sobre los hombros de Jonas, pero no pudo obligarse a hacer más que eso...

Nick tomó el gusto de sus labios tensos bajo los suyos; sintió su cuerpo rígido como una piedra bajo su peso, y supuso que estaba juntando fuerzas para su siguiente intento en el que, con la ayuda de tres camioneros, pondría fin a su breve libertad y a su vida. Por el rabillo del ojo notó que el camionero acortaba el paso, pero seguía avanzando y su expresión era cada vez más escéptica y cautelosa. 

Todo eso y más pasó por la mente de Nick durante los tres segundos que permanecieron allí simulando –en una forma muy poco convincente– que se besaban.
En un último esfuerzo por impedir que sucediera lo inevitable, Nick apoyó la boca junto a la oreja de Miley y pronunció una palabra que hacía muchos años que no usaba.
–¡Por favor! –Apretó los brazos alrededor de esa mujer que permanecía tan rígida y repitió con una urgencia que no pudo impedir–: ¡Por favor, Miley!

Al escuchar la súplica de su carcelero, Miley tuvo la sensación de que de repente el mundo se había vuelto loco. Instantes después, Nick apoyó los labios sobre los suyos y susurró con tono atormentado:
–Yo no maté a nadie. Te lo juro. –La súplica y la desesperación que se percibía en su voz se reflejaban con elocuencia en su beso, y lograron lo que las amenazas y el enojo no habían conseguido: Miley vaciló, tenía la sensación de que lo que acababa de oír era cierto.

Atontada por los mensajes confusos que se entrecruzaban en su mente, sacrificó su futuro inmediato en aras de la seguridad de un camionero. Impulsada por la necesidad de salvar la vida de ese hombre, y por algo menos sensato y completamente inexplicable, Miley contuvo sus lágrimas inútiles, deslizó las manos sobre los hombros de Nicholas Jonas y aceptó su beso. En cuanto lo hizo, él presintió que acababa de capitular; lo recorrió un estremecimiento y sus labios se suavizaron. 

Sin percibir que el ruido de pasos se detenía en la nieve, Miley permitió que Nick le abriera los labios, y por su propia voluntad, cerró los dedos alrededor de su cuello y los deslizó en el pelo suave y espeso de su nuca. Percibió que él inhalaba profundamente cuando ella le devolvió el beso, y de repente todo empezó a cambiar. 

La estaba besando de verdad, deslizó las manos sobre sus hombros y después las enterró en su pelo húmedo, alzándole la cara para acercarla a su boca hambrienta.
Desde alguna parte, en lo alto, la voz de un hombre con acento tejano preguntó:
–Bueno, señora, ¿necesita ayuda o no?
Miley lo oyó y trató de menear la cabeza, pero la boca que con tanta fiereza cubría la suya le había robado la capacidad de hablar. En alguna parte, en el fondo de su ser, sabía que todo eso no era más que una actuación en beneficio del camionero; lo sabía con tanta claridad como sabía que no le quedaba más remedio que participar en la escena. Pero en ese caso, ¿por qué no podía por lo menos menear la cabeza o abrir los ojos?
––No, supongo que no necesita ninguna ayuda –decidió el camionero, lanzando una risita–. ¿Y usted, señor? ¿Necesita ayuda en lo que está haciendo? Porque si es así, yo me ofrezco...
Nick levantó la cabeza el tiempo suficiente para perder contacto con la boca de Miley, y su voz sonó ronca y suave.
–Busque su propia mujer –bromeó con el camionero–. Ésta es mía. 

Las últimas palabras las susurró contra los labios de Miley antes de que su boca volviera a entrar en contacto con la de ella; y la rodeó con sus brazos y le pasó la lengua tentativamente alrededor de los labios, urgiéndola a separarlos, apoyando sus caderas firmes y exigentes contra las de ella. Con un silencioso quejido de rendición, Miley se entregó a un beso que fue el más ardiente, sexual e insistente que había probado en la vida.

A cincuenta metros de distancia se abrió la puerta de la cabina de otro camión y una nueva voz de hombre exclamó:
–Dime, Pete, ¿qué pasa allá en la nieve?
–¿Qué te parece que pasa, hombre? Un par de adultos juegan a ser chicos, se tiran bolas de nieve y se hacen arrumacos.
–Yo más bien diría que harán un bebé si no se contienen.

Tal vez fue la nueva voz de hombre, o la repentina conciencia de que su secuestrador se estaba excitando físicamente, lo que volvió a Miley a la realidad. O quizá fue el portazo de la cabina de un camión seguido del rugido de un motor cuando el enorme semirremolque empezó a alejarse de la zona de descanso. Fuera cual fuese la causa, apoyó ambas manos contra los hombros de Nick y lo empujó, pero moverse le exigió un esfuerzo enorme. Presa del pánico por su inexplicable letargo, empujó con más fuerza.
–¡Basta! –exclamó en voz baja–. ¡Basta! El camionero ya se fue.

Sorprendido por el tono de llanto que había en la voz de Miley, Nick levantó la cabeza y miró fijo su piel húmeda y su boca suave con un hambre que le resultaba difícil controlar. La exquisita dulzura de su rendición, la maravillosa sensación de tenerla en sus brazos y su suavidad casi lo convencieron de que era lógico hacer el amor en la nieve, al amanecer. Miró a su alrededor y se puso de pie a regañadientes. 

No comprendía del todo por qué Miley había decidido no advertir al camionero de lo que realmente sucedía, pero fueran cuales fuesen sus motivos, estaba en deuda con ella y no podía pagarle violándola en medio de la nieve. Le tendió una mano en silencio y no pudo menos que sonreír cuando la misma mujer que instantes antes se había derretido entre sus brazos, recuperó sus defensas, ignoró su gesto y se levantó por sus propios medios.
–Estoy empapada y cubierta de nieve –se quejó, cuidando de no mirarlo.
En un gesto automático, Nick tendió una mano para quitarle la nieve, pero ella saltó hacia atrás para evitarlo, mientras se sacudía los brazos y la parte trasera de los jeans.
–¡No te creas con derecho a tocarme, sólo por lo que acaba de suceder! –le advirtió, pero Nick estaba admirado por los resultados de ese beso: los enormes ojos de Miley lucían brillosos, y su piel de porcelana, teñida de rosa. Cuando estaba agitada y un poco excitada, como en ese momento, Miley Mathison quitaba el aliento. Además, era valiente y muy bondadosa, porque aunque él no pudo doblegarla con amenazas o con crueldad, de alguna manera respondió a la desesperación de su súplica–. Sólo te permití besarme porque comprendí que tenías razón: no hay ninguna necesidad de que nadie muera porque yo tengo miedo. Y ahora, sigamos viaje y terminemos de una vez con esta penosa experiencia.
–Por la amargura de tu tono, supongo que volvemos a ser adversarios, ¿no, señorita Mathison?
–¡Por supuesto que somos adversarios! –contestó ella–. Te llevaré donde quieras ir, sin más tretas, pero aclaremos una cosa: en cuanto llegues, me dejarás en libertad para que me vaya, ¿de acuerdo?
–De acuerdo –mintió Nick.
–Entonces vamos.

Nick la siguió, sacudiéndose la nieve de la chaqueta. Mientras caminaban hasta el auto, observó su pelo movido por el viento, y el gracioso meneo de sus angostas caderas. A juzgar por sus palabras y por la rigidez de sus hombros, no cabía duda de que estaba resuelta a evitar todo encuentro romántico entre ambos.

En eso, como en todo lo demás, Nick estaba ahora firmemente decidido a lograr una meta por completo opuesta a la de Miley. Había saboreado sus labios, y percibido que respondían a los suyos. Sus sentidos famélicos querían gozar del banquete completo.
Una parte de su mente le advertía que cualquier clase de relación sexual con su cautiva era una verdadera locura. Complicaría toda la situación, y a él no le hacían falta más complicaciones.
Otra parte de su mente escuchaba el clamor de su cuerpo excitado y argumentaba que una relación así sería inteligente. Después de todo, los cautivos felices se convertían en cómplices. Además, eran una compañía mucho más satisfactoria.
Nick decidió tratar de seducirla, pero no porque Miley poseyera cualidades que la hacían querible, que lo intrigaban y atraían, ni porque sintiera una especial ternura por ella. 

En lugar de eso, se dijo que seduciría a Miley Mathison porque era algo práctico. Y, por supuesto, extremadamente agradable.
Con una galantería totalmente ausente antes del beso, y que Miley consideró por completo ridicula –y hasta alarmante en esas alteradas circunstancias–, la acompañó hasta el asiento del conductor, pero no tuvo necesidad de abrirle la puerta, que había quedado abierta después del frustrado intento de fuga. Cerró la puerta del auto y rodeó el vehículo por el frente, pero al ocupar su asiento notó que ella hacía una mueca y que contenía la respiración al cambiar de posición.
–¿Qué te pasa?
–Cuando salté del auto, y después cuando me tiraste a la nieve, me lastimé la cadera y la pierna –contestó Miley con amargura, furiosa consigo misma por haber gozado de ese beso–. Supongo que eso te llenará de preocupación y de remordimientos.
–Sí, así es –contestó él con suavidad. Ella apartó la mirada, absolutamente decidida a no creer una mentira tan inaudita. Ese hombre era un asesino convicto y no debía, no se animaba a volver a olvidarlo.
–Tengo hambre –anunció, porque fue lo primero que se le ocurrió decir. Pero supo que acababa de equivocarse cuando él clavó la mirada en sus labios.
–Yo también.
Ella alzó el mentón en un gesto altanero y puso el motor en marcha. La respuesta de Nick fue una risita suave.

1 comentario:

  1. O,O yo tambien tengo hambre, hahha ok pero no de eso, JENIFER, sube rapido antes de que te mate, ok no, pero ¡¡SUBEE!!

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