Hablaba de una manera tan
extraña, tan... desequilibrada... que Miley no pudo menos que sonreír.
Dudaba mucho de que alguna otra mujer, por hermosa que fuera, lo
hubiera puesto en ese estado. No sabía cómo había sucedido, pero se
sentía bastante orgullosa.
–Creo que eso me gusta –dijo. Pero él no estaba divertido.
–Por desgracia, a mí no.
–¡Ah!
–De
hecho, creo que sería mejor que llegáramos a una especie de acuerdo
claro acerca de lo que sucede entre nosotros y de lo que queremos que
suceda entre los dos. –En el fondo de su ser, Nick sabía que estaba
actuando como una persona completamente irracional, pero cinco años de
cárcel, junto con los inquietantes acontecimientos emocionales y físicos
del día y del viaje, y esa especie de montaña rusa en que ella lo había
tenido durante las últimas veinticuatro horas, se combinaban para hacer
estragos en su humor, sus emociones y su sensatez–. Bueno, ¿estás de
acuerdo?
–Yo... Supongo que sí.
–Muy bien. ¿Hablas tú primero, o quieres que hable yo?
Ella tragó con fuerza, entre temerosa y divertida.
–Habla tú primero.
–La
mitad del tiempo tengo la loca sensación de que no eres real... que
eres demasiado cándida para tener veintiséis años... que no eres más que
una chiquilina de trece años que simula ser mujer.
Ella sonrió aliviada de que no hubiera dicho nada peor.
–¿Y la otra mitad del tiempo? –preguntó.
–Me haces sentir que soy yo el que tiene trece años.
Por
el brillo divertido de los ojos de Miley, se dio cuenta de que eso le
gustaba, y Nick se sintió perversamente impulsado a echar por tierra
cualquier clase de ilusiones que pudiera abrigar con respecto a él y a
sus intenciones para esa noche.
–A
pesar de las conclusiones que sacaste en base a lo que sucedió hoy en
el arroyo, no soy un caballero andante. No soy un astro de cine, y estoy
muy lejos de ser un adolescente cándido e idealista. Toda mi inocencia e
idealismo, desaparecieron mucho antes de perder mi virginidad. No soy
una criatura, y tú tampoco lo eres. Somos adultos. Los dos sabemos lo
que está sucediendo en este momento entre nosotros, y también sabemos
exactamente adonde nos conduce. –La expresión risueña de los ojos de Miley fue reemplazada por algo que no era exactamente miedo y que
tampoco era enojo–. ¿Quieres que lo diga con todas las letras para que
no haya posibilidad de error con respecto a mis intenciones? –insistió
Nick, observando que el rubor teñía las mejillas de Miley. Acicateado
porque el saber que quería acostarse con ella había apagado su sonrisa,
Nick deliberadamente insistió con el tema–. Mis intenciones no son
nobles; son adultas y son naturales. No tenemos trece años, éste no es
un baile de estudiantes, y no me debato ante la duda de poder o no darte
el beso de las buenas noches. Ya es un hecho que te daré ese beso.
La
realidad es que te deseo, y creo que tú me deseas casi tanto como yo.
Antes de que termine esta noche, tengo toda la intención de asegurarme
que así sea, y cuando lo haya logrado, pienso llevarte a la cama,
desvestirte y hacerte el amor tan concienzuda y lentamente como pueda.
Por ahora, quiero bailar contigo, para sentir tu cuerpo contra el mío. Y
mientras estemos bailando, estaré pensando en todas las cosas que te
voy a hacer, que haremos juntos, cuando estemos en la cama. Y ahora, ¿ha
quedado todo aclarado? Si nada de eso te conviene, dime lo que te
gustaría hacer, y lo haremos. ¿Y bien? –preguntó con impaciencia, al ver
que ella permanecía en silencio y con la cabeza gacha–. ¿Qué quieres
hacer?
Miley se mordió el labio tembloroso y levantó hacia él sus ojos resplandecientes de risa y de deseo.
–¿No te gustaría ayudarme a arreglar el armario del vestíbulo?
–¿Existe una segunda posibilidad? –preguntó él, tan ofuscado que no se dio cuenta de que ella bromeaba.
–En
realidad –contestó Miley, frunciendo el entrecejo y bajando la vista
para mirar el cuello abierto de la camisa de Nick–, ésa era mi segunda
posibilidad.
–Bueno,
¿entonces cuál diablos es la primera? ¡Y no simules que te estoy
poniendo tan nerviosa que tienes ganas de limpiar armarios, porque ni
siquiera conseguí ponerte nerviosa cuando te apunté con un arma!
A
todo lo que ya sabía que le gustaba en él, Miley agregó que era
irascible y obtuso. Respiró hondo, decidida a terminar con el juego,
pero no se animó a mirarlo a los ojos mientras hablaba con suavidad.
–Tienes
razón, después del día de hoy te resultaría absolutamente imposible
ponerme nerviosa apuntándome con un arma, porque sé que jamás me harías
daño. En realidad tu única forma de ponerme nerviosa es haciendo
exactamente lo que has hecho desde que desperté esta noche y te vi
parado junto a la chimenea.
–¿Y eso qué es? –preguntó él, cortante.
–Es
hacer que me pregunte si alguna vez me volverás a besar como lo hiciste
anoche... Es actuar un minuto como si quisieras hacerlo y al minuto
siguiente como si no...
Nick
le tomó la cara entre las manos, se la levantó y abruptamente capturó
el resto de sus palabras con su boca, metiendo los dedos en el pelo de Miley mientras la besaba. Y cuando ella demostró que hablaba en serio,
cuando deslizó las manos por el pecho de Nick y le rodeó con ellas el
cuello, aferrándose a él con fuerza y devolviéndole el beso, él
experimentó un placer y un júbilo casi insoportables.
Tratando
de contrarrestar su anterior rudeza, acarició con los labios la
barbilla, la mejilla y la frente de Miley; después volvió a buscar su
boca y recorrió con los labios su contorno suave. Trazó con la lengua la
línea temblorosa que separaba los labios de Miley, urgiéndola a
abrirlos, insistiendo, y cuando ella lo hizo, la introdujo dentro de su
boca... un hombre famélico que trataba de satisfacer su hambre
enseñándole a intensificarla. Miley se derritió contra él, apretó los
labios contra los suyos, dio la bienvenida a la lengua de Nick y le
entregó la suya cuando él insinuó apenas lo que quería.
Largos
minutos después, Nick por fin se obligó a levantar la cabeza y la miró a
los ojos, tratando de memorizarla así, arrebolada, fresca, seductora.
Trató de sonreír, deslizó una mano alrededor de la nuca de Miley y le
acarició con suavidad el labio inferior con el pulgar, pero los ojos
profundos de ella lo volvían a atraer inexorablemente hacia sus
profundidades. Dejó de mover el pulgar, lo apretó para obligarla a abrir
los labios y capturó con hambre su boca. Temblorosa entre sus brazos, Miley se puso en puntas de pie y el leve aumento de la presión de su
cuerpo contra la erección de Nick hizo que su corazón latiera
enloquecido, y que él le apretara convulsivamente la espalda con los
dedos. Nick apretó el cuerpo flexible de ella contra el suyo y le
acarició los costados del pecho, luego las nalgas, sosteniéndola contra
su cuerpo tenso. Estaba perdiendo el control, y lo sabía.
Se
ordenó a ir despacio, se obligó a detenerse antes de forzarla a
acostarse en el piso, antes de comportarse como el ex convicto
hambriento de amor que era, en lugar del amante tranquilo que prometió
ser. Fue el distante recuerdo de esa promesa lo que por fin lo impulsó a
prolongar el preludio, a atender las señales de su excitación que le
indicaban que, cuando comenzara, su culminación llegaría demasiado
rápido para ella.
Se
obligó a apartar las manos del pecho de Miley y las colocó sobre su
cintura; pero le resultó mucho más difícil detener los movimientos de su
lengua porque ella se aferraba a él y le clavaba las uñas en la
espalda. Cuando por fin consiguió apartar la boca de la suya, Nick no
supo si fue suyo o de Miley el gemido de lamento. Con los ojos
cerrados, el corazón latiendo a una velocidad desaforada, Nick llenó de
aire sus pulmones y le pasó los brazos por la espalda para sostenerla
contra sí. Pero no sirvió de nada; debía tenerla, poseerla por completo,
ya mismo. Respiró con fuerza, le colocó una mano bajo la barbilla y le
alzó el rostro. Miley tenía los ojos cerrados, pero instintivamente
levantó los labios hacia los suyos.
El
control de Nick se quebró. Su boca aferró la de ella con fiera
desesperación, la obligó a abrir los labios mientras le desataba el
cinturón de seda del kimono y se lo quitaba, dejándolo caer al piso
frente a la chimenea para poder solazarse con la vista y el contacto de
su piel.
Envuelta en
el abrazo de Nick, Miley sintió que la bajaba hacia el piso, pero no
salió de su estado de placer increíble hasta que él apartó la boca y las
manos de su cuerpo. Abrió los ojos y lo vio desabrochándose
apresuradamente la camisa, lo vio hacerla a un lado, pero recién cuando
él la miró experimentó la primera sensación de pánico.
A la luz de las
llamas, en los ojos de Nick había un brillo ardiente mientras recorría
su cuerpo con la mirada; la pasión había convertido su rostro en algo
duro e intenso, y cuando ella levantó un brazo para cubrirse el pecho,
ordenó:
–¡No hagas eso!
Miley se estremeció ante esa voz desconocida, ese rostro desconocido, y
cuando él le apartó la mano y la cubrió con su cuerpo, instintivamente
se dio cuenta que los preámbulos habían terminado y que, a menos que lo
detuviera, la penetraría en una cuestión de instantes.
–¡Nick! –susurró, tratando de que él la escuchara sin arruinar la situación–. ¡Espera!
Nick
no registró la palabra pero el tono de pánico de Miley le resultó
discordante, lo mismo que el hecho de que se estuviera retorciendo
debajo de él de una manera altamente provocativa.
–¡Nick!
Nick sabía que iba demasiado rápido, que saltaba los prolegómenos, y creyó que era a eso que ella se oponía.
–Necesito decirte algo.
Con
un esfuerzo casi superior a sus posibilidades, Nick se colocó de
costado, pero cuando inclinó la cabeza sobre uno de los pechos de Miley para darle el gusto, ella le tomó la cara entre las manos para
detenerlo y lo obligó a mirarla.
–¡Por
favor! –suplicó, mirando los ojos ardientes de Nick. Extendió los dedos
sobre el mentón rígido de él, para suavizarlo, y cuando él le besó la
palma de la mano, el corazón de Miley desbordó de alivio y de
ternura–. Primero tenemos que hablar.
–Habla
tú –contestó él, y le besó el costado de la boca, le besó el cuello,
deslizó la mano sobre sus pechos–. Yo escucharé –mintió mientras le
acariciaba el vientre y deslizaba los dedos dentro del triángulo rizado.
Ella dio un salto, le tomó la mano y el tema que eligió fue, en opinión
de Nick, el más inoportuno y absurdo que una mujer podía sacar en un
momento como ése–. ¿Qué edad tenías la primera vez que hiciste el amor?
Nick cerró los ojos y contuvo una respuesta impaciente.
–Doce años.
–¿No quieres saber la edad que tenía yo?
–No
–contestó él, acercándose a besarle el pecho, ya que por algún motivo
que sólo ella conocía, no quería ser tocada más íntimamente. Todo su
cuerpo estaba tenso con una necesidad imperiosa, y Nick hacía lo posible
por acariciarla en los lugares que recordaba daban más placer a las
mujeres.
–Tenía veintiséis años –anunció Miley presa del pánico, cuando la boca de Nick se cerró sobre su pezón.
La
sangre rugía en los oídos de Nick; oyó las palabras de Miley pero no
percibió su significado. Los pechos de Miley no eran grandes ni
pesados, sino bonitos y exquisitamente femeninos, lo mismo que ella, y
si sólo se mostrara tan receptiva como cuando estaban de pie y
besándose, él le proporcionaría un orgasmo enseguida, antes de
penetrarla, y después le haría el amor como correspondía. Tenía que
desahogar cinco años de deseo contenido, se sentía capaz de hacerle el
amor durante toda la maldita noche sin detenerse un instante, si ella
sólo le dejara hacer eso y no siguiera apretando las piernas, y si se
dejara de hablar acerca de la edad que tenía la... primera vez... que
tuvo... una relación sexual...
Miley percibió el instante preciso en que Nick registró el significado de sus
palabras porque apartó la boca de su piel, y su cuerpo quedó tan
petrificado que tuvo la impresión de que había dejado de respirar.
–Para
mí ésta es la primera vez –confesó, temblorosa. Nick dejó caer la
frente sobre el pecho de Miley, cerró los ojos y exclamó:
–¡Dios!
La
exclamación hizo que Miley comprendiera con claridad que la
revelación no lo alegraba... una convicción que se vio reforzada cuando
por fin levantó la cabeza y la miró de frente, inspeccionándola
cuidadosamente, como si tuviera esperanzas de encontrar una prueba de
que mentía. Con profunda tristeza, Miley comprendió que estaba enojado
o lleno de desagrado. Ella nunca pretendió que se detuviera, sólo que
fuera un poco más lento y que no la tocara como... como a un cuerpo
acostumbrado a que lo tocaran.
Nick
no estaba disgustado, sino estupefacto. Desorientado. Dentro de su
marco de referencia, jamás había oído hablar de una mujer de veintiséis
años que fuera virgen, y menos una mujer hermosa, inteligente, ingeniosa
y deseable.
Pero al
mirarla, de repente todo lo que lo había intrigado esa noche y la noche
anterior empezó a tener sentido. Recordó su exabrupto después de ver el
noticiario de la noche anterior: «¡Mi padre es pastor!, sollozó. ¡Es un
hombre respetado. Yo he pasado los últimos quince años de mi vida
tratando de ser perfecta». Recordó sus palabras cuando él le preguntó si
estaba comprometida: «Estamos hablando del asunto». Era evidente que
habían estado hablando mucho en lugar de hacer el amor. Y la noche
anterior, él mismo la había comparado con una niña del coro de una
iglesia.
Y ahora que
comprendía el pasado, el presente lo confundía más que nunca. Por lo
visto Miley no entregó su virginidad a su casi novio, quien obviamente
la amaba y le ofrecía respetabilidad y un futuro. Y esa noche estaba
dispuesta a entregársela a un convicto prófugo incapaz de amar a nadie, y
que no tenía nada que ofrecerle. La conciencia de Nick eligió ese
momento para hacer su aparición por primera vez en años, al recordarle
que el casi novio de Miley no la obligó a entregarle su virginidad; si
él tenía algún escrúpulo, el menor dejo de decencia, no la tocaría. Ya
la había secuestrado, maltratado verbalmente y convertido en objeto de
censura y en una vergüenza pública. Era inexcusable que además de todo
eso, le robara su virginidad.
Pero
la débil protesta de su conciencia no bastó para detenerlo. La deseaba.
Debía hacerla suya. La haría suya. El destino lo había privado de su
dignidad, de su libertad y de su futuro, pero por algún motivo le
brindaba a Miley durante esos breves días que tal vez fuesen los
últimos de su vida. Ni su conciencia ni ninguna otra cosa lo privarían
de ella. La miró sin percibir el paso del tiempo, hasta que la voz
temblorosa de Miley lo arrancó de sus pensamientos, y sus palabras
fueron una demostración de su falta de experiencia con los hombres.
–No creí que te enojarías –dijo, malinterpretando por completo el sentido de su silencio. Nick suspiró.
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