sábado, 17 de noviembre de 2012

Perfecta Cap: 28

La escena aterrorizante que acababa de presenciar giraba en la mente de Miley mientras corría por la nieve rumbo al garaje. Una vez adentro, con dedos torpes por el frío y el miedo, se puso el traje de nieve, los guantes y el casco y empezó a arrastrar el vehículo hacia la puerta, temerosa de prender el motor por miedo a que hiciera mucho ruido. 

Una vez afuera, se sentó, aseguró la correa del casco y puso en marcha el motor, que volvió a la vida con mucho menos ruido del que ella suponía. Instantes después volaba por la nieve en dirección al bosque, luchando por mantener el equilibrio y rogando al cielo que Nick no oyera el sonido del motor.

 Temblando por una mezcla de júbilo y temor, Miley se deslizó entre los árboles, luchando por controlar el vehículo, esquivando ramas, troncos y rocas cubiertas de nieve. Cuando estuviera fuera de la vista de la casa y segura de que él no la seguía, se dirigiría hacia el sendero serpenteante y lo seguiría hasta la ruta, pero por el momento prefería mantenerse al abrigo de los árboles. 

En terreno abierto, el viento aullaba cada vez con más fuerza y la nevada se había transformado en una fuerte tormenta.
Cinco minutos se convirtieron en diez y la sensación de éxito y libertad le infundió coraje, pero esa alegría estaba empañada por el recuerdo de la pena del hombre a quien acababa de dejar. En ese momento se le ocurrió que era incongruente, en realidad casi imposible, que alguien capaz de asesinar a sangre fría a un semejante pudiera sentir tanta angustia por la muerte de su compañero de celda.

Miró sobre el hombro para asegurarse de que no la seguían y luego lanzó un grito de alarma cuando casi chocó contra un árbol. Al virar como enloquecida para esquivarlo, estuvo a punto de volcar el snowcat.
Nick se irguió y miró el desparramo de cosas rotas que lo rodeaba.
–¡Mie/rda! –exclamó, tomando la botella de cognac.
Se sirvió un poco y lo bebió de un trago, tratando de calmar el dolor que sentía en el pecho. 

Le parecía oír la voz alegre de Dom mientras le leía la última carta de su madre: «¡Oye, Nick, se casa Gina! ¡No sabes la pena que me da perderme ese casamiento!». Recordaba también otras cosas, cómo los poco ortodoxos consejos de Sandini. «Si necesitas un pasaporte falso, Nick, no recurras a cualquiera. Me lo dices a mí, y yo te pondré en contacto con Wally la Comadreja. 

Es el mejor del país. Debes empezar a permitir que te ayude, Nick...» Nick permitió que lo ayudara, y a causa de eso ahora estaba muerto. «Oye, Nick, ¿quieres un poco del salame de mamá? Tiene todo el ajo del mundo».
Parado frente a la ventana, mientras bebía el cognac y miraba sin ver el muñeco de nieve que Miley estaba construyendo, Nick casi sentía la alegre presencia de Dom a su lado. Dom siempre se fascinaba por cosas pequeñas y tontas. 

Probablemente en ese momento estaría allá afuera con Miley, construyendo el muñeco de nieve...
Nick quedó petrificado, con la copa de cognac suspendida camino a su boca, y recorrió el terreno con la mirada. ¡Miley!
–¡Miley! –gritó encaminándose hacia la puerta trasera y abriéndola de un tirón. Un golpe de nieve le golpeó la cara y tuvo que apoyar el hombro contra la puerta para mantenerla abierta a pesar de la fuerza creciente del viento–. ¡Miley, entra de una vez antes de que se te congele el...!

El viento le arrojaba sus palabras de vuelta contra la cara, pero Nick no lo notó. Tenía la mirada clavada en las pisadas profundas que ya se estaban llenando de nieve, y corrió junto a ellas, rumbo al garaje.
–¡Miley! –gritó, abriendo la puerta del garaje–. ¿Qué demonios crees que estás haciendo aquí adentro...?

Se detuvo en seco, momentáneamente incapaz de creer lo que veía, mientras su mirada pasaba del extremo del snowcat que se asomaba bajo la tela engomada, hasta la puerta del garaje. Allí se iniciaba la huella de otro de esos vehículos que se dirigía al bosque.
Instantes antes, Nick hubiera jurado que le resultaría imposible sentirse más furioso o más desolado que ante la noticia de la muerte de Dom, pero la explosión de furia que experimentó en ese momento fue aún mayor.
Frío.

Minutos después de abandonar la protección del bosque y de enfilar el vehículo por la senda inclinada y bordeada de árboles que habían subido en el Blazer, Miley experimentó un frío que se le metía hasta los huesos y le resultaba intolerable. De los extremos de los ojos le colgaban gotas de hielo; la nieve se le clavaba en la cara, cegándola; tenía los labios, los brazos y las piernas duros. 

El snowcat voló sobre una raíz y se deslizó de costado, pero cuando ella trató de reducir la velocidad tenía las piernas tan petrificadas de frío que transcurrieron segundos preciosos antes de que su cuerpo pudiera obedecer las órdenes frenéticas que le enviaba su mente y reaccionar.
Lo único que no había entumecido el frío era su sensación de miedo, miedo de que Nick la alcanzara y le impidiera huir, y un miedo nuevo que la debilitaba: si no lo hacía, lo más probable sería que ella muriera allí afuera, perdida en la tormenta, enterrada bajo la nieve. 

Conjuró en su mente la imagen de una partida de gente que la buscaba y que en la primavera localizaba sus restos perfectamente conservados bajo un montículo de nieve, luciendo un elegante traje de esquiar azul marino y un casco haciendo juego que –no por casualidad, sin duda– también hacía juego con el vehículo que montaba. Un final “perfecto”, pensó, deprimida, para una muchacha de los bajos fondos de Chicago que quiso ser perfecta.

Mucho más abajo, por entre las ramas de los árboles que se deslizaban junto a ella, alcanzó a ver el camino estatal que rodeaba la montaña, pero el descenso desde allí hasta el camino era casi vertical, aún más traicionero a causa de los árboles y las rocas cubiertas de nieve que se alzaban en la montaña. 

Si tomaba esa ruta, posiblemente llegaría algunos segundos antes, pero no existía la menor posibilidad de que arribara entera a destino. Además, antes de considerar seriamente la posibilidad de bajar la ladera de la montaña, primero debía cruzar el puente sobre el arroyo desbordado. Trató de recordar dónde se encontraba ese puente. 

Tenía la sensación de que se hallaba después de la siguiente curva del camino, pero era difícil estar segura de nada cuando el sendero por el que viajaba casi había desaparecido bajo la nieve.
Se le ocurrió que lo que debía hacer era bajar del vehículo y moverse –correr o algo así– para generar un poco de calor en su cuerpo. Por otra parte, tenía miedo de perder tiempo. 

Si Nick descubría su ausencia antes de que la nieve hubiera llenado sus huellas, su secuestrador automáticamente supondría que viajaba por el camino y la alcanzaría con más rapidez que si seguía el rastro por entre los árboles. Hasta ese momento, Miley deliberadamente evitó mirar sobre el hombro porque tenía miedo de apartar los ojos del camino y volver a perder el control de ese vehículo tan poco familiar; pero al darse cuenta de que todo dependía de la velocidad con que la nieve cubriera sus huellas, no pudo resistir la tentación. Miró brevemente hacia atrás y contuvo un grito. Arriba y todavía lejos, otro snowcat volaba entre los árboles en dirección al sendero, el conductor agazapado sobre el volante.

 El terror y la furia superaron todo lo demás, hasta el frío entumecedor, y enviaron una descarga de adrenalina por las venas de Miley. Rogó al cielo que él todavía no hubiera alcanzado a verla entre los árboles que se alineaban a los costados del angosto sendero, y miró a su alrededor, buscando un lugar para desviarse y donde pudiera ocultarse para dejar que él la pasara. Delante, después de la curva siguiente, alcanzó a ver una angosta meseta, pero allí el camino estaba flanqueado de piedras para impedir que los autos se despeñaran. 

De alguna manera debía esquivar las piedras y reducir la velocidad del snowcat antes de que llegara al borde de la meseta, después encontrar un escondite entre los árboles cuyas copas se alzaban a la izquierda del camino. Sin tiempo para forjar otro plan, Miley dirigió su vehículo hacia un lugar situado entre dos altas rocas; después clavó los frenos mientras volaba sobre el borde de la montaña.

La meseta era mucho más angosta de lo que calculó, y durante algunos segundos aterrorizantes voló por el aire en dirección a la copa de un grupo de pinos. Entonces la nariz de su vehículo se zambulló hacia tierra como un cohete fuera de control, y cayó sobre el grupo de árboles cerca de los cuales estaba el arroyo. Miley gritó al sentir que la gravedad le arrancaba el vehículo de entre las piernas justo cuando las ramas de un pino se alzaron frente a ella, como si abrieran los brazos para recibirla. El snowcat se zambulló a un costado del puente, rodó, se deslizó sobre el hielo que se había formado cerca del arrojo, y por fin se detuvo de costado, con los manubrios colgando sobre el agua y los esquís enredados en las ramas de un álamo parcialmente sumergido.

Mareada por el alivio y algo desorientada, Miley quedó tendida junto al pino que interrumpió su caída, mientras observaba al otro vehículo que volaba sobre el terraplén, persiguiéndola. Hizo un esfuerzo para obligar a su cuerpo a reaccionar, rodó sobre sí misma, se arrodilló y se ocultó tras un árbol. Los esquís del snowcat de Nick volaban por el aire cuando pasaron junto a su escondite, y Miley trató de ocultarse más entre las ramas, pero no hubiera tenido necesidad de molestarse, porque Nick ni siquiera miró en su dirección. Acababa de ver el vehículo volcado en el hielo que empezaba a ser arrastrado por la corriente del arroyo, y no miraba otra cosa.
Incapaz de asimilar por completo lo que estaba sucediendo, ni de aceptar su buena suerte, Miley vio que Nick saltaba del snowcat antes de que el vehículo se detuviera totalmente para correr hacia el arroyo.
–¡Miley! –gritó una y otra vez en medio del viento ululante y, ante la completa incredulidad de Miley, empezó a caminar sobre la delgada capa de hielo.

Era evidente que creía que ella había caído al agua, y también era evidente que lo lógico hubiera sido que se alegrara de haber logrado librarse de una complicación.

Miley supuso que lo único que Nick pretendía era recuperar el snowcat, y su mirada voló hacia el que él acababa de abandonar. Estaba mucho más cerca de ella que de él; lo podía alcanzar antes que Nick y, a menos que éste lograra poner a buen recaudo el que había caído, todavía estaba en condiciones de continuar con su plan y ponerse a salvo. Sin apartar la vista de la espalda de Nick, Miley salió arrastrándose de su refugio bajo el árbol, se enderezó y se alejó un paso de su escondite, luego otro y después otro, con la intención de deslizarse de árbol en árbol.
–¡Miley, contéstame, por amor de Dios! –gritó Nick mientras se quitaba la campera.

A su alrededor, el hielo empezó a rajarse y el extremo posterior del snowcat de Miley se alzó en el aire y enseguida la máquina se zambulló en el arroyo y desapareció. En lugar de tratar de ponerse a salvo, Nick aferró una rama del álamo caído y, ante la absoluta incredulidad de Miley, se dejó caer al agua helada.

Primero desaparecieron sus hombros y después su cabeza, y Miley corrió a refugiarse detrás del árbol siguiente. Nick salió a la superficie para respirar, volvió a gritar su nombre y se zambulló de nuevo y Miley corrió hasta el último árbol. A menos de tres metros de distancia del snowcat utilizado por Nick y de la libertad más completa, se detuvo, clavando la mirada en el lugar del arroyo donde él había desaparecido. 

La parte cuerda de su ser le gritaba que Nicholas Jonas era un asesino convicto, que había agravado sus crímenes al tomarla como rehén, y que ella debía dejarlo en ese mismo momento, mientras todavía tuviera posibilidades. Su conciencia le gritaba que si lo dejaba allí y se apoderaba de su snowcat, Nick moriría congelado por haber tratado de salvarla.

De repente la oscura cabeza y los hombros de Jonas subieron a la superficie y Miley ahogó un suspiro de alivio al ver que se alzaba a la saliente de hielo. Sorprendida por la fuerza de voluntad y la fuerza física de ese hombre, Miley lo vio apoyar las manos sobre el hielo, trepar y dirigirse a los tropezones hacia la campera que había dejado allí. Pero, en lugar de ponérsela, se sentó junto a ella, al lado de una piedra cubierta por una gruesa capa de nieve, cerca del arroyo.

La guerra interior entre la mente y el corazón de Miley alcanzó proporciones tumultuosas. Nick no se había ahogado, por el momento estaba a salvo. Si iba a dejarlo, tenía que ser en ese momento, antes de que levantara la mirada y la viera.

Paralizada por la indecisión, lo vio tomar la campera. El instante de alivio que sintió al pensar que iba a ponérsela se convirtió en horror al verlo hacer exactamente lo contrario: arrojó lejos la campera, se puso de pie y con lentitud empezó a desabrocharse la camisa. Después apoyó la cabeza contra la piedra y cerró los ojos. La nieve revoloteaba a su alrededor y se le pegaba al pelo mojado, a la cara y el cuerpo. 

Poco a poco Miley se fue dando cuenta de que él no tenía la menor intención de tratar de volver a la casa. Era obvio que creía que ella se había ahogado al tratar de huir y que acababa de condenarse a muerte como castigo por lo que le había hecho.
«Dime que crees que soy inocente», le había ordenado la noche anterior, y en ese momento miley supo, fuera de toda duda, que ese hombre que quería morir por haberle causado la “muerte” tenía que ser exactamente eso: inocente.

Sin darse cuenta de que lloraba, ni de que había empezado a correr, Miley se deslizó por la pendiente hasta donde él se hallaba. Cuando estuvo bastante cerca como para verle la cara, el remordimiento y la ternura estuvieron a punto de hacerla caer de rodillas. Con la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados, el rostro de Nick era una máscara de pesar. Olvidando el frío, Miley tomó la campera y se la tendió. Tragó con fuerza para disolver el nudo que el arrepentimiento le había formado en la garganta.
–Tú ganas. Ahora volvamos a casa –susurró.
Al ver que él no contestaba, se dejó caer de rodillas y trató de meter su brazo flaccido dentro de la manga.
–¡Despierta, Nick! –exclamó. Sacudida por ahogados sollozos, lo abrazó, apoyó la cabeza de Nick contra su pecho y trató de infundirle un poco de calor, meciéndolo de un lado al otro–. ¡Por favor! –balbuceó, al borde de la histeria–. ¡Por favor, levántate! Yo no puedo levantarte. 

Tienes que ayudarme. ¡Por favor, Nick! ¿Recuerdas que dijiste que querías que alguien creyera que eres inocente? En ese momento no te creí del todo, pero ahora te creo. Te juro que te creo. Sé que no mataste a nadie. Creo todo lo que dijiste. ¡Levántate! ¡Por favor, por favor, levántate! –Su peso era cada vez mayor, como si estuviera perdiendo por completo la conciencia, y Miley fue presa del pánico–. ¡No te duermas, Nick! –rogó, casi a los gritos. Le tomó una muñeca y luchó por meterle el brazo inerte dentro de la manga de la campera mientras recurría a un insensato soborno en un esfuerzo por volverlo a la conciencia–. Nos iremos a casa. Nos acostaremos juntos. Era lo que quería hacer anoche, pero tuve miedo. ¡Ayúdame a llevarte a casa, Nick! –suplicó mientras le metía el otro brazo en la manga de la campera y empezaba a luchar con el cierre–. Haremos el amor frente al fuego. Eso te gustaría, ¿verdad?

Una vez que consiguió ponerle la campera, se puso de pie, lo tomó por las muñecas y tiró con todas sus fuerzas, pero en lugar de moverlo, perdió pie y cayó al piso a su lado. Entonces Miley volvió a levantarse, corrió al snowcat y lo acercó. Después se inclinó sobre Nick, lo sacudió y, al ver que no lograba despertarlo, cerró los ojos para reunir coraje. Decidida, levantó el brazo y le pegó una fuerte cachetada. Nick abrió los ojos, pero los volvió a cerrar enseguida. 

Ignorando el agudo dolor que le recorrió el brazo desde los dedos congelados, Miley lo tomó por las muñecas y lo tironeó, tratando de decirle algo distinto, algo que lo instara a hacer un esfuerzo por tratar de levantarse.
–Sin ti no sabré encontrar el camino hasta la casa –mintió, sin dejar de tironearle las muñecas–. Si no me ayudas a llegar a esa casa, moriré aquí afuera contigo. ¿Es eso lo que quieres, Nick? ¡Por favor, ayúdame! ¡No me dejes morir! –insistió.

Transcurrió un segundo antes de que se diera cuenta de que él ya no era el peso muerto de antes, que reaccionaba ante algo que le había dicho, y que ponía en juego las pocas fuerzas que le quedaban para tratar de ponerse de pie.
–¡Así me gusta! –jadeó Miley–. Párate. Ayúdame a llegar a casa, donde hay calor.

Los movimientos de Nick era aterrorizantemente torpes, y cuando abría los ojos no lograba enfocar la mirada, pero era evidente que trataba de ayudarla. Tuvieron que hacer varios intentos, pero por fin Miley consiguió ponerlo de pie, pasar uno de sus brazos alrededor de sus hombros y colocarlo sobre el snowcat, donde se desmoronó sobre los manubrios.
–Trata de ayudarme a mantener el equilibrio –pidió ella, sosteniéndolo con los brazos y montando detrás de él.

Miró el sendero por donde Nick había bajado hasta allí, y comprendió que ahora les resultaría imposible trepar esa ladera tan inclinada. Entonces decidió seguir el curso del arroyo, con la esperanza de encontrar una manera de llegar al puente y, una vez del otro lado, seguir por el sendero. Olvidando por completo el miedo que al principio le produjo ese vehículo tan poco familiar, se agazapó sobre Nick para protegerlo del viento con su cuerpo y avanzó a toda velocidad.
–Nick –dijo, apoyando la boca cerca de la oreja de él, y mientras miraba el camino le habló, en un esfuerzo desesperado por mantenerlo consciente y también para luchar contra el pánico que la embargaba–. Todavía estás temblando un poquito. Temblar es bueno. Significa que tu temperatura corporal todavía está por encima del punto de mayor peligro. Lo leí en alguna parte.
Rodearon la curva y Miley dirigió el snowcat hacia el único sendero que creyó que podrían trepar.

1 comentario:

  1. Aora Nick esta muerto en vida o que? todo se muerern en la nove, hahhaha Jenifer siguela

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