La escena aterrorizante que
acababa de presenciar giraba en la mente de Miley mientras corría por
la nieve rumbo al garaje. Una vez adentro, con dedos torpes por el frío y
el miedo, se puso el traje de nieve, los guantes y el casco y empezó a
arrastrar el vehículo hacia la puerta, temerosa de prender el motor por
miedo a que hiciera mucho ruido.
Una vez afuera, se sentó, aseguró la
correa del casco y puso en marcha el motor, que volvió a la vida con
mucho menos ruido del que ella suponía. Instantes después volaba por la
nieve en dirección al bosque, luchando por mantener el equilibrio y
rogando al cielo que Nick no oyera el sonido del motor.
Temblando
por una mezcla de júbilo y temor, Miley se deslizó entre los árboles,
luchando por controlar el vehículo, esquivando ramas, troncos y rocas
cubiertas de nieve. Cuando estuviera fuera de la vista de la casa y
segura de que él no la seguía, se dirigiría hacia el sendero
serpenteante y lo seguiría hasta la ruta, pero por el momento prefería
mantenerse al abrigo de los árboles.
En terreno abierto, el viento
aullaba cada vez con más fuerza y la nevada se había transformado en una
fuerte tormenta.
Cinco
minutos se convirtieron en diez y la sensación de éxito y libertad le
infundió coraje, pero esa alegría estaba empañada por el recuerdo de la
pena del hombre a quien acababa de dejar. En ese momento se le ocurrió
que era incongruente, en realidad casi imposible, que alguien capaz de
asesinar a sangre fría a un semejante pudiera sentir tanta angustia por
la muerte de su compañero de celda.
Miró
sobre el hombro para asegurarse de que no la seguían y luego lanzó un
grito de alarma cuando casi chocó contra un árbol. Al virar como
enloquecida para esquivarlo, estuvo a punto de volcar el snowcat.
Nick se irguió y miró el desparramo de cosas rotas que lo rodeaba.
–¡Mie/rda! –exclamó, tomando la botella de cognac.
Se
sirvió un poco y lo bebió de un trago, tratando de calmar el dolor que
sentía en el pecho.
Le parecía oír la voz alegre de Dom mientras le leía
la última carta de su madre: «¡Oye, Nick, se casa Gina! ¡No sabes la
pena que me da perderme ese casamiento!». Recordaba también otras cosas,
cómo los poco ortodoxos consejos de Sandini. «Si necesitas un pasaporte
falso, Nick, no recurras a cualquiera. Me lo dices a mí, y yo te pondré
en contacto con Wally la Comadreja.
Es el mejor del país. Debes empezar
a permitir que te ayude, Nick...» Nick permitió que lo ayudara, y a
causa de eso ahora estaba muerto. «Oye, Nick, ¿quieres un poco del
salame de mamá? Tiene todo el ajo del mundo».
Parado
frente a la ventana, mientras bebía el cognac y miraba sin ver el
muñeco de nieve que Miley estaba construyendo, Nick casi sentía la
alegre presencia de Dom a su lado. Dom siempre se fascinaba por cosas
pequeñas y tontas.
Probablemente en ese momento estaría allá afuera con Miley, construyendo el muñeco de nieve...
Nick quedó petrificado, con la copa de cognac suspendida camino a su boca, y recorrió el terreno con la mirada. ¡Miley!
–¡Miley!
–gritó encaminándose hacia la puerta trasera y abriéndola de un tirón.
Un golpe de nieve le golpeó la cara y tuvo que apoyar el hombro contra
la puerta para mantenerla abierta a pesar de la fuerza creciente del
viento–. ¡Miley, entra de una vez antes de que se te congele el...!
El
viento le arrojaba sus palabras de vuelta contra la cara, pero Nick no
lo notó. Tenía la mirada clavada en las pisadas profundas que ya se
estaban llenando de nieve, y corrió junto a ellas, rumbo al garaje.
–¡Miley! –gritó, abriendo la puerta del garaje–. ¿Qué demonios crees que estás haciendo aquí adentro...?
Se
detuvo en seco, momentáneamente incapaz de creer lo que veía, mientras
su mirada pasaba del extremo del snowcat que se asomaba bajo la tela
engomada, hasta la puerta del garaje. Allí se iniciaba la huella de otro
de esos vehículos que se dirigía al bosque.
Instantes
antes, Nick hubiera jurado que le resultaría imposible sentirse más
furioso o más desolado que ante la noticia de la muerte de Dom, pero la
explosión de furia que experimentó en ese momento fue aún mayor.
Frío.
Minutos
después de abandonar la protección del bosque y de enfilar el vehículo
por la senda inclinada y bordeada de árboles que habían subido en el
Blazer, Miley experimentó un frío que se le metía hasta los huesos y
le resultaba intolerable. De los extremos de los ojos le colgaban gotas
de hielo; la nieve se le clavaba en la cara, cegándola; tenía los
labios, los brazos y las piernas duros.
El snowcat voló sobre una raíz y
se deslizó de costado, pero cuando ella trató de reducir la velocidad
tenía las piernas tan petrificadas de frío que transcurrieron segundos
preciosos antes de que su cuerpo pudiera obedecer las órdenes frenéticas
que le enviaba su mente y reaccionar.
Lo
único que no había entumecido el frío era su sensación de miedo, miedo
de que Nick la alcanzara y le impidiera huir, y un miedo nuevo que la
debilitaba: si no lo hacía, lo más probable sería que ella muriera allí
afuera, perdida en la tormenta, enterrada bajo la nieve.
Conjuró en su
mente la imagen de una partida de gente que la buscaba y que en la
primavera localizaba sus restos perfectamente conservados bajo un
montículo de nieve, luciendo un elegante traje de esquiar azul marino y
un casco haciendo juego que –no por casualidad, sin duda– también hacía
juego con el vehículo que montaba. Un final “perfecto”, pensó,
deprimida, para una muchacha de los bajos fondos de Chicago que quiso
ser perfecta.
Mucho
más abajo, por entre las ramas de los árboles que se deslizaban junto a
ella, alcanzó a ver el camino estatal que rodeaba la montaña, pero el
descenso desde allí hasta el camino era casi vertical, aún más
traicionero a causa de los árboles y las rocas cubiertas de nieve que se
alzaban en la montaña.
Si tomaba esa ruta, posiblemente llegaría
algunos segundos antes, pero no existía la menor posibilidad de que
arribara entera a destino. Además, antes de considerar seriamente la
posibilidad de bajar la ladera de la montaña, primero debía cruzar el
puente sobre el arroyo desbordado. Trató de recordar dónde se encontraba
ese puente.
Tenía la sensación de que se hallaba después de la
siguiente curva del camino, pero era difícil estar segura de nada cuando
el sendero por el que viajaba casi había desaparecido bajo la nieve.
Se
le ocurrió que lo que debía hacer era bajar del vehículo y moverse
–correr o algo así– para generar un poco de calor en su cuerpo. Por otra
parte, tenía miedo de perder tiempo.
Si Nick descubría su ausencia
antes de que la nieve hubiera llenado sus huellas, su secuestrador
automáticamente supondría que viajaba por el camino y la alcanzaría con
más rapidez que si seguía el rastro por entre los árboles. Hasta ese
momento, Miley deliberadamente evitó mirar sobre el hombro porque
tenía miedo de apartar los ojos del camino y volver a perder el control
de ese vehículo tan poco familiar; pero al darse cuenta de que todo
dependía de la velocidad con que la nieve cubriera sus huellas, no pudo
resistir la tentación. Miró brevemente hacia atrás y contuvo un grito.
Arriba y todavía lejos, otro snowcat volaba entre los árboles en
dirección al sendero, el conductor agazapado sobre el volante.
El
terror y la furia superaron todo lo demás, hasta el frío entumecedor, y
enviaron una descarga de adrenalina por las venas de Miley. Rogó al
cielo que él todavía no hubiera alcanzado a verla entre los árboles que
se alineaban a los costados del angosto sendero, y miró a su alrededor,
buscando un lugar para desviarse y donde pudiera ocultarse para dejar
que él la pasara. Delante, después de la curva siguiente, alcanzó a ver
una angosta meseta, pero allí el camino estaba flanqueado de piedras
para impedir que los autos se despeñaran.
De alguna manera debía
esquivar las piedras y reducir la velocidad del snowcat antes de que
llegara al borde de la meseta, después encontrar un escondite entre los
árboles cuyas copas se alzaban a la izquierda del camino. Sin tiempo
para forjar otro plan, Miley dirigió su vehículo hacia un lugar
situado entre dos altas rocas; después clavó los frenos mientras volaba
sobre el borde de la montaña.
La
meseta era mucho más angosta de lo que calculó, y durante algunos
segundos aterrorizantes voló por el aire en dirección a la copa de un
grupo de pinos. Entonces la nariz de su vehículo se zambulló hacia
tierra como un cohete fuera de control, y cayó sobre el grupo de árboles
cerca de los cuales estaba el arroyo. Miley gritó al sentir que la
gravedad le arrancaba el vehículo de entre las piernas justo cuando las
ramas de un pino se alzaron frente a ella, como si abrieran los brazos
para recibirla. El snowcat se zambulló a un costado del puente, rodó, se
deslizó sobre el hielo que se había formado cerca del arrojo, y por fin
se detuvo de costado, con los manubrios colgando sobre el agua y los
esquís enredados en las ramas de un álamo parcialmente sumergido.
Mareada por el alivio y algo
desorientada, Miley quedó tendida junto al pino que interrumpió su
caída, mientras observaba al otro vehículo que volaba sobre el
terraplén, persiguiéndola. Hizo un esfuerzo para obligar a su cuerpo a
reaccionar, rodó sobre sí misma, se arrodilló y se ocultó tras un árbol.
Los esquís del snowcat de Nick volaban por el aire cuando pasaron junto
a su escondite, y Miley trató de ocultarse más entre las ramas, pero
no hubiera tenido necesidad de molestarse, porque Nick ni siquiera miró
en su dirección. Acababa de ver el vehículo volcado en el hielo que
empezaba a ser arrastrado por la corriente del arroyo, y no miraba otra
cosa.
Incapaz de
asimilar por completo lo que estaba sucediendo, ni de aceptar su buena
suerte, Miley vio que Nick saltaba del snowcat antes de que el
vehículo se detuviera totalmente para correr hacia el arroyo.
–¡Miley!
–gritó una y otra vez en medio del viento ululante y, ante la completa
incredulidad de Miley, empezó a caminar sobre la delgada capa de
hielo.
Era evidente
que creía que ella había caído al agua, y también era evidente que lo
lógico hubiera sido que se alegrara de haber logrado librarse de una
complicación.
Miley supuso que lo único que Nick pretendía era recuperar el snowcat, y su
mirada voló hacia el que él acababa de abandonar. Estaba mucho más cerca
de ella que de él; lo podía alcanzar antes que Nick y, a menos que éste
lograra poner a buen recaudo el que había caído, todavía estaba en
condiciones de continuar con su plan y ponerse a salvo. Sin apartar la
vista de la espalda de Nick, Miley salió arrastrándose de su refugio
bajo el árbol, se enderezó y se alejó un paso de su escondite, luego
otro y después otro, con la intención de deslizarse de árbol en árbol.
–¡Miley, contéstame, por amor de Dios! –gritó Nick mientras se quitaba la campera.
A
su alrededor, el hielo empezó a rajarse y el extremo posterior del
snowcat de Miley se alzó en el aire y enseguida la máquina se zambulló
en el arroyo y desapareció. En lugar de tratar de ponerse a salvo, Nick
aferró una rama del álamo caído y, ante la absoluta incredulidad de Miley, se dejó caer al agua helada.
Primero
desaparecieron sus hombros y después su cabeza, y Miley corrió a
refugiarse detrás del árbol siguiente. Nick salió a la superficie para
respirar, volvió a gritar su nombre y se zambulló de nuevo y Miley
corrió hasta el último árbol. A menos de tres metros de distancia del
snowcat utilizado por Nick y de la libertad más completa, se detuvo,
clavando la mirada en el lugar del arroyo donde él había desaparecido.
La parte cuerda de su ser le gritaba que Nicholas Jonas era un asesino
convicto, que había agravado sus crímenes al tomarla como rehén, y que
ella debía dejarlo en ese mismo momento, mientras todavía tuviera
posibilidades. Su conciencia le gritaba que si lo dejaba allí y se
apoderaba de su snowcat, Nick moriría congelado por haber tratado de
salvarla.
De repente
la oscura cabeza y los hombros de Jonas subieron a la superficie y Miley ahogó un suspiro de alivio al ver que se alzaba a la saliente de
hielo. Sorprendida por la fuerza de voluntad y la fuerza física de ese
hombre, Miley lo vio apoyar las manos sobre el hielo, trepar y
dirigirse a los tropezones hacia la campera que había dejado allí. Pero,
en lugar de ponérsela, se sentó junto a ella, al lado de una piedra
cubierta por una gruesa capa de nieve, cerca del arroyo.
La
guerra interior entre la mente y el corazón de Miley alcanzó
proporciones tumultuosas. Nick no se había ahogado, por el momento
estaba a salvo. Si iba a dejarlo, tenía que ser en ese momento, antes de
que levantara la mirada y la viera.
Paralizada
por la indecisión, lo vio tomar la campera. El instante de alivio que
sintió al pensar que iba a ponérsela se convirtió en horror al verlo
hacer exactamente lo contrario: arrojó lejos la campera, se puso de pie y
con lentitud empezó a desabrocharse la camisa. Después apoyó la cabeza
contra la piedra y cerró los ojos. La nieve revoloteaba a su alrededor y
se le pegaba al pelo mojado, a la cara y el cuerpo.
Poco a poco Miley
se fue dando cuenta de que él no tenía la menor intención de tratar de
volver a la casa. Era obvio que creía que ella se había ahogado al
tratar de huir y que acababa de condenarse a muerte como castigo por lo
que le había hecho.
«Dime
que crees que soy inocente», le había ordenado la noche anterior, y en
ese momento miley supo, fuera de toda duda, que ese hombre que quería
morir por haberle causado la “muerte” tenía que ser exactamente eso:
inocente.
Sin darse
cuenta de que lloraba, ni de que había empezado a correr, Miley se
deslizó por la pendiente hasta donde él se hallaba. Cuando estuvo
bastante cerca como para verle la cara, el remordimiento y la ternura
estuvieron a punto de hacerla caer de rodillas. Con la cabeza echada
hacia atrás y los ojos cerrados, el rostro de Nick era una máscara de
pesar. Olvidando el frío, Miley tomó la campera y se la tendió. Tragó
con fuerza para disolver el nudo que el arrepentimiento le había formado
en la garganta.
–Tú ganas. Ahora volvamos a casa –susurró.
Al ver que él no contestaba, se dejó caer de rodillas y trató de meter su brazo flaccido dentro de la manga.
–¡Despierta,
Nick! –exclamó. Sacudida por ahogados sollozos, lo abrazó, apoyó la
cabeza de Nick contra su pecho y trató de infundirle un poco de calor,
meciéndolo de un lado al otro–. ¡Por favor! –balbuceó, al borde de la
histeria–. ¡Por favor, levántate! Yo no puedo levantarte.
Tienes que
ayudarme. ¡Por favor, Nick! ¿Recuerdas que dijiste que querías que
alguien creyera que eres inocente? En ese momento no te creí del todo,
pero ahora te creo. Te juro que te creo. Sé que no mataste a nadie. Creo
todo lo que dijiste. ¡Levántate! ¡Por favor, por favor, levántate! –Su
peso era cada vez mayor, como si estuviera perdiendo por completo la
conciencia, y Miley fue presa del pánico–. ¡No te duermas, Nick!
–rogó, casi a los gritos. Le tomó una muñeca y luchó por meterle el
brazo inerte dentro de la manga de la campera mientras recurría a un
insensato soborno en un esfuerzo por volverlo a la conciencia–. Nos
iremos a casa. Nos acostaremos juntos. Era lo que quería hacer anoche,
pero tuve miedo. ¡Ayúdame a llevarte a casa, Nick! –suplicó mientras le
metía el otro brazo en la manga de la campera y empezaba a luchar con el
cierre–. Haremos el amor frente al fuego. Eso te gustaría, ¿verdad?
Una
vez que consiguió ponerle la campera, se puso de pie, lo tomó por las
muñecas y tiró con todas sus fuerzas, pero en lugar de moverlo, perdió
pie y cayó al piso a su lado. Entonces Miley volvió a levantarse,
corrió al snowcat y lo acercó. Después se inclinó sobre Nick, lo sacudió
y, al ver que no lograba despertarlo, cerró los ojos para reunir
coraje. Decidida, levantó el brazo y le pegó una fuerte cachetada. Nick
abrió los ojos, pero los volvió a cerrar enseguida.
Ignorando el agudo
dolor que le recorrió el brazo desde los dedos congelados, Miley lo
tomó por las muñecas y lo tironeó, tratando de decirle algo distinto,
algo que lo instara a hacer un esfuerzo por tratar de levantarse.
–Sin
ti no sabré encontrar el camino hasta la casa –mintió, sin dejar de
tironearle las muñecas–. Si no me ayudas a llegar a esa casa, moriré
aquí afuera contigo. ¿Es eso lo que quieres, Nick? ¡Por favor, ayúdame!
¡No me dejes morir! –insistió.
Transcurrió
un segundo antes de que se diera cuenta de que él ya no era el peso
muerto de antes, que reaccionaba ante algo que le había dicho, y que
ponía en juego las pocas fuerzas que le quedaban para tratar de ponerse
de pie.
–¡Así me gusta! –jadeó Miley–. Párate. Ayúdame a llegar a casa, donde hay calor.
Los
movimientos de Nick era aterrorizantemente torpes, y cuando abría los
ojos no lograba enfocar la mirada, pero era evidente que trataba de
ayudarla. Tuvieron que hacer varios intentos, pero por fin Miley
consiguió ponerlo de pie, pasar uno de sus brazos alrededor de sus
hombros y colocarlo sobre el snowcat, donde se desmoronó sobre los
manubrios.
–Trata de ayudarme a mantener el equilibrio –pidió ella, sosteniéndolo con los brazos y montando detrás de él.
Miró
el sendero por donde Nick había bajado hasta allí, y comprendió que
ahora les resultaría imposible trepar esa ladera tan inclinada. Entonces
decidió seguir el curso del arroyo, con la esperanza de encontrar una
manera de llegar al puente y, una vez del otro lado, seguir por el
sendero. Olvidando por completo el miedo que al principio le produjo ese
vehículo tan poco familiar, se agazapó sobre Nick para protegerlo del
viento con su cuerpo y avanzó a toda velocidad.
–Nick
–dijo, apoyando la boca cerca de la oreja de él, y mientras miraba el
camino le habló, en un esfuerzo desesperado por mantenerlo consciente y
también para luchar contra el pánico que la embargaba–. Todavía estás
temblando un poquito. Temblar es bueno. Significa que tu temperatura
corporal todavía está por encima del punto de mayor peligro. Lo leí en
alguna parte.
Rodearon la curva y Miley dirigió el snowcat hacia el único sendero que creyó que podrían trepar.
Aora Nick esta muerto en vida o que? todo se muerern en la nove, hahhaha Jenifer siguela
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