–No estoy enojado contigo, sino conmigo.
–¿Por qué? –preguntó Miley, estudiando su rostro.
–Porque
ni siquiera eso logrará detenerme –contestó él con tono áspero–. Porque
no me importará un bledo que no hayas hecho esto antes, ni siquiera con
alguien que te amaba y que podía quedarse a tu lado si llegaras a
quedar embarazada. En este momento, nada me importa... –susurró, bajando
los labios hasta los de ella–, pero esto...
Pero
la inexperiencia de Miley sí le interesaba. Le importó bastante como
para obligarlo a suspender los besos y tratar de controlar su lujuria
para poder empezar de nuevo con ella.
–Ven acá –susurró.
La
tomó en sus brazos, rodó para colocarse de costado y quedar frente a
ella, con la cabeza de Miley apoyada sobre su hombro. Respiró hondo y
esperó hasta que su pulso recuperó un ritmo normal. Después le pasó la
mano por la espalda en una caricia tranquilizante, mientras resolvía
que, aunque él muriera de lujuria contenida, lograría que esa
experiencia fuera buena para ella. De alguna manera, tendría que
excitarla totalmente, sin excitarse él más de lo que ya estaba.
Miley permanecía en sus brazos, sorprendida por el repentino cambio de humor
de Nick y aterrorizada por la posibilidad de haberlo hecho renunciar a
hacer el amor con ella. Sin poder soportarlo más, y sin animarse a
mirarlo, dijo, temblorosa:
–No
quería darle tanta importancia a eso de que ésta sea la primera vez
para mí. Sólo trataba de que fueras un poco más despacio... no que te
detuvieras.
Nick sabía
que debía haberle resultado muy difícil decir una cosa así, y volvió a
experimentar otra desconocida oleada de ternura. Le tomó el mentón, se
lo levantó y dijo con tranquila seriedad:
–No
arruines esto para ninguno de los dos quitándole importancia. La verdad
es que nunca he tenido la responsabilidad, ni el privilegio, de ser el
primer amante de una mujer, así que para mí también ésta es una primera
vez. –Levantó la mano para apartarle un mechón de pelo de la cara, se lo
peinó con los dedos, y lo observó caer sobre los hombros de Miley–.
Durante años debes haber vuelto locos a todos los muchachos de Keaton,
preguntándose cómo serías.
–¿Qué quieres decir?
Nick dejó de observarle el pelo y le sonrió mirándola a los ojos.
–Quiero decir que desde ayer he estado fantaseando con pasarte los dedos por el pelo, y sólo hace dos días que lo miro.
Ante
las palabras de Nick, Miley sintió que una sensación de calidez le
recorría todo el cuerpo, y él percibió instantáneamente el cambio en su
expresión, en la forma en que el cuerpo de ella se relajaba contra el
suyo. Aunque tardíamente, recordó que las palabras podían excitar a una
mujer casi tanto y con tanta rapidez como el más hábil estímulo sexual.
Entonces comprendió que ésa era la mejor manera de alcanzar su meta sin
llegar a los extremos peligrosos de lujuria que le provocaría
acariciarla y besarla.
–¿Sabes en qué estuve pensando anoche, durante la comida? –preguntó con ternura.
Ella hizo un movimiento negativo con la cabeza.
–Me preguntaba cómo sería el gusto de tu boca sobre la mía, y si era posible que tu piel fuese tan suave como parece.
Miley sintió que se hundía en un profundo y delicioso encantamiento sensual
cuando él extendió los dedos sobre sus mejillas y dijo:
–Tu pelo es más suave de lo que parece.
Le miró los labios mientras los acariciaba con el pulgar.
–Y tu boca... ¡Dios, tiene gusto a cielo!
Deslizó
inexorable la mano hacia su garganta, su hombro, luego le cubrió los
pechos y Miley bajó la mirada hacia la mata de vello oscuro del pecho
de Nick.
–No apartes la mirada –susurró él, obligándola a volver a mirarlo a los ojos–. Tienes unos pechos maravillosos.
Miley sintió que eso estaba tan lejos de la verdad, que la hizo dudar de todo
lo demás que le había dicho. Nick notó su expresión escéptica, y
sonrió.
–Si eso no
fuese verdad –dijo, acariciándole un pezón con el pulgar–, ¿me puedes
explicar por qué me muero por tocarlos, por mirarlos, por besarlos ahora
mismo? –El pezón de Miley se endurecía como un capullo cerrado contra
el pulgar de Nick, y él sintió que la lujuria volvía a latir dentro de
su cuerpo. –Te consta que es verdad, Miley. Ves con claridad en mi
cara cuánto te deseo.
Y ella lo veía... allí estaba en su mirada ardiente, en sus párpados pesados.
Muriéndose
por besarla, Nick respiró hondo para tranquilizarse e inclinó la
cabeza, luchando por controlarse cuando le tocó los labios con la
lengua.
–¡Eres tan dulce! –susurró–. ¡Eres increíblemente dulce!
Miley perdió el control antes que él. Lanzó un quejido, le pasó la mano por
el cuello y lo besó con todo el ardor y la pasión que crecían en su
interior, y se apretó contra su miembro rígido, solazándose en el
estremecimiento que recorrió a Nick cuando su boca apresó la de ella en
un beso a la vez tierno y áspero. Con un instinto que ignoraba poseer,
percibió la lucha desesperada de Nick para impedir que el beso fuera
demasiado intenso y eso le provocó una ternura casi intolerable.
Acarició los labios de él con los suyos, lo alentó a profundizar el beso
y cuando eso fracasó, empezó a besarlo como lo había hecho él antes.
Y logró su propósito.
Nick
perdió el control y, lanzando un ronco quejido, la colocó de espaldas
mientras la besaba con una urgencia que la hizo sentir poderosa e
indefensa a la vez. Reclamaba su cuerpo con manos y boca, deslizándolas
sobre sus pechos, su cintura y su espalda y, cuando la boca de él volvió
a unirse con la de Miley, le metió los dedos en el pelo,
sosteniéndola, una prisionera voluntaria. Cuando por fin Nick apartó la
boca de la suya, el cuerpo íntegro de Miley estaba inflamado de deseo.
–Abre los ojos –susurró él.
Miley obedeció y se encontró frente a un musculoso pecho masculino cubierto
de vello oscuro. De solo ver ese pecho, el corazón empezó a latirle
desenfrenadamente. Vacilante, levantó la mirada y comprobó los efectos
que surtía la pasión en él. Un músculo se contraía espasmódicamente en
su cuello, su rostro era duro y oscuro y sus ojos ardían. Vio que los
labios sensuales de Nick pronunciaban una palabra:
–Acaricíame. –Era una invitación, una orden, una súplica.
Miley respondió a las tres cosas. Levantó una mano y le acarició la mejilla.
Sin apartar de ella la mirada, él volvió la cara dentro de la mano de Miley y deslizó los labios por su palma sensible.
–Acaricíame.
Con
el corazón latiendo con ferocidad, ella le deslizó las puntas de los
dedos por las mejillas, por el cuello, por los hombros y después por el
pecho. Su piel parecía suave sobre sus músculos duros y cuando Miley
se inclinó y le besó el pecho, Nick se estremeció. Embriagada por ese
poder recién descubierto, Miley le besó los pezones pequeños y luego
deslizó un largo beso hacia abajo, rumbo a la cintura de Nick. Él dejó
escapar un sonido que tenía algo de quejido, y la colocó de espaldas,
las manos sostenidas junto a la cabeza, cubriéndola parcialmente con su
cuerpo. Miley desprendió las muñecas de las manos de Nick, lo rodeó
con sus brazos, le acarició los hombros y la espalda, y lanzó gemidos de
alegría cuando él apoyó los labios sobre sus pechos. Estaba perdida en
el deseo que él creaba con habilidad en su interior. De repente cerró
los ojos con fuerza, luchó contra oleadas de vergüenza y se dejó llevar
por el placer.
Nick
observó las reacciones que se pintaban en el rostro adorable de Miley a
medida que su cuerpo se rendía al placer de las caricias íntimas y poco
familiares de sus dedos. Cada sonido que ella emitía, cada movimiento
inquieto de su cabeza lo llenaba de enorme ternura. Ella lo envolvió con
sus brazos y se estremeció. Y ese movimiento convulsivo le recordó las
palabras que ella había dicho.
–Es bueno temblar –le recordó Nick, explorando aún más profundamente–. Temblar es muy bueno.
Ella
movía las manos por el cuerpo de él, reuniendo coraje, y Nick contuvo
el aliento cuando por fin deslizó los dedos sobre su rígida erección y
por fin lo tomó en sus manos. En ese momento, abrió los ojos,
sobresaltada, y lo miró. A la luz de las llamas, lo miraba como si
esperara algo: una decisión, un movimiento. Y mientras sus caricias lo
volvían loco Miley levantó la otra mano, se la pasó por la barbilla
como para aliviar la tensión y susurró unas palabras...
–Valió la pena esperar veintiséis años por ti, señor Jonas.
Nick
perdió el control de su respiración. Con las manos apoyadas a ambos
lados del rostro de Miley, inclinó la cabeza para besarla, a la vez
que susurraba.
–¡Dios...!
Con
la sangre pulsando en sus oídos, Nick se colocó entre sus piernas,
tentando la entrada, abriéndose paso con lentitud por el pasaje estrecho
y húmedo, y exhaló ante la exquisita sensación que le produjo la húmeda
calidez que lo envolvía. Cuando se topó con la frágil barrera, le alzó
las delgadas caderas, contuvo el aliento y empujó. El breve dolor puso
tenso el cuerpo de Miley, pero antes de que Nick pudiera reaccionar,
lo rodeaba con sus brazos y se abría para él, cobijándolo. Nick luchó
por contener el orgasmo que amenazaba con hacer erupción y empezó a
moverse con lentitud dentro de ella, pero cuando Miley también se
movió, siguiéndole el ritmo, Nick ya no se pudo contener. Le aprisionó
la boca en un beso profundo, se hundió dentro de ella y la condujo con
rapidez a la culminación, regocijándose en el grito ahogado que lanzó,
en su manera de clavarle las uñas en la espalda mientras se estremecía
convulsivamente. Nick le alzó cada vez más las caderas, movido por un
deseo incontrolable de estar en ese instante lo más profundo posible
dentro de ella. Explotó con una fuerza que le hizo gemir, pero no cesó
de moverse, como si de alguna manera ella pudiera vaciarlo de la
amargura de su pasado y de la desolación de su futuro. El segundo
orgasmo hizo erupción en una sensación que le recorrió todos los centros
nerviosos, que le sacudió el cuerpo íntegro y que lo dejó débil.
Consumido.
En un estado de extenuación
total, se desmoronó sobre Miley y enseguida se colocó de costado,
todavía unido a ella. Sin aliento, la sostuvo en sus brazos, le acarició
la espalda, tratando de no pensar, aferrándose a esa fugaz euforia
mientras trataba de mantener alejada a la realidad, pero a los pocos
minutos se dio por vencido. Ahora que su pasión se había desgastado, ya
no había barreras entre su cerebro y su conciencia, y mientras
contemplaba las llamas de la chimenea comenzó a ver todos sus actos y
motivaciones de los últimos tres días a la luz de la verdad.
La verdad
era que se apoderó de una mujer indefensa, que la tomó como rehén a
punta de pistola; la engañó convenciéndola de que la dejaría en libertad
si lo llevaba hasta Colorado; la amenazó con violencia física si
intentaba huir, y cuando a pesar de todo ella lo desafió, la obligó a
besarlo delante de testigos, de manera que en ese momento la prensa la
crucificaba, tildándola de cómplice. La verdad era que empezó a pensar
en hacerle el amor el mismo día en que la secuestró, y que utilizó todos
los medios a su alcance para lograrlo, desde la intimidación hasta el
flirteo y la bondad. La asquerosa verdad era que acababa de lograr su
meta odiosa. Acababa de seducir a la hija virgen de un pastor, un ser
humano hermoso e inocente que ese mismo día pagó todas sus crueldades e
injusticias salvándole la vida. Seducir era una palabra demasiado suave
para lo que acababa de hacer, decidió Nick, disgustado y con la mirada
clavada en la alfombra. ¡Se había apoderado de ella allí, en el piso, ni
siquiera en una cama! Su conciencia lo atormentó con renovados bríos
por haberla tratado con demasiada rudeza, por obligarla a aceptar que él
tuviera dos orgasmos, por enterrarse dentro de ella en lugar de
contenerse decentemente.
El hecho de que Miley no hubiera gritado ni
luchado ni dado señales de estar herida o humillada no calmo su
sensación de culpa. Ella no sabía que tenía derecho a más de lo que
recibió, pero él sí lo sabía. En su adolescencia fue asquerosamente
promiscuo, durante su vida adulta vivió más aventuras de las que podía
contar. La responsabilidad completa del lío en que había convertido la
vida de Miley, y ahora su primer encuentro con el sexo, era suya. Y
eso, si se miraba la cuestión desde un punto de vista optimista, sin
tomar en cuenta la posibilidad de un embarazo. No hacía falta ser un
genio para suponer que la hija de un ministro se negaría a considerar la
posibilidad de un aborto, de manera que tendría que soportar la
vergüenza pública de ser madre soltera, o mudarse a otra ciudad para
tener su hijo, o bien endilgarle la criatura a su casi novio para
proporcionarle un padre.
Cuando
abandonara la seguridad de esa casa, Nick estaba seguro de que lo
matarían de un tiro a los pocos días, o quizás a las pocas horas. En ese
momento deseó que lo hubieran apresado antes de encontrarse con Miley. Hasta que lo encarcelaron, nunca consideró la posibilidad de
envolver en sus problemas a una mujer inocente, y mucho menos amenazarla
con una pistola o embarazarla. Era obvio que en la cárcel se había
convertido en un psicópata sin conciencia, escrúpulos ni moral.
Que lo mataran a balazos era un fin demasiado bondadoso para el monstruo en que se había convertido.
Se
hallaba tan enfrascado en sus pensamientos que no se dio cuenta de que
la mujer que tenía en sus brazos estaba llorando. Mudo de remordimiento,
Nick la soltó y la acostó sobre la alfombra, pero ella mantuvo su brazo
alrededor del cuello de él y la cara húmeda contra su pecho.
Nick
se apoyó sobre un codo, trató de tranquilizarla acariciándole el pelo, y
tragó con fuerza para deshacer el nudo que los remordimientos le habían
formado en la garganta.
–Miley
–susurró con voz ronca–, si pudiera, desharía todo lo que te he hecho.
Hasta esta noche, por lo menos todo lo que hice fue motivado por una
desesperada necesidad... Pero esto... –Volvió a hacer una pausa para
tragar, y le apartó un mechón de la frente. Como ella tenía la cara
enterrada en su pecho, no podía juzgar sus reacciones, pero se dio
cuenta de que desde que empezó a hablar, ella había quedado en una
inmovilidad absoluta–. Pero lo que acabo de hacerte no tiene perdón.
Existen explicaciones para mi actitud, pero no excusas. Supongo que, a
pesar de tu candidez, comprenderás que cinco años es mucho tiempo para
que un hombre viva sin...
Nick
se interrumpió, dándose cuenta de que al daño acababa de agregar el
insulto, porque de sus palabras se desprendía que en su estado de
privación sexual, cualquier mujer le habría dado lo mismo.
–No
fue por eso que hice esto. Ése fue en parte el motivo. Pero lo
importante es que te deseo desde que... –El disgusto que sentía hacia sí
mismo le impidió seguir hablando.
Después de un prolongado silencio, la mujer que tenía en sus brazos por fin habló.
–Continúa –dijo con suavidad.
Él bajó la cabeza, tratando de ver sus facciones.
–¿Que continúe? –repitió.
Ella asintió, rozando su piel con la cabeza.
–Sí. Recién estabas llegando a la mejor parte.
–¿La
mejor parte? –repitió él, atontado. Ella lo miró y, aunque todavía
tenía los ojos húmedos, sonreía de una manera que hizo latir
apresuradamente el corazón de Nick.
–Empezaste
muy mal –susurró–, diciendo que lamentabas que hubiéramos hecho el
amor. Y lo empeoraste al decir que soy candida y hablando como si
cualquier mujer te hubiera venido bien después de cinco años de
abstinencia...
Él la
miró, y una sensación de alivio empezó a recorrer su cuerpo como un
bálsamo. Sabía que la estaba sacando demasiado barata, pero aferró esa
inesperada oportunidad con la desesperación agradecida del que se está
ahogando y encuentra algo de que agarrarse.
–¿Dije eso?
–Sí.
Nick sonrió, indefenso ante la sonrisa de Miley.
–¡Qué poco galante!
–Muy poco galante –aprobó ella con fingida indignación.
Instantes
antes lo había tenido sumido en una negra desesperación, cinco minutos
antes lo llevó a un paraíso sexual, y ahora le daba ganas de reír. En
alguna parte de su mente, Nick se dio cuenta de que ninguna mujer le
había producido jamás un efecto semejante, pero no tenía ganas de
buscarle una explicación. Por el momento se contentaba con solazarse en
el presente e ignorar el poco futuro que le quedaba.
–En estas circunstancias –susurró, sonriendo mientras le pasaba los nudillos por la mejilla–, ¿qué debí haber hecho o dicho?
–Bueno, como bien sabes, no tengo mucha experiencia en momentos como éste...
–Ni la menor experiencia, en realidad... –le recordó él, repentinamente fascinado por ello.
–Pero he leído centenares de novelas con escenas de amor.
–Esto no es una novela.
–Cierto, pero existen similitudes.
–Nómbrame una –bromeó él, aturdido por el júbilo que ella le provocaba.
Para su sorpresa, Miley se puso seria, pero había una expresión maravillada en sus ojos cuando miró los suyos.
–Para empezar –susurró–, la mujer muchas veces siente lo que sentí yo cuando estabas dentro de mí.
–¿Y qué sentiste? –preguntó él, sin poder contenerse.
–Me
sentí querida –contestó Miley con voz entrecortada–. Y necesitada.
Desesperadamente necesitada. Y muy, muy especial. Me sentí... completa.
El corazón de Nick se contrajo con una emoción tan intensa que le dolió.
–¿Entonces por qué llorabas?
–Porque a veces la belleza me hace eso –contestó ella en susurros.
Nick miró sus ojos resplandecientes y vio la belleza suave y el espíritu indomable que hacen llorar a un hombre.
–¿Alguien te ha dicho que tienes la sonrisa de la madonna de Miguel Ángel?
Miley abrió la boca para protestar pero él se lo impidió con un beso.
–¿No te parece un comentario un poco sacrilego, considerando lo que acabamos de hacer?–preguntó. Nick sofocó una carcajada.
–No, pero probablemente lo sea cuando consideres lo que estamos por hacer ahora.
Ella bajó la cabeza.
–¿Qué?
Nick empezó a sacudirse de risa, por el mero júbilo que ella le producía, mientras su boca iniciaba un suave descenso.
–Ya te lo mostraré.
Miley contuvo el aliento y arqueó las caderas ante el sensual ataque de sus manos y su boca.
La risa desapareció de la mente de Nick, reemplazada por algo mucho más profundo.
hahhaha me encanto, cuandto espera para que pasara esto, y paso, siguela Jenifer espero que subas algo para el viernes
ResponderEliminarHola :3 Bueno termine de leer esta nove y de verdad que me encanta... Espero que subas pronto :)
ResponderEliminar