jueves, 1 de noviembre de 2012

Perfecta Cap: 19

Viajaron en silencio durante la media hora siguiente; sólo intercambiaron un ocasional comentario sobre el mal tiempo y las pésimas condiciones climáticas para viajar, pero Miley observaba el costado del camino, esperando un cartel indicador que le permitiera poner en práctica su plan. Cualquier cartel indicador que anunciara la proximidad de un restaurante de comidas rápidas le serviría. Cuando por fin vio uno, los latidos de su corazón se aceleraron.
–Ya sé que no quieras entrar en un restaurante, pero yo estoy muerta de hambre –dijo en tono agradable–. El cartel indica que dentro de poco llegaremos a un McDonald's. Podríamos pedir algo de comer en el mostrador para autos.

Él miró el reloj y empezó a menear la cabeza, de manera que Miley se apresuró a seguir hablando.
–Necesito comer algo cada dos horas porque tengo... –vaciló un instante buscando frenéticamente el término médico exacto para un problema que ella no padecía–...¡hipoglucemia! Lo siento, pero si no como algo, me siento débil, me desmayo y...
–Está bien, pararemos aquí.
Miley tuvo que hacer un esfuerzo por contener un grito de triunfo cuando salió de la autopista y divisó los arcos del McDonald's. El restaurante se alzaba entre dos terrenos abiertos, con un parque de diversiones infantiles a uno de sus lados.
–Nos detenemos justo a tiempo –dijo Miley–, porque estoy tan mareada que no hubiera podido seguir manejando mucho más.
Ignorando los ojos entrecerrados de Nick, Miley entró en el McDonald's. A pesar de la tormenta, había varios autos en la playa de estacionamiento, aunque no tantos como ella hubiera deseado, y alcanzó a ver algunas familias sentadas dentro del restaurante. Siguió las indicaciones de los carteles, rodeó el edificio y se detuvo frente a la ventana donde se despachaban comidas directamente a los automóviles.
–¿Qué vas a comer? –preguntó.

Antes de su encarcelamiento Nick habría preferido quedarse todo el día sin comer antes que entrar en un restaurante de comidas rápidas. Pero en ese momento descubrió que se le hacía agua la boca ante el solo pensamiento de una hamburguesa con papas fritas. Ésa es una de las cosas que nos proporciona la libertad, pensó después de decirle a Miley lo que quería comer. 

La libertad lograba que el aire pareciera más puro y la comida más rica. También convertía al hombre en un ser más tenso y desconfiado, porque había algo en la sonrisa excesivamente brillante de su cautiva que lo llenaba de sospechas. 

Con sus enormes ojos azules y su sonrisa suave parecía fresca e ingenua, pero había pasado con demasiada rapidez de ser una prisionera aterrorizada y un rehén furioso a su actual actitud de aliada amistosa.
Miley repitió la orden junto al micrófono: dos hamburguesas, dos papas fritas, dos Coca Colas.
–Son $5,09 –informó una voz por el altoparlante–. Por favor diríjase a la primera ventanilla.
Cuando Miley detuvo el auto ante la ventanilla, notó que Nick metía la mano en el bolsillo en busca de dinero, y sacudió la cabeza con decisión, mientras abría la cartera.
–Yo pagaré –dijo, logrando mirarlo a los ojos–. Yo invito. Insisto.
Después de un instante de vacilación, Nick sacó la mano del bolsillo, pero frunció el entrecejo con gesto de desconfianza.
–Es muy amable de tu parte.
–Así soy yo. –Hablaba como una cotorra mientras sacaba el billete de diez dólares que contenía la nota en la que advertía que había sido secuestrada. Incapaz de seguir mirando a Nick, desvió la vista y la clavó en la adolescente de la ventanilla que la miraba con expresión de aburrida impaciencia.
–Son $5,09 –informó.
Miley le tendió el billete de diez dólares y la miró fijo, con expresión implorante. Su vida dependía de esa adolescente de aspecto aburrido y pelo sujeto en una cola de caballo. Como en cámara lenta, la vio desplegar el billete de diez dólares... La pequeña nota se desprendió y cayó al piso... La muchacha se inclinó, la recogió, se quitó de la boca la goma de mascar... Se irguió... Miró a Miley...
–¿Esto es suyo? –preguntó con la nota en la mano, mirando a los ocupantes del auto sin haberla leído.
–No sé –contestó Miley, tratando de obligarla a leer lo que decía–. Tal vez. ¿Qué dice...? –empezó a decir, pero sofocó un grito cuando Nicholas Jonas le aferró el brazo con una mano y le clavó la pistola en el costado.
–No te preocupes –dijo extendiendo la mano–. Esa nota es mía. Es parte de una broma. –La cajera miró la nota, pero era imposible saber si la había leído antes de tendérsela a Nicholas.
–Aquí tiene, señor –dijo, inclinándose y pasándosela a Nick. Miley apretó los dientes cuando Jonas le dedicó a la cajera una sonrisa falsa que hizo que la muchacha se ruborizara de placer mientras contaba el cambio que debía devolverle a Miley–. Aquí está el pedido –agregó.

Automáticamente Miley tomó las bolsas de comida y las Cocas, mientras con el rostro pálido le rogaba en silencio a la muchacha que llamara a la policía, al gerente, ¡a alguien! Le pasó las bolsas a Jonas sin animarse a mirarlo de frente. Las manos le temblaban con tanta violencia que casi se le cayeron las Coca Colas. Mientras ponía en marcha el auto y se alejaba de la ventanilla, esperó alguna clase de reacción por parte de él, pero no estaba preparada para la explosión de furia de Nick.
–¡Pu/tita imb/écil! ¿Estás tratando de conseguir que te mate? Estaciona el auto allí, en la playa, donde esa chica pueda vernos. Nos está mirando.
Miley obedeció mientras respiraba con agitación.
–Come esto –ordenó él, prácticamente metiéndole la hamburguesa en la boca–. Y sonríe después de cada bocado, o te juro por Dios que...
Miley volvió a obedecer. Masticaba sin tomarle el gusto a la comida, haciendo esfuerzos por tranquilizar sus nervios deshechos para poder volver a pensar. Dentro del auto, la tensión crecía hasta que se convirtió en algo vivo. Miley decidió hablar, simplemente para romper el silencio.
–¿M-me pasas m-mi C-coca, por favor? –pidió, extendiendo la mano hacia el piso donde estaban las bebidas. Nick le aferró la muñeca con una fuerza que amenazaba con romper sus huesos frágiles–. ¡Me estás lastimando! –gritó Miley, presa de una nueva oleada de pánico.

Él le apretó la muñeca aún con más fuerza antes de soltarla de repente. Ella se refugió contra la puerta del auto, apoyó la cabeza contra el respaldo y cerró los ojos, mientras se masajeaba la muñeca dolorida. Hasta ese momento, Jonas no había tratado de hacerle daño y ella se dejó engañar, convencida de que no era un criminal depravado sino más bien un hombre que se había vengado de su mujer en un acto de celos y locura.

«¿Por qué –se preguntó con desesperación– habré creído que no sería capaz de matar a una mujer a quien había tomado como rehén o a una pobre adolescente que podría haber hecho sonar la alarma y logrado su captura?»
La respuesta era que había sido engañada por los recuerdos, recuerdos de las maravillosas historias que publicaban las revistas sobre él, recuerdos de tantas horas pasadas en el cine con sus hermanos, y más adelante, con sus festejantes, en compañía de quienes admiraban a Nick y hasta fantaseaba a su respecto. 

A los once años le resultaba incomprensible que sus hermanos y todos sus amigos consideraran que Nick Jonas fuera un ser tan especial, pero pocos años después lo comprendió perfectamente. Era buen mozo, inalcanzable, atractivo, cínico, ingenioso y rudo. Y como Miley había estado becada en Europa mientras tuvo lugar el famoso juicio, desconocía todos los detalles sórdidos del caso, que podrían haber enlodado esas imágenes hermosas que en el cine parecían tan auténticas. La lamentable verdad era que cuando él le aseguró que era inocente, a ella le pareció posible que le estuviera diciendo la verdad, porque consideró lógico que huyera de la cárcel para demostrar su inocencia. Y por alguna razón incomprensible, una pequeña parte de su ser todavía se aferraba a esa posibilidad, posiblemente porque así le resultaba más fácil superar su temor; pero eso no disminuía su desesperación por alejarse de él. Aunque fuera inocente del crimen por el que lo habían encarcelado, eso no significaba que no estuviera dispuesto a matar para impedir que lo volvieran a encerrar. Y eso si era inocente... un si muy poco probable.
Se estremeció de miedo al oír el crujido de una de las bolsas del piso.
–Toma –dijo él, tendiéndole una Coca. Sin mirarlo, Miley extendió la mano y la tomó, con la vista fija en el parabrisas del auto.

En ese momento comprendió que su única esperanza de escapar sin que nadie resultara herido o muerto consistía en facilitarle la posibilidad de que él se fuera con el auto, dejándola atrás. Lo cual significaba que debía bajar del auto y a la vista de algunos testigos. Acababa de fracasar su primer intento de huida; ahora él sabía que estaba lo suficientemente desesperada como para volver a intentarlo. 

Estaría esperando. Vigilándola. Por lo tanto, cuando lo volviera a intentar, todo debía ser perfecto. Instintivamente sabía que no era probable que viviera para intentarlo por tercera vez. Por lo menos ya no tenía necesidad de seguir simulando que estaba de su lado.
–¡Vamos! –ordenó él de mal modo. En silencio, Miley puso el auto en marcha y salió de la playa de estacionamiento.

Un cuarto de hora después, él volvió a ordenarle que se detuviera junto a un teléfono público, e hizo otro llamado. No había vuelto a pronunciar una palabra, salvo para ordenarle que se detuviera, y Miley sospechaba que él debía de saber que el silencio le rompía más los nervios que cualquier otra cosa que pudiera hacer para intimidarla. Esa vez, mientras hablaba por teléfono, no dejó de mirarla un solo instante. Cuando volvió al auto, Miley no pudo seguir soportando un instante más ese silencio. Le dirigió una mirada altanera, señaló el teléfono público con la cabeza y dijo:
–¿Malas noticias?

Ante una rebelión tan incansable, Nick contuvo una sonrisa. El rostro bonito de Miley ocultaba un coraje obstinado y un ingenio ácido que lo tomaban continuamente desprevenido. En lugar de contestar que acababa de recibir muy buenas noticias, se encogió de hombros. Se había dado cuenta de que el silencio la carcomía.
–Sigue manejando –ordenó. Se recostó contra el respaldo del asiento y estiró las piernas.

Pocas horas después, un hombre muy parecido a él saldría de Detroit y entraría en Canadá por el túnel de Windsor. En la frontera se comportaría de manera tal que los empleados de la aduana lo recordarían. Cuando Nick continuara en libertad uno o dos días, esos empleados aduaneros lo recordarían y notificarían a las autoridades estadounidenses que era probable que el prófugo hubiera entrado en Canadá. 

Entonces la caza de Nick Jonas se centraría en ese país, dejándolo en libertad de continuar con el resto de su plan. Por lo tanto, durante una semana, lo más probable era que no tuviera nada que hacer, salvo relajarse y solazarse en su libertad. Eso, si no fuera por su molesta rehén. 

Ella era el único escollo en sus posibilidades de relajación. Un enorme escollo, pensó Nick, puesto que por lo visto no era tan fácil de sojuzgar como creyó en un principio. En ese momento manejaba despacio y le dirigía miradas llenas de enojo.
–¿Qué pasa? –preguntó Nick.
–El problema es que necesito ir al baño.
–¡Más tarde!
–Pero... –Nick la miró y Miley se dio cuenta de que no valía la pena discutir.
Una hora después cruzaron la frontera de Colorado, y él habló por primera vez.
–Un poco más adelante hay una plaza de estacionamiento para camiones. Abandona la autopista en la próxima salida y si el lugar parece seguro, nos detendremos allí.
El lugar resultó demasiado concurrido y no le gustó, de manera que transcurrió otra media hora antes de que encontraran una estación de servicio relativamente desierta, con el encargado ubicado entre los surtidores, de modo que se podía pagar la gasolina sin entrar en la oficina, y con baños en la parte exterior del edificio.
–Bajemos –ordenó–. Camina lentamente –advirtió cuando ella saltó del auto y se encaminó hacia el baño. Le tomó el codo como para ayudarla a caminar por la nieve y se mantuvo pegado a ella. Cuando llegaron al baño, en lugar de soltarle el brazo, abrió la puerta y le dio paso. Miley explotó.
–¿También pretendes entrar a mirar? –preguntó con furiosa incredulidad.
Nick la ignoró y estudió el pequeño baño, buscando ventanas. Al ver que no las había, la soltó.
–Apúrate. Y te aconsejo que no hagas ninguna tontería.
–¿Como qué? ¿Ahorcarme con papel higiénico? ¡Vete, maldito!
Liberó su brazo de un tirón y entró. Justo en ese momento se le ocurrió la solución obvia: cerraría la puerta con llave y se quedaría dentro. Lanzando un grito de triunfo para sus adentros, hizo girar la cerradura con la punta de los dedos al mismo tiempo que daba un portazo y apoyaba un hombro contra la puerta. La puerta se cerró con un satisfactorio ruido metálico, pero la cerradura parecía no encajar, y Miley tuvo la desagradable sensación de que él sostenía el picaporte del otro lado para impedir que se cerrara.
Desde afuera, Nick movió el picaporte, que giró en las manos de Miley, y el tono de divertida resignación de su secuestrador le indicó que no estaba equivocada.
–Te doy un minuto y medio. Después abriré la puerta, Miley.
¡Bárbaro! Además debe de ser un pervertido, pensó ella mientras terminaba con lo que había ido a hacer. Se estaba lavando las manos con agua helada cuando él abrió la puerta y anunció:
–Se te acabó el tiempo.
En lugar de subir al Blazer, Nick se quedó atrás, con las manos metidas en los bolsillos, empuñando el arma.
–Llena el tanque de gasolina –ordenó, acodándose contra el auto y observándola–. Paga –agregó, manteniendo la cara vuelta hacia otro lado para que no lo viera el encargado.

Por un momento, el sentido de economía de Miley pudo más que su frustración y su miedo, y ya empezaba a protestar cuando vio que Nick le tendía dos billetes de veinte dólares. Su resentimiento aumentó al comprobar que él reprimía una semisonrisa.
–¡Tengo la impresión de que esta situación está empezando a divertirte! –dijo con amargura, arrancándole el dinero de la mano.
Nick observó sus hombros rígidos y se recordó que sería mucho más inteligente y beneficioso tratar de neutralizar parte de la hostilidad de esa chica, como lo había intentado antes. Y sería aún mejor que conseguir ponerla de buen humor. Así que dijo con una risita:
–Tienes toda la razón del mundo. Creo que estoy empezando a divertirme.
–¡Cretino! –contestó ella.

El amanecer teñía de rosado el cielo gris cuando Miley pensó que quizá Jonas se hubiera quedado dormido. La había obligado a viajar por caminos secundarios, evitando las autopistas. Así, viajar en la nieve era tan traicionero que apenas había podido hacer un promedio de cuarenta y cinco kilómetros por hora. En tres oportunidades tuvieron que detenerse horas enteras en la ruta, a causa de accidentes, pero él la obligaba a seguir adelante.
Durante toda la noche los boletines radiales difundieron noticias de su huida, pero cuanto más se internaban en Colorado, menos se hablaba del tema, sin duda porque nadie esperaba que se dirigiera hacia el norte, lejos de los principales aeropuertos, estaciones ferroviarias y de ómnibus.


 El cartel que habían pasado un kilómetro antes indicaba que se acercaban a una zona de picnics y de descanso, y Miley rogaba que allí hubiera por lo menos algunos camiones, con los conductores dormidos en las cabinas. La idea más lógica que se le había ocurrido durante ese viaje interminable y extenuante era la única que cumplía con los dos requisitos indispensables para ella: obligarlo a alejarse con el auto y quedar atrás. En esas circunstancias, parecía un plan bastante seguro. 

Pensaba entrar en la zona de descanso y, cuando se hallara cerca de los camiones, frenar el Blazer, saltar del auto y pedir ayuda en voz tan alta como para despertar a los choferes dormidos. Después, si su fantasía se convertía en realidad, varios robustos camioneros –preferentemente hombres gigantescos y armados– despertarían, saltarían de los camiones y acudirían en su ayuda. 

Lucharían con Nick Jonas, lo arrojarían al piso, lo desarmarían y llamarían a la policía por las radios de sus camiones.
Ésa era la mejor de las posibilidades, pero aun en el peor de los casos, si sólo se despertaba un camionero y decidía investigar el motivo de sus gritos, estaba relativamente segura de poder librarse de Nicholas Jonas.

 Porque desde el momento en que creara la alarma y atrajera la atención, lo único sensato que él podía hacer era huir en el Blazer. No ganaba nada con quedarse allí y pegarle un tiro, y luego ir matando a un camionero tras otro, cuando el primer disparo alertara a todos los choferes. 

Eso sería tonto y Nick Jonas no tenía un pelo de tonto.
Miley se sentía tan segura de ello que estaba dispuesta a apostar su vida.

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