Viajaron en silencio durante la
media hora siguiente; sólo intercambiaron un ocasional comentario sobre
el mal tiempo y las pésimas condiciones climáticas para viajar, pero Miley observaba el costado del camino, esperando un cartel indicador
que le permitiera poner en práctica su plan. Cualquier cartel indicador
que anunciara la proximidad de un restaurante de comidas rápidas le
serviría. Cuando por fin vio uno, los latidos de su corazón se
aceleraron.
–Ya sé que
no quieras entrar en un restaurante, pero yo estoy muerta de hambre
–dijo en tono agradable–. El cartel indica que dentro de poco llegaremos
a un McDonald's. Podríamos pedir algo de comer en el mostrador para
autos.
Él miró el reloj y empezó a menear la cabeza, de manera que Miley se apresuró a seguir hablando.
–Necesito
comer algo cada dos horas porque tengo... –vaciló un instante buscando
frenéticamente el término médico exacto para un problema que ella no
padecía–...¡hipoglucemia! Lo siento, pero si no como algo, me siento
débil, me desmayo y...
–Está bien, pararemos aquí.
Miley tuvo que hacer un esfuerzo por contener un grito de triunfo cuando
salió de la autopista y divisó los arcos del McDonald's. El restaurante
se alzaba entre dos terrenos abiertos, con un parque de diversiones
infantiles a uno de sus lados.
–Nos detenemos justo a tiempo –dijo Miley–, porque estoy tan mareada que no hubiera podido seguir manejando mucho más.
Ignorando
los ojos entrecerrados de Nick, Miley entró en el McDonald's. A pesar
de la tormenta, había varios autos en la playa de estacionamiento,
aunque no tantos como ella hubiera deseado, y alcanzó a ver algunas
familias sentadas dentro del restaurante. Siguió las indicaciones de los
carteles, rodeó el edificio y se detuvo frente a la ventana donde se
despachaban comidas directamente a los automóviles.
–¿Qué vas a comer? –preguntó.
Antes
de su encarcelamiento Nick habría preferido quedarse todo el día sin
comer antes que entrar en un restaurante de comidas rápidas. Pero en ese
momento descubrió que se le hacía agua la boca ante el solo pensamiento
de una hamburguesa con papas fritas. Ésa es una de las cosas que nos
proporciona la libertad, pensó después de decirle a Miley lo que
quería comer.
La libertad lograba que el aire pareciera más puro y la
comida más rica. También convertía al hombre en un ser más tenso y
desconfiado, porque había algo en la sonrisa excesivamente brillante de
su cautiva que lo llenaba de sospechas.
Con sus enormes ojos azules y su
sonrisa suave parecía fresca e ingenua, pero había pasado con demasiada
rapidez de ser una prisionera aterrorizada y un rehén furioso a su
actual actitud de aliada amistosa.
Miley repitió la orden junto al micrófono: dos hamburguesas, dos papas fritas, dos Coca Colas.
–Son $5,09 –informó una voz por el altoparlante–. Por favor diríjase a la primera ventanilla.
Cuando Miley detuvo el auto ante la ventanilla, notó que Nick metía la mano
en el bolsillo en busca de dinero, y sacudió la cabeza con decisión,
mientras abría la cartera.
–Yo pagaré –dijo, logrando mirarlo a los ojos–. Yo invito. Insisto.
Después de un instante de vacilación, Nick sacó la mano del bolsillo, pero frunció el entrecejo con gesto de desconfianza.
–Es muy amable de tu parte.
–Así
soy yo. –Hablaba como una cotorra mientras sacaba el billete de diez
dólares que contenía la nota en la que advertía que había sido
secuestrada. Incapaz de seguir mirando a Nick, desvió la vista y la
clavó en la adolescente de la ventanilla que la miraba con expresión de
aburrida impaciencia.
–Son $5,09 –informó.
Miley le tendió el billete de diez dólares y la miró fijo, con expresión
implorante. Su vida dependía de esa adolescente de aspecto aburrido y
pelo sujeto en una cola de caballo. Como en cámara lenta, la vio
desplegar el billete de diez dólares... La pequeña nota se desprendió y
cayó al piso... La muchacha se inclinó, la recogió, se quitó de la boca
la goma de mascar... Se irguió... Miró a Miley...
–¿Esto es suyo? –preguntó con la nota en la mano, mirando a los ocupantes del auto sin haberla leído.
–No
sé –contestó Miley, tratando de obligarla a leer lo que decía–. Tal
vez. ¿Qué dice...? –empezó a decir, pero sofocó un grito cuando Nicholas
Jonas le aferró el brazo con una mano y le clavó la pistola en el
costado.
–No te
preocupes –dijo extendiendo la mano–. Esa nota es mía. Es parte de una
broma. –La cajera miró la nota, pero era imposible saber si la había
leído antes de tendérsela a Nicholas.
–Aquí
tiene, señor –dijo, inclinándose y pasándosela a Nick. Miley apretó
los dientes cuando Jonas le dedicó a la cajera una sonrisa falsa que
hizo que la muchacha se ruborizara de placer mientras contaba el cambio
que debía devolverle a Miley–. Aquí está el pedido –agregó.
Automáticamente Miley tomó las bolsas de comida y las Cocas, mientras con el rostro
pálido le rogaba en silencio a la muchacha que llamara a la policía, al
gerente, ¡a alguien! Le pasó las bolsas a Jonas sin animarse a mirarlo
de frente. Las manos le temblaban con tanta violencia que casi se le
cayeron las Coca Colas. Mientras ponía en marcha el auto y se alejaba de
la ventanilla, esperó alguna clase de reacción por parte de él, pero no
estaba preparada para la explosión de furia de Nick.
–¡Pu/tita
imb/écil! ¿Estás tratando de conseguir que te mate? Estaciona el auto
allí, en la playa, donde esa chica pueda vernos. Nos está mirando.
Miley obedeció mientras respiraba con agitación.
–Come
esto –ordenó él, prácticamente metiéndole la hamburguesa en la boca–. Y
sonríe después de cada bocado, o te juro por Dios que...
Miley volvió a obedecer. Masticaba sin tomarle el gusto a la comida, haciendo
esfuerzos por tranquilizar sus nervios deshechos para poder volver a
pensar. Dentro del auto, la tensión crecía hasta que se convirtió en
algo vivo. Miley decidió hablar, simplemente para romper el silencio.
–¿M-me
pasas m-mi C-coca, por favor? –pidió, extendiendo la mano hacia el piso
donde estaban las bebidas. Nick le aferró la muñeca con una fuerza que
amenazaba con romper sus huesos frágiles–. ¡Me estás lastimando! –gritó Miley, presa de una nueva oleada de pánico.
Él
le apretó la muñeca aún con más fuerza antes de soltarla de repente.
Ella se refugió contra la puerta del auto, apoyó la cabeza contra el
respaldo y cerró los ojos, mientras se masajeaba la muñeca dolorida.
Hasta ese momento, Jonas no había tratado de hacerle daño y ella se dejó
engañar, convencida de que no era un criminal depravado sino más bien
un hombre que se había vengado de su mujer en un acto de celos y locura.
«¿Por
qué –se preguntó con desesperación– habré creído que no sería capaz de
matar a una mujer a quien había tomado como rehén o a una pobre
adolescente que podría haber hecho sonar la alarma y logrado su
captura?»
La respuesta
era que había sido engañada por los recuerdos, recuerdos de las
maravillosas historias que publicaban las revistas sobre él, recuerdos
de tantas horas pasadas en el cine con sus hermanos, y más adelante, con
sus festejantes, en compañía de quienes admiraban a Nick y hasta
fantaseaba a su respecto.
A los once años le resultaba incomprensible
que sus hermanos y todos sus amigos consideraran que Nick Jonas fuera un
ser tan especial, pero pocos años después lo comprendió perfectamente.
Era buen mozo, inalcanzable, atractivo, cínico, ingenioso y rudo. Y como Miley había estado becada en Europa mientras tuvo lugar el famoso
juicio, desconocía todos los detalles sórdidos del caso, que podrían
haber enlodado esas imágenes hermosas que en el cine parecían tan
auténticas. La lamentable verdad era que cuando él le aseguró que era
inocente, a ella le pareció posible que le estuviera diciendo la verdad,
porque consideró lógico que huyera de la cárcel para demostrar su
inocencia. Y por alguna razón incomprensible, una pequeña parte de su
ser todavía se aferraba a esa posibilidad, posiblemente porque así le
resultaba más fácil superar su temor; pero eso no disminuía su
desesperación por alejarse de él. Aunque fuera inocente del crimen por
el que lo habían encarcelado, eso no significaba que no estuviera
dispuesto a matar para impedir que lo volvieran a encerrar. Y eso si era
inocente... un si muy poco probable.
Se estremeció de miedo al oír el crujido de una de las bolsas del piso.
–Toma
–dijo él, tendiéndole una Coca. Sin mirarlo, Miley extendió la mano y
la tomó, con la vista fija en el parabrisas del auto.
En
ese momento comprendió que su única esperanza de escapar sin que nadie
resultara herido o muerto consistía en facilitarle la posibilidad de que
él se fuera con el auto, dejándola atrás. Lo cual significaba que debía
bajar del auto y a la vista de algunos testigos. Acababa de fracasar su
primer intento de huida; ahora él sabía que estaba lo suficientemente
desesperada como para volver a intentarlo.
Estaría esperando.
Vigilándola. Por lo tanto, cuando lo volviera a intentar, todo debía ser
perfecto. Instintivamente sabía que no era probable que viviera para
intentarlo por tercera vez. Por lo menos ya no tenía necesidad de seguir
simulando que estaba de su lado.
–¡Vamos! –ordenó él de mal modo. En silencio, Miley puso el auto en marcha y salió de la playa de estacionamiento.
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