—Me importa un comino si me arrojan en el más profundo y fangoso pozo durante toda la eternidad. Pertenezco a este sitio y nadie me obligará a irme. ¡Nadie!
Miley Devereaux respiró hondo y se esforzó por no discutir mientras intentaba alcanzar el cierre de las esposas que su hermana Selena había usado para atarse al portón de hierro forjado que rodeaba la famosa Jackson SquareÀ. Selena había escondido la llave en su sostén, y Miley no tenía ningún deseo de buscarla allí.
No había duda de que las arrestarían, incluso en Nueva Orleáns.
Por suerte no había mucha gente en la calle a mitad de Octubre, justo al atardecer, pero quienes andaban por allí las miraban fijamente mientras pasaban junto a ellas. No era que a Miley le importara. Estaba más que acostumbrada a que la gente la observara y pensara que era extraña. Hasta demente.
Ella se enorgullecía de ambas cosas. También se enorgullecía de estar disponible para sus amigos y su familia en medio de una crisis. Y ahora mismo, su hermana mayor estaba en una confusión emocional sólo menor a la vez que su esposo, Bill, había estado en un accidente de auto que casi lo había matado.
Miley buscó torpemente la cerradura. Lo último que quería era que arrestaran a su hermana.
Otra vez.
Selena intentó apartarla de un empujón, pero Miley se rehusó a ceder, así que Selena la mordió.
Miley dio un salto hacia atrás gritando mientras sacudía la mano en un intento de aliviar el dolor. Para nada arrepentida, Selena se extendió sobre los escalones empedrados que conducían al Parque con un par de vaqueros rasgados y un enorme suéter azul marino que, evidentemente, pertenecía a Bill. Su largo y rizado cabello castaño estaba trenzado y extrañamente serena. Nadie reconocería a Madame Selene, como era conocida por los turistas, excepto por el gran letrero que sostenía, que decía: “Los psíquicos también tienen derechos.”
Desde que habían aprobado esa *beep* y necia ley que decía que los psíquicos ya no podían leer las cartas a los turistas en el Parque, Selena había estado luchando contra eso. Antes, la policía la había sacado a la fuerza del edificio federal por protestar, así que Selena había ido hacia allí para encadenarse al portón, no muy lejos de donde una vez había colocado su mesa plegable para leer el futuro de otras personas.
Era una lástima que no pudiese ver su propio destino con tanta claridad como lo veía Miley. Si Selena no se soltaba de la bendita verja, pasaría la noche en la cárcel.
Alterada y furiosa, Selena continuó agitando su cartel. No había modo de hacerla entrar en razón. Pero Miley también estaba acostumbrada a eso. Las emociones fuertes, la obstinación y la demencia eran habituales en su familia cajun-rumana.
—Vamos, Selena —dijo, intentando tranquilizarla—. Ya ha oscurecido. No quieres ser carnada para los Daimons, ¿verdad?
—¡No me importa! —aspiró Selena, con mala cara—. De cualquier modo, los Daimons no se comerán mi alma, ya que no tengo la jodida voluntad de vivir. Sólo quiero que me devuelvan mi hogar. Este es mi sitio, y no me iré.
Puntualizó cada una de las últimas palabras con un golpe de su cartel contra las piedras.
—Bien.
Suspirando irritada, Miley se sentó cerca de ella, pero no tan cerca como para que Selena pudiese morderla otra vez. No iba a dejar a su hermana mayor allí afuera, sola. Especialmente porque Selena estaba tan molesta.
Si los Daimons no la atrapaban, un asaltante lo haría.
Así que las dos se sentaron inmóviles, sin nada que hacer: Miley vestida toda de negro con su cabello castaño oscuro sostenido por un pasador de plata, y Selena agitando su cartel a cualquiera que se les acercase, instándolos a firmar su petición para modificar la ley.
—Hey, Miley. ¿Cómo estás?
Era una pregunta retórica. Miley saludó con la mano a Bradley Gambieri, uno de los catedráticos que realizaba tours sobre vampiros alrededor del Barrio, que se dirigía al centro turístico a dejar algunos folletos más. Ni siquiera se detuvo mientras pasaba. Pero sí le frunció el ceño a Selena, quien lo llamó con un imaginativo apodo porque no quiso firmar su petición.
Qué bueno que las conocía, o podría haberse ofendido en serio.
Miley y su hermana conocían a la mayoría de los vecinos que frecuentaban el Barrio. Habían crecido allí, y habían rondado el área alrededor del Parque desde que eran adolescentes.
Por supuesto, las cosas habían cambiado con los años. Algunos de los negocios habían ido y venido. El Barrio era bastante más seguro en esta época de lo que había sido a fines de los '80 y principios de los '90. Sin embargo, algunas cosas eran iguales. La panadería, el Café Pontalba, el Café Du Monde, y el Corner Café estaban en el mismo lugar. Los turistas aún se reunían alrededor del Parque para mirar ávidamente la catedral y a los pintorescos nativos que pasaban por allí… y a los vampiros y asaltantes que aún acechaban las calles en busca de víctimas fáciles.
Los pelos de su nuca se le erizaron.
Miley movió su mano, instintivamente, hacia la vaina escondida en su bota que quedaba oculta por el fino tacón de siete centímetros y medio, mientras escrutaba la raleada multitud de octubre a su alrededor.
Durante los últimos trece años, Miley había sido una supuesta cazadora de vampiros. También era una de las pocas humanas en Nueva Orleáns que en realidad sabía lo que sucedía en esta ciudad por la noche. Tenía cicatrices por dentro y por fuera de sus batallas con los condenados. Y había prometido por su vida que se aseguraría que ninguno de ellos lastimase a nadie que estuviera bajo su cuidado.
Era un juramento que tomaba seriamente; mataría a cualquier cosa o persona si debía hacerlo.
Pero en cuanto su mirada encontró al alto y exóticamente sexy hombre que llevaba una mochila negra girando en la esquina del edificio Presbíteriano, se relajó.
Habían pasado un par de meses desde la última vez que él había estado en la ciudad. A decir verdad, ella lo había extrañado mucho más de lo que debería.
Contra su voluntad y su sentido común, había permitido que Acheron Parthenopaeus se colara dentro de su cauteloso corazón. Pero, por otra parte, era difícil no adorar a un hombre como Ash.
Su andar largo y sensual era imposible de ignorar, y cada mujer que estaba en el Parque, excepto la distraída Selena, quedó paralizada ante su presencia. Todas se detuvieron para verlo caminar, como obligadas por alguna fuerza invisible. Él era sexy de un modo en que muy pocos hombres lo eran.
Tenía un aura peligrosa y salvaje; y por sus lentos y lánguidos movimientos, era evidente que sería increíble en la cama. Era algo que sabías intrínsecamente al verlo, y que ondulaba por tu cuerpo como un chocolate caliente y seductor.
Con más de dos metros de estatura, Ash siempre sobresalía en una multitud. Al igual que ella, estaba vestido completamente de negro.
Su remera de GodsmackÀ colgaba fuera del pantalón y era un poquito grande, pero aún así no disminuía el hecho de que Ash estaba verdaderamente bien formado. Y sus pantalones de cuero hechos a medida se amoldaban a un trasero de una calidad tan increíble, que rogaba por un pellizco.
Y no es que ella alguna vez fuera a hacerlo. Había un aire indefinible a su alrededor que le advertía a la gente que mantuviera las manos alejadas si deseaban continuar respirando.
Miley sonrió al ver sus botas. Ash tenía algo con la ropa gótica alemana. Esta noche llevaba un par de botas de motociclista negras, que tenían nueve hebillas en forma de murciélago a lo largo.
Llevaba suelto su largo cabello negro, flotando sobre los hombros. Era el marco ideal para un rostro que era sobrenaturalmente hermoso y aún así totalmente masculino. Perfecto. Había algo acerca de Ash que hacía que cada hormona de su cuerpo se despertara y anhelara más.
Y además de todo su atractivo sexual, también había un aura tan oscura y mortal que le impedía pensar en él como algo más que un amigo.
Y él había sido un amigo desde que lo había conocido en la boda de su melliza, Amanda, tres años atrás. Desde entonces, sus caminos se habían cruzado repetidamente cuando él visitaba Nueva Orleáns y la ayudaba a vigilar la ciudad de sus depredadores.
Ahora era una parte habitual de su familia, especialmente porque se quedaba con frecuencia en casa de su melliza y era, de hecho, el padrino de la hija de Amanda.
Él se detuvo a su lado e inclinó la cabeza. Con sus anteojos de sol puestos, Miley no podía saber si estaba mirando a Selena o a ella. Pero era evidente que ambas lo preocupaban.
—Hola, hermoso bebé —dijo Miley. Sonrió al darse cuenta de que la camiseta de Ash rendía tributo a la canción “Vampiros”, de Godsmack. Qué extrañamente adecuado, ya que Ash era un inmortal que venía equipado con su propio par de colmillos—. Linda camiseta.
Ignorando su elogio, descolgó la mochila negra de su hombro y se subió los anteojos, para mostrar unos cambiantes ojos plateados que parecían destellar en la oscuridad.
—¿Cuánto tiempo ha estado Selena esposada a las rejas?
—Cerca de media hora. Se me ocurrió quedarme con ella y evitar que se convierta en kabobÀpara Daimons.
—Ojalá —refunfuñó Selena. Levantó la voz y abrió los brazos de par en par—. ¡Aquí estoy, vampiros, vengan y acaben con mi miseria!
Miley y Ash intercambiaron una mirada divertida e irritada ante su dramatismo.
Ash fue a sentarse junto a Selena.
—Hola, Lanie —dijo calmadamente, mientras depositaba la mochila a sus pies.
—Vete, Ash. No me iré de aquí hasta que anulen esa ley. Yo pertenezco a este Parque. Fui criada aquí.
Ash asintió, comprensivamente.
—¿Dónde está Bill?
—¡Él es un traidor! —gruñó Selena.
Miley respondió a la pregunta.
—Probablemente está en los tribunales, poniéndole hielo a sus partes privadas luego que Selena lo golpeó y lo acusó de ser “el hombre que la está oprimiendo”.
La expresión de Ash se suavizó, divertido por ese pensamiento.
—Se lo merecía —dijo Selena a la defensiva—. Me dijo que la ley es la ley y que debo acatarla. Al diablo con eso. No iré a ningún lado hasta que la modifiquen.
—Supongo que estaré aquí algún tiempo —dijo Miley nostálgicamente.
—Tú puedes hacerlos anular la ley —dijo Selena, volviéndose hacia Ash—. ¿Verdad?
Ash se recostó contra las rejas sin hacer comentarios.
—No te acerques demasiado a ella, Ash —lo advirtió Miley—. Es conocida por morder.
—Entonces somos dos —dijo él con una pizca de humor en la voz mientras sus colmillos asomaban brevemente—. Pero, por alguna razón, pienso que mi mordida podría doler un poquito más.
—No eres gracioso —dijo Selena malhumorada.
Ash pasó un brazo sobre el hombro de Selena.
—Vamos, Lane. Sabes que nada cambiará porque te quedes aquí. Tarde o temprano vendrá un policía…
—Y lo atacaré.
Ash la apretó con más fuerza.
—No puedes atacarlo por hacer su trabajo.
—¡Sí que puedo!
Él se las arregló para mantenerse en calma mientras trataba con la Reina de la Histeria.
—¿Realmente es eso lo que quieres hacer?
—No. Quiero que me regresen mi puesto —dijo Selena, con la voz quebrada por el dolor y la pena.
El propio pecho de Miley se había encogido, en una compasiva angustia por ella—. No lastimaba a nadie colocando mi mesa aquí. Este es mi espacio. ¡He tenido mi puesto en este sitio desde 1986! No es justo que ellos me obliguen a irme porque esos estúpidos artistas están celosos. De cualquier modo, ¿quién quiere una de sus pinturas de porquería del Parque? Son estúpidas. ¿Qué es Nueva Orleáns sin sus psíquicos? Sólo otra ciudad turística aburrida y deteriorada, ¡eso es lo que es!
Ash la abrazó, compasivamente.
—Los tiempos cambian, Selena. Créeme, lo sé, y a veces no hay nada que puedas hacer, excepto dejarlo pasar. Sin importar cuánto desees detener el tiempo, debe seguir adelante, y avanzar hacia otra cosa.
Miley escuchó la tristeza en su voz mientras consolaba a su hermana. Ash había estado vivo por más de once mil años. Recordaba a Nueva Orleáns en aquellos días en que apenas podía ser calificada como ciudad. En cuanto a eso, probablemente recordaba a Nueva Orleáns antes de que cualquier tipo de civilización la hubiese reclamado.
Si alguien sabía de cambios, era Acheron Parthenopaeus.
Ash secó las lágrimas del rostro de Selena y movió su mentón para que viera el edificio en la calle de enfrente.
—Sabes, ese edificio está en venta. “Lectura de Tarot y Boutique Mística y de Madame Selene.” ¿Puedes imaginarlo?
Selena resopló.
—Sí, seguro. Como si tuviera con qué comprarlo. ¿Tienes alguna idea de lo que valen los bienes inmuebles aquí?
Ash se encogió de hombros.
—El dinero no es un problema para mí. Pídelo y es tuyo.
Selena lo miró parpadeando, como si no pudiese creer lo que le estaba ofreciendo.
—¿En serio?
Él asintió.
—Podrías poner un cartel aquí mismo que indique a la gente tu flamante tienda, donde puedes leer las cartas hasta saciarte.
Viendo finalmente una solución a la demencia temporaria de su hermana, y agradecida a Ash por eso, Miley se sentó enfrente, para poder mirar a Selena.
—Siempre dijiste que te agradaría estar en algún sitio en el que no tengas que empaparte con la lluvia.
Selena se aclaró la garganta mientras lo pensaba.
—Sería lindo mirar desde el interior de un edificio que hacia él.
—Sí —dijo Miley—. Ya no te congelarías en el invierno ni te llenarías de ampollas en el verano. Aire acondicionado todo el año. No más arrastrar tu carrito hasta aquí y poner la silla y las mesas. Hasta podrías tener una La-Z-Boy en el cuarto trasero y llevar todo tipo de mazos de cartas de tarot. Tia estaría terriblemente celosa, ya que ha estado deseando tener una tienda más cercana al Parque. Piensa en eso.
—¿Lo quieres? —preguntó Ash. Selena asintió fervorosamente. Él extrajo su teléfono móvil y marcó un número—. Hey, Bob —dijo luego de una breve pausa—. Soy Ash Parthenopaeus. Hay un edificio en venta en St. Anne's en Jackson Square… sí, ese mismo. Lo quiero. —Le sonrió a Selena—. No, no necesito verlo. Sólo ten las llaves aquí por la mañana. —Apartó el teléfono—. ¿A qué hora puedes encontrarte con él, Selena?
—¿A las diez?
Él lo repitió en el teléfono.
—Sí, y haz la escritura a nombre de Selena Laurens. Pasaré mañana a la tarde a pagarte. Muy bien. Que tengas una buena noche.
Ash colgó y regresó el teléfono a su bolsillo.
Selena le sonrió.
—Gracias.
—No hay problema.
En el instante en que se puso de pie, la esposa cayó, abierta, de la mano de Selena.
Por dios, este hombre tenía terribles poderes. Miley no estaba segura de cuál era más impresionante. El que le había permitido quitar la esposa a Selena sin un rasguño, o el que le permitía gastar un par de millones de dólares sin parpadear.
Ash estiró la mano hacia Selena y la ayudó a ponerse en pie.
—Sólo asegúrate de tener muchas cosas brillantes y radiantes para que Simi compre cuando estemos por aquí.
Miley rió ante la mención de la demonio… algo de Ash… Miley aún no sabía si Simi era su novia o qué. Ellos tenían una relación muy extraña.
Simi exigía y Ash daba sin vacilar.
A menos que se tratara de Simi matando y comiendo a alguien. Esas eran las únicas ocasiones en que había visto a Ash ponerse firme con la demonio que mantenía oculta a la mayoría de sus Dark Hunters. La única razón por la que Miley sabía acerca de Simi era porque la demonio los acompañaba con frecuencia a ver películas.
Por alguna razón, Ash realmente amaba el cine, y Miley había estado yendo a ver películas con él en los últimos dos años. Sus favoritas eran las de terror y de acción. Mientras que Simi era un ser más excepcional y exigente, que lo obligaba a soportar películas de “chicas”, que generalmente dejaban a Ash gimiendo.
—¿Dónde está Simster esta noche? —preguntó Miley.
Ash pasó su mano sobre el tatuaje de dragón en su antebrazo.
—Anda por ahí. Pero es demasiado temprano para ella. No le gusta estar fuera al menos hasta las nueve.
Se colgó la mochila sobre el hombro.
Selena se puso en puntas de pies y tironeó a Ash hacia abajo, para poder abrazarlo.
—Tendré una línea completa de Kirk's Folly sólo para Simi.
Sonriendo, él le palmeó la espalda.
—No más esposas, ¿verdad?
Selena se apartó.
—Bueno, Bill dijo que podía protestar más tarde con él en el dormitorio, y en realidad estoy en deuda con él por esa patada que le di, así que…
Ash rió mientras Selena recogía las esposas de la calle.
—Y tú te preguntas por qué estoy loca —dijo Miley cuando Selena las metía en su bolsillo trasero.
Ash bajó sus anteojos para cubrir sus extraños ojos plateados.
—Al menos es divertida.
—Y tú eres demasiado caritativo —Pero eso era lo que más amaba Miley acerca de Ash. Él siempre veía lo bueno en todas las personas—. Entonces, ¿qué haces esta noche? —le preguntó mientras Selena doblaba su cartel hecho a mano.
Antes que él pudiera responder, una enorme Harley negra apareció rugiendo por St. Anne. Cuando llegó a la esquina que llevaría al conductor por Royal Street, la motocicleta se detuvo y apagó el motor.
Miley observó cómo el alto y grácil conductor, que estaba completamente cubierto en cuero negro, sostenía la motocicleta entre sus muslos con facilidad y se quitaba el casco.
Para su sorpresa, fue una mujer afro-americana, y no un hombre, quien depositó el casco delante de sí sobre el tanque de combustible de la moto y bajó el cierre de su chaqueta. Extremadamente hermosa, era delgada pero musculosa, con la piel medianamente oscura y un cutis perfecto. Llevaba su cabello negro azabache trenzado, y atado en una cola de caballo.
—Acheron —dijo, en un acento caribeño y cantarín—. ¿Dónde debería aparcar mi motocicleta?
Ash indicó la calle Decatur, detrás de él.
—Hay un estacionamiento público al otro lado del Brewery. Esperaré aquí hasta que regreses. —La mirada de la mujer fue hacia Miley, luego a Selena—. Son amigas —dijo Ash—. Miley Devereaux y Selena Laurens.
—¿Cuñadas de Kyrian? —Ash asintió—. Soy Janice Smith —les dijo a ellas—. Es un placer conocer a amigas de los Hunter.
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