sábado, 3 de agosto de 2013

Aferrate a la Noche - Cap: 4


Nicholas miró alrededor de la habitación. Había collares de Mardi Gras colgados por todas partes, sobre el espejo triple del antiguo tocador. En lugar de una alfombra Persa, había… un gigantesco mapa de rutas de autos de juguete. Había partes del cuarto que mostraban un gusto y una clase impecables, y otras partes que eran sencillamente espantosas.
Vaciló frente a lo que parecía ser un altar vudú.
—No lo sé —dijo JNicholas. Oigo una horripilante música que proviene del exterior, bocinas estruendosas, y estoy en una casa donde hay un pájaro cucú con un mohawk, un transvestido, y una lunática manipuladora de cuchillos.
—¿Por qué estás en casa de Miley? —preguntó Acheron.

Nicholas quedó apabullado ante la pregunta. ¿Acheron realmente la conocía?
Está bien, Acheron era un poquito excéntrico, pero hasta este momento, Nicholas había asumido que el Atlante tenía más sentido que para asociarse con humanos de tan poca clase.
—¿Perdón?
—Relájate —dijo Acheron bostezando—. Estás en buenas manos. Miley no te lastimará.
—¡Me apuñaló!
—Demonios —dijo Ash—. Le dije que no apuñalara a más Cazadores. Odio cuando hace eso.
—¿Tú lo odias? Soy yo quien tiene una herida pudriéndose.
—¿En serio? —preguntó Acheron—. Jamás conocí a un Dark Hunter que tuviese una herida podrida. Al menos no externamente.

Nicholas hizo rechinar sus dientes ante el descolocado humor del Atlante.
—No te encuentro divertido, Acheron.
—Sí, lo sé. Pero mira el lado bueno: eres el tercer Dark Hunter al que ha derribado hasta ahora. En ocasiones se entusiasma un poquito.
—¿Se entusiasma un poquito? Esa mujer es una amenaza.
—Nah, es una buena chica. A menos que seas un Daimon; entonces podría competir con Xanthippe.
Nicholas lo dudaba. Incluso la infame y regañona griega debía ser más sosegada que Miley.
La puerta se abrió y mostró a Miley entrando a la habitación con su ropa envuelta en plástico.
—¿Con quién estás hablando? —le preguntó.
—Mándale saludos —dijo Acheron un segundo más tarde.

Esta vez, Nicholas farfulló. No podía creer lo que estaba sucediendo. Que estos dos se conociesen tan bien.
Miró fijamente a Miley mientras ella colgaba su ropa en el pomo de la puerta del placard.
—Acheron te manda saludos.
Ella fue a pararse frente a él, se inclinó hacia delante y levantó la voz para que Acheron pudiese escucharla por el teléfono.
—Hola, bebé hermoso. ¿No deberías estar durmiendo?
—Sí, así es —le dijo Acheron a Nicholas.
—No llamas “bebé” a Acheron —le dijo Nicholas sombríamente a Miley.
Ella le bufó. Como un caballo.
—Tú no llamas “bebé” a Acheron porque… bueno, porque es sencillamente enfermo. Pero yo le digo “bebé” todo el tiempo.
Nicholas estaba impresionado.
¿Ella era…?
—No, no es mi novia —dijo Acheron del otro lado, como si pudiese escuchar los pensamientos de Nicholas  Le dejo eso a otro pobre bobo.
—Tienes que ayudarme, Acheron —dijo Nicholas  aferrando con más fuerza la sábana mientras se apartaba de Miley, quien continuaba persiguiéndolo por toda la habitación.
—Está bien, escucha. Aquí tienes un poco de ayuda. ¿Recuerdas tu preciado abrigo de cachemira?
Nicholas no podía imaginar cómo eso podría ayudarlo, pero a esta altura estaba dispuesto a intentar cualquier cosa.
—¿Sí?
—Cuídalo. Marla es más o menos de tu tamaño y definitivamente intentará robarlo si lo ve. Tiene un extraño fetiche con las chaquetas y los sobretodos, especialmente si han sido usados por hombres. La última vez que estuve en la ciudad, terminó quedándose con mi chaqueta de motociclista preferida.

Nicholas se quedó boquiabierto.
—¿Y cómo es que te relacionas con transvestidos, Acheron?
—Tengo muchos amigos interesantes, Nicholas y algunos de ellos incluso son unos completos y absolutos im/béciles.
Él se puso rígido.
—¿Eso iba dirigido a mí?
—No. Sólo pienso que eres demasiado tenso para tu propio bien. Ahora, si has terminado de retarme, me gustaría volver a dormir.
Ash colgó el teléfono.

Nicholas se quedó parado allí, sosteniendo su teléfono celular. Se sentía como si alguien hubiese cortado la línea con el preservador de su vida, y lo dejase a la deriva en aguas infectadas de tiburones.

Y la propia Jaws estaba allí, esperando para devorarlo.
Que Júpiter lo ayudara.
Miley levantó la almohada del piso y la devolvió a la cama. Se quedó quieta al ver la espalda de Nicholas  Diablos, tenía el trasero más lindo que había visto en cualquier hombre. Alguien debería ponerle una etiqueta de Calidad Superior. Apenas podía evitar acercarse y apretarlo, pero su postura rígida y helada la mantenía a raya.
Eso, y la multitud de cicatrices que desfiguraban su espalda. Parecía que alguien lo había golpeado repetidamente.
Pero, ¿quién se habría atrevido a hacer algo así?
—¿Estás bien? —le preguntó Miley mientras él iba hacia el tocador y dejaba su teléfono.
Él pasó su mano por el largo cabello y suspiró.
—¿Cuántas horas faltan hasta el atardecer?
—Un poquito más de cinco —Ella sentía que aún estaba enojado y confundido—. ¿Quieres regresar a la cama a dormir?
Él la miró cruel y amenazadoramente.
—Quiero ir a casa.
—Sí, bueno, te hubiese llevado a casa si Otto hubiera atendido su teléfono anoche.
—Suspendí a Guido por mal comportamiento —dijo Nicholas en voz baja.

Entonces su rostro se puso repentinamente pálido.
Miley sintió terror, seguido rápidamente por un dolor tan agudo que la hizo dar un respingo.
—¿Qué sucede? —preguntó.
—Necesito ir a casa inmediatamente.
—Bueno, a menos que tengas una relación muy especial con Apolo de la que deba enterarme, eso es tan probable como que yo gane la lotería, lo cual sería muy probable si Ash compartiera esos malditos números conmigo. Perverso canalla. No comparte nada —Sintió que una ola de desolada desesperación consumía a Nicholas  Instintivamente, fue hacia él y tocó suavemente su brazo—. Está bien, en serio. Te llevaré de regreso en cuanto caiga el sol.
Nicholas miró la mano que estaba apoyada sobre su bíceps. Ninguna mujer había puesto una mano desnuda sobre él en siglos. No era sexual. Era tranquilizante. La mano de alguien que le ofrecía consuelo.

Levantó la mirada hacia ella. Tenía unos ojos ardientemente azules.
Eran vivos e inteligentes. Más que nada, eran bondadosos, y la bondad no era algo a lo que Nicholas estuviese acostumbrado.
La mayoría de la gente lo miraba e instantáneamente sentía un fuerte desagrado. Como humano, lo había atribuido a su estatus de realeza, y a la fama bien merecida de su familia por su brutalidad.
Como Dark Hunter, se desprendía del hecho de que era romano, y como Roma y Grecia habían pasado siglos guerreando entre sí hasta que Roma finalmente había puesto a Grecia de rodillas, era de esperar que los griegos lo odiaran. Desgraciadamente, los griegos y las amazonas eran un grupo que decía lo que pensaba, que rápidamente había puesto a los demás Dark Hunters y Escuderos en contra de sus hermanos de origen romano.
A través de los siglos, Nicholas se había auto-convencido de que no necesitaba hermanos de armas, y hasta había comenzado a obtener una especie de mórbida diversión recordándoles su estatus de realeza Romana.

Desde el primer año de su renacimiento, había aprendido a golpear antes de ser golpeado.
Finalmente había adoptado la rígida formalidad y el sentido de decencia que su padre le había inculcado a golpes cuando era pequeño.
Pero esa formalidad se desvaneció ante la bondad del tranquilizador contacto de esta mujer.
Miley tragó mientras algo pasaba entre ellos. Su mirada oscura e intensa la atravesó y, por primera vez, no era desaprobatoria o prejuiciosa. Era casi tierna, y la ternura no era algo que ella esperara de un hombre con la reputación de Nicholas.
Él puso sus dedos contra la cicatriz en su mejilla. Ella no vio el desprecio que tenía la mayoría de los hombres en sus rostros cuando la veían. En cambio, él trazó suavemente la línea.
—¿Qué sucedió? —le preguntó.
Casi dijo “accidente de autos”. Había dicho esa mentira tanto tiempo que ahora era prácticamente automática. Sinceramente, era mucho más fácil decir la mentira que vivir la verdad.

Ella sabía lo espantoso que era su rostro. Su familia no tenía idea de cuántas veces los había oído por casualidad haciendo comentarios sobre su cicatriz. Cuántas veces Kyrian le había dicho a Amanda que él felizmente pagaría para que se hiciera una cirugía plástica.
Pero Miley había tenido terror de los hospitales desde que su tía había muerto por una sencilla amigdalectomía que había salido mal. Ella jamás elegiría hacerse algo sólo porque ya no era bonita. Si el resto del mundo no podía tratar con ella, era problema de ellos, no suyo.
—Un Daimon —dijo tranquilamente—. Dijo que quería darme un regalo especial para que siempre lo recordara —La mandíbula de Nicholas comenzó a temblar ante esas palabras, y ella sintió la furia que él sentía por ella—. Le daré crédito —dijo ella, con un nudo en la garganta—. Tenía razón. Pienso en él cada vez que me miro al espejo.

Nicholas dejó caer su mano hasta la cicatriz en su cuello, donde uno de los Daimons la había mordido. Si no fuese por Kyrian, que había venido en su rescate, probablemente hubiese muerto esa noche.
—Lo siento —susurró él.
Esas eran palabras que ella estaba segura que jamás habían salido de los labios de este hombre.
—Está bien. Todos tenemos cicatrices. Simplemente tengo suerte de que la mayoría de las mías estén en el exterior.
Nicholas estaba asombrado por su sabiduría. Jamás habría esperado tal profundidad de pensamiento en una mujer como ella. Ella apretó ligeramente su mano antes de quitarla de su cuello y apartarse.
—¿Tienes hambre?
—Estoy famélico —le respondió con sinceridad.
Como la mayoría de los Dark Hunters, él generalmente hacía tres comidas por noche. Una no mucho después de despertar al atardecer, otra alrededor de las diez u once de la noche, y la tercera alrededor de las tres o cuatro de la mañana. Como había sido herido bastante temprano, sólo había comido una vez la noche anterior.
—Bien, tengo una cocina muy bien surtida. ¿Qué te gustaría?
—Algo italiano.
Ella asintió.
—Suena bien. Ve a vestirte y nos encontramos abajo. La cocina es la puerta a la izquierda. No abras la de la derecha que tiene una etiqueta de “Riesgo biológico”. Esa conduce a mi tienda y allí no hay más que luz del sol. —Comenzó a dirigirse a la puerta cerrada detrás de sí, y entonces se detuvo—. A propósito, quizá quieras dejar tu abrigo en mi armario hasta que te vayas. Marla…
—Acheron ya me advirtió.
—Ah, bien. Nos vemos pronto.
Nicholas esperó hasta que ella se hubiera ido antes de ir a cambiarse. Mientras colgaba su abrigo en el armario, le sorprendió el hecho que ella tuviese tanta ropa negra como él. El único color en su armario era un vestido de satén rosa brillante que sobresalía fuertemente entre el mar de oscuridad. Eso, y una minifalda roja escocesa.

Fue la minifalda la que llamó su atención mientras una imagen no deseada de Miley vistiéndola lo atravesó, y se preguntó si tendría buenas piernas.
Siempre había apreciado un par de suaves y bien proporcionadas piernas femeninas. Especialmente cuando estaban envueltas a su alrededor.
Su cuerpo se endureció instantáneamente ante ese pensamiento. Nicholas hizo una mueca al sentirse de pronto como un pervertido parado frente a su armario, soñando despierto con ella.

Cerró la puerta inmediatamente y abandonó la habitación. El pasillo estaba pintado en un tono amarillo brillante que era un poco fuerte para sus sensibles ojos de Dark Hunter. Había un cuarto a través del pasillo que tenía la puerta abierta y mostraba un dormitorio ordenado, y decorado con buen gusto. Vio un vestido de lentejuelas plateadas sobre la antigua cama y una recargada peluca castaña reposando sobre una cabeza de goma-espuma detrás del mismo.
—Oh, hola, belleza —dijo Marla mientras salía de lo que debía ser un baño. Llevaba un turbante sobre su cabeza aparentemente pelada, y una bata rosa—. Demi está abajo.
—Gracias —dijo él, inclinando la cabeza.
—Uuuh, modales. Qué cambio agradable para Nicholas La mayor parte de los hombres que trae a casa son todos groseros rufianes. Excepto ese Ash Parthenopaeus, que es extraordinariamente educado. Pero él también es extraño. ¿Lo has visto alguna vez?
—Nos conocemos, sí.
Ella tembló visiblemente.
—Uuuh, me gusta el modo en que dices “conocemos”, bombón. Tienes un buen acento. Ahora será mejor que te vayas antes que robe más de tu tiempo. Dios sabe que te dejaré sordo si me dejas.

Sonriendo ante sus extravagantes gestos mientras lo ahuyentaba, Nicholas se despidió y cerró la puerta. Había algo extrañamente encantador en  Marla.
Bajó por la hermosa escalera de cerezo que conducía a un pequeño rellano. Frunció el ceño ante la etiqueta de “Riesgo biológico” que estaba justo donde Miley había dicho. Giró hacia la izquierda, donde dos puertas francesas, a las que les vendría bien un arreglo, llevaban hacia un pequeño comedor. Dentro había una vieja mesa campestre marrón y blanca y sillas de respaldo alto que, en algún momento, habían estado en mejores condiciones.

Las paredes estaban pintadas de un blanco brillante, y tenían colgados afiches con marcos blancos y negros de paisajes europeos tales como la Torre Eiffel, Stonehenge, y el Coliseo. Las persianas negras habían sido cerradas por él, para bloquear la luz del sol. Y un aparador negro estaba ubicado contra la pared más lejana. La parte superior estaba atestada de fotos y platillos de colección, incluyendo unos de Elvis y Elvira. Había dos grandes y antiguos candelabros de plata en cada extremo.
Pero lo que lo sorprendió fue una foto de 8 x 10 en el centro del aparador, de quien parecía ser Miley en un vestido de novia, junto a un hombre cuyo rostro estaba cubierto por una pequeña foto recortada de la cabeza de Russell Crowe.
Se estiró para quitar la foto.
—Allí estás —dijo Miley detrás de él.
Nicholas se quedó duro inmediatamente.
—¿Estás casada? —preguntó.
Ella frunció el ceño, hasta que vio la fotografía.
—Oh, por Dios, no. Esa es mi hermana Amanda en su boda. La bebé en la foto de al lado es su hija, Marissa.

Nicholas estudió la foto de la boda. Realmente no había ninguna diferencia entre las mujeres, excepto la cicatriz.
—¿Tienes una hermana gemela?
—Sí.
—¿Y por qué tu hermana está casada con Russell Crowe?
Miley rió.
—Ah, es una broma para mi cuñado, el santurrón y proselitista schlemiel.
Él la miró con picardía.
—Veo que no le tienes afecto.
—En realidad, lo quiero a morir. Es realmente bueno con mi hermana y mi sobrina, y es verdaderamente adorable a su propio modo. Pero, como tú, se toma a sí mismo demasiado en serio. Ustedes deberían relajarse y disfrutar más. La vida es demasiado corta… bueno, quizás no para ustedes, pero para el resto de nosotros, mortales, lo es.

Nicholas estaba fascinado por esta mujer que debería provocarle repulsión. Era vulgar y rústica y, aún así, era divertida y encantadora del modo más inesperado.
Ella dejó caer una pequeña lata roja sobre la mesa, de la cual sobresalía una cuchara de plástico entre lo que parecía ser una especie de macarrones y salsa marinara.


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