miércoles, 7 de agosto de 2013

Aferrate a la Noche - Cap: 5


Nicholas frunció el ceño.
—¿Qué es eso?
—Ravioles.
Él arqueó una ceja.
—Eso no son ravioles.
Ella observó la comida.
—Bueno, está bien. Son Carnarrones. Mi sobrina llama ravioles a cualquier cosa que venga en estas pequeñas latas para calentar en el microondas. —Apartó una silla para él—. Come.
Nicholas estaba horrorizado por lo que le estaba ofreciendo.
—¿Perdón? En realidad no esperas que coma eso, ¿verdad?
—Bueno, sí. Dijiste que querías algo italiano. Es italiano —Levantó la lata e indicó la etiqueta—. Mira. Chef Boyardee. Él sólo hace las mejores cosas.
Nicholas jamás había estado tan pasmado en toda su vida. Seguramente, ella estaba bromeando. —No como en tazones de papel y con cubiertos de plástico.
—¡Bueno, bueno, Sr. Presumido!. Lo siento si te ofendí, pero aquí en el planeta Tierra, el resto de nosotros los plebeyos tendemos a comer lo que esté a mano, y cuando nos dan algo, no lo cuestionamos.
Miley cruzó los brazos sobre su pecho mientras él se quedaba duro como una piedra. Si las miradas pudiesen matar, su pobre tazón de Carnarrones estaría hecho pedacitos.
—Me retiraré hasta el anochecer.
Hizo una majestuosa inclinación con la cabeza antes de dirigirse de regreso a las escaleras.
Miley se quedó boquiabierta mientras él se iba. Realmente estaba ofendido, y muy dentro, herido. A esto último no le encontraba ningún sentido. Ella era quien debería sentirse insultada. Recogiendo los Carnarrones, suspiró, tomó un bocado y regresó a la cocina.
Nicholas cerró cuidadosamente la puerta de la habitación de Miley  cuando lo que en verdad quería hacer era dar un portazo. Pero la nobleza no andaba a los golpes dentro de la casa. Eso era para los plebeyos. Los nobles mantenían sus emociones bajo un prudente dominio.
Y no se sentían heridos por la opinión de burdas mujeres sin refinamiento que los insultaban.
Había sido un tonto por pensar siquiera un momento que ella…
—No necesito agradarle a nadie —murmuró en voz baja.
Había vivido toda su vida sin que a nadie le importara un comino. ¿Por qué debería cambiar ahora?

Y aún así, no podía acallar a esa diminuta parte que anhelaba que alguien tuviera un comentario bondadoso hacia él. Un simple, “dile a Nicholas que le mando saludos”. Sólo una vez en su vida…
—Estás siendo un tonto —se gruñó a sí mismo.
Mejor ser temido que querido. Las palabras de su padre resonaron en sus oídos. La gente siempre traiciona a quien quiere, pero jamás a alguien a quien verdaderamente teme.
Era cierto. El temor mantenía a raya a la gente. Él, más que nadie, sabía eso.
Si sus hermanos le hubiesen temido…
Nicholas dio un respingo ante el recuerdo, y fue a sentarse en la silla de director de cine que estaba en una esquina de la habitación.
Estaba ubicada junto a una biblioteca que poseía una amplia variedad de novelas. Frunció el ceño mientras repasaba los títulos, que iban desde “Los últimos días de Pompeya” y “Vida y tiempo de Alejandro Magno” hasta las novelas de “Los Archivos Dresden” de Jim Butcher.

Qué mujer peculiar era Miley  Mientras Nicholas se estiraba para alcanzar un libro sobre la antigua Roma, su mirada recayó sobre el cesto de basura junto a la silla. Era grande, como los que la mayoría de las personas tenían en la cocina, pero lo que llamó su atención fue el pedazo de manga negra que asomaba bajo la tapa. Abriéndolo, encontró su camisa y su abrigo.
Su ceño se profundizó aún más mientras los extraía. Aún estaban cubiertos de sangre y desgarrados. Metió un dedo por el tajo en la espalda, donde el Daimon lo había cortado con una espada.
Pero él estaba vistiendo su…
Nicholas se puso de pie y se quitó su suéter de seda. Era Ralph Lauren, idéntica a la que llevaba la noche pasada. Había una sola explicación.
Miley le había comprado ropa nueva.
Fue hacia el armario y examinó el abrigo. No fue hasta entonces que notó que los botones eran de un tono cobre ligeramente diferente. Aparte de eso, era una copia exacta.
No podía creerlo. Sólo el abrigo le había costado mil quinientos dólares. ¿Por qué haría Miley algo así?
Deseando una respuesta, regresó escaleras abajo, donde la encontró sola en la cocina, cocinando.
Nicholas vaciló en el umbral. Estaba parada de costado a él, con un perfil perfectamente sereno. Era una mujer verdaderamente hermosa.

Sus vaqueros negros gastados se ceñían a unas largas piernas y un trasero extremadamente atractivo. Llevaba un suéter negro abotonado de mangas cortas que estaba en plena forma, dejando expuesta una gran cantidad de piel bronceada entre los vaqueros de tiro bajo y su ombligo, el cual, si no se equivocaba, estaba perforado.
Su largo cabello castaño estaba retirado hacia atrás, y se veía extrañamente tranquila parada descalza ante la cocina; un anillo de plata brillaba en un dedo de su pie derecho. La radio estaba encendida, pasando el tema “Sal en mis lágrimas” de Martin Briley. Las caderas de Miley se movían al compás de la música, en un ritmo erótico que era mucho más atractivo de lo que él quería admitir.
De hecho, apenas podía evitar acercarse a ella, inclinar su cabeza y probar un poco de la suculenta piel que lo llamaba.
Ella era una persona colérica, que seguramente lo cabalgaría bien. Él dio un paso adelante y ella se sobresaltó, y estiró su pie. Nicholas maldijo mientras dicho pie hacía contacto con su entrepierna, y se doblaba por el dolor.
—¡Oh, dios mío! —jadeó Miley al darse cuenta de que había golpeado a su huésped—. ¡Lo siento tanto! ¿Estás bien?
Él la miró amenazadoramente.
—No —gruñó, cojeando mientras se alejaba de ella.
Miley lo ayudó a ir hacia la banqueta plegable que guardaba en la pequeña cocina.
—Lo siento tanto, tanto —repitió mientras él se sentaba y mantenía su mano contra sí—. Debería haberte advertido que no anduvieras a hurtadillas detrás de mí.
—No andaba a hurtadillas —dijo él con los dientes apretados—. Estaba caminando.
—Espera, deja que te busque un poco de hielo.
—No necesito hielo. Sólo necesito un minuto para respirar y no hablar.
Ella levantó las manos en rendición.
—Toma tu tiempo.
Luego de ponerse de varios tonos interesantes, Nicholas finalmente se recuperó.
—Gracias a Júpiter que no tenías otro cuchillo en las manos —murmuró, y luego dijo más alto—: ¿Pateas de este modo a cada hombre que entra a tu casa?
—Oh, Señor, ¡otro más no! —dijo Marla mientras entraba a la habitación—. Miley, juro que es un milagro que tengas algo de vida personal con el modo en que tratas a los hombres.
—Oh, cállate, Marla. No lo hice a propósito… esta vez.
Marla puso los ojos en blanco mientras tomaba dos Coca-Colas dietéticas del refrigerador. Le pasó una a Nicholas.
—Sostén esto contra tu herida, dulzura. Ayudará. Y agradece que no eres Phil. Escuché que tuvieron que hacerle una operación de recuperación de testículo luego de que Miley lo atrapó poniéndole los cuernos.
Luego abrió su bebida y regresó arriba.
—Se lo merecía —le gritó Miley a Marla—. Tiene suerte que no se lo haya cortado.
Nicholas realmente no quería continuar con esa conversación. Se puso de pie y dejó la Coca-Cola sobre la mesada.
—¿Por qué estás cocinando?
Miley se encogió de hombros.
—Dijiste que no querías nada que proviniera de una lata, así que estoy preparándote pasta.
—Pero dijiste que…
—Digo muchas cosas que no quiero decir —Él la miró apagar el fuego y luego llevar la olla de pasta hirviendo hacia el fregadero. Una campana sonó—. ¿Te ocuparías de eso por mí?
—¿Ocuparme de qué? —preguntó.
—Del microondas.
Nicholas miró alrededor. Raramente había visto una cocina en toda su vida, y sabía muy poco acerca de los electrodomésticos con los que uno cocinaba. Tenía sirvientes para ese tipo de cosas.
La campana sonó otra vez.
Asumiendo que era el microondas, fue hacia el mismo y tiró de la manija. Dentro había un recipiente de salsa marinara. Tomó la manopla en forma de pez que reposaba frente al microondas y extrajo el recipiente.
—¿Dónde debería poner esto?
—Sobre la cocina, por favor.
Él hizo lo que le dijo.

Ella llevó un pequeño recipiente hacia donde él estaba parado y cubrió la pasta con salsa.
—¿Mejor? —preguntó, pasándoselo.
Nicholas asintió, hasta que su mirada bajó hacia los fideos. Parpadeó, incrédulo, mientras veía la forma de la pasta.
No. Seguramente lo estaba imaginando.
¿Era un…?
Se quedó boquiabierto al comprender que era lo que parecía ser. Pequeños penes de pasta nadaban en la salsa marinara roja.
—Oh, vamos —dijo Miley en un tono irritable—. No me digas que un General romano tiene problemas con el peneroni.
—¿Realmente esperas que coma esto? —preguntó, pasmado.
Ella le resopló.
—No te atrevas a usar esa actitud superior conmigo, compañero. Resulta que sé exactamente cómo vivían ustedes, los romanos. Cómo decoraban sus casas. Vienes de la tierra del falo, así que no actúes con tanto asombro porque te di un recipiente lleno de ellos para que comas. No es como si tuviera unas campanillas de viento de falos voladores colgadas en mi casa para rechazar al mal o algo así, aunque apuesto a que tú sí las tenías cuando eras humano.
Era cierto, pero habían pasado siglos desde que… pensándolo mejor, jamás había visto algo como esto.
Ella le alcanzó un tenedor.
—No es plata, pero es acero inoxidable. Estoy segura de que podrás arreglártelas.
Él aún estaba hipnotizado por la pasta.
—¿Dónde conseguiste esto?
—Vendo éstos y los senoronis en mi negocio.
—¿Senoronis?
—Me parece que puedes deducirlo.
Nicholas no sabía qué decir. Jamás había comido alimentos obscenos y, ¿qué tipo de negocio tenía si vendía semejante mercancía?
—La casa de Vetti —dijo Miley, con los brazos en jarras—. ¿Necesito decir más?
Nicholas estaba muy familiarizado con la casa Romana de la que ella hablaba, así como con sus escabrosos murales. Era verdad, su gente había sido bastante abierta con su sexualidad, pero él no había esperado para nada encontrarse cara a cara con ella en esta época moderna.
—Non sana est puella —dijo Nicholas en voz baja, que en latín quería decir “Esta chica está demente”.
—¿Quin tu istanc orationem hinc veterem antque antiquam amoves, vervex? —retrucó Miley. “¿Dejarías de usar ese idioma obsoleto, cabeza de oveja?”
Nicholas nunca se había sentido tanto insultado como divertido al mismo tiempo.
—¿Cómo es que hablas latín tan perfectamente?
Ella sacó un trozo de tostada de su horno.
—Tengo una maestría en Civilizaciones Antiguas. Mi hermana, Selena, tiene un doctorado. Cuando estábamos en la universidad pensábamos que era tonto insultarnos en latín.
—¿Selena Laurens? ¿La lunática con una mesa de cartas de tarot en la Plaza?
Ella lo miró ferozmente.
—Esa loca resulta ser mi adorada hermana mayor, y si la insultas otra vez, te dejaré cojeando… aún más.
Nicholas se mordió la lengua mientras iba hacia la mesa del comedor. Se había encontrado con Selena varias veces en los últimos tres años, y ninguno de esos encuentros había salido bien. Cuando Acheron la había mencionado por primera vez, Nicholas se había sentido deleitado ante la idea de tener a alguien con quien hablar, que conociera su cultura y su idioma.
Pero en cuanto Acheron los presentó, Selena había tirado su bebida sobre el rostro de Nicholas. Le había dicho cada insulto conocido por la humanidad e incluso había inventado un par.
Él no sabía por qué Selena lo odiaba tanto. Lo único que ella le decía era que era una lástima que él no hubiese muerto bajo una estampida de bárbaros, hecho pedazos.

Y ese era uno de sus más bondadosos deseos para su muerte.
Era más que seguro que la complacería mucho saber que su verdadera muerte había sido mucho más humillante y dolorosa que cualquiera de sus discursos rimbombantes.
Cada vez que él se aventuraba dentro de la Plaza para patrullar en busca de Daimons, ella le lanzaba maldiciones, así como cualquier cosa que tuviese a mano para arrojar en su dirección.
No cabían dudas de que se emocionaría al descubrir que su hermana lo había apuñalado. Su único lamento sería que él aún estuviese vivo y no muerto, tirado en una cuneta.
Miley se detuvo en la puerta y vio cómo Nicholas comía su pasta en silencio. Estaba rígidamente erguido y sus modales eran impecables. Parecía calmado y sosegado.
Pero también se veía increíblemente incómodo en su casa. Sin mencionar que parecía fuera de lugar.
—Ten —le dijo, acercándose para alcanzarle el pan.
—Gracias —dijo él mientras lo tomaba.
Frunció el ceño como si estuviera buscando un plato para el pan. Al final depositó el pan sobre la mesa y regresó a su excéntrica pasta.
Había un incómodo silencio entre ellos. Miley no sabía qué decirle. Era raro tener a este hombre en su presencia, cuando había oído tanto sobre él.
Y nada bueno.
Su cuñado y su mejor amigo, Julian, pasaban horas en fiestas familiares vociferando acerca de Nicholas y su familia, y el hecho de que Artemisa transfiriera a Nicholas a Nueva Orleáns por puro despecho, ya que no había querido dejar ir a Kyrian. Quizás eso era cierto. O quizás la diosa sólo había querido que Kyrian enfrentara su pasado y lo olvidara.
De cualquier modo, la persona que parecía más castigada por la decisión de Artemisa era Nicholas, a quien recordaban constantemente el odio de Kyrian y Julian.
Era gracioso que a ella no le pareciese tan malo.
Cierto, era arrogante y circunspecto, pero…
Había algo más en él. Ella podía sentirlo.
Miley fue a la cocina a buscarle algo para beber. Su primer idea fue darle agua, pero ya había sido maliciosa dándole el peneroni. Había sido un impulso infantil por el que ahora se sentía extremadamente culpable. Así que decidió abrir a la fuerza su armario de vinos y darle algo que, sin duda, apreciaría.
Nicholas levantó la mirada mientras Miley le alcanzaba un vaso de vino tinto. Esperaba a medias que fuese un penetrante y barato Ripple, y se sintió gratamente sorprendido ante el rico y aromático sabor, el buen cuerpo.
—Gracias —le dijo.
—De nada.
Cuando ella comenzaba a alejarse, él capturó su mano y la hizo detener.
—¿Por qué me compraste ropa nueva?
—¿Cómo sup…?
—Encontré la mía en la basura.
Ella se encogió, como si le molestase el hecho de que él se hubiera enterado de lo que había hecho.
—Debería haber vaciado el cubo. Demonios.
—¿Por qué no querías que lo supiera?
—Pensé que no la aceptarías. Era lo menos que podía hacer, ya que fui parte de la razón por la cual estaba arruinada.
Él le ofreció una sonrisa que entibió su corazón.
—Gracias, Miley.
Era la primera vez que decía su nombre. Su rico y profundo acento envió un temblor a través de ella. 
Antes de poder detenerse, colocó una mano sobre la mejilla de Nicholas. Casi esperaba que se apartara.
No lo hizo. Solamente la miró con esos curiosos ojos negros.
Ella estaba impresionada por su belleza. Por su dolor interior, que hacía que su propio corazón sufriera por él. Y antes de poder pensarlo mejor, inclinó la cabeza para poder capturar los labios de Nicholas con los suyos.
Nicholas estaba completamente desprevenido ante su movimiento. Ninguna mujer había iniciado un beso con él. Jamás. Miley era audaz en su exploración, exigente, y chisporroteó a través de su cuerpo como la lava
Acunando su rostro entre las manos, le correspondió.
Miley gimió ante el decadente sabor de su General. Su lengua rozó los colmillos de él, provocándole un escalofrío. Él era letal y mortal.
Prohibido.

Y para una mujer que se enorgullecía de no seguir las reglas de nadie excepto las propias, eso lo hacía aún más atractivo.
Lo empujó sobre la silla y se sentó a horcajadas sobre él.
Él no protestó. En cambio, dejó caer las manos del rostro de Miley y las paseó hasta su espalda, mientras ella quitaba el lazo de su cabello y liberaba los mechones gruesos y negros que se deslizaban como seda entre sus dedos.
Ella podía sentir su erección presionando contra el centro de su cuerpo, encendiendo aún más su deseo.
Había pasado tanto tiempo desde que había estado con un hombre. Tanto tiempo desde que había sentido un deseo tan potente como para envolverse de ese modo alrededor de uno. Pero deseaba muchísimo a Nicholas, aunque él debería estar completamente fuera de su menú.

La cabeza de Nicholas dio vueltas mientras Miley paseaba sus labios por la línea de su mandíbula, bajo su mentón, hacia su cuello. Su cálido aliento lo hizo arder. Habían pasado siglos desde que había tomado a una mujer que sabía qué era él.
Una mujer a la que no tenía que besar con cuidado por miedo a que ella descubriese sus colmillos.
Ni una sola vez había estado con una mujer tan excitante. Una que se encontrase tan abiertamente con él. Tan salvajemente. No había ningún tipo de miedo en esta mujer. Ninguna represión.
Ella era ardiente y apasionada, y completamente femenina.
Miley sabía que no debería estar haciendo esto. Los Dark Hunters no tenían permitido involucrarse con mujeres. No tenían permitida ninguna atadura emocional, excepto quizás con sus Escuderos.
Ella podía acostarse con Nicholas una sola vez, y entonces tendría que dejarlo ir.
Pero más que eso, toda su familia odiaba a ese hombre, y ella también debería odiarlo. Debería sentir repulsión por él. Pero no la sentía. Había algo acerca de él que era irresistible.

Contra toda cordura y razón, lo deseaba.
Simplemente estás excitada, Miley, déjalo ir.
Quizá era así de simple. Habían pasado casi tres años desde que había terminado con Eric, y en ese tiempo no había estado con nadie más. Nadie la había atraído como más que una curiosidad pasajera.
Bueno, excepto Ash, pero ella sabía que no debía insinuársele.
Y ni siquiera él la hacía arder de este modo. Pero él no tenía el dolor que Nicholas llevaba dentro; o si lo tenía, lo escondía mejor estando cerca suyo.
Sentía como si Nicholas la necesitara, de algún modo.
Justo cuando se estiraba para alcanzar el cierre de sus pantalones, sonó el teléfono.
Miley lo ignoró hasta que Marla usó su walkie-talkie para decir:
—Es Amanda, Miley. Dice que tomes el teléfono. Ahora.
Ella gruñó, frustrada. Le dio un beso rápido y caliente a Nicholas antes de levantarse.
—Por favor, no digas ni una palabra mientras estoy al teléfono —le advirtió.
Desde que Amanda se había casado con Kyrian, se había vuelto increíblemente psíquica, y si escuchaba la voz de Nicholas, sabría instantáneamente quién era. Miley estaba segura de eso. Era lo último que quería afrontar.
Tomó el teléfono que estaba en la pared de la cocina.
—Hey, Mandy, ¿qué necesitas?
Miley giró para ver a Nicholas mientras él se acomodaba. Echó atrás su cabello negro y colocó nuevamente el lazo que ella le había quitado.
Volvió a ser majestuoso y rígido mientras tomaba el tenedor y comenzaba a comer otra vez.
Su hermana continuaba parloteando acerca de una pesadilla, pero no fue hasta que el término “Daimon Spathi” apareció que Miley apartó su atención de Nicholas.
—Lo siento, ¿qué? —le preguntó a Amanda.
—Dije que tuve una pesadilla contigo, Miley  que te lastimaban gravemente en una pelea. Sólo quería asegurarme que estabas bien.
—Sí, estoy bien.
—¿Estás segura? Suenas un poco extraña.
—Me interrumpiste, estaba trabajando.
—Oh —dijo Amanda, aceptando la mentira, lo que hizo sentir a Miley un poquito culpable. Miley no estaba acostumbrada a ocultarle nada a su gemela—. Está bien. En ese caso, no te molesto más. Pero hazme el favor de cuidarte. Tengo una sensación realmente mala que no desaparece.
Miley también lo sentía. Era algo indefinible y, al mismo tiempo, persistente.
—No te preocupes. Ash está en la ciudad y hay un Dark Hunter extra al que trajo. Todo está bien.
—Está bien. Confío en que sabes cuidarte, pero… ¿Miley?
—¿Sí?
—Deja de mentirme. No me gusta.
Miley se sintió incómoda el resto de la noche. No podía apartar la idea de que incluso el aire a su alrededor era maligno. Contaminado. Algo estaba allí afuera, y estaba persiguiéndola.
Sólo desearía saber quién o qué era.
¿Por qué?
Nicholas no habló mucho mientras patrullaban, y no encontraron señal de ningún Daimon. Faltaba menos de una hora para el amanecer cuando regresaron a su casa en la calle Bourbon.
Nicholas se quedó parado detrás de ella mientras abría la puerta. Miley se detuvo al notar que él no hacía ningún movimiento para entrar.
—Has tenido un mal susto esta noche —dijo tranquilamente, mientras mantenía las manos en los bolsillos—. Deberías descansar, y te sentirás mejor.
Miley observó el modo en que la luz de la luna recortaba sus apuestos rasgos. La sinceridad que veía en esos atormentados ojos negros la perseguía.
—Sinceramente, no quiero estar sola. Realmente me gustaría que entraras.
—Miley…
Ella colocó los dedos sobre sus cálidos labios para sofocar su protesta.
—Está bien, Nick. Si no estás interesado en tener sexo conmigo, no lo tomaré como algo personal. Pero…

Él acalló sus palabras con un beso caliente. Miley gimió ante el sabor del romano mientras él colocaba una mano en su nuca y le enterraba los dedos en el cabello.
Envolviendo sus brazos alrededor de él, ella lo empujó hacia adentro y lo sujetó contra la pared para poder besarlo salvajemente. Tironeó de su ropa, prácticamente rasgando la camisa antes de darse cuenta que ni siquiera había cerrado la puerta.
La cerró de un golpe, puso el cerrojo y luego regresó a Nicholas.
—Marla —dijo él con voz ronca mientras ella se estiraba para desabrocharle el pantalón.
Miley maldijo. Nicholas tenía razón. Si Marla los escuchaba, iría a investigar.
—Sígueme —susurró, tomándolo de la mano para llevarlo arriba, a su dormitorio.
Afortunadamente, la puerta de Marla estaba cerrada. Miley lo metió en su habitación, luego cerró y trabó su propia puerta.
Debería estar nerviosa por esto, y sin embargo no lo estaba. Era como si una parte de ella necesitara esta intimidad con un hombre que era completamente odiado por toda su familia.
No tenía sentido.
Sin embargo aquí estaba, rompiendo cada tabú que conocía. Amanda la mataría por esto. Kyrian jamás la perdonaría.
Pero su corazón no quería escuchar ninguna razón. 

Contra toda cordura, quería a su General Romano.
Miley lo besó ferozmente, necesitando que él la alejara de su miedo.
Nicholas gruñó ante lo bien que ella sabía. No estaba acostumbrado a que una mujer tomara el mando en el sexo, y encontró que su falta de modestia era refrescante. Ella se apartó de sus labios el tiempo suficiente como para quitarse su propia camiseta antes de aferrarse a él otra vez.

Nicholas no podía pensar mientras Miley presionaba su cuerpo contra el de él. Sus pechos cubiertos de encaje eran pequeños y tentadores mientras rozaban su pecho. Ella bajó el cierre de su pantalón y bajó la mano para acariciar suavemente su miembro.
Él siseó de placer mientras ella pasaba las manos por su cadera, hacia su trasero. Lenta, seductoramente, le bajó el pantalón, desnudándolo para ella. Jamás había experimentado algo más erótico.
Arrodillándose frente a él, le quitó los zapatos, las medias, y luego le quitó el pantalón por completo.
Nicholas no comprendía a esta mujer. Le resultaba imposible creer que ella estuviera con él de este modo. Había pasado tanto tiempo desde que había estado con una mujer. Como Miley había señalado, la mayoría de las que había conocido eran formales e indiferentes en la cama.
Nunca apasionadas. No de este modo.
No como ella.
Ella era especial, muy valiosa, un extraño banquete que él quería saborear. Era ese fuego dentro de ella lo que lo entibiaba. Ese fuego que lo atraía contra su voluntad.
Miley se detuvo al sentir una extraña sensación proviniendo de él.
—¿Qué sucede, Nicholas? —susurró, poniéndose de pie ante él.
—Sólo estoy intentando comprender porqué estás conmigo.
—Porque me gustas.
—¿Por qué?
Ella se mordió el labio seductoramente antes de encogerse de hombros.
—Eres divertido de un modo raro, y eres bondadoso.
Él sacudió la cabeza.
—No soy bondadoso. Sólo sé cómo ser frío.
Ella enterró sus manos en el cabello desatado de él, y dejó que los sedosos mechones acariciaran sus dedos.
—A mí no me pareces frío, General.
Miley le pasó la lengua por el borde de su labio inferior antes de besarlo.
La cabeza de Nicholas daba vueltas ante sus acciones y sus palabras. Hambriento por ella, buscó detrás de su espalda y desabrochó su sostén. Sin dejar de besarlo, ella bajó los brazos y lo dejó caer al piso.

Él la atrajo hacia sí para que sus senos desnudos quedaran pegados al calor de su pecho. El aro plateado en forma de luna del ombligo rozó la cadera de Nicholas, ocasionándole una excitación ajena a él. Su entrepierna ardía de necesidad por ella.
Al igual que su corazón.
Jamás le había hecho el amor a una mujer a la que realmente le agradara. Como hombre, sus amantes habían sido alianzas políticas. Mujeres que sólo lo buscaban para reclamarlo como esposo o amante rico y bien emparentado.
Como Dark Hunter, sus relaciones amorosas habían sido con mujeres que ni siquiera lo conocían.
Pero Miley…
Gruñendo bajo, él terminó de desvestirla lo más rápido posible. El brillo de las farolas se colaba por las persianas, recortando el cuerpo desnudo de Miley  Era hermosa. Esbelta, musculosa. Él jamás había deseado tanto a nadie.
Nicholas la levantó del suelo y la sujetó contra la puerta.
Miley rió ante su fuerza. Ante su cruda y terrenal pasión. No, su General no era frígido. Era ardiente y excitante. Delicioso.
Sosteniéndola con nada más que la fuerza de sus brazos, él se deslizó profundamente en su interior.
Miley gimió gravemente mientras él la llenaba completamente.
—Eso es, bebé —gruñó ella—. Dame todo lo que tienes.
Nicholas enterró su cabeza contra su cuello e inhaló su cálida dulzura mientras la embestía. Ella tenía una pierna enlazada en su cintura. Él jamás le había hecho el amor a una mujer de este modo. Era animal y violento.
Y le encantaba.
Miley arqueó la espalda, tomándolo más adentro mientras se encontraba con él golpe a golpe. Tenía una pierna apoyada en el piso, que usaba para hacer fuerza contra él mientras levantaba y descendía su cuerpo sobre el de Nicholas, aumentando la profundidad de su penetración. Era lo único que él podía hacer para esperarla, mientras ella tomaba de él el mismo placer que él sentía con ella.
Nicholas acunó su seno con la mano mientras saboreaba la suave humedad del cuerpo de Miley acogiendo al suyo.
Él la observó morderse el labio mientras envolvía la otra pierna alrededor de su cintura y lo apretaba con fuerza entre sus muslos. Era increíble.
Ella lamió y provocó su cuello mientras él continuaba embistiendo por ambos.
Miley no podía pensar en nada más que en la sensación de su duro grosor dentro de ella. Su cuerpo le ardía y anhelaba el de él. Podía sentirse aferrándose a él, necesitándolo.
Y cuando llegó al orgasmo, tuvo que reprimir las lágrimas.
Nicholas gruñó mientras ella le recorría la espalda con las uñas y gemía en su oído. Y sin embargo, no era doloroso.
Sonrió ante la visión de Miley teniendo un orgasmo en sus brazos. Ella rió y ronroneó, luego acunó el rostro de Nicholas en sus manos antes de besarlo a ciegas.
Ese beso lo llevó más allá del límite. Podría jurar que vio las estrellas mientras su cuerpo se liberaba dentro del de ella.
La abrazó con fuerza hasta que el último temblor lo sacudió. Con la cabeza dando vueltas, apoyó la frente contra la puerta mientras ella deslizaba las piernas lentamente hacia abajo por su cuerpo.
—Eres salvaje, ¿cierto? —le preguntó ella juguetonamente, mordisqueando su hombro desnudo.


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