lunes, 21 de enero de 2013

Perfecta Cap.38

Y comprendía... Acababa de darse cuenta de que lo único que le interesaba a Nick era su cuerpo. Se suponía que no debía pensar; se suponía que no debía sentir, sólo se suponía que debía entretenerlo cuando estaba aburrido y abrir las piernas cada vez que a él se le daba la gana.
En ese momento Nick apoyó las manos sobre sus brazos y la atrajo hacia sí.
–¡Quítame las manos de encima! –siseó Miley, alejándose. Temblando de furia y angustia, se rodeó el cuerpo con los brazos y retrocedió hasta tener libre el paso hasta su dormitorio.
–¿Qué demonios estás tratando de conseguir?
–No trato de conseguir nada. ¡Acabo de darme cuenta de que eres un cretino insensible! –La mirada gélida de Nick al verla alejársele no fue nada comparada con la furia de Miley–. Cuando te vayas de aquí, piensas huir, ¿verdad? No tienes la menor intención de tratar de encontrar al verdadero asesino, ¿no?
–¡No! –exclamó él, furioso.
–¡Debes de ser el cobarde más grande del mundo! –exclamó Miley, demasiado enfurecida para atemorizarse ante la mirada asesina de Nick–. ¡Eso o quizá la hayas matado tú! –Abrió la puerta de su cuarto, se volvió y agregó–: ¡Me iré de aquí mañana por la mañana, y si intentas detenerme, será mejor que te prepares para utilizar esa arma!
Él le dirigió una mirada de total desprecio.
–¿Detenerte? –se burló–. ¡Gustosamente te llevaré la valija hasta el auto!
En cuanto terminó de decirlo, Miley se encerró en su cuarto, dando un portazo. Mientras luchaba contra las lágrimas, lo oyó entrar en su dormitorio. Se quitó los pantalones y se puso una remera que sacó de la cómoda. Recién después de acostarse y apagar la luz perdió el control. Levantó las frazadas hasta la altura de la barbilla, se colocó boca abajo y enterró la cara en la almohada. Lloró de vergüenza y de enojo ante su estupidez, su credulidad, y su humillación. Lloró hasta que no le quedaron lágrimas y se sintió extenuada. Después se acostó de lado y miró sin ver el paisaje invernal que se veía desde la ventana.
Mientras, en su dormitorio, Nick se sacó el suéter e hizo un esfuerzo por tranquilizarse y olvidar la escena del living, pero fue un esfuerzo inútil. Las palabras de Miley le repicaban en la cabeza, más dolorosas cada vez que recordaba su mirada de desprecio cuando lo llamó cobarde y asesino. Durante el juicio y los años de cárcel, se endureció a propósito, decidido a no volver a sentir nada, pero de alguna manera ella había conseguido hacerlo bajar la guardia. La odiaba por ello, y se odiaba por haber permitido que sucediera.
Arrojó el suéter sobre la cama y se sacó los pantalones. En ese momento se le ocurrió la única explicación posible para la reacción ridicula y volátil de Miley ante lo que él le dijo en el living... y quedó como petrificado cuando iba a arrojar los pantalones sobre la cama. Miley se creía enamorada de él. Por eso consideraba que tenía “derechos” en lo que a él se refería.
Posiblemente también creyera que él estaba enamorado de ella. Y que la necesitaba.
–¡Hijo de pu/ta! –exclamó arrojando los pantalones sobre la cama.
Él no necesitaba a Miley Mathison y muchos menos necesitaba la agregada sensación de culpa y la responsabilidad de una maestra cándida de pueblo chico que no conocía la diferencia entre deseo sexual y esa emoción nebulosa llamada amor. Sería mejor para ella que lo odiara. Y para él también. Mucho mejor. No había nada entre ambos, aparte de sexo, que los dos querían y que ella le negaba por una infantil necesidad de desquitarse.
Con la idea oscura y poco clara de demostrarle todo eso a Miley y de demostrárselo también a sí mismo, se encaminó hacia la puerta de su dormitorio y la abrió de un tirón.
Miley pensaba con angustia qué debía hacer al día siguiente si Nick se arrepentía de su intención de dejarla ir; en eso la puerta del dormitorio se abrió y Nick entró, desnudo.
–¿Qué quieres? –preguntó ella.
–Esa pregunta es casi tan est/úpida como tu decisión de dormir en esta cama porque yo no cedo a tus caprichos –se burló Nick.
Enfurecida por su obvia intención de dormir con ella, Miley se arrojó hacia el lado opuesto de la cama y se levantó, tratando de dirigirse hacia la puerta. Cuando llegó a los pies de la cama, él la retuvo y la apretó contra su pecho desnudo.
–¡Suéltame, maldito seas!
–Lo que yo quiero –informó él, respondiendo tardíamente a la pregunta de Miley– es lo mismo que tú quieres cada vez que nos miramos.
Miley echó atrás la cabeza y dejó de luchar, reuniendo fuerzas para el próximo paso que iba a dar.
–¡Cretino! ¡Si intentas violarme, te asesinaré con tu propia arma!
–¡Violarte! –repitió él con helado desprecio–. No soñaría con violarte. Dentro de tres minutos estarás suplicándome que te haga el amor.
Ella lo deseaba; deseaba con tanta fuerza el orgasmo que sabía que Nick le provocaría, que creyó morir.
–¡Vete al infierno! –jadeó.
–Estoy en el infierno –susurró él, y la besó, obligándola a abrir los labios. Abruptamente el beso de Nick fue más suave, y sus labios se movieron sobre los de ella, hambrientos, y empezó a mover lentamente las caderas para que Miley percibiera su erección–. Dime que me deseas –la urgió.
Atrapada entre la exquisita promesa del cuerpo excitado de Nick y la insistencia de su boca, Miley empezó a temblar con una necesidad incontrolable, y de su boca surgió un sollozo atormentado.
–Te deseo...
En cuanto ella capituló, él la penetró, moviendo las caderas con fuerza y en pocos instantes le provocó un orgasmo. Se retiró mientras Miley todavía se estremecía en medio de estertores y se levantó, liberándose de su abrazo.
–No demoré más de tres minutos –informó. El ruido de la puerta al cerrarse a sus espaldas fue como el sonido de campanas tocando a muerto.
Miley quedó tendida, físicamente expuesta, desnuda, temblando por la impresión, incapaz de creer que Nick fuese lo suficientemente vil como para demostrar sus palabras de esa manera. Emocionalmente agotada, se arrastró hasta la cabecera de la cama, levantó las frazadas del suelo y cerró los ojos. Pero no lloró. Nunca volvería a derramar una sola lágrima por ese hombre. Jamás.
Sentado en la oscuridad, junto a la chimenea encendida de su dormitorio, Nick se inclinó hacia adelante y apoyó la cabeza entre las manos, tratando de no pensar ni sentir. Había hecho lo que se propuso, y más; les había demostrado, a ella y a sí mismo, que no la necesitaba, ni siquiera sexualmente. Y le había demostrado a Miley que no era digno de ser amado ni de que volviera a preocuparse por él después de que se fuera, a la mañana siguiente.
Había cumplido sus metas de una manera brillante, elocuente, indeleble.
Jamás se había sentido más desolado ni más avergonzado.
Sabía que, después de esa noche, Miley nunca se creería enamorada de él. Lo odiaría. Pero no tanto como se odiaba él mismo. Se despreciaba por lo que acababa de hacerle y por la debilidad sin precedentes que lo instaba a volver a su lado y suplicarle que lo perdonara. Se irguió en la silla, miró la cama que habían compartido, pero supo que no podría dormir en ella, ahora que Miley estaba acostada en el cuarto contiguo, odiándolo.
Al amanecer del día siguiente, cuando Miley se levantó, las llaves del Blazer estaban sobre la cómoda y en la casa reinaba un silencio casi espectral. El dolor de la noche anterior se había convertido en una especie de insensibilidad, y se vistió casi sin darse cuenta de lo que hacía. Lo único que quería era irse de allí y no volver a mirar atrás, nunca mirar hacia atrás. Olvidarlo todo. Toda su atención estaba centrada en eso, en olvidar que había conocido a Nick y que fue lo suficientemente tonta como para enamorarse de él. Si el amor significaba convertirse en un ser tan vulnerable, no quería volver a enamorarse nunca. Sacó su bolso del armario, metió en él sus cosas y lo cerró.
Al llegar a la puerta del dormitorio se detuvo y miró alrededor, para asegurarse de no haber olvidado nada. Luego apagó la luz. Abrió la puerta en silencio y salió al living oscuro. Entonces se detuvo en seco, paralizada de impresión y de miedo. En la acuosa luz gris del amanecer alcanzó a ver la silueta de Nick contra el ventanal, de espaldas a ella, con la mano izquierda dentro del bolsillo del pantalón. Miley apañó la mirada y observó en silencio la puerta de salida, pero antes de que pudiera dar otro paso, Nick habló sin volverse.
–La lista de todos los que estaban en el set el día del asesinato está sobre la mesa baja.
Miley ignoró el repentino nudo que se le había formado en el pecho al darse cuenta de que después de todo Nick había cedido, y se obligó a seguir caminando hacia la puerta.
–¡No te vayas! –suplicó él con voz ronca–. ¡Por favor!
Ante el tono desesperado de Nick, a Miley se le retorció el corazón, pero su orgullo herido le gritó que sólo una tonta, insensata y sin dignidad permitiría que él se le acercara después de lo que había hecho la noche anterior, y siguió caminando. Cuando estiró el brazo para tomar el picaporte de la puerta trasera, la voz de Nick le llegó desde muy cerca. Estaba ahogado de emoción.
–¡Miley! ¡No, por favor!
La mano de Miley se negó a hacer girar el picaporte, sus hombros empezaron a ser sacudidos por violentos sollozos y tuvo que apoyar la cabeza contra la puerta, con la cara bañada en lágrimas. El bolso se le deslizó de las manos. Lloraba de vergüenza por su falta de fuerza de voluntad, y por miedo a un amor que no lograba controlar. Y mientras lloraba por sí misma, permitió que él la abrazara y la apoyara contra su pecho.
–Lo siento –susurró Nick, mientras hacía desesperados esfuerzos por consolarla, acariciándole la espalda, sosteniéndola con fuerza–. ¡Te pido que me perdones! ¡Por favor, perdóname!
–¡Cómo pudiste hacerme eso anoche! –sollozó ella–. ¡Cómo pudiste!
Nick tragó con fuerza y levantó la cara de Miley hacia la suya, porque quería que lo mirara. Consideraba que no merecía la protección del anonimato cuando admitiera su culpa.
–Lo hice porque me llamaste asesino y cobarde, y no lo pude soportar... me resultó insoportable, viniendo de ti. Y lo hice porque, tal como dijiste, soy un cretino insensible.
–¡Es cierto, lo eres! –exclamó ella, ahogándose con las palabras–. ¡Y lo horrible es que te amo a pesar de todo!
Nick la volvió a tomar en sus brazos y luchó por contener las palabras que ella quería oír, las palabras que expresaban lo que sentía. Pero en lugar de pronunciarlas la estrujó contra sí, le besó la frente y las mejillas, apoyó el mentón contra su pelo fragante y permitió que las palabras de Miley lo bañaran con su dulzura.
A los treinta y cinco años acababa de descubrir lo que era ser amado por sí mismo y no por razones ajenas... lo que era ser amado cuando no podía corresponder ofreciendo fortuna ni fama, ni siquiera respetabilidad... lo que era ser amado de una manera incondicional, por una mujer de extraordinario coraje y lealtad. En ese momento lo sabía, con tanta seguridad como sabía que si le llegaba a decir lo que él sentía por ella, ésas serían las cualidades que la harían esperarlo durante años después de que desapareciera. Pero aun así, no podía permitir que su dulce confesión pasara sin un solo comentario, así que refregó la mejilla contra el pelo de Miley y, con infinita ternura, le dijo otra verdad.
–Yo no lo merezco, mi amor.
–Ya sé que no lo mereces –bromeó Miley, llorosa, negándose a dejarse deprimir porque él no hubiera dicho que también la amaba.
Acababa de percibir en su voz una enorme emoción y el tormento que le causaba que ella se fuera. Había sentido cómo la apretaba entre sus brazos, y cómo le palpitaba el corazón dentro del pecho cuando ella le dijo que lo amaba. Y eso le bastaba. Tenía que bastarle. Cerró los ojos cuando Nick le acarició la nuca en un gesto sensual, pero cuando por fin habló, su voz tenía un tono de tremendo cansancio.
–¿Considerarías la posibilidad de volver a la cama conmigo durante algunas horas, y posponer nuestra conversación sobre el asesinato hasta que haya dormido un poco? Me pasé toda la noche en vela.
Miley asintió y se encaminó con él al dormitorio que nunca creyó volver a ver. Nick se quedó dormido en sus brazos y con la mejilla apoyada contra su pecho.
Sin poder dormir, Miley permaneció mirándolo, mientras jugueteaba con el pelo suave de su sien. Notó que el sueño no le suavizaba las facciones, posiblemente porque ni dormido encontraba paz. Tenía cejas oscuras y gruesas, y de repente se dio cuenta de que también sus pestañas eran espesas y muy oscuras. Cuando Miley cambió de posición para que él estuviera más cómodo, Nick apretó instantáneamente los brazos a su alrededor... sin duda para impedir que se fuera. El gesto posesivo inconsciente la hizo sonreír por lo innecesario. No tenía la menor intención de huir de allí.
Amaba a Nick con una feroz necesidad de protegerlo que la hacía sentir fuerte y sabia y maternal; lo amaba con una desesperación que la llevaba a sentirse indefensa y frágil y por completo sujeta a su control.
Y amaba todos esos sentimientos, por tensionantes que fuesen. El futuro era un sendero que no figuraba en los mapas, lleno de peligros y censuras. Miley se sentía en paz y en perfecta armonía con todo el universo.
Apoyó una mano contra la cara de Nick y lo meció con gesto protector. Después apoyó los labios contra el pelo oscuro de él.
–Te amo –susurró.

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