lunes, 28 de enero de 2013

Perfecta Cap: 46


–Las autoridades –contradijo Liam– decidieron que Nick era culpable, y lo arrestaron y sometieron a juicio. Debo desilusionarla, pero ellos serían los últimos que estarían dispuestos a reabrir el caso y quedar como tontos al tener que confesar que se equivocaron. Si encontráramos pruebas incontrovertibles de que el culpable es Austin o algún otro, se las daría a los abogados de Nick y a los medios de comunicación antes de pasárselas a las autoridades, para no darles la oportunidad de enterrarlas. El problema es que no tenemos muchas posibilidades de descubrir más de lo que ya sabemos. Ya hemos hecho hasta lo imposible para averiguar quién era la mujer que estaba con Austin. Austin niega que haya habido ninguna mujer. Afirma que el botones se equivocó y que cualquier voz que haya oído debe de haber sido la de alguna actriz de un programa de televisión. –Liam suavizó el tono de voz como si, al hacerlo, suavizara también el golpe que estaba por asestarle a Miley–. Nick comprende todo eso. Sabe que hay un noventa y nueve por ciento de probabilidades de que Austin sea el asesino, y también sabe que el sistema legal no hará nada al respecto, a menos que él o yo podamos entregarles un ciento por ciento de pruebas, y me temo que eso es imposible. 

Es importante que usted también entienda eso, Miley. Sólo le he dicho lo que hemos averiguado porque está decidida a reunirse con él, y porque pensé que la ayudaría si alguna vez empezara a dudar de la inocencia de Nick.
Miley rechazó de todo corazón esa lógica fatalista.
–Jamás dejaré de tener esperanzas. Rezaré, esperaré y le rogaré a Dios hasta que sus investigadores encuentren la prueba que necesitan.
Parecía dispuesta a desafiar al mundo entero por Nick e, impulsivamente, Liam la volvió a abrazar.
–Nick por fin tuvo suerte, al conocerla –dijo con ternura–. Usted siga rezando –agregó, soltándola–. Nos hará falta toda la ayuda que podamos recibir. –Sacó una tarjeta donde escribió dos números de teléfono y una dirección–. 

Estos son nuestros números de teléfono particulares de Chicago y de Carmel. Si no nos encuentra en ninguno de los dos lugares, llame a mi secretaria al número de mi oficina, que está impreso en la tarjeta, y pídale que le diga dónde estamos y cómo comunicarse con nosotros, sea donde fuere. La dirección que acabo de escribir es la de nuestra casa en Chicago. También se supone que debo entregarle este cheque de Nick.
Miley hizo un movimiento negativo con la cabeza.
–En su carta me explicó para qué era el cheque. No me hará falta.
–Lamento no poder hacer nada más –dijo Liam–. Realmente lo siento, por usted y por Nick.
–Le aseguro que ya ha hecho mucho. Y le agradezco que me haya dicho todo lo que me dijo.
Cuando Liam salió a esperar en el auto con Spencer O’Hara, Miley le tendió a Demi la ropa con que había viajado desde Colorado.
–He notado que Liam y Nick son de la misma altura y corpulencia, y yo soy alrededor de cinco centímetros más baja que tú. Por eso, y por otras cosas de las que me he enterado esta noche, creo que reconocerás esto. –Al ver que Demi asentía, Miley se las entregó–. Me las tuve que poner para viajar hasta aquí, pero las he hecho limpiar en la tintorería. Pensaba mandarlas de vuelta a la casa por corree; pero nunca supe la dirección.
–Quédate con ellas –dijo Demi con suavidad–, por los recuerdos que deben de encerrar.
Inconscientemente, Miley las acunó contra su pecho.
–Gracias.
Demi tragó con fuerza para superar el nudo de emoción que se le había formado en la garganta ante lo que acababa de saber.
–Estoy de acuerdo contigo en que muy pronto Nick se pondrá en contacto con mi marido. ¿Pero estás absolutamente segura de lo que intentas hacer? Sin duda quebrantarás alguna ley, y empezarán a buscarlos a los dos. Si tienes suerte, vivirás el resto de tu existencia ocultándote.
–Dime una cosa –dijo Miley, mirándola a los ojos–. Si Liam estuviera allá, en alguna parte del mundo, solo, queriéndote... si la carta que leíste esta noche te la hubiera escrito él, ¿qué harías? Contéstame con franqueza –agregó, temerosa de que su nueva amiga tratara de evadir la respuesta.
Demi suspiró.
–Tomaría el primer avión, barco, automóvil o camión que me llevara hasta él. –Abrazó a Miley y susurró–: Hasta mentiría y le diría que estoy embarazada con tal de que me dejara reunirme con él.
Alarmada, Miley se puso tensa.
–¿Qué te hace pensar que no estoy embarazada?
–Tu expresión cuando Liam te preguntó si lo estabas, y el hecho de que empezaras a negar con la cabeza antes de pensarlo mejor y detenerte.
–Pero no se lo dirás a Nick, ¿verdad?
–No se lo puedo decir –contestó ella con un suspiro–. Desde que nos casamos no le he ocultado nada, pero si le digo esto, él se lo repetiría a Nick. Lo haría para protegerlos a los dos, porque aunque trata de ocultarlo, lo que intentas hacer y los resultados que eso puede tener le dan un miedo terrible. Y a mí también.
–¿Entonces por qué me ayudas a hacerlo?
–Porque creo que, separados, la vida no será vida para ninguno de ustedes dos –explicó Demi con sencillez–. Y porque –agregó con una sonrisa– creo que si estuvieras en mi lugar, harías lo mismo por mí.
Miley se despidió de ellos desde el porche de la casa. Luego entró y buscó la carta de Nick. Se sentó, la releyó, y sus palabras la llenaron de calidez y fortalecieron su coraje.
«Te quiero, Miley. ¡Dios, te quiero tanto! Daría la vida entera con tal de poder estar un año contigo. Seis meses. Tres. Lo que sea...». «Nunca pensé en una relación sexual como “hacer el amor” hasta que apareciste tú...». «No te volveré a escribir, así que no esperes carta mía. Las cartas alentarían nuestras esperanzas y nuestros sueños, y si no dejo de esperar y de soñar, moriré de tanto que te deseo».
Miley recordó las últimas palabras de Nick en Colorado, su tono divertido y condescendiente cuando ella le dijo que lo amaba: «Tú no me amas, Miley. No conoces la diferencia entre el sexo y el amor verdadero. Ahora, sé buena y vuelve a tu casa, que es donde te corresponde estar». Y luego las comparó con la verdad, lo que le decía en la carta: «Te amo, Miley. Te amé en Colorado, te amo aquí, donde estoy. Siempre te amaré. En todas partes. Siempre».
El agudo contraste la hizo menear la cabeza, sorprendida.
–¡Con razón ganaste un Oscar como Mejor Actor! –susurró dirigiéndose a Nick.
Enseguida se levantó del sillón y apagó las luces del living, pero se llevó la carta al dormitorio para volver a leerla.
–Llámame, Nick –le ordenó desde el fondo de su corazón–, y sácanos a los dos de este estado de angustia. Llámame enseguida, mi amor.

En la casa de al lado, las mellizas Eldridge también estaban levantadas, a una hora desacostumbrada para ellas.
–Nos dijo que lo llamáramos –le señaló Ada a su hermana melliza–. El señor Richardson nos dijo que lo llamáramos a Dallas, a cualquier hora que fuera, si notábamos la presencia de desconocidos o de cualquier cosa poco habitual en la casa de Miley Mathison. Dame el número de la chapa de ese auto que estuvo estacionado toda la noche frente a la casa, para que se lo pase.
–¡Pero Ada! –protestó Flossie, escondiendo detrás de la espalda el trozo de papel con el número de la chapa del auto–. No me parece bien que espiemos a Miley, ni siquiera por pedido del FBI.
–¡No la estamos espiando! –exclamó Ada, rodeándola y arrancándole el papel de las manos–. Estamos protegiendo a Miley de ese... ¡ese monstruo ateo que la secuestró! ¡Él y sus desagradables películas llenas de escenas sucias! –agregó, tomando el teléfono.
–¡No son sucias! ¡Son buenas películas! Y además, creo que Nicholas Jonas es inocente. Miley también lo cree. Me lo dijo la semana pasada, y también lo dijo por televisión. Además, aseguró que él no le hizo ningún daño, así que no sé por qué intentaría hacérselo ahora. Creo –confió– que Miley está enamorada de él.
Ada se detuvo cuando estaba por marcar el número de Dallas.
–Bueno, si lo está –declaró con disgusto–, es una romántica incurable, lo mismo que tú, y terminará llorando por ese actor de cine que no vale nada.

La llamada que Miley esperaba y por la que oraba se produjo cuatro días después y en el último lugar en que esperaba recibirla.
–¡Ah, Miley! –exclamó la secretaria del director al verla entrar en la oficina para entregar su informe del trabajo del día–. Esta tarde te llamó un señor Stanhope. –Miley levantó la mirada un segundo antes de que el nombre hiciera impacto en su mente, y entonces quedó petrificada.
–¿Qué dijo? –preguntó, alarmada por su propia voz entrecortada y sin aliento.
–Dijo algo acerca de que quería inscribir a su hijo en tus clases de gimnasia para chicos discapacitados. Le dije que no había vacantes.
–¿Pero por qué le dijiste eso, por amor de Dios?
–Porque le oí decir al señor Duncan que ya hay un exceso de alumnos. De todas maneras, el señor Stanhope dijo que se trataba de una emergencia y que te volvería a llamar esta noche a las siete. Le dije que no valía la pena, porque nuestras maestras no se quedan hasta tan tarde.

En un relámpago, Miley se dio cuenta de que Nick tenía miedo de llamarla a su casa por si su teléfono estaba intervenido, que no había conseguido ponerse en contacto con ella y que tal vez no lo volviera a intentar, y tuvo que hacer un esfuerzo para no volcar su frustración y su malhumor sobre la entrometida secretaria.
–Si dijo que se trataba de una emergencia, ¿por qué no me mandaste llamar a mi clase? –preguntó con una furia sin precedentes.
–Está prohibido que las maestras reciban llamados personales durante las horas de clase. Ésa es la regla del señor Duncan. Una regla muy clara.
–No cabe duda de que no se trataba de un llamado personal –retrucó Miley, clavándose las uñas en la palma de las manos–. ¿Te aclaró si esta noche pensaba llamarme aquí o a casa?
–No.
A las seis y cuarenta y cinco, Miley estaba sentada sola en la oficina de administración de la escuela, mirando fijo el teléfono del escritorio. Si su suposición había sido errónea y Nick la llamaba a su casa en lugar de volver a llamarla a la escuela, le aterrorizaba que creyera que había cambiado de idea con respecto a reunirse con él y que no la volviera a llamar. Más allá de las paredes de vidrio que rodeaban la oficina administrativa, los pasillos estaban oscuros, y cuando el portero se asomó a la puerta de la oficina, Miley saltó sobresaltada y culpable.
–Esta noche se ha quedado trabajando hasta muy tarde –comentó el hombre con una sonrisa que mostraba la falta de un diente delantero.
–Sí –contestó Miley, tomando una hoja de papel en blanco y una lapicera–. Tengo que... hacer algunos informes especiales. A veces me resulta más fácil pensar estando aquí que en casa.
–Pero no la he visto escribir mucho, sino que está con la mirada perdida en el espacio –comentó el portero–. Pensé que quizás estuviera esperando un llamado o algo así.
–No, por supuesto que no.
En ese momento sonó el teléfono y Miley lo atendió al primer campanillazo.
–¿Hola?
–¡Hola, hermanita! –dijo la voz de Carl–. Te he estado llamando a tu casa y como no te encontré decidí llamarte allí. ¿Ya has comido?
_Miley se pasó la mano por el pelo, tratando de imaginar si Nick recibiría tono de ocupado o si la central lo comunicaría a través de otra línea.
–Tengo mucho trabajo por terminar –contestó, dirigiendo una mirada al portero que había decidido vaciar ceniceros y papeleros en la oficina en lugar de barrer los corredores–. Estoy tratando de redactar unos informes, pero no adelanto mucho.
–¿Te pasa algo? –insistió Carl–. Hace un rato me encontré con Katherine y me comentó que toda la semana insististe en querer estar sola en tu casa.
–¡No te preocupes! Estoy bien. ¡Bárbara! Me estoy zambullendo en el trabajo tal como tú me lo aconsejaste, ¿recuerdas?
–No, no me acuerdo.
–Bueno, entonces debe de habérmelo aconsejado algún otro. Tengo que cortar. Gracias por llamarme. Te quiero. –Y cortó la comunicación. Enseguida se volvió hacia el portero–. ¿No puede dejar la oficina para el final, Henry? –preguntó con los nervios destrozados–. No puedo pensar si usted anda haciendo ruido a mi alrededor.
–Lo siento, señorita Miley. Entonces terminaré de barrer los corredores. ¿Le parece bien?
–Sí. Lo siento, Henry. Estoy un poquito... cansada –explicó con una sonrisa en la que no había ni vestigios de cansancio. Lo observó alejarse y vio que se prendían las luces del corredor más lejano. Debo mantener la calma, se advirtió, y no hacer ni decir nada que pueda despertar sospechas.


Exactamente a las siete volvió a llamar el teléfono y ella arrancó el tubo y atendió.
Por teléfono, la voz de Nick parecía aún más profunda, pero hablaba en un tono frío y cortante.
–¿Estás sola, Miley?
–Sí.
–¿Existe algo en el mundo que te pueda decir para disuadirte de la loca idea de reunirte conmigo?
No era lo que ella quería oír, no era así como quería que él le hablara, pero Miley hizo un esfuerzo por pensar sólo en las palabras de su carta, y se negó a permitir que la intimidara con su tono de voz.
–Sí –contestó con suavidad–, que me digas que lo que decías en tu carta era mentira.
–Está bien –contestó Nick–. Eran mentiras. –Miley apretó el tubo entre sus manos y cerró los ojos.
–Y ahora dime que no me amas, querido. –Lo oyó respirar hondo y su voz se convirtió en una súplica torturada.
–¡Por favor! ¡No me hagas decir eso!
–¡Yo te amo tanto! –susurró Miley.
–No me hagas esto, Miley... –Miley aflojó la tensión con que sostenía el tubo y sonrió, porque de repente presintió que iba a ganar.
–No lo puedo evitar –dijo con ternura–. No puedo dejar de amarte. Sólo hay una solución que estoy dispuesta a aceptar y te la he dado.
–¡Dios mío! Pero eso no es...
–Reserva tus oraciones para después, querido –susurró ella en tono de broma–. Ya te gastarás las rodillas cuando yo llegue, rezando para que aprenda a cocinar, rezando para que alguna noche te deje dormir para variar, rezando para que deje de darte hijos...
–¡Oh, Miley, no sigas! ¡Por Dios no sigas!
–¿Que no siga haciendo qué?
Nick aspiró aire con tanta fuerza y permaneció en silencio un rato tan largo que Miley creyó que no le contestaría. Y cuando por fin lo hizo fue como si se arrancara las palabras del pecho.
–Nunca... jamás dejes de quererme.
–Lo prometeré ante un sacerdote, un pastor o un monje budista. –Eso le arrancó una carcajada y el recuerdo de su sonrisa caldeó el corazón de Miley.
–¿Estamos hablando de boda?
–Yo sí.
–Debí suponer que también insistirías en eso. –Su intento de simular desagrado fracasó por completo, y Miley siguió con el juego, ansiosa por quitarle dramaticidad a la situación.
–¿No quieres casarte conmigo? –Con una sola palabra, Nick declaró que el juego había llegado a su fin.
–Desesperadamente.
–En ese caso dime cómo llegar hasta donde estás y qué tamaño de anillo usas.
Hubo otra pausa torturante que le puso los nervios de punta, y luego Nick empezó a hablar y Miley olvidó todo lo que no fueran sus palabras y la increíble sensación de júbilo que la recorría al oírlas.
–Está bien. Me encontraré contigo dentro de ocho días en el aeropuerto de la ciudad de México. El martes a la noche. El martes a la mañana temprano toma tu auto y viaja hasta Dallas. Una vez allí alquila un auto a tu nombre y dirígete a San Antonio, pero no lo devuelvas. Abandónalo en la plaza de estacionamiento del aeropuerto, donde tarde o temprano lo encontrarán. Con un poco de suerte, la policía creerá que te diriges en auto a alguna parte a encontrarte conmigo, pero no sospecharán que harás el viaje en avión. Así no alertarán con tanta rapidez a los aeropuertos. En total, el viaje por autopista sólo debería llevarte algunas horas. En el mostrador de Aero-México te estará esperando un pasaje hasta la ciudad de México a nombre de Susan Arland. ¿Hasta aquí tienes alguna duda?

Miley sonrió al comprender que Nick había previsto que la conversación terminara así, por todos los arreglos logísticos que tenía preparados.
–Una pregunta. ¿Por qué no me puedo encontrar antes contigo?
–Porque antes tengo que terminar con algunos detalles. –Miley aceptó la respuesta y él continuó con sus instrucciones–. Cuando el martes a la mañana salgas de tu casa, no lleves nada contigo. No empaques una valija ni hagas nada que pueda sugerir la idea de que te vas de viaje. Vigila el espejo retrovisor del auto, y asegúrate de que no te siguen. Si te siguen, te aconsejo que hagas algún mandado y canceles el viaje. Vuelve a tu casa y espera hasta volver a tener noticias mías. Entre ahora y ese momento, vigila cuidadosamente tu buzón. Abre todos los sobres que recibas, aunque sean avisos. Si hubiera alguna modificación en estos arreglos, alguien se pondrá en contacto contigo, por correo o personalmente. No podemos utilizar el teléfono de tu casa, porque apuesto a que está intervenido.
–¿Quién se pondrá en contacto conmigo?
–No tengo la menor idea, y cuando lo hagan, no exijas que se identifiquen.
–De acuerdo –dijo Miley, terminando de anotar sus instrucciones–. No creo que me estén vigilando. Paúl Richardson y David Ingram, los dos agentes del FBI, abandonaron el caso y volvieron a Dallas la semana pasada.
–¿Y cómo te sientes?
–Maravillosamente bien.
–¿No tienes vómitos a la mañana o algo así? –Miley sintió un cargo de conciencia, pero trató de aquietarlo no mintiendo directamente.
–Soy una mujer muy saludable. Creo que mi cuerpo está hecho para la maternidad. Y decididamente ha sido hecho para ti. –Ante la referencia sexual, Nick tragó con fuerza.
–No me hagas bromas ahora, porque después las pagarás.
–¿Me lo prometes?
Entonces Nick rió, y su risa caldeó el corazón de Miley tanto como sus palabras siguientes.
–Te extraño. ¡Dios, cómo te extraño! –Y como si temiera que cualquiera de los dos se relajara demasiado, agregó–: ¿Te has dado cuenta de que no podrás despedirte de tu familia? Sólo les podrás dejar una carta en algún lugar donde no la encuentren hasta varios días después que te hayas ido. A partir de ese momento, nunca podrás volver a ponerte en contacto con ellos.
Miley cerró los ojos con fuerza.
–Lo sé.
–¿Y estás dispuesta a hacerlo?
–Sí.
–¡Qué manera tan endiablada de empezar una vida juntos! Desmembrando a tu familia y cortando lazos con ellos. Es como invitar a una maldición.
–¡No digas eso! –suplicó Miley, conteniendo un estremecimiento–. Les haré comprender todo en mi carta de despedida. Además, dejarlos para unirme contigo es algo casi... bíblico. –Y para cambiar el tono sombrío que estaba adquiriendo la conversación, preguntó–: ¿Qué estás haciendo en este momento? ¿Estás sentado o de pie?
–Estoy en un cuarto de hotel, sentado en la cama y conversando contigo.
–¿Te alojas en ese hotel?
–No. Tomé la habitación para poder hablar contigo en privado y para conseguir una comunicación decente con los Estados Unidos.
–Esta noche quiero dormirme imaginando lo que estarás viendo desde la cama. Descríbeme tu dormitorio y yo te describiré el mío.
–Miley –dijo Nick con voz ronca–, ¿estás tratando de volverme loco de deseo? –No había sido ésa su intención, pero la idea le resultó gratificante.
–¿Puedo hacerte eso?
–Sabes que sí.
–¿Simplemente hablándote sobre dormitorios?
–Hablándome sobre cualquier cosa.
Entonces Miley rió, con la naturalidad con que pudo reír con él desde el principio.
–¿De qué tamaño es? –preguntó Nick, con una sonrisa en la voz.
–¿Mi dormitorio?
–Tu dedo anular. –Miley lanzó un suspiro tembloroso.
–Cinco y medio, creo. ¿Y el tuyo?
–No sé. Grande, supongo.
–¿Y de qué color es?
–¿Mi dedo?
–No –contestó ella, riendo–, tu dormitorio.
–¡Tonta! –dijo él, pero le contestó–. En este momento duermo en un barco... paredes de madera de teca, una lámpara de bronce, una cómoda pequeña y, colgando de la pared, una fotografía tuya que recorté de un diario.
–¿Y eso es lo que ves al dormirte?
–Casi no duermo, Miley. No hago más que pensar en ti. ¿Te gustan los barcos?
–Me encantan los barcos.
–Y tu dormitorio, ¿cómo es?
–Lleno de volados. Colcha y dosel con volados blancos, y contra la pared opuesta una mesa de vestir. Una fotografía tuya en la mesa de luz.
–¿De dónde la sacase?
–De una revista vieja de la biblioteca.
–¿No me digas que te quedaste con una revista de la biblioteca para recortar una foto mía? –preguntó él, simulando estar escandalizado.
–Por supuesto que no. Ya sabes que soy muy escrupulosa. Expliqué que se me había roto y pagué la multa correspondiente. Nick –dijo, tratando de que no se le notara en la voz el pánico que sentía–, el portero del colegio anda dando vueltas del otro lado de la pared de vidrio. No creo que me pueda oír, pero no es común que se comporte asi.
–Bueno, voy a cortar. Pero cuando lo haga, tú sigue hablando. Trata de engañarlo con una conversación inocua.
–Está bien. Espera. Ya se aleja. Debe haber ido a buscar algo al carro de los artículos de limpieza.
–De todos modos, será mejor que cortemos. Si hay algo que debas hacer antes de irte, hazlo la semana que viene.
Miley asintió; la pena que le causaba dejar de hablar con él le impedía hablar.
–Necesito decirte otra cosa –dijo Nick.
–¿Qué?
–Cada palabra que escribí en esa carta es cierta.
–Ya lo sé. –Presintió que él iba a cortar–. Antes de despedirnos, ¿qué piensas de lo que Liam descubrió acerca de Tony Austin? Aunque Liam cree que no hay nada que podamos hacer legalmente, tiene que haber alguna...
–¡No te metas en eso! –advirtió Nick con tono gélido–. Y deja que yo me encargue de Austin. Hay otras maneras de encargarse de él sin involucrar a Liam.
–¿Qué clase de maneras?
–No me lo preguntes. Si tienes algún problema con los arreglos que he hecho para ti, no recurras a Liam en busca de ayuda. Lo que estamos por hacer es ilegal, y no puedo permitir que se involucre mas.
Miley contuvo un estremecimiento ante el tono ominoso de Nick.
–Dime algo dulce antes de colgar.
–Algo dulce –repitió él, y su voz se suavizó–. ¿Como qué, por ejemplo? –A Miley le dolió que a él mismo no se le ocurriera algo, pero enseguida Nick dijo con una sonrisa en la voz–: Me acostaré exactamente dentro de tres horas. Te quiero allí, conmigo. Y cuando cierres los ojos, te estaré abrazando.
–Me encantará –murmuró ella con voz temblorosa.
–Te he rodeado con mis brazos cada noche, desde que nos separamos. Buenas noches, mi amor.
–Buenas noches.
Nick colgó y, a último minuto, Miley recordó sus instrucciones acerca de que siguiera manteniendo una conversación animada. En lugar de simularla, cosa que no creía fuera demasiado convincente, llamó a Katherine y logró hablar media hora con ella sobre temas intrascendentes. Cuando cortó la comunicación, arrancó la hoja donde había anotado las instrucciones de Nick. Después recordó haber visto en televisión una película policial en la que el misterio se resolvía por los rastros dejados en el papel de abajo, de modo que también lo arrancó.
–Buenas noches, Henry –se despidió con tono alegre.
–Buenas noches, señorita Miley –contestó el portero, alejándose por el corredor.
Miley salió por la puerta lateral. El portero salió por la misma puerta tres horas después, luego de haber hecho un llamado a Dallas.
Miley arrojó una valija pequeña sobre el asiento trasero de su coche, miró su reloj para asegurarse de tener tiempo de sobra para alcanzar su vuelo de mediodía, y volvió a entrar en la casa. Mientras colocaba los platos en el lavavajilla, sonó el teléfono.
–¡Hola, preciosa! –dijo Paúl Richardson, con un voz a la vez cálida y cortante, que Miley consideró una extraña combinación–. Ya sé que te llamo a último momento, pero me encantaría verte este fin de semana. Podría volar desde Dallas y llevarte a comer mañana a la noche para celebrar el día de San Valentín. Mejor aún, ¿por que no vuelas tú a Dallas, así cocino yo?
Miley ya había decidido que, si la estaban vigilando, un viaje inocente como el que pensaba hacer ese fin de semana ayudaría a engañar a sus sabuesos, que tal vez bajarían la guardia.
–No puedo, Paúl, dentro de media hora salgo para el aeropuerto.
–¿Adonde vas?
–¿Es una pregunta oficial?
–¿No te parece que si fuera oficial te la estaría haciendo personalmente?
La instintiva simpatía y confianza que Paúl le inspiraba estaban en pugna con las advertencias de Nick, pero hasta que subiera al auto para alejarse definitivamente de Keaton, le pareció mejor atenerse estrictamente a la verdad.
–No estoy tan segura –admitió.
–¿Qué puedo hacer para lograr que confíes en mí, Miley?
–¿Renunciar a tu trabajo, quizás?
–Tiene que haber una manera más fácil.
–Todavía me quedan algunas cosas que hacer antes de salir para el aeropuerto. Te propongo que hablemos de esto a mi regreso.
–¿Desde dónde y cuándo?
–Voy a visitar a la abuela de un amigo, en una pequeña ciudad de Pennsylvania... Ridgemont, para ser exacta. Estaré de vuelta mañana a la tarde.
–Bueno –contestó Paúl, suspirando–. Té llamaré la semana que viene para que nos veamos.
–Está bien –contestó Miley, distraída mientras echaba detergente en el lavavajilla.
Cuando, desde su oficina. Paúl Richardson cortó la comunicación, hizo un segundo llamado. Ante su pregunta, una voz de mujer le contestó:
–Señor Richardson, Miley Mathison tiene reservas para viajar desde Dallas, vía Filadelfia, hasta Ridgemont, Pennsylvania. ¿Necesita algún otro dato?
–No –contestó Paúl con un suspiro de alivio. Se puso de pie, caminó hasta la ventana y contempló el tránsito que pasaba por la calle.
–¿Y? –preguntó Dave Ingram, que en ese momento entraba desde la oficina vecina–. ¿Qué dijo con respecto a la valija que metió en el auto?
–¡La verdad, maldito sea! Me dijo la verdad porque no tiene nada que ocultar.
–¡No digas tonterías! Estás olvidando ese llamado de Sudamérica que esperó la otra noche en el colegio.
Paúl se volvió, sobresaltado.
–¿De Sudamérica? ¿Entonces pudiste rastrearlo?
–Sí, hace cinco minutos. La llamada fue hecha desde el conmutador de un hotel de Santa Lucía del Mar.
–¡Jonas! –exclamó Paúl, apretando los dientes–. ¿Bajo qué nombre se registró?
–José Feliciano –contestó Ingram–. Ese hijo de pu/ta arrogante se registró como José Feliciano.
Paúl se quedó mirándolo con incredulidad.
–¿Está usando un pasaporte con ese nombre?
–El conserje no le pidió pasaporte. Supuso que se trataba de un compatriota. ¿Y por qué no? Es morocho, tenía nombre español y hablaba español... algo muy útil cuando uno vive en California. A propósito, ahora tiene barba.
–Supongo que ya se retiró del hotel.
–Por supuesto. Pagó una noche por adelantado y a la mañana siguiente ya no estaba. Tampoco usó la cama del cuarto.
–Es posible que vuelva para usar el teléfono. Conviene vigilar ese hotel.
–Ya me encargué de eso.
Paúl se desplomó en su sillón, detrás del escritorio.
–Habló con él durante diez minutos –agregó Ingram–. Es tiempo más que suficiente para planear cualquier cosa.
–También es tiempo suficiente para hablar con alguien a quien ella compadece y para asegurarse de que está bien. Miley es una mujer de buen corazón y está convencida de que el cretino es una víctima de crueles circunstancias. No olvides eso. Si hubiera querido seguir con él, no habría vuelto de Colorado.
–Tal vez él no haya querido llevarla consigo.
–¡Claro! –contestó Paúl con sarcasmo–. Pero ahora, después de semanas de no verla, de repente se vuelve tan loco por ella que decide salir de su escondite y buscarla.
–¡Mie/rda! –exclamó Ingram–. Tú lo harías. Ya has puesto tu carrera en peligro por tu continua defensa de esa mujer, y sigues luchando por ella. Miley Mathison mintió descaradamente con respecto a lo que sucedió en Colorado. En ese momento debimos haberla arrestado...
Paúl tuvo que hacer un esfuerzo por recordarse que Ingram era su amigo y que buena parte de su furia era debida a la preocupación que él le causaba.
–No olvides que para eso hay que tener motivos de sospecha razonables –le recordó–. Y no los teníamos, así como tampoco teníamos ninguna prueba de su culpabilidad.
–¡Pero desde hace cinco minutos las tenemos, después de haber rastreado esa llamada!
–Si tú estás en lo cierto, ella nos llevará directamente hasta Jonas. Si estás equivocado, no habremos perdido nada.
–Antes de entrar en este cuarto di orden de que fuera constantemente vigilada. Paúl.
Paúl apretó los dientes y se mordió una protesta que no tenía sentido.
–Quiero recordarte que hasta que nuestros superiores decidan lo contrario, yo estoy a cargo de este caso. Antes de tomar otra maldita decisión, la consultarás conmigo. ¿De acuerdo?
–¡De acuerdo! –retrucó Dave, igualmente furioso–. ¿Averiguaste algo más sobre ese auto que estuvo estacionado frente a su casa la semana pasada?
Con impaciencia, Paúl le pasó un informe.
–Se lo alquiló a Hertz en Dallas un tal O’Hara. Con domicilio en Chicago. No tiene antecedentes. Está limpio como un recién nacido. Trabaja como chofer y guardaespaldas para el Collier Trust.


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DIAM BITCHES DIAM ok no hahahah cuando tenga mas tiempo subo mas y posiblemente suba una novela de Demi y Liam aun que solo a mi me guste y solo pase en mi mente hahahah

1 comentario:

  1. awwwww!!!!!!!!!!!!!!!!
    ya dije amo esta nove amo el drama de esta nove amo a la chica que interpreta esta nove y amo cuando nick jonas hace de chico malo por que le queda el papel sin duda alguna (ademas de ser el hombre mas sexi que vi en mi vida y segun la revista people puesto N5) y ya quiero leer el siguiente quiero que el comentario sea largo asi subas otro por cierto lo de Demi y Liam, quien vendria a ser lian en la vida real? bueno sube pronto amo esta nove

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