Sentada en el piso junto a la
mesa baja, lápiz en mano, y con un grupo de fichas que había encontrado
en el escritorio a su lado, Miley estudió la lista redactada por Nick
de todos los que se encontraban en el set de Destino el día del
asesinato de su mujer. Junto al nombre de cada persona, había anotado
el trabajo que hacía dentro del equipo de filmación. Miley copiaba
cada nombre y ocupación en una ficha individual, para poder hacer
anotaciones cuando Nick empezara a hablar.
Nick,
instalado en el sofá, la miraba sofocando una sonrisa ante la absurda
idea de que Miley pudiera lograr el éxito allí donde había fracasado
su equipo de abogados e investigadores privados.
De repente Miley interrumpió su trabajo para decir:
–Yo vi Destino,
aunque habían vuelto a filmar las escenas finales con extras. De alguna
manera supuse que para filmar una producción tan importante haría falta
mucha más gente que la que has anotado en esta lista.
–Había
docenas de otras personas, pero no estaban en Dallas –dijo Nick,
volviendo a regañadientes su atención al asunto que iban a tratar–.
Cuando una película importante se va a filmar en varios lugares
distintos, resulta más eficaz dividir el equipo en distintas unidades y
asignar una a cada lugar de filmación. De esa manera, antes de que
lleguen el elenco y los técnicos más importantes, ellos ya han tenido
tiempo de hacer todos los preparativos necesarios. La gente de esa lista
formaba parte de la unidad de Dallas. Hubo otros que estuvieron en
Dallas durante la primera parte de la filmación. No figuran en la lista
porque yo ya los había enviado de vuelta a sus casas.
–¿Y por qué hiciste eso?
–Porque
ya habíamos superado en varios millones el presupuesto de la película y
estaba tratando de ahorrar gastos. Ya casi habíamos terminado la
filmación y no supuse que hiciera falta tener ayuda extra, de modo que
sólo conservé conmigo el equipo indispensable.
Ella lo escuchaba con una expresión de fascinación tan grande que Nick no pudo menos que sonreír.
–¿Alguna otra pregunta de orden general antes de que te cuente lo que sucedió ese día?
–Varias preguntas. ¿Exactamente qué es un productor?
–Un estorbo.
La risa de Miley le resultó maravillosa y Nick mismo no pudo menos que sonreír.
–¿El director de fotografía también es camarógrafo, o sólo un supervisor?
–Puede
ser cualquiera de las dos cosas. Un buen director de fotografía está al
tanto de todos los elementos del decorado. Él, junto con el
escenógrafo, hacen realidad las ideas que el director tiene sobre una
escena, y con frecuencia mejoran las ideas originales.
Miley recorrió la lista con la mirada, encontró el nombre del director de
fotografía de Destino y se embarcó en preguntas concretas.
–¿Sam Hudgins era un buen director de fotografía?
–Uno de los mejores. Habíamos trabajado juntos en varios filmes, y yo lo pedí para Destino.
En realidad elegí a todos los integrantes del equipo técnico porque
habíamos trabajado juntos en oportunidades anteriores y sabía que podía
contar con ellos. –Notó que Miley fruncía el entrecejo–. ¿Qué pasa?
–Simplemente
me preguntaba qué sentido tiene que alguien con quien habías trabajado
antes de repente fuera capaz de tildarte de asesino.
–No
parece lógico –dijo Nick un poco sorprendido, e impresionado, de que
Miley hubiera llegado a la misma conclusión a la que llegaron sus
investigadores privados y abogados.
–¿Es
posible que hayas dicho o hecho algo, poco antes del asesinato para que
alguno de ellos te odiara tanto que quisiera vengarse?
–¿Exactamente qué tiene que hacer uno para merecer una venganza semejante? –contestó Nick con sequedad.
–Tienes razón –contestó Miley, asintiendo.
–Además
no olvides que la víctima no era yo, sino Austin o Rachel. Yo fui
simplemente el imb/écil que fue a la cárcel en lugar del verdadero
culpable.
Miley respiró hondo y dijo en voz baja:
–Dime
lo que ocurrió ese día. No, empieza por el día en que descubriste
que... –Vaciló y volvió a hacer la pregunta, tratando de formularla con
más delicadeza–. Como te dije, cuando sucedió todo esto yo estaba en
Europa, pero recuerdo haber visto los titulares de una revista que
decían...
Al comprobar que Miley volvía a quedar en silencio, Nick terminó la frase por ella.
–Los titulares decían que mi mujer estaba acostada con su coprotagonista y que yo me presenté en plena escena.
Miley hizo una mueca al pensarlo, pero no apartó la mirada.
–Dime todo lo que puedas recordar, y habla despacio para que pueda tomar notas.
En
base a experiencias anteriores, Nick esperaba que la conversación fuera
difícil y degradante en el mejor de los casos, y enfurecedora en el
peor; pero siempre había sido interrogado por personas que dudaban de él
o lo hacían por simple curiosidad. Narrarle los detalles del asesinato
de Rachel a Miley, que creía en él y en la verdad de lo que decía,
resultó una experiencia nueva y hasta una catarsis, y al terminar
experimentó la extraña sensación de haberse sacado un peso de encima.
–¿No
es posible que haya sido un simple accidente... un error? –preguntó Miley cuando él termino de contarle todo lo sucedido–. Es decir, ¿y si
Andy Stemple, el hombre que se suponía debía cargar el arma con balas
de fogueo, por error la hubiera cargado con balas de punta hueca y fuese
demasiado cobarde para reconocerlo? –Nick apoyó los codos sobre las
rodillas y meneó la cabeza.
–Stemple
no pudo cometer un error; era especialista en armas de fuego. Después
del desastre que ocurrió en la filmación de uno de los episodios de Twilight Zone,
el gremio de directores exigió que personas especialmente entrenadas en
pirotecnia, como Stemple, estuvieran a cargo de todas las armas de
fuego que se utilizaran en una película. Stemple era un hombre
calificado para su trabajo y estaba a cargo del arma, pero como nos
hacía falta gente, también se ocupaba de otros trabajos. Esa mañana, él
mismo había revisado el arma y la cargó con balas de fogueo. Además,
esas balas de punta hueca no llegaron allí por accidente. Antes de
colocar el arma sobre la mesa, la limpiaron prolijamente para borrar
todas las impresiones digitales –le recordó Nick–. Ese pequeño detalle
es una de las cosas que me mandó a la cárcel.
–Pero si tú hubieras limpiado el arma no habrías sido tan tonto como para dejar en ella una huella digital.
–No
era una huella completa, sino la huella borrosa de parte de mi pulgar
en el extremo de la culata. El fiscal convenció al jurado de que al
limpiar el arma yo había pasado por alto esa parte.
–Pero
–dijo ella, pensativa– la huella la dejaste cuando empujaste el arma
que estaba sobre la mesa para que no quedara visible a la cámara.
No
era una pregunta, sino que Miley repetía lo que él le acababa de
decir, como si se tratara de una verdad del Evangelio, y Nick la adoró
por su confianza.
–No
habría importado que no hubieran limpiado el arma, ni que no encontraran
mis huellas digitales en ella. Hubieran dicho que usé guantes. Y si yo
no hubiera cambiado de idea durante esa última escena y el muerto
hubiera sido Austin en lugar de Rachel, habrían seguido acusándome de
haberlo hecho. Porque la realidad era, y es, que sólo yo tenía motivos
suficientes para matar a Austin o a Rachel. –Nick notó que Miley
luchaba por impedir que se traslucieran la compasión y la ira que
sentía, y le sonrió para tranquilizarla–. ¿Te parece que ha sido
bastante frustración para un solo día? ¿No crees que ahora podríamos
parar y disfrutar del tiempo que nos queda? Ya son más de las cinco.
–Ya
lo sé –contestó Miley con voz preocupada. Extendió todas las fichas
sobre la mesa baja, pero eran las cuatro de la última fila, las más
cercanas a ella, las que identificaban a la gente que todavía le
interesaba, o de quienes sospechaba.
–¿Y
si seguimos unos minutos más? –preguntó. Al ver que él abría la boca
para oponerse, insistió con desesperación–: Nick, una de las fichas que
hay sobre esta mesa pertenece a la persona que cometió el crimen y que
después se calló la boca mientras tú ibas a la cárcel.
Nick
lo sabía de memoria, pero no se animó a desilusionarla, así que contuvo
su frustración y esperó con paciencia que ella terminara.
–Diana Copeland me resulta extraña –empezó a decir Miley, enfrascada en sus pensamientos–. Creo que estaba enamorada de ti.
–¡Por amor de Dios! ¿Qué te metió esa idea en la cabeza? –respondió él, entre divertido y exasperado.
–Es
bastante evidente. –Apoyó un codo sobre la mesa y la barbilla en la
mano, y se apresuró a explicarlo–. Dijiste que se suponía que ella
partiría rumbo a Los Ángeles la mañana del asesinato, pero en lugar de
hacerlo se quedó en Dallas y fue al set. Ella misma te explicó que se
había quedado porque se enteró de lo sucedido la noche anterior en tu
cuarto del hotel y que quería estar allí por si necesitabas apoyo moral.
Creo que estaba enamorada de ti, y por eso decidió matar a Rachel.
–¿Y
dejar que el hombre a quien supuestamente amaba cargara con toda la
culpa? ¡No me parece! –se burló él–. Además, no hay posibilidades de que
Diana supiera que tal vez yo decidiera modificar el guión, y que en ese
caso el primer disparo lo haría Tony en lugar de Rachel. Más aún
–agregó–, tienes un concepto muy candido de lo que es el amor entre la
gente de Hollywood. La verdad es que las actrices tienen una desesperada
necesidad de que las convenzan constantemente de que todo el mundo las
ama. Ellas no se enamoran y dejan todo por un hombre, y mucho menos
cometen por él un asesinato. Lo que les interesa es lo que una
determinada relación puede proporcionarles a ellas. Son seres
emocionalmente necesitados, salvajemente ambiciosos y totalmente
egocéntricos.
–Debe de haber excepciones.
–Por experiencia personal, te aseguro que no he encontrado ninguna –aseguró Nick, cortante.
–¡Qué
gran mundo debe de haber sido ése donde vivías, si pudo convertirte en
un cínico tan grande con respecto a la gente y especialmente con
respecto a las mujeres!
–No
soy un cínico –retrucó Nick, irracionalmente herido por la evidente
desaprobación de Miley–. ¡Soy realista! Y tú, por otra parte, eres
absurdamente cándida en lo que se refiere a las relaciones entre los
sexos.
En lugar de enojarse, Miley lo estudió con ojos que parecían profundos cristales azules.
–¿Realmente crees que lo soy, Nick? –preguntó.
Cada
vez que ella pronunciaba su nombre, el corazón de Nick aceleraba sus
latidos y, para aumentar su incomodidad, estaba descubriendo que esa
muchacha “absurdamente cándida” que estaba sentada a sus pies podía
lograr que se arrepintiera y se retractara con sólo mirarlo a través de
sus densas pestañas, como en ese momento.
–Uno
de nosotros lo es –dijo con irritación, y cuando ella siguió mirándolo,
cedió aún más–. Posiblemente yo ya fuera un cínico antes de filmar mi
primera película. –Con una sonrisa exasperada por su falta de capacidad
para soportar la dulce y silenciosa presión a que ella lo estaba
sometiendo, agregó–: Y ahora, por favor deja de mirarme como si
quisieras que admitiera que hablé como un imb/écil, y haz tu próxima
pregunta. ¿Quién es tu siguiente sospechoso?
La sonrisa contagiosa de Miley fue su premio y ella, obediente, cumplió con su orden de continuar.
–Tommy Newton –dijo, después de mirar una de las fichas.
–¿Por qué diablos iba a querer Tommy matar a Rachel o a Austin?
–Tal
vez quería librarse de ti de una manera definitiva, y el asesinato no
fue más que un medio para lograr un fin. Tú mismo comentaste que había
trabajado contigo como asistente de dirección en varias películas. Tal
vez estuviera harto de ser plato de segunda mano y de vivir a la sombra
del gran Nicholas Jonas.
–Miley
–dijo Nick con mucha paciencia–, en primer lugar Tommy tenía por
delante una brillante carrera como director, y lo sabía. Yo también lo
sabía. Y él estaba ansioso por trabajar conmigo en Destino.
–Pero...
–En
segundo lugar –terminó diciendo Nick con sequedad–, él también estaba
enamorado de la víctima potencial de ese disparo, así que jamás habría
cambiado las balas de la pistola.
–¡Pero eso podría ser importante! ¡Nunca me dijiste que estuviera enamorado de Rachel... !
–Porque no lo estaba.
–Pero acabas de decir que...
–Estaba enamorado de Austin.
–¿Cómo?
–Tommy es gay.
Ella se quedó mirándolo unos instantes y luego, sin hacer comentario alguno, tomó la ficha de su tercer sospechoso.
–Emily
McDaniels. Dijiste que se sentía en deuda contigo por haber sacado a
flote su carrera y, más adelante, por darle un papel en Destino.
Hacía años que te conocía, y tú mismo dijiste que pasaban mucho tiempo
juntos cada vez que trabajaban en una película. Los chicos, sobre todo
las adolescentes, suelen tener un cariño poco común por la figura que
encarna la autoridad. Es posible que hasta se haya imaginado enamorada
de ti. Tal vez creyó que si lograba librarse de Rachel, tú le
corresponderías.
Nick lanzó un bufido, pero al hablar de la jovencita su tono de voz se suavizó.
–Emily
tenía dieciséis años y era muy dulce. Después de ti, es la persona de
tu sexo más íntegra y agradable que he conocido. Es absolutamente
imposible que esa criatura pudiera haber hecho algo para perjudicarme.
Pero digamos que tienes razón... que se creía enamorada de mí y tenía
celos de Rachel. En ese caso no necesitaba molestarse en matar a mi
mujer, porque en el set todo el mundo sabía que Rachel se iba a
divorciar de mí para casarse con Austin.
–¿Y
si odiaba tanto a Rachel por la humillación que te hizo sufrir la noche
anterior, que se sintió obligada a vengarse de ella por ti?
–Esa teoría no funciona. Para Emily, Rachel sería la primera en disparar el arma, de acuerdo con lo que exigía el libreto.
–¿Entonces por qué no partimos de la suposición de que Tony Austin era la presunta víctima para el asesino?
–No
podemos partir de esa base porque, como ya te dije, había hecho
anotaciones en mi guión sobre la posibilidad de modificar el orden de
los disparos, y muchas personas pudieron leer esas anotaciones cada vez
que yo dejaba mi guión tirado por ahí. Sin embargo, antes del juicio mis
abogados tomaron declaración a todo el elenco y al equipo técnico, y
todos negaron saber que yo planeaba modificar esa escena.
–Pero
supongamos que Tony Austin era en realidad la víctima. En ese caso,
sigue siendo posible que la asesina sea Emily. Quiero decir, ¿y si
estaba tan obsesionada por ti, que despreciaba a Austin por tener una
aventura con tu mujer y por haberte humillado... ?
Nick la interrumpió con un tono que no admitía réplica.
–Emily
McDaniels no mató a nadie. Y punto. No pudo haberlo hecho. Lo mismo que
no pudiste hacerlo tú. –En ese momento Nick recién se dio cuenta de que
las fichas inferiores eran las de los principales sospechosos de Miley, y al ver que sólo quedaba una, sonrió aliviado porque la
conversación ya llegaba a su fin–. ¿Qué nombre has escrito en esa última
ficha?
Miley le dirigió una mirada sufrida y contestó a regañadientes.
–El de Tony Austin.
La
expresión divertida se borró del rostro de Nick, quien se pasó las
manos por la cara, como si de alguna manera tratara de borrar el odio
violento que explotaba en su interior cada vez que se permitía pensar en
Austin como el asesino.
–Sí,
creo que Austin lo hizo. –Miró a Miley, pero seguía inmerso en sus
propios pensamientos–. No, sé que ese cretino lo hizo y después, con
toda deliberación, me dejó cargar con la culpa. Algún día, si vivo lo
suficiente...
Miley retrocedió ante el tono salvaje de su voz.
–¡Pero
dijiste que Austin no tenía un centavo! –lo interrumpió con rapidez–.
Al matar a Rachel, quien posiblemente te hubiera sacado una cantidad de
dinero en el divorcio, habría perdido la oportunidad de quedarse con esa
suma cuando se casara con ella.
–Era un drogadicto. ¿Quién puede saber lo que pasa por la mente de un drogadicto?
–Dijiste
que las drogas son un vicio muy caro. ¿No crees que su primera
preocupación hubiera sido tratar de apoderarse de tu dinero para pagar
sus malos hábitos?
–¡Ya
no puedo más! –exclamó Nick–. ¡Te lo digo en serio! –Al ver que Miley
palidecía, de inmediato lamentó su exabrupto. Suavizó el tono de voz,
se puso de pie y le tendió la mano para ayudarla a pararse–. Dejemos
todo esto y decidamos qué vamos a hacer durante el resto de la noche.
Miley luchó contra su reacción instintiva ante el exabrupto de Nick, y se
recordó que lo que había sucedido la noche anterior nunca, pero nunca,
debía volver a suceder. Diez minutos más tarde, estaba sentada en un
banco, junto a la mesada de la cocina, completamente relajada y riendo
porque no lograban decidir lo que harían durante el resto de la velada.
–Haré
una lista –bromeó, acercando un bloc de papel y un lápiz–. Hasta ahora,
tú has sugerido que hagamos el amor. –Lo escribió mientras él se
inclinaba sobre ella y la observaba sonriente, con una mano apoyada
sobre su hombro–. Y que hagamos el amor. Y que hagamos el amor.
–¿Sólo lo propuse tres veces? –preguntó Nick en broma cuando ella terminó de escribir.
–Sí, y yo acepté las tres veces, pero se suponía que debíamos presentar ideas para la primera parte de la velada.
Incapaz
de estar sin tocarla, Nick le apoyó una mano sobre el hombro y le
tironeó la oreja. Miley rió e inclinó la cabeza para frotar la
mejillas contra la palma de la mano de Nick.
Ese
gesto sencillo y cariñoso hizo que el ánimo de Nick se fuera al piso,
porque recordó que después de esa noche ya no habría más gestos de
ninguna clase. Debía haberla dejado ir esa mañana, pero no pudo. No pudo
soportar la idea de que lo odiara definitivamente, pero cuanto más
tiempo la retuviera a su lado, más difícil le resultaría permitirle
marcharse. Si Miley se iba al día siguiente, existía la posibilidad de
que cediera ante los interrogatorios, y eso significaba que él tendría
que adelantar casi una semana su partida de los Estados Unidos, pero el
riesgo valía la pena con tal de saber que ella estaría libre de
cualquier otra invasión de helicópteros que la vez siguiente podría no
ser falsa.
Luchó contra su estado de ánimo tan negro y dijo:
–Sea
lo que fuere lo que hagamos esta noche, te pido que sea algo especial.
Festivo. –Tuvo que apelar a toda su capacidad de actor para seguir
sonriendo y que ella no se diera cuenta de que a la mañana siguiente le
pediría que se fuera.
Miley permaneció un instante pensativa, y de repente sonrió.
–¿Que
te parece comer a la luz de las velas y después bailar? Como si
tuviéramos una cita, sólo que será aquí mismo. Yo me arreglaré y todo
–agregó para convencerlo, antes de darse cuenta de que Nick no
necesitaba que lo convencieran: sonreía aliviado con una alegría que a Miley le pareció excesiva ante la modesta idea que acababa de sugerir.
–¡Bárbaro!
–exclamó Nick, mirando su reloj–. Yo usaré el baño de tu cuarto y te
“pasaré a buscar” dentro de una hora y media. ¿Eso te dará bastante
tiempo?
Miley lanzó una carcajada.
–Creo que una hora será tiempo más que suficiente para cualquier transformación que pueda intentar.
Después de haber sugerido la
idea, de repente Miley decidió fascinar a Nick y dedicó más de una
hora a arreglarse. Su pelo era una cualidad que poseía en abundancia y
como Nick sin duda le prestaba especial atención, se lo lavó, lo secó y
luego lo peinó en forma tal que le enmarcara el rostro y le cayera en
ondas naturales sobre los hombros y la espalda. Satisfecha de haber
hecho con eso todo lo posible, se quitó la bata y se puso un vestido
tejido de un tono azul cobalto que, en la percha, parecía un suéter
largo hasta el piso, de falda angosta, blusa amplia y mangas anchas con
puños de satín y resplandecientes botones de cristal azul. Recién cuando
se lo puso y se llevó las manos a la espalda para abrocharlo, se dio
cuenta de que no tenía cierre. A pesar de tener un amplio cuello en el
frente, ese cuello caía en drapeados sobre los hombros dejando al
descubierto la espalda. La engañosa sencillez del diseño, junto con la
modestia del frente y la espalda descubierta, confería al modelo una
belleza irresistible que a Miley la hacía sentir realmente hermosa.
Pero se alejó del espejo, vacilante, sin saber si debía usar un modelo
tan caro... que era de otra.
Pero
comprendió que no tenía alternativa. Debía ponerse un vestido largo,
porque no tenía medias y se negaba a usar la ropa interior de otra
mujer. Con excepción de ese vestido, todos los demás que había en el
armario eran excesivamente elegantes, pantalones. Además, la dueña de
esa ropa era decididamente más alta que ella, cosa que limitaba sus
posibilidades de elección. En vista de la situación, Miley se mordió
los labios, decidió usar ese maravilloso vestido azul, y en silencio
pidió disculpas a la desconocida dueña de ese espléndido guardarropa.
Una
segunda requisa del armario le proporcionó un par de zapatillas de
baile azules que eran medio número más grandes que lo que ella calzaba,
pero que le quedaban perfectamente cómodas. Satisfecha de haber hecho
todo lo posible con lo que tenía a su alcance, se retocó el pelo y
dirigió una última mirada a su imagen en el espejo. Había demorado más
en vestirse para la “cita” de esa noche de lo que tardó en arreglarse
para el casamiento de sus dos hermanos, en los que fue dama de honor.
Pero decidió que había valido la pena. Los cosméticos de nombre
extranjero que se había puesto esa noche eran muy distintos de los
baratos que ella compraba en la farmacia de Keaton. La sombra y el
rimmel realzaban sus ojos, y el toque de rubor con que coloreó sus
mejillas hacía que sus pómulos parecieran más altos y prominentes.
Además la perspectiva de pasar una noche agradable con Nick le iluminaba
los ojos, que estaban resplandecientes. Se inclinó para aplicarse un
poco de su propio lápiz labial; luego retrocedió, le sonrió a su propia
imagen en el espejo y se encaminó a la puerta del dormitorio. Decidió
que de alguna manera encontraría la dirección de esa casa y que enviaría
un cheque para cubrir los gastos de los cosméticos que usó y la
limpieza en tintorería de la ropa que había tomado prestada.
Cuando
hizo su entrada en el living, las velas ya estaban encendidas sobre la
mesa baja. El fuego chisporroteaba en la chimenea y Nick estaba ocupado
abriendo una botella de champaña. Miley contuvo el aliento al ver lo
apuesto que estaba, con un traje azul marino, camisa blanca y corbata de
varios colores. Estaba por hacer un comentario cuando recordó que ya lo
había visto vestido así antes –sólo que esa vez la ropa que usaba era
suya– y sintió una punzada de dolor al pensar en todo lo que él había
perdido. La vez anterior lo había visto por televisión, durante la
entrega de premios de la Academia Cinematográfica, cuando entregó un
Oscar y luego volvió a subir al escenario para recibir el que le habían
acordado como Mejor Actor. En esa oportunidad lucía un esmoquin negro
con camisa blanca plisada y corbata moñito negra, y Miley recordó
haber pensado lo maravilloso que lucía tan alto y elegante.
Al
pensar que en ese momento debía ocultarse como un animal perseguido y
ponerse ropa ajena, tuvo ganas de llorar. Pero mientras lo pensaba, Miley se dio cuenta de que Nick nunca se quejaba de eso y que no
agradecería su compasión ni su lástima. Como se suponía que ésa sería
una velada alegre y despreocupada, Miley decidió hacer todo lo posible
para que lo fuera. Ya decidida, se adelantó con cierta timidez.
–¡Hola!
–saludó con una brillante sonrisa. Nick levantó la mirada y, al verla,
el champaña que servía empezó a derramarse sobre el borde de la copa.
–¡Mi
Dios! –exclamó en un susurro ronco y admirado, recorriendo con los ojos
el rostro, el pelo y el cuerpo de Miley–. ¿Cómo es posible que hayas
tenido celos de Glenn Clóse?
Hasta
ese momento Miley no se había dado cuenta cabal del motivo que la
había llevado a ponerse un vestido elegante, a maquillarse y a peinarse
de una manera distinta. Pero en ese momento lo supo: quería competir con
las mujeres que él había conocido en su vida anterior.
–Estás volcando la champaña –dijo con suavidad, tan contenta que no sabía cómo comportarse.
Nick maldijo en voz baja, enderezó la botella y buscó un trapo rejilla para secar el mueble mojado.
–¿Nick?
–¿Qué? –preguntó él sobre el hombro, mientras tomaba las copas.
–¿Cómo
es posible que hayas tenido celos de Patrick Swayze? –Su repentina
sonrisa le demostró que él estaba tan contento por el cumplido como lo
había estado ella por el suyo.
–Con franqueza, no lo sé –bromeó.
–¿Qué
cantantes elegiste? –preguntó Miley después de comer, al ver que él
ponía discos en la bandeja–. Porque si te decidiste por el ratón Mickey,
me negaré a bailar contigo.
–¡Por supuesto que bailarás!
–¿Por qué estás tan seguro?
–Porque sé que te gusta bailar conmigo.
A
pesar del diálogo juguetón, Miley se había dado cuenta de que a
medida que transcurría la comida Nick estaba cada vez más deprimido.
Aunque le pidió con claridad que tratara de convertir esa velada en una
ocasión festiva, había una tensión indefinible en sus facciones que se
marcaba más a medida que transcurría la noche. Miley se dijo que la
conversación de la tarde sobre el asesinato debía de ser la causa de ese
extraño estado de ánimo de Nick, porque la única otra explicación
posible que se le ocurría era que estuviera pensando en enviarla de
regreso a su casa, y eso era algo que le resultaba intolerable. A pesar
de sus deseos de permanecer con él, Miley sabía que la decisión no
sería suya. Y pese a estar enamorada de Nick, no tenía la menor idea de
lo que él sentía hacia ella, aparte de que le gustaba tenerla cerca. Por
lo menos allí.
Desde
el estéreo, la voz de Barbra Streisand inició los primeros acordes de
una canción intensamente romántica, y Miley volvió a tratar de sacudir
sus temores al ver que Nick le abría los brazos.
–Decididamente ésa no es la voz del ratón Mickey –señaló–. ¿Barbra te parece bien? –Miley asintió.
–Es mi cantante favorita.
–La mía también –dijo Nick, tomándola de la cintura y acercándola a sí.
–Si
yo tuviera una voz como la suya –dijo Miley, tratando de olvidar sus
temores–, cantaría nada más que para escucharme. Cantaría al atender la
puerta y al contestar el teléfono.
–Es fenomenal –coincidió Nick–. Hay docenas de sopranos de ópera, pero Barbra es... única, incomparable.
De
repente Miley se dio cuenta de que la mano de Nick le recorría la
espalda; notó que sus ojos se encendían y en su interior sintió que
volvía a arder el deseo... la necesidad de la dulzura atormentadora del
contacto con su cuerpo, de la tormentosa insistencia de sus besos, y del
júbilo que le producía que Nick la poseyera. Era emocionante saber que
tendría todo eso antes de que la noche llegara a su fin, y poder
saborear y prolongar el momento. Sabía que él estaba haciendo lo mismo.
Pero, ¿seguiré teniendo todo esto la noche de mañana y la de pasado
mañana?, se preguntó, tratando de contener el pánico que le provocaba el
estado de ánimo sombrío de Nick.
Miley escuchó las palabras de la canción y se preguntó si él también las
estaría escuchando o si, como la mayoría de los hombres, escuchaba la
música e ignoraba la letra.
–Es una bonita canción –dijo, porque quería desesperadamente que él escuchara la letra como si se la estuviera diciendo ella.
–Tiene
una letra preciosa –confirmó Nick, tratando de calmarse, diciéndose que
lo que sentía en ese momento se borraría muy pronto, en cuanto
estuviera lejos de Miley. De repente la miró y sintió que la letra de
esa canción se le clavaba en el corazón;
Esos mañanas que esperan en lo profundo de tus ojos...
En el mundo de amor que guardas en tus ojos...
Yo despertaré lo que duerme en tus ojos.
Tal vez te robe un beso o dos.
A lo largo de toda mi vida...
Verano, invierno, primavera y otoño de mi vida...
Lo único que recordaré de mi vida, es toda mi vida.
Contigo.
Nick
se sintió aliviado cuando la voz de Streisand se apagó y comenzó a
resonar el dúo Whitney Houston/Jermaine Jackson. Pero Miley eligió ese
momento para apartar la mejilla de su cuerpo y mirarlo, y cuando la
miró a los ojos y escuchó la letra de la canción, Nick sintió una
opresión en el pecho.
Como vela que arde brillante...
El amor resplandece en tus ojos.
Una llama para iluminarnos el camino
que arde cada día más luminosa.
Yo era palabras sin música,
Yo era una canción todavía no entonada,
Un poema sin rima, un bailarín a destiempo...
Pero ahora estás tú.
Y nadie me ama como me amas tú.
Cuando
terminó la canción, Miley lanzó un suspiro tembloroso, y él se dio
cuenta de que trataba de romper el hechizo de la música hablando de
temas triviales.
–¿Cuál es tu deporte favorito, Nick? –Nick le levantó la barbilla.
–Mi deporte favorito –dijo en una voz tan ronca que él apenas reconoció como propia– es hacerte el amor.
Los ojos de Miley se oscurecieron, con un amor que ya no trataba de ocultarle.
–¿Cuál es tu comida favorita? –preguntó, temblorosa.
Como respuesta, Nick inclinó la cabeza y le tocó los labios en un beso suave.
–Tú.
En
ese momento se dio cuenta de que sacarla de su vida al día siguiente le
resultaría más difícil de lo que le fue oír que se cerraban tras de sí
las puertas de la cárcel. Sin darse cuenta de lo que hacía, la rodeó con
sus brazos, enterró la cara en su pelo y cerró los ojos.
Ella le acarició la cara con una mano y preguntó desfalleciente:
–Piensas enviarme a casa mañana, ¿verdad?
–Sí.
Al
percibir su tono decidido, Miley, que ya lo conocía tan bien, supo
que sería inútil discutir, pero de todos modos lo intentó.
–¡Yo no quiero irme!
Nick levantó la cabeza, y aunque habló con suavidad, Miley notó que su voz era muy firme y decidida.
–No lo hagas más difícil de lo que ya es.
Desolada,Miley se preguntó cómo era posible que fuera más difícil, pero se
tragó la protesta inútil y, por el momento, hizo lo que él pedía. Se
acostó con él cuando Nick se lo pidió, y trató de sonreír cuando se lo
pidió. Después de que ambos tuvieron un orgasmo tremendo, ella se volvió
en sus brazos y susurró:
–Te amo. Te...
Él le cubrió la boca con la punta de los dedos, silenciándola cuando trató de volver a decirlo.
–No lo digas.
Miley apartó la mirada y bajó la cabeza, clavando la vista en el pecho de
Nick. Deseó que también él se lo dijera, aunque no lo sintiera. Quería
oírle pronunciar esas palabras, pero no se lo pidió porque sabía que él
se negaría.
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