lunes, 21 de enero de 2013

Perfecta Cap:39

Sentada en el piso junto a la mesa baja, lápiz en mano, y con un grupo de fichas que había encontrado en el escritorio a su lado, Miley estudió la lista redactada por Nick de todos los que se encontraban en el set de Destino el día del asesinato de su mujer. Junto al nombre de cada persona, había anotado el trabajo que hacía dentro del equipo de filmación. Miley copiaba cada nombre y ocupación en una ficha individual, para poder hacer anotaciones cuando Nick empezara a hablar.
Nick, instalado en el sofá, la miraba sofocando una sonrisa ante la absurda idea de que Miley pudiera lograr el éxito allí donde había fracasado su equipo de abogados e investigadores privados.
De repente Miley interrumpió su trabajo para decir:
–Yo vi Destino, aunque habían vuelto a filmar las escenas finales con extras. De alguna manera supuse que para filmar una producción tan importante haría falta mucha más gente que la que has anotado en esta lista.
–Había docenas de otras personas, pero no estaban en Dallas –dijo Nick, volviendo a regañadientes su atención al asunto que iban a tratar–. Cuando una película importante se va a filmar en varios lugares distintos, resulta más eficaz dividir el equipo en distintas unidades y asignar una a cada lugar de filmación. De esa manera, antes de que lleguen el elenco y los técnicos más importantes, ellos ya han tenido tiempo de hacer todos los preparativos necesarios. La gente de esa lista formaba parte de la unidad de Dallas. Hubo otros que estuvieron en Dallas durante la primera parte de la filmación. No figuran en la lista porque yo ya los había enviado de vuelta a sus casas.
–¿Y por qué hiciste eso?
–Porque ya habíamos superado en varios millones el presupuesto de la película y estaba tratando de ahorrar gastos. Ya casi habíamos terminado la filmación y no supuse que hiciera falta tener ayuda extra, de modo que sólo conservé conmigo el equipo indispensable.
Ella lo escuchaba con una expresión de fascinación tan grande que Nick no pudo menos que sonreír.
–¿Alguna otra pregunta de orden general antes de que te cuente lo que sucedió ese día?
–Varias preguntas. ¿Exactamente qué es un productor?
–Un estorbo.
La risa de Miley le resultó maravillosa y Nick mismo no pudo menos que sonreír.
–¿El director de fotografía también es camarógrafo, o sólo un supervisor?
–Puede ser cualquiera de las dos cosas. Un buen director de fotografía está al tanto de todos los elementos del decorado. Él, junto con el escenógrafo, hacen realidad las ideas que el director tiene sobre una escena, y con frecuencia mejoran las ideas originales.
Miley recorrió la lista con la mirada, encontró el nombre del director de fotografía de Destino y se embarcó en preguntas concretas.
–¿Sam Hudgins era un buen director de fotografía?
–Uno de los mejores. Habíamos trabajado juntos en varios filmes, y yo lo pedí para Destino. En realidad elegí a todos los integrantes del equipo técnico porque habíamos trabajado juntos en oportunidades anteriores y sabía que podía contar con ellos. –Notó que Miley fruncía el entrecejo–. ¿Qué pasa?
–Simplemente me preguntaba qué sentido tiene que alguien con quien habías trabajado antes de repente fuera capaz de tildarte de asesino.
–No parece lógico –dijo Nick un poco sorprendido, e impresionado, de que Miley hubiera llegado a la misma conclusión a la que llegaron sus investigadores privados y abogados.
–¿Es posible que hayas dicho o hecho algo, poco antes del asesinato para que alguno de ellos te odiara tanto que quisiera vengarse?
–¿Exactamente qué tiene que hacer uno para merecer una venganza semejante? –contestó Nick con sequedad.
–Tienes razón –contestó Miley, asintiendo.
–Además no olvides que la víctima no era yo, sino Austin o Rachel. Yo fui simplemente el imb/écil que fue a la cárcel en lugar del verdadero culpable.
Miley respiró hondo y dijo en voz baja:
–Dime lo que ocurrió ese día. No, empieza por el día en que descubriste que... –Vaciló y volvió a hacer la pregunta, tratando de formularla con más delicadeza–. Como te dije, cuando sucedió todo esto yo estaba en Europa, pero recuerdo haber visto los titulares de una revista que decían...
Al comprobar que Miley volvía a quedar en silencio, Nick terminó la frase por ella.
–Los titulares decían que mi mujer estaba acostada con su coprotagonista y que yo me presenté en plena escena.
Miley hizo una mueca al pensarlo, pero no apartó la mirada.
–Dime todo lo que puedas recordar, y habla despacio para que pueda tomar notas.
En base a experiencias anteriores, Nick esperaba que la conversación fuera difícil y degradante en el mejor de los casos, y enfurecedora en el peor; pero siempre había sido interrogado por personas que dudaban de él o lo hacían por simple curiosidad. Narrarle los detalles del asesinato de Rachel a Miley, que creía en él y en la verdad de lo que decía, resultó una experiencia nueva y hasta una catarsis, y al terminar experimentó la extraña sensación de haberse sacado un peso de encima.
–¿No es posible que haya sido un simple accidente... un error? –preguntó Miley cuando él termino de contarle todo lo sucedido–. Es decir, ¿y si Andy Stemple, el hombre que se suponía debía cargar el arma con balas de fogueo, por error la hubiera cargado con balas de punta hueca y fuese demasiado cobarde para reconocerlo? –Nick apoyó los codos sobre las rodillas y meneó la cabeza.
–Stemple no pudo cometer un error; era especialista en armas de fuego. Después del desastre que ocurrió en la filmación de uno de los episodios de Twilight Zone, el gremio de directores exigió que personas especialmente entrenadas en pirotecnia, como Stemple, estuvieran a cargo de todas las armas de fuego que se utilizaran en una película. Stemple era un hombre calificado para su trabajo y estaba a cargo del arma, pero como nos hacía falta gente, también se ocupaba de otros trabajos. Esa mañana, él mismo había revisado el arma y la cargó con balas de fogueo. Además, esas balas de punta hueca no llegaron allí por accidente. Antes de colocar el arma sobre la mesa, la limpiaron prolijamente para borrar todas las impresiones digitales –le recordó Nick–. Ese pequeño detalle es una de las cosas que me mandó a la cárcel.
–Pero si tú hubieras limpiado el arma no habrías sido tan tonto como para dejar en ella una huella digital.
–No era una huella completa, sino la huella borrosa de parte de mi pulgar en el extremo de la culata. El fiscal convenció al jurado de que al limpiar el arma yo había pasado por alto esa parte.
–Pero –dijo ella, pensativa– la huella la dejaste cuando empujaste el arma que estaba sobre la mesa para que no quedara visible a la cámara.
No era una pregunta, sino que Miley repetía lo que él le acababa de decir, como si se tratara de una verdad del Evangelio, y Nick la adoró por su confianza.
–No habría importado que no hubieran limpiado el arma, ni que no encontraran mis huellas digitales en ella. Hubieran dicho que usé guantes. Y si yo no hubiera cambiado de idea durante esa última escena y el muerto hubiera sido Austin en lugar de Rachel, habrían seguido acusándome de haberlo hecho. Porque la realidad era, y es, que sólo yo tenía motivos suficientes para matar a Austin o a Rachel. –Nick notó que Miley luchaba por impedir que se traslucieran la compasión y la ira que sentía, y le sonrió para tranquilizarla–. ¿Te parece que ha sido bastante frustración para un solo día? ¿No crees que ahora podríamos parar y disfrutar del tiempo que nos queda? Ya son más de las cinco.
–Ya lo sé –contestó Miley con voz preocupada. Extendió todas las fichas sobre la mesa baja, pero eran las cuatro de la última fila, las más cercanas a ella, las que identificaban a la gente que todavía le interesaba, o de quienes sospechaba.
–¿Y si seguimos unos minutos más? –preguntó. Al ver que él abría la boca para oponerse, insistió con desesperación–: Nick, una de las fichas que hay sobre esta mesa pertenece a la persona que cometió el crimen y que después se calló la boca mientras tú ibas a la cárcel.
Nick lo sabía de memoria, pero no se animó a desilusionarla, así que contuvo su frustración y esperó con paciencia que ella terminara.
–Diana Copeland me resulta extraña –empezó a decir Miley, enfrascada en sus pensamientos–. Creo que estaba enamorada de ti.
–¡Por amor de Dios! ¿Qué te metió esa idea en la cabeza? –respondió él, entre divertido y exasperado.
–Es bastante evidente. –Apoyó un codo sobre la mesa y la barbilla en la mano, y se apresuró a explicarlo–. Dijiste que se suponía que ella partiría rumbo a Los Ángeles la mañana del asesinato, pero en lugar de hacerlo se quedó en Dallas y fue al set. Ella misma te explicó que se había quedado porque se enteró de lo sucedido la noche anterior en tu cuarto del hotel y que quería estar allí por si necesitabas apoyo moral. Creo que estaba enamorada de ti, y por eso decidió matar a Rachel.
–¿Y dejar que el hombre a quien supuestamente amaba cargara con toda la culpa? ¡No me parece! –se burló él–. Además, no hay posibilidades de que Diana supiera que tal vez yo decidiera modificar el guión, y que en ese caso el primer disparo lo haría Tony en lugar de Rachel. Más aún –agregó–, tienes un concepto muy candido de lo que es el amor entre la gente de Hollywood. La verdad es que las actrices tienen una desesperada necesidad de que las convenzan constantemente de que todo el mundo las ama. Ellas no se enamoran y dejan todo por un hombre, y mucho menos cometen por él un asesinato. Lo que les interesa es lo que una determinada relación puede proporcionarles a ellas. Son seres emocionalmente necesitados, salvajemente ambiciosos y totalmente egocéntricos.
–Debe de haber excepciones.
–Por experiencia personal, te aseguro que no he encontrado ninguna –aseguró Nick, cortante.
–¡Qué gran mundo debe de haber sido ése donde vivías, si pudo convertirte en un cínico tan grande con respecto a la gente y especialmente con respecto a las mujeres!
–No soy un cínico –retrucó Nick, irracionalmente herido por la evidente desaprobación de Miley–. ¡Soy realista! Y tú, por otra parte, eres absurdamente cándida en lo que se refiere a las relaciones entre los sexos.
En lugar de enojarse, Miley lo estudió con ojos que parecían profundos cristales azules.
–¿Realmente crees que lo soy, Nick? –preguntó.
Cada vez que ella pronunciaba su nombre, el corazón de Nick aceleraba sus latidos y, para aumentar su incomodidad, estaba descubriendo que esa muchacha “absurdamente cándida” que estaba sentada a sus pies podía lograr que se arrepintiera y se retractara con sólo mirarlo a través de sus densas pestañas, como en ese momento.
–Uno de nosotros lo es –dijo con irritación, y cuando ella siguió mirándolo, cedió aún más–. Posiblemente yo ya fuera un cínico antes de filmar mi primera película. –Con una sonrisa exasperada por su falta de capacidad para soportar la dulce y silenciosa presión a que ella lo estaba sometiendo, agregó–: Y ahora, por favor deja de mirarme como si quisieras que admitiera que hablé como un imb/écil, y haz tu próxima pregunta. ¿Quién es tu siguiente sospechoso?
La sonrisa contagiosa de Miley fue su premio y ella, obediente, cumplió con su orden de continuar.
–Tommy Newton –dijo, después de mirar una de las fichas.
–¿Por qué diablos iba a querer Tommy matar a Rachel o a Austin?
–Tal vez quería librarse de ti de una manera definitiva, y el asesinato no fue más que un medio para lograr un fin. Tú mismo comentaste que había trabajado contigo como asistente de dirección en varias películas. Tal vez estuviera harto de ser plato de segunda mano y de vivir a la sombra del gran Nicholas Jonas.
–Miley –dijo Nick con mucha paciencia–, en primer lugar Tommy tenía por delante una brillante carrera como director, y lo sabía. Yo también lo sabía. Y él estaba ansioso por trabajar conmigo en Destino.
–Pero...
–En segundo lugar –terminó diciendo Nick con sequedad–, él también estaba enamorado de la víctima potencial de ese disparo, así que jamás habría cambiado las balas de la pistola.
–¡Pero eso podría ser importante! ¡Nunca me dijiste que estuviera enamorado de Rachel... !
–Porque no lo estaba.
–Pero acabas de decir que...
–Estaba enamorado de Austin.
–¿Cómo?
–Tommy es gay.
Ella se quedó mirándolo unos instantes y luego, sin hacer comentario alguno, tomó la ficha de su tercer sospechoso.
–Emily McDaniels. Dijiste que se sentía en deuda contigo por haber sacado a flote su carrera y, más adelante, por darle un papel en Destino. Hacía años que te conocía, y tú mismo dijiste que pasaban mucho tiempo juntos cada vez que trabajaban en una película. Los chicos, sobre todo las adolescentes, suelen tener un cariño poco común por la figura que encarna la autoridad. Es posible que hasta se haya imaginado enamorada de ti. Tal vez creyó que si lograba librarse de Rachel, tú le corresponderías.
Nick lanzó un bufido, pero al hablar de la jovencita su tono de voz se suavizó.
–Emily tenía dieciséis años y era muy dulce. Después de ti, es la persona de tu sexo más íntegra y agradable que he conocido. Es absolutamente imposible que esa criatura pudiera haber hecho algo para perjudicarme. Pero digamos que tienes razón... que se creía enamorada de mí y tenía celos de Rachel. En ese caso no necesitaba molestarse en matar a mi mujer, porque en el set todo el mundo sabía que Rachel se iba a divorciar de mí para casarse con Austin.
–¿Y si odiaba tanto a Rachel por la humillación que te hizo sufrir la noche anterior, que se sintió obligada a vengarse de ella por ti?
–Esa teoría no funciona. Para Emily, Rachel sería la primera en disparar el arma, de acuerdo con lo que exigía el libreto.
–¿Entonces por qué no partimos de la suposición de que Tony Austin era la presunta víctima para el asesino?
–No podemos partir de esa base porque, como ya te dije, había hecho anotaciones en mi guión sobre la posibilidad de modificar el orden de los disparos, y muchas personas pudieron leer esas anotaciones cada vez que yo dejaba mi guión tirado por ahí. Sin embargo, antes del juicio mis abogados tomaron declaración a todo el elenco y al equipo técnico, y todos negaron saber que yo planeaba modificar esa escena.
–Pero supongamos que Tony Austin era en realidad la víctima. En ese caso, sigue siendo posible que la asesina sea Emily. Quiero decir, ¿y si estaba tan obsesionada por ti, que despreciaba a Austin por tener una aventura con tu mujer y por haberte humillado... ?
Nick la interrumpió con un tono que no admitía réplica.
–Emily McDaniels no mató a nadie. Y punto. No pudo haberlo hecho. Lo mismo que no pudiste hacerlo tú. –En ese momento Nick recién se dio cuenta de que las fichas inferiores eran las de los principales sospechosos de Miley, y al ver que sólo quedaba una, sonrió aliviado porque la conversación ya llegaba a su fin–. ¿Qué nombre has escrito en esa última ficha?
Miley le dirigió una mirada sufrida y contestó a regañadientes.
–El de Tony Austin.
La expresión divertida se borró del rostro de Nick, quien se pasó las manos por la cara, como si de alguna manera tratara de borrar el odio violento que explotaba en su interior cada vez que se permitía pensar en Austin como el asesino.
–Sí, creo que Austin lo hizo. –Miró a Miley, pero seguía inmerso en sus propios pensamientos–. No, sé que ese cretino lo hizo y después, con toda deliberación, me dejó cargar con la culpa. Algún día, si vivo lo suficiente...
Miley retrocedió ante el tono salvaje de su voz.
–¡Pero dijiste que Austin no tenía un centavo! –lo interrumpió con rapidez–. Al matar a Rachel, quien posiblemente te hubiera sacado una cantidad de dinero en el divorcio, habría perdido la oportunidad de quedarse con esa suma cuando se casara con ella.
–Era un drogadicto. ¿Quién puede saber lo que pasa por la mente de un drogadicto?
–Dijiste que las drogas son un vicio muy caro. ¿No crees que su primera preocupación hubiera sido tratar de apoderarse de tu dinero para pagar sus malos hábitos?
–¡Ya no puedo más! –exclamó Nick–. ¡Te lo digo en serio! –Al ver que Miley palidecía, de inmediato lamentó su exabrupto. Suavizó el tono de voz, se puso de pie y le tendió la mano para ayudarla a pararse–. Dejemos todo esto y decidamos qué vamos a hacer durante el resto de la noche.
Miley luchó contra su reacción instintiva ante el exabrupto de Nick, y se recordó que lo que había sucedido la noche anterior nunca, pero nunca, debía volver a suceder. Diez minutos más tarde, estaba sentada en un banco, junto a la mesada de la cocina, completamente relajada y riendo porque no lograban decidir lo que harían durante el resto de la velada.
–Haré una lista –bromeó, acercando un bloc de papel y un lápiz–. Hasta ahora, tú has sugerido que hagamos el amor. –Lo escribió mientras él se inclinaba sobre ella y la observaba sonriente, con una mano apoyada sobre su hombro–. Y que hagamos el amor. Y que hagamos el amor.
–¿Sólo lo propuse tres veces? –preguntó Nick en broma cuando ella terminó de escribir.
–Sí, y yo acepté las tres veces, pero se suponía que debíamos presentar ideas para la primera parte de la velada.
Incapaz de estar sin tocarla, Nick le apoyó una mano sobre el hombro y le tironeó la oreja. Miley rió e inclinó la cabeza para frotar la mejillas contra la palma de la mano de Nick.
Ese gesto sencillo y cariñoso hizo que el ánimo de Nick se fuera al piso, porque recordó que después de esa noche ya no habría más gestos de ninguna clase. Debía haberla dejado ir esa mañana, pero no pudo. No pudo soportar la idea de que lo odiara definitivamente, pero cuanto más tiempo la retuviera a su lado, más difícil le resultaría permitirle marcharse. Si Miley se iba al día siguiente, existía la posibilidad de que cediera ante los interrogatorios, y eso significaba que él tendría que adelantar casi una semana su partida de los Estados Unidos, pero el riesgo valía la pena con tal de saber que ella estaría libre de cualquier otra invasión de helicópteros que la vez siguiente podría no ser falsa.
Luchó contra su estado de ánimo tan negro y dijo:
–Sea lo que fuere lo que hagamos esta noche, te pido que sea algo especial. Festivo. –Tuvo que apelar a toda su capacidad de actor para seguir sonriendo y que ella no se diera cuenta de que a la mañana siguiente le pediría que se fuera.
Miley permaneció un instante pensativa, y de repente sonrió.
–¿Que te parece comer a la luz de las velas y después bailar? Como si tuviéramos una cita, sólo que será aquí mismo. Yo me arreglaré y todo –agregó para convencerlo, antes de darse cuenta de que Nick no necesitaba que lo convencieran: sonreía aliviado con una alegría que a Miley le pareció excesiva ante la modesta idea que acababa de sugerir.
–¡Bárbaro! –exclamó Nick, mirando su reloj–. Yo usaré el baño de tu cuarto y te “pasaré a buscar” dentro de una hora y media. ¿Eso te dará bastante tiempo?
Miley lanzó una carcajada.
–Creo que una hora será tiempo más que suficiente para cualquier transformación que pueda intentar.
Después de haber sugerido la idea, de repente Miley decidió fascinar a Nick y dedicó más de una hora a arreglarse. Su pelo era una cualidad que poseía en abundancia y como Nick sin duda le prestaba especial atención, se lo lavó, lo secó y luego lo peinó en forma tal que le enmarcara el rostro y le cayera en ondas naturales sobre los hombros y la espalda. Satisfecha de haber hecho con eso todo lo posible, se quitó la bata y se puso un vestido tejido de un tono azul cobalto que, en la percha, parecía un suéter largo hasta el piso, de falda angosta, blusa amplia y mangas anchas con puños de satín y resplandecientes botones de cristal azul. Recién cuando se lo puso y se llevó las manos a la espalda para abrocharlo, se dio cuenta de que no tenía cierre. A pesar de tener un amplio cuello en el frente, ese cuello caía en drapeados sobre los hombros dejando al descubierto la espalda. La engañosa sencillez del diseño, junto con la modestia del frente y la espalda descubierta, confería al modelo una belleza irresistible que a Miley la hacía sentir realmente hermosa. Pero se alejó del espejo, vacilante, sin saber si debía usar un modelo tan caro... que era de otra.
Pero comprendió que no tenía alternativa. Debía ponerse un vestido largo, porque no tenía medias y se negaba a usar la ropa interior de otra mujer. Con excepción de ese vestido, todos los demás que había en el armario eran excesivamente elegantes, pantalones. Además, la dueña de esa ropa era decididamente más alta que ella, cosa que limitaba sus posibilidades de elección. En vista de la situación, Miley se mordió los labios, decidió usar ese maravilloso vestido azul, y en silencio pidió disculpas a la desconocida dueña de ese espléndido guardarropa.
Una segunda requisa del armario le proporcionó un par de zapatillas de baile azules que eran medio número más grandes que lo que ella calzaba, pero que le quedaban perfectamente cómodas. Satisfecha de haber hecho todo lo posible con lo que tenía a su alcance, se retocó el pelo y dirigió una última mirada a su imagen en el espejo. Había demorado más en vestirse para la “cita” de esa noche de lo que tardó en arreglarse para el casamiento de sus dos hermanos, en los que fue dama de honor. Pero decidió que había valido la pena. Los cosméticos de nombre extranjero que se había puesto esa noche eran muy distintos de los baratos que ella compraba en la farmacia de Keaton. La sombra y el rimmel realzaban sus ojos, y el toque de rubor con que coloreó sus mejillas hacía que sus pómulos parecieran más altos y prominentes. Además la perspectiva de pasar una noche agradable con Nick le iluminaba los ojos, que estaban resplandecientes. Se inclinó para aplicarse un poco de su propio lápiz labial; luego retrocedió, le sonrió a su propia imagen en el espejo y se encaminó a la puerta del dormitorio. Decidió que de alguna manera encontraría la dirección de esa casa y que enviaría un cheque para cubrir los gastos de los cosméticos que usó y la limpieza en tintorería de la ropa que había tomado prestada.
Cuando hizo su entrada en el living, las velas ya estaban encendidas sobre la mesa baja. El fuego chisporroteaba en la chimenea y Nick estaba ocupado abriendo una botella de champaña. Miley contuvo el aliento al ver lo apuesto que estaba, con un traje azul marino, camisa blanca y corbata de varios colores. Estaba por hacer un comentario cuando recordó que ya lo había visto vestido así antes –sólo que esa vez la ropa que usaba era suya– y sintió una punzada de dolor al pensar en todo lo que él había perdido. La vez anterior lo había visto por televisión, durante la entrega de premios de la Academia Cinematográfica, cuando entregó un Oscar y luego volvió a subir al escenario para recibir el que le habían acordado como Mejor Actor. En esa oportunidad lucía un esmoquin negro con camisa blanca plisada y corbata moñito negra, y Miley recordó haber pensado lo maravilloso que lucía tan alto y elegante.
Al pensar que en ese momento debía ocultarse como un animal perseguido y ponerse ropa ajena, tuvo ganas de llorar. Pero mientras lo pensaba, Miley se dio cuenta de que Nick nunca se quejaba de eso y que no agradecería su compasión ni su lástima. Como se suponía que ésa sería una velada alegre y despreocupada, Miley decidió hacer todo lo posible para que lo fuera. Ya decidida, se adelantó con cierta timidez.
–¡Hola! –saludó con una brillante sonrisa. Nick levantó la mirada y, al verla, el champaña que servía empezó a derramarse sobre el borde de la copa.
–¡Mi Dios! –exclamó en un susurro ronco y admirado, recorriendo con los ojos el rostro, el pelo y el cuerpo de Miley–. ¿Cómo es posible que hayas tenido celos de Glenn Clóse?
Hasta ese momento Miley no se había dado cuenta cabal del motivo que la había llevado a ponerse un vestido elegante, a maquillarse y a peinarse de una manera distinta. Pero en ese momento lo supo: quería competir con las mujeres que él había conocido en su vida anterior.
–Estás volcando la champaña –dijo con suavidad, tan contenta que no sabía cómo comportarse.
Nick maldijo en voz baja, enderezó la botella y buscó un trapo rejilla para secar el mueble mojado.
–¿Nick?
–¿Qué? –preguntó él sobre el hombro, mientras tomaba las copas.
–¿Cómo es posible que hayas tenido celos de Patrick Swayze? –Su repentina sonrisa le demostró que él estaba tan contento por el cumplido como lo había estado ella por el suyo.
–Con franqueza, no lo sé –bromeó.
–¿Qué cantantes elegiste? –preguntó Miley después de comer, al ver que él ponía discos en la bandeja–. Porque si te decidiste por el ratón Mickey, me negaré a bailar contigo.
–¡Por supuesto que bailarás!
–¿Por qué estás tan seguro?
–Porque sé que te gusta bailar conmigo.
A pesar del diálogo juguetón, Miley se había dado cuenta de que a medida que transcurría la comida Nick estaba cada vez más deprimido. Aunque le pidió con claridad que tratara de convertir esa velada en una ocasión festiva, había una tensión indefinible en sus facciones que se marcaba más a medida que transcurría la noche. Miley se dijo que la conversación de la tarde sobre el asesinato debía de ser la causa de ese extraño estado de ánimo de Nick, porque la única otra explicación posible que se le ocurría era que estuviera pensando en enviarla de regreso a su casa, y eso era algo que le resultaba intolerable. A pesar de sus deseos de permanecer con él, Miley sabía que la decisión no sería suya. Y pese a estar enamorada de Nick, no tenía la menor idea de lo que él sentía hacia ella, aparte de que le gustaba tenerla cerca. Por lo menos allí.
Desde el estéreo, la voz de Barbra Streisand inició los primeros acordes de una canción intensamente romántica, y Miley volvió a tratar de sacudir sus temores al ver que Nick le abría los brazos.
–Decididamente ésa no es la voz del ratón Mickey –señaló–. ¿Barbra te parece bien? –Miley asintió.
–Es mi cantante favorita.
–La mía también –dijo Nick, tomándola de la cintura y acercándola a sí.
–Si yo tuviera una voz como la suya –dijo Miley, tratando de olvidar sus temores–, cantaría nada más que para escucharme. Cantaría al atender la puerta y al contestar el teléfono.
–Es fenomenal –coincidió Nick–. Hay docenas de sopranos de ópera, pero Barbra es... única, incomparable.
De repente Miley se dio cuenta de que la mano de Nick le recorría la espalda; notó que sus ojos se encendían y en su interior sintió que volvía a arder el deseo... la necesidad de la dulzura atormentadora del contacto con su cuerpo, de la tormentosa insistencia de sus besos, y del júbilo que le producía que Nick la poseyera. Era emocionante saber que tendría todo eso antes de que la noche llegara a su fin, y poder saborear y prolongar el momento. Sabía que él estaba haciendo lo mismo. Pero, ¿seguiré teniendo todo esto la noche de mañana y la de pasado mañana?, se preguntó, tratando de contener el pánico que le provocaba el estado de ánimo sombrío de Nick.
Miley escuchó las palabras de la canción y se preguntó si él también las estaría escuchando o si, como la mayoría de los hombres, escuchaba la música e ignoraba la letra.
–Es una bonita canción –dijo, porque quería desesperadamente que él escuchara la letra como si se la estuviera diciendo ella.
–Tiene una letra preciosa –confirmó Nick, tratando de calmarse, diciéndose que lo que sentía en ese momento se borraría muy pronto, en cuanto estuviera lejos de Miley. De repente la miró y sintió que la letra de esa canción se le clavaba en el corazón;
Esos mañanas que esperan en lo profundo de tus ojos...
En el mundo de amor que guardas en tus ojos...
Yo despertaré lo que duerme en tus ojos.
Tal vez te robe un beso o dos.
A lo largo de toda mi vida...
Verano, invierno, primavera y otoño de mi vida...
Lo único que recordaré de mi vida, es toda mi vida.
Contigo.

Nick se sintió aliviado cuando la voz de Streisand se apagó y comenzó a resonar el dúo Whitney Houston/Jermaine Jackson. Pero Miley eligió ese momento para apartar la mejilla de su cuerpo y mirarlo, y cuando la miró a los ojos y escuchó la letra de la canción, Nick sintió una opresión en el pecho.
Como vela que arde brillante...
El amor resplandece en tus ojos.
Una llama para iluminarnos el camino
que arde cada día más luminosa.
Yo era palabras sin música,
Yo era una canción todavía no entonada,
Un poema sin rima, un bailarín a destiempo...
Pero ahora estás tú.
Y nadie me ama como me amas tú.

Cuando terminó la canción, Miley lanzó un suspiro tembloroso, y él se dio cuenta de que trataba de romper el hechizo de la música hablando de temas triviales.
–¿Cuál es tu deporte favorito, Nick? –Nick le levantó la barbilla.
–Mi deporte favorito –dijo en una voz tan ronca que él apenas reconoció como propia– es hacerte el amor.
Los ojos de Miley se oscurecieron, con un amor que ya no trataba de ocultarle.
–¿Cuál es tu comida favorita? –preguntó, temblorosa.
Como respuesta, Nick inclinó la cabeza y le tocó los labios en un beso suave.
–Tú.
En ese momento se dio cuenta de que sacarla de su vida al día siguiente le resultaría más difícil de lo que le fue oír que se cerraban tras de sí las puertas de la cárcel. Sin darse cuenta de lo que hacía, la rodeó con sus brazos, enterró la cara en su pelo y cerró los ojos.
Ella le acarició la cara con una mano y preguntó desfalleciente:
–Piensas enviarme a casa mañana, ¿verdad?
–Sí.
Al percibir su tono decidido, Miley, que ya lo conocía tan bien, supo que sería inútil discutir, pero de todos modos lo intentó.
–¡Yo no quiero irme!
Nick levantó la cabeza, y aunque habló con suavidad, Miley notó que su voz era muy firme y decidida.
–No lo hagas más difícil de lo que ya es.
Desolada,Miley  se preguntó cómo era posible que fuera más difícil, pero se tragó la protesta inútil y, por el momento, hizo lo que él pedía. Se acostó con él cuando Nick se lo pidió, y trató de sonreír cuando se lo pidió. Después de que ambos tuvieron un orgasmo tremendo, ella se volvió en sus brazos y susurró:
–Te amo. Te...
Él le cubrió la boca con la punta de los dedos, silenciándola cuando trató de volver a decirlo.
–No lo digas.
Miley apartó la mirada y bajó la cabeza, clavando la vista en el pecho de Nick. Deseó que también él se lo dijera, aunque no lo sintiera. Quería oírle pronunciar esas palabras, pero no se lo pidió porque sabía que él se negaría.

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