domingo, 27 de enero de 2013

Perfecta Cap: 44


El hombre alto recorría en el crepúsculo el polvoriento camino que conducía desde el pueblo a los muelles, con un diario y varias revistas en la mano. Al llegar al muelle no habló con ninguno de los pescadores que en ese momento descargaban la carga del día o zurcían sus redes, y ninguno de ellos habló con él, pero varios pares de ojos curiosos siguieron al desconocido hasta su barco, un Hateras de doce metros con el nombre “Miley” recién pintado en la proa. Aparte del nombre de la nave que las leyes del mar obligaban a llevar pintado en la proa, el barco no tenía ninguna seña particular. A distancia se parecía a los millares de otros barcos que surcaban las aguas de las costas de Sudamérica, algunos alquilados por pescadores deportivos, la mayoría de propiedad de pescadores que todas las noches regresaban a descargar la carga del día y volvían a zarpar con las primeras luces del amanecer.
Tampoco en el dueño del barco había nada que llamara la atención. En lugar de los shorts y remeras tejidas, vestimenta preferida de los capitanes de los barcos en alquiler, él usaba la vestimenta típica de los pescadores: camisa blanca de algodón, de mangas largas, zapatillas y una gorra oscura encasquetada hasta la frente. Bajo una barba de cuatro días, tenía el rostro bronceado, aunque si alguien se hubiera molestado en estudiarlo con atención habría notado que su piel no estaba tan curtida como la del resto de los pescadores y que en realidad su nave estaba mejor equipada como crucero que como barco de pesca. Pero ése era un puerto de gran actividad y el Miley no era sino uno más entre millares de barcos que amarraban allí... barcos que muchas veces transportaban carga que no era legal.
Del otro lado del muelle, dos pescadores que se encontraban a bordo del “Diablo” levantaron la mirada al ver llegar al dueño del “Miley”. Instantes después el generador del barco volvió a la vida y se encendieron las luces de la cabina.
–Gasta mucho combustible haciendo andar ese generador durante buena parte de la noche –observó uno de los pescadores–. ¿Para qué necesita hacer funcionar ese motor?
–A veces, a través de las cortinas, veo su sombra ante una mesa. Creo que se queda leyendo.
El otro pescador miró las cinco antenas que se elevaban sobre la cubierta superior del “Miley”.
–A bordo de ese barco tiene equipos de todas clases, incluyendo radar, pero nunca sale a pescar y tampoco busca clientes para que se lo alquilen. Ayer lo vi anclado mar afuera, cerca de la isla Calvary, y ni siquiera había tirado las líneas al agua.
El otro pescador lanzó un bufido de disgusto.
–Porque no es pescador y tampoco capitán de un barco de alquiler.
–¿Entonces crees que es un traficante de drogas?
–¿Qué otra cosa va a ser? –dijo su compañero, encogiéndose de hombros en señal de desinterés.
Ignorante de que su presencia provocaba comentarios en el muelle lleno de actividad, Nick estudió los mapas que acababa de extender sobre la mesa, marcando con cuidado los distintos cursos que podía seguir durante la semana siguiente. Cuando por fin enrolló los mapas, ya eran las tres de la madrugada y supo que no podría conciliar el sueño, pese a estar extenuado. Durante los últimos siete días el sueño lo había eludido casi por completo, pese a que en su huida de los Estados Unidos no tuvo inconveniente alguno... gracias a los contactos de Enrico Sandini y del medio millón de dólares que Nick le pagó.
En Colorado, el pequeño helicóptero de alquiler apareció, según lo previsto, en un claro a doscientos metros de la casa, un claro cuyo propósito era ése, sólo que era utilizado por los dueños de casa y sus invitados. Cargando un par de esquís y con traje de esquiador y antiparras que le cubrían casi toda la cara, Nick abordó el helicóptero, que lo llevó hasta un pequeño refugio situado a una hora de distancia.

Un auto alquilado lo esperaba en la plaza de estacionamiento del refugio, y desde allí viajó hacia el sur hasta una pequeña pista de aterrizaje donde lo esperaba un avión privado. A diferencia del piloto del helicóptero, que era inocente, el del avión estaba al corriente de lo que se tramaba. Cada vez que aterrizaban para cargar combustible declaraban un plan de vuelo diferente del que seguían en su rumbo sud-sudeste.
Poco después de abandonar el espacio aéreo de los Estados Unidos, Nick se quedó dormido y sólo despertaba cuando aterrizaban para cargar combustible, pero desde que finalizó ese viaje hasta entonces, sólo había podido dormitar de a dos horas por vez.

Se puso de pie y bajó a servirse una copa de coñac, con la esperanza de que lo ayudara a dormir, pero convencido de que no sería así. Con ella en la mano se encaminó a la cabina principal que hacía las veces de living y comedor de su “casa flotante”. Apagó las luces de la cabina, pero dejó encendida una pequeña lámpara de bronce sobre una mesa junto al sofá, porque iluminaba una fotografía de Miley que había arrancado de un diario de la semana anterior y que colocó en un pequeño marco. Al principio supuso que debía de ser su fotografía de graduación, pero esa noche, al estudiarla, decidió que era más probable que hubiera sido tomada cuando estaba vestida para una fiesta o una boda.

A pesar de saber que se estaba torturando, Nick no podía dejar de mirar la fotografía. Pasó con lentitud el pulgar sobre los labios sonrientes de Miley, mientras se preguntaba si en ese momento, ya de regreso en su casa, estaría sonriendo nuevamente. Ojalá fuera así, pero al mirar la fotografía, lo que veía era la última imagen que tuvo de ella... su expresión de sufrimiento cuando él la ridiculizó por haber dicho que lo amaba. Ese recuerdo lo acosaba. Lo destrozaba, lo mismo que otras preocupaciones que ella le inspiraba. Por ejemplo, si habría quedado embarazada. Se torturaba preguntándose si Miley tendría que soportar un aborto o la vergüenza que significaba ser madre soltera en una ciudad chica.

¡Tantas cosas que tenía una desesperada necesidad de decirle! Tragó el resto del coñac, luchando contra la urgencia de volver a escribirle. Lo hacía todos los días, pese a saber de memoria que nunca podría mandarle esas cartas. Tengo que dejar de escribirle, se advirtió. Tenía que sacársela de la cabeza antes de volverse loco...
Tenía que tratar de dormir un poco... Y mientras así pensaba, estiraba una mano para tomar papel y lapiz.
A veces le decía dónde estaba y lo que hacía, otras le describía en detalle cosas que creía podrían interesarle, como las islas que se perfilaban contra el horizonte o las costumbres de los pescadores. Pero esa noche se hallaba en un estado de ánimo distinto. Esa noche la extenuación y el coñac lograron que su pena y sus preocupaciones alcanzaran una altura inusitada. Según el diario estadounidense de varios días de antigüedad que había comprado esa mañana en el pueblo, Miley era decididamente sospechosa de haberlo ayudado en su fuga. De repente a Nick se le ocurrió que Miley iba a tener necesidad de contratar a un abogado para que la defendiera de las acusaciones que debían de estarle haciendo la policía o el FBI o, lo que era aún peor, tal vez sólo estuvieran acusándola de complicidad para obligarla a admitir cosas que no eran ciertas. En ese caso, necesitaría recurrir a un excelente abogado, en lugar de ponerse en manos de un picapleitos de pueblo. Y para contratar a un abogado así, le haría falta dinero. Una sensación de urgencia borró la desesperanza que había nublado su entendimiento desde que se separaron, y la mente de Nick empezó a trabajar como enloquecida, imaginando problemas y la forma de solucionarlos.

Amanecía cuando se reclinó contra el respaldo de su silla, increíblemente cansado y vencido. Vencido porque sabía que le enviaría esa carta. Tenía que mandársela, en parte por la solución que se le había ocurrido, pero también porque necesitaba con desesperación que ella supiera la verdad de sus sentimientos. Estaba casi seguro de que la verdad no la heriría tanto como la había herido su mentira. Ésa sería la última comunicación entre ellos, pero por lo menos corregiría el final desagradable que tuvieron los días y noches más exquisitos de su vida.

El sol se asomaba a través de las cortinas del salón y Nick consultó su reloj. En esa isla sólo recogían la correspondencia una vez por semana, los lunes a la mañana temprano. Eso significaba que no tenía tiempo de volver a escribir esa carta incoherente y divagante, porque todavía tendría que escribirle a Liam para explicarle lo que quería que hiciera.
–Allá, bajo el ala de estribor, está Keaton, señor Farrell –informó el piloto del estilizado jet que salió de entre las nubes e inició el acercamiento final–. Antes de aterrizar haré una pasada sobre la pista para asegurarme que esté en buenas condiciones.

Liam oprimió el botón del intercomunicador para contestarle.
–De acuerdo, Steve –dijo distraído, mientras estudiaba la cara preocupada de su esposa–. ¿Qué te pasa? –le preguntó en voz baja a Demi–. Creí haberte convencido de que no tiene nada de ilegal entregar una carta que estaba dirigida a Miley Mathison, y a mi cuidado. Las autoridades están enteradas de que tengo poder general de Nick para hacerme cargo de sus asuntos financieros. Ya les he entregado el sobre en que me llegaron sus instrucciones para que trataran de rastrear su procedencia. Aunque estoy convencido de que no los ayudará en absoluto –agregó con una risita–. Tiene el sello postal de Dallas, donde sin duda Nick le paga a alguien para que reciba las cartas que me escribe, las saque de su sobre original y luego me las remita.
Como sabía lo importante que era para su marido lo que estaba haciendo, Demi hizo un esfuerzo por ocultar su preocupación.
–¿Y para qué hace eso si confía tanto en ti?
–Lo hace para que pueda entregar a las autoridades cualquier sobre que reciba de él, sin descubrir su paradero. Nos protege a ambos. Así que, como verás, hasta ahora me he atenido estrictamente a la letra de la ley.

Demi apoyó la cabeza contra el respaldo de cuero blanco del sofá que dominaba la cabina del avión y suspiró. Pero sonreía.
–No, eso no es enteramente cierto. No le dijiste al FBI que junto con la tuya envió una carta dirigida a Miley Mathison, y tampoco les dijiste que te proponías entregársela personalmente.
–La carta dirigida a ella está en un sobre cerrado y en blanco –retrucó él–. No tengo manera de saber si Nick escribió lo que hay adentro. Por lo que yo sé, podría contener recetas de cocina. Espero –agregó con horror simulado– que no estés sugiriendo que debo abrir la carta para ver lo que hay dentro. Eso sería una ofensa contra las leyes del país. Además, mi amor, no hay ninguna ley que me obligue a avisar a las autoridades cada vez que Nick se pone en contacto conmigo.

Alarmada y divertida a la vez por la indiferencia con que su marido trataba el asunto, Demi lo miró. A pesar de su aire sofisticado, sus trajes hechos a medida, sus yates y aviones privados, Liam era sobre todas las cosas un luchador. Y lo amaba por ello. Él creía en la inocencia de Nicholas Jonas y ése era el único justificativo que necesitaba para lo que se proponía hacer. Punto. Aunque sabía que era inútil y probablemente innecesario, Demi había insistido en acompañarlo a Keaton, sólo para asegurarse de que no se involucrara demasiado.
–¿Por qué sonríes así? –preguntó Liam.
–Porque te quiero. ¿Y tú? ¿Por qué sonríes?
–Porque me quieres –susurró Liam con ternura, pasándole un brazo sobre los hombros–. Y por esto –confesó. Metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó la carta de Nick.
–Dijiste que eso no contiene más que una lista de instrucciones con respecto a Miley Mathison. ¿Qué tiene de gracioso una lista de instrucciones?
–Eso es lo gracioso; una lista de instrucciones. Cuando enviaron a Nick a la cárcel tenía una fortuna de inversiones distribuidas a lo largo de todo el mundo. ¿Sabes cuántas instrucciones me dio cuando me otorgó poder general para manejarlas?
–No. ¿Cuántas?
–Una sola –dijo, muy sonriente. Y levantó un dedo–. Dijo: «Trata de no fundirme».
Demi rió y Liam miró por la ventanilla del avión que ya aterrizaba en la pista.
–Spencer ya está aquí con el auto –dijo, refiriéndose a su chofer, que había volado desde Dallas en un avión de línea para alquilar un auto e ir a buscarlos al aeropuerto. Liam quería llegar y partir sin que nadie se enterara de que habían estado allí, lo cual significaba que no podían llamar un taxi desde el aeropuerto, en el caso de que en Keaton hubiera servicio de taxis.
–¿Algún problema, Spencer? –preguntó Liam al instalarse en el asiento trasero del auto.
–No –contestó Spencer–. Llegue hace una hora y localicé la casa de Miley Mathison. El patio delantero estaba lleno de bicicletas de chicos.
Demi reanudó la conversación que mantenían en el avión.
–¿Qué clase de instrucciones te dio Nick con respecto a Miley Mathison?
Liam sacó un papel doblado del bolsillo, leyó las primeras líneas y dijo con sequedad:
–Entre otras cosas debo observar cuidadosamente qué aspecto tiene y ver si ha perdido peso o si no duerme bien.
Demi registró de inmediato la poco común preocupación de Nick Jonas por su ex rehén, y eso suavizó su actitud hacia él.
–¿Cómo puedes saberlo con solo mirarla? Ignoras cómo era antes de pasar una semana con Nick.
–Lo único que se me ocurre es que por fin Nick ha cedido ante el estrés a que ha estado sometido. –Liam hizo un esfuerzo por no demostrar lo difícil que le resultaba el siguiente pedido de su amigo–. El próximo punto de esta lista te encantará. También se supone que debo averiguar si está o no embarazada.
–¿Con sólo mirarla? –exclamó Demi en el momento en que Spencer doblaba y se internaba por una calle residencial flanqueada de árboles.
–No, creo que se supone que debo preguntárselo. Por eso estoy tan encantado de que te hayas ofrecido a acompañarme. Si ella niega estar embarazada, debo informar a Nick si le creo o no.
–A menos que haya recurrido a alguna clase de test de embarazo precoz, es posible que ni ella misma lo sepa. Sólo hace tres semanas que se separó de él en Colorado. –Demi se puso los guantes en el momento en que Spencer detuvo el auto frente a una casa de una sola planta, estilo rancho, de la que salía una cantidad de niños que montaban en sus bicicletas y se alejaban pedaleando–. Debe de quererla mucho para estar tan preocupado por ella, Liam.
–Se siente culpable –predijo Matt con completa seguridad mientras bajaba del auto–, y responsable. Nick siempre ha tomado con mucha seriedad sus responsabilidades.

En el momento en que avanzaron por la vereda, de la casa salieron dos chiquitos en sillas de ruedas. Avanzaban a gran velocidad, aullando de risa, perseguidos por una joven bonita.
–¡Johnny –exclamó ella riendo, mientras los corría–, devuélveme eso! –Liam y Demi se detuvieron, observando la persecución y a una Miley Mathison que reía a carcajadas mientras trataba de alcanzar a los chicos–. Está bien –dijo por fin, sin notar la presencia de la pareja de desconocidos–, ustedes ganan, ¡monstruos! Mañana no les tomaré prueba escrita. Y ahora, devuélveme el cuaderno.– Johnny lanzó un grito de triunfo y se lo devolvió–. Gracias –dijo Miley, desordenando cariñosamente el pelo de su alumno–. Estás empezando a maniobrar con mucha habilidad, Tim. No dejes de hacerlo en el partido del domingo, ¿quieres?
–Bueno, señorita Mathison.

Miley se volvió a verlos alejarse, y recién entonces se dio cuenta de la presencia de una pareja de desconocidos, parados cerca de la puerta de su casa. Liam y Demi se le acercaron, mientras Miley los observaba intrigada. De alguna manera, a la luz del anochecer, le resultaban vagamente familiares.
–Señorita Mathison –dijo el hombre, sonriéndole–. Soy Liam Farrell y ésta es mi mujer, Demi (dany aslkasjfldksakd) . –De cerca, Demi era tan hermosa como apuesto era su marido, tan rubia, y su sonrisa era tan cálida como la del marido.
–¿Está sola? –preguntó Liam, mirando hada la casa. Miley se puso tensa.
–¿Son periodistas? –preguntó con desconfianza–. Porque si lo son yo ya he...
–Soy amigo de Nick –interrumpió él en voz baja.
El corazón de Miley le dio un salto dentro del pecho.
–Pasen, por favor –invitó excitada y sorprendida. Los hizo entrar por la puerta trasera, por la cocina en cuyas paredes colgaban ollas y sartenes de cobre, y luego los condujo al living.
–¡Qué lugar tan bonito! –dijo Demi sacándose el tapado mientras observaba la alegre habitación con sus muebles de caña pintados de blanco, sus almohadones verdes y azules, y las macetas con plantas que ocupaban todos los rincones.

Miley hizo un esfuerzo por sonreír, pero al tomar la chaqueta de Liam, preguntó con desesperación:
–¿Nick está bien?
–Por lo que yo sé, está muy bien.
Ella se relajó un poco, pero le resultaba difícil ser buena dueña de casa cuando lo único que quería era saber por qué estaban allí, y al mismo tiempo deseaba desesperadamente prolongar la visita de esa pareja, porque Liam Farrell era amigo de Nick y, de alguna manera, era como si llevara consigo a Nick a esa casa.
–¿Les puedo servir un poco de vino o un café? –preguntó mientras ellos se sentaban.
–Me encantaría un poco de café –dijo Demi, y su marido asintió.
Miley preparó el café en tiempo récord, colocó tazas y platos en una bandeja y regresó al living con tanta rapidez que sus dos visitantes sonrieron al verla, como si comprendieran lo que sentía.
–No sé por qué estoy tan nerviosa –confesó Miley con una risa ahogada, colocando la bandeja sobre una mesa baja–. Pero... me alegro muchísimo de que hayan venido. Iré a traer el café en cuanto esté listo.
–No la noté nerviosa cuando enfrentó al mundo por televisión y trató, considero que con mucho éxito, de hacer que las simpatías del público se volcaran hacia Nick –comentó Liam, mirándola con admiración.
La calidez de la mirada y de la voz de Liam le hicieron sentir que había hecho algo valiente y maravilloso.
–Espero que todos los amigos de Nick piensen lo mismo.
–A Nick ya no le quedan amigos –dijo Farrell–. Pero por otra parte –agregó con una sonrisa–, con una defensora como usted, no creo que le hagan falta muchos.
–¿Cuánto hace que lo conocen? –preguntó Miley, sentándose en un sillón, frente a ellos.
–Demi no llegó a conocerlo, pero hace ocho años que yo soy amigo de Nick. Éramos vecinos en Carmel, California. –Liam observó que Miley se inclinaba hacia adelante y se dio cuenta de que quería saber todo lo posible acerca de él–. Además éramos socios en varias empresas financieras. Cuando lo encarcelaron, Nick me concedió un poder general que me da el derecho y la responsabilidad de manejar todos sus asuntos.
–Me parece maravilloso que usted haya aceptado esa responsabilidad –dijo Miley, y en su tono y su mirada Liam percibió el primer destello de la calidez que esa muchacha habría volcado sobre Nick en Colorado, cuando él más lo necesitaba–. Debe de tenerle mucho cariño y mucha confianza para haber confiado tanto en usted.
–Yo siento lo mismo por él –contestó Liam, incómodo, sin saber cómo explicar el motivo de su visita.
–¿Y por eso vino desde California? –sugirió Miley, ansiosa por ayudarlo–. ¿Porque como amigo de Nick quería decirme que aprobaba lo que dije durante la conferencia de prensa?

Liam negó con la cabeza y trató de ganar tiempo hablando de detalles.
–Ahora sólo pasamos las vacaciones en Carmel –explicó–; vivimos en Chicago.
–Aun sin haber estado nunca allí, yo creo que preferiría vivir en Carmel –contestó Miley, siguiéndole el tren y decidida a hablar sobre temas sin importancia.
–Vivimos en Chicago porque Demi es presidenta de Bancroft y Compañía, cuya casa central está allí.
–¡Bancroft! –exclamó Miley, impresionada por la mención de la elegante cadena de tiendas. Miró a Demi y le sonrió–. He estado en su tienda de Dallas y me pareció magnífica –comunicó, absteniéndose de decir que no pudo comprar nada porque todo era demasiado caro para ella–. El café ya debe de estar listo. Iré a buscarlo. –dijo, poniéndose de pie.
Cuando Miley salió, Demi tironeó suavemente la manga de su marido.
–Ya se ha dado cuenta de que has venido con un propósito determinado, y cuanto más demores en decirle de qué se trata, más nerviosa la pondrás.
–Te confieso que no estoy exactamente ansioso por iniciar el tema –confesó Liam–. A pedido de Nick he viajado mil quinientos kilómetros para preguntarle de repente si está embarazada y para darle este cheque. Explícame si hay una manera sutil de decir: «Señorita Mathison, le traigo un cheque de un cuarto de millón de dólares porque Nick tiene miedo de que esté embarazada y porque se siente culpable de ello y además porque quiere que tenga dinero para pagar a un abogado y mantener a raya a las autoridades y al periodismo».

Cuando Demi estaba por sugerirle una manera más suave de encarar la cuestión, Miley volvió con una cafetera de porcelana y empezó a llenar las tazas de café. Liam se aclaró la garganta y empezó a hablar de una manera torpe e incómoda.
–Señorita Mathison...
–Por favor, llámeme Miley –interrumpió ella, poniéndose tensa ante el tono de Liam.
–Bueno, Miley –aceptó él con una sonrisa sombría–, en realidad no he venido a raíz de la conferencia de prensa. Vine porque Nick me lo pidió.
La cara de Miley se iluminó, como el sol cuando se asoma entre las nubes.
–¿En... serio? ¿Y le explicó por qué se lo pedía?
–Quiere que averigüe si está embarazada.
Miley sabía que no lo estaba, y lo inesperado del tema la sobresaltó y avergonzó tanto que empezó a negar con la cabeza antes de que Demi acudiera en su ayuda.
–Liam tiene que entregarle una carta, que sin duda le explicará esto mucho mejor de lo que lo está haciendo mi marido en su aturdimiento –dijo con suavidad.
Miley observó a Liam meter la mano en el bolsillo y sacar un sobre. Con la sensación de que el mundo giraba como enloquecido a su alrededor, lo tomó.
–¿Les molestaría que la leyera ahora mismo... en privado? –preguntó temblorosa.
–Por supuesto que no. Mientras tanto, nosotros disfrutaremos del café.


1 comentario:

  1. hahhha bitch no acepto esa pareja, ok no, es que seria raro, seria raro verlos junto :/

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