miércoles, 30 de enero de 2013

Perfecta Cap: 49


Tommy Newton levantó la vista del guión que estaba marcando, cuando su hermana entró en el living de su casa de Los Ángeles, donde ella pasaba el fin de semana.
–¿Qué pasa? –preguntó él.
–Acabas de recibir el llamado de un loco –explicó ella–. Por lo menos espero que haya sido un loco.
–Los Ángeles está llena de gente rara que hace llamados obscenos –la tranquilizó Tommy–. En el sur de California, ése es un medio habitual de comunicación –agregó en broma–. ¿No te has enterado de que aquí todo el mundo se siente alienado? Justamente por eso la ciudad está llena de psicoanalistas.
–No fue un llamado obsceno, Tommy.
–¿Entonces qué fue?
–El que llamaba dijo que era Nick Jonas –contestó ella dudando, mientras fruncía el entrecejo y meneaba la cabeza.
–¿Nick? –repitió Tommy, lanzando una carcajada–. ¡Eso es ridículo! ¿Qué más dijo?
–Dijo... que te avisara que va a matarte. Dijo que sabes quién asesinó a Rachel y que te matará por no haber atestiguado.
–¡Eso es una locura!
–No parecía loco, Tommy. Hablaba muy en serio. –Se estremeció–. Creo que deberías llamar a la policía.
Tommy vaciló, luego meneó la cabeza.
–No, debe de haber sido un loco.
–¿Y cómo crees que ese loco consiguió tu número de teléfono, si no figuras en la guía?
–Es evidente que soy amigo de algún loco –trató de bromear él.
La hermana tomó el teléfono que estaba sobre una mesa, junto al sofá, y le tendió el tubo.
–Llama a la policía. Si no lo haces por tu propia seguridad, hazlo porque es tu deber.
–Está bien –accedió Tommy con un suspiro–, pero se me reirán en la cara.


En su casa de Beverly Hills, Diana Copeland se apartó del abrazo de su amante para atender el teléfono.
–¡Diana! –se quejó él–. ¿Por qué no dejas que lo atienda la criada?
–Es mi línea privada –le explicó ella al hombre cuyo rostro era tan familiar como el suyo para los espectadores de cine–. Es posible que me quieran avisar de algún cambio en el horario de filmación de mañana. ¿Hola? –dijo.
–Habla Nick, Dee Dee –dijo una voz profunda–. Tú sabes quién mató a Rachel. Permitiste que me encarcelaran por ese crimen. Ahora puedes considerarte muerta.
–¡Espera, Nick...! –exclamó ella, pero la línea había enmudecido.
–¿Quién era?
Diana se irguió, parpadeando como una ciega, con el cuerpo tenso por la impresión.
–Era Nick Jonas...
–¿Qué? ¿Estás segura?
–Me... me llamó Dee Dee. Nick es la única persona en el mundo que me ha llamado así.
Se levantó como impulsada por una catapulta, fue a su dormitorio, donde tomó otro teléfono y marcó un número.
–¿Tony? –dijo con voz temblorosa–. Acabo de recibir un llamado... de Nicholas Jonas.
–Yo también. Debe de ser algún loco. No era Nick.
–¡Pero me llamó Dee Dee! Sólo Nick me llamaba así. Dice que yo sé quién mató a Rachel y que permití que lo encarcelaran. Y que ahora me va a matar.
–¡Tranquilízate! ¡Son mentiras! Es algún loco, o tal vez hasta un periodista ansioso por desenterrar una historia antigua.
–Yo voy a llamar a la policía.
–Haz el papel de tonta, si eso es lo que quieres, pero déjame fuera del asunto. Ese tipo no era Nick.
–¡Te digo que sí lo era!


Emily McDaniels se hundió en la reposera que había junto a la piscina de la elegante casa de su marido, el doctor Richard Grover. La vida había sido una larga luna de miel desde que se casaron, seis meses antes. En ese momento Emily observaba nadar a su marido y admiraba sus brazadas elegantes. Richard interrumpió su actividad y se apoyó sobre el borde, a su lado.
–¿Quién llamó por teléfono? –preguntó, apartándose el pelo de los ojos con esas manos de largos dedos, su principal instrumento para las delicadas operaciones de neurocirugía que realizaba en el Centro Médico de Cedars-Sinaí–. Por favor, dime que no era uno de mis pacientes –suplicó, estudiando la expresión alicaída de su mujer.
–No era ninguno de tus pacientes.
–Me alegro –dijo él, tironeándole una pierna–. Ya que ninguno de mis pacientes ha cometido la descortesía de interrumpir nuestra noche de sábado, métete en la piscina y demuéstrame que todavía me quieres.
–*beep* –dijo ella con voz tensa–, el que llamó era mi padre.
–¿Qué le pasa? –preguntó *beep*, saliendo del agua.
–Dice que acaba de recibir un llamado de Nick Jonas.
–¿Jonas? –repitió *beep* con tono de desprecio mientras se secaba con una toalla–. Si ese tipo odioso anda dando vueltas por Los Ángeles, no sólo es un asesino sino también un loco. La policía lo apresará en cualquier momento. ¿Qué quería?
–A mí. Nick le dijo a mi padre –explicó con voz temblorosa–, que cree que yo sé quién fue el verdadero asesino de Rachel. Dice que quiere que les diga a los diarios quién fue, para que él no tenga que matar a todos los que estaban allí ese día. –Meneó la cabeza como para aclarar sus ideas y cuando volvió a hablar, el temor había desaparecido de su voz–. Tiene que ser algún loco. Nick jamás me amenazaría, y mucho menos intentaría hacerme daño. A pesar de lo que pienses de él, Nick no era ningún tipo odioso. Aparte de ti, era el mejor hombre que he conocido.
–Si eso es lo que crees, formas parte de una minoría.
–Es lo que sé. A pesar de todo lo que oíste y viste durante el juicio, Rachel Evans era una ramera viciosa y maldita que merecía morir. La única pena es que Nick haya tenido que ir a la cárcel a causa de eso. –Lanzó una carcajada sombría–. Nadie creía que Rachel fuese una buena actriz, pero la verdad es que era una actriz brillante... era tan buena que casi nadie adivinó lo que en realidad ocultaba tras esa sonrisa. Parecía una mujer elegante, bastante reservada y agradable. Pero no era nada de eso. ¡Nada!
–¿Qué quieres decir? ¿Que era una pu/ta?
–Sí, también era una pu/ta, pero no me refería a eso –dijo Emily, doblando una toalla mojada que *beep* había dejado cerca de la sombrilla–. Me refiero a que era como los gatos que recorren los callejones, mirando el interior de los tachos de basura de otra gente, de gente confiada que ni siquiera lo sospechaba.
–Una definición muy colorida –se burló su marido–, pero no demasiado clara.
Emily se recostó en la reposera y trató de ser más clara.
–Si Rachel se enteraba de que alguien quería algo: un papel en una película, un hombre, una silla determinada en el set, hacía lo imposible para impedir que lo obtuviera, aun en el caso de que a ella no le interesara. Por ejemplo, la pobre Diana Copeland estaba enamorada de Nick, realmente enamorada de él, pero se lo guardó y jamás trató de insinuársele. Yo era la única que lo sabía y me enteré por accidente.
Al ver que Emily quedaba en silencio, mirando fijo las luces de la piscina, *beep* dijo:–Nunca quisiste hablar sobre Jonas ni sobre el juicio, pero ya que ahora lo estás haciendo, debo confesar que tengo una gran curiosidad por conocer todos los detalles que los diarios nunca publicaron. Por ejemplo: nunca se supo que Diana Copeland hubiera estado enamorada de Nick.
Emily asintió, ante el pedido de mayores detalles de su marido.
–Yo decidí que nunca hablaría sobre el asunto, porque no podía confiar en nadie, ni siquiera en los hombres con quienes salía. Cualquiera de ellos hubiera sido capaz de hablar con algún periodista que habría tergiversado mi versión con tal de volver a revolver el avispero. –Le sonrió a su marido y arrugó la naricita–. Sin embargo creo que ahora puedo hacer una excepción, considerando que has prometido honrarme y amarme.
–Supongo que puedes –contestó él con una sonrisa.
–No me enteré de lo de Diana hasta algunos meses después del juicio, cuando Nick ya estaba en la cárcel. Yo le había escrito una carta a la prisión, pero me llegó de vuelta con la frase “Devolver a Remitente” escrita en el sobre con la letra de Nick. Algunos días después Diana fue a verme. Lo extraño era que quería que yo le mandara a Nick una carta que ella le había escrito, pero en un sobre dirigido con mi letra. Nick le había devuelto a ella su carta, lo mismo que devolvió la mía. Yo sabía que también había devuelto cartas de Harrison Ford y de Pat Swayze, y se lo dije. Y entonces Diana empezó a llorar como una Magdalena.
–¿Por qué?
–Porque acababa de volver de Texas, donde trató de sorprender a Nick haciéndole una visita. Cuando él la vio, le dio la espalda y, sin dirigirle una sola palabra, les dijo a los guardias que la sacaran de allí. Yo le dije que estaba segura de que lo hacía porque estaba avergonzado y no quería que sus antiguos amigos lo vieran, y entonces ella empezó a llorar. Dijo que la cárcel donde estaba Nick era una gigantesca pesadilla, que era un lugar escuálido y sucio, y que obligaban a Nick a usar el uniforme de los presos.
–¿Y qué esperaba? ¿Que le dieran un traje de alguna sastrería famosa?
Emily lanzó una pequeña carcajada triste.
–Lo que tanto le dolió a Diana fue verlo vestido de presidiario –explicó–. De todos modos, empezó a llorar y me dijo que estaba enamorada de él, y que por eso modificó sus planes de trabajo y aceptó un papel secundario en Destino... para estar cerca de él. De alguna manera, Rachel adivinó los sentimientos de Diana, porque un día le hizo bromas acerca del entusiasmo que sentía hacia Nick, y cuando Diana no lo negó, Rachel empezó a esmerarse en manosear a Nick cada vez que Diana se hallaba presente. No olvides que Rachel vivía una aventura con Tony Austin y pocos días después pensaba iniciarle juicio de divorcio a Nick. Luego, a la semana siguiente, la semana de la muerte de Rachel, varias personas la oyeron advertirle a Nick que no debía incluir a Diana en el elenco de su siguiente película.
–Sí, pero como él nunca dirigió otra película, Diana no perdió nada.
–Ése no es el asunto –dijo Emily–. El asunto es que Rachel era una verdadera bruja. No podía tolerar que alguien fuese feliz. Si conseguía imaginar lo que uno quería, lo que a uno lo haría feliz, por pequeño que fuera, encontraba la manera de impedir que uno lo tuviera, o te lo quitaba.
*beep* la estudió un rato en silencio; por fin preguntó en voz baja:
–¿Y a ti qué te quitó, Emily?
Antes de contestar, Emily lo miró a los ojos.
–Me quitó a Tony Austin.
–¡Estás bromeando!
–¡Ojalá fuese una broma! –dijo ella con tono sombrío–. La ceguera y la estupidez de la juventud no tienen nombre. Yo estaba loca por él.
–¡Pero es un drogadicto y un alcohólico! Su carrera ya estaba temblequeando...
–Ya sé todo eso –dijo Emily, poniéndose de pie–. Pero verás, creí que podía salvarlo de todo, y también de sí mismo. Años después descubrí cuál era el mayor atractivo que Tony tenía para las mujeres. Exteriormente era tan frío y sexy que uno se convencía de que sería capaz de protegerte del mundo entero, pero después uno descubría en él una parte tan vulnerable como la de una criatura, y de repente era uno quien quería protegerlo. Supongo que por eso se enamoró de él el pobre Tommy Newton. En cambio, Nick era lo opuesto de Tony... él no necesitaba a nadie y uno lo sentía.
*beep* ignoró la última frase de su mujer.
–¿Tommy Newton –repitió con tono de disgusto–, el tipo que dirigió tu última película, estaba enamorado de Tony Austin? –Al ver que Emily asentía, meneó la cabeza–. Ese negocio en el que has estado metida desde que eras una criatura me hace pensar en un nido de víboras.
–A veces lo es –dijo Emily, lanzando una carcajada–, pero por lo general no es así. Sólo es un negocio... una cantidad de gente laboriosa que vive y trabaja en conjunto durante cuatro o cinco meses, después cada cual sigue su camino y a veces algunos se vuelven a encontrar en otra película.
–Sí, no puede ser tan malo porque tú has vivido años en ese ambiente y eres más recta y más dulce que ninguna otra mujer que yo haya conocido. –Se quedó con expresión pensativa–. Lo que me sorprende es que todo eso de ti. Tony, Diana y Rachel no se haya ventilado en el juicio.
Emily se encogió de hombros.
–No se puede decir que la policía se haya esforzado mucho en buscar otros sospechosos u otros motivos. Verás: sabían que Nick puso en ese revólver las balas que mataron a Rachel. Lo sabíamos todos. Aparte del hecho de que la noche anterior había amenazado con matarla y de que tenía sobrados motivos, tanto emocionales como económicos, era también el único que tenía suficiente coraje para matarla.
–Tal vez haya tenido coraje, pero además debió ser arrogante como el demonio para creer que podría salir con la suya.
–Sí, Nick era decididamente arrogante –convino Emily, pero su sonrisa era sentimental y en su voz había un dejo de admiración–. Nick era como... como una fuerza irresistible, como el viento que sopla en distintas direcciones; tenía tantas facetas que uno nunca sabía cuál iba a mostrar. Podía ser increíblemente agudo, galante y dulce o suave y sofisticado.
–De acuerdo con tu definición, es una especie de dechado de virtudes.
–También podía ser brutal, cruel y despiadado.
–Pensándolo bien, suena como una persona con múltiples personalidades.
–Era un hombre complejo –admitió Emily–. Y reservado. Hacía lo que se le daba la gana y cuando se le daba la gana, y no le importaba un bledo lo que la gente pensara de él. A causa de eso se ganó muchos enemigos, pero hasta la gente que lo detestaba sentía por él un temor casi religioso. A Nick no le importaba que lo odiaran, y tampoco que lo admiraran. Era como si lo único que le importara fuese su trabajo. No parecía necesitar a la gente... es decir, no le gustaba que nadie se le acercara demasiado... con excepción de mí. Posiblemente yo estuviera más cerca de él que ninguno de los demás.
–¡No me digas que estaba enamorado de ti! No podría soportar otro triángulo.
Emily rió a los gritos.
–Para Nick yo no era más que una criatura. Justamente por eso permitió que estuviera tan cerca. Hablaba conmigo sobre cosas que dudo que conversara con Rachel.
–¿Qué clase de cosas?
–No sé.. cosas sin importancia, como que le encantaba la astronomía. Una noche, cuando estábamos filmando en un rancho cerca de Dallas, se sentó afuera conmigo y me señaló las estrellas mientras me contaba historias acerca de la manera en que las distintas constelaciones recibieron sus nombres. En ese momento salió Rachel y preguntó qué estábamos haciendo y cuando yo se lo dije, quedó estupefacta. Ignoraba que a Nick le gustara la astronomía y que supiera algo del asunto.
–Entonces, ¿cómo te explicas que esta noche le haya hecho una llamada amenazadora a tu padre?
–Yo creo que esa llamada la debe de haber hecho un loco y que mi padre estaba equivocado –dijo Emily–. Papá también dijo que anoche le pareció ver a alguien parecido a Nick merodeando por los alrededores de su departamento.
La expresión preocupada de *beep* desapareció y dio paso a una mirada irritada.
–¿Por casualidad tu padre estaba borracho cuando te llamó?
–No estoy segura. Tal vez. No seas demasiado duro con él –pidió, apoyando una mano sobre el brazo de su marido–. Está muy solo, ahora que yo me he ido. Yo era toda su vida, y lo abandoné para casarme contigo.
–¡No lo “abandonaste”! Eres su hija, no su mujer. –Ella le rodeó la cintura con un brazo y apoyó la cabeza contra su pecho.
–Ya lo sé, y él también. –Y mientras entraban en la casa, Emily agregó–: Hace algunos minutos me felicitaste por haber seguido siendo dulce y recta a pesar de haber estado tantos años en este ambiente. Trata de recordar que sólo conseguí llegar a ser lo que soy, porque papá me cuidó y me vigiló constantemente. Sacrificó su vida por mí.
*beep* le besó la frente.
–Lo sé.

Ya era medianoche cuando Miley estacionó el auto en el camino de entrada de su casa. Durante las siete horas transcurridas desde que abandonó la mansión de la abuela de Nick no había hecho más que luchar contra las dudas insidiosas y las confusiones que la acosaron en ese sitio. Pero había logrado ganar la batalla, y ahora que se hallaba de vuelta en su casa se sentía mucho mejor. Abrió la puerta de calle, prendió las luces del living y miró esa habitación tan alegre y acogedora. Allí, la idea de que Nick fuera loco parecía tan absurda que se puso furiosa consigo misma por haber dudado de él. Al colgar su abrigo recordó que en ese mismo cuarto, Liam y Demi Farrell habían pasado una velada maravillosa con ella y le desearon suerte y buen viaje. Se dio cuenta de que Liam Farrell se hubiera reído en la cara de la señora Stanhope si delante de él la anciana se hubiera atrevido a sugerir que Nick estaba loco, ¡y eso era exactamente lo que ella debió hacer!
Meneó la cabeza, disgustada consigo misma, se encaminó al dormitorio, se sentó en la cama y sacó la carta de Nick del cajón de la mesa de luz. Releyó cada una de esas palabras hermosas y llenas de amor, y su vergüenza por haber dudado de él fue tan grande como su repentina necesidad de lavar de su cuerpo todo rastro del viaje a la casa de los Stanhope. Hizo a un lado la carta de Nick, se sacó el suéter y la pollera y se encaminó al baño a ducharse.
Se lavó el cuerpo y el pelo como si estuvieran contaminados por la atmósfera malevolente de esa pila de piedras sombrías que en una época Nick consideró su hogar. Allí no había calidez, ni en la casa ni en la gente que en ella vivía. ¡Si alguien sufría de engaños malévolos, era esa anciana!. Y el mayordomo. Y también Alex, el hermano de Nick.

Sólo que, argumentó parte de su ser, más que una malvada, la abuela de Nick le dio la impresión de ser una persona abatida, por lo menos hacia el final de la entrevista. Y el mayordomo parecía un poco perdido, pero seguro de lo que decía. ¿Qué sentido tiene que mientan acerca de la discusión de Nick con Justin?, se cuestionó Miley. Pero desechó la pregunta, desenchufó el secador de pelo, ajustó el cinturón de su bata y se dirigió al living. Tal vez sólo creyeron oír que Nick y Justin discutían, pensó mientras prendía el televisor para enterarse de las últimas noticias.

Pero había algo que no podía ignorar, justificar ni discutir: Nick le había mentido con respecto a la forma en que murió Justin. O le mintió a ella, o le mintió a la policía, al periodismo y a los magistrados.
En ese momento Miley decidió que debía de haberles mentido a todos los demás, pero no a ella. Era imposible que hubiera hecho eso. Lo sabía en el fondo de su corazón. Y cuando se encontraran en México, él le explicaría por qué les mintió a los demás. El programa que estaban emitiendo era un informe especial sobre China y, como estaba demasiado nerviosa para poder dormir, Miley decidió empezar a redactar la carta que pensaba dejarle a su familia, mientras esperaba el último noticiario de la noche para asegurarse de que no había ninguna novedad sobre Nick. Él le había recomendado que fuera muy cuidadosa durante una semana y que se preparara para partir el octavo día. Ya habían transcurrido cinco de esos días.
Se encaminó al dormitorio en busca de la carta, que ya tenía parcialmente escrita; luego se instaló en la mecedora y prendió una lámpara de pie a su lado. Con el sonido del televisor como fondo, siguió escribiendo a su familia.
Un rato después Miley levantó la cabeza, sobresaltada, al oír que el locutor de televisión anunciaba:
«Interrumpimos nuestra emisión especial sobre la situación de China, para informarles el último acontecimiento ocurrido en la búsqueda de Nicholas Jonas. Según la policía de Orange County, California, Jonas, que huyó de la Penitenciaría Estatal de Amarillo, donde cumplía una condena de cuarenta y cinco años por el asesinato de su esposa, ha sido visto en Los Ángeles por uno de sus antiguos conocidos. Esa persona, cuya identidad no ha sido todavía revelada, afirma que no hay duda de que se trataba de Jonas. Esa información, agregada al descubrimiento de que el criminal prófugo ha hecho llamados telefónicos amenazando de muerte a varios integrantes del elenco y del equipo técnico de la película Destino que se hallaban presentes en el set o en las cercanías del lugar de la muerte de su esposa, ha intensificado la búsqueda, del convicto. La policía de Orange County está advirtiendo a todos los que se encontraban en el set de Destino que procedan con extremada cautela, puesto que se sabe que Jonas esta armado y es peligroso».

La lapicera y la carta escaparon de las manos de Miley y cayeron al piso cuando ella se puso de pie de un salto, mirando fijo el televisor. Luchó por controlarse y recogió la carta y la lapicera. ¡Es falso!, pensó. ¡Tenía que ser falso! Algún loco que simulaba ser Nick para asustar a la gente y, ser noticia.
Por supuesto que es un engaño, decidió, apagando el televisor. Y se fue a acostar.
Pero cuando por fin se quedó dormida, sus sueños estaban llenos de espectros sin rostro que, ocultos en las sombras, le gritaban advertencias y aullaban amenazas.

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