Por la ventana de la cocina Miley vio la puesta de sol. Dejó el cuchillo con que estaba trabajando
y se encaminó al living a prender el televisor, porque desde esa mañana
no escuchaba las noticias.
Nick
había pasado todo el día limpiando de nieve el sendero hasta el puente
con el enorme tractor del garaje, y en ese momento se estaba duchando.
Esa mañana, cuando le dijo lo que pensaba hacer, ella temió que hubiera
decidido que se fueran ese mismo día o el siguiente, y se sintió presa
del pánico.
–Cuando llegue el momento de irnos, te lo diré el día anterior –dijo él, como si le hubiera leído los pensamientos.
Y
cuando ella trató de sonsacarle si ya sabía cuándo sería, Nick contestó
con vaguedades, diciendo que no estaba seguro, cosa que hizo que Miley pensara que él estaba esperando que sucediera algo... o que
alguien se pusiera en contacto con él.
Por
supuesto que tenía razón en eso de que cuanto ella menos supiera mejor
sería para los dos. También tenía razón al insistir en que disfrutaran
de cada momento que podían pasar juntos y no pensar más allá de eso.
Tenía razón en todo, pero a Miley le resultaba imposible no
preocuparse ni preguntarse qué sería de él después. No imaginaba cómo se
las arreglaría para descubrir quién había asesinado a su mujer, cuando
su rostro era tan famoso que lo reconocerían de inmediato en cualquier
parte adonde fuera.
Pero
había sido actor, de modo que los maquillajes y los disfraces no tenían
secretos para él. Miley contaba con que eso lo mantuviera a salvo. Y
la aterrorizaba la posibilidad de que no fuera así.
La
pantalla del televisor se iluminó, y mientras se dirigía de vuelta a la
cocina Miley oyó distraída las palabras de un psicólogo al que
entrevistaban en CNN. Ya casi había llegado a la cocina, cuando se dio
cuenta de que el psicólogo hablaba de ella, y se volvió sorprendida. Con
los ojos muy abiertos por la incredulidad, se acercó al televisor y
leyó el subtítulo de la pantalla, que identificaba al entrevistado como
William Everhardt. Con plena confianza en sí mismo, el doctor Everhardt
exponía los sufrimientos emocionales que experimentaba Miley Mathison a
raíz de haber sido tomada como rehén.
«Se
han hecho muchos estudios con rehenes como la señorita Mathison –decía
en ese momento–. Yo mismo soy coautor de un libro sobre el tema, y les
puedo de decir con total certeza que la joven está viviendo una
experiencia estresante, y una sucesión de emociones absolutamente
previsible».
Miley ladeó la cabeza, fascinada de enterarse de lo que sucedía en su
interior, por boca de ese desconocido, experto en la materia.
«Durante
el primero y segundo día, la emoción primaria es el miedo, una emoción
paralizante, debo agregar. El rehén se siente indefenso, demasiado
aterrorizado para pensar o para actuar, pero mantiene la esperanza de
que será rescatado. Después, por lo general durante el tercer día, se
despierta en él la furia. Furia por la injusticia que se le ha hecho y
por el papel de víctima que se ve obligado a soportar».
En
un gesto entre burlón y divertido, Miley contó con los dedos los días
de su cautiverio, comparando su realidad con los conocimientos del
“experto”. El primer día, en pocas horas había pasado del temor a la
furia y tratado de deslizar una nota a la empleada del restaurante. El
segundo día intentó huir en la plaza de descanso para camioneros... y
estuvo a punto de lograrlo. El tercer día consiguió escapar. Tenía un
poco de miedo y estaba muy nerviosa, pero decididamente no paralizada.
Meneó la cabeza disgustada y escuchó los siguientes comentarios del
psicólogo.
«Ahora la
señorita Mathison ya debe de haber llegado al estado que yo denomino el
síndrome de gratitud-dependencia. Considera a su secuestrador como un
protector, casi un aliado, puesto que todavía no le ha dado muerte.
Eh... asumimos que Jonas no tiene ningún motivo para matarla. En todo
caso, la cautiva está ahora furiosa con las autoridades legales por no
ser capaces de rescatarla. Empieza a considerar que son impotentes, en
tanto que su secuestrador, que claramente logra burlarlos, se convierte
en objeto de su renuente admiración. Además de esa admiración, existe un
profundo agradecimiento a causa de que no le haya hecho daño. Entiendo
que Jonas es un hombre inteligente, con cierto grado de cuestionable
encanto, lo cual significa que su rehén se encuentra a su merced, tanto
en un sentido físico como emocional».
Miley miraba boquiabierta al hombre barbudo de la pantalla, tironeada entre
la incredulidad y la risa ante las pomposas generalidades que utilizaba
para describirla. Hasta ese momento, en lo único que había acertado era
al decir que Nick era un hombre inteligente y encantador.
«La
señorita Mathison va a necesitar una atención psicológica intensa para
poder recuperarse de esta experiencia, y ese tratamiento durará un
tiempo considerable, pero el diagnóstico es bueno, siempre que ella
busque ayuda».
Miley
no podía creer en el caradurismo de ese hombre; ¡ahora le declaraba al
mundo que ella iba a terminar siendo una enferma mental! Debía pedirle a
Ted que le hiciera juicio.
«Por
supuesto –intervino con toda tranquilidad el moderador–, todo esto
presumiendo que Miley Mathison sea un rehén y no la cómplice de Jonas,
como creen algunos».
El doctor Evenhardt meditó esa posibilidad, mientras se acariciaba la barba.
«En base a lo que he podido saber de esa joven, no adhiero a esa teoría».
–Gracias –dijo Miley en voz alta–. Ese comentario acaba de salvarlo del juicio que pensaba iniciarle.
Se
hallaba tan enfrascada en lo que sucedía en la pantalla, que no
registró el inconfundible sonido de las paletas de la hélice de un
helicóptero hasta que estuvo encima de la casa. Y aun en el momento en
que percibió el sonido, estaba tan fuera de lugar en la quietud de esa
montaña boscosa, que miró por la ventana, sorprendida, sin miedo... pero
de repente la golpeó la realidad.
–¡Nick!
–gritó, volviéndose y echando a correr–. ¡Ahí afuera hay un
helicóptero! ¡Vuela muy bajo... ! –siguió diciendo y chocó con él,
camino del dormitorio–. ¡Está suspendido en el aire encima de la casa!
–Se quedó petrificada al ver que Nick empuñaba el arma.
–¡Sal
de la casa y quédate en el bosque! –Ordenó. La empujó hacia la puerta
de atrás, y al pasar sacó una campera del armario y se la dio.
–¡No
vuelvas a acercarte a esta casa hasta que yo te lo indique o hasta que
me saquen! –Colocó una bala en la recámara del arma mientras se dirigía
con ella a la puerta trasera, empuñando el arma con la habilidad del que
sabe usarla y está dispuesto a hacerlo. Cuando Miley empezó a abrir
la puerta, Nick la apartó, se asomó y recién entonces la empujó hacia
adelante–. ¡Corre! –ordenó.
–¡Por
amor de Dios! –exclamó Miley, deteniéndose justo fuera de la casa–.
No es posible que pretendas bajar ese helicóptero! Debe de haber...
–¡Muévete! –gritó él.
Miley obedeció, con el corazón martillándole dentro del pecho, aterrorizada.
Tropezó en la nieve profunda, se detuvo al abrigo de los árboles, y
luego empezó a moverse debajo de ellos, y rodeó la casa hasta que pudo
ver a Nick por los ventanales del living. El helicóptero había trazado
un círculo, después giró a la izquierda y volvió a sobrevolar la casa.
Durante un momento aterrorizante Miley tuvo la impresión de que Nick
levantaba el arma, para disparar a través de la ventana. Y entonces
comprendió que lo que tenía en las manos era un par de binoculares con
los que observó al helicóptero que volvió a girar sobre la casa y luego
se alejó con lentitud.
A Miley le cedieron las
rodillas y se deslizó al piso, aliviada, con la imagen de Nick empuñando
el arma mientras la empujaba hacia el vestíbulo indeleblemente grabada
en la memoria. Parecía una escena salida de una película de violencia,
sólo que era real. Tuvo un acceso de arcadas y se apoyó contra un árbol,
haciendo un esfuerzo por mantener dentro del estómago el almuerzo... y
su miedo a raya.
–Está
bien –anunció Nick acercándosele, pero Miley alcanzó a ver la punta
de la culata del arma que le sobresalía del cinturón–. Son esquiadores
medio borrachos que vuelan demasiado bajo.
Miley lo miró, pero no logró moverse.
–Dame
la mano –dijo él en voz baja. Miley meneó la cabeza, tratando de
sacudir ese terror que la paralizaba, y también de tranquilizar a Nick.
–No te preocupes. No necesito ayuda. Estoy perfectamente bien.
–¡Cómo vas a estar bien! –exclamó él. Se inclinó, la tomó de los brazos y la puso de pie–. Estás a un tris de desmayarte.
La sensación de náuseas se desvaneció y Miley consiguió esbozar una sonrisa temblorosa mientras impedía que él la alzara.
–Mi hermano es policía, ¿recuerdas? No es la primera vez que veo un arma. Lo que pasa es que no estaba... preparada.
Cuando por fin entraron en la casa, era tan grande el alivio de Miley, que estaba casi mareada.
–Bebe
esto –dijo Nick, poniéndole una copa de cognac en la mano–. Todo
–ordenó al ver que ella bebía un sorbo y hacía ademán de devolvérselo.
Bebió otro poco y depositó la copa sobre la mesada.
–No quiero más.
–Muy bien –dijo Nick–. Ahora quiero que te des un largo baño caliente.
–Pero...
–Hazlo. No me discutas. La próxima vez...
Estaba
por ordenarle que la próxima vez que sucediera algo así hiciera
exactamente lo que él le decía, cuando se dio cuenta de que no podía
haber una próxima vez. Esa había sido una falsa alarma, pero lo hizo
comprender hasta qué punto arriesgaba la vida de Miley y la sometía a
un terror casi incontrolable. ¡Dios, qué terror! Jamás había visto a
alguien tan asustado como estaba ella cuando la encontró, allá afuera,
acurrucada en la nieve.
Ya
había oscurecido cuando Miley volvió al living, bañada y vestida con
un par de pantalones y un suéter. Nick estaba de pie junto al fuego,
mirándolo fijo, con el mentón duro como la piedra.
A
juzgar por su expresión y por sus actos, ella supuso correctamente que
gran parte de lo que lo tenía así era que se sentía culpable por el mal
momento que le había hecho vivir, pero, ahora que había pasado, la
experiencia la afectaba de una manera muy distinta.
La
enfurecía que la gente obligara a Nick a vivir así, y estaba decidida a
averiguar qué pensaba hacer él para remediarlo. Y fuera lo que fuese,
ella estaba resuelta a convencerlo de que le permitiera ayudarlo en todo
lo que pudiera.
En
lugar de sacar el tema enseguida, decidió esperar hasta después de
comer. Considerando la habilidad sorprendente que tenía Nick para hacer
pasar sus preocupaciones a segundo plano, supuso que un par de horas
resultaría tiempo más que suficiente para que se repusiera de su mal
humor actual.
–¿Esta noche piensas asar los bifes en ese grill de aspecto tan refinado, o pretendes que me encargue yo de la comida?
Él se volvió y la miró durante algunos instantes, con cara preocupada y pétrea.
–Lo siento. ¿Qué dijiste?
–Hablaba
de las tareas culinarias de esta casa. –Se metió las manos en los
bolsillos del pantalón y agregó en tono de broma–. Estás violando los
derechos del rehén.
–¿De
qué hablas? –preguntó Nick, tratando de creer que ella se hallaría a
salvo si se quedaba allí... tratando de olvidar el aspecto que tenía,
agazapada bajo un árbol, temblorosa, aferrando la campera contra su
pecho... tratando de convencerse de que ése había sido un incidente
aislado que no se volvería a repetir.
Ella le dedicó una de esas sonrisas que quitaban el aliento.
–¡Hablo
de las tareas culinarias, señor Jonas! Según las leyes de la Convención
de Ginebra, el prisionero no debe ser sometido a tratamiento cruel o
injusto, y obligarme a cocinar dos días consecutivos es exactamente eso.
¿No estás de acuerdo?
Nick
consiguió hacer una imitación muy poco convincente de una sonrisa y
asintió. Lo único que quería en ese momento era llevarla a la cama y
perderse en ella, olvidar durante una hora de felicidad lo que acababa
de suceder y lo que él ahora sabía debía ocurrir muy pronto, mucho antes
de lo planeado.
Esa vez las esperanzas de Miley, de que a Nick se le pasara el estado de ánimo sombrío,
resultaron vanas. Durante casi toda la comida se mostró amable con ella,
pero preocupado, y después de levantar la mesa, Mileydecidió
recurrir a la treta no muy leal pero eficaz de aflojarlo con vino.
Se
inclinó hacia adelante, tomó la botella y le volvió a llenar el vaso
por cuarta vez; luego se lo alcanzó, felicitándose por su sutileza. Nick
miró el vaso de vino y luego la miró a ella.
–Espero
que no estés tratando de emborracharme –dijo con sequedad–. Porque si
eso es lo que intentas, el vino no es un buen medio.
–¿Quieres que busque whisky? –preguntó ella, sofocando una risa nerviosa.
Nick
se detuvo con el vaso a mitad de camino de la boca y se dio cuenta
tardíamente de que durante casi toda la comida Miley había estado
tratando de llenarlo de vino, mientras lo miraba con una expresión
extraña.
–¿Crees que lo necesitaré?
–No sé.
Con
un vago presentimiento de que se avecinaba algo poco agradable, la vio
cambiar de posición y apoyarse contra el brazo del sofá para poder
mirarlo de frente. La pregunta inicial de Miley le pareció inocua.
–Nick: ¿dirías que he sido una rehén modelo?
–Ejemplar –contestó él, sonriendo ante el humor contagioso de Miley y haciendo un esfuerzo por aplacar su mal humor.
–¿No
dirías además que he sido obediente, siempre dispuesta a cooperar,
agradable, ordenada y... y hasta que he hecho mi parte de las tareas
culinarias?
–Sí, estoy de acuerdo con todo menos con lo de “obediente”. –Ella sonrió.
–¿Y en mi calidad de prisionera ejemplar, no estás de acuerdo en que tengo derecho a ciertos... bueno... privilegios?
–¿En qué estás pensando?
–En respuestas a algunas preguntas. –Miley notó que Nick se ponía en guardia.
–Posiblemente.
Depende de las preguntas. –Un poco acobardada por su respuesta poco
alentadora, Miley decidió, sin embargo, seguir adelante.
–Supongo que piensas tratar de averiguar quién fue el verdadero asesino de tu mujer, ¿no es así?
–Pregúntame alguna otra cosa.
–Está bien. ¿Tienes idea acerca de quién puede ser el asesino?
–Intenta
un tema distinto. –Su innecesaria dureza le dolió, no sólo porque como
lo amaba era sensible a sus actitudes, sino porque creía tener derecho a
esas respuestas.
–¡Por favor, no me contestes así! –pidió, manteniendo un tono tranquilo.
–Entonces, por favor, elige otro tema.
–¿Quieres
dejar de ser petulante y escucharme? Trata de comprender... Cuando se
realizó tu juicio, yo estaba en el extranjero en un programa de
intercambio de estudiantes universitarios. Ni siquiera sé bien lo que
sucedió, y me gustaría enterarme.
–Lo
encontrarás todo en los diarios de la época, en la biblioteca de tu
ciudad. Léelos cuando vuelvas a tu casa. –El sarcasmo siempre había
enfurecido a Miley.
–¡No
quiero conocer la versión de los medios periodísticos, maldito sea!
Quiero escuchar tu versión. Necesito saber lo que sucedió... y que me lo
cuentes tú.
–No tienes suerte.
Nick
se puso de pie y le tendió una mano. Miley también se levantó, para
no quedar como una enana a su lado, y automáticamente puso su mano en la
de Nick, creyendo que se trataba de un gesto conciliador.
–Vayamos a la cama.
Ella retiró la mano de un tirón, herida y sintiéndose insultada por la injusticia de su actitud.
–¡Ni pienso! ¡Lo que te estoy pidiendo es muy poco comparado con lo que tú me has pedido desde que nos conocimos, y lo sabes!
–No
pienso volver a vivir un relato minucioso de ese día, ni por ti ni por
nadie –retrucó él–. Ya lo hice centenares de veces antes del juicio,
ante policías y abogados. Pero eso se acabó. Es un caso cerrado.
–Pero
yo te quiero ayudar. Han pasado cinco años. Ahora tu punto de vista y
tus recuerdos pueden ser distintos. Pensé que podíamos empezar por hacer
una lista de todos los que estaban presentes cuando sucedió, y que tú
podías hablarme de cada uno de ellos. Yo soy completamente imparcial, de
manera que estoy en condiciones de ver las cosas desde una nueva
perspectiva. Tal vez te pueda ayudar a recordar algo que hayas pasado
por alto...
La carcajada desdeñosa de Nick le causó un dolor intolerable.
–¿Cómo es posible que creas que tú vas a poder ayudarme?
–¡Lo podría intentar!
–¡No
seas ridicula! Gasté más de dos millones de dólares en abogados e
investigadores y nadie pudo presentar un sospechoso lógico que no fuera
yo.
–Pero...
–¡Basta, Miley!
–¡Nada de basta! ¡Tengo derecho a una explicación!
–No tienes derecho a nada –retrucó Nick de mal modo–. Y no necesito ni quiero tu ayuda.
Miley se puso tiesa como si acabara de pegarle, pero consiguió volver a hablar sin demostrar su furia ni su humillación.
–Comprendo.
hahahaha que estupido Nick, y antes que me caia bien, demostrando sus celos y queriendo protegere a Miley grr, siguela Jeny
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