sábado, 8 de diciembre de 2012

Perfecta Cap:35

–Mis padres murieron en un accidente automovilístico cuando yo tenía diez años –empezó a decir Nick–, y mis dos hermanos, mi hermana y yo fuimos criados por nuestros abuelos... es decir, siempre que no estábamos pupilos en algún colegio. Había un año de diferencia entre cada uno; Justin era el mayor, después venía yo, después Elizabeth y por fin Alex. Justin era... –Nick hizo una pausa, tratando de encontrar las palabras indicadas, y no pudo–. Era un gran navegante, y a diferencia de la mayoría de los hermanos mayores, siempre estaba dispuesto a llevarme a cualquier parte que fuera. Era... bueno. Dulce. Se suicidó a los dieciocho años.
Miley no pudo evitar un jadeo de espanto.
–¡Dios mío! ¿Pero, por qué? –Nick respiró hondo y soltó el aire con mucha lentitud.
–Era gay. Nadie lo sabía. Con excepción de mí. Me lo dijo menos de una hora antes de pegarse un tiro. –Al ver que él quedaba en silencio, Miley decidió hablar.
–¿No podía haber hablado con alguien... haber buscado el apoyo de la familia?
Nick lanzó una carcajada corta y sombría.
–Mi abuela era una Harrison y procedía de un antiguo linaje que poseía una rígida rectitud y principios increíblemente elevados, tanto para ellos como para los demás. Lo habría considerado un pervertido y le habría dado públicamente la espalda a menos que se enmendara en el acto. Por otra parte, los Stanhope siempre han sido lo opuesto: temerarios, irresponsables, encantadores, amantes de las diversiones y débiles. Pero su rasgo dominante, un rasgo que pasa de generación en generación por intermedio de los hombres de la familia, es que los Stanhope son donjuanes. Siempre. Su lujuria es legendaria en esa parte de Pennsylvania, y es un rasgo del que todos están orgullosos. Incluyendo, muy especialmente, a mi abuelo. Para darte un ejemplo inofensivo, cuando mis hermanos y yo cumplimos doce años, el regalo que mi abuelo nos hizo a cada uno fue una ramera. Organizaba una pequeña fiesta íntima en la casa, llevaba allí a la prostituta que había elegido y después de la fiesta la mujer subía al cuarto del chico que cumplía años.
–¿Y qué pensaba de eso tu abuela? –preguntó Miley, disgustada–. ¿Ella dónde estaba?
–Mi abuela estaba en alguna parte de la casa, pero sabía que no podía modificar o impedir ese asunto, de modo que mantenía la cabeza en alto y simulaba ignorar lo que estaba pasando. Y manejaba de la misma manera las aventuras de mi abuelo. –Nick quedó algunos instantes en silencio y cuando Miley creyó que no seguiría hablando, continuó–. Mi abuelo murió un año después que Justin, y aun en ese momento se las arregló para dejarle a su mujer un legado de humillación. Volaba a México en su propio avión, y cuando se estrelló lo acompañaba una hermosa modelo. La familia Harrison es dueña del diario de Ridgemont, así que mi abuela pudo impedir que lo publicaran, pero fue inútil, porque las agencias de cables se enteraron y apareció en todos los periódicos importantes, para no hablar de la radio y la televisión.
–No entiendo por qué no se divorció tu abuelo de su mujer si ella ya no le importaba.
–Yo le hice esa misma pregunta el verano antes de ingresar a Yale. Él y yo estábamos celebrando mi próximo ingreso en la universidad emborrachándonos juntos en su estudio. En lugar de decirme que me ocupara de mis propios asuntos, había bebido tanto que me dijo la verdad, y te aseguro que estaba lúcido.
Tomó su copa y bebió de un solo trago el cognac que le quedaba, como si quisiera lavar el gusto de sus palabras. Después se quedó mirando fijo la copa vacía.
–¿Qué te dijo? –preguntó Miley por fin. Nick la miró casi como si se hubiera olvidado de su presencia.
–Me dijo que mi abuela era la única mujer en el mundo a quien había amado. Todos creían que se había casado con ella para unir la fortuna de los Harrison con lo que quedaba de la suya, sobre todo porque mi abuela estaba lejos de ser bonita, pero mi abuelo dijo que eso no era cierto y yo le creo. En realidad, a medida que mi abuela fue envejeciendo, se convirtió en lo que la gente llama una linda mujer... de aspecto muy aristocrático.
Volvió a quedar en silencio y Miley preguntó con disgusto:
–¿Pero por qué le creíste? Quiero decir: si la amaba no es lógico que la haya engañado tanto. –Nick esbozó una sonrisa irónica.
–Tendrías que haber conocido a mi abuela. Nadie podía estar a la altura de sus conceptos morales, y menos que nadie mi abuelo, y él lo sabía. Me dijo que poco después de casarse se dio por vencido y dejó de intentarlo. El único a quien mi abuela siempre aprobó fue a Justin. Adoraba a Justin. Verás –explicó con algo parecido a la diversión–, Justin era el único varón de la familia que se parecía a su gente. Era rubio como ella, de estatura mediana en lugar de muy alto... en realidad se parecía muchísimo al padre de mi abuela. El resto de nosotros, incluyendo a mi padre, teníamos la estatura y las facciones de los Stanhope, sobre todo yo. Yo era idéntico a mi abuelo cosa que, como imaginarás, no contribuyó a que mi abuela me tuviera un cariño especial.
Miley pensó que eso era lo más ridículo que había oído en su vida, pero se guardó sus pensamientos.
–Si tu abuela quería tanto a Justin, estoy segura de que lo habría ayudado si él le hubiera confesado que era gay.
–¡Ni lo sueñes! Mi abuela tenía un enorme desprecio por la debilidad, por cualquier debilidad y por todas ellas. La confesión de Justin la habría asqueado y hecho pedazos. –Nick miró de reojo a Miley y agregó–: Considerando todo eso, no me dirás que no se unió con la familia menos indicada. Como te dije antes, los Stanhope eran propensos a todas las debilidades. Bebían en exceso, conducían demasiado rápido, dilapidaban su dinero y después se casaban con gente bastante rica para rehacer sus temblequeantes fortunas. La única vocación de los Stanhope consistía en divertirse. Jamás se preocupaban por el futuro y, aparte de sí mismos, nadie les importaba un bledo. Hasta mis propios padres eran así. Murieron en el camino de regreso de una fiesta, borrachos, manejando a ciento cincuenta kilómetros por hora por un camino cubierto de nieve. Tenían cuatro hijos que los necesitaban, pero eso no los hizo reducir la velocidad.
–¿Alex y Elizabeth se parecen a tus padres? –Nick le contestó en un tono indiferente, como si no quisiera juzgarlos.

–Alex y Elizabeth poseían las habituales debilidades y excesos de los Stanhope. A los dieciséis años, ambos se drogaban y se emborrachaban. Elizabeth ya se había hecho un aborto. Alex había sido encarcelado dos veces, por drogadicto y jugador, pero por supuesto lo soltaron sin que quedara nada anotado en su prontuario. Para hablar con justicia, no tenían quien los corrigiera. Mi abuela lo habría hecho, pero mi abuelo se oponía. Después de todo, habíamos sido criados a su imagen y semejanza. Y aunque abuela hubiera intentado ponernos en la buena senda, no habría logrado nada, pues sólo estábamos en casa un par de meses por año, durante el verano. Por insistencia de mi abuelo, el resto del año lo pasábamos pupilos en colegios caros y exclusivos. En esos lugares a nadie le importaba un bledo lo que uno hiciera, con tal de que no fuera descubierto y no causara problemas.
–Así que es posible que tu abuela tampoco aprobara a tu hermano y tu hermana, ¿verdad?
–Así es. No se gustaban nada, aunque mi abuela creía que hubieran tenido posibilidades de salvación, de haber podido controlarlos a tiempo.
Hasta ese momento Miley había bebido cada palabra de Nick; es más, había percibido cada una de sus inflexiones y sus tonos. A pesar de que invariablemente se excluía al hablar de las “debilidades” de los Stanhope, notó que hablaba de ellos en tono desdeñoso. Miley estaba sacando interesantes conclusiones de todo lo que Nick no había dicho.
–¿Y qué me dices de ti? –preguntó con cautela–. ¿Qué sentías por tu abuela?
Nick le dirigió una mirada desafiante.
–¿Qué te hace pensar que sentía algo distinto que Alex y Elizabeth?
–Lo presiento –contestó Miley, sin dejarse amilanar. Él asintió, aprobando su agudeza.
–En realidad, la admiraba. Como ya te dije, sus normas morales eran elevadas para nosotros, pero por lo menos tenía normas. Lograba que uno tratara de ser mejor de lo que era. Aunque uno nunca lograba satisfacerla. El único que conseguía eso era Justin.
–Me contaste lo que sentía tu abuela hacia tus hermanos y tu hermana. ¿Qué sentía con respecto a ti?
–Sentía que yo era la imagen de mi abuelo.
–En tu aspecto físico –aclaró Miley.
–¿Y qué diferencia hace? –preguntó Nick con tono cortante. Miley tuvo la sensación de estar internándose en terreno prohibido, pero decidió seguir adelante.
–Yo creo que tú reconocías la diferencia, aunque ella no –dijo con tranquila firmeza–. Tal vez te parecieras a tu abuelo, pero no eras como él. Eras como ella. Justin se le parecería físicamente, pero no era como ella. Tú sí.
Cuando Nick no pudo intimidarla con un gruñido, ni logró que se retractara, dijo con sequedad:
–Considerando que eres una criatura de veintiséis años, estás muy segura de tus opiniones.
–Buena táctica –contestó Miley, imitando a la perfección el tono de Nick–. Si no me puedes engañar, ¡ridiculízame!
–Touché –susurró él, inclinando la cabeza para besarla.
–Y –continuó diciendo Miley a la vez que volvía la cabeza de manera que él no pudiera besarle los labios sino sólo la mejilla–, si fracasas al ridiculizarme, intenta distraerme.
Nick lanzó una risita, le tomó la barbilla entre las manos y la obligó a ofrecerle sus labios.
–¿Sabes? –dijo con una lenta sonrisa–, podrías llegar a convertirte en un verdadero estorbo.
–¡Ah, no! Me niego a que ahora recurras a los halagos! –rió ella, impidiendo que la besara–. Ya sabes que me derrito cuando me dices cosas dulces. ¿Qué sucedió para que te fueras de tu casa?
Nick cubrió los labios risueños de Miley con los suyos.
–Un estorbo mayúsculo.
Miley se dio por vencida. Deslizó las manos por los hombros de Nick, cedió a su beso en el que puso cuerpo y alma, y sintió que por mucho que ella diera, él le daba aún más. Cuando por fin la soltó, creyó que él sugeriría ir a la cama, pero en cambio Nick dijo:
–Supongo que te debo una respuesta sobre los motivos que me llevaron a irme de casa. Después de eso, me gustaría que no volviéramos a tratar el tema de mi familia, por supuesto siempre que tu curiosidad haya sido satisfecha.
Miley no creía que jamás pudiera saber bastante sobre Nick para que su curiosidad quedara completamente satisfecha, pero comprendía sus sentimientos con respecto a ese tema. Al ver que ella asentía, él le explicó:

–Mi abuelo murió mientras yo cursaba mi primer año en la Universidad, y le dejó a mi abuela el control absoluto de su herencia. Entonces, ese verano, ella llamó a su casa a Alex, que tenía dieciséis años; a Elizabeth, que tenía diecisiete; y a mí. Los cuatro celebramos una pequeña reunión en la terraza. Para decirlo en pocas palabras, les comunicó a Alex y a Elizabeth que los sacaría de los colegios privados donde estudiaban y que en cambio los inscribiría en colegios locales. Además les daría una ínfima cantidad de dinero para sus gastos personales. Y les dijo que si llegaban a quebrantar una sola de sus reglas con respecto a drogas, alcohol, promiscuidad y cosas por el estilo, los echaría de su casa sin un centavo en el bolsillo. Para que aprecies el impacto que eso tuvo, te explicaré que estábamos acostumbrados a disponer de un abastecimiento interminable de dinero. Todos teníamos un auto sport, nos comprábamos la ropa que se nos daba la gana... de todo. –Meneó la cabeza con una leve sonrisa–. Nunca olvidaré la expresión que tenían Alex y Elizabeth ese día.
–¿Eso quiere decir que aceptaron las condiciones de tu abuela?
–¡Por supuesto que las aceptaron! ¿Qué alternativa les quedaba? Aparte de gustarles tener dinero y gastarlo, no se hallaban en condiciones de ganar un solo centavo, y lo sabían.
–Pero tú te negaste a aceptar sus condiciones, y entonces te fuiste de tu casa –adivinó Miley, sonriendo.
La cara de Nick parecía una máscara, cuidadosamente inexpresiva, y la ponía muy nerviosa verlo así.
–Eso no fue lo que ella me ofreció. –Después de un prolongado momento de silencio, agregó–: Me dijo que me fuera de allí y que no regresara nunca. Les dijo a mi hermano y a mi hermana que si alguna vez intentaban ponerse en contacto conmigo o si yo me ponía en contacto con ellos, ellos también tendrían que irse. A partir de ese momento yo quedaba definitivamente repudiado. De modo que, a su pedido, le entregué las llaves de mi auto, recorrí el sendero de entrada de la casa y bajé la colina hacia el camino. Tenía alrededor de cincuenta dólares en mi cuenta de banco, y la ropa que vestía. Algunas horas después, hice dedo y me recogió un camionero cargado de material dirigido a los Estudios Empire, así que terminé en Hollywood. El camionero era un buen tipo, y me recomendó a los Estudios. Me ofrecieron trabajo en el patio de cargas, donde trabajé un tiempo hasta que un director imb/écil se dio cuenta demasiado tarde de que necesitaba algunos extras para una escena que estaba filmando en el lote trasero del estudio. Ese día hice mi debut en el cine; después volví a-la universidad, me recibí y seguí filmando películas. Fin de la historia.
–¿Pero por qué procedió así tu abuela contigo, y no con tus dos hermanos? –preguntó Miley, haciendo esfuerzos por no demostrar lo impresionada que estaba.
–Estoy seguro de que creyó tener sus motivos –contestó él, encogiéndose de hombros–. Como te dije, yo le recordaba a mi abuelo y todo lo que él le había hecho.
–¿Y después de eso nunca, nunca tuviste noticias de tus hermanos? ¿Nunca trataste de ponerte en contacto con ellos en secreto, o ellos contigo?
Miley tenía la sensación de que, de todo lo que Nick le acababa de decir, la cuestión de sus hermanos era la que le resultaba más dolorosa.
–Les escribí una carta a cada uno con mi remitente cuando se estaba por estrenar mi primera película. Pensé que tal vez...
«Se sentirían orgullosos, –pensó Miley al ver que él quedaba en silencio–. Se alegrarían por ti. Te escribirían».
Se dio cuenta, por la expresión fría e inescrutable de su rostro, que nada de eso había sucedido. Pero tenía que saberlo con seguridad. A cada segundo que pasaba lo iba conociendo más.
–¿Te contestaron?
–No. Y nunca volví a tratar de ponerme en contacto con ellos.
–Pero, ¿y si tu abuela interceptó las cartas y ellos nunca las recibieron?
–Las recibieron. Para esa época ambos compartían un departamento y asistían a la universidad local.

–¡Pero Nick, eran tan jóvenes! ¡Y además, tú mismo dijiste que eran débiles! Tú eras mayor y más sabio que ellos. ¿No podrías haber esperado que crecieran un poco y haberles dado una segunda oportunidad?
De alguna manera, esa sugerencia puso a Miley más allá de todos los límites de tolerancia de Nick y su voz adquirió un tono helado, definitivo.
–Yo nunca le doy una segunda oportunidad a nadie, Miley. Nunca.
–Pero...
–Para mí, todos ellos han muerto.
–¡Eso es ridículo! Tú pierdes tanto como ellos. No es posible que vivas quemando puentes en lugar de tratar de recomponerlos. Es una forma de autofrustración, y en este caso, completamente injusta.
–También es el fin de esta conversación. –Lo dijo con un tono peligroso, pero Miley se negó a darse por vencida.
–Creo que eres mucho más parecido a tu abuela de lo que crees.
–Estás abusando de tu buena suerte, muchacha.
Miley hizo una mueca ante el tono de Nick. Se levantó en silencio, levantó las copas vacías y las llevó a la cocina, alarmada por esa nueva faceta que recién conocía en él, esa falta de sensibilidad que le permitía eliminar gente de su vida sin mirar atrás. No fue tanto lo que dijo, sino su manera de decirlo y la expresión de su rostro. Cuando la secuestró, todas las palabras y las motivaciones de Nick estaban movidas por la necesidad y la desesperación, nunca por una dureza innecesaria, y eso era algo que ella podía entender. Pero hasta esos últimos minutos, cuando percibió la amenaza en su tono de voz y la vio pintada en la expresión de su rostro, nunca había entendido que alguien pudiera pensar que Nicholas Jonas era lo suficientemente frío como para cometer un asesinato. Pero si otra gente lo había visto y oído como lo vio y oyó ella ese día, comprendía que lo creyeran. En ese momento Miley supo que, aunque hubiera una enorme intimidad entre ellos en la cama, todavía seguían siendo virtuales desconocidos. Se encaminó a su cuarto para prepararse para la noche, prendió la luz y se cambió en el baño. Estaba tan preocupada, que en lugar de dirigirse enseguida al cuarto de Nick, se sentó en la cama del suyo, perdida en sus pensamientos. Algunos minutos después se sobresaltó al oírle la voz.
–Ésta es una decisión muy poco inteligente de tu parte, Miley. Te sugiero que la reconsideres con cuidado.
Estaba de pie en el umbral, con un hombro apoyado contra el marco de la puerta, los brazos cruzados sobre el pecho, la cara impasible. Miley no sabía a qué decisión se estaría refiriendo, y aunque todavía le pareció distante, no hablaba ni tenía el aspecto de ese ser siniestro que le pareció en el living en penumbras. Se preguntó si gran parte de lo que la alarmó no habría sido un truco combinado de su imaginación y la luz de las llamas de la chimenea.
Se puso de pie y se le acercó con lentitud, insegura, estudiando su rostro.
–¿Se supone que ésa es tu manera de pedir disculpas?
–Ignoraba que debía pedir disculpas por algo. –La arrogancia era algo tan típico en él, que ella estuvo a punto de reír.
–Haz la prueba con la palabra grosero, a ver si te dice algo.
–¿Fui grosero? No fue mi intención. Te advertí que el tema me resultaría extremadamente desagradable, pero de todos modos quisiste que lo conversáramos.
Parecía sentirse injustamente acusado, pero ella insistió.
–Comprendo –dijo, deteniéndose frente a él–. ¿Entonces todo esto es culpa mía?
–Supongo que sí.
–Tú no lo sabes, ¿verdad? No tienes conciencia de que me hablaste en un tono de voz... –Buscó la palabra indicada pero tuvo que conformarse con algunas que no lo definían exactamente. –...frío, insensible e innecesariamente duro.
Nick se encogió de hombros con una indiferencia que Miley supuso era parcialmente falsa.
–No eres la primera mujer que me acusa de todo eso y mucho más. Me remito a tu juicio. Soy frío, insensible y...
–Duro –agregó Miley, e inclinó la cabeza, haciendo un esfuerzo por no reír ante lo ridículo de la discusión. Nick había arriesgado la vida por salvar la suya y quiso morir cuando creyó haber fracasado. Era cualquier cosa menos frío e insensible. Las otras mujeres estaban equivocadas. Su risa se apagó de repente, y sintió un profundo remordimiento por lo que había dicho, por lo que todas habían dicho.
Nick no alcanzaba a decidir si Miley en realidad había tenido intenciones de vengarse de él por alguna imaginaria ofensa, durmiendo allí sola, que fue lo que pensó en un principio, o si era inocente de esa desagradable artimaña femenina.
–Duro –aceptó, aunque tarde, deseando que ella levantara el rostro para poder mirarla.
–¿Nick? –dijo ella de repente–. La próxima vez que una mujer te diga alguna de esas cosas, aconséjale que te mire de cerca. –Levantó los ojos para mirarlo–. Si lo hace, creo que verá una extraña nobleza y una extraordinaria dulzura.
Completamente sorprendido, Nick descruzó los brazos y sintió que el corazón le daba un vuelco, como cada vez que ella lo contemplaba de esa manera.
–Lo cual no quiere decir que no crea que eres además autocrático, dictatorial y arrogante, como comprenderás –agregó Miley, reprimiendo una carcajada.
–Pero de todos modos te gusto –bromeó él, mientras le pasaba los nudillos por la mejilla, desarmado y aliviado–. A pesar de todo eso.
–Puedes agregar “vanidoso” a la lista –dijo ella mientras él la abrazaba.
Miley –susurró, inclinando la cabeza para besarla–, ¡cállate la boca!
–¡Y terminante también! –declaró ella contra los labios de él. Nick comenzó a reír. Miley era la única mujer que le provocaba ganas de reír mientras la besaba.
–¡Hazme acordar que nunca más me acerque a una mujer con tu manejo del vocabulario! –dijo Nick. Recorrió con la lengua la forma de la oreja de Miley y ella se estremeció, aferrándose a él mientras agregaba otra palabra a la definición sumaria de su carácter.
–E increíblemente sensual... y muy, muy sexual...
–Por otra parte –corrigió él, besándole la nuca–, no existe sustituto para una mujer inteligente y de gran discernimiento.

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