Con una fuente de rosetas de
maíz en la mano, Miley se encaminó al living donde estaban mirando una
película en video. Habían pasado la mañana y la tarde hablando acerca
de todo, menos de lo único que a ella le interesaba de una manera
desesperada: los planes que tenía Nick para descubrir quién había
asesinado a su mujer, para limpiar así su nombre.
La
primera vez que ella sacó el tema, él repitió lo que había dicho el día
anterior, acerca de no querer estropear el presente con preocupaciones
sobre el futuro. Cuando ella le explicó que quería ayudarlo en todas las
formas posibles, él se burló y le preguntó si era una frustrada
investigadora privada. En lugar de arruinar el día, insistiendo en el
tema, Miley lo dejó caer por el momento y aceptó la sugerencia de Nick
de que vieran alguna de las películas que había en el gran armario de
videos. Nick insistió en que fuera ella quien eligiera, y Miley se
sintió incómoda al comprobar que entre los videos figuraban algunos
filmes interpretados por él. Incapaz de soportar el solo pensamiento de
verlo haciendo el amor con otra mujer en una de esas escenas ardientes
por las que era justamente famoso, se decidió por un filme que Nick no
había visto y que ella supuso le gustaría.
Nick
parecía satisfecho con su elección antes de que comenzara la
proyección, pero, según Miley descubrió poco después, el sencillo
pasatiempo de ver una película era algo distinto para Nicholas Jonas, ex
actor y director, que para el común de los mortales. Para completa
confusión de Miley, Nick parecía considerar que el cine era una forma
de arte que debía ser minuciosamente estudiada, analizada, disecada y
evaluada. En realidad, fueron tantas sus críticas, que ella por fin
inventó la excusa de ir a preparar rosetas de maíz con tal de ahorrarse
sus comentarios negativos.
Miró
la pantalla gigante en el momento de colocar la fuente de rosetas de
maíz sobre la mesa, y lanzó un involuntario suspiro de alivio. La
película estaba por acabar.
Nick
la observó, admirando la gracia natural de su manera de caminar y la
sutil elegancia con que lucía la ropa. Ante su insistencia, esa tarde Miley había elegido otro conjunto del armario de la dueña de casa: una
sencilla camisa blanca de seda, con amplias mangas, y un par de
pantalones negros de crepé de lana con cintura pinzada. Su maravillosa
cabellera brillante le caía en ondas sobre los hombros. Miley se
vestía con una elegancia casual que le quedaba maravillosamente bien.
Nick trataba de decidir qué clase de vestido de noche le quedaría mejor
con esa sencilla sofisticación tan suya, cuando se dio cuenta de que
nunca tendría ocasión de llevarla a la clase de funciones sociales que
exigían trajes largos. Sus días de asistir a premieres de Hollywood, a
bailes de beneficencia, a estrenos de Broadway y a entrega de premios de
la Academia ya habían terminado, y no comprendía cómo lo acababa de
olvidar. No podría llevar a Miley a esos lugares. No la podría llevar
nunca a ninguna parte.
Saberlo
le resultó tan deprimente que tuvo que esforzarse para que esa realidad
no le estropeara otro día memorable pasado a su lado. Hizo un esfuerzo
supremo para pensar tan sólo en la noche que se extendía ante ellos, y
sonrió al verla sentarse a su lado en el sofá.
–¿No quieres elegir otra película? –preguntó.
Lo
último que Miley quería era tener que soportar las críticas de otra
película elegida por ella. Y ya que era evidente que Nick quería ver
otra, estaba dispuesta a mirarla, pero no a hacerse responsable de la
elección.
–La elegiremos juntos, ¿quieres? –propuso Nick al verla dudar.
A regañadientes, Miley se puso de pie y se acercó al mueble que contenía más de cien películas, desde clásicas hasta actuales.
–¿Tienes
alguna preferencia? –preguntó él. Miley recorrió los títulos,
inquieta al ver en la lista los nombres de varios filmes protagonizados
por Nick. Sabía que, aunque fuese por simple amabilidad, debía sugerir
que viesen alguna de las suyas, pero le resultaba imposible, sobre todo
en esa pantalla gigante donde podría percibir cada detalle de las
escenas de amor que interpretaba.
–Estoy indecisa –dijo después de una larga pausa–. Te propongo que tú elijas varias y luego yo decidiré entre ésas.
–Está bien. Dime quiénes son tus actores preferidos.
–En las películas antiguas –contestó ella–, Paúl Newman, Robert Redford y Steve McQueen.
Nick
mantenía la vista clavada en el mueble de los videos. Le sorprendía que
por pura cortesía no hubiera incluido su nombre en la lista. Le
sorprendía y también le dolía un poco. Aunque decidió que sus películas
no cabían dentro de la categoría de “antiguas”. Ignoró por completo la
presencia de películas interpretadas por esos tres actores.
–Los filmes que hay aquí son casi todos de los últimos diez años. ¿Cuáles son los actores más nuevos que te gustan?
–Ummm...
Kevin Costner, Michael Douglas, Tom Cruise, Richard Gere, Harrison
Ford, Patrick Swayze, Mel Gibson –contestó Miley, enumerando los
nombres de todos los actores que recordaba–, ¡...y Sylvester Stállone!
–Swayze,
Gibson, Stállone y McQueen... –repitió Nick con tono desdeñoso, y
ofendido porque ella no hubiera incluido su nombre en la lista de sus
preferidos–. De todos modos, ¿por qué te gustan los hombres tan petisos?
–¿Petisos? –preguntó Miley, mirándolo sorprendida–. ¿Son petisos?
–Muy petisos –contestó Nick con total injusticia y falta de veracidad.
–¿Steve
McQueen era bajo? –preguntó ella, fascinada por esa información casi
secreta–. ¡Nunca lo hubiera creído! Cuando yo era chica lo consideraba
tremendamente macho.
–Era
macho en la vida real –contestó Nick con brusquedad, volviéndose hacia
el gabinete de los videos y simulando estar completamente absorto en
ellos–. Por desgracia no sabía actuar.
Todavía
molesta porque Nick no daba señales de estar decidido a encontrar al
verdadero asesino de su mujer para poder reanudar su antigua vida, Miley de repente pensó que si le recordaba los beneficios de su vida
anterior, quizá se decidiera a hacerlo.
–Apuesto a que conocías a Robert Redford, ¿no?
–Sí.
–¿Y qué tal era?
–Bajo.
–¡Eso no es cierto!
–No dije que fuera un enano. Digo que no es alto. –A pesar de la actitud poco alentadora de Nick, Miley siguió adelante.
–Supongo
que eras íntimo amigo de toda clase de actores famosos... gente como
Paúl Newman y Kevin Costner y Harrison Ford y Michael Douglas. –No
obtuvo respuesta.
–¿Lo eras?
–¿Si era qué?
–Íntimo amigo de ellos.
–Si a eso te refieres, no hacíamos el amor.
Miley se ahogó de risa.
–¡No
puedo creer que hayas dicho eso! Sabes que no era lo que te preguntaba.
–Nick sacó videos de películas interpretadas por Costner, Swayze, Ford y
Douglas.
–Aquí tienes. Elige.
–La de arriba, Dirty Dancing –dijo Miley sonriendo con aprobación, a pesar de que le parecía un desperdicio perder tiempo viendo videos.
–¡No puedo creer que quieras ver esto! –exclamó él con desdén, metiendo la película de Swayze en la videocasetera.
–La elegiste tú.
–La querías ver tú –retrucó Nick, haciendo esfuerzos inútiles por hablar con indiferencia.
Durante
doce años, las mujeres lo habían enfurecido y asqueado colgándose de
él, lanzando exclamaciones de admiración y jurando que era su actor
preferido. Lo buscaban en las fiestas, lo interrumpían en restaurantes,
lo paraban en la calle, lo perseguían con sus coches y le metían llaves
de cuartos de hotel en el bolsillo. Y ahora, por primera vez en su vida,
quería que una mujer admirara su trabajo y ella parecía preferir a
cualquier otro antes que a él. Oprimió el botón de arranque del control
remoto y observó los títulos que empezaban a rodar.
–¿Quieres una roseta de maíz?
–No, gracias.
Miley lo estudió subrepticiamente, tratando de imaginar qué le pasaba.
¿Estaría añorando su vida anterior? De ser así, no era algo negativo.
Ella no quería provocarle ninguna angustia, pero no podía menos que
pensar que Nick debía estar hablando acerca de la necesidad de probar
que él no había matado a su mujer, aunque no quisiera confiarle sus
planes para lograrlo. Empezó la película. Nick estiró las largas
piernas, cruzó los brazos sobre el pecho y asumió la actitud del hombre
que espera recibir una impresión desagradable.
–No tenemos necesidad de ver esto –aclaró ella.
–No
me lo perdería por nada del mundo. –Instantes después lanzó un bufido
de desprecio. Miley le pasó la fuente de rosetas de maíz.
–¿Sucede algo malo?
–La iluminación es un desastre.
–¿Qué iluminación?
–Mira la sombra que hay sobre la cara de Swayze.
Ella miró la pantalla.
–Creo que se supone que debe haber sombra. Es de noche. –Él le dirigió una mirada de disgusto, y no dijo nada.
Dirty
Dancing siempre había sido una de las películas favoritas de Miley.
Le encantaban la música, los bailes y la sencillez de la refrescante
historia de amor; y empezaba a disfrutarla cuando Nick comentó:
–Creo que usaron grasa para el pelo de Swayze.
–Nick –dijo ella, con tono de advertencia–, si vas a empezar a destrozar esta película, la apagaré.
–No diré una sola palabra más. Simplemente me quedaré aquí sentado.
–Me alegro.
–Y contemplaré la mala dirección, el pésimo montaje y el diálogo espantoso.
–¡Esto es el colmo!
–¡Quédate
quieta! –advirtió Nick cuando ella pretendió levantarse. Enfurecido
consigo mismo por comportarse como un adolescente celoso, denigrando
actores que habían sido amigos suyos, a la vez que criticaba una
película que era excelente dentro de su categoría, apoyó una mano sobre
el brazo de Miley y prometió–: No diré una sola palabra más, a menos
que sea para ponderar. –Nick cumplió su promesa y no volvió a hablar
hasta la escena en que Swayze bailaba con su compañera. Entonces dijo:
–Ella sí que baila. Hicieron bien en incluirla en el elenco.
La
rubia de la pantalla era bonita y talentosa y tenía una figura
maravillosa. Miley gustosamente se habría cortado una pierna con tal
de parecérsele, y sintió un absurdo aguijonazo de celos que le costó
ocultar ante el mal humor de Nick. Además le pareció injusto que él no
ponderara el talento de bailarín de Patrick Swayze. Estaba a punto de
comentar que por lo visto todas las mujeres de las películas parecían
complacerlo, cuando comprendió que tal vez él sintiera lo mismo cuando
ella ponderaba a sus competidores. Miró el perfil pétreo de Nick y
preguntó:
–¿Estás celoso de él?
–¡Cómo
voy a estar celoso de Patrick Swayze! –contestó él con aire desdeñoso.
Obviamente le gusta ver mujeres bonitas, pensó Miley, y le dolió, a
pesar de comprender que no tenía ningún derecho a sentir eso. También
era obvio que a él esa película le resultaba insoportable.
–¿Por qué no vemos Dances with Wolves? –preguntó
con un tono amable–. Kevin Costner realizó una actuación espléndida y
es el tipo de historia que le puede gustar a un hombre.
–La vi en la cárcel.
Más temprano había confesado haberlas visto casi todas, de manera que Miley no comprendió qué tendría eso que ver.
–¿Y te gustó?
–Me pareció que es un poco lenta hacia la mitad.
–¡Bueno!
–exclamó Miley, comprendiendo que ninguna película, con excepción de
las suyas merecería su aprobación, y que ella tendría que aguantarlo o
tragarse su malhumor–. ¿Por lo menos te gustó el final?
–Kevin modificó el final del libro. Debió haberlo dejado como estaba.
Sin
decir una palabra más, Nick se levantó y se encaminó a la cocina, a
prepararse un poco de café. Hacía esfuerzos por controlarse. Estaba tan
furioso consigo mismo por sus comentarios injustos acerca de ambas
películas, que dos veces calculó mal la cantidad de café y tuvo que
volver a empezar. Patrick Swayze había hecho un excelente trabajo en la
primera película; Kevin Costner no sólo era su amigo sino que con Dances with Wolves ganó la aclamación que merecía, y Nick se alegró por ello.
Estaba
tan enfrascado en sus pensamientos que no se dio cuenta de que Miley
había cambiado de video hasta haber cruzado la mitad del living con dos
tazas de café en las manos.
Allí vaciló y por un instante
quedó petrificado e incómodo por lo que ella acababa de hacer. No sólo
había cambiado la película para proyectar una suya, sino que la había
hecho avanzar hacia la escena de amor del medio, que estaba observando
sin sonido. De todas las escenas de amor que había interpretado, ésa de Intímate Strangers,
estrenada más de siete años antes, era la que más sexo tenía. En ese
momento él se quedó inmóvil, observando lo irreal que le resultaba verse
en la cama con Glenn Clóse en una película que no había vuelto a ver
desde su estreno. Por primera vez en su vida, Nick se sintió incómodo
por algo que había hecho en el cine. No se dio cuenta de que la
incomodidad no se la causaba lo que había hecho, sino que Miley lo
estuviera mirando hacerlo con una actitud de indiferencia que no se le
escapó. Como tampoco se le escapó que, aunque ella simuló no conocer
todas las películas interpretadas por él que había en ese armario, las
conocía lo suficientemente bien como para buscar una escena determinada.
Y al considerar su expresión de frialdad, junto con la escena que
deliberadamente había elegido ver, tuvo la sensación de que se sentía
mejor un rato antes, cuando sólo tenía que habérselas con sus celos
insensatos. Colocó las tazas de café sobre la mesa, sin comprender por
qué se sentía tan enojado.
–¿Que pretendes, Miley?
–¿Qué
quieres decir? –contestó ella con una indiferencia que no tenía nada
que ver con la sensación desagradable que le producía en la boca del
estómago ver a Nick apoyando una mano sobre el cuerpo de Glenn Clóse, la
boca sobre la suya para darle un beso tórrido como los que le daba a
ella, su torso bronceado brillando contra el blanco de una sábana que
apenas le cubría las caderas.
–Sabes
lo que quiero decir. Primero actuaste como si jamás hubieras visto una
de las películas interpretadas por mí que hay en ese armario, y después
decides ver una y buscas directamente esta escena.
–He
visto todas tus películas –informó ella, con la vista fija en la
pantalla y negándose a mirarlo–. Las tengo casi todas en video,
incluyendo ésta. He visto ésta en particular por lo menos media docena
de veces. –Señaló la pantalla con la cabeza–. ¿Y allí qué tal es la
iluminación?
Nick apartó la vista de su rostro para mirar brevemente la pantalla.
–No está mal.
–¿Y qué tal es la interpretación?
–No está mal.
–Sí,
¿pero te parece que hiciste un buen trabajo con ese beso? ¿Es decir,
podrías haberla besado más profundamente o con más fuerza en ese
momento? Posiblemente no –agregó ella misma con amargura–. Ya tenías la
lengua dentro de su boca.
La
frase explicaba con elocuencia lo que le estaba pasando, y ahora que lo
comprendía, Nick lamentó todo lo dicho, que en última instancia la
llevó a tomar esa actitud. Nunca supuso que le molestaría verlo hacer
algo que, para él, no era más que una cuestión de trabajo, simplemente
una película, algo que hacía delante de docenas de personas que poblaban
el set.
–¿Qué sentías cuando ella te devolvía el beso con tanto apasionamiento?
–Calor
–contestó él. Y al ver el gesto de Miley se apresuró a aclarar–: Las
luces despedían un calor espantoso. Yo me daba cuenta de que eran
demasiado fuertes y estaba preocupado por eso.
–¡Ah!
Pero sin duda en ese momento no debías estar preocupado por las luces
–dijo Miley, señalando la pantalla como si la hipnotizara–. No
mientras tenías las manos sobre el pecho de ella.
–Creo recordar que tenía ganas de ahorcar al director por habernos obligado a hacer otra toma de esa escena.
Ella ignoró por completo la verdad y, tras un tono sarcástico, habló con mal disimulado dolor.
–Me pregunto qué habrá estado pensando Glenn Clóse en ese momento... mientras le besabas el pecho.
–Ella también fantaseaba con la posibilidad de poder asesinar al director... y por el mismo motivo.
–¿En serio? –dijo Miley con sarcasmo–. ¿Y en qué crees que estaba pensando cuando tú te subiste encima de ella?
Nick le tomó la barbilla y la obligó a mirarla.
–Sé
lo que estaba pensando. Rogaba que yo le sacara el codo del estómago
para que no le volviera a dar un ataque de risa que estropearía otra vez
la toma.
En vista de
su tranquila sinceridad y de su actitud indiferente, de repente Miley
se sintió muy tonta y falta de sofisticación. Lanzó un suspiro
exasperado.
–Lamento
haberme portado como una idi/ota. Simulé que no me interesaban tus
películas porque me aterrorizaba la idea de tener que ver una escena de
amor entre tú y otra mujer. Ya sé que es tonto, pero me hace sentir...
–Se interrumpió, negándose a pronunciar la palabra “celos”, porque sabía
que era algo que no tenía derecho a sentir.
–¿Celos? –sugirió Nick y, dicha en voz alta, la palabra resultaba aún más desagradable.
–Los celos son una emoción destructiva e inmadura –declaró Miley.
–Y
logran que la gente se ponga irracional y que sea imposible llevarse
bien con ella –convino él. Miley agradeció no haber pronunciado la
palabra, y asintió.
–Bueno, sí, después de haberte visto en esas escenas tengo ganas de... ver una película distinta.
–Me
parece bien. ¿Qué película te gustaría ver? Nombra a cualquier actor
que quieras. –Ella abrió la boca para responder, pero él agregó:
–Siempre que no sea Swayze, Costner, Cruise, Redford, Newman, McQueen,
Ford, Douglas o Gere.
Miley lo miró sorprendida.
–¿Y quién queda?
Él le pasó un brazo sobre los hombros, la acercó a sí y susurró la respuesta contra su pelo.
–El ratón Mickey.
Miley se quedó sin saber si reír o pedir una explicación.
–¡El ratón Mickey! ¿Pero por qué?
–Porque
–murmuró él, besándole la sien–, creo que podría oírte ponderando a
Mickey sin convertirme en un ser “irracional” y con quien es “imposible
llevarse bien”.
Tratando de ocultar el placer que le producía lo que él acababa de admitir, Miley alzó el rostro y dijo en son de broma:
–Siempre nos queda Sean Connery. Él estuvo bárbaro en The Hunt for Red October.
Nick alzó las cejas en un gesto de desafío burlón.
–Además, siempre quedan otras seis películas mías en ese armario.
Después
de haber bromeado con respecto a lo que él acababa de admitir, pero
evitando confesar sus propios celos, Miley lamentó su cobardía. Lo
miró a los ojos.
–Me
resultó odioso verte hacerle el amor a Glenn Clóse –confesó. El premio a
su coraje fue que él le acariciara la barbilla y le diera un beso que
le quitó el aliento.
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