martes, 20 de mayo de 2014

Simplemente Irresistible - Cap: 6

Miley respingaba cada vez que una fría ola le subía por los muslos. Le temblaba el cuerpo, pero a pesar del frío clavó los pies en la arena y se agarró con fuerza a una gran roca con forma de barra de pan. Inclinándose ligeramente hacia adelante, plantó la mano en la piedra dentada. Durante varios minutos miró fascinada una enorme estrella de mar púrpura y naranja posada en la roca. Después, como si fuera una mujer leyendo Braille, pasó los dedos con suavidad sobre las líneas de la dura y rugosa superficie. El solitario de cinco quilates que llevaba en la mano izquierda atrapó el sol del atardecer, proyectando pequeños destellos azules y rojos.

El resonar del oleaje en sus oídos y el paisaje que se extendía ante sus ojos contribuyeron a vaciar su mente de todo, menos del simple placer que experimentaba al estar ante el océano Pacífico por primera vez.

Mientras bajaba a la playa, los oscuros pensamientos que le rondaban la mente amenazaron con abrumarla. El desamparo que sentía, el desastre del día de su boda y tener que depender de un hombre como Nick, que parecía no poseer ni un gramo de compasión, le pesaban como una losa sobre los hombros. Lo único que era peor que sus problemas de dinero, 
Nick y Virgil era el sentimiento de que estaba absolutamente sola en un mundo donde nada le era familiar. Había crecido rodeada de árboles y montañas donde todo era muy verde. Las texturas eran diferentes en este lugar, la arena era más gruesa, el agua más fría y el viento más rudo.

Mientras miraba fijamente el océano, sintiéndose como la única persona viva de la tierra, trató de olvidar el pánico que crecía en su interior, pero ya había perdido la batalla. Como un apagón en un rascacielos,Miley sintió y oyó el familiar chasquido de su mente al quedarse en blanco. Le sucedía, desde que podía recordar, siempre que se sentía abrumada. Odiaba que ocurriera, pero no podía evitarlo. Los acontecimientos del día finalmente la habían alcanzado y estaba tan sobrecargada que le llevó más tiempo del usual recuperarse. Cuando lo hizo, cerró los ojos y respiró profundamente, luego apartó de su mente los molestos pensamientos del día.

Miley era hábil en aclararse la mente y reenfocar la atención en otras cosas. Tenía años de práctica. Años de aprendizaje frente a un mundo que bailaba al son de un ritmo diferente al suyo; un ritmo que no siempre conocía o entendía, pero que había aprendido a simular. Desde los nueve años, había trabajado muy duro para que pareciera que estaba en perfecta sintonía con los demás.

Desde esa tarde hacía doce años cuando su abuela le había dicho que tenía una disfunción del cerebro, había tratado de ocultar su incapacidad al mundo. La matricularon en una escuela para señoritas donde aprendió modales y cocina, pero nunca llegó a ser una estudiante brillante. Entendía composiciones de diseño y podía hacer arreglos florales con los ojos cerrados, pero no podía leer más allá del nivel de cuarto grado. Ocultaba sus problemas detrás del encanto y los coqueteos, detrás de su voluptuoso cuerpo y su bello rostro. Aunque ahora sabía que era disléxica, seguía ocultándolo. Había sentido un inmenso alivio al descubrirlo, pero todavía le daba vergüenza pedir ayuda.

Una ola le golpeó en los muslos y le empapó la parte baja de los pantalones cortos. Afianzó más los pies, enterrando los dedos profundamente en la arena. En la lista de prioridades de Miley, entre su propósito de ayudar a todas las personas en su misma situación y el de ser una buena anfitriona, se encontraba su principal objetivo: el de parecer como cualquier otra persona. Por ello, trataba de aprender y acordarse de dos nuevas palabras cada semana. Alquilaba películas de adaptaciones de literatura clásica, y se había comprado el vídeo de la que ella consideraba la mejor película de todos los tiempos, Lo que el viento se llevó. También tenía el libro, pero nunca lo había leído. Tantas páginas y palabras eran demasiado para ella.

Movió la mano hacia una anémona de mar color verde limón, acariciando ligeramente la superficie. Los pegajosos tentáculos se cerraron alrededor de sus dedos. Alarmada, saltó hacia atrás. Otra ola le golpeó los muslos, se le doblaron las rodillas y se debatió entre el espumoso oleaje. Al romper la siguiente ola la arrancó de la roca, llevándosela consigo. Sintió el golpe helado del océano en el pecho y se quedó sin respiración. Se le llenó la boca de agua salada y arena mientras pateaba y manoteaba para volver a la superficie. Un viscoso trozo de alga se adhirió alrededor de su cuello y otra ola aún mayor la atrapó desde atrás y la propulsó hacia la playa como si fuera un torpedo. Cuando finalmente se detuvo, la ola ya regresaba para encontrarse con la siguiente. Apoyándose sobre una mano se dio impulso con los pies para gatear hacia la orilla. Cuando alcanzó la seguridad de la arena seca, se dejó caer sobre las manos y las rodillas y tomó varias boqueadas de aire. Escupió arena y agarrando el alga del cuello la echó a un lado. Comenzaron a castañearle los dientes y al pensar en todo el plancton que se habría tragado, su estómago expulsó el agua con tanta fuerza como el Pacifico que tenía a las espaldas. Notaba que la arena se le había metido por todas partes y cuando miró hacia la casa de Nick, rezó para que su contratiempo hubiera pasado desapercibido.

No tuvo suerte. Con las gafas de sol ocultándole los ojos y las chanclas hundiéndose sobre la arena, 
Nick caminaba despacio hacia ella tan guapo como para lamerlo de arriba abajo. Miley quiso volver sobre sus pasos y sumergirse en el océano.

Por encima del sonido del oleaje y las gaviotas llegó a sus oídos la risa rica y profunda de 
Nick. En ese instante ella se olvidó del frío, la arena y el alga marina. Se olvidó de lo guapo que era y de las ganas que había sentido de morir. Una furia candente le atravesó las venas y la inflamó como un soplete. Había trabajado toda su vida para evitar el ridículo y no había nada que odiara más que el que se burlaran de ella.

—Eso ha sido lo más divertido que he visto en mucho tiempo —dijo él con un destello de dientes blancos.

La cólera retumbó en los oídos de Miley, bloqueando incluso el sonido del océano. Cerró los puños, y cogió un puñado de arena mojada.

—Demonios, deberías haberte visto —dijo 
Nick, sacudiendo la cabeza. La brisa le agitaba el pelo oscuro sobre las orejas y la frente mientras se reía a carcajadas.

Apoyándose sobre las rodillas Miley le tiró un puñado de barro arenoso, dándole de lleno en el pecho para su total satisfacción. Puede que no tuviera una buena coordinación o que no fuera ligera de pies, pero siempre había sido una estupenda tiradora.
Nick dejó de reírse al instante.

—¿Qué diablos...? —maldijo, mirándose la camiseta. Cuando levantó la sorprendida mirada hacia Miley, ésta aprovechó y le dio en la frente. El pegote de arena golpeó sus Ray-Ban torciéndolas antes de que la arena cayese a sus pies. Por encima de la parte superior de la montura volvió los ojos azules hacia ella prometiendo venganza.

Miley sonrió y alcanzó otro puñado. No le importaba qué pudiera hacerle 
Nick.

—¿Por qué no estás riéndote ahora, deportista estú/pido?

Se quitó las gafas y la apuntó con ellas.

—Yo no tiraría eso.

Ella se levantó y con un enérgico movimiento de cabeza se apartó un mechón de pelo empapado de la cara.

—¿Te da miedo ensuciarte? —El arqueó una de sus cejas oscuras, pero por lo demás no se movió—. ¿Y qué piensas hacer al respecto? —le bufó al hombre que de repente representaba cada injusticia y cada insulto que le habían infligido en la vida—. Machote.
Nick sonrió. Después, antes de que Miley pudiera siquiera emitir un grito, él se movió como el atleta que era y empujó el cuerpo de ella al suelo. El puñado de arena que agarraba en la mano voló por todas partes. Atontada, ella parpadeó y escrutó la cara que estaba sólo a unos centímetros de la de ella.

—¿Qué co/ño te pasa? —preguntó, sonando más incrédulo que enojado. Un mechón oscuro le cayó sobre la frente rozando la cicatriz blanca que la atravesaba.

—Quítate de encima —exigió Miley, dándole un ****azo en la parte superior del brazo. La piel caliente y el duro músculo eran una invitación para su puño y volvió a golpearlo, desahogando su furia. Le pegó por reírse de ella, por insinuar que pensaba casarse con Virgil por dinero sin que le faltara razón. Le golpeó por su abuela que había muerto dejándola sola, sola para no hacer más que meter la pata.

—Jesús, Miley
 —maldijo Nick. La agarró por las muñecas y se las sujetó contra el suelo a ambos lados de la cabeza—. Basta.

Ella miró su hermoso rostro y le odió. Se odió a sí misma y, aunque odiaba llorar, se le escapó un sollozo.

—Te odio —le susurró, pasándose la lengua por los labios salados. Se le tensaron los pechos por el esfuerzo de contener las lágrimas.

—En este momento —dijo 
Nick con su cara tan cerca de la de ella que podía sentir su aliento cálido en la mejilla—, no puedo decir que sienta afecto por ti tampoco.

El calor del cuerpo de 
Nick penetró en su cólera y Miley se dio cuenta de varias cosas a la vez. Se percató de que la pierna derecha de Nick estaba acomodada entre las suyas y de que su ingle le presionaba íntimamente el interior del muslo. Estaba cubierta por su ancho pecho, pero su peso no era en absoluto desagradable. Él era sólido y muy caliente.

—Pero caramba, sí que me das ideas —le dijo al tiempo que una sonrisa se le empezaba a insinuar en la comisura de los labios—. Malas ideas. —Negó con la cabeza como si estuviera tratando de convencerse a sí mismo de algo—. Muy malas. —Con el pulgar le presionó el interior de la muñeca mientras deslizaba la mirada por su cara—. No deberías parecer tan atractiva. Tienes la frente sucia, tu pelo es un maldito desastre y estás calada hasta los huesos.

Por primera vez en días, Miley sintió que pisaba terreno familiar. Una pequeña sonrisa de satisfacción le curvó los labios. No importaba cuánto intentara demostrar lo contrario, 
Nick, a pesar de todo, se sentía atraído por ella. Y si barajaba bien sus cartas, podría convencerlo de que la dejara quedarse en su casa hasta que resolviese qué hacer con su vida.

—Por favor, suéltame las muñecas.

—¿Vas a golpearme otra vez?

Miley negó con la cabeza, sopesando mentalmente cuánto encanto debería usar con él.

Él arqueó una ceja.

—¿Ni a tirarme arena?

—No.

La soltó, pero no se movió de encima de ella.

—¿Te he hecho daño?

—No. —Colocó las manos en los hombros de él y las deslizó hacia abajo, sus duros músculos se tensaron recordándole su fuerza. 
Nick no la había atacado como lo haría un hombre cuya intención fuera forzar a una mujer, pero a pesar de todo ella se estaba alojando en su casa. Sólo por ese hecho podía hacerse una idea equivocada. Antes, cuando parecía que Nick no se sentía atraído por ella, no se le había ocurrido pensar que él pudiera estar esperando algo más que gratitud. Pero ahora sí.

Luego se acordó de Ernie y una risita de alivio se le escapó de la garganta.

—Nunca me habían abordado con ese ímpetu. ¿Es tu forma de ligar? —Seguro que 
Nick no esperaría que se acostara con él con su abuelo en la habitación de al lado. Se sintió aliviada.

—¿Qué pasa? ¿No te gustó?

Miley le brindó una sonrisa.

—Bueno, podría hacerte algunas sugerencias.

Poniéndose de rodillas, 
Nick la miró.

—Ya me parecía a mí que lo harías —dijo, levantándose.

Al instante lamentó la pérdida del calor de su cuerpo e intentó sentarse.

—Prueba con flores. Es más sutil y transmite el mismo mensaje.
Nick le tendió la mano a Miley y la ayudó a ponerse en pie. Nunca enviaba flores, jamás lo había hecho desde el día que puso docenas de rosas sobre el ataúd blanco de su esposa.

Soltó la mano de Miley y ahuyentó sus recuerdos antes de que se volvieran demasiado dolorosos. Centrando toda su atención en Miley, la miró pasarse las manos por la cintura y por el trasero para sacudirse la arena. Deliberadamente, la miró de arriba abajo. Tenía el pelo enredado, arena en las rodillas, y las uñas rojas eran un extraño contraste con sus pies sucios. Los pantalones cortos verdes se le pegaban a los muslos, y su vieja camiseta negra se le adhería a los senos como una segunda piel. Tenía los pezones erizados por el frío y parecían pequeñas bayas. Bajo el cuerpo de 
Nick, ella se había sentido bien, demasiado bien. Había permanecido demasiado tiempo sobre su cuerpo mirando esos bonitos ojos verdes.

—¿Has llamado a tu tía? —le preguntó mientras se inclinaba para recoger las gafas de sol de la arena.

—Ah... todavía no.

—Bueno, puedes llamarla cuando volvamos. —
Nick se enderezó y echó andar por la playa hacia su casa.

—Lo haré—contestó, alcanzándolo y tratando de adaptarse al paso de sus largas zancadas—. Pero es la noche de bingo de tía Lolly, así que no creo que llegue a casa hasta dentro de un rato.
Nick la recorrió con la mirada, luego se puso rápidamente sus Ray-Ban.

—¿Cuánto tiempo suele estar en el bingo?

—Bueno, depende de cuántos cartones compre. Pero si decide jugar en La Vieja Granja, no jugará mucho porque permiten fumar, y la tía Lolly odia el humo y, por supuesto, Doralee Hofferman juega allí. Y hay mucha hostilidad entre Lolly y Doralee desde que en 1979 Doralee robó la receta del pastel de cacahuetes de Lolly y la hizo pasar como suya. Las dos fueron muy buenas amigas hasta ese momento, sabes...

—Ya estamos otra vez —suspiró 
Nick, interrumpiéndola—. Escucha, Miley —dijo, y se detuvo para mirarla—. No lograremos pasar de esta noche si no paras de hacer eso.

—¿De hacer qué?

—Divagar.

Miley abrió la boca sin querer y se llevó la mano al corazón con un gesto de fingida indignación.

—¿Divago?

—Sí, y me pone de los nervios. No me importa nada ni el O'Jell de tu tía, ni que los bautistas se laven los pies, ni los pasteles de cacahuete. ¿No puedes hablar como una persona normal?

Ella bajó la vista, pero no antes de que él pudiera ver la mirada dolida de sus ojos.

—¿No crees que hable como una persona normal?

Una punzada de culpabilidad le remordió la conciencia. No quería lastimarla, pero, al mismo tiempo, tampoco quería escucharla cotorrear durante horas.

—Tampoco es eso. Pero cuando te haga una pregunta debes darme una respuesta en tres segundos, no largarme tres minutos de sandeces que no tienen nada que ver con lo que te he preguntado.

Ella se mordisqueó el labio inferior, después dijo:

—No soy estú/pida, 
Nick.

—Nunca quise decir que lo fueras —aclaró él, aunque no creía que la hubieran elegido para el discurso de despedida en esa universidad a la que según ella había asistido—. Mira, Miley —añadió porque parecía herida—, podemos llegar a un acuerdo, si tú no divagas, yo intentaré no comportarme como un asno. —Ella frunció los labios—. ¿No me crees?

Negando con la cabeza, ella se mofó.

—Te he dicho que no soy estú/pida.
Nick se rió. Maldición, esa chica comenzaba a gustarle.

—Vamos. —Señaló la casa con la cabeza—. Parece que te estás congelando.

—Lo estoy —confesó, caminando a su lado.

Atravesaron la arena fría sin hablar mientras la brisa les traía los sonidos del batir de las olas y los graznidos delas aves marinas. Cuando alcanzaron las escaleras que conducían a la puerta trasera de la casa de 
Nick, Miley  se adelantó, pero luego se volvió para enfrentarse a él.

—Yo no divago —aclaró, entrecerrando los ojos bajo el resplandor del sol poniente.
Nick se detuvo y la miró a los ojos que habían quedado al nivel de los suyos. Varios rizos comenzaban a secarse y se agitaban sobre su cabeza.

—Miley, divagas —afirmó, colocándose las gafas—. Pero si te controlas podremos llevarnos muy bien. Creo que podríamos ser amigos por una noche... —Hizo una pausa y se ajustó las Ray-Ban dejando la frase inconclusa al no encontrar una palabra mejor; sabía que no la había.

—Me gustaría, 
Nick —dijo, esbozando una sonrisa seductora—. Pero me pareció oírte decir que no eras una persona amable.

—No lo soy. —Ella estaba tan cerca que sus senos casi le rozaban el tórax, casi, y se preguntó si estaría coqueteando con él otra vez.

—¿Cómo es posible que podamos ser amigos si no eres amable conmigo?
Nick deslizó la mirada hacia sus labios. Se sentía tentado a demostrarle lo «agradable» que podía llegar a ser. Se sentía tentado a inclinarse sólo un poco y acariciar con su boca la de ella para saborear esos dulces labios, aceptando la invitación de su seductora sonrisa. Tentado de levantar las manos sólo unos centímetros hasta sujetarla por las caderas y apretarla contra su cuerpo. Tentado de averiguar hasta dónde dejaría ella que vagaran sus manos antes de detenerlo.

Se sentía tentado, pero no estaba loco.

—Muy sencillo. —Le colocó las manos en los hombros y la apartó a un lado—. Pasaré la noche fuera —anunció, subiendo las escaleras.

—Llévame contigo —dijo mientras lo seguía.

—No —negó con la cabeza. No iba a permitir que nadie lo viera con Miley Howard. Ni siquiera una sola vez.

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