martes, 20 de mayo de 2014

Simplemente Irresistible - Cap: 4



Los intermitentes rayos del sol, que arrancaban destellos azules al agitado mar verdoso, y la brisa salada, tan densa que se podía saborear, dieron la bienvenida a Miley a la costa del Pacífico. Se le puso la piel de gallina mientras se estiraba para intentar captar una vislumbre del espumoso océano azul.

El chillido de las gaviotas surcaba el aire mientras Nick conducía el Corvette por el camino de entrada a una casa gris de difícil descripción con las contraventanas blancas. Un anciano con una camiseta sin mangas, unos pantalones cortos de poliéster gris y un par de chanclas baratas permanecía de pie en el porche.

Tan pronto como el coche se paró, Miley alcanzó la manilla y salió. No esperó a que 
Nick la ayudara, aunque de todas formas no creía que fuese a hacerlo. Tras una hora y media sentada en el coche, el papel de «viuda alegre» se había vuelto tan forzado que llegó a pensar que después de todo iba a marearse.

Tiró del dobladillo del vestido rosa hacia abajo y cogió el neceser y los zapatos. Las ballenas del corsé le presionaron las costillas cuando se inclinó para ponerse las sandalias rosas.

—Por Dios, hijo —gruñó el hombre del porche con voz grave—. ¿Otra bailarina?
Nick frunció el ceño mientras guiaba a Miley a la puerta principal.

—Ernie, me gustaría presentarte a la señorita Miley Howard. Miley, éste es mi abuelo, Ernest Maxwell.

—¿Cómo está usted, señor? —Miley le ofreció la mano y observó la cara arrugada increíblemente parecida a la de Burgess Meredith.

—Una sureña... hum. —Se dio la vuelta y entró en la casa.
Nick mantuvo la puerta de tela metálica abierta para que Miley entrara. La casa estaba amueblada en tonos azules, verdes brillantes y marrones claros, de tal manera, que uno tenía la impresión de que el paisaje exterior, visible a través de la gran ventana panorámica, formaba parte de la sala de estar. Todo parecía haber sido escogido para hacer juego con el océano y la playa arenosa, todo menos la orejera con tapicería Naugahy de de color plata y los dos palos de hockey que formaban una X sobre la parte superior de la estantería repleta de trofeos.
Nick se quitó las gafas de sol y las tiró sobre la mesita de café de madera y cristal.

—Hay una habitación de invitados en ese pasillo, es la última puerta a la izquierda. El cuarto de baño está a la derecha —dijo, pasando por detrás de Miley para dirigirse a la cocina. Agarró una botella de cerveza de la nevera y la abrió. Se llevó la botella a los labios, recostando los hombros contra la puerta cerrada de la nevera. Esta vez había metido la pata a base de bien. No debería haber ayudado a Miley y sabía que había sido un error llevarla con él. No había querido hacerlo, pero entonces lo había mirado con aquellos ojos, tan vulnerable y asustada que habría sido incapaz de dejarla tirada en el arcén. Esperaba —como que había infierno— que Virgil no lo averiguase jamás.

Se alejó de la nevera y regresó a la sala de estar. Ernie se había sentado en su orejero favorito con la atención puesta en Miley. Ella estaba de pie al lado de la chimenea con el pelo revuelto por el viento y el pequeño vestido rosa totalmente arrugado. Parecía muy cansada, pero por la mirada de Ernie, éste la encontraba más tentadora que un buffet libre.

—¿Ocurre algo, Miley? —preguntó 
Nick, llevándose la cerveza a los labios—. ¿Por qué no has ido a cambiarte?

—Existe un pequeño problema —dijo con su acento arrastrado al tiempo que lo miraba—. No tengo nada que ponerme.

Él la apuntó con la botella.

—¿Qué hay en esa maletita?

—Cosméticos.

—¿Sólo eso?

—No. —Lanzó una mirada a Ernie—. Tengo alguna otra cosa y la cartera.

—¿Y dónde está tu ropa?

—En cuatro maletas en la parte de atrás del Rolls Royce de Virgil.

Así que, a fin de cuentas, él tendría que alimentarla, alojarla... y vestirla.

—Ven —dijo, luego colocó la cerveza en la mesita de café y la guió por el pasillo que llevaba al dormitorio. Buscó en el armario y cogió una vieja camiseta negra y un par de pantalones cortos con la cinturilla ajustable de color verde—. Ten —dijo, lanzándolos sobre el edredón azul que cubría la cama antes de volver a la puerta.

—¿
Nick?

Se detuvo al oír su nombre en sus labios, pero no se dio la vuelta. No quería ver la mirada asustada de esos ojos verdes.

—¿Qué?—No puedo quitarme este vestido yo sola. Necesito tu ayuda.

Se volvió y la encontró dentro del charco dorado que proyectaba la luz del sol que entraba por la ventana.

—Algunos botones quedan demasiado arriba —señaló con torpeza.

No sólo quería que la vistiera, encima quería que la desnudara.

—Son muy escurridizos —explicó.

—Date la vuelta —ordenó él con voz ruda mientras daba un paso hacia ella.

Sin rechistar, ella le dio la espalda y miró hacia el espejo que había encima del tocador. Entre los suaves omóplatos quedaban los cuatro botones diminutos que cerraban la parte superior del vestido. Se retiró el pelo a un lado, dejando a la vista los pequeños rizos del nacimiento del pelo. Todo en ella era suave: la piel, el pelo, ese acento sureño.

—¿Cómo te metiste en esta cosa?

—Con ayuda. —Lo miró a través del espejo.
Nick no podía recordar otro momento en que ayudara a una mujer a quitarse la ropa sin que planeara acostarse con ella después, pero no tenía intención de tocar a la fugitiva novia de Virgil más de lo necesario. Levantó las manos y tiró con fuerza hasta que uno de los pequeños botones se salió del resbaladizo ojal.

—No puedo imaginar lo que estarán pensando todos ahora mismo. Sissy trató de advertirme de que no me casara con Virgil. Pensaba que podría hacerlo, pero al final no fui capaz.

—¿No crees que deberías haber llegado antes a esa conclusión? —le preguntó él, desplazando los dedos más abajo.

—Lo hice. Traté de decirle a Virgil que tenía dudas. Traté de hablar con él sobre eso ayer por la noche, pero no quiso escucharme. Luego vi la cubertería. —Negó con la cabeza y un suave tirabuzón le cayó sobre la espalda rozándole la piel suave—. Escogí para la lista de bodas una cubertería Francis I, y sus amigos nos regalaron una buena parte —dijo distraída como si él supiera de qué diablos hablaba—. Ah, sólo ver todos esos cubiertos con frutas talladas me produjo escalofríos. Sissy cree que debería haber escogido algo repujado, pero siempre he sido una chica Francis I. Incluso cuando era pequeña...
Nick no era nada tolerante con la cháchara de las mujeres. En ese momento deseaba tener a mano un radiocasete y otra cinta de Tom Petty. Dado que no tenía esa suerte, se desconectó mentalmente de la conversación. Muy a menudo lo acusaban de ser un malvado insensible, una reputación que consideraba ventajosa. De esa manera, no tenía que preocuparse de que las mujeres consideraran su relación como algo permanente.

—Ya que estás en eso, ¿puedes abrirme la cremallera? De cualquier manera —continuó—, casi lloré de alegría cuando puse los ojos en los tenedores de escabeche y las cucharas de fruta y...
Nick la miró con el ceño fruncido a través del espejo, pero ella no le prestaba atención; Miley tenía la vista clavada en el lazo blanco del corpiño. Nick trató de alcanzar la cremallera y, cuando tiró, descubrió la razón por la que Miley tenía dificultad para respirar. Entre la cremallera abierta del vestido de novia vio los enganches plateados que cerraban una prenda de ropa interior que Nick de inmediato reconoció como un corsé. Todo era de raso rosa: la lazada, el revestimiento de los aros y el corsé que le apretaba la suave piel.

Ella levantó una mano hacia el lazo del corpiño, sujetándolo firmemente contra sus grandes senos para impedir que el vestido se le cayera.

—Al ver mi cubertería de plata favorita se me fue la cabeza y creo que dejé que Virgil me convenciera de que sólo eran dudas prematrimoniales. En realidad quería creerle...

Cuando 
Nick terminó con la cremallera anunció:

—Ya está.

—Oh —ella lo contempló a través del espejo luego, rápidamente, bajó la mirada. Sus mejillas se pusieron al rojo vivo al preguntar—, ¿puedes desabrochar mi ah... ah, la prenda de abajo?

—¿El corsé?

—Sí, por favor.

—No soy una maldita doncella —protestó él, y levantó las manos otra vez para tirar de los enganches y los ojales. Mientras lidiaba con los diminutos corchetes, rozó con los nudillos las marcas rosadas que le arruinaban la piel. Ella se estremeció y un largo suspiro se le escapó desde lo más profundo de la garganta.
Nick miró hacia el espejo y detuvo las manos. La única vez que veía tal éxtasis en la cara de una mujer era cuando estaba profundamente enterrado en su cuerpo. Una rápida punzada de lujuria lo golpeó en el vientre. La reacción de su cuerpo ante la satisfacción que se reflejaba en los ojos y en los labios de Miley lo irritó.

—Oh, sí. —Ella respiró profundamente—. No puedes imaginarte lo bien que sienta esto. No había pensado llevar puesto este vestido más que una hora y han sido tres.

Su miembro podía responder a una mujer hermosa —de hecho, le preocuparía que no fuera así—, pero no pensaba hacer nada al respecto.

—Virgil es un viejo —dijo sin molestarse en disimular la irritación de su voz—. ¿Cómo demonios esperabas que te sacara de aquí?

—Eso ha sido cruel —susurró.

—No esperes amabilidad de mi parte, Miley —le advirtió, tirando con brusquedad del resto de los enganches—. O te llevarás una decepción.

Ella lo miró y se dejó caer el pelo por los hombros.

—Creo que podrías ser simpático si quisieras.

—Claro —dijo, moviendo las yemas de sus dedos para rozarle las marcas que tenía en la espalda, pero antes de que pudiera aliviar su piel con la caricia dejó caer la mano—. Si quisiera —dijo, y se fue de la habitación cerrando la puerta tras él.

Cuando llegó al salón, sintió inmediatamente la mirada especulativa de Ernie. 
Nick tomó la cerveza de la mesa, se sentó en el sofá que había delante del viejo orejero de su abuelo y esperó a que Ernie comenzara a lanzar sus preguntas. No tuvo que esperar demasiado.

—¿Dónde la recogiste?

—Es una larga historia —contestó, luego explicó la situación sin dejarse nada en el tintero.

—Dios mío, ¿has perdido el juicio? —Ernie se inclinó hacia delante sobre el borde del asiento y le dijo—: ¿Qué crees que va a hacer Virgil? Por lo que me has dicho, ese hombre no es exactamente un dechado de misericordia y prácticamente le has robado a la novia.

—No se la robé. —
Nick puso los pies sobre la mesita de café y se hundió más en los cojines—. Ella ya lo había dejado.

—Sí. —Ernie cruzó los brazos sobre el delgado pecho y miró ceñudo a 
Nick—. En el altar. Un hombre no es propenso a perdonar y olvidar una cosa como ésa.
Nick apoyó los codos sobre los muslos y se llevó la botella a los labios.

—No se enterará —dijo antes de dar un largo trago.

—Espero que no. Hemos trabajado muy duro para llegar tan lejos —le recordó a su nieto.

—Lo sé —dijo, aunque no necesitaba que se lo recordara. Le debía todo lo que era a su abuelo. Después de que su padre muriera, su madre y él se habían trasladado a vivir a la casa de al lado de Ernie. Cada invierno Ernie había llenado su patio trasero de agua para que 
Nick tuviera un sitio donde patinar. Había sido Ernie quien había practicado con Nick sobre ese hielo helado hasta que ambos acababan congelados hasta los huesos y quien le había enseñado a jugar al hockey, llevándolo a los partidos y quedándose para animarle. Fue su abuelo quien los mantuvo unidos cuando las cosas iban realmente mal.

—¿Vas a «hacerlo» con ella?
Nick miró la cara arrugada de su abuelo.

—¿Qué?

—¿No es así como lo dicen los jóvenes ahora?

—Jesús, Ernie —dijo 
Nick, aunque en realidad no estaba escandalizado—. No, no voy a «hacerlo» con ella.

—Sin duda alguna, eso espero. —Cruzó su calloso y agrietado pie sobre el otro—. Pero si Virgil se entera de que está aquí, pensará que lo has hecho de todas maneras.

—No es mi tipo.

—Claro que lo es —discutió Ernie—. Me recuerda a esa artista de striptease con la que saliste hace poco, Cocoa LaDude.
Nick echó un vistazo al pasillo, agradeciendo que Miley aún no hubiera aparecido.

—Su nombre era Cocoa LaDuke, y no salí con ella. —Volvió la mirada hacia su abuelo y frunció el ceño. Si bien Ernie nunca se lo había dicho, 
Nick tenía el presentimiento de que su abuelo no aprobaba su estilo de vida—. No esperaba encontrarte aquí —dijo, cambiando de tema a propósito.

—¿Dónde querías que estuviera?

—En casa.

—Mañana es día seis.
Nick volvió la mirada a la enorme ventana que daba al océano. Observó cómo se hinchaban las olas para después replegarse sobre sí mismas.

—No necesito que me des la mano.

—Lo sé, pero pensé que te gustaría tomar una cerveza con un amigo.
Nick cerró los ojos.

—No quiero hablar de Linda.

—No tenemos que hacerlo. Tu madre está preocupada por ti. Deberías llamarla más a menudo.
Nick rascó ligeramente con el pulgar la etiqueta de la botella de cerveza.

—Bien, lo haré —convino, aunque supo que no lo haría. Su madre solía portarse como una bruja con él sobre el tema del alcohol; lo machacaría con que llevaba una vida autodestructiva. Sabía que tenía razón, pero no necesitaba que se lo recordaran—. Cuando pasé por el pueblo, vi a Dickie Marks saliendo de tu bar favorito —dijo, cambiando otra vez de tema.

—Estuve antes con él. —Ernie se levantó lentamente de la silla. Sus torpes movimientos le recordaron a 
Nick que su abuelo tenía setenta y un años—. Vamos a salir a pescar por la mañana. Deberías madrugar y venir con nosotros. —Varios años antes, Nick habría sido el primero en subirse en el bote, pero ahora normalmente se despertaba con un agudo dolor de cabeza. Levantarse antes del amanecer para congelarse el **** no le atraía en absoluto.



—Lo pensaré —contestó, sabiendo que no lo haría.

No hay comentarios:

Publicar un comentario