jueves, 1 de mayo de 2014

Paraíso Robado - Cap: 68



Es probable que conozca a algunas. Si quiere quedarse, mi padre le presentará a los invitados.

La fiesta empezaba a cobrar animación cuando entraron en el espacioso salón.

–Preferiría que no hubiera presentaciones –repuso Caroline–. No deseo reanudar relaciones con la gente de la alta sociedad. –Vaciló al ver a los camareros llevando bandejas entre aquella multitud de hombres de etiqueta y mujeres lujosamente ataviadas. Sonaban las notas de un piano y la música alegre se mezclaba con el sonido de voces cultivadas y de carcajadas–. Quisiera... quedarme un rato –dijo la madre de Miley, esbozando una sonrisa desenvuelta que la hizo parecer mucho más joven de los cincuenta y cinco que tenía–. Yo vivía para fiestas como esta, ¿sabe? Sería divertido observar y preguntarme por qué las consideraba maravillosas.

–Si encuentra la respuesta, dígamelo –pidió Nick, cuya indiferencia hacia las fiestas era incluso mayor que la de ella.

–¿Por qué da la fiesta si no le gusta? –le preguntó Caroline, de nuevo desconcertada por el hombre extraño y enigmático con el que se había casado su hija.

–La recaudación de mañana por la noche se destina a fines benéficos –respondió Nick, encogiéndose de hombros.

Sin mezclarse entre el gentío, la llevó junto a Stuart Whitmore y Julia, que estaban hablando animadamente. Les presentó a la madre de 
Miley como Caroline Edwards. Era obvio que ambos jóvenes habían hecho buenas migas y a Nick le desagradaba la idea de que su hermana saliera con el abogado de su mujer, porque él siempre le traería el recuerdo de aquella tarde en la sala de conferencias, cuando Miley le dio la mano como muestra de confianza, ¡Qué confianza tan frágil la suya! No la sostuvo aquel día ni tampoco ahora, cuando más la necesitaba. Porque en definitiva para ella Nick Farrell seguía siendo un don nadie. Miley nunca habría sospechado que alguien de su propia clase social –Parker o cualquier otro– pudiera ser un incendiario o un asesino. Se mostró dispuesta a acostarse con él, pero eso era todo. No había cesado de darle largas al asunto de vivir juntos. Acostarse de vez en cuando, sí, vivir como marido y mujer, comprometerse con él, formar una familia... eso no.





Se disponía a desempeñar su papel de anfitrión cuando Caroline lo agarró del brazo.

–No me quedaré mucho rato –le dijo–. Supongo que esto es un adiós.

Nick asintió, vaciló, y finalmente, por Caroline, sacó a colación el nombre de 
Miley.

–Stuart Whitmore es un viejo amigo de su hija y es también su abogado. Si encuentra la manera de que la conversación derive hacia 
Miley, Stuart querrá hablar de ella. Se lo sugiero por si le interesa.

–Gracias –le respondió Caroline con voz velada por la emoción–. Me interesa muchísimo.





Cuando 
Miley llegó al edificio de Nick se preguntaba si seria inteligente o est/úpido presentarse ante él en medio de una fiesta, sobre todo teniendo en cuenta que estaba tan furioso que insistía en el divorcio inmediato. ¿La echaría a la calle a la vista de todo el mundo? Tal vez sí, y tal vez ella se lo mereciera.

Se había puesto su vestido más provocativo, con la esperanza de minar así la resistencia de su esposo. Era de tela negra, con la espalda semidesnuda y un pronunciado escote; sobre los pechos, un intrincado dibujo de flores y hojas, incrustado de pequeñas perlas negras, que se extendían por debajo de los brazos y confluían en la espalda. Obsesionada con la idea de impresionar a Nick, se había pasado casi una hora probando diferentes peinados. Al fin se decidió por dejarse el pelo suelto, sobre los hombros. La sofisticación del vestido requería un peinado elaborado, pero por otra parte el cabello suelto otorgaba una expresión ingenua y juvenil a su rostro, lo que contribuiría a dulcificar a Nick. Para lograrlo, 
Miley hubiera estado dispuesta a acudir allí luciendo trenzas.

El guardia la dejó pasar porque Nick no la había borrado de la lista de sus invitados. ¡Qué alivio! Con las piernas temblorosas y el corazón palpitante, llamó a la puerta de su marido y se encontró con el obstáculo más inesperado del mundo: Spencer O’Hara. El gigante abrió la puerta, la vio y se adelantó, cerrándole el paso.

–No ha debido venir, señorita Bancroft –dijo fríamente. Era la primera vez que no la llamaba Farrell y a ella se le oprimió un poco el corazón–. Nick no quiere saber nada de usted, se lo he oído decir. Quiere el divorcio.

–Pero yo no ––negó ella enérgicamente–. Por favor, Spencer, déjame entrar para poder convencerlo de que tampoco él quiere divorciarse.

El hombre vaciló, dividido entre la lealtad a Nick y la implorante sinceridad de los ojos de 
Miley. Se oían los rumores procedentes del interior.

–No creo que lo logre, y tampoco creo que sea bueno intentarlo aquí. Hay mucha gente y periodistas.

–Mejor –replicó ella con falsa firmeza–. Podrán contarle al mundo que esta noche el señor y la señora Farrell han estado juntos.

–Quizá le contarán al mundo que usted salió a empujones y yo fui despedido con una patada en el trasero –murmuró Spencer, pero se apartó. 
Miley no reprimió el impulso de echarle los brazos al cuello.

–Gracias, Spencer. –Dio un paso atrás, demasiado nerviosa para ver que él se había ruborizado ante su abrazo–. ¿Cómo estoy? –le preguntó ella, alisándose el vestido como quien se dispone a hacer una reverencia.

–Está usted muy hermosa –contestó Spencer con cierta brusquedad–. Pero a Nick le importará un bledo.
Miley entró en el gran apartamento con la profecía de Spencer a cuestas. Apenas hubo bajado los escalones del vestíbulo las cabezas se volvieron y cesaron momentáneamente las conversaciones, enseguida reanudadas con mayor entusiasmo. Oyó mencionar su nombre varias veces, pero hizo caso omiso y, avanzando, buscó a Nick entre los distintos grupos. El cuarto de estar, el comedor, la zona del bar cerrada por cristales para la conversación tranquila... Estaba en el rincón más lejano del espacioso apartamento. Vio a Nick rodeado de varias personas, entre las que destacaba por su estatura. Miley avanzó sacando fuerzas de flaqueza, aunque no estaba segura de que las piernas fueran a obedecerla. Podía distinguir ya los rostros con detalle. La estrella del musical, una joven muy bonita, le hablaba a Nick y él la escuchaba o lo fingía porque Miley leyó la indiferencia en el rostro de su marido. Ya estaba cerca del grupo cuando Stanton Avery, a la derecha de Nick, la vio y le susurró algo a este. Nick se volvió bruscamente, sosteniendo una copa en la mano. Su mirada era fría como el hielo, el rostro tan inquietante que Miley se detuvo temerosa. Vaciló... dio un paso adelante y luego otro, hasta situarse frente a él.

El grupo se dispersó, ya por cortesía o por comprender que estaban de más. Nick y 
Miley se quedaron solos. Ella esperó a que su marido dijera o hiciera algo. Al cabo de unos segundos interminables, Nick hizo una breve inclinación de la cabeza y musitó:

Miley.

Él mismo le había dicho una semana antes que siguiera siempre sus instintos; 
Miley se dispuso a seguir su conseio.

–¡Hola! –lo saludó con ojos implorantes, pero su marido no parecía dispuesto a ayudarla–. Supongo que te preguntas qué hago aquí.

–La verdad es que no.

Su frialdad le dolió, pero al menos era una indicación de que esperaba que ella dijera algo más. 
Miley esbozó un amago de sonrisa, deseando rendirse ante él, pero sin saber cómo hacerlo.

–He venido a contarte cómo me ha ido hoy. –Le temblaba la voz, y sabía que él se daba cuenta aunque no diera señales de ello. Haciendo un gran esfuerzo, la joven añadió–: Esta tarde he asistido a una reunión del directorio. Estaban muy alterados, furiosos. Me acusaron de un conflicto de intereses en lo que a ti respecta.

–¡Qué idi/otas! –exclamó Nick con desprecio–. ¿No les has dicho que tu único interés es Bancroft?

–No exactamente –respondió ella con una sonrisa de inquietud–. También querían que firmara declaraciones juradas y acusaciones oficiales contra ti, por utilizarme ilegalmente para controlarnos. Y por poner las bombas y por haber asesinado a Spyzhalski.

–¿Eso es todo? –preguntó Nick con sarcasmo.

–No, todo no; pero es lo principal. –Observó el rostro de Nick en busca de un signo, un poco de calor, algo que le diera a entender que a su marido aún le importaba. No vio nada, solo reparó en que la concurrencia los miraba–. Les dije.. –Se le quebró la voz, temerosa de que él no quisiera seguir escuchando su historia.

–¿Qué les has dicho? –inquirió él, impasible, y 
Miley interpretó la pregunta como si la instara a seguir hablando.

–Les he dicho... –declaró ella levantando con orgullo la barbilla– ¡lo que tú me dijiste!

Nick seguía mostrándose impasible.

–¿Los mandaste a la mie/rda?

–Bueno, no exactamente –contestó ella–. Verás, los mandé al demonio.

Nick no hizo comentario alguno y 
Miley se sintió desolada cuando de pronto vio un brillo en los ojos de su marido, que luego sonrió.

–Y después –continuó 
Miley, esperanzada–, me llamó tu abogado para decirme que si no pido el divorcio en un plazo de seis días, lo pediría él en tu nombre al día siguiente. Le contesté...

Volvió a interrumpirse por la emoción y Nick acudió en su auxilio.

–¿También lo has enviado al demonio?

–No. A la mie/rda.

–¿Sí?

–Sí.

Nick esperó que siguiera hablando, mientras la miraba fijamente a los ojos.

–¿Y qué?

–Que estoy pensando en hacer un viaje. Ahora... tendré mucho tiempo en mis manos.

–¿Has pedido un permiso?

–No, he presentado mi renuncia.

–Comprendo –musitó él con inmenso cariño. Luego preguntó–: ¿En qué viaje has pensado, 
Miley?

–Si aún quieres llevarme –respondió ella, tragando saliva casi con dolor–, me gustaría conocer tu paraíso.

Nick no dijo nada, y por un terrible momento 
Miley pensó que se había equivocado, que solo deseaba olvidarla. Y de pronto vio que Nick le tendía la mano.Miley tenía los ojos llenos de lágrimas cuando la mano fuerte y cálida de su marido apresó la suya. Luego la atrajo hacia sí y la estrechó entre sus brazos.

Nick le levantó el mentón y la miró a los ojos:

–¡Te quiero! –susurró y selló su boca con un beso sofocante.

Luces, destellos de flases, un aplauso cerrado seguido de risas... mientras seguían besándose.



Ajena a todo, 
Miley solo sentía los latidos de su corazón. Había iniciado su viaje al paraíso de Nick.

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