jueves, 1 de mayo de 2014

Paraíso Robado - Cap: 64



–Debes creerme porque ya hemos acordado que no gano nada con mentir. ¿Por qué tendría que humillarme como lo estoy haciendo? La triste verdad –prosiguió– es que pensé que podría lavar mi pasado haciendo que mi presente fuera intachable. Miley es tu hija, Philip. Sé que solías pensar que era hija de Dominic o de Spearson, pero Spearson no me dio más que lecciones de equitación. Yo quería encajar en tu medio, y en él todas las mujeres saben montar a caballo, así que iba a la escuela de Pearson para que me enseñara.

–Es la misma mentira que contaste entonces.

–No, mi amor –susurró ella sin darse cuenta–. Era la verdad. No negaré que tuve una aventura con Dominic Arturo antes de conocerte. Me dio esta casa como compensación por su est/úpido intento de volver a acostarse conmigo.

–No fue un intento –negó Philip con voz sibilante–. El tipo estaba en nuestra cama cuando volví a casa de un viaje de negocios un día antes de lo proyectado.

–¡Pero no estábamos juntos! –replicó Caroline–. Además, él estaba borracho.

–No, claro que no estabas con él –concedió Phihp sarcásticamente–. Te habías largado a casa de Spearson, dejando la tuya llena de huéspedes que murmuraban sobre tu ausencia.

Para sorpresa de Philip, ella se echó a reír, y su risa era triste y extraña.

–¿No es irónico que nunca me descubrieran cuando mentía sobre mi pasado? Quiero decir que todo el mundo se tragó el cuento chino de mi orfandad, y los líos que tuve con hombres antes de conocerte nunca salieron a la luz. Salí ilesa cuando fui culpable, pero luego, cuando era inocente, me condenaste basándote solo en rumores. Supongo que eso se llama justicia poética. ¿No crees?

Philip no encontraba palabras y se debatía en la incertidumbre. No sabía si creerla o no. No era tanto lo que le decía cuanto la forma de hablar que lo impulsaba a considerarla inocente. Era su actitud hacía toda esta historia, la serena aceptación de su destino, la ausencia de rencor, la franqueza y la honradez de su mirada. La siguiente pregunta de Caroline le hizo levantar vivamente el rostro, sorprendido.

–¿Sabes por qué me casé contigo, Philip?

–Querías la seguridad económica y el prestigio social que yo podía ofrecerte.

Ella lanzó una risita ahogada y negó con la cabeza.

–Te infravaloras, Philip. Ya te he dicho que me deslumbró tu físico y tu educación, tu clase. Te quería, pero no me habría casado contigo de no haber existido otra razón.

–¿Qué razón? –le preguntó él, aunque no deseaba oírlo.

–Creí –admitió ella con aire sombrío–, creí honestamente que también podía ofrecerte algo. Sí, Philip. Algo que necesitabas. ¿Sabes a qué me refiero?

–En absoluto.

–Creí que podía enseñarte a reír y a gozar de la vida.

Ambos guardaron silencio durante un momento. Por fin, Caroline lo miró y con voz ahogada por la emoción le lanzó una pregunta:

–¿Has aprendido a reír, querido?

–¡No me llames así! –exclamó él, reprimiendo sentimientos que no deseaba que volvieran a la vida, que habían yacido sepultados en lo más hondo de su conciencia durante décadas. Apoyó con fuerza el vaso sobre la mesa.

–Debo irme –anunció.

Caroline hizo un gesto de asentimiento.

–El arrepentimiento es una carga terrible. Cuanto antes te marches, antes conseguirás convencerte de que tuviste razón hace treinta años. En cambio, si te quedas, ¿quién sabe lo que puede ocurrir?

–No ocurriría nada –replicó él, sorprendido de la insinuación de ella.

–Adiós –musitó ella–. Te pediría que le dieras a 
Miley un abrazo cariñoso de mi parte, pero no lo harías.

–No lo haría.

–Tampoco lo necesita –respondió Caroline con una encantadora sonrisa–. Por lo que he leído, 
Miley es una persona muy capaz y un ser maravilloso. Y escucha –añadió con orgullo–, te guste o no, hay en ella una parte de mí. Ella sabe reír.

Philip la miró, confundido.

–¿Por lo que has leído? ¿Qué quieres decir con eso? ¿De qué me estás hablando?

Caroline señaló con la cabeza un montón de penodicos, al tiempo que reía ahogadamente.

–Me refiero al modo con que está llevando la situación de estar comprometida con Parker Reynolds y casada con Nicholas Farrell...

–¿Cómo diablos sabes todo eso? –estalló Phihip, sintiendo un frío húmedo en el rostro.

–Aparece en todos los diarios –respondió Caroline, dubitativa, y observó cómo él se lanzaba sobre los periódicos y empezaba a pasar páginas con avidez. Leyó la historia del falso abogado, se enteró de la conferencia de prensa ofrecida por Nick, 
Miley y Parker, de la amenaza de bomba en Nueva Orleans. Vio las fotos...

–Me advirtió que lo haría... Me lo advirtió hace once años. Y lo está haciendo –Hablaba más para sí que para Caroline. La miró con los ojos llenos de furia e inquirió–: ¿Dónde está el teléfono?

Nick iba de un lado a otro del vestíbulo de su apartamento, hasta que por fin, a las siete, llegó 
Miley con un retraso de media hora. La abrazó y empezó a liberar su furia.

–¡Maldita sea, si vas a llegar tarde y hay bombas por todas partes, llámame para decirme que estás bien! –La apartó y de inmediato lamentó su acceso de ira. 
Miley parecía extenuada.

–Lo siento –se disculpó ella–. No pensé que imaginarías una cosa así.

–Por lo visto mi imaginación tiende a la locura en lo que a ti respecta –contestó Nick medio en broma, sonriendo.

–He estado en la comisaria casi toda la tarde –explicó 
Miley, dejándose caer en el sofá de piel–. Les he dado toda la información que pueda ser útil en la búsqueda del culpable. Cuando por fin fui a casa a cambiarme para venir a verte, me llamó Parker y estuvimos hablando casi una hora.

La voz de la joven se quebró al recordar la conversación con Parker. Ninguno de los dos mencionó que él hubiera pasado la noche de la pelea con Lisa. Parker no era un embustero y al evitar hablar deliberadamente de su relación con Lisa, 
Miley dio por sentado que no era platónica. Le resultaba extraño imaginar que hubiera algo más entre ellos. Extraño y de algún modo casi tranquilizador, porque los quería a ambos.

Antes de colgar, Parker le había deseado que fuera feliz, pero sonaba escéptico y preocupado. Era evidente que no estaba seguro de que con Nick lo consiguiera. Con respecto a él dijo poco, salvo que lamentaba haber iniciado la pelea. «Solo lamento una cosa –confesó–: no haberle acertado.»

El resto de la conversación estuvo dedicada a los negocios. Lo que Parker le contó no fue nada tranquilizador ni agradable.

Saliendo de su ensimismamiento, 
Miley dijo:

–Siento parecer preocupada. Ha sido un día increíble de principio a fin.

–¿Quieres hablar de ello?
Miley lo miró, impresionada una vez más por la serena autoridad y la absoluta competencia que emanaba de la persona de su marido. Vestido informalmente, con pantalones negros y blanca camisa con el cuello abierto y las mangas recogidas hasta el codo, Nicholas Farrell desprendía un poder indomable, una fortaleza única.

Y sin embargo, pensó ella sonriendo sin darse cuenta, en la cama era capaz de convertir a aquel hombre audaz y poderoso en un manso cordero que gemía entre sus brazos. A 
Miley le gustaba saberlo. Lo amaba.

Su pregunta la devolvió a la realidad.

–¿Prefieres olvidar este día?

–Me sentiré culpable si te cargo con mis problemas –le contestó 
Miley, aunque nada deseaba más que su consejo y sus palabras de aliento.

–Puedes descargar todo tu peso en mí. No he podido dormir hasta la madrugada pensando en eso. Cuéntamelo.

–En realidad, es fácil de resumir –dijo–. El último detalle, pero no el menos importante, es que esta tarde nuestras acciones han bajado tres puntos.

–Subirán cuando pase el susto de las bombas.
Miley asintió y siguió informando a Nick.

–Esta mañana me ha llamado el presidente de la junta de administración. Me piden una explicación acerca del incidente del restaurante. Mientras hablaba con Wilder se produjo la primera llamada de aviso de bomba, así que no pude terminar la conversación con él.

–El asunto de las bombas los mantendrá ocupados durante un tiempo.
Miley intentó sin mucho éxito tomarlo en broma.

–Supongo que todo lo malo tiene su lado bueno –comentó sin mirar a Nick.

–¿Qué más te molesta?

Por el tono de su voz era obvio que Nick sabía que había algo más, y que no estaba dispuesto a aceptar evasivas. Con timidez, ella levantó la cabeza y fijó en él la mirada.

–¿Podrias concederme un nuevo plazo para la financiación de la compra de Houston? Parker ha conseguido que otro nos preste el dinero necesario porque su banco no puede. Pero el nuevo prestamista ha retirado su oferta al oír lo de las bombas y dice que reconsiderará el asunto cuando pase todo esto, más o menos dentro de dos meses.

–Muy amable por parte de Parker cargarte con ese peso precisamente hoy –comentó Nick con sarcasmo.

–Llamó para saber si estaba bien y para disculparse por lo sucedido el sábado. La cuestión del dinero salió a relucir porque hoy teníamos que reunirnos con el nuevo prestamista para acordar los detalles; así que Parker tuvo que decirme que no habría tal reunión, ya que la otra parte se había echado atrás... –Se oyó un sonido alto y prolongado y 
Miley dejó de hablar y se inclinó para coger el bolso, que había dejado debajo del sofá. Sacó el localizador de personas, miró el mensaje y exhaló un suspiro de frustración. Desalentada, apoyó la cabeza en el sofá y cerró los ojos–. Lo que faltaba –dijo por fin.

–¿Qué ocurre?

–Es mi padre. –Volvió a suspirar y miró a Nick, cuya expresión se había endurecido–. Quiere que lo llame. Son las dos o las tres en Italia. O desea saludarme en mitad de la noche o ha visto por fin un diario. ¿Puedo utilizar tu teléfono?



Philip estaba en el aeropuerto de Roma, esperando su vuelo, y cuando sonó violentamente su voz, Nick arqueó las celas y 
Miley se acobardó:

–¿Qué diablos estás haciendo? –profirió el padre a modo de saludo.

–Cálmate, por favor –empezó a decir 
Miley, consciente de que era inútil.

–¿Es que te has vuelto loca? –bramó él–. Te dejo sola un par de semanas y tu cara aparece en todos los periódicos al lado de la de ese bastardo. Después están las amenazas de bomba...

Obviando por el momento el tema de Nick, 
Miley trató de suavizar el asunto de las amenazas de bomba, pensando que él estaba al corriente del asunto.

–No permitas que te dé otro infarto –le imploró, tratando de calmarlo–. Las tres bombas han sido halladas y desactivadas y nadie ha sufrido daño alguno.

–¿Tres?–rugió Philip–. ¿Tres bombas? ¿Se puede saber de qué me hablas?

–¿De qué hablabas tú? –le preguntó ella, aunque demasiado tarde.

–Yo me refería a la falsa alarma de Nueva Orleáns –dijo, y 
Miley notó que luchaba por no perder completamente el control–. ¿Así que han encontrado tres bombas? ¿Dónde? ¿Cuándo?

–Hoy. En Nueva Orleans, en Dallas y aquí.

–¿En cuanto a las ventas?

–Era inevitable... –Intentaba mostrarse pragmática y alentadora–. Hemos tenido que cerrar hoy, pero recuperaremos las pérdidas. Estoy trabajando en una especie de liquidación. Los de publicidad quieren llamarla «liquidación explosiva» –trató de bromear.

–¿Y nuestras acciones?

–Al cierre habían bajado tres puntos.

–¿Y Farrell? –preguntó él con furia renovada–. ¿Qué pasa con él? ¡No te acerques a ese hombre! Nada de conferencias de prensa. ¡Nada de nada! ¿Me oyes?

De hecho, hablaba tan alto que también Nick lo oía, y 
Miley lo miró consternada. Además, lejos de hacer un gesto de simpatía, su marido parecía esperar que ella rechazara de inmediato las órdenes paternas, y al ver que no lo hacía, Nick se volvió y se encaminó a la ventana, dándole la espalda.

–Ahora escúchame –suplicó 
Miley a su padre con voz tranquilizadora pero temblorosa–. No hay razón para que te excites por esto y sufras otro infarto.

–¡No me hables como a un idi/ota inválido! –le advirtió Philip, cada vez más nervioso, y su hija pensó que había hecho una pausa para meterse una pastilla en la boca–. Contéstame a lo de Farrell.

–No creo que sea un asunto para discutirlo por teléfono.

–¡No sigas tratando de ganar tiempo! ¡Maldita sea! –vociferó. 
Miley se dijo que sería mejor hablar ahora del problema en lugar de aplazarlo, puesto que sus evasivas parecían alterarlo más que cualquier otra cosa.

–Está bien –susurró–. Si es lo que quieres, hablaremos ahora de eso. –Hizo una pausa, pensando frenéticamente en la mejor manera de abordar el asunto. Decidió que lo primero sería descargarlo de la tensión que sin duda le producía la sospecha de que su hija había descubierto su engaño–. Me doy cuenta de que me quieres y que hace once años hiciste lo que creíste más apropiado... –se produjo un silencio tenso, por lo que 
Miley prosiguió con cautela–. Me refiero al telegrama que le enviaste a Nick para informarle de que yo había tenido un aborto. Lo sé todo...

–¿Dónde diablos estás ahora? –quiso saber Philip, receloso.

–En casa de Nick.

En la voz de Philip se adivinaba no solo el furor, sino algo que a 
Miley le pareció miedo. No, pánico.

–Vuelvo a casa. Mi avión sale dentro de tres horas, ¡Apártate de él! ¡No te fíes! Te aseguro que no conoces a ese hombre. –Concluyó con una observación sarcástica–: A ver si te las arreglas para que Bancroft no vaya a la quiebra antes de mi llegada.

Colgó bruscamente. 
Miley miró a Nick y lo vio todavía de espaldas, como acusándola de no haberse enfrentado a su padre de un modo más enérgico.

–¡Qué día! –dijo ella con amargura–. Supongo que estás enojado porque no se lo he contado todo acerca de nosotros.

Sin volverse, Nick levantó una mano y se frotó los músculos tensos del cuello.

–No estoy enojado, 
Miley –declaró con voz desprovista de emoción–. Trato de convencerme de que no te doblegarás cuando vuelva, de que no empezarás a dudar de mí y de ti misma, o peor aún, de que no empezarás a sopesar las ventajas y los inconvenientes de vivir conmigo.

–Pero ¿qué dices? –le respondió 
Miley, avanzando hacia él.

Nick la miró sombríamente.

–Durante días he tratado de imaginar lo que hará tu padre cuando regrese y se encuentre con que quieres vivir conmigo. Ahora ya sé lo que hará.

–¿De qué estás hablando? –inquirió ella con dulzura.

–Tu padre jugará su as. Te hará elegir entre él o yo, entre él y Bancroft y la presidencia... o nada, si me eliges a mí. Y no sé –concluyó con un suspiro entrecortado– hacia qué lado te inclinarás.
Miley estaba demasiado cansada y tensa para detenerse a pensar en un problema que aún no se había presentado.

–La cosa no llegará tan lejos –aseguró, convencida de que con el tiempo conseguiría convencer a su padre de que debía aceptar a Nick–. Soy todo lo que tiene y a su modo me quiere –añadió con ojos implorantes. Le estaba rogando que no complicara las cosas, pues ya lo estaban bastante en este momento–. Y porque me quiere, gritará y pataleará, me amenazará como tú dices, pero terminará por ceder. He pensado mucho en lo que nos hizo. Nick, por favor, ponte en su lugar. Supón que tienes una hija de dieciocho años a la que has protegido de todo lo malo de la vida. Y supón que esa hija conoce a un hombre mayor que ella y del que tú piensas que es un cazafortunas. Y supón que ese hombre deja a tu hija embarazada. ¿Cuáles serían tus sentimientos hacia él?

Al cabo de unos segundos Nick respondió con voz serena.

–Evidentemente lo odiaría. –
Miley creyó haberse anotado un tanto, pero Nick prosiguió–: No obstante, encontraría el modo de aceptarlo, por ella. Y puedes estar segura de que no aplastaría a mi hija haciéndole creer que ha sido abandonada, burlada, en unas circunstancias tan críticas. Ni tampoco intentaria sobornar al tipo para que hiciera exactamente eso.
Miley tragó saliva.

–¿Eso intentó hacer?

–Sí. El día que te llevé a mi casa.

–¿Y tú qué le dijiste?

Nick clavó la mirada en los hermosos ojos azules de su esposa. Luego esbozó una cálida sonrisa y le rodeó la cintura con un brazo.

–Le dije –susurró disponiéndose a besarla– que no creía que estuviese bien que se metiera en nuestras vidas. Aunque –murmuró rozándole la oreja con los labios– no exactamente con esas palabras.





Era medianoche cuando la acompañó hasta el coche. Agotada por las duras pruebas de aquel día pero deliciosamente relajada después de hacer el amor, 
Miley se derrumbó en el asiento del conductor del Jaguar.

–¿Seguro que estás bastante despierta para conducir? –le preguntó Nick, con una mano sobre la portezuela abierta.

–Claro que no –brornéo ella con una sonrisa lánguida mientras ponía el coche en marcha. Cuando el motor cobró vida, soné la radio y la calefacción se encendió.

–Voy a dar una fiesta para el elenco de El fantasma de la Ópera, el viernes por la noche. Vendrá mucha gente que conoces. Asistirá también mi hermana y pensé que podrías invitar a tu abogado. Creo que ambos harán buenas migas.

Nick vaciló, como temeroso de preguntar algo, y 
Miley, dándose cuenta de ello, le dijo:

–Si se trata de una invitación, la respuesta es sí.

–No iba a pedirte que vinieras como invitada.

Avergonzada y confusa, 
Miley clavó la mirada en el volante.

–Me gustaría que fueras mi anfitriona, 
Miley.

Ella comprendió entonces el motivo de su vacilación. Nick le estaba pidiendo algo que constituía una declaración semipública de que eran una pareja. Miró aquellos irresistibles ojos grises y sonrió sin remedio.

–¿De etiqueta?

–Sí. ¿Por qué?

–Porque –respondió ella con desenvoltura– una anfitriona debe llevar la ropa adecuada para la ocasión.

Nick la hizo bajar del coche al tiempo que emitía un silbido de alegría. Empezó a besarla inundado de alivio y gratitud. De pronto la radio dio la noticia de que había sido hallado en una zanja el cuerpo sin vida del falso abogado Stanislaus Spyzhalski, asesinado.
Miley se aparté de Nick, conmocionada.

–¿Has oído eso?

–Oh, sí. Hace ya horas.



Miley le pareció un poco extraña su indiferencia, así como el hecho de que no le hubiera mencionado la noticia. Pero estaba demasiado agotada para pensar, y además, Nick volvía a besarla.

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