martes, 20 de mayo de 2014
Simplemente Irresistible - Cap: 7
El agua calentaba el cuerpo frío de Miley mientras se lavaba el pelo con champú. Antes de meterse en la ducha, hacía unos quince minutos, Nick le había pedido que acabara pronto porque él también quería ducharse antes de salir. Miley tenía otros planes.
Cerrando los ojos metió la cabeza bajo el chorro de agua para enjuagar el pelo, horrorizada al pensar lo que ese champú barato estaría haciéndole a su permanente. Pensó en el bote del carísimo champú Paul Mitchell guardado en una de las maletas que había metido en el Rolls Royce de Virgil, y casi lloró cuando abrió una muestra de acondicionador que había encontrado debajo del lavabo. Un agradable perfume floral inundó la ducha mientras dejaba de pensar en el champú y el acondicionador para centrarse en su problema principal.
Ernie se había marchado por la tarde y Nick pensaba seguir sus pasos. Miley no podría persuadir a Nick de que la dejara quedarse algunos días más si no estaba en casa. Cuando le había dicho que podían ser amigos, ella había sentido un alivio momentáneo que desapareció enseguida cuando anunció que se marchaba.
Miley se aplicó con esmero el acondicionador antes de volver bajo el chorro de agua caliente. Durante un breve momento pensó en utilizar el sexo para persuadir a Nick de que se quedara en casa el resto de la noche, pero descartó la idea rápidamente. No porque encontrara la idea moralmente reprobable, sino porque no le gustaba el sexo. Las pocas veces que se había permitido mantener tal relación íntima con un hombre se había sentido muy cohibida. Tan cohibida que no lo había disfrutado.
Cuando terminó de ducharse, el agua salía fría y por un momento temió oler a jabón masculino. Se secó con rapidez y luego se puso la ropa interior, un tanga verde esmeralda y un sujetador a juego. Había comprado la seductora ropa interior para la luna de miel, pero no podía decir que lamentara que Virgil nunca la viera con ella.
El ventilador del techo había esparcido el vapor de la ducha por el cuarto de baño y la bata de seda, que le había pedido prestada a Nick, se le pegó a la piel húmeda al anudar el cinturón. A pesar de la suave textura de la tela, la bata era muy masculina y retenía el olor a colonia de hombre. La seda de color negro le llegaba un poco más abajo de las rodillas, y había un enorme símbolo japonés rojo y blanco bordado en el dorso.
Se pasó un peine de púas por el pelo y evitó pensar en la crema hidratante y en los polvos de Estée Lauder guardados en el coche de Virgil. Abriendo los armarios del baño, buscó cualquier artículo de belleza que pudiera usar. Sólo encontró algunos cepillos de dientes, una pasta de dientes Crest, un frasco con polvos para los pies, un bote de crema para afeitar y dos maquinillas de afeitar.
—¿No hay nada más? —Con el ceño fruncido, se giró y rebuscó en su neceser. Apartó a un lado las píldoras anticonceptivas, que había empezado a tomar tres días antes, y cogió los cosméticos. Le parecía muy injusto que Nick pudiera verse genial con tan poco esfuerzo mientras que ella tenía que gastar tiempo y dinero para mejorar su aspecto.
Tomando una toalla, secó parte del espejo y miró su reflejo en medio del círculo sin vaho del cristal. Se cepilló los dientes, luego se aplicó rímel en las pestañas y colorete en las mejillas.
La sobresaltó un golpe en la puerta del cuarto de baño y casi se pintó la cara con el lápiz de labios color melocotón.
—¿Miley?
—¿Sí, Nick?
—Necesito entrar, ¿recuerdas?
Lo recordaba la mar de bien.
—Ah, lo olvidé. —Se ahuecó el pelo alrededor de la cara con los dedos y se miró críticamente. Olía a hombre y se veía peor de lo que acostumbraba.
—¿Tienes pensado salir esta noche?
—Dame un segundo —le dijo, lanzando los cosméticos en el neceser que había puesto sobre la tapa del inodoro. ¿Debería poner a secar las ropas mojadas en el toallero?, se preguntó mientras las recogía del suelo blanco y negro.
—Sí, claro —contestó él a través de la puerta—. ¿Vas a tardar mucho?
Miley extendió cuidadosamente el sujetador y la braga mojados sobre la barra metálica, luego los cubrió con los pantalones cortos y la camiseta.
—Lista —dijo mientras abría la puerta.
—¿No te ibas a dar una ducha rápida? —Él levantó las manos como si quisiera atrapar el vaho con ellas.
—¿No fue rápida? Pensaba que lo había sido.
Nick dejó caer las manos.
—Has estado tanto tiempo ahí dentro que me asombra que no tengas la piel tan arrugada como una pasa de California. —Luego hizo lo que ella había esperado que hiciera desde el momento en que había abierto la puerta. La miró de arriba abajo. Una ligera atracción centelleó en sus ojos y ella se relajó. Estaba interesado en ella.
—¿Acabaste con el agua caliente? —preguntó mientras un profundo ceño le oscurecía los rasgos.
Miley agrandó los ojos.
—Creo que sí.
—De todas formas, ya no importa, maldita sea —juró él mientras giraba la muñeca para mirar el reloj—. Incluso saliendo ahora se acabarán las ostras antes de que llegue. —Se dio la vuelta y caminó por el pasillo hacía la sala—. Creo que me tomaré unos frutos secos con cerveza y palomitas de maíz rancias.
—Si tienes hambre, puedo cocinar algo —dijo Miley mientras lo seguía.
Él la miró por encima del hombro.
—Paso.
Ella no estaba dispuesta a dejar escapar la oportunidad de impresionarlo.
—Soy una cocinera estupenda. Podría hacerte una cena riquísima en un periquete.
Nick se detuvo en la mitad del pasillo y se volvió hacia ella.
—No.
—Pero yo también tengo hambre —dijo, lo cual era mentira.
—¿No comiste antes lo suficiente? —Se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros y cambió el peso de pie—. Ernie se olvida algunas veces de que no todo el mundo come tan poco como lo hace él. Deberías habérselo dicho.
—Bueno, no quería importunar más de lo que lo había hecho —dijo, sonriendo dulcemente. Notó que él vacilaba y presionó un poquito más—. No quería herir los sentimientos de tu abuelo, pero no he comido en todo el día y me muero de hambre. Ya sé cómo son las personas mayores. Comen sopa o ensalada y dicen que es una comida completa mientras que para el resto de los mortales es sólo el primer plato.
Nick curvó los labios ligeramente.
Miley tomó la leve sonrisa como la señal de que habían llegado a un acuerdo y se dirigió a la cocina. Para ser un deportista que admitía que no le gustaba cocinar, la cocina era sorprendentemente moderna. Abrió la nevera panelada en madera y revisó en silencio el contenido. Ernie había mencionado que la cocina estaba bien surtida y no había bromeado.
—¿Podrías hacer atún en salsa? —preguntó Nick desde la puerta.
Las recetas giraron en su cabeza como un Rolodex mientras abría una alacena donde se acumulaban varios tipos de pasta y un montón de especias. Miró a Nick que apoyaba el hombro contra el marco de la puerta.
—¿No me digas que quieres atún con salsa? A algunas personas les gusta mucho, pero si puedo no olerlo nunca más, sería muy feliz.
—¿Podrías hacer un buen desayuno?
Miley cerró la alacena y se giró hacia él. El cinturón negro de seda se soltó.
—Por supuesto —dijo, volviendo a atárselo con fuerza—. Pero, ¿por qué querrías desayunar con todo ese marisco en la nevera?
—Como marisco cuando quiero —contestó él con un encogimiento de hombros.
Ella había desarrollado unas magníficas habilidades culinarias durante los años que había recibido clases de cocina y tenía ganas de impresionarlo.
—¿Estás seguro de que sólo quieres un desayuno? Hago un pesto de muerte y mis linguini con salsa de almeja están para chuparse los dedos.
—¿Y sabes hacer tortitas con caramelo?
Decepcionada le preguntó:
—No estarás hablando en serio, ¿verdad? —Miley no podía recordar que le enseñaran a hacer tortitas, pero era algo que sabía hacer de siempre. Se había criado haciéndolas—. Pensaba que querías ostras.
Él se encogió de hombros otra vez.
—Prefiero un desayuno grande y grasiento. Algo que haga subir el colesterol al estilo sureño.
Miley sacudió la cabeza y volvió a abrir la nevera.
—Freiremos toda la carne de cerdo que podamos encontrar.
—¿Nosotros?
—Sí —colocó el bacón en la encimera, luego abrió la nevera—. Necesito que cortes rodajas de bacón mientras hago las tortitas.
El hoyuelo reapareció en la bronceada mejilla cuando sonrió y se impulsó desde el marco de la puerta.
—Eso sí que puedo hacerlo.
El placer de ver su sonrisa provocó un aleteo en el estómago de Miley. Colocó el paquete de salchichas en el fregadero y abrió el agua caliente. Imaginaba que con una sonrisa como ésa no tendría ningún problema en conseguir que las mujeres hicieran lo que él quisiera cuando quisiera.
—¿Tienes novia? —le preguntó, cerrando el agua y empezando a sacar la harina y los demás ingredientes de las alacenas.
—¿Cuántas rodajas corto? —preguntó en lugar de contestar a su pregunta.
Miley lo miró por encima del hombro. Él sujetaba el bacón con una mano y tenía un cuchillo en la otra.
—Tantas como pienses comer —respondió—. ¿Vas a contestar a mi pregunta?
—No.
—¿Por qué? —Ella mezcló harina, sal y levadura en un bol sin ni siquiera medirlos.
—Porque... —comenzó mientras cortaba un trozo de bacón— ... no es asunto tuyo.
—Acuérdate de que somos amigos —le recordó, muriéndose de ganas por conocer detalles de su vida personal. Mezcló aceite en spray con la harina y añadió—: Los amigos se lo cuentan todo.
Paró de cortar y la buscó con sus ojos azules.
—Contestaré a tu pregunta si tú contestas a una mía.
—De acuerdo —dijo, creyendo que siempre podría decir una mentirijilla inocente si se veía obligada.
—No. No tengo novia.
Por alguna razón su confesión hizo que el aleteo en su estómago se intensificara.
—Ahora es tu turno. —Se metió un pedazo de bacón en la boca antes de preguntar—: ¿Cuánto tiempo hace que conoces a Virgil?
Miley sopesó la pregunta moviéndose por detrás de Nick para coger la leche de la nevera. ¿Debería mentir?, ¿debería decir la verdad?, ¿o quizá ninguna de las dos cosas?
—Casi un mes —contestó con sinceridad y agregó un chorrito de leche al bol.
—Ah —dijo él con una sonrisa lacónica—. Amor a primera vista.
Al oír su tono suave y condescendiente, se dirigió hacia él señalándolo con la cuchara de madera.
—¿No crees en el amor a primera vista? —Apoyó el bol en su cadera izquierda y lo batió como había visto hacer a su abuela miles de veces antes, como ella misma había hecho más veces de las que podía recordar.
—No. —Nick negó con la cabeza y comenzó a cortar rodajas de bacón otra vez—. Especialmente si se trata de una mujer como tú y un hombre tan viejo como Virgil.
—¿Una mujer como yo? ¿Qué se supone que quieres decir?
—Ya sabes lo que quiero decir.
—No —dijo, aunque se hacía una idea—. No sé de qué hablas.
—Vamos. —El frunció el ceño y la miró—. Una chica joven y atractiva a la que le gusta... hum. —Se interrumpió y señaló con el cuchillo el dedo de Miley—. Sólo hay una razón por la que una chica como tú se casa con un hombre que se hace la raya del pelo por encima de la oreja.
—Me gustaba Virgil —se defendió y batió la masa hasta conseguir una pelota densa.
Él arqueó una ceja con escepticismo.
—Quieres decir que te gustaba su dinero.
—Eso no es cierto. Puede ser encantador.
—También puede ser un autentico hijo de pu/ta, pero teniendo en cuenta que sólo lo conoces desde hace un mes, puede que no lo sepas.
Procurando no perder los estribos y lanzarle otra vez algo, estropeando de paso la oportunidad de recibir la invitación de quedarse unos días más, Miley colocó el bol en la encimera.
—¿Por qué saliste corriendo de la boda?
No estaba dispuesta a confesarle a él sus razones.
—Simplemente cambié de idea, eso es todo.
—¿O porque al final te diste cuenta de que ibas a tener que mantener relaciones sexuales con un hombre lo suficientemente viejo como para ser tu abuelo durante el resto de tu vida?
Miley cruzó los brazos y lo miró con el ceño fruncido.
—Ésta es la segunda vez que sacas el tema. ¿Por qué estás tan fascinado por la relación que tengo con Virgil?
—No estoy fascinado. Sólo siento curiosidad —la corrigió, y continuó cortando algunas lonchas de bacón más, antes de soltar el cuchillo.
—¿Se te ha ocurrido pensar que quizá no he tenido relaciones sexuales con Virgil?
—No.
—Bueno, pues no las tuve.
—Gilipolleces.
Miley dejó caer las manos a los costados y cerró los puños.
—Tienes una mente y una boca muy sucias.
Impasible, Nick se encogió de hombros y apoyó una cadera en el borde de la encimera.
—Virgil Duffy no se hizo millonario dejando nada al azar. No habría pagado por tener una simpática joven en la cama sin catarla antes.
Miley quiso gritarle a la cara que Virgil no había pagado por ella, pero lo había hecho. Sólo que no había recibido retribución a cambio de su inversión. Si se hubiesen casado, sí la habría tenido.
—No me acosté con él —insistió sin saber si sentirse enojada o dolida porque la hubiera juzgado tan mal.
Nick alzó ligeramente las comisuras de los labios y un mechón de su espeso pelo negro le cayó sobre la frente cuando negó con la cabeza.
—Escucha, cariño, no me importa si te acostaste con Virgil.
—¿Entonces por qué sigues dándole vueltas al tema? —preguntó, y se recordó a sí misma que no importaba lo exasperante que Nick se mostrara, no podía perder los estribos con él otra vez.
—Porque creo que no te das cuenta de lo que has hecho. Virgil es un hombre muy rico y poderoso. Y lo has humillado.
—Lo sé. —Ella bajó la mirada a la pechera de su camiseta sin mangas—. Pensaba llamarle mañana y disculparme.
—Mala idea
Ella lo miró a los ojos.
—¿Demasiado pronto?
—Oh, sí. Y el año que viene también será muy pronto. Si yo fuera tú, sacaría el **** de este estado. Y tan pronto como fuera posible.
Miley dio un paso adelante, deteniéndose a varios centímetros del pecho de Nick y lo miró como si estuviera asustada, cuando la verdad era que Virgil Duffy no la asustaba ni un poquito. Lamentaba lo que le había hecho ese día, pero sabía que lo superaría. No la amaba. Sólo quería poseerla y no pretendía enfrentarse a él esa noche. En especial cuando tenía una preocupación más urgente: cómo conseguir una invitación de Joe antes de que se hiciera vieja.
—¿Qué es lo que va a hacer? —preguntó, arrastrando la voz—. ¿Contratar a alguien para matarme?
—Dudo que llegara a esos extremos —respondió, bajando la mirada a la boca de Miley—. Pero podría hacer que fueras una niña muy infeliz.
—No soy una niña —susurró y se le acercó lentamente—. ¿O no lo has notado?
Nick se apartó de la encimera y la miró a la cara.
—No soy ni ciego, ni retrasado. Claro que lo he notado —dijo, deslizándole la mano alrededor de la cintura hacia el hueco de la espalda—. He notado muchas cosas de ti y si te quitas esa bata, estoy seguro de que me harías un hombre sonriente y feliz. —Le deslizó los dedos por la espalda, rozándola entre los hombros.
Aunque Nick estaba cerca, Miley no se sentía amenazada. Su ancho pecho y sus grandes brazos le recordaban su fuerza, pero sabía instintivamente que podría echarse para atrás en cualquier momento.
—Bomboncito, si dejo caer la bata, la sonrisa que se te pondría en la cara no se borraría ni con cirugía —bromeó, exudando seducción sureña en la voz.
Él le bajó la mano al trasero y le ahuecó una nalga. La estaba desafiando con la mirada a que lo detuviera. La estaba retando, tanteándola para saber hasta donde le dejaba llegar.
—Caramba, bien podrías valer un poco de cirugía —dijo al final, aliviando la tensión.
Miley se quedó paralizada durante un instante al sentir la suavidad de la caricia. A pesar de que le acariciaba el trasero y las puntas de sus senos le rozaban el tórax, ella no se sentía ni manoseada ni presionada. Se relajó un poco y le apretó las palmas de las manos contra el pecho.
Sintió bajo las manos sus definidos músculos.
—Pero no vales mi carrera —dijo él, soltándola.
—¿Tu carrera? —Miley se puso de puntillas y le prodigó unos besos suaves en la comisura de sus labios—. ¿De qué estás hablando? —preguntó disponiéndose a escapar si él hacía algo que no quería.
—De ti —contestó contra sus labios—. Me harías pasar un buen rato, nena, pero eres perjudicial para un hombre como yo.
—¿Eso crees?
—Me cuesta mucho decir que no a cualquier cosa desmedida, satinada, o pecaminosa.
Miley sonrió.
—¿Y cuál de ellas va por mí?
Nick se rió entre dientes contra su boca.
—Miley nena, creo que eres las tres cosas a la vez y me gustaría enterarme de lo mala que puedes llegar a ser, pero no va a pasar.
—¿Qué es lo que no va a pasar? —preguntó intrigada.
Se echó hacia atrás lo suficiente como para verle la cara.
—Algo salvaje y pecaminoso.
—¿Qué?
—Sexo.
Un enorme alivio la atravesó.
—Creo que hoy no es mi día de suerte —dijo en un tono insinuante a la vez que intentaba ocultar una gran sonrisa, aunque fracasó estrepitosamente.
Simplemente Irresistible - Cap: 6
Miley respingaba cada vez que una fría ola le subía por los muslos. Le temblaba el cuerpo, pero a pesar del frío clavó los pies en la arena y se agarró con fuerza a una gran roca con forma de barra de pan. Inclinándose ligeramente hacia adelante, plantó la mano en la piedra dentada. Durante varios minutos miró fascinada una enorme estrella de mar púrpura y naranja posada en la roca. Después, como si fuera una mujer leyendo Braille, pasó los dedos con suavidad sobre las líneas de la dura y rugosa superficie. El solitario de cinco quilates que llevaba en la mano izquierda atrapó el sol del atardecer, proyectando pequeños destellos azules y rojos.
El resonar del oleaje en sus oídos y el paisaje que se extendía ante sus ojos contribuyeron a vaciar su mente de todo, menos del simple placer que experimentaba al estar ante el océano Pacífico por primera vez.
Mientras bajaba a la playa, los oscuros pensamientos que le rondaban la mente amenazaron con abrumarla. El desamparo que sentía, el desastre del día de su boda y tener que depender de un hombre como Nick, que parecía no poseer ni un gramo de compasión, le pesaban como una losa sobre los hombros. Lo único que era peor que sus problemas de dinero, Nick y Virgil era el sentimiento de que estaba absolutamente sola en un mundo donde nada le era familiar. Había crecido rodeada de árboles y montañas donde todo era muy verde. Las texturas eran diferentes en este lugar, la arena era más gruesa, el agua más fría y el viento más rudo.
Mientras miraba fijamente el océano, sintiéndose como la única persona viva de la tierra, trató de olvidar el pánico que crecía en su interior, pero ya había perdido la batalla. Como un apagón en un rascacielos,Miley sintió y oyó el familiar chasquido de su mente al quedarse en blanco. Le sucedía, desde que podía recordar, siempre que se sentía abrumada. Odiaba que ocurriera, pero no podía evitarlo. Los acontecimientos del día finalmente la habían alcanzado y estaba tan sobrecargada que le llevó más tiempo del usual recuperarse. Cuando lo hizo, cerró los ojos y respiró profundamente, luego apartó de su mente los molestos pensamientos del día.
Miley era hábil en aclararse la mente y reenfocar la atención en otras cosas. Tenía años de práctica. Años de aprendizaje frente a un mundo que bailaba al son de un ritmo diferente al suyo; un ritmo que no siempre conocía o entendía, pero que había aprendido a simular. Desde los nueve años, había trabajado muy duro para que pareciera que estaba en perfecta sintonía con los demás.
Desde esa tarde hacía doce años cuando su abuela le había dicho que tenía una disfunción del cerebro, había tratado de ocultar su incapacidad al mundo. La matricularon en una escuela para señoritas donde aprendió modales y cocina, pero nunca llegó a ser una estudiante brillante. Entendía composiciones de diseño y podía hacer arreglos florales con los ojos cerrados, pero no podía leer más allá del nivel de cuarto grado. Ocultaba sus problemas detrás del encanto y los coqueteos, detrás de su voluptuoso cuerpo y su bello rostro. Aunque ahora sabía que era disléxica, seguía ocultándolo. Había sentido un inmenso alivio al descubrirlo, pero todavía le daba vergüenza pedir ayuda.
Una ola le golpeó en los muslos y le empapó la parte baja de los pantalones cortos. Afianzó más los pies, enterrando los dedos profundamente en la arena. En la lista de prioridades de Miley, entre su propósito de ayudar a todas las personas en su misma situación y el de ser una buena anfitriona, se encontraba su principal objetivo: el de parecer como cualquier otra persona. Por ello, trataba de aprender y acordarse de dos nuevas palabras cada semana. Alquilaba películas de adaptaciones de literatura clásica, y se había comprado el vídeo de la que ella consideraba la mejor película de todos los tiempos, Lo que el viento se llevó. También tenía el libro, pero nunca lo había leído. Tantas páginas y palabras eran demasiado para ella.
Movió la mano hacia una anémona de mar color verde limón, acariciando ligeramente la superficie. Los pegajosos tentáculos se cerraron alrededor de sus dedos. Alarmada, saltó hacia atrás. Otra ola le golpeó los muslos, se le doblaron las rodillas y se debatió entre el espumoso oleaje. Al romper la siguiente ola la arrancó de la roca, llevándosela consigo. Sintió el golpe helado del océano en el pecho y se quedó sin respiración. Se le llenó la boca de agua salada y arena mientras pateaba y manoteaba para volver a la superficie. Un viscoso trozo de alga se adhirió alrededor de su cuello y otra ola aún mayor la atrapó desde atrás y la propulsó hacia la playa como si fuera un torpedo. Cuando finalmente se detuvo, la ola ya regresaba para encontrarse con la siguiente. Apoyándose sobre una mano se dio impulso con los pies para gatear hacia la orilla. Cuando alcanzó la seguridad de la arena seca, se dejó caer sobre las manos y las rodillas y tomó varias boqueadas de aire. Escupió arena y agarrando el alga del cuello la echó a un lado. Comenzaron a castañearle los dientes y al pensar en todo el plancton que se habría tragado, su estómago expulsó el agua con tanta fuerza como el Pacifico que tenía a las espaldas. Notaba que la arena se le había metido por todas partes y cuando miró hacia la casa de Nick, rezó para que su contratiempo hubiera pasado desapercibido.
No tuvo suerte. Con las gafas de sol ocultándole los ojos y las chanclas hundiéndose sobre la arena, Nick caminaba despacio hacia ella tan guapo como para lamerlo de arriba abajo. Miley quiso volver sobre sus pasos y sumergirse en el océano.
Por encima del sonido del oleaje y las gaviotas llegó a sus oídos la risa rica y profunda de Nick. En ese instante ella se olvidó del frío, la arena y el alga marina. Se olvidó de lo guapo que era y de las ganas que había sentido de morir. Una furia candente le atravesó las venas y la inflamó como un soplete. Había trabajado toda su vida para evitar el ridículo y no había nada que odiara más que el que se burlaran de ella.
—Eso ha sido lo más divertido que he visto en mucho tiempo —dijo él con un destello de dientes blancos.
La cólera retumbó en los oídos de Miley, bloqueando incluso el sonido del océano. Cerró los puños, y cogió un puñado de arena mojada.
—Demonios, deberías haberte visto —dijo Nick, sacudiendo la cabeza. La brisa le agitaba el pelo oscuro sobre las orejas y la frente mientras se reía a carcajadas.
Apoyándose sobre las rodillas Miley le tiró un puñado de barro arenoso, dándole de lleno en el pecho para su total satisfacción. Puede que no tuviera una buena coordinación o que no fuera ligera de pies, pero siempre había sido una estupenda tiradora.
Nick dejó de reírse al instante.
—¿Qué diablos...? —maldijo, mirándose la camiseta. Cuando levantó la sorprendida mirada hacia Miley, ésta aprovechó y le dio en la frente. El pegote de arena golpeó sus Ray-Ban torciéndolas antes de que la arena cayese a sus pies. Por encima de la parte superior de la montura volvió los ojos azules hacia ella prometiendo venganza.
Miley sonrió y alcanzó otro puñado. No le importaba qué pudiera hacerle Nick.
—¿Por qué no estás riéndote ahora, deportista estú/pido?
Se quitó las gafas y la apuntó con ellas.
—Yo no tiraría eso.
Ella se levantó y con un enérgico movimiento de cabeza se apartó un mechón de pelo empapado de la cara.
—¿Te da miedo ensuciarte? —El arqueó una de sus cejas oscuras, pero por lo demás no se movió—. ¿Y qué piensas hacer al respecto? —le bufó al hombre que de repente representaba cada injusticia y cada insulto que le habían infligido en la vida—. Machote.
Nick sonrió. Después, antes de que Miley pudiera siquiera emitir un grito, él se movió como el atleta que era y empujó el cuerpo de ella al suelo. El puñado de arena que agarraba en la mano voló por todas partes. Atontada, ella parpadeó y escrutó la cara que estaba sólo a unos centímetros de la de ella.
—¿Qué co/ño te pasa? —preguntó, sonando más incrédulo que enojado. Un mechón oscuro le cayó sobre la frente rozando la cicatriz blanca que la atravesaba.
—Quítate de encima —exigió Miley, dándole un ****azo en la parte superior del brazo. La piel caliente y el duro músculo eran una invitación para su puño y volvió a golpearlo, desahogando su furia. Le pegó por reírse de ella, por insinuar que pensaba casarse con Virgil por dinero sin que le faltara razón. Le golpeó por su abuela que había muerto dejándola sola, sola para no hacer más que meter la pata.
—Jesús, Miley —maldijo Nick. La agarró por las muñecas y se las sujetó contra el suelo a ambos lados de la cabeza—. Basta.
Ella miró su hermoso rostro y le odió. Se odió a sí misma y, aunque odiaba llorar, se le escapó un sollozo.
—Te odio —le susurró, pasándose la lengua por los labios salados. Se le tensaron los pechos por el esfuerzo de contener las lágrimas.
—En este momento —dijo Nick con su cara tan cerca de la de ella que podía sentir su aliento cálido en la mejilla—, no puedo decir que sienta afecto por ti tampoco.
El calor del cuerpo de Nick penetró en su cólera y Miley se dio cuenta de varias cosas a la vez. Se percató de que la pierna derecha de Nick estaba acomodada entre las suyas y de que su ingle le presionaba íntimamente el interior del muslo. Estaba cubierta por su ancho pecho, pero su peso no era en absoluto desagradable. Él era sólido y muy caliente.
—Pero caramba, sí que me das ideas —le dijo al tiempo que una sonrisa se le empezaba a insinuar en la comisura de los labios—. Malas ideas. —Negó con la cabeza como si estuviera tratando de convencerse a sí mismo de algo—. Muy malas. —Con el pulgar le presionó el interior de la muñeca mientras deslizaba la mirada por su cara—. No deberías parecer tan atractiva. Tienes la frente sucia, tu pelo es un maldito desastre y estás calada hasta los huesos.
Por primera vez en días, Miley sintió que pisaba terreno familiar. Una pequeña sonrisa de satisfacción le curvó los labios. No importaba cuánto intentara demostrar lo contrario, Nick, a pesar de todo, se sentía atraído por ella. Y si barajaba bien sus cartas, podría convencerlo de que la dejara quedarse en su casa hasta que resolviese qué hacer con su vida.
—Por favor, suéltame las muñecas.
—¿Vas a golpearme otra vez?
Miley negó con la cabeza, sopesando mentalmente cuánto encanto debería usar con él.
Él arqueó una ceja.
—¿Ni a tirarme arena?
—No.
La soltó, pero no se movió de encima de ella.
—¿Te he hecho daño?
—No. —Colocó las manos en los hombros de él y las deslizó hacia abajo, sus duros músculos se tensaron recordándole su fuerza. Nick no la había atacado como lo haría un hombre cuya intención fuera forzar a una mujer, pero a pesar de todo ella se estaba alojando en su casa. Sólo por ese hecho podía hacerse una idea equivocada. Antes, cuando parecía que Nick no se sentía atraído por ella, no se le había ocurrido pensar que él pudiera estar esperando algo más que gratitud. Pero ahora sí.
Luego se acordó de Ernie y una risita de alivio se le escapó de la garganta.
—Nunca me habían abordado con ese ímpetu. ¿Es tu forma de ligar? —Seguro que Nick no esperaría que se acostara con él con su abuelo en la habitación de al lado. Se sintió aliviada.
—¿Qué pasa? ¿No te gustó?
Miley le brindó una sonrisa.
—Bueno, podría hacerte algunas sugerencias.
Poniéndose de rodillas, Nick la miró.
—Ya me parecía a mí que lo harías —dijo, levantándose.
Al instante lamentó la pérdida del calor de su cuerpo e intentó sentarse.
—Prueba con flores. Es más sutil y transmite el mismo mensaje.
Nick le tendió la mano a Miley y la ayudó a ponerse en pie. Nunca enviaba flores, jamás lo había hecho desde el día que puso docenas de rosas sobre el ataúd blanco de su esposa.
Soltó la mano de Miley y ahuyentó sus recuerdos antes de que se volvieran demasiado dolorosos. Centrando toda su atención en Miley, la miró pasarse las manos por la cintura y por el trasero para sacudirse la arena. Deliberadamente, la miró de arriba abajo. Tenía el pelo enredado, arena en las rodillas, y las uñas rojas eran un extraño contraste con sus pies sucios. Los pantalones cortos verdes se le pegaban a los muslos, y su vieja camiseta negra se le adhería a los senos como una segunda piel. Tenía los pezones erizados por el frío y parecían pequeñas bayas. Bajo el cuerpo de Nick, ella se había sentido bien, demasiado bien. Había permanecido demasiado tiempo sobre su cuerpo mirando esos bonitos ojos verdes.
—¿Has llamado a tu tía? —le preguntó mientras se inclinaba para recoger las gafas de sol de la arena.
—Ah... todavía no.
—Bueno, puedes llamarla cuando volvamos. —Nick se enderezó y echó andar por la playa hacia su casa.
—Lo haré—contestó, alcanzándolo y tratando de adaptarse al paso de sus largas zancadas—. Pero es la noche de bingo de tía Lolly, así que no creo que llegue a casa hasta dentro de un rato.
Nick la recorrió con la mirada, luego se puso rápidamente sus Ray-Ban.
—¿Cuánto tiempo suele estar en el bingo?
—Bueno, depende de cuántos cartones compre. Pero si decide jugar en La Vieja Granja, no jugará mucho porque permiten fumar, y la tía Lolly odia el humo y, por supuesto, Doralee Hofferman juega allí. Y hay mucha hostilidad entre Lolly y Doralee desde que en 1979 Doralee robó la receta del pastel de cacahuetes de Lolly y la hizo pasar como suya. Las dos fueron muy buenas amigas hasta ese momento, sabes...
—Ya estamos otra vez —suspiró Nick, interrumpiéndola—. Escucha, Miley —dijo, y se detuvo para mirarla—. No lograremos pasar de esta noche si no paras de hacer eso.
—¿De hacer qué?
—Divagar.
Miley abrió la boca sin querer y se llevó la mano al corazón con un gesto de fingida indignación.
—¿Divago?
—Sí, y me pone de los nervios. No me importa nada ni el O'Jell de tu tía, ni que los bautistas se laven los pies, ni los pasteles de cacahuete. ¿No puedes hablar como una persona normal?
Ella bajó la vista, pero no antes de que él pudiera ver la mirada dolida de sus ojos.
—¿No crees que hable como una persona normal?
Una punzada de culpabilidad le remordió la conciencia. No quería lastimarla, pero, al mismo tiempo, tampoco quería escucharla cotorrear durante horas.
—Tampoco es eso. Pero cuando te haga una pregunta debes darme una respuesta en tres segundos, no largarme tres minutos de sandeces que no tienen nada que ver con lo que te he preguntado.
Ella se mordisqueó el labio inferior, después dijo:
—No soy estú/pida, Nick.
—Nunca quise decir que lo fueras —aclaró él, aunque no creía que la hubieran elegido para el discurso de despedida en esa universidad a la que según ella había asistido—. Mira, Miley —añadió porque parecía herida—, podemos llegar a un acuerdo, si tú no divagas, yo intentaré no comportarme como un asno. —Ella frunció los labios—. ¿No me crees?
Negando con la cabeza, ella se mofó.
—Te he dicho que no soy estú/pida.
Nick se rió. Maldición, esa chica comenzaba a gustarle.
—Vamos. —Señaló la casa con la cabeza—. Parece que te estás congelando.
—Lo estoy —confesó, caminando a su lado.
Atravesaron la arena fría sin hablar mientras la brisa les traía los sonidos del batir de las olas y los graznidos delas aves marinas. Cuando alcanzaron las escaleras que conducían a la puerta trasera de la casa de Nick, Miley se adelantó, pero luego se volvió para enfrentarse a él.
—Yo no divago —aclaró, entrecerrando los ojos bajo el resplandor del sol poniente.
Nick se detuvo y la miró a los ojos que habían quedado al nivel de los suyos. Varios rizos comenzaban a secarse y se agitaban sobre su cabeza.
—Miley, divagas —afirmó, colocándose las gafas—. Pero si te controlas podremos llevarnos muy bien. Creo que podríamos ser amigos por una noche... —Hizo una pausa y se ajustó las Ray-Ban dejando la frase inconclusa al no encontrar una palabra mejor; sabía que no la había.
—Me gustaría, Nick —dijo, esbozando una sonrisa seductora—. Pero me pareció oírte decir que no eras una persona amable.
—No lo soy. —Ella estaba tan cerca que sus senos casi le rozaban el tórax, casi, y se preguntó si estaría coqueteando con él otra vez.
—¿Cómo es posible que podamos ser amigos si no eres amable conmigo?
Nick deslizó la mirada hacia sus labios. Se sentía tentado a demostrarle lo «agradable» que podía llegar a ser. Se sentía tentado a inclinarse sólo un poco y acariciar con su boca la de ella para saborear esos dulces labios, aceptando la invitación de su seductora sonrisa. Tentado de levantar las manos sólo unos centímetros hasta sujetarla por las caderas y apretarla contra su cuerpo. Tentado de averiguar hasta dónde dejaría ella que vagaran sus manos antes de detenerlo.
Se sentía tentado, pero no estaba loco.
—Muy sencillo. —Le colocó las manos en los hombros y la apartó a un lado—. Pasaré la noche fuera —anunció, subiendo las escaleras.
—Llévame contigo —dijo mientras lo seguía.
—No —negó con la cabeza. No iba a permitir que nadie lo viera con Miley Howard. Ni siquiera una sola vez.
El resonar del oleaje en sus oídos y el paisaje que se extendía ante sus ojos contribuyeron a vaciar su mente de todo, menos del simple placer que experimentaba al estar ante el océano Pacífico por primera vez.
Mientras bajaba a la playa, los oscuros pensamientos que le rondaban la mente amenazaron con abrumarla. El desamparo que sentía, el desastre del día de su boda y tener que depender de un hombre como Nick, que parecía no poseer ni un gramo de compasión, le pesaban como una losa sobre los hombros. Lo único que era peor que sus problemas de dinero, Nick y Virgil era el sentimiento de que estaba absolutamente sola en un mundo donde nada le era familiar. Había crecido rodeada de árboles y montañas donde todo era muy verde. Las texturas eran diferentes en este lugar, la arena era más gruesa, el agua más fría y el viento más rudo.
Mientras miraba fijamente el océano, sintiéndose como la única persona viva de la tierra, trató de olvidar el pánico que crecía en su interior, pero ya había perdido la batalla. Como un apagón en un rascacielos,Miley sintió y oyó el familiar chasquido de su mente al quedarse en blanco. Le sucedía, desde que podía recordar, siempre que se sentía abrumada. Odiaba que ocurriera, pero no podía evitarlo. Los acontecimientos del día finalmente la habían alcanzado y estaba tan sobrecargada que le llevó más tiempo del usual recuperarse. Cuando lo hizo, cerró los ojos y respiró profundamente, luego apartó de su mente los molestos pensamientos del día.
Miley era hábil en aclararse la mente y reenfocar la atención en otras cosas. Tenía años de práctica. Años de aprendizaje frente a un mundo que bailaba al son de un ritmo diferente al suyo; un ritmo que no siempre conocía o entendía, pero que había aprendido a simular. Desde los nueve años, había trabajado muy duro para que pareciera que estaba en perfecta sintonía con los demás.
Desde esa tarde hacía doce años cuando su abuela le había dicho que tenía una disfunción del cerebro, había tratado de ocultar su incapacidad al mundo. La matricularon en una escuela para señoritas donde aprendió modales y cocina, pero nunca llegó a ser una estudiante brillante. Entendía composiciones de diseño y podía hacer arreglos florales con los ojos cerrados, pero no podía leer más allá del nivel de cuarto grado. Ocultaba sus problemas detrás del encanto y los coqueteos, detrás de su voluptuoso cuerpo y su bello rostro. Aunque ahora sabía que era disléxica, seguía ocultándolo. Había sentido un inmenso alivio al descubrirlo, pero todavía le daba vergüenza pedir ayuda.
Una ola le golpeó en los muslos y le empapó la parte baja de los pantalones cortos. Afianzó más los pies, enterrando los dedos profundamente en la arena. En la lista de prioridades de Miley, entre su propósito de ayudar a todas las personas en su misma situación y el de ser una buena anfitriona, se encontraba su principal objetivo: el de parecer como cualquier otra persona. Por ello, trataba de aprender y acordarse de dos nuevas palabras cada semana. Alquilaba películas de adaptaciones de literatura clásica, y se había comprado el vídeo de la que ella consideraba la mejor película de todos los tiempos, Lo que el viento se llevó. También tenía el libro, pero nunca lo había leído. Tantas páginas y palabras eran demasiado para ella.
Movió la mano hacia una anémona de mar color verde limón, acariciando ligeramente la superficie. Los pegajosos tentáculos se cerraron alrededor de sus dedos. Alarmada, saltó hacia atrás. Otra ola le golpeó los muslos, se le doblaron las rodillas y se debatió entre el espumoso oleaje. Al romper la siguiente ola la arrancó de la roca, llevándosela consigo. Sintió el golpe helado del océano en el pecho y se quedó sin respiración. Se le llenó la boca de agua salada y arena mientras pateaba y manoteaba para volver a la superficie. Un viscoso trozo de alga se adhirió alrededor de su cuello y otra ola aún mayor la atrapó desde atrás y la propulsó hacia la playa como si fuera un torpedo. Cuando finalmente se detuvo, la ola ya regresaba para encontrarse con la siguiente. Apoyándose sobre una mano se dio impulso con los pies para gatear hacia la orilla. Cuando alcanzó la seguridad de la arena seca, se dejó caer sobre las manos y las rodillas y tomó varias boqueadas de aire. Escupió arena y agarrando el alga del cuello la echó a un lado. Comenzaron a castañearle los dientes y al pensar en todo el plancton que se habría tragado, su estómago expulsó el agua con tanta fuerza como el Pacifico que tenía a las espaldas. Notaba que la arena se le había metido por todas partes y cuando miró hacia la casa de Nick, rezó para que su contratiempo hubiera pasado desapercibido.
No tuvo suerte. Con las gafas de sol ocultándole los ojos y las chanclas hundiéndose sobre la arena, Nick caminaba despacio hacia ella tan guapo como para lamerlo de arriba abajo. Miley quiso volver sobre sus pasos y sumergirse en el océano.
Por encima del sonido del oleaje y las gaviotas llegó a sus oídos la risa rica y profunda de Nick. En ese instante ella se olvidó del frío, la arena y el alga marina. Se olvidó de lo guapo que era y de las ganas que había sentido de morir. Una furia candente le atravesó las venas y la inflamó como un soplete. Había trabajado toda su vida para evitar el ridículo y no había nada que odiara más que el que se burlaran de ella.
—Eso ha sido lo más divertido que he visto en mucho tiempo —dijo él con un destello de dientes blancos.
La cólera retumbó en los oídos de Miley, bloqueando incluso el sonido del océano. Cerró los puños, y cogió un puñado de arena mojada.
—Demonios, deberías haberte visto —dijo Nick, sacudiendo la cabeza. La brisa le agitaba el pelo oscuro sobre las orejas y la frente mientras se reía a carcajadas.
Apoyándose sobre las rodillas Miley le tiró un puñado de barro arenoso, dándole de lleno en el pecho para su total satisfacción. Puede que no tuviera una buena coordinación o que no fuera ligera de pies, pero siempre había sido una estupenda tiradora.
Nick dejó de reírse al instante.
—¿Qué diablos...? —maldijo, mirándose la camiseta. Cuando levantó la sorprendida mirada hacia Miley, ésta aprovechó y le dio en la frente. El pegote de arena golpeó sus Ray-Ban torciéndolas antes de que la arena cayese a sus pies. Por encima de la parte superior de la montura volvió los ojos azules hacia ella prometiendo venganza.
Miley sonrió y alcanzó otro puñado. No le importaba qué pudiera hacerle Nick.
—¿Por qué no estás riéndote ahora, deportista estú/pido?
Se quitó las gafas y la apuntó con ellas.
—Yo no tiraría eso.
Ella se levantó y con un enérgico movimiento de cabeza se apartó un mechón de pelo empapado de la cara.
—¿Te da miedo ensuciarte? —El arqueó una de sus cejas oscuras, pero por lo demás no se movió—. ¿Y qué piensas hacer al respecto? —le bufó al hombre que de repente representaba cada injusticia y cada insulto que le habían infligido en la vida—. Machote.
Nick sonrió. Después, antes de que Miley pudiera siquiera emitir un grito, él se movió como el atleta que era y empujó el cuerpo de ella al suelo. El puñado de arena que agarraba en la mano voló por todas partes. Atontada, ella parpadeó y escrutó la cara que estaba sólo a unos centímetros de la de ella.
—¿Qué co/ño te pasa? —preguntó, sonando más incrédulo que enojado. Un mechón oscuro le cayó sobre la frente rozando la cicatriz blanca que la atravesaba.
—Quítate de encima —exigió Miley, dándole un ****azo en la parte superior del brazo. La piel caliente y el duro músculo eran una invitación para su puño y volvió a golpearlo, desahogando su furia. Le pegó por reírse de ella, por insinuar que pensaba casarse con Virgil por dinero sin que le faltara razón. Le golpeó por su abuela que había muerto dejándola sola, sola para no hacer más que meter la pata.
—Jesús, Miley —maldijo Nick. La agarró por las muñecas y se las sujetó contra el suelo a ambos lados de la cabeza—. Basta.
Ella miró su hermoso rostro y le odió. Se odió a sí misma y, aunque odiaba llorar, se le escapó un sollozo.
—Te odio —le susurró, pasándose la lengua por los labios salados. Se le tensaron los pechos por el esfuerzo de contener las lágrimas.
—En este momento —dijo Nick con su cara tan cerca de la de ella que podía sentir su aliento cálido en la mejilla—, no puedo decir que sienta afecto por ti tampoco.
El calor del cuerpo de Nick penetró en su cólera y Miley se dio cuenta de varias cosas a la vez. Se percató de que la pierna derecha de Nick estaba acomodada entre las suyas y de que su ingle le presionaba íntimamente el interior del muslo. Estaba cubierta por su ancho pecho, pero su peso no era en absoluto desagradable. Él era sólido y muy caliente.
—Pero caramba, sí que me das ideas —le dijo al tiempo que una sonrisa se le empezaba a insinuar en la comisura de los labios—. Malas ideas. —Negó con la cabeza como si estuviera tratando de convencerse a sí mismo de algo—. Muy malas. —Con el pulgar le presionó el interior de la muñeca mientras deslizaba la mirada por su cara—. No deberías parecer tan atractiva. Tienes la frente sucia, tu pelo es un maldito desastre y estás calada hasta los huesos.
Por primera vez en días, Miley sintió que pisaba terreno familiar. Una pequeña sonrisa de satisfacción le curvó los labios. No importaba cuánto intentara demostrar lo contrario, Nick, a pesar de todo, se sentía atraído por ella. Y si barajaba bien sus cartas, podría convencerlo de que la dejara quedarse en su casa hasta que resolviese qué hacer con su vida.
—Por favor, suéltame las muñecas.
—¿Vas a golpearme otra vez?
Miley negó con la cabeza, sopesando mentalmente cuánto encanto debería usar con él.
Él arqueó una ceja.
—¿Ni a tirarme arena?
—No.
La soltó, pero no se movió de encima de ella.
—¿Te he hecho daño?
—No. —Colocó las manos en los hombros de él y las deslizó hacia abajo, sus duros músculos se tensaron recordándole su fuerza. Nick no la había atacado como lo haría un hombre cuya intención fuera forzar a una mujer, pero a pesar de todo ella se estaba alojando en su casa. Sólo por ese hecho podía hacerse una idea equivocada. Antes, cuando parecía que Nick no se sentía atraído por ella, no se le había ocurrido pensar que él pudiera estar esperando algo más que gratitud. Pero ahora sí.
Luego se acordó de Ernie y una risita de alivio se le escapó de la garganta.
—Nunca me habían abordado con ese ímpetu. ¿Es tu forma de ligar? —Seguro que Nick no esperaría que se acostara con él con su abuelo en la habitación de al lado. Se sintió aliviada.
—¿Qué pasa? ¿No te gustó?
Miley le brindó una sonrisa.
—Bueno, podría hacerte algunas sugerencias.
Poniéndose de rodillas, Nick la miró.
—Ya me parecía a mí que lo harías —dijo, levantándose.
Al instante lamentó la pérdida del calor de su cuerpo e intentó sentarse.
—Prueba con flores. Es más sutil y transmite el mismo mensaje.
Nick le tendió la mano a Miley y la ayudó a ponerse en pie. Nunca enviaba flores, jamás lo había hecho desde el día que puso docenas de rosas sobre el ataúd blanco de su esposa.
Soltó la mano de Miley y ahuyentó sus recuerdos antes de que se volvieran demasiado dolorosos. Centrando toda su atención en Miley, la miró pasarse las manos por la cintura y por el trasero para sacudirse la arena. Deliberadamente, la miró de arriba abajo. Tenía el pelo enredado, arena en las rodillas, y las uñas rojas eran un extraño contraste con sus pies sucios. Los pantalones cortos verdes se le pegaban a los muslos, y su vieja camiseta negra se le adhería a los senos como una segunda piel. Tenía los pezones erizados por el frío y parecían pequeñas bayas. Bajo el cuerpo de Nick, ella se había sentido bien, demasiado bien. Había permanecido demasiado tiempo sobre su cuerpo mirando esos bonitos ojos verdes.
—¿Has llamado a tu tía? —le preguntó mientras se inclinaba para recoger las gafas de sol de la arena.
—Ah... todavía no.
—Bueno, puedes llamarla cuando volvamos. —Nick se enderezó y echó andar por la playa hacia su casa.
—Lo haré—contestó, alcanzándolo y tratando de adaptarse al paso de sus largas zancadas—. Pero es la noche de bingo de tía Lolly, así que no creo que llegue a casa hasta dentro de un rato.
Nick la recorrió con la mirada, luego se puso rápidamente sus Ray-Ban.
—¿Cuánto tiempo suele estar en el bingo?
—Bueno, depende de cuántos cartones compre. Pero si decide jugar en La Vieja Granja, no jugará mucho porque permiten fumar, y la tía Lolly odia el humo y, por supuesto, Doralee Hofferman juega allí. Y hay mucha hostilidad entre Lolly y Doralee desde que en 1979 Doralee robó la receta del pastel de cacahuetes de Lolly y la hizo pasar como suya. Las dos fueron muy buenas amigas hasta ese momento, sabes...
—Ya estamos otra vez —suspiró Nick, interrumpiéndola—. Escucha, Miley —dijo, y se detuvo para mirarla—. No lograremos pasar de esta noche si no paras de hacer eso.
—¿De hacer qué?
—Divagar.
Miley abrió la boca sin querer y se llevó la mano al corazón con un gesto de fingida indignación.
—¿Divago?
—Sí, y me pone de los nervios. No me importa nada ni el O'Jell de tu tía, ni que los bautistas se laven los pies, ni los pasteles de cacahuete. ¿No puedes hablar como una persona normal?
Ella bajó la vista, pero no antes de que él pudiera ver la mirada dolida de sus ojos.
—¿No crees que hable como una persona normal?
Una punzada de culpabilidad le remordió la conciencia. No quería lastimarla, pero, al mismo tiempo, tampoco quería escucharla cotorrear durante horas.
—Tampoco es eso. Pero cuando te haga una pregunta debes darme una respuesta en tres segundos, no largarme tres minutos de sandeces que no tienen nada que ver con lo que te he preguntado.
Ella se mordisqueó el labio inferior, después dijo:
—No soy estú/pida, Nick.
—Nunca quise decir que lo fueras —aclaró él, aunque no creía que la hubieran elegido para el discurso de despedida en esa universidad a la que según ella había asistido—. Mira, Miley —añadió porque parecía herida—, podemos llegar a un acuerdo, si tú no divagas, yo intentaré no comportarme como un asno. —Ella frunció los labios—. ¿No me crees?
Negando con la cabeza, ella se mofó.
—Te he dicho que no soy estú/pida.
Nick se rió. Maldición, esa chica comenzaba a gustarle.
—Vamos. —Señaló la casa con la cabeza—. Parece que te estás congelando.
—Lo estoy —confesó, caminando a su lado.
Atravesaron la arena fría sin hablar mientras la brisa les traía los sonidos del batir de las olas y los graznidos delas aves marinas. Cuando alcanzaron las escaleras que conducían a la puerta trasera de la casa de Nick, Miley se adelantó, pero luego se volvió para enfrentarse a él.
—Yo no divago —aclaró, entrecerrando los ojos bajo el resplandor del sol poniente.
Nick se detuvo y la miró a los ojos que habían quedado al nivel de los suyos. Varios rizos comenzaban a secarse y se agitaban sobre su cabeza.
—Miley, divagas —afirmó, colocándose las gafas—. Pero si te controlas podremos llevarnos muy bien. Creo que podríamos ser amigos por una noche... —Hizo una pausa y se ajustó las Ray-Ban dejando la frase inconclusa al no encontrar una palabra mejor; sabía que no la había.
—Me gustaría, Nick —dijo, esbozando una sonrisa seductora—. Pero me pareció oírte decir que no eras una persona amable.
—No lo soy. —Ella estaba tan cerca que sus senos casi le rozaban el tórax, casi, y se preguntó si estaría coqueteando con él otra vez.
—¿Cómo es posible que podamos ser amigos si no eres amable conmigo?
Nick deslizó la mirada hacia sus labios. Se sentía tentado a demostrarle lo «agradable» que podía llegar a ser. Se sentía tentado a inclinarse sólo un poco y acariciar con su boca la de ella para saborear esos dulces labios, aceptando la invitación de su seductora sonrisa. Tentado de levantar las manos sólo unos centímetros hasta sujetarla por las caderas y apretarla contra su cuerpo. Tentado de averiguar hasta dónde dejaría ella que vagaran sus manos antes de detenerlo.
Se sentía tentado, pero no estaba loco.
—Muy sencillo. —Le colocó las manos en los hombros y la apartó a un lado—. Pasaré la noche fuera —anunció, subiendo las escaleras.
—Llévame contigo —dijo mientras lo seguía.
—No —negó con la cabeza. No iba a permitir que nadie lo viera con Miley Howard. Ni siquiera una sola vez.
Simplemente Irresistible - Cap: 5
Miley se abrochó el sujetador de color granate, cogió la camiseta y se la pasó por encima de la cabeza. Una gorra de béisbol de los Seahawks, un cronómetro, una venda elástica y una capa gruesa de polvo reposaban sobre el tocador delante de ella. Levantó la mirada hacia el gran espejo de encima del tocador y se asustó. La camiseta de suave algodón blanco le ceñía los senos pero le quedaba floja en todos los demás sitios. Parecía un atentado a la moda, así que se la remetió dentro de los anchos pantalones cortos, aunque de esa manera se le marcaban los grandes senos y el trasero; los dos lugares que no quería resaltar. Tiró bruscamente de la camiseta hasta que cayó sobre sus caderas, luego metió los zapatos dentro del neceser y cogió un Snickers que guardaba allí dentro. Sentada sobre el borde de la cama le quitó el envoltorio marrón y hundió los dientes en la sabrosa chocolatina. Un suspiro de placer se le escapó de los labios mientras masticaba la golosina. Recostándose en la colcha azul, se desperezó y se quedó mirando la instalación de la luz del techo. Dos polillas muertas descansaban sobre el fondo de la lámpara blanca. Mientras devoraba la chocolatina, escuchó las voces amortiguadas de Nick y de Ernie a través de la puerta de madera. Considerando que a Nick no parecía gustarle mucho, era extraño que el timbre ronco de su voz la tranquilizara. Quizá fuera porque era la única persona que conocía en varias millas a la redonda o quizá fuera porque en el fondo sentía que no era tan imb/écil como parecía. No obstante, tan sólo con su tamaño conseguía que cualquier mujer se sintiera segura.
Se deslizó lentamente hasta que descansó la cabeza sobre la almohada de Nick y los pies sobre el vestido de novia, que estaba a los pies de la cama. Cuando terminó de engullirse el Snickers, pensó en llamar a Lolly, pero decidió esperar. No tenía prisa en escuchar la reacción de su tía. Pensó en levantarse, pero lo único que hizo fue cerrar los ojos. Recordó la primera vez que vio a Virgil en el departamento de cosmética del Neiman-Marcus de Dallas. Aún le costaba creer que hasta hacía poco más de un mes había estado trabajando, repartiendo muestras de perfumes de Fendi y Liz Claiborne. Lo más probable es que no lo hubiera visto si él no se hubiera acercado a ella. Ni habría cenado con él la primera vez si no hubiera tenido rosas y una limusina esperando en la puerta después del trabajo. Había sido tan fácil deslizarse dentro de esa limusina con climatizador, lejos del calor, la humedad y los humos del autobús. Si no se hubiera sentido tan sola y si su futuro no hubiera sido tan incierto, probablemente no habría aceptado casarse con un hombre al que hacía tan poco tiempo que conocía.
La noche anterior había tratado de decirle a Virgil que no podía casarse con él. Había tratado de cancelar la boda, pero no la había escuchado. Se sentía horriblemente mal por lo que había hecho, pero no se le había ocurrido ninguna otra manera de arreglarlo.
Sin poder reprimir más las lágrimas que había estado conteniendo todo el día, sollozó quedamente en la almohada de Nick. Lloró por el lío que había hecho de su vida y el vacío que sentía en su interior. El futuro se le presentaba incierto y aterrador. Sus únicos parientes eran una tía entrada en años y un tío que vivía de la Seguridad Social y cuyas vidas giraban en torno al programa I Love Lucy.
No tenía nada y, encima, había conocido a un hombre que le había dicho que no esperara que fuera amable con ella. Repentinamente se sintió como Blanche Dubois en Un tranvía llamado deseo. Había visto todas las películas que había hecho Vivien Leigh y pensó que era un poco extraño, una rara coincidencia, que el apellido de Nick fuera Jonas.
Estaba asustada y sola, pero en cierta manera se sentía aliviada por no tener que fingir nunca más. No tendría que fingir que apreciaba el horrible gusto de Virgil para la ropa y las demás vulgaridades que él quería que se pusiera.
Exhausta, lloró hasta quedarse dormida. No se percató de que se había quedado dormida hasta que se despertó con un sobresalto, incorporándose de golpe sobre la cama.
—¿Miley?
Un mechón de pelo le cayó sobre el ojo izquierdo mientras se volvía hacia la puerta iluminada por el sol para ver una cara que le recordaba a uno de esos calendarios de tíos cachas. Sus manos se agarraban al marco por encima de la cabeza y el reloj plateado se le había girado de tal manera que la esfera descansaba contra su pulso. Tenía una cadera más alta que la otra, y durante un momento clavó los ojos en él, desorientada.
—¿Tienes hambre? —preguntó.
Parpadeó varias veces antes de despejarse. Nick se había cambiado la ropa por un par de Levi's viejos con un agujero en la rodilla. La sudadera blanca de los Chinooks que le ceñía el pecho no ocultaba el vello fino que le oscurecía las axilas. No podía dejar de preguntarse si se habría cambiado en la habitación mientras ella dormía.
—Si tienes hambre, Ernie está haciendo sopa de pescado.
—Me muero de hambre —dijo, pasando las piernas por el borde de la cama—. ¿Qué hora es?
Nick bajó la mano y se miró el reloj.
—Casi las seis.
Había dormido unas dos horas y media, y se sentía más cansada que antes. Recordó ir al baño y recogió el neceser que había dejado en el suelo al lado de la cama.
—Necesito unos minutos —dijo, evitando mirarse en el espejo al pasar por el tocador—. No tardaré —añadió, acercándose a la puerta.
—Bien. Estábamos a punto de sentarnos a la mesa —la informó Nick, aunque no se movió. Sus hombros prácticamente llenaban el marco de la puerta, obligándola a detenerse.
—Perdona. —Si él pensaba que para pasar se iba a apretar contra él, lo tenía claro. Miley había resuelto ese juego en décimo grado. Le decepcionó que Nick perteneciera al tipo de hombres de mala fama que pensaba que tenían derecho a restregarse contra las mujeres y mirarlas con atención bajo las blusas, pero cuando levantó la mirada a sus ojos azules, se sintió aliviada. El ceño le arrugaba la frente y la miraba a la boca, no a los senos. Levantó una mano hacia ella y le rozó el labio inferior con el pulgar. Estaba tan cerca que podía oler su colonia, Obsesión. Después de trabajar con perfumes y colonias durante un año, Miley reconocía todas las fragancias.
—¿Qué es esto? —preguntó, mostrándole una pizca de chocolate en el pulgar.
—Mi almuerzo —contestó, sintiendo un revoloteo en el estómago. Levantó la vista a los ojos azules y se dio cuenta de que, para variar, no la miraba frunciendo el ceño. Ella se lamió el labio y preguntó—: ¿mejor así?
Lentamente él bajó los brazos y levantó su mirada hacia la de ella.
—¿Mejor que qué? —preguntó, y Miley pensó que iba a sonreír y volvería a mostrarle su hoyuelo otra vez, pero en su lugar dio media vuelta y salió al pasillo.
»Ernie quiere saber si quieres cerveza o agua helada con la cena —le dijo por encima del hombro. La parte trasera de sus pantalones vaqueros eran de un azul más claro que el resto, y la cartera le abultaba uno de los bolsillos. En los pies llevaba un par de chanclas baratas como las de su abuelo.
—Agua —contestó, pero habría preferido té helado. Miley fue al cuarto de baño y se reparó el estropicio del maquillaje. Cuando volvió a aplicarse la barra de labios color borgoña, curvó la boca en una sonrisa. Había estado en lo cierto acerca de Nick. No era un imb/écil.
Acabó de arreglarse el pelo y llegó al pequeño comedor; Nick y Ernie ya estaban sentados a la mesa de roble.
—Siento haber tardado —dijo, dando a entender que eran unos maleducados por haber empezado sin ella. Se sentó frente a Nick y tomó una servilleta de papel de un servilletero verde aceituna. Se la colocó en el regazo, buscó la cuchara y la encontró en el lado equivocado del plato.
—La pimienta está a la derecha —dijo Ernie, indicando con la cuchara una lata roja y blanca que había en medio de la mesa.
—Gracias. —Miley miró al anciano. No le interesaba la pimienta, pero después de la primera cucharada de blanca y cremosa sopa de pescado le resultó evidente que a Ernie sí le gustaba. La sopa era espesa y sabrosa y, a pesar de la pimienta, estaba deliciosa. Junto a su plato había un vaso de agua helada y lo cogió. Mientras bebía un sorbo, recorrió la habitación con la mirada y percibió la escasa decoración. De hecho, el único mueble que había en la habitación además de la mesa era una gran vitrina llena de trofeos—. Señor Maxwell, ¿vive usted aquí todo el año? —preguntó, decidida a iniciar una conversación.
Él negó con la cabeza, llamando la atención hacia su pelo blanco rapado al uno.
—Ésta es una de las casas de Nick. Todavía vivo en Saskatoon.
—¿Está cerca?
—Lo suficientemente cerca como para no perderme mi ración de partidos.
Miley colocó el vaso en la mesa y comenzó a comer.
—¿De hockey?
—Por supuesto. Voy a casi todo los partidos. —Volvió la mirada hacia Nick—. Pero todavía me doy de cabezazos contra la puerta por haberme perdido ese hat trick el pasado mayo.
—Deja de preocuparte por eso —dijo Nick.
Miley no sabía casi nada de hockey.
—¿Qué es un hat trick?
—Es cuando un jugador anota tres goles en un partido —explicó Ernie—. Y también me perdí ese partido contra los Kings. —Hizo una pausa para negar con la cabeza; sus ojos se llenaron de orgullo al contemplar a su nieto—. Ese asno de Gretzky se dio de cabezazos durante unos buenos quince minutos después de que lo placaras contra la barrera —dijo, realmente encantado.
Miley no tenía la más remota idea de qué hablaba Ernie, pero «placar contra la barrera» sonaba doloroso. Había nacido y crecido en un estado que vivía por y para el fútbol, pero ella lo odiaba. Algunas veces se preguntaba si era la única persona en Texas que aborrecía los deportes violentos.
—¿No le dolió? —preguntó.
—¡Demonios, no! —explotó el anciano—. Se estrelló contra el «Muro» y vivió para contarlo.
Una comisura de los labios de Nick se curvó hacia arriba y sumergió varias galletas saladas en la sopa de pescado.
—Creo que no conquistaré el Lady Bying pronto.
Ernie se volvió hacia Miley.
—Es el trofeo que se le da al jugador más caballeroso, pero que se jodan. —Golpeó la mesa con un puño, mientras se llevaba la cuchara a la boca de nuevo.
Personalmente, Miley creía que ninguno de ellos corría el riesgo de ganar un premio por comportarse como un caballero.
—Esta sopa de pescado es maravillosa —dijo, en un esfuerzo por cambiar de tema y pasar a algo un poco menos exaltado—. ¿La hizo usted?
Ernie alcanzó la cerveza junto a su plato.
—Claro —contestó, llevándose la botella a la boca.
—Es deliciosa. —Siempre había sido importante para Miley gustar a la gente, ahora más que nunca. Y pensó que ya que sus conversaciones amistosas no funcionaban con Nick, prestaría atención sólo a su abuelo—. ¿Comenzó con una bechamel? —preguntó, escrutando los ojos azules de Ernie.
—Sí, claro, pero el truco para una buena sopa de pescado está en el caldo de almejas —dijo, y empezó a explicarle entre cucharadas la receta de la sopa. Miley parecía pendiente de cada una de sus palabras, concentrada en él exclusivamente y, al cabo de unos segundos, lo tenía comiendo de la palma de la mano. Preguntó y comentó sobre su elección de especias y todo el rato fue muy consciente de la mirada fija de Nick. Supo cuándo tomaba un poco de comida, cuándo se llevaba la botella de cerveza a los labios o cuándo se pasaba la servilleta por la boca. Era consciente de cuándo la miraba a ella o cuándo volvía la atención a su abuelo. Antes, al despertarse de la siesta, había sido casi amigable. Ahora parecía abstraído.
—¿Y le ha enseñado a Nick cómo hacer sopa de pescado? —preguntó, esforzándose por incluirlo en la conversación.
Nick se reclinó en la silla y cruzó los brazos sobre el pecho.
—No —fue todo lo que dijo.
—Cuando no estoy aquí, Nick come fuera. Pero cuando estoy me aseguro de que coma bien y de que tenga existencias en la cocina. Me gusta cocinar —informó Ernie—. Pero a él no.
Miley le sonrió.
—Lo cierto es que pienso que las personas nacen o bien aborreciendo o bien amando la cocina y puedo decir que usted —hizo una pausa para tocarle el arrugado antebrazo— tiene un don especial. No todo el mundo sabe hacer una buena bechamel.
—Podría enseñarte —se ofreció el anciano con una sonrisa.
La piel de él se sentía como papel encerado caliente bajo su mano, llenando su corazón con dulces recuerdos de la infancia.
—Gracias, señor Maxwell, pero ya sé cómo hacerla. Soy de Texas y nosotros le ponemos bechamel a todo, incluso al atún. —Recorrió con la mirada a Nick, notó que fruncía el ceño, y decidió ignorarlo—. Puedo elaborar salsa de bechamel y añadirla a cualquier cosa. La redeye de mi abuela era famosa, y no estoy hablando de cualquier cosa, ya sabe a lo que me refiero. Cuando uno de nuestros amigos o parientes pasaba a mejor vida, era costumbre que mi abuela llevara el jamón y la salsa redeye. Después de todo, la abuela se crió en una granja de cerdos cerca de Mobile y era conocida en los funerales por sus jamones con miel. —Miley se había pasado la vida cerca de personas mayores y hablando con Ernie se sentía tan a gusto que se inclinó un poco más hacia él y le sonrió con simpatía—. Ahora, quien es famosa es mi tía Lolly, pero por el motivo contrario. Es conocida por su gelatina O'Jell porque le echa de todo. La hizo realmente mal cuando el señor Fisher se fue al otro barrio. Todavía hablan de eso en la Primera Iglesia Baptista que no debe confundirse con la Iglesia Bautista Libre donde lavan los pies, aunque no creo que lo lleven a la práctica.
—Jesús —interrumpió Nick—. ¿A dónde quieres ir a parar?
La sonrisa de Miley flaqueó, pero estaba decidida a seguir siendo encantadora.
—Ya estaba llegando.
—Pues bien, podrías acabar de una vez porque al paso que vas Ernie no llegara para contarlo.
—Para ya —le advirtió su abuelo.
Miley palmeó el brazo de Ernie y miró los ojos entrecerrados de Nick.
—Eso ha sido increíblemente grosero.
—Puedo ser más desagradable todavía. —Nick apartó a un lado su plato vacío y se inclinó hacia adelante—. Los tíos del equipo y yo queremos saber si a Virgil aún se le levanta o si sólo querías casarte con él por dinero.
Miley pudo sentir cómo se le agrandaban los ojos y cómo le ardían las mejillas. La idea de que su relación con Virgil hubiera sido motivo de discusión en el vestuario de los jugadores era de lo más humillante.
—Ya basta, Nick —ordenó Ernie—. Miley es una chica agradable.
—¿Sí? Las chicas agradables no se acuestan con los hombres por dinero.
Miley abrió la boca, pero le fallaron las palabras. Trató de pensar en algo igualmente hiriente, pero no se le ocurrió nada. Sabía con certeza que más tarde, cuando ya no la necesitara, se le ocurriría una respuesta perfecta, ingeniosa y sarcástica. Aspiró profundamente y trató de permanecer calmada. La triste realidad era que cuando se azoraba, volaban de su cabeza palabras simples como «puerta», «estufa» o, —como había ocurrido antes, cuando había tenido que pedir ayuda a Nick— «corsé».
—No sé lo que te he hecho para que digas tales crueldades —dijo, colocando la servilleta en la mesa—. No sé si soy yo, si odias a las mujeres en general, o si siempre estás malhumorado, pero mi relación con Virgil no es de tu incumbencia.
—No odio a las mujeres —aseguró Nick, luego bajó deliberadamente la mirada a la pechera de la camiseta.
—Tienes razón —intervino Ernie—. Tu relación con el señor Duffy no es asunto nuestro. —Ernie alcanzó su mano—. La marea está casi baja. ¿Por qué no sales y buscas algunas pozas cerca de esas grandes rocas de allá abajo? Tal vez encuentres algo en la costa de Washington que puedas llevarte contigo a Texas.
Miley había sido educada para respetar a sus mayores y no cuestionó la sugerencia de Ernie. Los miró a ambos y luego se levantó.
—Lo siento de verdad, señor Maxwell. No tenía intención de provocar problemas entre ustedes.
Sin apartar los ojos de su nieto, Ernie contestó:
—No es culpa tuya. Esto no tiene nada que ver contigo.
Pero realmente sentía que era culpa suya, pensó mientras empujaba la silla hacia atrás y se levantaba. Cuando Miley atravesó la verde y estrecha cocina hacia la puerta trasera, se dio cuenta de que había dejado que la pinta estupenda de Nick nublara su juicio. No se hacía el imb/écil. ¡Lo era!
Ernie esperó hasta que oyó cerrarse la puerta trasera antes de decir:
—No es justo que la tomes con esa niña —observó cómo su nieto arqueaba una ceja.
—¿Niña? —Nick plantó los codos sobre el mantel—. Ni echándole toda la imaginación del mundo puede nadie, ni siquiera tú, cometer el error de confundir a Miley con una «niña».
—Pues bien, no creo que sea muy mayor —continuó Ernie—. Y fuiste irrespetuoso y grosero con ella. Si tu madre estuviera aquí, te daría un buen tirón de orejas.
Una sonrisa curvó los labios de Nick.
—Probablemente —dijo.
Ernie miró la cara de su nieto y una punzada de dolor le oprimió el corazón. La sonrisa de los labios de Nick no alcanzaba sus ojos, nunca lo hacía últimamente.
—Es inútil, Nick. —Colocó la mano en el hombro de su nieto y palpó los duros músculos de un hombre. Ante él no reconocía nada del niño feliz que había llevado a cazar y a pescar, el niño al que había enseñado a jugar al hockey y conducir un coche, el niño al que había enseñado todo lo que tenía que saber para ser un hombre. El hombre que tenía delante no era el niño que había criado—. Tienes que dejarlo salir. No puedes reprimirlo todo culpándote a ti mismo.
—No tengo que dejar salir nada —dijo; su sonrisa se borró por completo—. Te he dicho que no quiero hablar de eso.
Ernie observó la expresión hermética de Nick, el azul de sus ojos tal y como habían sido los suyos antes de que se hubieran apagado con la edad. Nunca había presionado a Nick sobre su primera esposa. Había creído que Nick acabaría recuperándose de lo que le había hecho Linda. Aunque su nieto había sido un tarambana y se había casado con esa artista de striptease hacía seis meses, Ernie abrigaba la esperanza de que algún día pudiera superarlo. El día siguiente sería el primer aniversario de la muerte de Linda, y Nick parecía tan enojado como el día que la había enterrado.
—Bueno, creo que necesitas hablar con alguien —dijo Ernie, decidido a tomar el asunto en sus manos por el propio bien de Nick—. No lo puedes evitar, Nick. No puedes fingir que no ocurrió nada, y no puedes beber para olvidar lo que sucedió. —Hizo una pausa para recordar lo que había oído en la televisión sobre el tema—. No puedes usar la bebida como terapia. El alcohol simplemente es el síntoma de una enfermedad mayor —dijo, alegrándose de haberlo recordado.
—¿Has estado viendo a Oprah otra vez?
Ernie frunció el ceño.
—Ése no es el tema. Lo que sucedió te reconcome y lo estás pagando con esa chica inocente.
Nick se reclinó en la silla y cruzó los brazos.
—No pago nada con Miley.
—Entonces, ¿por qué fuiste tan rudo con ella?
—Me pone de los nervios. —Nick se encogió de hombros—. Habla sin parar todo el rato.
—Eso es porque es sureña —aclaró Ernie, dejando pasar el tema de Linda—. Sólo tienes que relajarte y disfrutar de una buena chica sureña.
—¿Cómo tú? Te tuvo comiendo en la palma de la mano con todo el tema de la bechamel y la sandez del funeral.
—Estás celoso. —Ernie se rió—. Estás celoso de un anciano como yo. —Golpeó la mesa con las manos y se levantó lentamente—. Caramba.
—Estás chiflado —se mofó Nick, tomando su cerveza y levantándose también.
—Creo que te gusta —dijo Ernie, dirigiéndose hacia los dormitorios—. Vi la forma en que la mirabas cuando ella no sabía que lo estabas haciendo. Puedes negártelo y negármelo todo lo que quieras, pero te atrae y eso te molesta mucho. —Entró en su dormitorio y metió algunas cosas dentro de una bolsa.
—¿A dónde vas? —le preguntó Nick desde la puerta.
—Iba a quedarme con Dickie unos días. Sólo me adelanto un poco.
—No, no lo harás.
Ernie volvió la mirada hacia su nieto.
—Ya te lo he dicho, he visto la manera en que la mirabas.
Nick metió una mano en el bolsillo delantero de los Levi's y apoyó un hombro contra el marco de la puerta. Con la otra mano, golpeaba impacientemente la botella de cerveza contra su muslo.
—Ya te he dicho que no voy a acostarme con la novia de Virgil.
—Espero que tengas razón y yo esté equivocado. —Ernie cerró la cremallera de la bolsa y cogió las asas con la mano izquierda. No sabía si hacía bien en irse. Su primer instinto era quedarse y asegurarse de que su nieto no hiciera nada que pudiese lamentar por la mañana. Pero Ernie ya había hecho su trabajo. Había ayudado a criar a Nick. No podía hacer nada más. No podía salvar a Nick de sí mismo—. Porque si no, terminarás por lastimar a esa chica y echarás a perder tu carrera.
—No pienso hacer nada de eso.
Ernie lo miró y sonrió tristemente.
—Eso espero —dijo sin convicción, y a grandes zancadas se encaminó hacia la puerta principal—. Por tu bien, espero que no.
Nick observó salir a su abuelo y después se volvió hacia la sala de estar. Sus pies desnudos se hundían en la gruesa alfombra beige mientras se dirigía hacia el gran ventanal. Poseía tres casas; dos estaban en la costa oeste. Amaba el océano, sus sonidos y sus olores. Podía abstraerse en la monotonía de las olas. Esa casa era su cielo en la tierra. Ahí, no tenía que preocuparse por contratos o responsabilidades ni por cualquier cosa de la NHL. Allí encontraba una paz que no podía encontrar en ninguna otra parte.
Hasta ese día.
Miró fijamente por la gran ventana a la mujer que estaba de pie junto a la orilla del mar, la brisa alborotaba su pelo oscuro. Definitivamente, Miley perturbaba su paz. Se llevó la botella de cerveza a los labios y tomó un largo trago.
Una involuntaria sonrisa se insinuó en la comisura de sus labios mientras la observaba andar de puntillas sobre las frías olas. Sin lugar a dudas, Miley Howard era una fantasía andante. Si no fuera por su irritante manía de hablar sin parar, divagando sobre cualquier tema, y no fuera la novia de Virgil, Nick no tendría tanta prisa por deshacerse de ella.
Pero Mileyestaba liada con el dueño de los Chinooks y Nick tenía que sacarla de la ciudad tan pronto como fuera posible. Pensaba llevarla al aeropuerto o a la estación de autobuses por la mañana, pero eso dejaba por delante toda una larga noche.
Enganchó un pulgar en la pretina de los descoloridos vaqueros y dirigió la mirada a un par de niños que hacían volar una cometa en la playa. No le preocupaba acabar en la cama con Miley porque, en contra de lo que Ernie creía, Nick pensaba con la cabeza, no con el pene. Su conciencia escogió ese momento, mientras se llevaba la cerveza a los labios otra vez, para recordarle su estú/pido matrimonio con DeeDee.
Lentamente bajó la botella y volvió la mirada hacia Miley. Nunca habría hecho una cosa tan estú/pida como casarse con una mujer que conocía desde hacía sólo unas horas si no hubiera estado borracho, no importaba lo estupendo que fuera su cuerpo. Y el de DeeDee era un cuerpo de infarto.
Un oscuro ceño sustituyó su sonrisa. Sus ojos siguieron a Miley mientras jugaba con las olas, luego maldijo entre dientes, fue a la cocina y vertió el resto de la cerveza en el fregadero.
Lo último que necesitaba era despertarse por la mañana con un gran dolor de cabeza y casado con la novia de Virgil.
Simplemente Irresistible - Cap: 4
Los intermitentes rayos del sol, que arrancaban destellos azules al agitado mar verdoso, y la brisa salada, tan densa que se podía saborear, dieron la bienvenida a Miley a la costa del Pacífico. Se le puso la piel de gallina mientras se estiraba para intentar captar una vislumbre del espumoso océano azul.
El chillido de las gaviotas surcaba el aire mientras Nick conducía el Corvette por el camino de entrada a una casa gris de difícil descripción con las contraventanas blancas. Un anciano con una camiseta sin mangas, unos pantalones cortos de poliéster gris y un par de chanclas baratas permanecía de pie en el porche.
Tan pronto como el coche se paró, Miley alcanzó la manilla y salió. No esperó a que Nick la ayudara, aunque de todas formas no creía que fuese a hacerlo. Tras una hora y media sentada en el coche, el papel de «viuda alegre» se había vuelto tan forzado que llegó a pensar que después de todo iba a marearse.
Tiró del dobladillo del vestido rosa hacia abajo y cogió el neceser y los zapatos. Las ballenas del corsé le presionaron las costillas cuando se inclinó para ponerse las sandalias rosas.
—Por Dios, hijo —gruñó el hombre del porche con voz grave—. ¿Otra bailarina?
Nick frunció el ceño mientras guiaba a Miley a la puerta principal.
—Ernie, me gustaría presentarte a la señorita Miley Howard. Miley, éste es mi abuelo, Ernest Maxwell.
—¿Cómo está usted, señor? —Miley le ofreció la mano y observó la cara arrugada increíblemente parecida a la de Burgess Meredith.
—Una sureña... hum. —Se dio la vuelta y entró en la casa.
Nick mantuvo la puerta de tela metálica abierta para que Miley entrara. La casa estaba amueblada en tonos azules, verdes brillantes y marrones claros, de tal manera, que uno tenía la impresión de que el paisaje exterior, visible a través de la gran ventana panorámica, formaba parte de la sala de estar. Todo parecía haber sido escogido para hacer juego con el océano y la playa arenosa, todo menos la orejera con tapicería Naugahy de de color plata y los dos palos de hockey que formaban una X sobre la parte superior de la estantería repleta de trofeos.
Nick se quitó las gafas de sol y las tiró sobre la mesita de café de madera y cristal.
—Hay una habitación de invitados en ese pasillo, es la última puerta a la izquierda. El cuarto de baño está a la derecha —dijo, pasando por detrás de Miley para dirigirse a la cocina. Agarró una botella de cerveza de la nevera y la abrió. Se llevó la botella a los labios, recostando los hombros contra la puerta cerrada de la nevera. Esta vez había metido la pata a base de bien. No debería haber ayudado a Miley y sabía que había sido un error llevarla con él. No había querido hacerlo, pero entonces lo había mirado con aquellos ojos, tan vulnerable y asustada que habría sido incapaz de dejarla tirada en el arcén. Esperaba —como que había infierno— que Virgil no lo averiguase jamás.
Se alejó de la nevera y regresó a la sala de estar. Ernie se había sentado en su orejero favorito con la atención puesta en Miley. Ella estaba de pie al lado de la chimenea con el pelo revuelto por el viento y el pequeño vestido rosa totalmente arrugado. Parecía muy cansada, pero por la mirada de Ernie, éste la encontraba más tentadora que un buffet libre.
—¿Ocurre algo, Miley? —preguntó Nick, llevándose la cerveza a los labios—. ¿Por qué no has ido a cambiarte?
—Existe un pequeño problema —dijo con su acento arrastrado al tiempo que lo miraba—. No tengo nada que ponerme.
Él la apuntó con la botella.
—¿Qué hay en esa maletita?
—Cosméticos.
—¿Sólo eso?
—No. —Lanzó una mirada a Ernie—. Tengo alguna otra cosa y la cartera.
—¿Y dónde está tu ropa?
—En cuatro maletas en la parte de atrás del Rolls Royce de Virgil.
Así que, a fin de cuentas, él tendría que alimentarla, alojarla... y vestirla.
—Ven —dijo, luego colocó la cerveza en la mesita de café y la guió por el pasillo que llevaba al dormitorio. Buscó en el armario y cogió una vieja camiseta negra y un par de pantalones cortos con la cinturilla ajustable de color verde—. Ten —dijo, lanzándolos sobre el edredón azul que cubría la cama antes de volver a la puerta.
—¿Nick?
Se detuvo al oír su nombre en sus labios, pero no se dio la vuelta. No quería ver la mirada asustada de esos ojos verdes.
—¿Qué?—No puedo quitarme este vestido yo sola. Necesito tu ayuda.
Se volvió y la encontró dentro del charco dorado que proyectaba la luz del sol que entraba por la ventana.
—Algunos botones quedan demasiado arriba —señaló con torpeza.
No sólo quería que la vistiera, encima quería que la desnudara.
—Son muy escurridizos —explicó.
—Date la vuelta —ordenó él con voz ruda mientras daba un paso hacia ella.
Sin rechistar, ella le dio la espalda y miró hacia el espejo que había encima del tocador. Entre los suaves omóplatos quedaban los cuatro botones diminutos que cerraban la parte superior del vestido. Se retiró el pelo a un lado, dejando a la vista los pequeños rizos del nacimiento del pelo. Todo en ella era suave: la piel, el pelo, ese acento sureño.
—¿Cómo te metiste en esta cosa?
—Con ayuda. —Lo miró a través del espejo.
Nick no podía recordar otro momento en que ayudara a una mujer a quitarse la ropa sin que planeara acostarse con ella después, pero no tenía intención de tocar a la fugitiva novia de Virgil más de lo necesario. Levantó las manos y tiró con fuerza hasta que uno de los pequeños botones se salió del resbaladizo ojal.
—No puedo imaginar lo que estarán pensando todos ahora mismo. Sissy trató de advertirme de que no me casara con Virgil. Pensaba que podría hacerlo, pero al final no fui capaz.
—¿No crees que deberías haber llegado antes a esa conclusión? —le preguntó él, desplazando los dedos más abajo.
—Lo hice. Traté de decirle a Virgil que tenía dudas. Traté de hablar con él sobre eso ayer por la noche, pero no quiso escucharme. Luego vi la cubertería. —Negó con la cabeza y un suave tirabuzón le cayó sobre la espalda rozándole la piel suave—. Escogí para la lista de bodas una cubertería Francis I, y sus amigos nos regalaron una buena parte —dijo distraída como si él supiera de qué diablos hablaba—. Ah, sólo ver todos esos cubiertos con frutas talladas me produjo escalofríos. Sissy cree que debería haber escogido algo repujado, pero siempre he sido una chica Francis I. Incluso cuando era pequeña...
Nick no era nada tolerante con la cháchara de las mujeres. En ese momento deseaba tener a mano un radiocasete y otra cinta de Tom Petty. Dado que no tenía esa suerte, se desconectó mentalmente de la conversación. Muy a menudo lo acusaban de ser un malvado insensible, una reputación que consideraba ventajosa. De esa manera, no tenía que preocuparse de que las mujeres consideraran su relación como algo permanente.
—Ya que estás en eso, ¿puedes abrirme la cremallera? De cualquier manera —continuó—, casi lloré de alegría cuando puse los ojos en los tenedores de escabeche y las cucharas de fruta y...
Nick la miró con el ceño fruncido a través del espejo, pero ella no le prestaba atención; Miley tenía la vista clavada en el lazo blanco del corpiño. Nick trató de alcanzar la cremallera y, cuando tiró, descubrió la razón por la que Miley tenía dificultad para respirar. Entre la cremallera abierta del vestido de novia vio los enganches plateados que cerraban una prenda de ropa interior que Nick de inmediato reconoció como un corsé. Todo era de raso rosa: la lazada, el revestimiento de los aros y el corsé que le apretaba la suave piel.
Ella levantó una mano hacia el lazo del corpiño, sujetándolo firmemente contra sus grandes senos para impedir que el vestido se le cayera.
—Al ver mi cubertería de plata favorita se me fue la cabeza y creo que dejé que Virgil me convenciera de que sólo eran dudas prematrimoniales. En realidad quería creerle...
Cuando Nick terminó con la cremallera anunció:
—Ya está.
—Oh —ella lo contempló a través del espejo luego, rápidamente, bajó la mirada. Sus mejillas se pusieron al rojo vivo al preguntar—, ¿puedes desabrochar mi ah... ah, la prenda de abajo?
—¿El corsé?
—Sí, por favor.
—No soy una maldita doncella —protestó él, y levantó las manos otra vez para tirar de los enganches y los ojales. Mientras lidiaba con los diminutos corchetes, rozó con los nudillos las marcas rosadas que le arruinaban la piel. Ella se estremeció y un largo suspiro se le escapó desde lo más profundo de la garganta.
Nick miró hacia el espejo y detuvo las manos. La única vez que veía tal éxtasis en la cara de una mujer era cuando estaba profundamente enterrado en su cuerpo. Una rápida punzada de lujuria lo golpeó en el vientre. La reacción de su cuerpo ante la satisfacción que se reflejaba en los ojos y en los labios de Miley lo irritó.
—Oh, sí. —Ella respiró profundamente—. No puedes imaginarte lo bien que sienta esto. No había pensado llevar puesto este vestido más que una hora y han sido tres.
Su miembro podía responder a una mujer hermosa —de hecho, le preocuparía que no fuera así—, pero no pensaba hacer nada al respecto.
—Virgil es un viejo —dijo sin molestarse en disimular la irritación de su voz—. ¿Cómo demonios esperabas que te sacara de aquí?
—Eso ha sido cruel —susurró.
—No esperes amabilidad de mi parte, Miley —le advirtió, tirando con brusquedad del resto de los enganches—. O te llevarás una decepción.
Ella lo miró y se dejó caer el pelo por los hombros.
—Creo que podrías ser simpático si quisieras.
—Claro —dijo, moviendo las yemas de sus dedos para rozarle las marcas que tenía en la espalda, pero antes de que pudiera aliviar su piel con la caricia dejó caer la mano—. Si quisiera —dijo, y se fue de la habitación cerrando la puerta tras él.
Cuando llegó al salón, sintió inmediatamente la mirada especulativa de Ernie. Nick tomó la cerveza de la mesa, se sentó en el sofá que había delante del viejo orejero de su abuelo y esperó a que Ernie comenzara a lanzar sus preguntas. No tuvo que esperar demasiado.
—¿Dónde la recogiste?
—Es una larga historia —contestó, luego explicó la situación sin dejarse nada en el tintero.
—Dios mío, ¿has perdido el juicio? —Ernie se inclinó hacia delante sobre el borde del asiento y le dijo—: ¿Qué crees que va a hacer Virgil? Por lo que me has dicho, ese hombre no es exactamente un dechado de misericordia y prácticamente le has robado a la novia.
—No se la robé. —Nick puso los pies sobre la mesita de café y se hundió más en los cojines—. Ella ya lo había dejado.
—Sí. —Ernie cruzó los brazos sobre el delgado pecho y miró ceñudo a Nick—. En el altar. Un hombre no es propenso a perdonar y olvidar una cosa como ésa.
Nick apoyó los codos sobre los muslos y se llevó la botella a los labios.
—No se enterará —dijo antes de dar un largo trago.
—Espero que no. Hemos trabajado muy duro para llegar tan lejos —le recordó a su nieto.
—Lo sé —dijo, aunque no necesitaba que se lo recordara. Le debía todo lo que era a su abuelo. Después de que su padre muriera, su madre y él se habían trasladado a vivir a la casa de al lado de Ernie. Cada invierno Ernie había llenado su patio trasero de agua para que Nick tuviera un sitio donde patinar. Había sido Ernie quien había practicado con Nick sobre ese hielo helado hasta que ambos acababan congelados hasta los huesos y quien le había enseñado a jugar al hockey, llevándolo a los partidos y quedándose para animarle. Fue su abuelo quien los mantuvo unidos cuando las cosas iban realmente mal.
—¿Vas a «hacerlo» con ella?
Nick miró la cara arrugada de su abuelo.
—¿Qué?
—¿No es así como lo dicen los jóvenes ahora?
—Jesús, Ernie —dijo Nick, aunque en realidad no estaba escandalizado—. No, no voy a «hacerlo» con ella.
—Sin duda alguna, eso espero. —Cruzó su calloso y agrietado pie sobre el otro—. Pero si Virgil se entera de que está aquí, pensará que lo has hecho de todas maneras.
—No es mi tipo.
—Claro que lo es —discutió Ernie—. Me recuerda a esa artista de striptease con la que saliste hace poco, Cocoa LaDude.
Nick echó un vistazo al pasillo, agradeciendo que Miley aún no hubiera aparecido.
—Su nombre era Cocoa LaDuke, y no salí con ella. —Volvió la mirada hacia su abuelo y frunció el ceño. Si bien Ernie nunca se lo había dicho, Nick tenía el presentimiento de que su abuelo no aprobaba su estilo de vida—. No esperaba encontrarte aquí —dijo, cambiando de tema a propósito.
—¿Dónde querías que estuviera?
—En casa.
—Mañana es día seis.
Nick volvió la mirada a la enorme ventana que daba al océano. Observó cómo se hinchaban las olas para después replegarse sobre sí mismas.
—No necesito que me des la mano.
—Lo sé, pero pensé que te gustaría tomar una cerveza con un amigo.
Nick cerró los ojos.
—No quiero hablar de Linda.
—No tenemos que hacerlo. Tu madre está preocupada por ti. Deberías llamarla más a menudo.
Nick rascó ligeramente con el pulgar la etiqueta de la botella de cerveza.
—Bien, lo haré —convino, aunque supo que no lo haría. Su madre solía portarse como una bruja con él sobre el tema del alcohol; lo machacaría con que llevaba una vida autodestructiva. Sabía que tenía razón, pero no necesitaba que se lo recordaran—. Cuando pasé por el pueblo, vi a Dickie Marks saliendo de tu bar favorito —dijo, cambiando otra vez de tema.
—Estuve antes con él. —Ernie se levantó lentamente de la silla. Sus torpes movimientos le recordaron a Nick que su abuelo tenía setenta y un años—. Vamos a salir a pescar por la mañana. Deberías madrugar y venir con nosotros. —Varios años antes, Nick habría sido el primero en subirse en el bote, pero ahora normalmente se despertaba con un agudo dolor de cabeza. Levantarse antes del amanecer para congelarse el **** no le atraía en absoluto.
—Lo pensaré —contestó, sabiendo que no lo haría.
sábado, 3 de mayo de 2014
Simplemente Irresistible - Cap: 3
—Tengo unos tíos abuelos que viven en Duncanville, pero Lolly no puede viajar por el lumbago y el tío Clyde tuvo que quedarse en casa para encargarse de ella.
Nick hizo un gesto de fastidio con la boca.
—¿Dónde viven tus padres?
—Me crió mi abuela, pero murió hace varios años —contestó Miley, esperando que no indagase acerca del padre que nunca había conocido o la madre a la que sólo había visto una vez en el entierro de su abuela.
—¿Amigos?
—Mi única amiga está en casa de Virgil. —Sólo con pensar en Sissy comenzaba a palpitarle el corazón. Su amiga se había encargado de que todas las damas de honor vistieran con el mismo tono color lavanda. Los vestidos a juego parecían ahora algo tonto y trivial.
Él frunció los labios.
—Naturalmente. —Le retiró las grandes manos de la cintura y se pasó los dedos por el pelo—. Me da la impresión de que no tienes un plan demasiado firme.
No, no tenía un plan, ni firme ni de ninguna otra manera. Había cogido el neceser de maquillaje y había salido de casa de Virgil sin pensar a dónde iría o cómo llegar.
—Bueno, demonios. —Él dejó caer las manos y miró a la carretera—. Podrías pensar en algo.
Miley tuvo el horrible presentimiento de que si no ideaba algo en los siguientes dos minutos, Nick volvería al coche y la dejaría plantada allí mismo. Y lo necesitaba, al menos durante unos días, hasta que resolviese qué iba a hacer, así que recurrió a lo que siempre le había funcionado. Le colocó una mano en el brazo y se recostó un poco sobre él, lo justo para hacerle pensar que estaba abierta a cualquier sugerencia que se le ocurriera.
—Tal vez podrías ayudarme tú —dijo con su voz más húmeda y suave, luego lo completó con una sonrisa tipo «tú-eres-un-machote-y-yo-una-dama-indefensa». Miley podía ser un fracaso en todo lo demás, pero era una coqueta consumada y una autentica bomba de relojería cuando se trataba de manipular a los hombres. Bajando las pestañas modestamente, lo miró con sus bellos ojos. Curvó los labios en una sonrisa seductora que prometía algo que no tenía intención de cumplir. Le deslizó las palmas de las manos por los duros brazos en un gesto que parecía una caricia, pero que en realidad era una maniobra táctica para defenderse de las manos rápidas. Miley odiaba que los hombres le sobaran los senos.
—Eres tentadora —dijo él, colocándole un dedo bajo la barbilla para obligarla a mirarlo—, pero no vales un precio tan alto.
—¿Un precio tan alto? —Una brisa fresca le agitó los rizos, rozándole la cara—. ¿Qué quieres decir?
—Eh... —comenzó, luego recorrió con la mirada los senos que presionaban contra su torso—, quiero decir que tú quieres algo de mí y estás dispuesta a usar tu cuerpo para obtenerlo. Me gusta el sexo tanto como a cualquier hombre, pero, cariño, no vales mi carrera.
Miley lo empujó y se apartó el pelo de los ojos. Había tenido varias relaciones íntimas en su vida y, según ella, el sexo estaba muy sobrevalorado. Los hombres parecían gozar de él, pero para ella sólo era algo demasiado embarazoso. Lo único bueno que podía decir de ello era que no duraba más de tres minutos. Levantó la barbilla y lo miró como si la hubiera lastimado e insultado.
—Estás equivocado. No soy esa clase de chica.
—Ya veo. —La volvió a mirar como si supiera exactamente qué tipo de chica era—. Eres sólo una coqueta.
«Coqueta» era una palabra fea. Ella se consideraba más bien una actriz.
—¿Por qué no cortas el rollo y me dices lo que quieres?
—De acuerdo —dijo ella, cambiando de táctica—. Necesito un poco de ayuda, y necesito un lugar donde quedarme unos días.
—Escucha —suspiró él, cambiando el peso de un pie a otro—. No soy el tipo de hombre que andas buscando. No puedo ayudarte.
—Entonces, ¿por qué me dijiste que lo harías?
Él entrecerró los ojos, pero no contestó.
—Sólo unos días —imploró, desesperada. Necesitaba tiempo para pensar qué hacer en ese momento en el que su vida se estaba yendo al garete—. No seré un problema.
—Lo dudo mucho —se mofó.
—Tengo que llamar a mi tía.
—¿Dónde está tu tía?
—Allá por McKinney —contestó con sinceridad, aunque en realidad no deseaba contactar con Lolly. Su tía había estado más que satisfecha con la elección de marido que había hecho Miley. Además, aunque Lolly nunca había sido tan descarada como para pedírselo directamente, Miley sospechaba que su tía esperaba conseguir con aquel matrimonio una serie de regalos caros como una televisión de pantalla gigante y una cama articulada.
La dura mirada de Nickla inmovilizó durante un largo momento.
—Jod/er, entra —dijo, y rodeó el coche—. Pero tan pronto como te pongas en contacto con tu tía te llevo al aeropuerto o a la estación de autobuses o a donde demonios quiera que vayas.
A pesar de que no era ni mucho menos una oferta entusiasta, Miley no desaprovechó la oportunidad. Se subió al coche y cerró de un portazo.
Nick encendió el motor, dio un volantazo al Corvette y el coche volvió a la carretera. El sonido de las ruedas sobre el asfalto llenó el incómodo silencio entre ellos, al menos fue incómodo para Miley. A Nick no parecía molestarlo en absoluto.
Durante años había asistido a la «Escuela de Ballet, Claque y Modales de la señorita Virdie Marshall». Aunque nunca había sido la alumna más brillante, había destacado más que las demás por su habilidad para cautivar a cualquiera, donde fuera y en cualquier momento. Pero ahora tenía un pequeño problema. A Nick parecía no gustarle, lo que la dejaba perpleja porque ella siempre gustaba a los hombres. Si bien no había podido dejar de notar que él no era un caballero. Blasfemaba con una frecuencia que rayaba lo obsceno y ni siquiera se disculpaba después. Los hombres sureños que conocía maldecían, por supuesto, pero normalmente pedían perdón luego. Nick no parecía el tipo de hombre que pidiera perdón por nada.
Lo observó de perfil e intentó ubicar al «encantador» Nick Jonas.
—¿Eres de Seattle? —preguntó, decidida a que babeara por ella cuando alcanzasen su destino. Le simplificaría muchísimo las cosas porque, aunque parecía no haberse dado cuenta, le acababa de ofrecer un lugar donde quedarse algún tiempo.
—No.
—¿De dónde eres?
—De Saskatoon.
—¿De dónde?
—De Canadá.
El pelo le golpeó la cara, y ella se lo recogió con la mano y lo sujetó a un lado del cuello.
—Nunca he estado en Canadá.
Él no hizo comentarios.
—¿Cuánto tiempo llevas jugando al hockey? —preguntó, esperando tener una ligera y agradable conversación aunque fuera con sacacorchos.
—Toda mi vida.
—¿Cuánto tiempo llevas jugando en los Chinooks?
Él cogió las gafas de sol del salpicadero y se las puso.
—Un año.
—He visto jugar a los Stars —dijo, refiriéndose al equipo de hockey de Dallas.
—Un grupo de asnos mar/icas —masculló él, al tiempo que se desabrochaba el puño derecho de la camisa blanca para arremangársela hasta el codo.
No era una conversación exactamente agradable, decidió ella.
—¿Fuiste a la universidad?
—No en serio.
Miley no tenía ni idea de lo que quería decir con eso.
—Yo fui a la Universidad de Texas —mintió en un esfuerzo para impresionarle y gustarle.
Él bostezó.
—Estaba en la Hermandad Kappa —siguió mintiendo.
—¿Sí? ¿De veras?
Sin arredrarse ante su «nada-entusiasta-respuesta», ella continuó:
—¿Estás casado?
Clavó los ojos en ella a través de las gafas de sol, dejando claro de que había tratado a la ligera un asunto espinoso.
—¿Qué eres, una reportera del National Enquirer?
—No. Es que tengo curiosidad. Como pasaremos algún tiempo juntos, pensé que sería bueno tener una charla amistosa para llegar a conocernos.
Nick devolvió su atención a la carretera y comenzó a arremangarse la otra manga.
—Yo no charlo.
Miley tiró del dobladillo del vestido.
—¿Puedo preguntar adónde vamos?
—Tengo una casa en la playa de Copalis. Puedes ponerte en contacto con tu tía desde allí.
—¿Está cerca de Seattle? —Se inclinó hacia un lado y continuó dándole tirones al dobladillo del vestido.
—No. En caso de que no te hayas dado cuenta, vamos hacia el oeste.
El pánico la invadió mientras se alejaban un poco más de cualquier sitio remotamente familiar.
—¡Caramba!, ¿cómo iba a saberlo?
—Pues porque tenemos el sol detrás.
Miley no se había fijado y, aunque lo hubiera hecho, no se le habría ocurrido averiguar la dirección mirando al sol. Siempre confundía eso de «norte-sur-este-oeste».
—¿Supongo que tienes teléfono en la casa de la playa?
—Por supuesto.
Tendría que poner una conferencia a Dallas. Tenía que llamar a Lolly y a los padres de Sissy y contarles lo que había sucedido para que pudieran ponerse en contacto con su hija. También tenía que llamar a Seattle y enterarse de cómo podía enviar el anillo de compromiso a Virgil. Clavó la mirada en la alianza con un diamante de cinco quilates de su mano izquierda y estuvo a punto de echarse a llorar. Le encantaba ese anillo, aunque sabía que no podía conservarlo. Puede que fuera una coqueta incorregible, pero tenía escrúpulos. Devolvería el diamante, pero no en ese momento. Tenía que calmarse antes de sufrir una crisis nerviosa.
—Nunca he estado en el océano Pacífico —dijo, sintiendo que el pánico disminuía un poco.
Él no hizo comentario alguno.
Miley siempre se había considerado la cita a ciegas perfecta porque podía hablar hasta del color del agua, especialmente cuando estaba nerviosa.
—Pero he ido al Golfo muchas veces —comenzó—. Cuando tenía doce años, mi abuela nos llevó a Sissy y a mí en su gran Lincoln. No sabes qué pasada. Ese coche debía pesar diez toneladas, pero era como si volara. Sissy y yo nos acabábamos de comprar unos bikinis realmente preciosos. El de ella parecía una bandera americana mientras que el mío estaba hecho de seda como los pañuelos. Nunca lo olvidaré. Fuimos hasta Dallas sólo para comprar ese bikini en J.C. Penney. Lo había visto en un catálogo y me moría por tenerlo. De cualquier manera, Sissy es una Miller por su lado materno y las mujeres Miller son conocidas a lo largo y ancho de Collin County por las caderas anchas y los tobillos de elefante, no son atractivas, pero son un encanto de familia. Una vez...
—¿A qué viene todo esto? —interrumpió Nick.
—Ahora lo verás —dijo, tratando de seguir siendo agradable.
—¿Pronto?
—Sólo quería saber si el agua de la costa de Washington está helada.
Nick sonrió y después la miró. Por primera vez, ella notó el hoyuelo de su mejilla derecha.
—Se te congelará por completo ese trasero sureño —dijo antes de bajar la mirada al salpicadero y coger un casete. Lo metió en el reproductor y el sonido de una armónica puso fin a cualquier intento de conversación.
Miley fijó la atención en el paisaje montañoso salpicado de abetos y alisos de tonos rojos, azules, amarillos, y, por supuesto, verdes. Hasta ese momento había conseguido evitar sus pensamientos que ahora la abrumaban, la asustaban y la paralizaban. Pero sin otra distracción se precipitaron sobre ella como una ola de calor en Texas. Pensó en su vida y lo que había hecho ese mismo día. Había dejado plantado a un hombre en el altar y, si bien el matrimonio habría sido un desastre, él no se lo merecía.
Todas sus pertenencias estaban en cuatro maletas en el Rolls Royce de Virgil, todo excepto el neceser que descansaba sobre el suelo del coche de Nick. Había llenado la pequeña maleta con cosas esenciales para la noche de bodas con Virgil.
Todo lo que tenía allí era una cartera con siete dólares y tres tarjetas de crédito sin fondos, una cantidad ingente de cosméticos, un cepillo de dientes y otro para el pelo, un peine, un bote de laca Aqua Net, seis pares de braguitas con sujetadores a juego, las píldoras anticonceptivas y una sonrisa.
Se había superado, incluso siendo Miley Howard.
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