martes, 12 de marzo de 2013

Secrets Of The Night - Cap: 9


Al leer aquello, Nick supo que su padre se había ido para siempre, y se le llenaron los ojos de lágrimas por primera y única vez.
No sabía qué habría hecho sin Alex en aquellos primeros meses de desesperación en los que luchó denodadamente por dar solidez a su posición con los accionistas y diversas juntas directivas.
Alex lo había guiado por entre los escollos, peleó a su lado por ganar cualquier ventaja, hizo todo lo que pudo para ayudarlo con Noelle y Mónica. Alex también había sufrido por la pérdida de su mejor amigo. Guy y él habían crecido juntos, eran casi como hermanos. Se quedó perplejo al ver que Guy realmente había dado la espalda a su familia por Renée Devlin y se había marchado sin siquiera despedirse.

En algunos aspectos, Mónica era ahora más fuerte que antes. No estaba tan necesitada emocionalmente, no dependía tanto de los demás. Había pedido perdón a Nick por su intento de suicidio y le había asegurado que jamás volvería a hacer nada tan est/úpido. Pero aunque estaba más fuerte, también estaba más distanciada, como si aquel paroxismo de dolor y aflicción hubiera consumido su exceso de emotividad y la hubiera dejado tranquila pero también distante. Había cobrado interés por el trabajo de su hermano y gradualmente se fue convirtiendo en una excelente ayudante, en quien uno se podía apoyar con plena confianza en su criterio y su capacidad, pero era casi tan solitaria como Noelle. Mónica sí que salía; era muy particular acerca de su aspecto físico, por lo que acudía regularmente a la peluquería y hacía un esfuerzo por vestir bien. Sin embargo, hacía años que no salía con ningún hombre. Al principio, Nick pensaba que se sentía avergonzada por su intento de suicidio y que iría relajándose a medida que desaparecieran las cicatrices. Pero no había sido así, y con el tiempo comprendió que no era la vergüenza lo que la recluía en casa.

Simplemente no la interesaba relacionarse con nadie. Lo hacía si se lo exigía el trabajo, pero en un nivel personal declinaba todas las invitaciones y rechazaba de plano las sugerencias que le planteaba Nick para que regresara a la escena social. Lo único que él podía hacer para aumentar su seguridad era demostrarle lo mucho que confiaba en ella para el trabajo y pagarle un buen sueldo para que tuviera una prueba tangible de lo que valía, además de una sensación de independencia.

Sin embargo, el año anterior, el nuevo sheriff Michael McFane había conseguido convencerla de que saliera con él. Desde entonces, Mónica lo veía con cierta regularidad. Nick se sintió tan aliviado que le entraron ganas de llorar. Quizá, sólo quizá, su hermana tuviera la oportunidad de llevar una vida normal, después de todo.
No, jamás olvidaría lo que los Devlin le habían hecho a su familia. Y con suerte, jamás volvería a ver a Miley Devlin.
Gracias. Aquélla había sido la única palabra que había pronunciado Miley, aparte de preguntar quién llamaba a la puerta. Se había mostrado tranquila y enigmática, lo observó con ligera diversión, con un aplomo que no disminuyó ante la amenaza de él. Aunque no había sido una amenaza, sino una promesa. Si no se hubiera ido sola, la habría acompañado por segunda vez fuera de la ciudad, y habría tenido que llamar al sheriff, porque si la tocaba él mismo perdería el control, y lo sabía.
Ahora era una mujer, no la niña que él recordaba. Siempre había sido distinta del resto de los Devlin, una criatura vidente del bosque que había crecido hasta convertirse en una tentación tan grande como su madre. Era obvio que algún pobre idi/ota lo había creído así, porque el hecho de que su apellido fuera ahora Hardy significaba que se había casado, pese a que no llevaba alianza. Se había fijado en sus manos, esbeltas, elegantes, bien cuidadas, y le hizo cierta gracia que no llevase un anillo de boda. Renée tampoco lo llevaba; le cortaba los vuelos. Estaba claro que su hija se sentía igual, por lo menos cuando viajaba sin el desconocido señor Hardy.
Parecía disfrutar de prosperidad; o sea que, como los gatos, había caído de pie. No se sorprendió. Las mujeres de los Devlin siempre habían tenido un talento especial para encontrar a alguien que las mantuviese. Su marido debía de ser uno de los buenos, pobre tonto. Le habría gustado saber con qué frecuencia dejaba a su marido en casa mientras ella se iba de correrías.

Y también le habría gustado saber por qué había regresado a Prescott. Allí no tenía nada, ni familia ni amigos. Los Devlin no habían tenido amigos, sólo víctimas. Tenía que saber que no iba a ser recibida con los brazos abiertos. Probablemente había creído que iba a poder dejarse caer por allí sin que nadie se diera cuenta, pero las gentes del lugar tenían muy buena memoria, y su parecido con su madre era demasiado acentuado. Reuben la había reconocido en cuanto se quitó las gafas de sol.

Bueno, qué más daba. Por segunda vez había librado a la ciudad de aquella plaga de los Devlin, y con mucho menos trabajo que doce años antes. Sólo deseó que la muchacha no hubiera venido, que no hubiera reavivado el potente recuerdo de su involuntaria reacción a ella, que no hubiera sustituido la imagen de niña que guardaba de ella por la imagen que tenía ahora de mujer. Deseó no haber oído su voz suave y tranquila decir aquel «gracias».

Miley condujo a velocidad constante por la carretera oscura sin permitirse parar aunque por dentro iba temblando como si fuera de gelatina. Se negaba a dejar que su reacción la dominase. Años atrás había descubierto de forma muy dura lo que Nick Rouillard pensaba de ella, y había aprendido a enfrentarse al dolor. No estaba dispuesta a permitir que volviera a hacerle daño ni a apabullarla. No le había quedado más remedio que marcharse del motel, porque había visto la implacable determinación que mostraban sus ojos y sabía que no estaba tirándose un farol cuando habló de echarla por la fuerza. ¿Por qué habría de reprimirse de hacerlo, cuando no había dudado un momento en echar a toda su familia? No obstante, su serena obediencia no significaba que él hubiera ganado.

La amenaza del sheriff no la asustó. Lo que la asustó y enfadó a la vez fue la intensidad de su propia reacción hacia Nick. Incluso después de todos aquellos años, después de lo que él le había hecho a su familia, era tan impotente como un perro de Paulov para impedir aquella reacción. Era como para volverse loca. No había reconstruido su vida para dejar ahora que Nick la redujera a la categoría de basura, de la que uno quiere verse libre lo antes posible.
Hacía mucho que había pasado la época en la que podían intimidarla. La niña silenciosa y vulnerable de antes había muerto en un verano caluroso, doce años atrás. Miley seguía siendo una persona bastante callada, pero había aprendido a sobrevivir, a utilizar su férrea voluntad y su determinación para obtener lo que quería de la vida. Incluso había adquirido suficiente seguridad en sí misma para dar rienda suelta a su temperamento de vez en cuando. Si Nick quería librarse de ella, había cometido un error al forzar la situación. Pronto descubriría que lo que parecía una retirada significaba sólo que estaba recolocando su posición para atacar desde otro ángulo.

No podía permitirle que la pisoteara de nuevo. No era sólo una cuestión de honor; todavía no había averiguado lo que le había sucedido a Guy. No podía olvidarse de ello, no podía dejarlo pasar.
Un plan comenzó a tomar forma en su ágil mente, y una sonrisa curvó sus labios mientras conducía el coche. Antes de que se diera cuenta, Nick se encontraría superado en táctica. Iba a trasladarse a Prescott, y no había nada en absoluto que él pudiera hacer para impedírselo, porque para cuando se enterase, ella ya estaría cómodamente instalada. Ya había pasado la hora de hacer frente a todos los viejos fantasmas, de cimentar el respeto por sí misma. Iba a dar prueba de su valía a la ciudad que la había despreciado, y entonces podría olvidarse del pasado.

Y también quería demostrarle a Nick que estaba equivocado acerca de ella desde el principio.
Lo deseaba con tanta intensidad que casi podía ya paladear el sabor dulce de la victoria. Debido a que ella lo había amado tan profundamente desde niña, a que él había sido el juez duro e implacable, el ejecutor, por así decirlo, la noche en que los expulsó a todos de la ciudad, había adquirido demasiado importancia en su mente. Pero no debía ser así, debería haber podido olvidarlo, pero aquéllos eran los hechos; no se consideraría otra cosa que basura hasta que Nick se viera obligado a admitir que ella era una persona decente, moral y triunfadora.
No sólo quería averiguar lo que le había ocurrido a Guy; a lo mejor la cosa había comenzado así, o tal vez se había ocultado la verdad a sí misma, pero ahora tenía ya la certeza.
Quería ir a casa.

******
–Sí, eso es. Quiero que todo se haga en nombre de la agencia. Gracias, señor Bible. Sabía que podía contar con usted. –La sonrisa de Miley se transmitió a través del teléfono como cierta calidez en la voz, algo que el señor Bible debió de captar, porque su respuesta la hizo reír en voz alta–. Más vale que tenga cuidado –bromeó–. Recuerde que conozco a su esposa.
Colgó el teléfono y su secretaria, Margot Stanley, la miró con tristeza.
–¿Esa vieja cabra estaba coqueteando contigo? –preguntó Margot.
–Naturalmente –dijo Miley de buen humor–. Siempre lo hace. Lo emociona creerse malvado, pero en realidad es un buenazo.
Margot soltó un resoplido.
–¿Un buenazo? Harley Bible tiene la bondad de una serpiente de cascabel. Afrontémoslo, tienes mano con los hombres.

Miley se abstuvo de soltar un resoplido poco femenino. Si Margot hubiera visto cómo Nick la echaba de la ciudad por segunda vez, no pensaría que tenía mano con los hombres.
–Me limito a ser amable con él, eso es todo. No es nada especial. Y no puede ser tan malo como tú dices, de lo contrario no seguiría en el negocio.
–Sigue en el negocio porque ese viejo cab/rón es un hombre de negocios muy inteligente –replicó Margot–. Posee un genio único para oler las mejores propiedades justo antes de que se conviertan en las mejores, y las compra por nada. La gente sólo acude a él porque es el que tiene las tierras que ellos quieren.
Miley sonrió de oreja a oreja.
–Como has dicho, es un hombre de negocios muy inteligente. Conmigo ha sido siempre de lo más amable.
Margot podría haberse abstenido de resoplar, pero ella no tenía esas inhibiciones.
–Jamás he visto a un hombre que no haya sido amable contigo. ¿Cuántas veces te han parado por correr demasiado al volante?
–¿En total?
–Bastará con este año pasado.
–Hum... Cuatro veces, creo. Pero eso no es raro; es que este último año he viajado mucho.
–Ya. ¿Y cuántas veces te han puesto una multa?
–Ninguna –admitió Miley, poniendo los ojos en blanco–. No es más que una coincidencia. Ni una sola vez he intentado salir del apuro negociando.
–No tienes necesidad de hacerlo, y a eso me refiero precisamente. El policía se acerca a tu coche, tú le enseñas el permiso de conducir y dices: «Lo siento, ya sé que iba como una bala», y él termina devolviéndote el carnet y diciéndote que no corras tanto, porque no le gustaría nada ver esa bonita cara destrozada en un accidente.
Miley rompió a reír, porque Margot iba con ella en el coche esa vez que la hicieron parar. El agente estatal de Texas en cuestión era un fornido caballero de la vieja escuela, con un poblado bigote gris y una forma de hablar arrastrando las palabras.
–Ésa ha sido la única vez que un policía me ha dicho algo de mi «bonita cara», fin de la cita.
–Pero lo pensaban todos. Admítelo. ¿Alguna vez te han puesto una multa por exceso de velocidad?
–Pues no. –Controló las ganas de reír. A Margot le habían puesto dos multas en los seis últimos meses, y ahora tenía que cumplir estrictamente con la velocidad permitida, con gran resentimiento, porque si le ponían una tercera multa le retirarían temporalmente el permiso de conducir.
–Puedes apostar a que ninguno de los policías que me pararon a mí me aconsejó que corriera menos para que no me destrozase esta «bonita cara» –masculló Margot–. No, señor, todos fueron de lo más formales. «Enséñeme el permiso de conducir, señora. Iba usted a sesenta y cinco millas por hora en una zona cuyo máximo es de cincuenta y cinco, señora. La fecha para presentar alegaciones será tal y tal, o bien puede enviar por correo el importe de la multa antes de tal y tal fecha y renunciar a su derecho de impugnar la denuncia.»
Parecía tan disgustada que Miley tuvo que desviar el rostro para evitar reírse delante de sus narices. A Margot no le parecía que sus dos multas tuvieran nada de gracioso.
–Jamás en la vida me habían puesto una multa –prosiguió Margot, con el ceño fruncido. Miley ya lo había oído muchas veces, de modo que casi era capaz de repetir lo mismo que iba diciendo su amiga–. Llevo media vida conduciendo sin que me hayan puesto nunca ni una multa de aparcamiento, y mira tú por dónde de repente todo empieza a salirme mal.
–Lo dices como si tuvieras multas para empapelar la pared.
–No te rías. Dos multas son algo bastante serio, y tres son una catástrofe. Voy a pasarme dos años renqueando a cincuenta y cinco millas por hora. ¿Sabes cómo destroza eso los planes de cualquiera? Tengo que levantarme antes y salir antes, vaya a donde vaya, ¡porque tardo muchísimo en llegar! –Parecía tan afectada que Miley dejó de contenerse y empezó a soltar una risita.
Margot era un encanto. Tenía treinta y seis años, estaba divorciada y no tenía en absoluto la intención de seguir estándolo. Miley no sabía lo que habría hecho sin ella. Cuando por fin reunió dinero suficiente para comprar la agencia, sabía llevar la parte del negocio que tenía que ver con los clientes, pero a pesar de su título en administración de empresas, había una diferencia enorme entre los libros de texto y la vida real. Margot había trabajado para J. B. Holladay, el antiguo dueño de Holladay Travel, y tuvo mucho gusto en realizar las mismas tareas para Miley. Su experiencia había sido de un valor incalculable; había evitado que Miley cometiera errores graves en cuestiones financieras.
Más que eso, Margot se había convertido en una amiga. Era una mujer alta y delgada, con cabello rubio teñido, y vestía de modo espectacular. No se andaba con rodeos al admitir que buscaba un marido nuevo –«Los hombres son un problema, querida, pero tienen algún que otro punto bueno, uno grande en particular»– y era tan afable al respecto que no tenía dificultades para conseguir citas. Su vida social habría dejado exhausta a la debutante más fuerte. Que ella dijera que Miley tenía mano con los hombres, cuando ésta rara vez salía con alguien y ella misma rara vez estaba en casa, era un tanto exagerado, en la opinión de Miley.
–No te rías –la amonestó Margot–. Uno de estos días te parará una mujer policía, y ahí se acabará tu suerte.
–Eso es precisamente, suerte.
–Claro. –Margot abandonó el tema y la miró con curiosidad–. Y bien, ¿qué es todo eso de una casa en la Luisiana olvidada de Dios?
–Prescott –corrigió Miley con una sonrisa–. Es una pequeña ciudad que hay al norte de Baton Rouge, casi junto a la frontera estatal con Mississipi.
Margot resopló de nuevo.
–Lo que yo he dicho, olvidada de Dios.
–Es mi hogar. Nací allí.
–No me digas. ¿Y lo reconoces así, en voz alta? –preguntó Margot con toda la incredulidad de una nativa de Dallas.
–Me vuelvo a mi casa –dijo Miley con suavidad–. Quiero vivir allí.

No era un paso que fuese a dar a la ligera; iba a regresar siendo plenamente consciente de que los Rouillard harían todo lo que pudieran para causarle problemas. Estaba situándose deliberadamente una vez más en la proximidad de Nick, y el peligro que ello suponía no la dejaba dormir por las noches. Además de intentar descubrir lo que le había sucedido a su padre, tenía muchos fantasmas a los que enfrentarse, y Nick era el mayor de todos. Él la había atormentado, de una manera o de otra, durante la mayor parte de su vida, y aún estaba atrapada en un insuperable, infantil torbellino de emociones en lo que a él se refería. En su mente Nick era omnipotente, más grande que la vida misma, con poder para destruirla o exaltarla, y el último encuentro que había tenido con él no había hecho nada para diluir aquella impresión. Necesitaba verlo como un hombre normal, tratarlo en pie de igualdad como una adulta en vez de una niña vulnerable y aterrorizada.
No quería que tuviera aquel poder sobre ella; quería vencerlo de una vez por todas.
–Ha sido por ese viaje que has hecho a Baton Rouge, ¿verdad? Te acercaste mucho y no pudiste soportarlo. –Margot no sabía lo que había ocurrido doce años antes, no sabía nada de la infancia de Miley, excepto que había vivido en un hogar de acogida y que quiso mucho a sus padres adoptivos. Miley jamás le había hablado del pasado de su familia.
–Supongo que es verdad lo que dicen de las raíces.
Margot se recostó en su silla.
–¿Vas a vender la agencia, o qué?
Miley, sorprendida, se la quedó mirando.
–¡Por supuesto que no!

3 comentarios:

  1. aww me encanto por fin subiste esta nove
    espero q la gias pronto

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  2. hahhaha maldita Miley por que dejas sus cosas tiradas para irse alla. ok ya siguela bitch

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