lunes, 25 de marzo de 2013

Secrets Of The Night - Cap: 13


–Lo está haciendo –dijo Margot con satisfacción, y Miley no pudo controlar un leve sobresalto cuando miró a su alrededor y vio que Nick estaba casi encima de ellas.
–Señoras –dijo, tomando la mano de Miley e inclinándose sobre ella con un gesto a la antigua que en él parecía completamente natural. La mirada atónita de Miley se clavó en la suya, y en la profundidad de aquellos ojos vio picardía, además de algo peligroso y ardiente, antes de que él se llevase a los labios los dedos de ella. Sus labios eran suaves y cálidos, muy cálidos. El corazón le golpeaba dolorosamente contra las costillas, e intentó retirar la mano, pero Nick se la apretó y ella notó cómo la punta de su lengua tocaba con delicadeza el sensible hueco que separaba los dos últimos dedos. Desconcertada, sufrió otro sobresalto, y advirtió en los ojos de Nick que éste se había dado cuenta de aquel pequeño movimiento que la delató.

Nick se irguió y soltó por fin su mano, y después se volvió hacia Margot para inclinarse sobre la mano que ella le había tendido con expresión deslumbrada, pero Miley se fijó en que no le besó los dedos. No importó. Margot no podría estar más alucinada si él le hubiera regalado diamantes. Se preguntó si ella no tendría en la cara aquella misma expresión débil y entregada, y se apresuró a bajar la vista para ocultarla, aunque por supuesto era demasiado tarde. Nick tenía demasiada experiencia para dejar pasar cualquier detalle. Sintió un hormigueo en los dedos y en la piel que él le había tocado con la lengua. Notaba aquel diminuto punto de humedad caliente y frío al mismo tiempo, y cerró la mano con fuerza para disipar la sensación. Le ardía el rostro. La acción de Nick había sido una sutil parodia sexual, una penetración de pega que su cuerpo reconoció y a la que reaccionó con una oleada de calor que le invadió la parte baja del cuerpo y una creciente humedad.
Sintió que los pezones se le endurecían y pugnaban contra el encaje del sujetador. ¡Maldito fuera!
–Nick Rouillard –murmuró él en dirección a Margot–. Miley y yo somos viejos conocidos.
Por lo menos no mintió diciendo que eran amigos, pensó Miley con la mirada fija mientras Margot se presentaba a su vez, y, para su horror, pedía a Nick que se uniera a ellas. Demasiado tarde, propinó a Margot una ligera patada de advertencia.
–Gracias –dijo Nick sonriendo a Margot con un encanto tal que ella no reaccionó en absoluto a la patada de Miley–. Pero estoy aquí por negocios y tengo que regresar a mi mesa. Sólo quería acercarme a hablar un momento con Miley. ¿Hace mucho que os conocéis?
–Cuatro años –contestó Margot, y añadió con orgullo–: Soy su directora de distrito.
Miley le propinó otra patada en el tobillo, esta vez más fuerte, y cuando Margot la miró con sorpresa le dirigió una furiosa mirada de advertencia.
–No me digas –dijo Nick, al parecer interesado. Su mirada se agudizó–. ¿En qué sector estás?

Tras haber captado por fin el mensaje, Margot lanzó a Miley una rápida mirada interrogante.
–Nada de tu nivel –dijo Miley con una sonrisa tan fría que él se encogió de hombros y comprendió que no iba a obtener más información.

Miley exhaló un suspiro de alivio, pero se puso en tensión otra vez cuando Nick se agachó en cuclillas junto a la mesa, un acto garboso y masculino que situó su rostro más a la altura del de ella.
Ahora le era más difícil ocultar su expresión que cuando él estaba de pie. Al tenerlo tan cerca, veía las insondables pupilas negras de sus ojos y cómo relampagueaban al mirarla a ella.
–Ojalá hubiera sabido que ibas a venir a Nueva Orleans, cariño. Podríamos haber hecho el viaje juntos.

Si Nick pensaba que se iba a desmoronar delante de Margot, estaba tristemente equivocado. Si pensaba que su encanto le había convertido el cerebro en papilla, también estaba equivocado.
Cuánto le hubiera gustado pasarle por las narices el hecho de que ella era una mujer de negocios de éxito, pero aquella semana la había hecho ser cautelosa con la información que daba de sí misma.

La respetabilidad no significaría nada para él ni para la ciudad de Prescott; hasta que –siempre que– pudiera probar que su madre no se había fugado con el padre de él, nada cambiaría su actitud. Alzó la barbilla, un signo seguro de mal genio, y dijo:
–Antes habría venido todo el camino andando que compartir un coche contigo.

Margot hizo un ruido de ahogamiento, pero Miley no perdió tiempo en mirarla, sino que mantuvo su mirada clavada en la de Nick, ambas enzarzadas en una batalla visual. Él sonrió como un bucanero que disfruta temerariamente de una reyerta.
–Pero podríamos habernos divertido mucho y haber compartido... los gastos.
–Siento que tengas problemas de dinero –replicó ella, encantadora–. A lo mejor tu acompañante te puede prestar algo si tú no tienes para pagar la habitación del hotel.
–No tengo que preocuparme por los gastos de alojamiento. –Su sonrisa se ensanchó–. El hotel es mío.

Maldito, pensó Miley. Tendría que averiguar cuál le pertenecía y cerciorarse de no llevar allí a ningún grupo de turistas.
–¿Por qué no cenamos juntos esta noche? –sugirió Nick–. Tenemos mucho de que hablar.
–No se me ocurre de qué. Gracias, pero no. –Tenía previsto regresar a Prescott aquella tarde, pero prefería que él creyera que rechazaba la invitación simplemente porque no deseaba su compañía.
–Iba a ser para bien tuyo –le dijo él, y a sus ojos regresó aquella mirada peligrosa.
–Dudo que sea para bien mío nada que sugiera un Rouillard.
–Aún no sabes cuáles son mis... sugerencias.
–Ni tengo intención de saberlo. Vuelve a tu mesa y déjame en paz.
–Tenía pensado hacer lo primero. –Se incorporó y pasó un largo dedo por la mejilla de Miley–. Pero por nada del mundo voy a hacer lo segundo. –Inclinó la cabeza en dirección a Margot y regresó despacio a su mesa.
Margot parpadeó con ojos solemnes.
–¿Quieres que lo examine a ver si tiene alguna herida? Desde luego, lo has atacado de lo lindo. ¿Qué demonios tiene este pedazo de tío de ojos negros para ponerte tan furiosa?

Miley buscó otra vez refugio en su vaso de agua y bebió lentamente hasta que logró controlar la expresión de su cara. Tras depositarlo en la mesa, dijo:
–Es una historia muy vieja. Él es un Capuleto y yo soy una Montesco.
–¿Una disputa entre familias? Vamos.
–Está intentando echarme de Prescott – dijo Miley escuetamente–. Si se enterara de lo de la agencia de viajes, es posible que pudiera causarnos problemas desbaratando algunos de los viajes que organizamos. Eso perjudicaría nuestra reputación, y perderíamos dinero. Ya lo has oído: Es dueño de un hotel de aquí. No sólo es inmensamente rico, con lo cual tiene dinero para sobornar a la gente para que haga lo que él quiere, sino que además posee contactos en el negocio. Yo no lo consideraría un enemigo pequeño en nada.
–Vaya. Esto parece serio. ¿Qué empezó esta disputa? ¿Alguna vez ha llegado a haber sangre de por medio?
–No lo sé. –Miley jugueteó con la cubertería, pues no quería mencionar su sospecha de que Guy había sido asesinado–. Mi madre era la amante de su padre. No hace falta decir que su familia odia a cualquiera que lleve el apellido Devlin. –Aquello serviría como explicación; no podía ponerse a contar la historia completa, no podía sacar a la luz sus recuerdos de aquella noche ni siquiera para un público comprensivo.
–¿Cómo has dicho que se llama ese pueblo? –quiso saber Margot–. ¿Prescott? ¿Estás segura de que no es Verona?

Las dos rompieron a reír, y en aquel momento se acercó el camarero para preguntarles qué les gustaría comer. Ambas eligieron el buffet libre, y pasaron al interior para escogerlo. Miley era plenamente consciente de una mirada oscura que seguía todos sus movimientos y deseó que Margot no se hubiera empeñado en comer en la terraza. Ella habría preferido estar a salvo de aquella mirada. Pero, claro, ¿quién habría pensado que Nick iba a estar aquel día en Nueva Orleáns, ni que en una ciudad del tamaño de aquélla iban a tropezar inmediatamente el uno con el otro? Cierto que la Terraza de las Dos Hermanas era un restaurante muy conocido, pero Nueva Orleáns estaba abarrotada de restaurantes conocidos.

Nick y su acompañante de negocios se fueron del restaurante no mucho después de que Miley y Margot regresaran a la mesa con los platos llenos. Al pasar se detuvo junto a Miley.
–Quiero hablar contigo de verdad –le dijo–. Ven a mi suite esta tarde a las seis. Estoy en el Beauville Courtyard.

Miley disimuló su consternación. El Beauville era un hotel mediano, encantador, de ambiente muy agradable, construido alrededor de un patio al aire libre. Había alojado en él a grupos y turistas sueltos muchas veces. Si el propietario era Nick, tendría que buscar otro hotel mediano y encantador que tuviera un ambiente agradable, porque no se atrevía a usar aquél otra vez.

Respondiendo a la orden que él le había dado, porque de eso se trataba, sacudió la cabeza en un gesto negativo.
–No, no pienso ir.
Los ojos de Nick relampaguearon.
–Entonces, tú sabrás lo que haces –repuso, y se fue.
–¿Que tú sabrás lo que haces? –se hizo eco Margot, indignada, contemplando las anchas espaldas de Nick–. ¿Qué demonios ha querido decir con eso? ¡No habrá sido una amenaza!
–Probablemente –dijo Miley al tiempo que se llevaba un bocado de pasta a la boca. Cerró los ojos con deleite–. Mmnn, prueba esto. Está delicioso.
–¿Te has vuelto loca? ¿Cómo puedes comer cuando ese machista acaba de amenazarte con... con hacer algo, supongo? –Frustrada, Margot pinchó con el tenedor y probó la ensalada de pasta–. Cierto, está muy bueno. Tienes razón, preocuparse por ése puede esperar hasta que terminemos de comer.
Miley rió con suavidad.
–Ya estoy acostumbrada a sus amenazas.
–¿Alguna vez las lleva a cabo?
–Siempre. Una cosa que tiene Nick es que siempre habla en serio, y no le da ningún miedo hablar en tono autoritario.
Margot dejó caer el tenedor en la mesa.
–¿Entonces qué vas a hacer?
–Nada. Al fin y al cabo, en realidad no me ha amenazado con nada concreto.
–Eso quiere decir que vas a tener que estar todo el tiempo en guardia.
–Ya lo estoy siempre, en lo que a él respecta.
Sintió una punzada de dolor al pronunciar aquellas palabras, y bajó la vista al plato para ocultarlo. Qué maravilloso sería sentirse segura y relajada con Nick, saber que podía confiar en que toda aquella implacable determinación, aquella intensidad vital, iba a ser utilizada en defensa de ella en vez de en contra. ¿Sabrían Noelle y Mónica lo afortunadas que eran de tener a alguien como él dispuesto a pelearse por ellas? Ella lo amaba, pero era su enemigo. En ningún momento podía permitirse el lujo de olvidarlo, de dejar que sus esperanzas nublaran su sentido común.

Deliberadamente, desvió la conversación hacia temas menos comprometidos, por ejemplo los pocos problemas que habían surgido del hecho de que ella se encontrara en Prescott en vez de Dallas. Sintió alivio de que dichos problemas fueran pocos y relativamente sin importancia. Ya había contado con tener alguna que otra dificultad, pero Margot era una buena gerente y se llevaba bien con los agentes de viajes de las demás sucursales. La única diferencia real era que ahora Margot era la que viajaba, en lugar de Miley, aunque hubiera ocasiones en las que se requería la presencia de esta última. En general, todo había salido bien. Decidieron que, ya que Miley estaba tan cerca de Baton Rouge y de Nueva Orleáns, seguiría supervisando aquellas dos sucursales, porque sería absurdo que Margot tuviera que hacer un viaje largo en coche o en avión para desplazarse hasta allí. Margot se sentía un tanto desilusionada porque le encantaba Nueva Orleáns, pero también era sumamente práctica, y el cambio fue sugerencia suya. Habría ocasiones en las que a Miley no le resultaría cómodo ir a ninguna de las dos ciudades, así que se contentaría con alguna visita esporádica.

Terminado el almuerzo, se separaron la una de la otra en el mismo restaurante, pues el hotel de Margot estaba en la dirección contraria de donde Miley había dejado el coche. Hacía incluso más calor que antes, con un bochorno que volvía denso el aire, difícil de respirar. El olor del río era más penetrante, y unas nubes negras pendían sobre el horizonte, promesa de una tormenta primaveral que aliviaría el calor durante un rato y después convertiría las calles en un baño de vapor. Miley apretó el paso, pues quería estar de camino a casa antes de que estallara la tormenta.

Al llegar a la altura de una entrada que conducía a una tienda desierta y a oscuras, sintió una mano fuerte que la agarraba del brazo por detrás y la arrastraba a la tienda. ¡Un atraco!, pensó, y de inmediato la invadió la furia, vehemente e irreflexiva. Le había costado mucho conseguir lo que tenía para renunciar a ello sin protestar, tal como aconsejaba la policía. De modo que en vez de eso lanzó el codo hacia atrás y sintió que se hundía en un vientre duro y provocaba un satisfactorio gruñido en su asaltante. Se dio la vuelta, echó hacia atrás el puño y tardó un instante en abrir la boca para chillar pidiendo socorro. Tuvo una impresión borrosa de la estatura y los hombros anchos del atracador, y acto seguido se vio empujada contra él y su grito quedó amortiguado contra un costoso traje italiano de color crema.
–Por Dios santo –dijo Nick con un deje de diversión en su voz grave–. Vaya con el gatito salvaje, si eres igual de salvaje en la cama, tiene que ser tremendo.

El desconcierto ante aquel comentario se mezcló con el alivio al comprender de quién se trataba, pero ninguna de las dos cosas diluyó su furia. Con la respiración agitada, le propinó un empujón en el pecho para zafarse de él.
–¡Maldito seas! ¡Creí que me estaban atracando!
Él arrugó la frente.
–¿Y empiezas por ponerte a dar golpes con ese codito puntiagudo? –preguntó él con incredulidad, frotándose el estómago–. ¿Y si yo fuera efectivamente un atracador y tuviera una navaja o una pistola? ¿No sabes que debes entregar el bolso antes de correr el riesgo de que te hagan daño?
–Y una mie/rda –barbotó Miley, retirándose el pelo de la cara.
El semblante de JNick se distendió, y rompió a reír.
–No, me parece que no harías algo así. –Alzó una mano y le apartó un mechón rebelde por detrás de la oreja–. Lo tuyo es atacar primero y pensar después, ¿verdad?

Miley desvió la cara de su mano.
–¿Por qué me has agarrado así?
–Te he seguido desde que saliste del restaurante, y se me ocurrió que éste era tan buen sitio como cualquier otro para nuestra pequeña charla. En realidad, deberías prestar más atención a quien tienes detrás.
–Ahórrate el sermón, si no te importa. –Miró el cielo–. Quiero llegar a mi coche antes de que estalle la tormenta.
–Si no quieres hablar aquí, podemos ir a mi hotel, o al tuyo.
–No. No pienso ir contigo a ninguna parte. –Sobre todo a una habitación de hotel. Él seguía haciendo aquellas insinuaciones con connotaciones sexuales que la alarmaban. No confiaba en sus motivos, y tampoco confiaba en sí misma a la hora de resistirse. Teniéndolo todo en cuenta, lo mejor era permanecer lo más lejos posible de él.
–Entonces, aquí.

Nick la miró, tan próximo a ella en aquel estrecho espacio del portal que los senos de Miley casi le rozaban el traje. Cuando la atrajo hacia sí para amortiguar sus gritos, los notó, firmes, redondos y atrayentes. Deseó verlos, tocarlos, saborearlos. Tenía tal conciencia física de ella que era como si estuviera en medio de un campo eléctrico, con el aire crepitando y siseando alrededor de los dos, haciendo saltar chispas. Luchar con ella resultaba más emocionante que hacer el amor con otras mujeres. Quizá de niña fuera tímida como un cervatillo, pero había crecido y se había convertido en una mujer que no tenía miedo de la cólera, ni de la suya ni de la de nadie.
–Voy a comprarte la casa –dijo bruscamente, recordándose a si mismo por qué quería hablar con ella–. Te daré el doble de lo que te ha costado.
Los ojos verdes de Miley se entrecerraron, lo cual los hizo parecer más gatunos.
–No es una buena decisión de negocios –le dijo en tono ligero, pero con furia latente y cercana a aflorar a la superficie.
Él se encogió de hombros.
–Puedo permitírmelo. ¿Puedes permitirte tú rechazar la oferta?
–Sí –contestó Miley, y sonrió.

La satisfacción que mostraba aquella sonrisa estuvo a punto de hacerlo reír de nuevo. Así que había logrado llegar a ser algo en la vida, ¿eh? Más de lo que parecía al principio; si contaba con una directora de distrito, era evidente que tenía más empleados, en varios lugares. Involuntariamente, sintió el pecho hincharse de orgullo por lo que ella había conseguido. Él sabía muy bien lo poco que poseía cuando echó de la ciudad a los Devlin, porque había presenciado cómo recogía frenéticamente sus cosas de entre la suciedad. La mayoría de la gente contaba con un sistema de respaldo formado por la familia y los amigos, y por algunos ahorros; Miley no tenía nada, lo cual daba más mérito a sus logros. Si hubiera contado con los activos que poseía él, pensó Nick, ahora sería la propietaria del estado entero. No sería fácil librarse de una mujer con aquel coraje.

Sintió la lujuria retorcerle y contraerle las entrañas, jamás se había sentido atraído por mujeres frágiles y desvalidas que necesitaban protección; ya tenía bastante con las de su familia. Pero en Miley no había nada de frágil.

Estudió su rostro, y vio en él tanto los parecidos con Renée como las diferencias. Miley tenía la boca más grande, más móvil, los labios rojos y lozanos, aterciopelados como pétalos de rosa. Su cutis era perfecto, con una textura de porcelana que dejaba ver la huella de una caricia, de un beso. Se le pasó por la cabeza dejar en él la marca de su boca, de besarle todo el cuerpo hasta llegar a los suaves pliegues de entre las piernas, pliegues que protegían lugares aún más tiernos. Aquella imagen le provocó una erección plena y dolorosa. Allí de pie, tan cerca de ella, percibió el aroma dulce y delicioso de su piel, y se preguntó si aquel dulzor sería más intenso entre sus piernas. Siempre le había encantado cómo olían las mujeres, pero el aroma de Miley era tan incitante que todos los músculos de su cuerpo se contrajeron de deseo y le hacían difícil pensar en otra cosa.

Sabía que no debía hacerlo, incluso cuando fue a tocarla. Lo último que quería era seguir el ejemplo de su padre; aún no lograba pensar en la huida de su padre sin sentir el dolor y la rabia, la traición, tan reciente como si acabara de suceder. No quería hacer daño a Noelle ni a Mónica, no quería revivir aquel viejo escándalo.

Había un centenar de razones, todas buenas, por las que no debía desear tener en sus brazos a Miley Devlin, pero en aquel instante no le importaba lo más mínimo ninguna de ellas. Sus manos se cerraron alrededor de la cintura de Miley, y la sensación de su cuerpo, suave y cálido, tan vibrante que sentía un hormigueo en las palmas allí donde la tocaba, se le subió a la cabeza igual que un potente vino. Vio que los ojos de ella se agrandaban y que se le dilataban las pupilas hasta dejar ver tan sólo un delgado aro de verde. Miley alzó las manos y las apoyó en su pecho, cubriéndole las tetillas, y un estremecimiento le recorrió toda la piel. 

Inexorablemente, su mirada se clavó en la boca de ella, y empezó a acercarse hasta que el esbelto cuerpo de Miley estuvo apoyado contra el suyo. Notó cómo enroscaba las piernas a las suyas, cómo sus pechos firmes se le pegaban al estómago, cómo aquellos labios llenos y suaves se abrían al tiempo que, perpleja, inhalaba una bocanada de aire. Entonces la alzó de puntillas e inclinó la cabeza para saciar aquella hambre.

Sus labios también tenían el tacto de pétalos de rosa, suaves y aterciopelados. Giró la cabeza e incrementó la presión de su boca, obligándolos a abrirse igual que una flor a una orden suya. La sangre rugía en sus venas. La atrajo hacia sí con más fuerza, la rodeó con sus brazos y la sostuvo soldada a su cuerpo, dejando que notase la hinchada protuberancia de su erección contra la blandura de su vientre. Percibió su temblor, el movimiento convulsivo de sus caderas, que se arqueaban hacia él, y se sintió inundado de una sensación de masculino triunfo. Los brazos de Miley se deslizaron hasta sus hombros para entrelazarse alrededor de su cuello, y sus dientes se abrieron para permitirle un acceso más profundo. Un grave gruñido salió de su garganta al tiempo que se zambullía en la boca de Miley con su lengua. Notó un sabor dulce y picante, sazonado con el fuerte gusto del café que había tomado con el postre. La lengua de ella se enroscó alrededor de la suya en ardiente bienvenida, y succionó con delicadeza para retenerlo dentro de su boca.

Nick la empujó hacia atrás, contra la puerta cerrada y apuntalada con tablones. Oía las voces apagadas de la gente que pasaba por la acera detrás de ellos y el siniestro rugir de la tormenta, pero no significaban nada. Miley era fuego vivo en sus brazos, no luchaba contra el beso, sino que respondía con ardor a su contacto. Sus labios temblaban, lo asían, lo acariciaban. Nick quería más, lo quería todo. Lentamente tomó sus nalgas en las manos y la levantó para atraer sus caderas hacia dentro de modo que su erección quedase apoyada en la suave hendidura de entre sus piernas. La frotó adelante y atrás contra él, gimiendo en voz alta por el placer de aquella presión exquisita.

La lluvia empezó a repiquetear contra la calle, señal de la llegada de la tormenta, y se produjo una explosión de movimiento entre la gente que corría para ponerse a cubierto. El retumbar de un trueno lo hizo levantar la cabeza y mirar alrededor, un poco irritado por aquella intrusión en la bruma sensual que nublaba su mente.

Ya fuera el trueno o su propia reacción al mismo lo que rompió el hechizo en Miley, ésta se puso rígida de pronto en sus brazos y empezó a empujar para desasirse. Nick captó una imagen fugaz de su rostro enfurecido y la dejó enseguida en el suelo, la soltó y dio un paso atrás antes de que ella se pusiera a chillar como una descosida.

Miley se zafó y salió a la acera, donde la lluvia la empapó de inmediato, y se volvió para mirarlo. Tenía los ojos amarillentos y turbios.
–No vuelvas a tocarme –le dijo en tono áspero y grave.
Y acto seguido dio media vuelta y echó a andar lo más rápido que pudo, con la cabeza baja contra la lluvia que barría las calles igual que una cortina gris. Nick salió en pos de ella con la intención de arrastrarla hasta un lugar cubierto, pero se obligó a sí mismo a parar y regresar al portal. Si la seguía en aquel momento, Miley lucharía contra él como un gato salvaje. La observó hasta que dobló la esquina dos manzanas más abajo y desapareció de la vista. Para entonces ya casi iba corriendo... escapando. De él.
Por el momento.


1 comentario:

  1. wooow que capitulo
    pense que ya lo hacian
    tienes que seguirla o subir todos hasta que empiece la accion
    me encanto jeny

    ResponderEliminar