El fax estaba funcionando, por eso Miley no oyó el motor del coche que se acercaba a la entrada.
Cuando la puerta vibró con la llamada, se asomó por la ventana a mirar. No vio quién estaba de pie en el porche, pero sí vio el Jaguar gris aparcado detrás de su coche y dejó escapar un suspiro mientras, café en mano, pasaba al cuarto de estar para abrir la puerta. Apenas eran las ocho y media, demasiado temprano para tener que lidiar con Nick Rouillard.
Lo primero que advirtió al abrir la puerta fue que estaba furibundo.
La única vez que lo había visto en aquel estado fue el día en que fue a la chabola a decirles que Renée se había fugado, y de nuevo aquella noche cuando los echó a todos del pueblo. Al mirar la expresión fría y despiadada de aquellos ojos oscuros, relampagueó en su mente el recuerdo de aquella noche, y las duras imágenes la redujeron en un instante a la niña aterrorizada que era entonces. Se le heló la sangre y retrocedió un paso al tiempo que Nick penetraba en la casa dejando que la puerta se cerrara de un golpe.
Miley se sobresaltó al oír el ruido. Sus ojos, verdes y muy abiertos, estaban fijos en el rostro de Nick, como si no se atreviese a desviar la mirada.
–¿Qué diablos crees que estás haciendo? –le preguntó él muy suavemente, con una voz aterciopelada que resultaba tan cortante como el filo de una espada contra otra. Avanzó un paso más, amenazante, y Miley retrocedió otra vez. La taza de café le tembló en la mano.
A cada paso que él daba hacia delante, ella daba otro hacia atrás, una lenta danza que terminó cuando Miley chocó contra la pared y quedó presionando con las paletillas de la espalda contra la madera como si pudiera atravesarla por la fuerza. Nick sacó rápidamente los brazos antes de que ella pudiera deslizarse a un lado y plantó las palmas de las manos contra la pared, a ambos lados de los hombros de Miley, aprisionándola con la jaula que formaban su cuerpo y sus brazos. Se inclinó ligeramente; llevaba abiertos los dos botones superiores de la camisa y se le veía una cuña de piel cálida y olivácea decorada con un vello negro y rizado. El pulso le latía visiblemente en la base de la fuerte garganta, justo delante de los ojos de Miley. Ésta clavó la mirada en aquel movimiento rítmico, desesperada por tranquilizarse. No tenía catorce años. Nick no podía echarla de su propia casa.
–¿Y bien? –preguntó él, todavía en aquel peligroso tono ronroneante.
Sus gruesas muñecas le estaban estrujando los hombros desnudos bajo la blusa sin mangas; sentía su piel caliente contra la de ella. Sus hombros anchos y su poderoso pecho eran como un muro que tuviera delante, y su olor masculino, penetrante y almizclado hizo que sus fosas nasales aletearan automáticamente de placer. Aún sostenía la taza de café, a modo de escudo entre ellos, y entonces tragó saliva y consiguió decir:
–¿De qué estás hablando?
Él se inclinó todavía más, tanto que su estómago rozó los dedos de Miley.
–Estoy hablando de todas esas preguntas que has estado haciendo. Anoche me dijo Alex que estuviste en su oficina. Una cosa es hablar con Alex, que mantiene la boca cerrada, pero adivina a quién he visto esta mañana: a Ed Morgan. –A pesar de su tono calmado, Miley veía arder una fría cólera en sus ojos. Si él tuviera un ataque de ira, no estaría ni la mitad de nerviosa. Pero en aquel estado de ánimo era capaz de cualquier cosa, aunque, por extraño que pareciese, no le tenía miedo físico. No; si Nick le hiciera daño, sería un daño emocional. –Sólo voy a decírtelo una vez. –Pronunció aquella frase con toda precisión, acercándose aún más, hasta casi tocarle la nariz con la suya–. Deja de hacer preguntas sobre mi padre. Si te entrometes no harás más que provocar chismorreos y hacer daño otra vez a mi familia. Y si eso ocurre, Miley, sí que volveré a echarte de aquí, por el medio que sea necesario. Puedes estar segura de ello. Así que tenlo en cuenta, no quiero que por esa bonita boca salga ni siquiera en susurro el nombre de mi padre.
Los ojos verdes y muy abiertos de Miley miraron fijamente los de él, oscuros y gélidos, tan sólo separados por unos pocos centímetros. Ella alzó la barbilla y abrió la boca, que él consideraba bonita, para tirar al león de la cola deliberadamente, y pronunció dos palabras:
–Guy Rouillard.
Vio cómo las pupilas de Nick se dilataban de incredulidad, y luego cómo el hielo de sus ojos era engullido por el puro fuego. Tal vez no había sido prudente provocarlo, pero contemplar el resultado fue fascinante. Pareció ensancharse por la furia, su rostro se tiñó de un color oscuro, y si no hubiese llevado el pelo recogido hacia atrás, Miley. pensó que incluso quizá se le habría puesto de punta.
Dispuso de una fracción de segundo para disfrutar del espectáculo. Luego, Nick se movió con la misma velocidad de vértigo que la vez anterior y levantó las manos de la pared para cerrarlas con fuerza sobre los brazos de Miley, y le propinó una fuerte sacudida. A ella se le aflojó la mano que sostenía la olvidada taza de café, y notó cómo se le escapaba de entre los dedos. Lanzó una leve exclamación en el intento de retenerla, pero Nick estaba demasiado cerca y lo único que consiguió fue vertérsela encima, antes que dejar que el líquido humeante lo quemara a él. El café le empapó la falda y se la pegó al muslo antes de caer por fin a sus pies. Lanzó otra exclamación, esta vez de dolor.
La taza se estrelló contra el suelo y perdió el asa, pero el resto quedó intacto. Nick dio un salto hacia atrás y soltó automáticamente a Miley, que trataba frenéticamente de separar la tela mojada del muslo escocido.
Él la recorrió con la mirada y dijo:
–Mie/rda –en tono áspero. La agarró, la atrajo hacia sí y sus manos trabajaron durante unos instantes en la parte posterior de su cintura. La falda se aflojó y cayó a los pies de Miley. Él la levantó del suelo tomándola en sus brazos y ella, aturdida, se aferró de sus hombros mientras la habitación giraba a su alrededor.
–¿Qué estás haciendo? –exclamó alarmada mientras él la llevaba a toda prisa a la cocina. Estaba confusa por la impresión causada por el dolor, y él se movía demasiado rápido para poder entender nada. Y por debajo de todo ello, era muy consciente de que tenía las piernas desnudas por encima del brazo de Nick y de que sólo iba vestida con la blusa y unas bragas.
Nikc enganchó un pie en la pata de una silla, separó ésta de la mesa y acto seguido depositó a Miley con cuidado en ella. Se volvió hacia el fregadero, sacó varias toallas de papel, hizo un envoltorio con ellas y lo puso debajo del chorro de agua fría. Todavía goteaba cuando lo aplicó sobre el muslo enrojecido y escocido. Miley se estremeció al notar el frío. El agua corrió en reguerillos por la pierna hasta el asiento de la silla y le mojó la braga.
–Se me olvidó el café –musitó Nick. A decir verdad, ni siquiera se había fijado en él hasta que lo vio corriendo por la pierna de Miley–. Lo siento, Miley¿Tienes té? –Antes de que ella pudiera responder, ya estaba abriendo la puerta del frigorífico y sacando la jarra de té que era casi de rigor en todas las cocinas sureñas.
Abrió y cerró cajones de los armarios hasta dar con toallas limpias. Extrajo una, la introdujo en la jarra de té y después la sacó y la escurrió con cuidado para retirar el líquido sobrante. Miley observó divertida cómo él retiraba la bola de papel y la tiraba al fregadero para sustituirla por la toalla empapada en té. Si el agua le pareció fría, el té estaba helado. Miley respiró hondo y siseó mientras el líquido le corría por la pierna y formaba un charco debajo de su trasero.
–¿Te duele? –preguntó Nick, doblando una rodilla para pasarle la toalla por el muslo. Su voz sonaba tensa por la ansiedad.
–No –contestó ella con brusquedad–. Está frío, y me estás empapando el trasero.
Tenía el rostro de Nick a la altura del suyo. Al decir aquello, vio que la preocupación se borraba de su mirada y se relajaba la tensión de sus hombros. Nick agarró el respaldo de la silla con la mano izquierda y preguntó con humor irónico:
–¿Me he pasado?
Ella frunció los labios.
–Un pelín.
–Tienes la pierna colorada. Sé que te has quemado.
–Sólo un poco. Escuece un poquito, eso es todo. Dudo que se me formen ampo/llas. –Entrecerró los ojos para mirarlo, intentando ocultar la risa que le borboteaba en el pecho–. Agradezco tu preocupación, pero desde luego no estaba justificado que me quitaras la mitad de la ropa.
Nick le miró las piernas desnudas y el algodón blanco de la ropa interior apenas visible por debajo del borde de la blusa. Sintió un temblor que le recorría todo el cuerpo. Puso la mano derecha sobre el muslo apenas herido y acarició con la palma la elasticidad tranquila de aquella carne, fascinado por su textura de seda.
–Llevo mucho tiempo deseando mojarte las bragas –murmuró–, pero no con té.
La risa desapareció como si no hubiera existido nunca. La tensión nació entre ellos, tan densa que era casi palpable. Miley sintió que se le contraían las entrañas al oír aquello, notó un calor que le inundaba las ingles, un endurecimiento en los pechos. Experimentó el humedecimiento del deseo, y en sus labios tembló la tentación de pronunciar: «Ya lo has hecho», pero reprimió el impulso, pues sabía que declarar en voz alta aquella delatora reacción supondría traspasar una frontera que no se atrevía a cruzar. De Nick emanaba una tensión sexual semejante a un campo de fuerza, caliente y urgente. Sólo con que hiciera aquella confesión, lo tendría encima inmediatamente.
Sufría por la necesidad de tocarlo, de apretarse contra aquel cuerpo grande y duro como el acero, de abrir su propio cuerpo a él. Sólo el instinto de conservación la mantuvo silenciosa e inmóvil.
Nick se acercó de forma imperceptible, inhalando su aroma dulce y picante. La sangre le latía en las venas pulsante, potente. Se miraron en silencio el uno al otro, como dos adversarios enfrentados en una calle polvorienta. Deseaba bajarle las bragas y hundir la cara en su regazo, un impulso tan fuerte que se estremeció por el esfuerzo de resistirse a él, y se preguntó qué haría Miley si él se dejase llevar. ¿Se asustaría, lo empujaría para apartarlo... o abriría las piernas y le asiría el cabello con las manos?
Su mano se flexionó sobre el muslo de Miley, sus dedos presionaron la carne sedosa que se había calentado bajo su contacto. Vio cómo se dilataban sus pupilas y a continuación bajaba los párpados para inhalar aire, profunda y lentamente, un movimiento que le hizo fijarse en sus pechos.
Movió un poco la mano y agitó el pulgar adelante y atrás, cada vez un poco más arriba, más en dirección a la hendidura que se abría entre los muslos apretados. Quería tocarla. Se olvidó de Mónica, de Guy y de todo excepto el movimiento lento y ardiente de su dedo pulgar, cada vez más cerca de aquella carne de exquisita suavidad que aguardaba entre las piernas, tan débilmente protegida por la delgada capa de algodón. Deslizaría el dedo bajo el elástico y encontraría el surco de aquellos pliegues estrechamente cerrados. Luego lo arrastraría hacia arriba, abriéndola poco a poco, hasta encontrar el diminuto capullo que coronaba su sexo.
Si ella le permitiera tocarla, sería suya. La tomaría allí mismo.
Su dedo pulgar rozó la goma elástica. Miley se movió, le agarró la mano con la suya y la apartó del muslo.
–No –susurró.
La frustración lo invadió como una llamarada. Un sonido muy parecido a un rugido retumbó en su garganta mientras sus instintos físicos luchaban por imponerse a la razón. Ganó el cerebro, pero a duras penas. Estaba sudando, temblando por la necesidad de tomarla. Su erección pugnaba dolorosamente contra la limitación de los pantalones.
–No –volvió a decir Miley, como si el primer rechazo necesitara refuerzos, y quizá fuera así.
Nick giró la mano de modo que sus dedos se entrelazaron con los de ella.
–Entonces sostén mi mano un minuto.
Miley así lo hizo y se agarró de él, sintiendo cómo sus dedos se crispaban y flexionaban como si buscaran algo. La otra mano aferraba el respaldo de la silla, y los nudillos se veían blancos por la presión.
Al cabo de unos instantes de duración indefinida, el tiempo se congeló mientras las miradas de ambos se clavaban la una en la otra y el deseo flotaba en el ambiente. La terrible tensión de él empezó a desvanecerse. Hizo una mueca de dolor y cambió de postura, estirando la pierna. Liberó la mano para bajarla y hacer un ajuste, y el frunce de sus cejas se fue difuminando al ponerse más cómodo.
Miley carraspeó, insegura de qué decir, si había que decir algo.
Nick se puso en pie con rigidez. La gruesa protuberancia de sus pantalones era inconfundible, pero ya había recuperado el control. Tomó la toalla y la extendió sobre los muslos de Miley para no ver la tentación, aunque siguiera teniéndola cerca.
Al cabo de un minuto dijo en voz baja:
–¿Estás segura de estar bien?
–Sí. –Miley también habló en voz baja, como si un ruido excesivo fuera a hacer añicos el control de ambos y a lanzarlos por el precipicio que a duras penas ella había logrado evitar. Aquella sed no había sido de uno solo–. Es una quemadura sin importancia. Probablemente, mañana ni siquiera la notaré ya. –El escozor había desaparecido totalmente, mitigado por el té frío.
–Está bien. –Nick la miró y levantó una mano como si fuera a acariciarle el pelo, pero la dejó caer a un costado. No era seguro permitirse tocarla todavía–.
Bien, pues dime por qué has estado haciendo preguntas acerca de mi padre.
Miley lo miró, el fuego oscuro de su cabello cayéndole por la espalda. Quería decirle lo que sospechaba, que su padre estaba muerto, pero descubrió que la voz se le atascó en la garganta. No podía hacerlo. Tenía que creer que él no sabía nada de ello, que no había tenido nada que ver con la muerte de su padre, porque lo amaba y, si no fuera así, le rompería el corazón. Y porque lo amaba, no podía hacerle daño. Se había tirado encima a propósito la taza de café, para que él no se escaldase; ¿cómo iba a decirle ahora que el padre al que tanto amaba probablemente había muerto asesinado?
De modo que en lugar de eso le dijo algo que era verdad en el contenido pero una mentira en la intención, y murmuró:
–Él también forma parte de mi pasado. Casi no recuerdo cuando él no estaba presente, sin embargo, en realidad nunca lo conocí. Siempre era amable conmigo cuando nos veíamos, lo cual no sucedía muy a menudo, pero perdí a mi madre por culpa de él. ¿Crees que no tengo curiosidad por saber cómo era como persona? ¿Que no debería intentar atar los cabos sueltos, encontrar alguna lógica a lo que sucedió?
–Buena suerte –masculló Nick–. Yo creía que lo conocía mejor que nadie en el mundo, y todavía no le encuentro ninguna lógica. –Calló durante unos instantes–. Si tienes más preguntas que hacer sobre mi padre, házmelas a mí, porque lo he dicho en serio. No quiero ponerme a mal contigo, Miley, pero haré lo que sea necesario para proteger a mi familia. No lo olvides.
Ya que se había ofrecido... Pero no, no era el momento de prolongar aquel encuentro disparándole preguntas, estando ella medio desnuda y él como un cartucho de dinamita sexual, cebado y listo para explotar. Así que se limitó a mirarlo en silencio, y al cabo de unos instantes la boca de él se torció en una sonrisa.
–Así que no me prometes nada, ¿eh? Piénsalo, nena. No te pongas las cosas más difíciles de lo necesario. Tú sólo guarda silencio y compórtate.
–¿Cómo una niña buena?
–Como una mujer inteligente –corrigió Nick. Su mano se movió de nuevo hacia ella, y él de nuevo interrumpió el gesto. Miley tenía la sensación de que quería quedarse, continuar con lo que había empezado, pero ella lo había rechazado y él se estaba obligando a sí mismo a aceptar aquella decisión... por el momento. Cada vez que se vieran volverían a enzarzarse en otra batalla, y la tentación de rendirse sería mucho más fuerte precisamente por haberlo rechazado.
–Voy a marcharme –dijo Nick.
–Muy bien.
No se movió. Entonces dijo:
–No quiero marcharme.
–Vete de todos modos.
Él rió levemente.
–Eres una mujer dura, Miley Devlin.
–Hardy.
–A él no lo he conocido. Para mí no es real. ¿Lo amabas?
–Sí. –Pero no del modo en que te amo a ti, jamás.
Brillaron los ojos oscuros de Nick, y esta vez sí la tocó, tomándole la mejilla en la mano.
–Para mí siempre serás una Devlin, con ese pelo rojo y esos ojos de bruja. –Se inclinó y posó suavemente su boca sobre la de ella en un breve beso. Acto seguido se marchó, y cuando la puerta se cerró tras él, Miley se hundió en la silla con una expresión de alivio.
Se sentía igual que si una tormenta hubiera penetrado en aquella habitación y la hubiera arrojado por el suelo. Aún le retumbaba el corazón, y tenía los músculos como si fueran espaguetis cocidos. Aquellos precisos momentos habían sido de los más eróticos de toda su vida, y lo único que había hecho él era tocarla en la pierna. Si le hubiera hecho el amor de verdad, habría perdido completamente el control de sí misma. La asustaba la intensidad que él era capaz de provocar con una mirada, un breve contacto, incluso con el delicioso aroma almizclado de su masculinidad.
Para mí, tú siempre serás una Devlin.
No era precisamente la mejor de las recomendaciones. Sólo podía suponer que lo que había querido decir era que nunca podría olvidar su pasado, su herencia, que nada que ella hiciera haría cambiar la opinión que tenía.
Y yo te amaré siempre, le susurró mentalmente. Siempre.
Sólo un toque en la pierna, y estuvo a punto de correrse, pensó Nick con ironía. Dios, si de hecho hubiera entrado en ella, probablemente el corazón le habría explotado de tensión.
Le temblaban las manos sobre el volante, una reacción común si pasaba más de un minuto en compañía de Miley. Sería más fácil si ella no reaccionara como lo hacía; podía quedarse quieta, podía decir que no, pero seguía teniendo aquella mirada ardiente y lánguida en los ojos. Conocía todas las señales. La respiración que se volvía más profunda, los pechos que se redondeaban y se llenaban, los pezones que se endurecían. Aunque no la besó hasta aquel ligero contacto en los labios al marcharse, porque no pudo resistirse más al impulso, la boca de Miley estuvo roja e hinchada. Un delicado rubor brillaba por debajo de su piel traslúcida.
La deseaba. Tenía que obligarla a marcharse. La deseaba. Aquellas necesidades contrarias lo estaban volviendo loco.
No había aceptado dejar de hacer preguntas. No había discutido con él, pero estaba empezando a darse cuenta de que aquel silencio suyo enmascaraba una vena de terquedad tan grande como el Gran Cañón. Era posible que no peleara, pero estaba claro que se le resistía. De niña ya había sido demasiado a menudo vapuleada por la vida, cuando se encontraba desamparada para tomar decisiones propias. Ahora que podía decidir por sí misma, permitía que muy pocas cosas le impidieran hacerlo. Aquella tenacidad era probablemente la razón principal por la que, a la temprana edad de veintiséis años, ya tenía un negocio propio.
En aquellas circunstancias, no era probable que él lograra convencerla de que se marchase. Y como estaba claro que no podía confiar en su propio raciocinio para no acercarse a ella, previó que se le avecinaban días difíciles.
******
A Mónica le temblaban las manos cuando abrió la puerta de la oficina de Alex y sonrió a Andrea, pero se las arregló para mantener el tono de voz firme y alegre cuando dijo:
–Espero que esté Alex. He estado en la ciudad y me he acordado de que tenía que preguntarle una cosa.
–Es tu día de suerte –repuso Andrea, sonriente. Conocía a Mónica desde que era un bebé–. Ha llegado hará unos cinco minutos. Está lavándose las manos, pero saldrá en un minuto. Pasa y siéntate.
Lo de lavarse las manos era, por supuesto, una forma educada de decir que estaba en el cuarto de baño. Aquello era lo que diría su madre, pensó Mónica, si es que alguna vez aludía al cuarto de baño. A lo largo de treinta y dos años, no recordaba que su madre hubiera reconocido jamás la verdadera función del retrete. Las realidades físicas debían esconderse en la medida de lo posible, o ignorarse. Por mucho que lo intentara, Mónica no se imaginaba a su madre teniendo relaciones sexuales, aunque Nick y ella constituían una prueba de que las había tenido por lo menos dos veces.
Y en cuanto a ir a ver a un obstetra y a la indignidad de tener un niño... lo increíble era que su madre no se hubiera encerrado en el dormitorio para no dejar entrar a su padre después de que nació Nick, en vez de pasar otra vez por ello.
Mónica evitó el sofá de cuero y fue hasta la ventana para contemplar la plaza del palacio de justicia. Las flores de la primavera estaban dando paso rápidamente al denso y abundante follaje del verano. El tiempo avanzaba implacable, la tierra y las plantas repetían sus ciclos ajenas a los insignificantes seres humanos, tan atrapados en su propia grandeza que creían ejercer su efecto sobre todas las cosas.
Alex entró en la estancia sonriendo al verla.
–¿Qué te trae hoy por aquí? –Había cenado con ellos la noche anterior, de modo que cualquier asunto habría sido tratado entonces.
Mónica miró aquel rostro delgado y apuesto, los ojos grises y amables, y se le secó la garganta.
Llevaba una semana intentando reunir el valor suficiente para hablar con él. De hecho había conseguido llegar hasta su despacho, pero ahora le falló la voz.
Alex frunció el entrecejo al ver el sufrimiento en sus ojos oscuros.
–¿Qué ocurre, querida? –le preguntó con suavidad al tiempo que cerraba la puerta y se acercaba para cogerle la mano.
Ella respiró hondo. A veces tenía la impresión de estar loca, de que aquellos momentos que pasaba con Alex existían sólo en su imaginación. En los ojos de él no había nunca indicio alguno de ello, ni tampoco en su forma de actuar, cuando estaban juntos en situaciones normales.
Simplemente era Alex, el de siempre, un hombro robusto sobre el que llorar, que acudía en silencio para cargar con todo el peso que pudiera, hasta que ella y Nick fueron capaces de arreglárselas. En realidad era como si aquellos momentos furtivos los vivieran otras dos personas, papá y mamá, que se juntaban por medio de la carne de otros.
Aquél era Alex, se recordó a sí misma. No iba a marcharse. Su amor y su apoyo no dependían de si ella se acostaba con él o no. Para él había sido algo cómodo, eso era todo, una válvula de escape para sus sentimientos reprimidos. Aquello era lo que le decía la lógica. Sin embargo, emocionalmente estaba aterrada. Ya la había abandonado un padre, su amor por ella no era lo bastante fuerte para retenerlo en contraposición con el atractivo de fo/llarse a Renée Devlin. No podría soportar perder también a Alex.
Pero estaba Michael. El dulce, el sexy Michael. Si no aprovechaba la oportunidad ya, tal vez lo perdiera para siempre, y de tener que escoger entre los dos hombres, no había opción posible.
Michael era su corazón, la sangre misma que recorría su cuerpo.
–¿Mónica? –la instó Alex con sus ojos grises oscurecidos por la preocupación.
Ella tragó saliva. Tenía que decírselo. Cerró los ojos y lo soltó sin más.
–Voy a casarme con Michael McFane.
Se produjo un momento de silencio, durante el cual Mónica cerró los ojos con más fuerza, aguardando presa del pánico. Pero transcurrieron los segundos y Alex siguió sin decir nada, hasta que por fin la tensión se volvió tan aguda que no pudo soportarla durante más tiempo y abrió los ojos.
Él sonreía, con una expresión de afectuosa exasperación en el semblante.
–Felicidades –le dijo, y se echó a reír–. ¿Qué esperabas que dijera?
Mónica, estupefacta, se lo quedó mirando.
–Pues... no lo sé.
–Me alegro por ti, querida. Ni tú ni Nick habéis mostrado inclinación alguna por casaros, y eso me preocupaba. El sheriff es un hombre bueno y estable.
Ella se humedeció los labios.
–A mamá no le va a gustar.
Alex calló durante un momento, reflexivo.
–Es probable que no, pero no permitas que eso sea un obstáculo. Te mereces ser feliz, Mónica.
–No quiero molestarla.
–Hay algunas cosas a las que debe enfrentarse, y algunas cosas a las que no tiene por qué. En este caso, cásate con Michael y sé lo más feliz posible. Créeme, esto no va a molestarla ni la mitad que enterarse de lo de Miley Devlin.
¿Miley Devlin? Mónica parpadeó.
–¿Qué pasa con ella? –Dado que su madre ya sabía que Miley se había mudado a Prescott, la frase de Alex no tenía sentido.
–¿No te lo ha dicho Nick? –El abogado parecía sorprendido.
–Es evidente que no. ¿Qué tenía que decirme?
Alex suspiró.
–Ha estado haciendo preguntas por ahí... sobre Guy. Preguntas personales. Si nadie lo impide, empezará a revolverlo todo de nuevo, y eso hará daño a Noelle, mucho más que tu boda.
Mónica se sintió como si le hubieran propinado una bofetada. ¿Que Miley Devlin estaba haciendo preguntas sobre su padre? La sola idea le parecía un ultraje. ¿Es que no era suficiente que la pu/ta de su madre se lo hubiera llevado y ella no hubiera vuelto a verlo? Se puso roja de ira.
–¿Qué clase de preguntas ha estado haciendo? Dios santo, ¿qué se trae entre manos?
–Preguntas personales, qué tipo de persona era, cosas así. Ayer vino aquí porque había oído decir que yo era su mejor amigo. Una cosa es que hable conmigo, pero Nick ha descubierto esta mañana que ha estado molestando a Ed Morgan también.
–¿Ha preguntado por papá nada menos que a Ed Morgan? –exclamó Mónica–. ¡Ese hombre es el chismoso más grande de la ciudad!
–Ya se ha encargado Nick –dijo Alex en tono tranquilizador, y le acarició la mano–. Ya conoces a tu hermano. En diez segundos hizo que Ed se pusiera a tartamudear y recular.
Cuando Nick estaba furibundo realmente daba miedo, con aquella mirada fría y letal que ponía.
No se imaginaba a Ed Morgan soportándolo ni siquiera durante diez segundos. Aquella noticia la divirtió un momento, pero quedó desbancada por la indignación por la caradura de Miley Devlin.
–Comprendo que tenga curiosidad –dijo Alex–, pero, como le he dicho a Nick, podría ser desastroso que se enterara tu madre.
–¡Pues yo no comprendo esa curiosidad! –exclamó Mónica. Dios, qué poco había hecho falta para resucitarlo todo, la sensación de pérdida y de angustia, el dolor asfixiante. Sintió cómo la inundaba el odio. Se soltó la mano y se volvió de espaldas–. Nick ha cerrado la boca a Ed Morgan, pero, ¿qué va a hacer con Miley?
–No lo sé. –Alex sacudió la cabeza negativamente–. Ya sé que no estás de acuerdo, pero cuando se vino a vivir aquí yo opinaba que había que dejarla en paz. Lo que sucedió no fue culpa suya, y se merece el derecho de vivir donde quiera. Eso es algo a lo que debería haberse enfrentado Noelle y haberlo asimilado lo mejor posible. Esto es distinto. Esto es deliberado, y es algo de lo que sí es culpable.
–Nick se encargará de ello –dijo Mónica–. Tiene que hacerlo.
–No sé si podrá.
–¡Naturalmente que sí! Hay muchas cosas que puede hacer.
–Deja que lo explique de otra forma. No creo que pueda ser tan drástico con Miley, teniendo en cuenta lo que siente por ella. ¡Despierta, Mónica! –la reconvino–. Presta atención a tu hermano. Se siente atraído por ella. Esto no resulta nada fácil para él.
Mónica sintió que la sangre huía de su rostro y lo dejaba acorchado. ¿Que Nick se sentía atraído... por aquella mujer? No, Dios no podía ser tan cruel. No podía hacerla pasar de nuevo por aquella pesadilla.
Incapaz de decir nada más, se despidió de Alex con un gesto de la mano, sin poder hacer frente a la mirada de compasión que vio en sus ojos. Se apresuró a salir de su oficina, y hasta que alcanzó la calle no cayó en la cuenta de que no le había dicho que ya no iba a poder estar más con él.
Su madre se moriría si Nick se liara con la hija de Renée Devlin. Los chismorreos serían tan crueles que jamás podría volver a levantar la cabeza. Dejó escapar una ligera risa. ¡Y pensar que a ella le preocupaba lo que su madre opinase de Michael McFane!
wooow me encanto
ResponderEliminarun poco confuso
pero lo entendi
siguela!!!!
hahahha bitch, es raro que la hija se meta con el "novio" de su mama. Estupida Monica ¬¬ por que no deja a Miley en paz?? ok siguela
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