martes, 26 de marzo de 2013

Secrets Of The Night - Cap: 16


Pero, ¿qué pasaría con mamá si Alex dejase de ir por casa? Él la amaba, pero, ¿podría soportar verla, tan lejana para él, si no tuviera el alivio de fingir que le hacía el amor?
–Te quiero –le dijo ahora a Michael, con las lágrimas resbalando por sus mejillas–. Es que... jamás se me ha ocurrido que quisieras casarte conmigo.
–Tonta. –Le enjugó las lágrimas, y una sonrisa ladeada iluminó su rostro de niño grande–. Me ha hecho falta un año para reunir el valor necesario y atreverme a pedírtelo, eso es todo –dijo sonrojándose.
Ella consiguió sonreír a su vez.
–Espero que a mí no me haga falta tanto tiempo para reunir valor y decirte que sí.
–Te da miedo, ¿eh? –preguntó, riendo.
–Cualquier... cambio me resulta muy difícil.
Tragó saliva, aterrada ante la perspectiva y con miedo de hablar de Michael a su madre. Nick ya estaba enterado, por supuesto; no era ningún secreto que se estaban viendo, pero nadie sospechaba que llevaban un año acostándose. Pero como su madre nunca iba ya a la ciudad y tampoco tenía amigas que la visitaran, no sabía nada de lo que estaba ocurriendo. No iba a gustarle por dos razones. Primera, no le gustaría la idea de que Mónica se casara con nadie, porque eso significaría que su prístina hija se vería sujeta al asqueroso contacto de un hombre. Dos, no le gustaría sobre todo si ese hombre era Michael McFane. Los McFane nunca habían sido otra cosa que granjeros pobres, y desde luego no se encontraban en el mismo estrato social que los Grayson y los Rouillard. El hecho de que Michael fuera el sheriff no le hacía ganar puntos a sus ojos; se trataba solamente de un funcionario que ganaba un sueldo bueno pero nada espectacular.
Y tendría que contárselo a Alex.
–Todo irá bien –dijo Michael para reconfortarla–. Voy a empezar por reformar la casa. Deberá estar terminada en, pongamos, seis meses. Eso te dará tiempo suficiente para acostumbrarte a la idea, ¿no?
Mónica levantó la vista hacia aquel amado rostro y dijo:
–Sí.
Sí a todo. El corazón le latía con violencia. Se las arreglaría. Se lo diría a mamá y haría frente a su gélida desaprobación. A Alex le diría que ya no podía seguir viéndolo. Le iba a doler, pero lo entendería. No abandonaría a mamá, era absurdo pensar siquiera en ello. Tenía que ver las, cosas como una persona adulta, no como una niña asustada. Alex ya no era sólo un amigo porque ella le había permitido que le metiera su cosa; era el representante legal de Nick, y un amigo de la familia incluso ya antes de que naciera ella. Probablemente fuera sólo que había adquirido la costumbre de utilizarla. A lo mejor se alegraba de tener una excusa para dejar de hacerlo, a lo mejor se sentía tan culpable al respecto como se sentía ella.

Tenía que enderezar las cosas lo más posible. No podía fallar ni siquiera en lo más nimio, porque entonces se embrollaría todo. Ante ella se presentaba una vida normal, feliz, como el anillo dorado de un tiovivo, que podría ser suyo si lograba hacer lo correcto. La última vez, su sueño quedó destrozado por Renée Devlin...


Sus pensamientos sufrieron una sacudida. Aunque Michael la tenía abrazada eufóricamente, una cara surgió ante ella: ojos verdes y soñolientos, una boca sensual que volvía locos a los hombres. Renée seguía allí, en la forma de su hija.
Miley tenía que irse. Su madre sería mucho más feliz si Miley se marchara de la ciudad. Tal vez incluso la aprobase a ella, si fuera la que obligara a Miley a largarse. Y si también participara Michael...
Lo empujó con las manos en los hombros desnudos.
–Hay un problema.
Él la soltó con un suspiro de desilusión. La razón de aquella desilusión se movía nerviosa en su regazo.
–¿Cuál?
–Mi madre.
Michael suspiró otra vez.
–¿Piensas que no va a gustarle la idea de que te cases conmigo?
–No va a gustarle la idea de que me case con quien sea –replicó Mónica en tono arisco–. Tú no sabes... Va a enfadarse mucho.
Michael estaba perplejo.
–Por Dios, ¿por qué?
Mónica se mordió el labio, incómoda por airear los trapos sucios de su familia.
–Porque eso significa que dormiré contigo.
–Naturalmente que vamos a... Oh. –Esta vez era él el incómodo. Probablemente se acordaba de todo aquel chismorreo acerca del acuerdo que tenían mamá y papá–. Supongo que no le gustan esas cosas.
–Odia sólo pensar en ello. Y ahora que Miley Devlin ha vuelto a Prescott, ya está alterada. –Mónica lo iba llevando con cautela hacia donde quería que fuese–. Si Miley se fuera otra vez, mamá estaría de mucho mejor humor, pero yo no sé cómo hacerlo. Nick está intentando obligarla a marcharse, pero dice que no hay mucho que pueda hacer, que no es como antes.

Para su sorpresa, Michael se quedó quieto y una expresión grave oscureció su rostro. Había desaparecido la alegría de un momento atrás.
–Sé cómo se siente. Yo tampoco querría hacer nada para echar a esa muchacha de otra casa más.
Mónica retrocedió, molesta al ver que había respondido justamente lo contrario de lo que ella pretendía. Esperaba que lo hubiera entendido inmediatamente.
–¡Es una Devlin! No puedo mirarla a la cara sin sentir asco...
–Ella no hizo nada –señaló Michael en un tono razonable que hizo que le rechinaran los dientes–. Tuvimos problemas con todos los demás Devlin, pero con ella, no.
–Físicamente es exacta a su madre. Mamá estuvo a punto de desmayarse cuando se enteró de que uno de los Devlin había venido a vivir aquí.
–No existe ninguna ley que diga que no puede vivir donde se le antoje.
Como parecía costarle entender el meollo de la cuestión, Mónica decidió hablar sin rodeos.
–Tú podrías hacer algo al respecto, ¿no? Nick no está haciendo gran cosa, pero a ti se te podría ocurrir algún modo de obligarla a marcharse.

Pero Michael negó con la cabeza, y a Mónica se le encogió el estómago de decepción.
–Yo estuve allí la vez anterior –comenzó diciendo en un tono sobrio y con una expresión distante y sombría que oscurecía el azul de sus ojos–. Cuando los sacamos de aquella chabola en la que vivían. El resto de los Devlin no tenían para mí la más mínima importancia, estuvo bien librarse de ellos, pero Miley y el niño pequeño... bueno, ellos sufrieron, jamás olvidaré la expresión que tenía en la cara, apuesto a que Nick todavía piensa en ello también. Es probable que por eso se lo esté tomando con calma esta vez. Dios sabe que yo no podría volver a hacerle nada parecido a esa muchacha.
–Pero si mi madre... –Mónica se interrumpió. Michael no iba a hacerlo. Él no lo comprendía, estaba claro, porque no vivía con mamá, porque no sabía el daño profundo que causaba su fría desaprobación. Controló su desencanto y le sonrió–. No importa. Ya me las arreglaré con mi madre.
¿Pero cómo? jamás había logrado arreglárselas con su madre, hacer que le resbalaran las cosas dolorosas que decía, igual que Nick. Sabía que Nick amaba a mamá, pero durante buena parte del tiempo no le hacía ningún caso. Mónica aún se sentía igual que una niña nerviosa, intentando desesperadamente estar a la altura de las normas fijadas por mamá, y siempre quedándose corta.


Tendría que hacerlo. No podía perder a Michael. Diría a Alex que no podría seguir viéndolo y de algún modo –de algún modo– se libraría de Miley Devlin y conseguiría que mamá se sintiera tan feliz que no le importaría que ella se casara.

*****

Miley colgó el teléfono con una expresión de perplejidad en el rostro. Aquélla era la sexta vez que llamaba al señor Pleasant y no obtenía respuesta. El detective no tenía secretaria, esa función la desempeñaba su esposa, y cuando ésta murió no había tenido valor para reemplazarla. El señor Pleasant había dejado el hotel, o, mejor dicho, la llave había quedado encima de la mesita de noche y sus cosas habían desaparecido. La habitación había sido pagada por adelantado, así que aquello no tenía nada de insólito. Ella misma lo había hecho más de una vez.

Lo que no era normal era que no la hubiera llamado, habiendo dicho que lo haría. No podía creer que se le hubiera olvidado. Si no ocurriera algo malo, la habría llamado. Dado su estado de salud, Miley temió que estuviera ingresado en un hospital y se encontrara demasiado enfermo para llamar. Incluso podía estar muriéndose, y ella no enterarse. La idea de una muerte solitaria le oprimió el pecho. Por lo menos debería haber allí alguien que le cogiera la mano, como había hecho ella con Scottie. Aparte de estar tan preocupada por él, no sabía qué había encontrado ni a quién había interrogado. Tendría que continuar sola, sin la ventaja de saber qué respuestas había obtenido el detective.

No tenía una idea clara de cómo abordar el asunto, qué pistas buscar ni qué preguntas hacer, suponiendo que alguien quisiera hablarle. Las únicas personas que tal vez respondieran a sus preguntas serían los recién llegados, y éstos no estarían en situación de saber nada. Los antiguos residentes sí sabrían, pero obedecerían el edicto de Nick de no tener relación con ella en absoluto.

Se le ocurrió una idea, y sonrió al imaginarlo. Por lo menos había una persona que sí hablaría con ella... de mala gana, pero hablaría.
Se pasó un cepillo por el pelo, se recogió la gruesa mata en un moño alto y la sujetó con unas cuantas horquillas dejando varios mechones sueltos alrededor de la cara y en la nuca. Hasta ahí llegaba su acicalamiento. Pocos minutos después de tomar la decisión, estaba ya de camino a Prescott, a la tienda de Morgan.

Tal como esperaba, la señora Morgan la descubrió nada más entrar por la puerta. Miley la ignoró y se dirigió hacia la sección de lácteos, que se encontraba al fondo del establecimiento, a salvo del agudo oído de la mujer. No pasó mucho tiempo antes de que Ed se le acercase por los pasillos con paso presuroso y la cara de buey congestionada tanto por la indignación como por el esfuerzo físico.
–Creo que no lo ha entendido bien –dijo ofendido, deteniéndose enfrente de Miley–. Salga de mi tienda. Aquí no puede comprar nada.

Miley no se movió del sitio y le obsequió una sonrisa serena.
–No he venido aquí a comprar. Quiero hacerle unas preguntas.
–Si no se va, llamo al sheriff –replicó el tendero, pero su semblante mostraba una expresión de nerviosismo.
El hecho de mencionar al sheriff hizo que a Miley se le encogiera el estómago, probablemente la reacción que el otro esperaba. Se le puso rígida la espina dorsal, y se obligó a sí misma a no hacer caso de la amenaza.
–Si responde a mis preguntas –dijo en voz baja–, me marcharé en cuestión de minutos. Si no, su esposa se va a enterar de más de lo que usted quiere que sepa. –Ya puestos a proferir amenazas, ella también sabía plantear las suyas.
El hombre palideció y lanzó una mirada de inquietud a la parte delantera de la tienda.
–No sé de qué me está hablando.
–Bien. Mis preguntas no tienen que ver con mi madre. Quiero interrogarlo acerca de Guy Rouillard.
Él parpadeó, sorprendido por aquel giro.
–¿De Guy? –repitió.
–¿A quién más estaba viendo aquel verano? –quiso saber Miley–. Sé que mi madre no era la única. ¿Recuerda algún chismorreo?
–¿Por qué quiere saber eso? No importa a quién estuviera viendo, porque con quien se fugó fue con Renée, y con ninguna otra.
Miley consultó su reloj.
–Calculo que tiene unos dos minutos antes de que venga aquí su esposa a ver qué está pasando.

Él la miró furioso, pero dijo a regañadientes:
–Creo que se veía con Andrea Wallice, la secretaria de Alex Chelette. Alex era el mejor amigo de Guy. Pero no sé si eso será verdad, porque ella no pareció muy dolida cuando se fue Guy. Había una camarera del Jimmy Jo's, no recuerdo cómo se llamaba, pero Guy la veía de vez en cuando. Ya no está allí. También oí contar que tenía un lío con Yolanda Foster. Guy se movía mucho. No me acuerdo exactamente de todas las mujeres con quienes andaba liado.

Yolanda Foster debía de tratarse de la mujer del ex alcalde. El hijo de ambos, Lane, formaba parte del grupo de chicos que rondaban a Jodie cuando querían pasárselo bien pero no le hablaban si se la encontraban en público.
–¿Era de conocimiento general? –preguntó Miley–. ¿Había por ahí algún marido celoso?
Morgan se encogió de hombros y volvió a mirar hacia la parte delantera del establecimiento.
–Quizá lo supiera el alcalde, pero Guy donaba mucho dinero para sus campañas, de modo que dudo que a Lowell Foster le hubiera fastidiado mucho enterarse de que Yolanda estaba... bueno, recaudando donaciones. –Esbozó una sonrisita, y Miley pensó lo mucho que le desagradaba aquel hombre.
–Gracias por la información– dijo, y dio media vuelta para marcharse.
–¿Va a volver por aquí? –quiso saber el tendero, nervioso.
Ella se detuvo y le dirigió una mirada reflexiva.
–Puede que no –contestó–. Llámeme si se le ocurren más nombres. –Y a continuación salió de la tienda con paso rápido sin siquiera mirar a la señora Morgan.

Dos nombres, más la posibilidad de la camarera desconocida. Ya era algo por donde empezar.
Sin embargo, lo que la intrigaba era que se hubiera mencionado al mejor amigo de Guy, Alex Chelette. Ése era quien probablemente tendría las respuestas a muchas de sus preguntas.

Los Chelette eran una de las familias más antiguas y adineradas de la zona, no en el mismo grado que los Rouillard, pero es que tampoco había nadie más que estuviera a su nivel. Conocía el apellido, pero no conseguía sacar a la luz ningún recuerdo de ellos. Ella sólo tenía catorce años cuando se marchó, y era más introvertida que la mayoría, pues se guardaba para sí lo más posible.

Solamente había prestado atención a las personas que tuvieron contacto directo con su familia, y por lo que recordaba, jamás había conocido a ninguno de los Chelette. Sin embargo, era probable que Alex aún viviera allí; aparte del caso de Guy Rouillard, las viejas fortunas tendían a permanecer en un solo sitio.

Fue hasta la cabina telefónica que había al final del aparcamiento y buscó a los Chelette. El domicilio figuraba como «Alexander Chelette, abogado». Debajo aparecía el número de «Chelette y Anderson, abogados».

Se imaginó que aquélla era una ocasión tan buena como cualquier otra, de modo que introdujo una moneda en la ranura y marcó el número del bufete de abogados. Una voz musical contestó al segundo timbre.
Miley dijo:
–Me llamo Miley Hardy. ¿Podría el señor Chelette recibirme hoy?
Se produjo una minúscula pausa que le indicó que habían reconocido su nombre, y seguidamente dijo la voz musical:
–Estará toda la mañana en los juzgados, pero puede recibirla esta tarde a la una y media, si le viene bien a usted.
–Perfecto. Gracias.
Cuando colgó, se preguntó si aquella voz musical pertenecería a Andrea Wallice, que era la secretaria del señor Chelette en la época en que ocurrió todo, o si se trataría de otra persona.

Disponía de casi tres horas por llegar, a no ser que quisiera irse a casa y regresar de nuevo. El estómago le hacía ruidos para recordarle que la tostada que se había comido a las seis y media hacía mucho que se había esfumado. No sabía si la atenderían en alguno de los restaurantes de la ciudad o si la influencia de Nick alcanzaba también a aquellos. Se alzó de hombros. Ningún momento era mejor que aquél para averiguarlo.

En la plaza había un pequeño café. Nunca había estado en él, pensó mientras estacionaba el coche casi justo enfrente de la puerta, jamás había salido a comer hasta que fue a vivir con los Gresham y éstos le mostraron las maravillas de los restaurantes. El hecho de pensar en ellos la hizo sonreír mientras entraba en el café, fresco y en penumbra, y tomaba nota mentalmente de llamarlos esa noche. Procuraba mantener el contacto llamándolos por lo menos una vez al mes, y casi había pasado ese tiempo desde la última ocasión.

Los clientes escogían mesa, así que Miley eligió un hueco situado en la parte posterior del establecimiento. Se le acercó con diligencia una mujer joven, baja y rechoncha, de rostro agradable.
–¿Qué quiere para beber?
–Té dulce. –Se daba por hecho que el té era helado, a no ser que uno especificara que lo quería caliente. Normalmente sólo había que elegir entre dulce y no dulce.

La camarera salió disparada por el té, y Miley echó un vistazo al menú de plástico. Acababa de decidirse por la ensalada de pollo cuando alguien se detuvo frente a su mesa.
–¿Es usted Miley Devlin?
Se puso tensa, preguntándose si le iban a decir que se fuera. Levantó la vista hacia la mujer que estaba de pie.
–Sí, así es.
La mujer le resultó vagamente familiar, ojos castaños, pelo castaño y una cara de mandíbula cuadrada y hoyuelos en las mejillas. Era bajita, de un metro sesenta más o menos, y poseía el humor fresco de una animadora de fútbol.
–Ya me parecía. Ha pasado mucho tiempo, pero resulta difícil olvidar ese color de pelo. –La mujer sonrió–. Yo soy Halley Bruce... Bueno, ahora es Johrison. Yo estaba en tu clase en el colegio.
–¡Naturalmente! –Nada más oír el nombre, le vino a la memoria aquel rostro–. Me acuerdo de ti.
–¿Qué tal estás?
Halley nunca había sido amiga suya, no tenía amigas, pero tampoco había tomado parte en ninguna de las crueles burlas que soportó Miley. Ella, por lo menos, había sido atenta.
Sin embargo, ahora la expresión de sus ojos era abiertamente amistosa.
–¿Te apetece sentarte conmigo? –la invitó Miley.
–Sólo un minuto –contestó Halley deslizándose en el asiento de enfrente. La camarera regresó trayendo el té de Miley y tomó el pedido de la ensalada de pollo. Cuando estuvieron solas otra vez, Halley dijo con una sonrisa irónica–: Este lugar es propiedad de la familia de mi marido, y yo lo dirijo. Espero una entrega de un momento a otro, y tendré que supervisarla.

Como Nick ya sabía lo de la agencia, no había motivo para no hablar de ella, así que Miley dijo:
–Yo estoy haciendo novillos. Tengo una agencia de viajes en Dallas, y en realidad debería haberle dicho a mi gerente que iba a estar aquí, pero olvidé llamarla antes de salir de casa.

Una vez quedaron establecidas sus respectivas posiciones sociales y económicas, se sonrieron la una a la otra como iguales. Miley experimentó una cálida oleada de placer. Incluso después de haberse ido a vivir con los Gresham y asistir al instituto, no había tenido ninguna amiga; seguía siendo demasiado introvertida y estaba demasiado traumatizada para formar amistades. No fue hasta que entró en la universidad cuando comenzó a tener amigos, y la aceptación natural de sus compañeras de cuarto supuso una revelación. Tímida al principio, se abrió rápidamente y empezó a disfrutar de tomar parte en los rituales femeninos que habían estado cerrados para ella de niña: las noches enteras de charla, las risas y bromas, el intercambiarse ropas y maquillajes, el frenesí de arreglarse por las mañanas, el compartir el espejo del baño con la compañera de habitación.

Participó por primera vez en el interminable análisis del turbio misterio que eran los hombres, o más bien escuchaba sonriendo ligeramente por la ingenuidad de sus amigas. Aunque en aquel punto muchas de sus compañeras ya habían tenido relaciones sexuales y Miley aún era virgen, se sentía infinitamente mayor, más experimentada. Ellas todavía veían a los hombres a través del cristal rosa del romance, mientras que ella no tenía aquellas fantasías.

Pero la amistad femenina le había supuesto una dicha especial, y miró a Halley Johrison con la esperanza de encontrar la misma vibración en ella.
–¿Adónde te trasladaste, cuando te fuiste? –preguntó Halley en un tono de naturalidad que resplandeció por encima de las circunstancias en las cuales se había marchado de Prescott.
–A Beaumont, Texas. Después me mudé a Austin, donde empecé la universidad, y más tarde a Dallas.
Halley suspiró.
–Yo nunca he vivido en otro sitio más que éste, ni creo que lo haga. Antes pensaba en viajar, pero entonces fue cuando me casé con Joel y llegaron los hijos. Tenemos dos –dijo, con una sonrisa luminosa–. Un niño y una niña. Teniendo ya uno de cada, parecía un buen momento para parar. ¿Y tú?
–Soy viuda –respondió Miley. Sus ojos se ensombrecieron con el velo de tristeza que siempre sentía al hablar de Kyle, muerto tan joven y tan innecesariamente–. Me casé nada más terminar la universidad, y antes de que pasara un año él murió en un accidente de coche. No teníamos hijos.
–Eso es muy duro. –En la voz de Halley había una sinceridad genuina–. Lo siento mucho. Me imagino lo que sería perder a Joel. A veces me pone furiosa, pero es mi roca, siempre está cuando lo necesito. –Calló durante unos instantes, y después la sonrisa volvió a su cara–. ¿Qué te trae otra vez por Prescott? Me parece lógico irse de Prescott para vivir en Dallas, pero no al contrario.
–Es mi hogar. Quería regresar.
–Bueno, no quiero ser entrometida ni maleducada, pero en tu lugar Prescott sería el último sitio donde querría vivir. Después de lo que sucedió, me refiero.
Miley le dirigió una mirada rápida, pero no vio malicia alguna en la expresión de Halley, tan sólo una cierta atención observadora, como si todavía no hubiera tomado una decisión acerca de Miley.
–No ha sido un mar de rosas –repuso, y decidió que podía ser tan franca como ella–. No sé si lo habrás oído o no, pero a Nick Rouillard no va a gustarle nada enterarse de que me has atendido. Imagino que está diciendo a todos los comerciantes que no quiere que hagan negocio conmigo.
–Oh, ya lo he oído –dijo Halley, y sonrió abiertamente al tiempo que desaparecía parte de la actitud anterior–. Pero a mí me gusta decidir por mí misma acerca de las personas.
–No quiero causarte problemas.
–No me los causarás. Nick no es vengativo. –Hizo una pausa–. Ya veo que puedes no estar de acuerdo conmigo. Desde luego que no querría tenerlo por enemigo, pero no va a volverse mezquino sólo porque te hayas tomado aquí una ensalada de pollo.
–Aquí todo el mundo parece tomarlo en serio.
–Posee gran influencia –admitió Halley.
–¿Pero no contigo?
–Yo no he dicho eso. Es que me acuerdo de ti del colegio. Tú no eras como las demás. Si se tratara de Jodie, bueno... no estaría aquí sentada, esperando su ensalada de pollo. Pero tú puedes venir cuando quieras.
–Gracias, pero si tienes algún problema, házmelo saber.
–Eso no me preocupa. –Halley sonrió cuando la camarera depositó el plato de pollo sobre la mesa–. 

Si Nick tuviera la intención de ponerse en plan duro al respecto, lo habría dicho. Una cosa que tiene Nick es que uno no tiene que interpretarlo entre líneas; dice siempre lo que piensa, y piensa lo que dice.

****

La secretaria de Alex Chelette seguía siendo Andrea Wallice, según rezaba la placa que había encima de su mesa. La mujer que se sentaba detrás de la misma podría ser holgadamente cincuentona, llevaba cada uno de esos años marcado en el rostro, y el cabello gris y con un fino corte a lo chico. Al mirarla, intentando restarle una docena de años, Miley no se la imaginó como el tipo de mujer que perseguiría Guy Rouillard. Éste tenía un gusto que se inclinaba más por las mujeres llamativas, no por aquélla tan discreta y de mirada abiertamente curiosa.
–Se parece usted a su madre – dijo por fin Andrea ladeando la cabeza ligeramente al estudiar la cara de Miley–. Con alguna que otra diferencia, pero en conjunto podría ser ella, sobre todo en el color del pelo.
–¿Usted la conoció? –quiso saber Miley.
–Sólo de vista. –Señaló el sofá con un gesto–. Siéntese. Alex todavía no ha vuelto de comer.
Justo cuando Miley tomaba asiento, se abrió la puerta y entró por ella un hombre esbelto y apuesto. Vestía de traje, una rareza en Prescott, a no ser que uno fuera precisamente un abogado que se había pasado la mañana en los tribunales. Miró a Miley y se sobresaltó visiblemente, luego se relajó y una sonrisa apareció en su boca.
–Usted debe de ser Miley. Dios sabe que no podría ser nadie más, a no ser que Renée hubiera descubierto la Fuente de la Eterna juventud.
–Eso es lo que pensé yo –dijo Andrea, volviéndose hacia él, y por un instante la expresión de sus ojos se hizo patente. Miley se apresuró a bajar la vista. Por lo que acababa de ver, dudaba mucho de que Andrea hubiera tenido relación alguna con Guy, porque estaba muy enamorada de su jefe. Se preguntó si lo sabría el señor Chelette, y con la misma rapidez decidió que no. No había ni rastro de ello por su parte.
–Entre –invitó Alex, acompañando a Miley a su despacho por delante de él y cerrando después la puerta–. Sé que debemos de parecerle maleducados al hablar así de usted. Perdone. Es que el parecido es tan pronunciado, y sin embargo, fijándose bien, las diferencias son obvias.
–Por lo visto, todo el mundo tiene la misma reacción cuando me ve por primera vez –admitió Miley sonriente. Resultaba fácil sonreír a Alex Chelette. Era de la clase de hombres a los que iba refinando la edad; siempre esbelto, iba adelgazando incluso más con el paso de los años. Su cabello oscuro se había vuelto gris en las sienes, y sus ojos grises mostraban arrugas de patas de gallo, pero fácilmente parecía estar a mitad de la cuarentena en vez de ser ya cincuentón. Su aroma era verde claro, fresco como la hierba recién cortada.
–Por favor, siéntese –dijo, y a continuación se acomodó en su sillón–. ¿En qué puedo ayudarla?
Miley tomó asiento en el sofá de cuero.
–De hecho, vengo por razones personales, y ahora me doy cuenta de que no debería ocupar su horario de trabajo...

Él sacudió la cabeza en un gesto negativo, sonriendo.
–Es un placer para mí. Dígame qué es lo que la preocupa. ¿Se trata de Nick? He intentado convencerlo de que la deje en paz, pero él se siente muy protector con su madre y su hermana y no quiere que nada las altere.
–Entiendo muy bien la postura de Nick –dijo Miley secamente–. No he venido por eso.
–Ah.
–Quería hacerle unas preguntas acerca de Guy Rouillard. Usted era su mejor amigo, ¿no es así?
Él le dirigió una débil sonrisa.
–Supongo que sí. Crecimos juntos.
¿Debería decirle que, después de todo, Guy no se había fugado con Renée? Jugó con la idea, pero al final la desechó. Por muy amable que pareciera, no podía olvidar que era un viejo amigo de la familia Rouillard. Tenía que contar con la posibilidad de que todo lo que le contase iría a parar directamente a Nick.
–Siento curiosidad por él –dijo finalmente–. Aquella noche mi familia quedó destrozada, igual que la de Nick. ¿Cómo era? Ya sé que no era fiel a mi madre más que a su esposa; entonces, ¿por qué, de repente, se le ocurrió abandonarlo todo, su familia, sus negocios, para estar con ella?
–No creo que realmente quiera que le responda a eso –replicó Alex, irónico–. Para decirlo de manera educada, Renée era una mujer fascinante, al menos para los hombres. Físicamente era... Bueno, Guy era muy sensible a la sensualidad de Renée.
–Pero ya tenía una aventura con ella. No tenían motivos para fugarse.
Alex se encogió de hombros, un gesto muy galo.
–Yo tampoco lo he entendido nunca.
–¿Por qué no se limitó a divorciarse?
–Una vez más, no tengo respuesta para eso. Quizás a causa de su religión. Guy no iba habitualmente a misa, pero tenía sentimientos religiosos más fuertes de lo que cabría esperar. A lo mejor pensó que sería más fácil para Noelle no divorciarse de ella, dejarlo todo en manos de Nick y marcharse. Sencillamente no lo sé.
–¿Dejarlo todo en manos de Nick? –repitió Miley–. ¿Qué quiere decir?
–Lo siento –dijo él con suavidad–. No puedo divulgar detalles de los tratos financieros de mis clientes.
–No, claro que no. –Miley retrocedió–. ¿Recuerda algo más de aquel verano? ¿Con quién más estaba viéndose Guy?
El abogado pareció sorprenderse.
–¿Por qué quiere saberlo?
–Como le he dicho, siento interés por él. Por su culpa, no he visto a mi madre desde aquel día. ¿Era simpático? ¿Tenía honor, o era sólo un mujeriego?
Él la miró fijamente durante unos instantes, y el dolor asomó a sus ojos.
–Guy era el hombre más simpático del mundo –dijo al fin–. Yo lo quería como a un hermano. Siempre estaba riendo, gastando bromas, pero si yo lo necesitaba para algo, acudía como una bala. Su matrimonio con Noelle supuso una decepción para él, pero aun así me sorprendió cuando se fue, porque estaba muy unido a Nick y a Mónica. Era un marido terrible, pero un padre maravilloso. –Bajó los ojos y se miró las manos–. Han pasado doce años –dijo suavemente– y todavía lo echo de menos.
–¿Llamó alguna vez? –preguntó Miley–. ¿O se puso en contacto con su familia de alguna forma?
El abogado negó con la cabeza.
–No, que yo sepa.
–¿Con quién más se estaba viendo aquel verano, además de Yolanda Foster?
Una vez más, la pregunta lo sobresaltó. Alzó las cejas y cuando habló lo hizo en tono de reprimenda.
–Nada de eso importa. Como no dejo de decirle a Nick, eso es ya el pasado, hay que olvidarlo. Aquel verano fue muy doloroso, y mantenerlo vivo no le hace bien a nadie.
–Yo no puedo olvidarlo cuando no lo olvida nadie de este lugar. Por muy triunfadora o respetable que sea ahora, algunas personas de aquí me siguen considerando basura. –Le tembló ligeramente la voz al pronunciar la última palabra. No era su intención dejar que su control se tambalease, y se sintió a la vez irritada y violenta por ello. Sin embargo, a veces el dolor conseguía aflorar.
Alex debió denotarlo, porque su expresión cambió y rápidamente fue a sentarse junto a ella, cogiéndole una mano ente las suyas.
–Sé que para usted ha sido difícil –dijo con dulzura–. Ya cambiarán de opinión, cuando la conozcan mejor. Y Nick se suavizará con el tiempo. Como digo, reaccionó así porque es muy protector con su familia, pero básicamente es un hombre justo.
–Y despiadado –añadió Miley.
Una sonrisa triste tocó el rostro del abogado.
–Eso también. Pero no carece de amabilidad, créame. Si hay algo que yo pueda hacer para que cambie de opinión, le prometo que lo haré.
–Gracias –dijo Miley. Aquello no era por lo que había venido a verlo, pero él era demasiado consciente para divulgar detalles personales de sus clientes y amigos. Con todo, la visita no resultó una pérdida de tiempo; tuvo la impresión de que podía tachar de la lista a Andrea Wallice sin problemas.

Se fue, y regresó a casa meditando sobre la magra información que había obtenido aquel día. Si Guy había sido asesinado, Lowell o Yolanda Foster parecían ser los sospechosos más probables. Se preguntó cómo podría concertar una cita con alguno de los dos. Y también se preguntó dónde estaría el señor Pleasant, y si se encontraría bien.

–Hoy he visto a Miley –dijo Alex aquella noche, cuando estudiaba unos documentos en compañía de Nick. Tomó su copa de coñac y observó con atención al otro por encima del borde del cristal–. A primera vista, el parecido resulta inquietante, pero si uno se fija, no hay forma de confundirla con Renée. ¿No es curioso que Renée fuera más hermosa pero que Miley resulte más atractiva?

Nick levantó la vista. Sus ojos mostraban una expresión irónica cuando se cruzaron con los grises de Alex.
–Sí, ya me he dado cuenta de lo atractiva que es, si es eso lo que me preguntas. ¿Dónde la has visto? –Cogió su copa, la llenó de su whisky escocés favorito y saboreó su gusto penetrante en la lengua.
–En mi despacho. Vino a interrogarme acerca de Guy.
Nick estuvo a punto de ahogarse. Dejó la copa en la mesa con tal ímpetu que hizo que el whisky oscilara peligrosamente cerca del borde.
–¿Cómo? ¿Qué diablos quería saber de papá? –La idea de que Miley preguntase nada acerca de su padre lo puso furioso. Fue una reacción automática; por un momento no se trataba de Miley, la persona, sino de una Devlin, con todas las connotaciones que suscitaba aquel apellido. Él la deseaba con una necesidad tan imperiosa que lo alarmaba y asqueaba a la vez, aunque sabía que iba a satisfacer dicha necesidad si le era posible, pero no quería que nada suyo tocase a su familia. No quería que Mónica ni Noelle quedaran expuestas a ella, y desde luego no quería que anduviera preguntando por su padre. Guy ya no estaba. Su ausencia, su traición, era una herida que seguía estando muy próxima a la superficie y que sangraba al menor rasguño.
–Quería saber cómo era, si alguna vez se había puesto en contacto con vosotros, si estaba viéndose con alguien más aquel verano.

Furibundo, Nick se levantó a medias del sillón, con la intención de ir a su casa en aquel mismo momento y poner las cosas en claro con ella, pero Alex lo detuvo poniéndole una mano en el brazo.
–Tiene derecho a saberlo –dijo blandamente–. O por lo menos a sentir curiosidad.
–¡Y una mie/rda! –exclamó Nick.
–Ella tampoco ha visto a su madre desde entonces.
Nick se quedó petrificado un instante, y luego volvió a dejarse caer en el sillón. Maldita sea, Alex tenía razón. Dolía, pero tenía que admitir la verdad. Él, por lo menos, era un hombre adulto, si bien inexperto en los negocios, cuando desapareció Guy; Miley sólo tenía catorce años y estaba desamparada y vulnerable como una niña. No sabía qué había sido de su vida entre entonces y ahora, excepto que era viuda y que era la propietaria de una agencia de viajes de éxito, pero apostaría hasta el último centavo que le quedase a que no le había resultado placentera. Vivir con Amos Devlin y aquellos dos matones de hermanos, además de la pu/ta de su hermana, no pudo resultarle fácil. Tampoco debió de serle fácil antes, pero al menos estaba Renée.
–Déjala tranquila, Nick –dijo Alex suavemente–. Se merece algo mejor que el recibimiento que está teniendo de algunas personas, y parte de ello es culpa tuya.

Nick cogió su copa y dio vueltas al whisky, contemplando el color ámbar del líquido.
–No puedo –respondió en tono hosco. Se levantó y fue con la copa hasta la ventana, donde se detuvo observando su reflejo en el cristal y la oscuridad que se abría enfrente. Bebió otro sorbo para tomar fuerzas–. Tiene que marcharse antes de que yo haga algo que de verdad perjudique a Mónica y a mi madre.
–¿Como qué? –preguntó Alex, confuso.
–Digamos solamente que, en lo que concierne a Miley, estoy entre la espada y la pared. La pared es mi familia, y la espada... –miró a su alrededor con una expresión irónica en los ojos–... la tengo dentro de los pantalones.
Alex lo miró fijamente con gesto abatido.
–Dios mío.
–Debe de ser algo genético. –Aquélla era la única explicación posible, pensó con gravedad.
Había heredado la po/lla de su padre. Si le plantaban delante una Devlin, se le ponía dura. No, no cualquiera de las Devlin; dos de ellas lo dejaron frío. Pero Miley... Su cuerpo no tenía nada de frío cuando Miley estaba en cualquier sitio dentro de un kilómetro a la redonda.
–No puedes hacerle eso a tu madre –dijo Alex en un susurro–. La humillación la mataría.
–¡Diablos, ya lo sé! Por eso quiero que Miley se vaya antes de que yo cometa una estupidez. –Se volvió para mirar a Alex, todavía con aquella expresión mezcla de diversión y furia en los ojos–. Pero yo no soy el único que se siente atraído por ella, maldita sea. Si lo fuera, la cosa resultaría más fácil. La otra noche fui a su casa para plantearle una propuesta: 

Si no quería marcharse de esta zona, yo le compraría una casa en cualquier ciudad cercana, mientras no fuera dentro de esta parroquia. De ese modo podríamos vernos sin hacer daño a nadie. Había allí un hombre, cenando con ella, y me puse tan celoso que la acusé de tener un viejo protector. –Sacudió la cabeza y no suavemente para sí–. ¿Qué te parece? El viejo parecía más frágil que un palillo de dientes, pero iba vestido como si hubiera salido de los años cincuenta, y lo único que se me ocurrió pensar fue que estaba intentando llevársela a la cama.
–¿Qué viejo? –preguntó Alex con evidente curiosidad–. ¿Alguien que yo conozca?
–Era de Nueva Orleans. Se apellidaba Pleasant. Estaba tan fuera de mí que no recuerdo si Miley mencionó el nombre de pila. Dijo que era socio suyo.
–¿Ah, sí?
Nick se encogió de hombros.
–Probablemente. Miley es dueña de una agencia de viajes y tiene una sucursal en Nueva Orleans.
–¿Es la dueña?
–Se las ha arreglado bastante bien sola, ¿verdad? –Otra vez aquella leve punzada de orgullo–. Comenzó en Dallas. No sé cuántas sucursales posee, pero tengo una persona recopilando información sobre ella. Tiene que mandarme un informe cualquier día de éstos.
–Si no se va, ¿vas a intentar arruinarle el negocio? –preguntó Alex, pero con menos brusquedad de lo que había esperado Nick.
–No. Por una parte, no soy tan hijo de pu/ta. Por otra, si lo hiciera, adiós a mis posibilidades con ella. –Torció la boca en una sonrisa irónica–. Decide tú cuál de los dos motivos es el más importante.
Alex no le devolvió la sonrisa.
–Es una situación embrollada. Si estás completamente decidido a acostarte con ella...
–Lo estoy –dijo Nick, echándose al coleto el resto del whisky. –En ese caso, no puede vivir aquí.
–Noelle quedaría destrozada.
–Me preocupa más Mónica que mamá.
Alex parpadeó, como si no hubiera tenido en cuenta a Mónica. Y probablemente no; toda su atención estaba centrada en Noelle. Por supuesto, estaba al corriente del intento de suicidio de Mónica; no fue posible mantenerlo en secreto, y menos con la conmoción que produjo en la consulta del doctor Bogarde. Y de todos modos Mónica no hacía nada por ocultar las cicatrices. Era demasiado orgullosa para permitirse tomar el camino cobarde de llevar manga larga o pulseras anchas.
–Mónica es ahora mucho más fuerte que antes –dijo Alex por fin–. Pero Noelle no tiene dónde apoyarse. Al principio pensé, y todavía lo pienso, que debería enfrentarse a los hechos y seguir con su vida, pero si descubriera que tú tienes una aventura con Miley... No, no podría soportarlo. Puede que intentase suicidarse.

Nick sacudió la cabeza en un gesto negativo, asombrado de que Alex conociera a Noelle desde hacía tantos años y no comprendiera que era demasiado egocéntrica para hacerse daño. La miopía del amor sólo le dejaba ver su belleza serena, perfecta, inalcanzable. Era su vena romántica, extraña característica en un abogado.
–Tiene que irse –dijo Alex con pesar.




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