–No será por mucho tiempo. Has perdido tiempo y esfuerzo en volver.
Con un suave gesto de diversión, Miley dijo:
–Incluso tú podrías tener problemas para echarme de mi nueva casa.
La mirada de Nick se agudizó nuevamente al recorrer con la vista el cuarto de estar, pulcro y acogedor.
–La he comprado –amplió la información–. No está financiada, es mía limpia de polvo y paja.
Nick dejó escapar una risa áspera que la sobresaltó.
–Seguro que te has divorciado del señor Hardy y lo has dejado en pelotas. ¿Te quedaste con todo lo que tenía?
Miley se puso rígida.
–De hecho, así fue. Pero no me divorcié de él.
–Entonces, ¿qué hiciste, buscarte un viejo apolillado al que diste la patada después de uno o dos años? ¿Tenía herederos a los que tú estafaste y dejaste sin blanca?
El color desapareció de las mejillas de Miley dejándola pálida como una estatua.
–No, me busqué un hombre joven y sano de veintitrés años, que murió en un accidente de coche antes de cumplir un año de casados.
Nick apretó los labios.
–Lo siento –dijo en tono hosco–. No debería haber dicho eso.
–No, no deberías haberlo dicho, pero jamás he visto que un Rouillard se haya preocupado alguna vez por los sentimientos de otra persona.
Él resopló con sorna.
–Una Devlin debería tener cuidado con tirar piedras a ese tejado de cristal en particular.
–Yo jamás he hecho daño a nadie –replicó Miley sonriendo amargamente–. Simplemente quedé atrapada entre ambos fuegos cuando empezó la batalla.
–Toda inocencia, ¿eh? Eras muy joven cuando sucedió todo, pero yo tengo muy buena memoria, y recuerdo que te paseabas de un lado para otro delante de mí y de todos aquellos agentes vestida sólo con tu camisoncito transparente que lo dejaba ver todo. De tal madre, tal hija, diría yo.
Los ojos de Miley se agrandaron por el ultraje y la vergüenza, y el color inundó de nuevo sus mejillas. Dio dos rápidos pasos hacia Nick y le clavó un dedo en el pecho.
–¡No te atrevas a echarme eso en cara! –dijo, asfixiada por la cólera–. Me sacaron de la cama a rastras en plena noche y me tiraron en el patio como si fuera un trozo de basura. No te atrevas a decir eso –advirtió en tono duro cuando Nick abrió la boca para replicar que basura era precisamente lo que ella era, y volvió a golpearlo con el dedo–. Sacaron de la casa todo lo que teníamos, mi hermano pequeño estaba histérico y no se separaba de mí. ¿Qué se suponía que tenía que hacer yo, entretenerme en buscar alguna prenda mía y retirarme al bosque a cambiarme? ¿Por qué vosotros, que os llamáis decentes, no os volvisteis de espaldas, si estabais viendo demasiado?
Nick contempló el rostro iracundo de Miley con el semblante extrañamente quieto, y entonces sus ojos adoptaron una expresión más fría y concentrada. Agarró la mano de Miley y la apartó de su pecho. No la soltó, sino que mantuvo los dedos de ella cerrados contra su palma dura y cruel.
–Tienes el temperamento de una pelirroja, ¿verdad? –preguntó divertido.
Su contacto la conmocionó con una fuerte descarga de electricidad. Trató de soltarse de un tirón, pero Nick se limitó a apretar con más fuerza y la retuvo sin esfuerzo.
–Vamos, no te asustes –dijo con pereza–. A lo mejor te creías que yo iba a quedarme aquí dejándote que me agujerees con tu dedito, pero para disfrutar de eso tengo que estar de diferente humor.
Miley lo miró furiosa. Podía humillarse cediendo al impulso inútil, o podía esperar hasta que él decidiese soltarla. Su instinto la empujaba a librarse como fuera del calor perturbador de su contacto, de la sorprendente rugosidad de su palma, pero se obligó a permanecer inmóvil pues tenía la impresión de que él disfrutaría viendo cómo intentaba zafarse.
Entonces entendió la connotación sensual del comentario que acababa de hacer y sus ojos se agrandaron al tiempo que la invadía una oleada de sorpresa. Aquella vez no cabía ningún malentendido.
–Eres una chica lista –dijo Nick, bajando la mirada hacia el busto de Miley. No se dio ninguna prisa, sino que examinó la forma de los senos bajo la blusa de seda de color verde menta–. No creo que quieras empezar conmigo una pelea que no puedes ganar... ¿o sí? Es probable que tu madre te enseñara que un hombre se pone duro muy rápidamente cuando una mujer empieza a forcejear con él. ¿Has vuelto pensando que puedes ocupar el lugar de tu madre? ¿Quieres ser mi pu/ta, igual que ella fue la de mi padre?
Los ojos de Miley relampaguearon de ira, y le asestó un golpe con la mano libre con todas sus fuerzas. Rápido como una serpiente de cascabel, Nick levantó el otro brazo, paró el golpe y capturó la mano de Miley. Lanzó un silbido al ver la fuerza con que había atacado ella.
–Qué temperamento –se mofó él, con aspecto de estar disfrutando de la furia de Miley–. ¿Acaso tenías le intención de partirme los dientes?
–¡Sí! –explotó ella, haciendo rechinar los dientes y olvidando su decisión de no darle el placer de una pelea. Tiró de las manos en un intento de liberarse, y lo único que consiguió fue hacerse daño en las muñecas–. ¡Fuera de aquí! ¡Fuera de mi casa!
Nick se rió de ella y la obligó a quedarse quieta atrayéndola hacia su cuerpo.
–¿Qué vas a hacer, echarme?
Miley se quedó helada, alarmada al descubrir que la reacción de Nick al forcejeo era exactamente tal como él había dicho. Era imposible confundir la protuberancia que presionaba contra su vientre. Atacó con la única arma que le quedaba: la lengua.
–¡Si me sueltas, maldito neanderthal, lo que haré será ponerme hielo en las muñecas para que no me salgan moratones! –replicó acaloradamente.
Nick bajó la vista hacia sus largos dedos cerrados alrededor de las finas muñecas de Miley, y los aflojó rápidamente, frunciendo el ceño al ver las marcas de color rojo oscuro que se habían formado rápidamente.
–No era mi intención hacerte daño –dijo, sorprendiéndola, y la soltó de inmediato–. Tienes la piel de un bebé.
Miley se apartó de él masajeándose las muñecas y negándose en redondo a mirarle la parte delantera de los pantalones. Aquello también podía ignorarse.
–Lo que yo creo es que no te importaba si me hacías daño o no. Márchate.
–Dentro de un minuto. Tengo unas cuantas cosas que decir.
Miley lo miró con frialdad.
–En ese caso, por el amor de Dios, dilas y vete.
El peligro destellaba en aquellos ojos oscuros, y antes de que Miley pudiera darse cuenta, Nick estaba de nuevo frente a ella, casi pellizcándole la barbilla, juguetón.
–Eres una nenita muy valiente, ¿verdad? Puede que demasiado para tu bien. No me provoques para que pelee, cariño, porque saldrás trasquilada. Lo mejor que puedes hacer es coger tus cosas y largarte de aquí, igual de rápido que has venido. Yo te compraré la casa por lo mismo que has pagado por ella, para que no pierdas nada. Aquí no eres bienvenida, y no quiero que mi madre y mi hermana sufran al verte pasear por ahí como si nada hubiera sucedido, resucitar aquel viejo escándalo y perturbar a todo el mundo. Si te quedas, si me desafías, puedo ponerte las cosas muy difíciles, y acabarás magullada. No podrás encontrar trabajo, y enseguida descubrirás que aquí no tienes amigos.
Miley se apartó bruscamente de él.
–¿Qué vas a hacer, pegarme fuego? –lo aguijoneó–. Ya no soy una niña desvalida de catorce años, y vas a descubrir que ahora no es tan fácil apabullarme. Estoy aquí, y voy a quedarme.
–Eso ya lo veremos, ¿no? –Sus ojos entrecerrados volvieron a deslizarse hasta el pecho de Miley, y de pronto sonrió–. Tienes razón en una cosa: ya no tienes catorce años.
Y acto seguido se marchó. Miley se lo quedó mirando con los puños cerrados y sintiendo una rabia impotente, el estómago encogido por el pánico. No quería que él se fijase en ella como mujer, no quería que posara en ella aquella mirada de párpados semicerrados, porque no estaba segura de ser capaz de resistirlo. La ponía enferma la idea de parecerse a su madre, de ser lo que él le había reprochado ser, la pu/ta de un Rouillard.
–Pero tú posees mucha influencia... con el sheriff, el banco...
–No ha abierto ninguna cuenta bancaria, y el sheriff no puede hacer nada a no ser que Miley viole una ley. Hasta ahora, no ha violado ninguna. –Nick comprendió que tampoco abriría una cuenta en el banco de él. Era demasiado lista. Sabía exactamente a lo que iba a enfrentarse cuando se instalara de nuevo en Prescott, de otro modo no habría comprado la propiedad de los Cleburne al contado. Había tomado medidas para limitar los movimientos que él pudiera hacer en contra de ella.
Tenía que respetarla como adversario, por su previsión. Estaba claro que Miley le había puesto las cosas más difíciles. Echaría un vistazo alrededor, utilizaría sus fuentes para tratar de verificar que realmente había pagado la casa al contado en lugar de financiarla, pero sospechaba que Miley le había dicho la verdad.
–Ha de haber algo –dijo Noelle con desesperación.
Nick enarcó las cejas.
–Propongo el asesinato –dijo con sorna.
–¡Nick! –Su madre lo miró atónita–. ¡No estaba sugiriendo nada semejante!
–Entonces, puede que tengamos que acostumbrarnos a la idea de que viva aquí. Yo puedo ponerle las cosas enrevesadas, pero eso es todo. Y no quiero que nadie me venga con ideas brillantes acerca de acoso físico –dijo, clavando la mirada en Mónica y Noelle, por si acaso se le había ocurrido aquella idea a alguna de las dos. No era probable, pero no tenía intención de arriesgarse–. Si podemos librarnos de ella a mi modo, bien, pero no pienso hacerle daño. –No cuestionó aquel curioso instinto protector hacia una Devlin. Miley ya había sufrido bastante en su vida, se dijo recordando a aquella niña aterrorizada y atrapada en el semicírculo de faros de coches.
–Como si nosotras fuéramos a hacer algo así –dijo Mónica, sintiéndose insultada.
–No creo que fuerais a hacerlo, pero no quería dejar el asunto abierto a especulación.
En aquel momento llegó Delfina con el primer plato, una crema de pepino, y el tema fue abandonado por consentimiento mutuo, para diversión de Nick. En aquella casa no sucedía nada que Oriane y Delfina no supieran casi al instante de producirse, pero Noelle y Mónica seguían la antigua norma de no hablar de cosas personales delante de la servidumbre. Dudaba de que alguna persona de las que trabajaban para ellos se considerase a sí misma «servidumbre», sobre todo Delfina.
Llevaba trabajando en aquella casa más tiempo del que recordaba Nick, y le había pegado a él en las manos con una cuchara de madera cada vez que lo pillaba intentando birlar uno de los pequeños bizcochos que horneaba para las recepciones de Noelle.
Mónica se puso a contar a Alex un interesante documental que había visto en televisión. Nick miró a Noelle para hacer un comentario, pero enmudeció al ver cómo rodaban las lágrimas en silencio por sus mejillas. Estaba tomándose su sopa con serenidad, hundiendo y levantando la cuchara con ritmo elegante, y mientras tanto lloraba.
Después de la cena, Alex se reunió con Nick en el estudio y pasaron media hora hablando de negocios hasta que Nick dijo en tono irónico:
–Mónica y yo habíamos decidido no hablarle a mamá de Miley.
Alex hizo una mueca.
–Ya me imaginaba algo así. Sé que no me corresponde meter la cuchara en esto... –Nick soltó un bufido que provocó una rápida sonrisa en el rostro de Alex antes de proseguir–, pero es que tu madre no puede seguir ocultándose al mundo para siempre.
–¿No? Pues lleva doce años intentándolo de maravilla.
–Si ella no sale al mundo, he decidido traerle el mundo a ella. A lo mejor así ve que «si no los puedes vencer, únete a ellos».
–Buena suerte –dijo Nick, y era sincero.
Alex lo miró con curiosidad.
–¿De verdad vas a obligar a Miley a marcharse?
Nick se recostó en su asiento y apoyó los pies en la mesa estirándose como una pantera soñolienta, relajada pero aún peligrosa.
–Por supuesto que voy a intentarlo, pero lo que le he dicho a mi madre es verdad. Legalmente, no hay mucho que pueda hacer.
–¿Por qué no dejarla en paz? –preguntó Alex con un suspiro–. Yo diría que ya ha tenido una vida bastante dura tal como está, sin que la gente intente causarle problemas a propósito.
–¿La has visto?
–No. ¿Por qué?
–Parece la hermana gemela de Renée –dijo Nick–. Ya es bastante malo ser una Devlin, pero además parecerse así... –Sacudió la cabeza en un gesto negativo–. Va a remover muchos recuerdos, y no sólo en mi familia. Renée Devlin era muy conocida de todos.
–Incluso así, yo creo que se merece una oportunidad Alex. Si está intentando llegar a ser algo, sería una lástima interponerse en su camino.
Nick sacudió otra vez la cabeza.
–Tengo que pensar en mamá y en Mónica. Para mí, ellas son más importantes que ese trozo de basura que intenta demostrar ser algo.
Alex lo contempló con decepción. Nick era un hombre duro y un enemigo peligroso, pero siempre había sido justo. La desaparición de Guy lo había metido de cabeza en una situación en la que la responsabilidad del bienestar económico, y también el emocional, de su familia recayó sobre sus jóvenes hombros. Hasta aquel momento, Nick había sido un muchacho alegre, alborotador y despreocupado, pero de la noche a la mañana se había convertido en un hombre mucho más duro, más despiadado. Su sentido del humor, cuando se consentía a sí mismo tenerlo, todavía bordeaba lo descarado e irreverente, pero durante la mayor parte del tiempo era mucho más serio. Nick era un hombre que sabía hasta dónde llegaba su poder y no se arredraba a la hora de utilizarlo. Si Guy había sido respetado en la comunidad financiera, Nick era considerado con el temor y la cautela con que uno contemplaría a un merodeador.
–Eres demasiado protector –dijo Alex por fin–. Noelle y Mónica no van a derrumbarse en pedazos por el hecho de que Miley Devlin viva en Prescott. No les gustará, pero aprenderán a vivir con ello.
Nick se encogió de hombros. Quizá –más bien, probablemente– fuera demasiado protector, pero Alex no había visto a Mónica desangrarse casi hasta morir, ni había presenciado el completo hundimiento emocional de Noelle. Para cuando Alex empezó a convencer a Noelle de que saliera de su habitación, ésta por lo menos ya hablaba otra vez y había vuelto a comer.
–Me rindo –dijo Alex sacudiendo la cabeza–. De todos modos, vas a hacer lo que quieras. Pero medita sobre ello, y puede que le des un respiro a la chica.
Aquella misma noche, sentado a solas en el estudio con los pies aún apoyados en el escritorio, en su postura habitual, mientras leía un informe financiero sobre unas acciones que había comprado, Nick descubrió que le resultaba difícil concentrarse. No era el whisky; se había servido una copa cuando se puso a mirar papeles, más de dos horas antes, y la mayor parte del licor seguía en el vaso.
El hecho era que no conseguía quitarse de la cabeza el problema de Miley Devlin. El silencioso llanto de Noelle lo había afectado más que ninguna cosa que hubiera podido decir. Si Miley no se merecía que la hicieran sufrir de nuevo, tampoco su madre ni su hermana. Ellas también eran víctimas inocentes, y Mónica estuvo a punto de morirse. No podía olvidar aquello, y tampoco podía verlas alteradas y no intentar hacer algo al respecto.
Además, era un hecho que si Miley Hardy se quedaba en Prescott, Noelle y Mónica se sentirían todavía más heridas y perturbadas de lo que ya estaban ahora.
Nick contempló pensativo el nivel de whisky que quedaba en el vaso. A lo mejor, si se lo bebiera, podría olvidar el calor y la vitalidad de Miley bajo sus manos, aquel aroma dulce y picante que se le había metido directamente en la cabeza y lo había mareado de deseo. A lo mejor si se bebía la botella entera podría olvidar aquel intenso deseo de hundir las manos en el fuego de su cabello para ver si le quemaba, o la sed de paladear aquellos labios carnosos y plenos. Pensó en su piel, tan fina y traslúcida que quedaba marcada con el más ligero toque; sus senos, altos y redondos, y con pezones discernibles incluso debajo del sujetador. Miley lo tenía, tenía aquel algo indefinible que poseía Renée, una sensualidad fácil, sin esfuerzo, que atraía a los hombres como si fuera un imán. Miley no lo exhibía de forma descarada como Renée, sino que lo atenuaba vistiendo mejor, pero simplemente quedaba refinado, no diluido. Lo que parecía Miley Hardy era una mujer con clase que adoraba una larga e intensa cabalgada en la cama, y maldito fuese él si no deseara dársela.
Si no se marchaba, era probable que los residentes de Prescott, con su mentalidad de pueblo, quedasen desconcertados y estupefactos y Noelle diez veces más alterada de lo que ya estaba, ante el espectáculo que supondría que otro de los Rouillard tuviera una ardiente aventura con una Devlin.
Omg esto esta bueno sube otro
ResponderEliminarhahaha me encanto, estupido Nick, ojala que no vuelva a hacer sufrir a Miley, suguela pronto =D
ResponderEliminarawwww esto se esta poniendo cada vez mas buenos
ResponderEliminarsiguelaaa