sábado, 30 de marzo de 2013

Secrets Of The Night - Cap: 19


Nick escrutó el rostro vuelto de Miley con los ojos entornados.
–Está bien, te concederé eso. Ahora dime por qué estás husmeando por mi casa de verano y cómo has llegado aquí. Sé perfectamente que tú no tienes caballo.
Por lo menos aquello no parecía peligroso de revelar.
–Estaba paseando –contestó–. Por el bosque.
Él bajó la vista y le miró los pies.
–No vienes vestida para pasear por el bosque.
Aquello era muy cierto. No se había tomado la molestia de cambiarse de ropa, así que aún llevaba la falda a media pierna, medias y los zapatos planos que se había puesto para ir a Nueva Orleans. Había sido criada andando descalza por aquellos bosques, por eso no le había preocupado el hecho de llevar aquellos zapatos. Se encogió de hombros para mostrar su indiferencia y dijo:
–No he pensado en ello. –Y rápidamente añadió–: Siento haber invadido tu propiedad; me voy...
–¡Eh! –Nick la obligó de nuevo a pararse–. Te irás cuando yo lo diga, no antes. Todavía estoy esperando a que contestes a la otra pregunta.
Gracias a Dios el cerebro volvía a funcionarle.
–Simplemente tenía curiosidad –dijo–. Ellos se veían aquí, por eso... me entraron ganas de verlo. –No había necesidad de explicar quiénes eran «ellos».
Para consternación suya, los ojos de Nick adoptaron una expresión fría.
–No me digas. Ya has estado aquí antes, porque yo te he visto.
Miley lo miró fijamente, estupefacta.
–¿Cuándo?
–Cuando eras pequeña. Te deslizaste entre los árboles como un fantasma, pero te olvidaste de cubrirte la cabeza. –Tomó un mechón de pelo suelto y se lo peinó detrás de la oreja–. Fue como contemplar el movimiento de una llama a través del bosque.

De modo que supo que ella estaba allí. Durante un instante de abatimiento en el que se le paró el corazón, se preguntó si habría adivinado que era él lo que la había atraído como una polilla a la luz. Recordó amargamente todas sus fantasías infantiles en las que un día él levantaría la mirada y la vería, y le pediría que fuera a divertirse con ellos. Y la había visto, de acuerdo, pero no hubo invitación alguna; lo sorprendente habría sido que le hubiera pedido de verdad que se uniera a ellos.

Los ocho años de diferencia que había entre los veintiséis y los treinta y cuatro era casi inexistente, pero entre los once y los diecinueve había todo un mundo. Aunque en aquella época no hubiera sido tan joven, era una Devlin, y como tal quedaría para siempre fuera de su círculo.
–Voy a preguntártelo una vez más –dijo Nick suavemente cuando ella guardó silencio. Un escalofrío le recorrió la espalda al notar el tono acerado de su voz–: ¿Qué estás haciendo aquí?
–Ya te lo he dicho. –Alzó la barbilla y le sostuvo la mirada–. Curiosear.
–La siguiente pregunta es: ¿Por qué? Desde que has vuelto has estado curioseando mucho por ahí. ¿Qué te traes entre manos, Miley? Te advertí que no reavivaras viejos chismorreos que pueden perjudicar a mi familia, y lo dije muy en serio.

Miley ya le había dado la única respuesta que podía darle, y él no la había creído. Podía contarle toda la verdad, o podía mentir. Al final escogió no hacer ninguna de las dos cosas, sino guardar silencio.
Nick apretó la mandíbula con rabia y su mano hizo más fuerza sobre el brazo de Miley. Ésta hizo un gesto de dolor, y Nick bajó la mirada a las marcas moradas que estaban dejando sus dedos en la suave piel de ella. Maldijo y aflojó la mano, y en aquel momento Miley se zafó de un tirón y salió disparada hacia la seguridad que le ofrecía el bosque. Al cabo de un par de zancadas supo que era un error, pero en aquellos momentos la dominaba la emoción, no la lógica. Nick reaccionó como el depredador que era, echando a correr en pos de ella. Miley se encontraba apenas a medio camino cuando el impacto del corpachón de Nick la lanzó al suelo igual que un tigre que se abalanzara sobre una gacela. Cayó con ella, la inmovilizó contra su pecho y giró el cuerpo para recibir él toda la fuerza de la caída, con Miley encima. A ella se le nubló la vista en un revoltillo de hierba, árboles y cielo al rodar por el suelo con Nick, el cual la situó hábilmente debajo de su cuerpo.
Oh, Dios. La impresión que sufrió al darse cuenta de la situación la hizo quedarse inmóvil de pronto, como si no se atreviera a moverse en aquel primer momento desconcertante de placer. Una cosa era estar en sus brazos, y otra muy distinta estar tirada en el suelo debajo de él. Su considerable peso la aplastaba contra la hierba desprendiendo la dulce fragancia verde de las hojas, que se mezclaba con el embriagador aroma masculino de su piel cubierta de sudor. La caída le había subido la falda hasta la mitad del muslo, y una de las piernas de Nick había quedado entre las suyas de modo que sus muslos abrazaban aquella columna de músculos. Se había aferrado a él instintivamente al caer, y ahora tenía los dedos hundidos con fuerza en su espalda desnuda, palpando el calor de su carne. La postura era la de hacer el amor, y el cuerpo de Miley reaccionó con inconsciente intensidad. Se le nublaron los sentidos, sobrecargados por aquella primera explosión de señales sexuales.
–¿Estás bien? –murmuró Nick, levantando la cabeza.
Miley tragó saliva. Las palabras se le agolpaban en la garganta. Sintió que se le contraían las entrañas, instándola a pegarse a él en un impulso ciego, ardiente. Se resistió y volvió el rostro a un lado para no verlo reflejado en los ojos oscuros de Nick.
–¿Miley? –El tono fue más insistente, exigía una respuesta.
–Sí –susurró.
–Mírame. –Se izó sobre los codos, retirando la mayor parte de su peso para que ella pudiera respirar mejor, pero seguía estando demasiado cerca, con la cara a escasos centímetros de la suya.
La tentación flotó entre ambos, todavía más poderosa debido a las veces que ella se había resistido. Hacía falta muy poco para convertir el deseo en una llamarada, un beso, un leve contacto, como una chispa en la paja seca. Cada vez era más difícil resistirse a él, y sólo la fuerza de su aversión por el sexo ocasional, por ser una réplica moral de su madre, le había permitido a Miley mantenerlo a raya. Pero cada nuevo contacto erosionaba su fuerza de voluntad y la iba desgastando poco a poco, de forma que cada rechazo le requería un mayor esfuerzo.

El aliento de Nick se proyectaba sobre sus labios, aquel sutil contacto los hacía abrirse como si Miley quisiera inhalar su esencia. Nick bajó la cabeza y llevó su boca hacia la de ella.
En un gesto desesperado, Miley introdujo los brazos entre ambos y empujó contra el pecho de Nick. El vello rizado le hizo cosquillas en las palmas y notó la dureza de sus tetillas contra la base de las manos. Ocultos bajo la blusa y el sujetador, sus propios pezones también estaban erguidos.

Nick permaneció quieto un instante, observando a Miley. Un reguero de sudor descendió por su sien y se curvó siguiendo la línea de la mandíbula. Sus tetillas eran como picas diminutas que le quemaban las manos. Deseó acariciarlas, aplicar la boca a ellas y palparlas con la lengua, paladear la sal de su piel, sentir cómo se tensaba y estremecía por la excitación.

La rondó la tentación, aguda e insistente. Nick tomó aire, su pecho se expandió bajo las manos de Miley, y el castillo de arena de su resistencia se desmoronó bajo la oleada de placer. Dejando salir el aire en un suave suspiro, dio vuelta a las manos y las movió de forma que los pulgares rozaron aquellas tetillas, una vez, dos. El placer le produjo un ligero vértigo.
Las pupilas de Nick se dilataron hasta casi eclipsar del todo el color oscuro del iris. Bajó la cabeza entre los brazos, con el cabello largo y oscuro a modo de cortina alrededor de los rostros de ambos, y su aliento susurró entre los dientes. Habiendo capitulado, Miley ya no pudo dejar de tocarlo. Exploró los duros planos de su pecho regresando una y otra vez a las puntas endurecidas que la habían atraído a un territorio tan peligroso. No se cansaba de tocarlo, no podía saciar su sed de sentirlo.

Entonces él le apartó las manos del cuerpo y clavó en ella una mirada intensa.
–Lo justo es cambiar el turno –le dijo, y le puso una mano en el pecho.
Miley se arqueó debajo de él, dejando escapar una exclamación al sentir la fuerte llamarada de placer. Los pechos se le tensaron bajo aquel contacto, tan sensibles que el calor de las manos de Nick se hizo casi insoportable y, sin embargo, si dejara de tocarla sería como una tortura. Incluso a través de la ropa el roce de sus dedos le producía una sensación de quemazón y palpitación en los pezones.

Nick inclinó la cabeza y la besó, una presión dura y devastadora, al tiempo que tiraba de la blusa para sacarla de la cintura de la falda. Una vez libre, introdujo una mano por debajo de la tela y la deslizó bajo el sujetador para cerrar los dedos alrededor de la piel de satén del pecho desnudo.
–Ya sabes lo que quiero –dijo con voz ronca, situándose más encima de ella y empujando con las piernas entre las suyas para hacerse un sitio.
Miley lo sabía. Ella también quería lo mismo, con tal vehemencia que aquella necesidad casi ofuscaba cualquier otra consideración. Los dedos ásperos de 
Nick se apoderaron del pezón y empezaron a acariciarlo. Miley quería sentir allí su boca succionando con fuerza; quería que él la tomase, allí mismo, sobre la hierba, con el calor del sol quemando sus cuerpos desnudos. Lo deseaba a él, para siempre.
–Dímelo –dijo Nick–. Dime por qué. –Aquellas palabras sonaron amortiguadas contra la garganta de Miley, mientras iba recorriéndole el cuello a besos.

Ella parpadeó y se quedó mirando las nubes con desconcierto. Entonces comprendió de pronto el significado de aquellas palabras y fue como un jarro de agua fría. Nick la deseaba, así lo atestiguaba la gruesa protuberancia que presionaba contra sus ingles, pero mientras ella estaba perdida en la niebla del deseo, el cerebro de él permanecía despejado, funcionando, aún tratando de obtener respuestas.
Explotó con un siseo rabioso y se lo quitó de encima a puñ/etazos y patadas. Nick se apartó de ella y se incorporó. Parecía un salvaje semidesnudo con el pelo enredado alrededor del rostro y sus ojos oscuros entrecerrados por una peligrosa lujuria.
–¡Hijo de pu/ta! –escupió Miley, temblando de furia.

Se puso de rodillas de un salto con las manos cerradas en dos puños mientras luchaba contra el impulso de arremeter contra él. No era aquél el momento de desafiarle físicamente, cuando todo aquel enorme cuerpo estaba tenso por la necesidad de aparearse. El control, tanto el de ella como el de Nick, pendía de un hilo; a la menor presión se vendría abajo. Nick aguardó con aplomo, preparado para su ataque, y Miley vio el deseo sexual ardiendo en sus ojos. Durante largos instantes se miraron el uno al otro, hasta que gradualmente ella se obligó a relajarse. No había nada que ganar en aquella confrontación.

Tampoco había nada que decir. Tal vez no hubiera sido ella exactamente la que había prendido la llama, pero desde luego había sido quien avivó el fuego acariciando sus tetillas de aquel modo. Si aquello había llegado más lejos de lo que ella quería, la culpa era solamente suya.
Por fin se levantó del suelo con movimientos rígidos. 

Tenía la falda desgarrada y una carrera en una media. Se volvió de espaldas, sólo para verse atrapada de nuevo, esa vez por un puñado de tela de la falda.
–Te llevaré a casa –dijo Nick–. Deja que vaya a buscar el caballo.
–Gracias, pero prefiero caminar –replicó Miley con la misma rigidez en la voz que en el resto del cuerpo.
–No te he preguntado qué prefieres. He dicho que voy a llevarte a casa. No deberías andar sola por el bosque. –Como no se fiaba de que ella se quedase allí si la soltaba, empezó a arrastrarla tras de sí.
–Me he pasado más de la mitad de mi vida andando sola por ahí –masculló Miley.
–Puede ser, pero ahora no vas a hacerlo. –Le dirigió de soslayo una mirada breve, dura–. Esta finca es mía, y las normas las dicto yo.

Continuaba agarrándole la falda, de modo que Miley se vio obligada a seguirle el paso o destrozar la prenda. Dejaron atrás el cobertizo para botes y rodearon la ciénaga, una distancia de unos cien metros, hasta llegar a donde Nick había dejado al semental para que pudiera pastar. A un silbido suyo, el enorme animal de color marrón oscuro empezó a moverse hacia él. Para consternación de Miley, no había ninguna silla de montar a la vista.
–¿Montas a pelo? –preguntó nerviosa.
Los Ojos de Nick chispearon.
–No dejaré que te caigas.

Miley no sabía mucho de caballos, ya que nunca se había subido a ninguno, pero sí sabía que los sementales eran animales díscolos, difíciles de controlar. Hizo ademán de retroceder cuando el caballo se les acercó, pero la mano de Nick en su falda la obligó a permanecer a su costado.
–No tengas miedo. Es el semental de mejor carácter que he visto nunca, de lo contrario no lo montaría sin silla. –El caballo llegó hasta su alcance y lo agarró del ronzal al tiempo que le susurraba un elogio junto a las enhiestas orejas.
–Nunca he montado a caballo –reconoció Miley contemplando la gran cabeza que se inclinaba hacia ella. Unos labios aterciopelados le rozaron el brazo al tiempo que unas enormes fosas nasales la olfateaban para aprehender su olor. Titubeante, levantó la mano y acarició al caballo por encima del morro.
–Entonces tu estreno va a ser con un pura sangre –dijo Nick, y la izó hasta el ancho lomo. Ella se aferró de las gruesas crines, alarmada por la altura a la que se encontraba, mientras que la plataforma viviente que tenía debajo no dejaba de moverse.
Nick tomó las riendas, agarró dos puñados de crines y montó detrás de Miley. El semental se agitó ligeramente al sentir el aumento de peso, lo cual hizo que Miley contuviera la respiración, pero la mano de Nick y el sonido de su voz lo tranquilizaron de inmediato.
–¿Dónde has dejado el coche? –inquirió.
–En la última curva antes de llegar a la chabola –contestó Miley, y aquéllas fueron las únicas palabras que se dijeron durante el paseo a caballo.

Nick guió el semental a través de los árboles, evitando las ramas bajas y obligándolo a rodear los obstáculos. Miley aguantó, plenamente consciente del pecho desnudo de Nick contra su espalda y del modo en que sus nalgas iban encajadas en la entrepierna de él. Los fuertes muslos de Nick le abrazaban las caderas, y sintió que se tensaban y relajaban para guiar al caballo. Llegaron a la carretera demasiado pronto, pero en cierto sentido el paseo duró una pequeña eternidad.

Nick tiró de las riendas al llegar junto al coche de Miley  y saltó al suelo, luego extendió los brazos para tomar a Miley por las axilas y bajarla del caballo. Alarmada de pronto por la posibilidad de que hubiera perdido las llaves en la refriega, se palpó el bolsillo, y oyó el tranquilizador tintineo.
No quería mirar a Nick, así que sacó las llaves y se volvió de espaldas para abrir el coche.
–Miley.

Ella vaciló un instante, luego hizo girar la llave en la cerradura y abrió la portezuela. Nick dio un paso adelante y la expresión que vio en sus ojos hizo que diera las gracias por tener la puerta del coche como separación entre los dos.
–No vuelvas a pisar mi propiedad –dijo él en tono calmado–. Si vuelvo a pillarte en tierras de los Rouillard, te voy a jo/der como te mereces.

No hay comentarios:

Publicar un comentario