martes, 4 de marzo de 2014

Paraíso Robado - Cap: 52



Miley sentía un nudo de pánico en el estómago, aunque otro sentimiento más fuerte lo eclipsaba: la traición. Había desafiado una tormenta para presentarse en la casa de Nick, en Edmunton, para contarle la verdad sobre el bebé y el telegrama de su padre; ahora Nick esgrimía eso como una amenaza contra ella. Sin embargo, las siguientes palabras de Pearson le levantaron el ánimo.

–He mencionado todo esto, señorita Bancroft, no para alarmarla ni alterarla, sino para recordarle los hechos y darle a conocer nuestro punto de vista. Pese a todo, el señor Farrell está dispuesto a olvidarlo todo, incluso por escrito. Y a cambio solo le pide una pequeña concesión. –Se dirigió a Stuart y le entregó un documento de dos páginas; luego le pasó a 
Miley una copia–. La oferta verbal que voy a hacer está detallada en ese documento, y para despejar toda duda que pudiera existir acerca de las intenciones de mi cliente, este se ha ofrecido a firmar el documento en esta misma reunión. Sin embargo, hay una condición, a saber: la oferta deberá ser aceptada o rechazada antes de que nuestro cliente abandone hoy el edificio. Si es rechazada, el señor Farrell la considerará irreversible y procederemos a presentar la querella criminal contra Philip Bancroft a finales de esta semana. ¿Querrían echarle un vistazo antes de que yo les haga un resumen?

Stuart ni siquiera se dignó mirar el escrito, sino que lo apartó, se reclinó en el sillón y observó a su adversario con una sonrisa de desdén.

–Prefiero que me lo expliques tú, Bill. Hasta hoy nunca he apreciado del todo tus dotes teatrales. La única razón que me ha impedido enviarte al diablo y decirte que nos veremos las caras ante el juez es que no puedo arrancar mi cuerpo del asiento sin antes asistir al último acto de tu función. –A pesar de su aparente desenfado, se sentía furioso. A Stuart le parecía intolerable aquel intento de intimidar a 
Miley.

Obedeciendo a una seña de Nick, Levinson tomó las riendas, hablando con tono conciliador.

–Tal vez sería mejor que yo resumiera el contenido del documento.

–No lo sé –arguyó Stuart con insolencia–. ¿Quién eres tú, el actor secundario o el protagonista?

–El protagonista –replicó el más viejo de los tres abogados, imperturbable–. Yo he preparado el documento. –Miró a 
Miley con una amable sonrisa–. Señorita Bancroft, según le ha explicado mi socio, si usted acepta la petición de su marido, él está dispuesto a renunciar a toda acción jurídica contra su padre. Pero en realidad le ofrece mucho más de lo que dice ese documento. Le ofrece una generosa suma global de cinco millones de dólares en concepto de pensión alimenticia, si es que usted prefiere llamarlo así.

La alarma de 
Miley se mezcló con una enorme sorpresa. Miró a Stuart e inquirió:

–¿Mostrarme de acuerdo en qué? ¿Se puede saber qué está pasando aquí?

–Solo es un juego –intervino Stuart, intentando tranquilizarla–. Primero te amenazan con una serie de consecuencias si te niegas a seguir el juego, después te dicen todo lo que te van a dar si accedes a seguirlo.

–¿Un juego? –exclamó ella–. ¿Qué clase de juego?

–Eso se lo reservan para el final.

Mirando fijamente a Stuart, 
Miley asintió con la cabeza, reunió sus fuerzas y por fin miró a Levinson, evitando con cuidado los ojos de Nick.

–Prosiga, señor Levinson –pidió 
Miley  alzando la barbilla en un gesto de dignidad y coraje.

–Además de los cinco millones de dólares –declaró Levinson–, su marido le venderá a Bancroft & Company un terreno en Houston por la suma de veinte millones de dólares.
Miley sintió que la habitación daba vueltas alrededor, y entonces miró a Nick con una expresión que reflejaba confusión, gratitud y recelo. El ni siquiera pestañeó mientras Levinson proseguía:

–Por último, si usted acepta, su marido firmará la renuncia a los dos años de separación requeridos por la ley del estado para obtener el divorcio por motivos de diferencias irreconciliables. Eso reducirá el período de espera a seis meses.

Stuart se encogió de hombros despectivamente.

–No necesitamos la renuncia expresa de Farrell para que la ley conceda la reducción del período de espera. La ley dice con claridad meridiana que si una pareja no ha cohabitado durante los dos últimos años y existen diferencias irreconciliables, la espera puede ser reducida a seis meses. ¡Esta pareja no ha cohabitado durante los últimos once años!

Levinson respiró hondo y 
Miley supo lo que iba a decir antes de oír su voz serena:

–Pasaron juntos el fin de semana pasado.

–¿Y qué? –replicó Stuart. Ya no estaba enojado, sino asombrado ante la oferta de cinco millones de Farrell, y también preocupado por conocer las concesiones que Nick esperaba a cambio–. No cohabitaron en el sentido estricto de la palabra. En el sentido marital. Durmieron en la misma casa, eso es todo. Ningún juez vivo pensaría que este matrimonio puede ser preservado ni insistiría en un período de espera de dos años solo porque los cónyuges pasaron dos días bajo el mismo techo. Lo que hicieron no fue cohabitar, por supuesto que no.

Se produjo un silencio tenso.

Levinson arqueó una ceja y clavó la mirada en Stuart que, de nuevo enojado, miró a Farrell.

–Compartieron ustedes un techo, no una cama. –Nick guardó silencio. Tan solo desvió la mirada hacia 
Miley. Fue suficiente.

Stuart se dio cuenta de todo, incluso antes de mirar a 
Miley y ver en sus ojos brillantes el sentimiento de la traición; ver el rubor en sus mejillas cuando bajó la mirada hacia sus manos, muda. A pesar de los pensamientos inconexos que le bullían en la mente, Stuart se encogió de hombros y dijo con escasa convicción:

–Bueno, se acostaron juntos. ¿Y qué? Insisto, ¿por qué querría tu cliente negarse a firmar la renuncia a los dos años? ¿Por qué prolongar un divorcio inevitable?

–Porque –le respondió Levinson con calma– el señor Farrell no está convencido de que el divorcio sea inevitable.

Stuart lanzó una sincera carcajada.

–Eso es ridículo.

–El señor Farrell no lo cree así. De hecho, esta dispuesto a hacer todas las concesiones aquí enumeradas (los cinco millones, la venta del terreno de Houston, la renuncia a toda acción jurídica contra Philip Bancroft y a los dos años de período de espera) a cambio de una sola concesión.

–¿Que concesión?

–Quiere una semana por cada año de matrimonio que se le ha hurtado. Once semanas con su esposa, con el fin de llegar a conocerse mejor...
Miley casi saltó de la silla y miró a Nick con expresión furibunda.

–¿Qué? –vociferó.

–Define cómo el señor Farrell desea entablar esta relación con su esposa. ¿Qué entiende por conocerla mejor? –Stuart estaba convencido de que la cláusula encerraba intenciones sexuales.

–Creo que será mejor que eso lo discutan entre ellos –empezó a decir Levinson, pero la voz airada de 
Miley le interrumpió.

–¡De eso nada! No vamos a discutir nada entre nosotros. –Se puso de pie y sus ojos brillaban de ira al espetar a Nick–: ¡Me has sometido a todo en esta maldita reunión, desde el terrorismo a la humillación! Ahora no te detengas. Seamos específicos, de modo que podamos tomar nota de todo eso junto con el resto de tu oterta. Diles con exactitud cómo pretendes llegar a conocerme mejor. ¡Esto no es más que chantaje, así que procede a estipular tus condiciones, maldito hijo de pu/ta!

Nick miró a sus abogados.

–Déjennos solos.

Pero a 
Miley ya nada le importaba. ¡Que todo el mundo lo oyera y se enterara!

–¡Siéntense! –les ordenó a todos.

¿Qué más daba? Había caído en la trampa. Habia comprendido las condiciones. Solo que era incapaz de imaginar el grotesco pago que Nick quería de ella. O se acostaba con él durante las siguientes once semanas, o su padre se vería arrastrado de tribunal en tribunal, si es que no sucumbía antes al estrés.

Al levantar la mirada, 
Miley vio a una secretaria de pelo gris que acababa de entrar en la sala y, sentada en un sofá, anotaba todo lo que se decía. Miley se revolvió como un animal acorralado. Apoyó las manos sobre la mesa y clavó en Nick una mirada de desprecio y odio.

–¡Que todo el mundo se quede mientras tú haces la lista de tus obscenas condiciones! O matas a mi padre con tus querellas o te llevas tu libra de carne. A eso se reduce todo. ¿O no? ¡Diles con qué frecuencia y de qué modo, maldito seas! Pero me harás recibos, cretino, porque te obligaré a que los firmes. –Posó la mirada en la secretaria–. ¿Lo está escribiendo todo? Este monstruo para el que usted trabaja va a dictar cómo quiere sus placeres, con qué frecuencia...

De pronto todo el mundo se puso en movimiento. Nick se levantó de la silla y rodeó la mesa para aproximarse a 
Miley.  Levinson quiso agarrarlo por la manga pero no acertó, mientras que Stuart empujaba su silla e intentaba atrapar a Miley para que esta se situase a sus espaldas. La joven se deshizo de él.

–¡No te acerques! –le advirtió a su abogado, y se volvió para enfrentarse con Nick, los brazos en jarras–. ¡Bastardo! –profirió arrastrando las sílabas–, Empieza a dictar tus condiciones. ¿Con qué frecuencia quieres acostarte conmigo? ¿Cómo...?

Nick quiso agarrarla, pero antes de que pudiera hacerlo, la joven le asestó tal bofetada que el poderoso hombre de finanzas ladeó la cabeza.

–¡Basta! –ordenó él tomándole los brazos, aunque sin perder de vista a Stuart, que se acercaba con la intención de proteger a 
Miley,

–¡Bastardo! –sollozó ella, mirando a Nick–. Yo confié en ti.



Nick la atrajo hacia sí al tiempo que repelía la agresión de Stuart.

–¡Escúchame! –dijo con voz tensa–. No te estoy pidiendo que te acuestes conmigo, ¿lo entiendes? Solo te pido una oportunidad, maldita sea. Una oportunidad durante once semanas.

Todos estaban de pie, inmóviles. La propia 
Miley dejó de forcejear, aunque su cuerpo temblaba y se cubría la cara con las manos. Mirando a los demás, Nick ordenó:

–¡Todo el mundo fuera!

Levinson y Pearson recogieron presurosamente los papeles, mientras que Stuart no se movió, observando a 
Miley , que si por una parte no correspondía al abrazo de Nick, tampoco oponía resistencia.

–No me iré mientras usted no le quite las manos de encima y ella no me diga que me vaya.

Nick sabía que Stuart hablaba en serio, y como 
Miley no se resistía a su abrazo, la soltó, sacó un pañuelo del bolsillo y se lo ofreció.

–¿
Miley? –preguntó Stuart indeciso, a la espalda de su clienta y amiga–. ¿Te espero fuera o me quedo? Dime qué quieres que haga.

Sintiéndose humillada por haberse precipitado en sus conclusiones y a la vez furiosa consigo misma, le arrebató a Nick el pañuelo que él le ofrecía amablemente.

–Lo que ahora quiere –intervino Nick a Stuart, intentando suavizar la tensión– es darme otra bofetada.

–¡Puedo hablar por mí misma! –prorrumpió 
Miley al tiempo que se limpiaba la nariz y dando un paso atrás–. ¡Quédate aquí, Stuart! –Miró a Nick con desconfianza–. Querías que todo esto fuera legal y formal. Dile a mi abogado qué entiendes por tener una oportunidad, porque te juro que yo no lo entiendo.

–Preferiría hacerlo en privado.

–Bien –le replicó ella con mirada altiva y los ojos llenos de lágrimas–. Lo siento por ti. Eres tú quien ha insistido en reunirnos hoy y en presencia de tus abogados. Al parecer no podías haberme ahorrado esta escena y discutir conmigo tus pretensiones en privado, en cualquier otra ocasión.

–Te llamé ayer para hacer exactamente eso, pero tú ordenaste a tu secretaria que me informara de que si tenía algo que decirte lo hiciera a través de tu abogado.

–¡Podrías haberlo intentado de nuevo!

–¿Cuándo? ¿Después de tu regreso de México o de Reno o adondequiera que fueras este fin de semana para obtener el divorcio?

–¡Tenía mis razones! –contestó ella con enojo, y Nick tuvo que reprimir una sonrisa de orgullo. Estaba espléndida, la compostura recobrada y la barbilla alta. Aún no se atrevía a mirar a la cara a los abogados de Nick, así que lo hizo de soslayo. Pearson y Levinson salían con sus abrigos y sus maletines, pero Stuart se mantenía en su sitio, con los brazos cruzados. Observaba a Nick con una mezcla de antagonismo y curiosidad.

Miley –dijo Nick–. ¿Querrías por lo menos pedirle a tu abogado que espere en mi despacho? Desde allí puede vernos, pero no es necesario que escuche nada más.

–No tengo nada que ocultar –repuso 
Miley , iracunda–. Terminemos. ¿Qué es exactamente lo que quieres de mí?

–Está bien –contestó Nick sin importarle ya la presencia de Whitmore. Se sentó en el borde de la mesa de conferencias y cruzó los brazos sobre el pecho. Luego agregó–: Quiero que me des la oportunidad de conocernos. El plazo que te pido es de once semanas.

–¿Y cómo piensas hacerlo?

–Del modo habitual. Cenaremos juntos, iremos al teatro...

–¿Con qué frecuencia? –le interrumpió ella, al parecer más furiosa que nunca.

–No lo he pensado.

–No. Estarías muy ocupado perfeccionando tu chantaje y pensando en cómo arruinarme la vida...

–Cuatro veces por semana –dijo Nick–. Y no es mi intención arruinarte la vida.

–¿Qué días?

La ira de Nick pareció remitir y esbozó una sonrisa.

–Viernes, sábado, domingo y... miércoles –contestó tras un momento de reflexión.

–¿Se te ha ocurrido pensar que tengo un trabajo y un novio?

–No voy a interferir en tu trabajo. En cuanto al novio, tendrá que desaparecer durante ese tiempo.

–Eso no es justo para él –dijo 
Miley.

–¡Qué lástima!

El desdén, su tono frío, sus facciones implacables, le recordaron a 
Miley que se hallaba ante un ser despótico. Nada de lo que ella dijera o hiciera impediría que Nick ejecutara su plan. La joven comprendió que era el objetivo de la más reciente conquista de su tremendo adversario.

–Todas esas cosas que se cuentan de ti son ciertas. ¿O acaso me equivoco?

–No demasiado –confirmó él como si 
Miley le hubiera dado otra bofetada.

–No importa a quién hieras, no importan los medios. Caiga quien caiga, tú siempre te sales con la tuya, ¿no?

El rostro de Nick se endureció.

–En este caso concreto te equivocas.

La actitud altiva de 
Miley fue cediendo paulatinamente.

–¿Por qué me haces esto? ¿Crees que he sido consciente del daño que te he hecho para que quieras destrozarme la vida?

Nick fue incapaz de pensar en una respuesta que ella aceptara sin enfurecerse o sin echarse a reír.

–Digamos que existe entre nosotros algo especial, una especie de atracción... y quiero saber hasta dónde llega.

–¡Dios mío, no puedo creerlo! –exclamó 
Miley  llevándose las manos al estómago–. ¡No hay nada entre nosotros! Nada, excepto un horrible pasado.

–Y el último fin de semana –agregó él con brutal franqueza.
Miley disfrazó de ira su tristeza.

–¡Eso fue... sexo!

–Tú lo sabrás mejor –replicó ella, recordando de pronto un detalle que había olvidado–. Si la mitad de lo que se cuenta de ti es cierto, bates la marca mundial de aventuras vulgares y flirteos insignificantes. Dios mío, ¿cómo pudiste acostarte con esa estrella del rock de cabello rosado?

–¿Marianna Tighbell?

–Sí. No te molestes en negarlo. Ocupaba la primera página del National Tattler.

Nick reprimió un acceso de risa y observó cómo 
Miley se paseaba nerviosa por la sala. Admiraba su manera de moverse, de acentuar las palabras cuando estaba furiosa, amaba la forma en que le abrazaba cuando estaba a punto de tener un orgasmo, como si no estuviera segura de que fuera a producirse. Pensó que quizá con sus otros amantes no siempre era igual... Miley era encantadora y apasionada por naturaleza. Sin duda se habría acostado con docenas de hombres y Nick se consoló con la esperanza de que hubieran sido todos egoístas, ineptos o aburridos. Preferiblemente, todas estas cosas juntas, además de impotentes.

–¿Y bien? –insistió ella–. ¿Cómo fuiste capaz de... acostarte con esa mujer?

–Asistí a una fiesta en su casa. Nunca me acosté con ella.

–¿Tengo que creerte?

–Al parecer, no.

–No importa –masculló 
Miley  sacudiéndose la idea de la cabeza–. Nick, por favor –imploró, tratando por un momento de hacerle abandonar aquel plan de locura–. Amo a otra persona.

–No la amabas el domingo, cuando estábamos en la cama.

–¡Deja de hablar así! Te juro que estoy enamorada de Parker Reynolds. He estado enamorada de él desde que era una chiquilla. ¡Le amaba antes de conocerte!

Nick consideraba esta declaración como algo muy improbable, por la misma razón que resultaba improbable ahora. Pero 
Miley añadió:

–Solo que él se comprometió con otra y yo renuncié a mis esperanzas.

Nick se sintió tan herido que se levantó bruscamente y dijo con acritud:

–Ya conoces mi oferta, 
Miley. Tómala o déjala.
Miley clavó en él la mirada, consciente de que de pronto él se mostraba duro y distante. Hablaba en serio, la discusión había llegado a su fin. También lo supo Stuart, porque ya se ponía el abrigo y se dirigía al despacho de Nick. Se detuvo en el umbral de la puerta a esperar a Miley. Ella volvió deliberadamente la espalda a Nick y dio unos pasos para recoger su bolso, satisfecha de hacerle creer que se burlaba de su oferta, aunque al mismo tiempo sacudida por el pánico. Con el bolso en la mano se encamino al sofá en busca del abrigo. Caminaba con paso firme, sintiendo en todo momento la penetrante mirada de Nick.

La voz de él, fría y ominosa, la detuvo en seco.

–¿Es esa tu respuesta, 
Miley?



La joven hizo un esfuerzo para no contestar. Pensó por última vez en la posibilidad de llegar al corazón de aquel hombre, de conmoverlo. Pero Nick Farrell no tenía corazón, solo pasión. Pasión, egoísmo, venganza, de esos materiales estaba hecho. 
Miley se colocó el abrigo sobre el brazo y salió de la sala sin ni siquiera mirarle.

–Vamos –le dijo a Stuart, deseando que Nick creyera, al menos durante unos minutos, que su ultimátum había sido arrojado a la basura... esperando contra toda esperanza que él la llamara y le dijera que solo estaba fanfarroneando, que no actuaría contra ella ni contra su padre.

Pero Nick permaneció en silencio.

La secretaria de Nick ya se había marchado, y cuando Stuart cerró la puerta que conectaba los dos despachos, 
Miley se detuvo y preguntó:

–¿Puede hacer lo que dice?

Enojado por varias razones, entre las que figuraba la intolerable presión a la que 
Miley había sido sometida, Stuart suspiró y dijo:

–No podemos impedirle que entable pleitos criminales y que tu padre termine ante el juez. No creo que personalmente obtuviera otro beneficio que la venganza. Que gane o pierda es lo de menos. Lo malo es que el nombre de tu padre saldrá en los titulares. ¿Cómo va su salud?

–Mal. En el mejor de los casos, no lo bastante bien para obligarlo a sufrir la tensión de esa clase de publicidad. –Miró los documentos que Stuart tenía en la mano. Después le lanzó una mirada implorante y preguntó–: ¿Algún error de redacción? ¿Algo de dónde agarrarse?

–Nada. Tampoco hay trampas, si eso te sirve de consuelo. Es bastante sencillo y directo, y apenas dice más de lo que declararon Pearson y Levinson. –Dejó los pliegos en la mesa de la secretaria para que 
Miley los leyera, pero ella negó con la cabeza. No quería ni ver las palabras. Tomó un bolígrafo y firmó al pie del documento.

–Dáselo y que lo firme –dijo, arrojando el bolígrafo como si fuera un objeto sucio o maldito–. Y haz que ese... maníaco agregue los días de la semana que mencioné y lo rubrique. Y que quede constancia de que si pierde un día, es irrecuperable.

Stuart casi sonrió al oír aquel comentario, pero meneó la cabeza cuando 
Miley le devolvió los papeles.

–A menos que quieras los cinco millones y el terreno de Houston más de lo que has dado a entender no creo necesario que pases por esto. Nick solo fanfarronea.

El rostro de 
Miley se iluminó.

–¿Por qué crees eso?

–Un presentimiento. Un presentimiento muy fuerte.

–¿Basado en qué?

Stuart pensó en la solemne ternura del rostro de Farrell cuando estrechaba la mano de 
Miley,  en la mirada de sus ojos cuando ella lo abofeteó, y en la serenidad con que luego la contuvo. Y aunque al principio se dijo que Nick solo buscaba aprovecharse de ella, había demostrado verdadera sorpresa ante la acusación. Sin embargo, no eran más que divagaciones, por lo que el abogado le ofreció a Miley un argumento mas concreto:

–Si es cruel hasta el punto de hacerle eso a tu padre, ¿por qué se muestra tan generoso contigo? ¿Por qué no amenazarte simplemente con denunciar a Philip para arrancarte esa concesión?

–Supongo que piensa que será tanto más divertido cuanto más indefensa me vea. Además, el hecho de desprenderse de esos millones como quien da una propina es algo que debe de causarle una enorme satisfacción. Mi padre lo humilló de un modo terrible hace once años y aún sigue humillándolo. Puedo imaginarme los sentimientos de Nick hacia Philip Bancroft. Supongo que mejor que tú.

–Aun así apostaría a que Nicholas Farrell no moverá un dedo contra tu padre, firmes o no firmes este documento.

–Quisiera creerte –contestó 
Miley , ya más tranquila–. Si me ofreces una razón sólida, arrojamos estos papeles a la basura y nos largamos de aquí.

–Te parecerá extraño, dado lo que he visto hoy de Farrell y la reputación que tiene, pero la verdad es que no creo que hiciera nada que te perjudicara.
Miley lanzó una risa breve y amarga.

–¿Cómo explicas esta intimidación, esta humillación y este chantaje? ¿Cómo llamarías tú la experiencia por la que me ha hecho pasar ahí dentro?

Stuart se encogió desvalidamente de hombros.

–Chantaje, no. Te ofrece dinero, no al revés. Yo lo llamaría poner toda la carne en el asador, utilizar todos los medios a su alcance para conseguir lo que quiere, lo que quiere con toda su alma. También creo que la situación se fue de las manos gracias a la táctica de mano dura de Pearson y a su histrionismo. Estuve observando a Farrell la mayor parte del tiempo y cada vez que Pearson te apretaba las tuercas, Nick parecía enojado. Creo que eligió mal sus abogados para lo que, por su parte, solo pretendía ser un acercamiento amable. Levinson y Pearson únicamente saben actuar de un modo, atrapando a la presa por el cuello. Van a ganar, caiga quien caiga.

Las esperanzas de 
Miley se hundieron ante el tenue razonamiento de Stuart.

–No puedo arriesgar la vida de mi padre basándome en una hipótesis tan frágil. Te diré algo más –añadió con tristeza–. Nick ha elegido unos abogados que piensan lo mismo que él. Es posible que estés en lo cierto al suponer que no quiere herirme personalmente, pero eso se debe a que no soy el objetivo de este asunto. Lo vi claro cuando salimos de ahí. –Respiró hondo–. No, a Nick yo no le intereso. En realidad, ni siquiera me conoce. Lo que quiere es vengarse de mi padre y ha ideado dos modos para lograrlo: o lo lleva ante los tribunales o emprende un camino mejor, más dulce, para la venganza. Es decir, me utiliza. Soy la más dulce de las venganzas. Obligar a mi padre a vernos juntos después de tantos años, hacerle pensar que existe la posibilidad de que permanezcamos unidos... Para Nick, esa es la venganza. –Puso una mano en la manga de Stuart–. ¿Me harás un favor cuando le entregues esto?

Stuart asintió, al tiempo que cubría con su mano la de 
Miley.

–Intenta arrancarle el compromiso de que todo este asunto no se divulgue. Es probable que no acceda, porque eso le robará parte del placer que busca, pero inténtalo.

–Lo intentaré.
Miley se marchó y Stuart escribió en la segunda página las condiciones que ella establecía, con la esperanza de que Nick no se negara a aceptarlas. Se dirigió al despacho de Nick y no se molestó en llamar a la puerta, sino que entró directamente. Su hombre no estaba allí. Salió a la sala de conferencias con cierto sigilo. Si lo sorprendía, tal vez detectara en su rostro... una expresión que reflejara los verdaderos sentimientos de aquel tipo enigmático.

Nick había descorrido las cortinas y estaba de pie junto a los ventanales, con un vaso en la mano. Tenía la mirada perdida en el paisaie urbano. Con cierta satisfacción, Stuart pensó que tenía el aspecto de alguien que acaba de sufrir un tremendo revés y trata de adaptarse a la nueva situación. De hecho, aquel hombre, de pie allí en el amplio recinto, rodeado de todos los objetos de su exito, de su riquéza y su poder, parecía solo, desvalido, a juzgar por su manera de inclinar la cabeza y de mirar el vaso que tenía en la mano. En aquel momento se lo llevó a los labios y bebió el contenido de un sorbo, como si intentara quitarse un sabor amargo.

–¿Debí haber llamado? –preguntó Stuart.

Nick volvió la cabeza bruscamente, pero incluso sorprendido Stuart no supo con seguridad si lo que vio en sus ojos fue un alivio inmenso o una gran satisfacción, puesto que se puso en guardia de inmediato. Durante la reunión, ante la presencia de 
Miley,  Stuart había estudiado el rostro de Farrell, pero ahora estaban los dos solos. El abogado vio una expresión distante e inescrutable mientras Nick lanzaba una fugaz mirada a los documentos que él llevaba en la mano. Luego Nick se encaminó hacia el bar.

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