martes, 4 de marzo de 2014

Paraíso Robado - Cap: 54



–¿Cómo te fue con Farrell? –preguntó Parker en cuanto entró en el apartamento de Miley. Venía dispuesto a salir con ella para celebrar lo que suponía era el inminente divorcio, pero su sonrisa se desvaneció al ver que 
Miley meneaba la cabeza con pesimismo–. Miley  ¿qué ha ocurrido? –preguntó Parker, asiéndola de los brazos.

–Creo que será mejor que te sientes –le advirtió ella.

–Estoy bien –replicó él, turbado.

Diez minutos después, cuando 
Miley terminó de contarle toda la historia, Parker ya no parecía turbado, sino furioso... con ella.

–¿Y has cedido?

–¡Qué remedio! –exclamó 
Miley- . Tenía todas las cartas en la mano, yo ninguna. Y me lanzó un ultimátum. Bueno, la cosa no es tan trágica –añadió esforzándose por sonreír para tranquilizarlo–. He tenido un par de horas para pensarlo y he llegado a la conclusión de que más que un inconveniente, es un gran enojo. Sobretodo, si miramos las cosas con objetividad.

–Yo soy completamente objetivo y no estoy de acuerdo –repuso Parker con dureza.

Por desgracia, 
Miley se sentía demasiado fatigada y dominada por la culpa, lo que le impidió advertir que a Parker lo ayudaría que ella se sintiera peor ante la perspectiva de salir con Nick durante once semanas.

–Mira –le dijo lanzándole otra sonrisa de aliento–, incluso si yo hubiera podido ir a cualquier parte para divorciarme, todavía quedaría el problema de los acuerdos económicos, porque hay que tratar ambas cosas por separado. En cambio, ahora todo quedará resuelto en un plazo de seis meses.

–Así es –replicó Parker con rabia–. ¡Y tres de esos seis meses los pasarás con Farrell!

–Ya te he dicho que, según él mismo aclaró, el contrato no incluye relaciones íntimas. Lo que significa que nos quedará la mitad de la semana para nosotros.

–Muy generoso por parte de ese hijo de pu/ta.

–Pierdes la perspectiva –le advirtió 
Miley  asombrándose de que cada cosa que decía irritaba aún mas a su prometido–. Nick hace todo esto para vengarse de mi padre, no porque me desee.

–¡Una mie/rda, 
Miley! Farrell no es homosexual ni está ciego, y está decidido a tenerte, cómo y cuando pueda. Como tú misma me has dicho al contarme lo ocurrido en la reunión, los abogados de ese bastardo afirmaron una y otra vez que Farrell se considera tu marido. ¿Y sabes lo que más me enfurece de todo esto?

–No –respondió 
Miley con lágrimas de frustración–. Supongamos que me lo dices tú, si es que eres capaz de hacerlo sin resultar vulgar y autoritario...

–¿Qué? –masculló Parker, furioso–, Así que soy vulgar y autoritario. Farrell te hace una proposición obscena, pero el vulgar y el autoritario soy yo. Bueno, te diré lo que me resulta más doloroso y repulsivo de todo este asunto ¿Sabes qué es? Pues que a ti no parece molestarte demasiado. Míralo bien. Farrell te ofrece cinco millones de dólares por revolcarte con él cuatro veces a la semana. Pero el vulgar soy yo. ¿A cuánto sale la transacción? ¿A unos cien mil dólares más o menos cada vez?

–Si quieres que te hable con toda claridad, si quieres cálculos y datos, Nick es técnicamente mi marido. –El cansancio y la frustración de 
Miley habían dado paso a la ira.

–¿Y qué diablos soy yo técnicamente? ¿Una verruga?

–No, tú eres mi novio.

–¿Cuánto me harás pagar?

–Vete, Parker –ordenó con voz serena, hablando totalmente en serio.

–Está bien. –Parker se dispuso a obedecer. Cogió el abrigo, que había colocado en el respaldo del sillón, mientras 
Miley se quitaba el anillo de compromiso, luchando por contener las lágrimas.

–Toma esto –dijo tendiéndole el anillo a Parker, y añadió–: Llévatelo contigo.

Parker clavó la mirada en el anillo que su novia le devolvía y sintió que se disipaba parte de su ira.

–Por el momento puedes guardarlo –susurró. Se produjo un momento de silencio–. Estamos demasiado enojados para ver las cosas con claridad –prosiguió finalmente Parker–. Pero este asunto no me gusta, y eso es lo que me molesta. Yo estoy furioso y tú... ¿qué haces? Intentar que parezca una anécdota, una broma sin importancia.

–¡Maldita sea! Lo que he intentado hacer es suavizar las cosas para calmarte.

Parker vaciló inseguro, después tendió una mano y apretó la de 
Miley , con el anillo dentro.

–¿Eso es lo que hacías, 
Miley , o eso es lo que creías estar haciendo? Yo me siento como si el mundo se derrumbara y tú, que eres la que tiene que soportar a ese tipo durante tres meses, lo tomas mejor que yo. Creo que lo más conveniente sería que yo desapareciera de la escena hasta que sepas hasta qué punto soy importante para ti.
Miley replicó con voz tensa:

–Pues yo creo que deberías pasar parte de ese tiempo preguntándote por qué no has podido ofrecerme un poco de comprensión y simpatía en lugar de ver en todo este asunto un reto sexual a tu propiedad privada.

Parker salió dando un portazo y 
Miley se hundió en el sofá. Hacía solo unos días el mundo le había parecido brillante y prometedor. Ahora la tierra cedía bajo sus pies.

Como sucedía siempre que Nick Farrell merodeaba cerca de ella.



–Lo siento, señor, no puede aparcar aquí –le advirtió el portero cuando Nick bajó de su coche frente a la entrada principal del edificio de 
Miley.

Nick, con la mente puesta en su primera cita con ella, le puso al portero un billete de cien dólares en la mano enguantada y sin detenerse se dirigió a la entrada.

–Cuidaré de su coche, señor–le aseguró el portero.

La desmesurada propina era un adelanto para posibles favores futuros. Nick no se molestó en explicárselo, a sabiendas de que tampoco era necesario. Todos los porteros del mundo son maestros en diplomacia y saben lo que significa una propina del calibre de cien dólares. En aquel momento Nick no estaba seguro de qué servicios podría prestarle aquel hombre, pero lo lógico era tener de su lado al portero de 
Miley.

En la mesa del vestíbulo el guardia de seguridad repasó la lista, vio el nombre de Nick y le hizo una seña cortés.

–Señorita Bancroft. Apartamento 505. La llamaré por el intercomunicador para decirle que va hacia allí. –Luego indicó a Nick dónde estaban los ascensores.
Miley estaba tan tensa que las manos le temblaban mientras se arreglaba el pelo con los dedos, ahuecándolo. Le caía sobre los hombros como si estuviese alborotado por el viento. Ante el espejo, dio un paso atrás para mirarse mejor. Llevaba puesta una camisa de seda de un verde vivo, y se ajustó el fino cinturón dorado. La falda, de lana, hacía juego con la camisa. Se puso unos grandes pendientes y una pulsera, todo de oro. Como estaba pálida, añadió un poco más de colorete a sus mejillas, y se disponía a darse otro toque de pintura en los labios cuando sonó el portero automático y del sobresalto se le cayó el pintalabios. Lo recogió, pero cambió de opinión, le puso la tapa y lo guardó en el bolso. Era innecesario presentar un buen aspecto ante Nicholas Farrell, que ni siquiera había tenido la cortesía de notificarle adónde iban para que ella pudiera vestirse adecuadamente. Además, si él pensaba seducirla, cuanto menos seductora se presentase, mejor.

Se encaminó a la puerta ignorando sus piernas temblorosas. Abrió y evitó mirar a Nick a la cara.

–Tenía la esperanza de que llegaras tarde –le dijo con sinceridad.

Nick no esperaba otro recibimiento. Además, 
Miley estaba tan hermosa vestida de verde esmeralda, con su brillante cabellera descuidadamente suelta sobre los hombros, que tuvo que reprimir el impulso de reír y abrazarla.

–¿Muy tarde?

–En realidad, tres meses.

Por fin Nick se echó a reír y ella elevó un poco la cabeza, aún incapaz de mirarlo a los ojos.

–¿Ya te estás divirtiendo? –preguntó la joven, observando sus anchos hombros enfundados en una chaqueta de sport. La camisa clara, con el cuello abierto, parecía brillar en contraste con la piel bronceada.

–Estás maravillosa –musitó él, como si no hubiera oído el comentario de 
Miley.

Todavía sin mirarlo, ella se volvió y se dirigió al armario para buscar el abrigo.

–Como no has tenido la gentileza de decirme adónde vamos –dijo mientras descolgaba la prenda–, no sabía cómo vestirme.

Nick no respondió, consciente de que ella se resistiría cuando supiera adónde iban.

–Estás perfectamente vestida –aseguró.

–Gracias, ahora ya estoy más tranquila –ironizó 
Miley.  Con el abrigo en la mano se volvió y tropezo con el pecho de Nick–. ¿Te importaría moverte?

–Te ayudaré a ponerte el abrigo.

–¡No me ayudes! –le espetó ella, haciéndose a un lado–. ¡No me ayudes con nada! ¡No vuelvas a ayudarme!

Él la tomó de un brazo con suavidad, pero la obligó a volverse.

–¿Va a ser así toda la noche? –susurró.

–No –le respondió 
Miley con rencor–. Esto es lo mejor de la velada.

–Sé lo enojada que estas...
Miley perdió el miedo a mirarlo.

–¡No, no lo sabes! –lo interrumpió con voz airada–. Crees que lo sabes y ni siquiera te lo imaginas. –Había planeado matarlo de aburrimiento, pero solo con verlo arrojó el plan por la borda. No se mostraría distante y silenciosa–. En tu despacho me pediste que confiara en ti, y luego utilizaste en mi contra todo lo que te había contado de lo ocurrido hace once años. ¿Crees de veras que puedes arruinarme la vida un martes y luego presentarte aquí el miércoles con la esperanza de que todo sea de color de rosa? ¡Hipócrita, desalmado!

Nick clavó la mirada en aquellos ojos atormentados y por un momento pensó seriamente en confesarle que estaba enamorado de ella. Desistió por dos razones: una que ella no le creería después de lo sucedido el día anterior; otra que, aunque lo creyera, no iba a servir de nada, sino al contrario, ya que le daría un pretexto para romper el acuerdo firmado. Ese era un lujo que Nick no podía permitirse. La joven había dicho que entre ambos no había más que el recuerdo de un pasado horrible; él quería demostrarle lo contrario, demostrarle que el futuro, juntos, podía depararles algo muy positivo y novedoso, no una repetición del pasado. Pero Nick necesitaba tiempo, el tiempo acordado. En ese punto no podía ceder, pues de lo contrario sería imposible romper la barrera defensiva de 
Miley.  De modo que en lugar de dialogar o discutir, se embarcó en la primera fase de la campaña psicológica que tenía planeada para derribar sus defensas, cuyo objetivo era hacerle comprender que no todo lo ocurrido en el pasado era culpa suya.

Tomó el abrigo de manos de 
Miley y le ayudó a ponérselo.

–Sé que ahora te parezco un hipócrita desalmado, y no te culpo. Pero por lo menos hazme el favor de recordar que hace once años no fui yo el villano.

Ignorándolo, 
Miley echó a andar sin decir palabra, pero tuvo que detenerse cuando él le puso las manos sobre los hombros. Nick la obligó a volverse gentilmente, y luego esperó a que ella levantara la mirada.

–Ódiame por lo que hago ahora –dijo él con firmeza–, puedo aceptarlo, pero no me odies por el pasado. Fui víctima de las maquinaciones de tu padre tanto como lo fuiste tú.

–¡Entonces tú ya eras un desalmado! –exclamó 
Miley al tiempo que se libraba de él y cogía el bolso–. Apenas te molestaste en escribir desde Venezuela.

–Te escribí docenas de cartas –le aseguró Nick, abriendo la puerta y cediéndole el paso–. Incluso eché la mitad de ellas al buzón –añadió con una sonrisa irónica–. Y tú no eres quién para censurarme por eso. ¡Solo me escribiste seis cartas en todos esos meses!

Frente a los ascensores, 
Miley lo observó pulsar el botón de llamada. Pensó que Nick decía lo de las cartas para descargarse de culpa, porque ya no había manera de probar nada. Sin embargo, de pronto la asaltó el recuerdo de una frase... Sí, fue durante una conversación telefónica con Nick. En aquel momento ella había interpretado sus palabras como una crítica a su estilo literario. «No eres una gran corresponsal...» Tal vez Nick se refería a que ella no escribía muy a menudo.

Hasta que el médico restringió su actividad física, 
Miley tuvo por costumbre salir al camino de entrada y depositar las cartas en el buzón de la familia. ¡Qué fácil para un sirviente, qué fácil para su... padre sacar las cartas del buzón! De hecho, las únicas cinco cartas que había recibido de Nick fueron las que el cartero le había entregado en mano, cuando ella lo esperaba en la puerta. Y quizá las únicas cartas recibidas por Nick fueron las que ella le dio en mano al cartero.

En su interior tomaba cuerpo la horrible sospecha. Sin querer, miró a Nick, pero luego reprimió el impulso de preguntarle sobre las cartas. Tras abandonar el vestíbulo, él la condujo a su lujoso Rolls–Royce, estacionado frente a la puerta de entrada. A la luz de un farol el vehículo resplandecía como una joya pulida.
Miley se deslizó en el interior, lujosamente tapizado de cuero. La joven se quedó mirando fijamente el parabrisas, mientras Nick arrancaba y se internaban en el tráfico. El automóvil era hermoso, pero ella pensó que antes se dejaría matar que admitir que todavía estaba pensando en el asunto de las cartas.

Al parecer, también Nick pensaba en lo mismo, porque al detenerse en un semáforo preguntó:

–¿Cuántas cartas mías recibiste?
Miley trató de no contestar, se esforzó honestamente por ignorar su existencia, pero era incapaz de sumirse en un sombrío silencio durante horas. En un enfrentamiento abierto se sentía más a sus anchas.

–Cinco –contestó con tono categórico.

–¿Y cuántas escribiste?



La joven vaciló, después se encogió de hombros y dijo:

–Al principio te escribía dos veces por semana como mínimo. Más tarde, en vista de que no contestabas, me limité a escribir una carta semanal.

–Te escribí docenas de cartas –repitió Nick, ahora, con más énfasis–. Estoy seguro de que tu padre interceptaba nuestras cartas, aunque se le escaparon las cinco que recibiste.

–Ahora ya no importa.

–¿No? –exclamó Nick con ironía–. Dios mío, cuando pienso con qué ansiedad esperaba el correo y cómo me sentía al comprobar día tras día que no llegaba...

La intensidad de su voz asombró a 
Miley casi tanto como las palabras mismas. Miró a Nick pensando que en realidad él nunca había mostrado el menor indicio de que ella significase nada, excepto como compañera de cama. Como persona, había sido un cero a la izquierda para ese hombre.

Al cabo de unos minutos, 
Miley rompió el silencio en que se habían sumido.

–¿Es pedir mucho que me digas adónde vamos?

Lo vio sonreír porque había sido ella quien había hablado.

–Aquí mismo –contestó, justo cuando el coche enfilaba la rampa del aparcamiento subterráneo situado junto al edificio en que vivía.

–¡Debería haberme figurado que intentarías una cosa así! –estalló 
Miley  dispuesta a salir del vehículo y escapar tan pronto como se detuviera.

–Mi padre quiere verte –dijo Nick con voz queda mientras aparcaba frente al ascensor, entre una limusina con matrícula de California y un Jaguar azul oscuro descapotable, tan nuevo que su matrícula era todavía provisional.

Dispuesta a subir si el padre de Nick estaba en la casa y deseoso de verla, 
Miley bajó del coche. Spencer, el fornido chófer de Nick, abrió la puerta. Tras él, Patrick Farrell subía ya los peldaños del vestíbulo con el rostro radiante.

–Aquí la tienes –dijo Nick con humor negro–. Te la traigo como te prometí que lo haría, sana y salva. Y terriblemente enojada conmigo.

Patrick extendió los brazos, sonriente, y 
Miley se refugió en ellos, apartando el rostro para que no la viera Nick.



Con un brazo todavía sobre los hombros de la joven, Patrick se volvió hacia el chófer.

Miley –dijo–, este es Spencer O’Hara. Creo que no os han presentado oficialmente.
Miley logró sonreír, aunque se sentía avergonzada, pues tenía presente que el chófer había presenciado las dos escenas que había montado.

–¿Cómo está usted, señor O’Hara?

–Es un placer conocerla, señora Farrell.

–Mi nombre es Bancroft –corrigió ella con firmeza.

–Claro –dijo él al tiempo que sonreía a Nick irónicamente–. Pat –prosiguió encaminándose a la puerta–, te recogeré más tarde abajo.

La última vez que estuvo allí 
Miley no había tenido el ánimo suficiente para observar el lugar. Ahora tampoco, pero se sentía demasiado tensa para mirar a nadie, de modo que paseó la mirada alrededor y quedó impresionada, aunque le costaba admitirlo. El apartamento de Nick ocupaba el último piso del edificio, las paredes exteriores eran de cristal, ofreciendo así una vista espectacular de las luces de la ciudad. Tres suaves peldaños frente al vestíbulo de mármol conducían a las distintas secciones del apartamento, que no estaba dividido por paredes, sino por parejas de columnas de mármol, ofreciendo así una impresionante perspectiva. Primero se descendía a un salón tan espacioso que había varios sofás y numerosos sillones y mesas. A la derecha había un comedor, elevado como el vestíbulo, y más arriba, otro cuarto de estar más pequeño, cómodo, con un bar delicadamente labrado. En general el lugar estaba diseñado y amueblado para celebrar fiestas y reuniones; llamativo, impresionante y opulento, con sus distintos niveles y suelos de mármol. Sin duda era el polo opuesto del apartamento de Miley  a la que no obstante le gustó muchísimo.

–Bien –dijo Patrick, risueño–, ¿te gusta?

–Es muy bonito –admitió la joven, y se dio cuenta de que la presencia de Patrick podía ser la respuesta a su oración. Ni por un momento se le ocurrió pensar que el padre podría estar al corriente de las infames tácticas de su hijo. Se prometió hablarle, de ser posible en privado, para rogarle que interviniera en su favor.

–A Nick le gusta el mármol, pero a mí me resulta incómodo –bromeó Patrick sin dejar de sonreír–. Hace que me sienta como si estuviera muerto y enterrado.

–Pues no quiero ni pensar cómo se sentirá usted en esos baños de mármol negro –comentó 
Miley, dedicándole una ligera sonrisa.

–Sepultado –confirmó Patrick de inmediato, y ambos cruzaron el salón y el comedor y se dirigieron al cuarto de estar más pequeño.
Miley se sentó y Patrick se quedó de pie. Nick, por su parte, se situó detrás del bar.

–¿Qué queréis beber?

–Para mí un ginger ale –contestó Patrick.

–Lo mismo –musitó 
Miley.

–Para ti un jerez –contradijo Nick arbitrariamente.

–Tiene razón –terció Patrick–. No me molesta ver a otra persona beber alcohol. –Cambiando de tema, preguntó a 
Miley- : ¿De modo que ya sabes lo de los cuartos de baño de Nick?

La joven deseó no haberlo comentado.

–Vi... vi unas fotografías del apartamento en el suplemento dominical.

–¡Lo sabia! –declaró Patrick, guiñándole un ojo a 
Miley –. Todos estos años, cuando la foto de Nick salía en una revista o en alguna otra parte, yo me decía: espero que Miley Bancroft la vea. Le seguías la pista. ¿No es cierto?

–Claro que no –repuso 
Miley, poniéndose a la defensiva.

Curiosamente fue Nick quien la rescató de aquella embarazosa conversación. Desde el bar, habló dirigiéndose a ella:

–Bien, ahora que hablamos de notoriedad podrías decirme cómo esperas que nuestros encuentros se mantengan en secreto, como tu abogado me ha dicho que deseas.

–¿En secreto? –intervino Patrick–. ¿Por qué quieres mantenerlo en secreto? –le preguntó a la joven.
Miley tenía al menos media docena de iracundas y muy descriptivas razones, pero no podía decirlas delante del padre de Nick sin herirlo. De todos modos, Nick se adelantó.

–Porque 
Miley todavía está comprometida con otro –le explicó a su padre, y después la miró–. Hace años que eres noticia en esta ciudad y la gente te reconocerá dondequiera que estemos.

–Voy a ver cómo va la comida –intervino Patrick. 
Miley  tuvo la impresión de que quería dejarlos solos.

La joven esperó hasta que Patrick no pudiera oírla. Después, con una mezcla de enojo y satisfacción, se dirigió a Nick:

–A mí no me reconocerán, pero a ti sí. Tú eres el symbol del mundo financiero americano. Tú eres el que tiene por lema «si se mueve, a la cama». Te acuestas con estrellas del rock y luego seduces a sus criadas. ¿Qué pasa? ¿Te estás riendo de mí? –inquirió al ver que a Nick le temblaban los hombros.

El destapó la botella de ginger ale al tiempo que le dedicaba a 
Miley una sonrisa.

–¿De dónde sacas toda esa basura de mis enredos con las criadas?

–Entre las secretarias de Bancroft tienes muchas admiradoras –replicó 
Miley con desdén–. Leen todo lo que se dice de ti en el Tattler.

–¿El Tattler? –profirió Nick, intentando reprimir la risa y en fingir preocupación–. ¿Te refieres al periódico sensacionalista que publicó una vez que los extraterrestres me habían metido en un platillo volante para revelarme cuáles iban a ser los negocios más rentables?

–No, no. Eso fue en el The World Star –puntualizó 
Miley, cada vez más frustrada por la divertida indiferencia con que él tomaba el asunto–. Lo vi en el supermercado.

El regocijo desapareció de la voz de Nick, que añadió con cierta ironía:

–Creo haber leído en alguna parte que tenías una aventura con un autor teatral.

–Eso fue en el Chicago Tribune, Pero no se mencionaba ninguna aventura con Joshua Hamilton. Decía que nos veíamos con frecuencia.

Nick cogió los vasos y se dirigió hacia 
Miley.

–¿Estabas ligada a él? –insistió.

–Difícilmente. Verás, Joshua Hamilton está enamorado de mi hermanastro, Joel.

Comprobó satisfecha que Nick parecía atónito.

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