miércoles, 26 de marzo de 2014

Paraíso Robado - Cap: 56



–Buenos días, Nick –saludó Spencer cuando el jefe se deslizó en el interior de la limusina. Eran las ocho y cuarto de la mañana. Spencer le echó una mirada recelosa al ejemplar del Chicago Tribune que Nick llevaba doblado en una mano–. ¿Todo va bien? Quiero decir entre tú y tu mujer...

–No exactamente –le contestó Nick con ironía.

Dejó a un lado el periódico, rompiendo su costumbre de leerlo a esa hora, en el coche, y se repantigó en el asiento. Cuando el vehículo se internó en el tráfico, en los labios del financiero se dibujaba una ligera sonrisa. Pensaba en Miley. Al llegar aún pensaba en ella, y se esforzó en sacársela de la cabeza y concentrarse en la agenda del día.

–Buenos días, Eleanor –dijo sonriente al pasar por el despacho de su secretaria, y antes de llegar al suyo, añadió con amabilidad–: Tiene muy buen aspecto esta mañana.

–Buenos días –consiguió decir la señorita Stern con voz extraña, ahogada. Como de costumbre, siguió a su jefe y esperó de pie, con el cuaderno de notas en una mano y un puñado de mensajes telefónicos en la otra, dispuesta a tomar nota de las instrucciones del día.

Nick notó que Eleanor miraba el diario cuando él lo lanzó sobre la mesa, pero su atención estaba puesta en los mensajes telefónicos, mucho más numerosos que de costumbre.

–¿De dónde vienen tantas llamadas? –preguntó.

–De los medios de comunicación –respondió ella con disgusto, al tiempo que repasaba los mensajes–. El Tribune ha llamado cuatro veces y el Sun–Times, tres. La agencia UPI espera turno, y en el vestíbulo está la Associated Press y una nube de reporteros de la televisión y la radio de la ciudad. Han llamado las cuatro grandes cadenas de televisión, y también la CNN. La revista People quiere hablar con usted, pero el National Tattler quiere hacerlo conmigo. Dicen que quieren «conocer la basura desde el punto de vista de una secretaria». Les colgué. También ha tenido dos llamadas anónimas de chiflados, según los cuales usted debe de ser homosexual; y una de la señorita Avery, quien me dijo que le notificara de su parte que es un cretino embaucador. Tom Anderson llamó para ofrecer su ayuda, si la necesita, y el guardia del vestíbulo ha pedido refuerzos para contener a los de la prensa; que de otro modo se presentarían aquí mismo. –Hizo una pausa y miró al jefe–. Ya me he encargado de eso.

Arqueando las cejas, Nick repasó mentalmente las actividades de las empresas de la sociedad Intercorp, intentando hallar la causa de aquel furor público.

–¿Qué ha ocurrido que yo no sepa?

Eleanor señaló con un gesto al periódico que Nick había dejado encima de su mesa.

–¿No lo leyó?

–No –contestó Nick, cogiendo el Tríbune y abriéndolo con indiferencia. Pero si anoche ocurrió algo que haya provocado este alboroto, Tom Anderson debió haberme llamado a... –Vio horrorizado la fotografía de 
Miley  la de Parker Reynolds, y la suya propia, en primera página. El titular rezaba: «Falso abogado confiesa haber engañado a famosos clientes».

Nick se lanzó apresuradamente a la lectura del texto, y a medida que leía se crispaban más y más sus facciones..



Anoche la policía de Belleville, Illinois, arrestó a Stanislaus Spyzhalski de 45 años, acusado de fraude y de ejercer la abogacía sin título. Según el departamento de policía de Belleville, el falso abogado ha confesado haber estafado a cientos de clientes en los últimos quince años. Su método consistía en falsificar la firma del juez en documentos que nunca entregaba al juzgado. Entre dichos documentos figura una sentencia de divorcio que, según él, le fue solicitada hace una década, para la heredera de los grandes almacenes Bancroft, 
Miley Bancroft, quien deseaba separarse de su supuesto marido, el industrial Nicholas Farrell. Miley Bancroft, cuya boda inminente con el banquero Parker Reynolds fue anunciada este mes...



Nick lanzó una salvaje maldición y levantó la cabeza, calculando rápidamente las consecuencias que podrían derivarse de esta historia. Miró a Eleanor y empezó a dictarle instrucciones con rapidez.

–Comuníqueme con Pearson y Levinson. Encuentre a mi piloto. Llame a Spencer O’Hara al coche y dígale que espere instrucciones. Comuníqueme también con mi esposa.

Eleanor asintió, salió del despacho, y Nick prosiguió la lectura del artículo.



La policía fue alertada, según propia versión, por un hombre de Belleville que quiso obtener una fotocopia de la anulación de su matrimonio en el juzgado de St. Clair County. La policía ha recuperado ya algunos de los archivos de Spyzhalski, pero el sospechoso se ha negado a entregar el resto antes de la audiencia de mañana, en la que él mismo actuará de defensor. Ni Farrell ni Bancroft ni Reynolds pudieron ser localizados anoche... Los detalles del divorcio no han sido divulgados, pero un portavoz del departamento de policía de Belleville ha dicho que confían en que el falso ahogado, a quien describen como a un tipo extravagante e impertinente, se los dará...



Nick se sintió horrorizado al pensar que los detalles del divorcio podrían ser pronto del dominio público. 
Miley se había divorciado alegando crueldad mental y abandono, lo que la presentaba ante todos como un ser desvalido y lastimoso. Ambos adjetivos serían sumamente negativos para la presidenta interina de una empresa de proyección nacional, que esperaba el nombramiento de presidenta permanente cuando su padre renunciara al cargo.

El artículo seguía en la página tercera, y cuando Nick vio lo que decía, apretó los dientes. Bajo la audaz leyenda «Ménage à trois», figuraba una foto de 
Miley sonriendo a Parker, bailando con ocasión de una fiesta de caridad en Chicago; al lado, una fotografta similar de Nick bailando con una rubia en una fiesta da caridad de Nueva York. El texto hablaba del desaire de Miley a Nick durante la fiesta a beneficio de la ópera semanas antes; incluía detalles sobre los hábitos individuales de ambos en lo referente a sus citas. Nick pulsaba el botón del intercomunicador en el momento en que entró Eleanor.

–¿Qué diablos ocurre con esas llamadas? –inquirió Nick.

–Pearson y Levinson no estarán en su despacho antes de las nueve. El piloto está realizando un vuelo de pruebas para comprobar el nuevo motor del aparato. Le he dejado un mensaje para que llame tan pronto como aterrice, que será dentro de unos veinte minutos, Spencer O’Hara viene hacia aquí con el coche, y aparcará, siguiendo mis instrucciones, en el garaje del sótano. para eludir a la prensa...

–¿Y mi esposa...? –interrumpió Nick, sin darse cuenta de que era la segunda vez que instintivamente la llamaba así; la segunda vez en cinco minutos.

Incluso Eleanor parecía tensa.

–Dice su secretaria que no ha llegado todavía, pero que de todos modos si usted quiere hablar con ella, en el futuro tendrá que hacerlo a través de sus abogados.

–Eso ha cambiado –replicó Nick concisamente. Se pasó una mano por la nuca, frotándose distraído los músculos tensos. Tenía que ponerse en contacto con 
Miley antes de que ella intentara enfrentarse con la prensa por sí sola–. ¿Parecía tranquila su secretaria... como si todo fuera normal por allí?

–No. Hablaba como alguien que está bajo asedio.

–Eso significa que está recibiendo las mismas llamadas que ha recibido usted. –Se puso de pie, cogió el abrigo y se dirigió a la puerta–. Que los abogados y el piloto me llamen al número de 
Miley . Usted póngase en contacto con nuestro departamento de relaciones públicas y dígale a la persona a cargo que entretenga a los periodistas y que no se enemiste con ellos. En realidad, deben ser muy bien tratados. Ordene que se les prometa una declaración para esta tarde, a la una. Llamaré desde el despacho de Miley y notificaré a relaciones públicas dónde se los reunirá. Entretanto, ofrézcales un almuerzo ligero o algo así mientras esperan.

–¿Lo de la comida va en serio? –le preguntó la señorita Stern, a sabiendas de cómo solía tratar a la prensa cuando esta se metía en su vida privada: o bien la evitaba o simplemente la enviaba al diablo.

–Va muy en serio –respondió Nick con voz tensa. Hizo una pausa, echó a andar y antes de salir añadió–: Localice a Parker Reynolds, que también debe de estar rodeado de periodistas. Que me llame al despacho de 
Miley  y mientras tanto que le diga a la prensa exactamente lo mismo que nosotros le estamos diciendo aquí.



A las ocho y treinta y cinco minutos 
Miley salió del ascensor y se encaminó a su despacho. Estaba deseosa de ponerse a trabajar para olvidarse de Nick, cuyo recuerdo la había mantenido despierta la mayor parte de la noche, por lo que no había madrugado tanto como de costumbre. Por lo menos allí podría aparcar sus problemas personales y concentrarse en el negocio.

–Buenos días, Kathy –saludó a la recepcionista, y observó que la zona estaba casi desierta. Los ejecutivos trabajaban hasta muy tarde y no solían volver antes de las nueve de la mañana, pero los oficinistas iniciaban la jornada puntualmente a las ocho y media.

–¿Dónde está la gente? ¿Qué ocurre? –preguntó.

Kathy la miró con los ojos muy abiertos y tragó saliva, nerviosa.

–Phyllis ha bajado a hablar con los de seguridad. Tiene sus llamadas retenidas en la centralita. Creo que casi todos los demás están en la cafetería.
Miley arqueó las cejas, extrañada. Se oían sonar los teléfonos a lo largo del pasillo, a derecha e izquierda, y nadie contestaba.

–¿Es el cumpleaños de alguien?

Era un rito. En las dos plantas destinadas a la administración, cuando era el cumpleaños de un empleado, los demás se tomaban un pequeño descanso para beber café y comer pastel en la cafetería. Pero lo hacían de uno en uno o por parejas, y durante la pausa su puesto era cubierto por los demás empleados. Así pues, lo que estaba ocurriendo era insólito e inaceptable, puesto que no había suficiente personal en su sitio para atender todas las llamadas. A
Miley se le ocurrió de pronto que tal vez estaban preparándole una fiesta sorpresa, ya que su cumpleaños era el próximo sábado.

–No creo que sea una fiesta –repuso Kathy, incómoda.

Perpleja ante esta negligencia sin precedentes de un cuadro de subordinados de buen nivel profesional, se dirigió a su despacho. Después decidió ir a la cafetería a ver qué ocurría.

Cuando entró, dos docenas de personas clavaron la mirada en ella.

–¿Qué es esto, señores? ¿Un simulacro de incendio? –Sin dejar de mirarla, todos dejaron de hablar–. ¿Sería mucho pedir que contestasen algunas de esas llamadas telefónicas? –De inmediato todo el mundo se apresuró a levantarse, murmurando incómodas disculpas y saludos. 
Miley pensó que todos parecían haberse puesto de acuerdo en comprar el Tribune.

Volvió a su despacho y acababa de beber el primer sorbo de café cuando Lisa entró atropelladamente con un montón de ejemplares del periódico.

Miley, lo siento muchísimo –susurró–. He comprado todos los ejemplares del quiosco de enfrente para retirarlos de circulación. No se me ha ocurrido pensar en otro modo de serte útil.

–No te entiendo. ¿Quieres ayudarme? –le preguntó 
Miley con una sonrisa de desconcierto.

Lisa se quedó perpleja e instintivamente apretó contra su pecho los periódicos, como para ocultárselos a su amiga.

–¿No has leído los diarios de la mañana?
Miley sintió que un escalofrío le recorría el cuerpo.

–No. Me levanté tarde y no he tenido tiempo. ¿Por qué? ¿Ocurre algo?

Con visible angustia, Lisa depositó el montón de periódicos sobre la mesa de 
Miley  Esta tomó un ejemplar, lo desplegó... y casi se levantó de la silla de un salto.

–¡Oh, Dios mío! –exclamó cuando su mirada afligida recorría el texto. Dejó a un lado el café, se levantó de la silla e hizo un esfuerzo para leer con menos precipitación. Volvió la página y en la tercera se topó con el texto más personal y sensacionalista. Cuando terminó de leerlo, se quedó mirando a Lisa con expresión horrorizada–. ¡Oh, Dios mío! –murmuró otra vez.

Ambas se sobresaltaron cuando Phyllis entró dando un portazo y corrió hacia ellas.

–He estado en seguridad –dijo. Tenía el pelo alborotado–. Los reporteros esperaban en tropel a que se abrieran las puertas, y algunos empezaron a colarse por la entrada de personal. Entonces Mark Braden los ha dejado pasar a todos y los ha dirigido al auditorio. El teléfono no ha cesado de sonar. Casi todas las llamadas son de la prensa, pero también han telefoneado dos miembros del consejo que quieren hablar enseguida contigo. El señor Reynolds ha llamado tres veces y el señor Farrell, una. Mark pide instrucciones, y yo también.
Miley intentó concentrarse, pero temblaba de miedo. Tarde o temprano un reportero desenterraría la razón de su matrimonio con Nick. Si alguien hablaba –un sirviente, un ordenanza del hospital–, todo el mundo se enteraría de que había sido una est/úpida adolescente, una niñata embarazada, con un novio obligado a casarse con ella. Su orgullo y su intimidad quedarían hechos pedazos. Otras personas cometían errores, vulneraban normas y nada les ocurría. Pero ella tenía que pagar siempre, una y otra vez. Esos fueron sus primeros y amargos pensamientos.

De pronto comprendió lo que todo el mundo pensaría cuando aquel falso abogado revelara los detalles del divorcio. La habitación empezó a dar vueltas en su cabeza. Puesto que su padre no se había contentado con algo tan pacifico como «irreconciliables diferencias», no solo iba a dar la imagen de la adolescente promiscua que además no tiene el sentido común de utilizar un anticonceptivo, sino que a los ojos del mundo sería una víctima patética de la crueldad mental y el abandono.

¡Parker! Parker era un respetable banquero, que ahora se vería arrastrado al epicentro de la tormenta.

Pero cuando pensó en Nick, 
Miley se sintió enferma. El mundo pensaría que él había torturado a su triste y joven esposa, estando además embarazada. Aquel despiadado tiburón de las finanzas era también despiadado en su vida privada. Un monstruo más allá de toda imaginación...

–Por favor, 
Miley , dime qué quieres que haga –le imploró Phyllis, pero su voz parecía venir de otro mundo–. Ahora mismo está sonando mi teléfono.

Lisa levantó la mano y sugirió:

–Dale tiempo para pensar. Acaba de enterarse de lo sucedido.
Miley se hundió en el sillón, moviendo la cabeza para aclararse las ideas, consciente de que tenía que actuar de algún modo. Como por el momento no se le ocurría nada, dijo:

–Seguiremos el mismo procedimiento que utilizamos cada vez que en los almacenes ocurre algo que es noticia. Comunica a la centralita que seleccione las llamadas y que las de la prensa sean transferidas a relaciones públicas. –Tragó saliva dolorosamente–. Dile a Mark Braden que siga enviando a los periodistas al auditorio.

–Está bien. Pero ¿qué les dice relaciones públicas a los reporteros?
Miley elevó la mirada a Phyllis, lanzó un suspiro entrecortado y confesó:

–Todavía no lo sé. Que esperen... –Se interrumpió al oír unos golpecitos en la puerta y las tres mujeres se volvieron al unísono.

La recepcionista asomaba la cabeza y dijo discretamente:

–Siento molestarla, señorita Bancroft, pero el señor Farrell está aquí e insiste en verla. Creo que no aceptara una respuesta negativa. ¿Quiere que utilice su teléfono y llame a seguridad?

–¡No! –exclamó 
Miley , preparándose para afrontar la justificada cólera de Nick–. Phyllis, tráelo aquí, por favor.

Nick había observado en qué despacho se había metido la recepcionista y esperaba con impaciencia su regreso, haciendo caso omiso de la expectación que provocaba entre secretarias, oficinistas y ejecutivos que salían o entraban en los ascensores. Vio salir del despacho de 
Miley a la recepcionista, acompañada de otra joven, y se dispuso a entrar por la fuerza si Miley había sido tan tonta como para negarle la entrada.



–Señor Farrell –le dijo la atractiva chica de pelo castaño–, tenga la bondad de seguirme. Soy Phyllis Tilsher, la secretaria de la señorita Bancroft. –Se esforzaba por mostrarse profesional, a pesar de su vacilante sonrisa–. Siento que haya tenido que esperar.

Nick tuvo que reprimirse para no adelantársele, mientras ella lo acompañaba al despacho de 
Miley  Al llegar, abrió la puerta y se apartó, cediéndole el paso.

En otras circunstancias, Nick se habría sentido orgulloso ante lo que vio. 
Miley Bancroft estaba sentada tras un escritorio imponente, al otro extremo de un despacho con las paredes forradas de paneles. La estancia era un modelo de discreta riqueza y sencilla dignidad. Y ella, con el cabello recogido en un moño, parecía una joven reina que debería ocupar un trono, en lugar de un sillón de piel de respaldo alto; una reina muy pálida y de aspecto abatido en aquellos momentos.

Nick dirigió la mirada a la secretaria e inconscientemente tomó el mando.

–Espero dos llamadas –comentó enseguida–. Páselas en cuanto lleguen. Intercepte cualquier otra llamada con la excusa de que estamos en una reunión de trabajo presupuestario y no podemos ser molestados. ¡Y que nadie asome la cara por esta puerta!

Phyllis asintió y salió precipitadamente. Nick se adelantó hacia 
Miley  que se levantó para ir a su encuentro. Ladeando la cabeza hacia la pelirroja que, de pie junto a las ventanas, lo miraba con evidente fascinación, Nick inquirió:

–¿Quién es?

–Lisa Pontini –le contestó 
Miley, como ausente–. Una vieja amiga. Deja que se quede. ¿Por qué estamos en una reunión y por qué sobre presupuestos?

Nick recordaba el nombre de Lisa Pontini. Reprimió el impulso de abrazar a 
Miley y consolarla, pues estaba seguro de que ella lo rechazaría. En lugar de eso, sonrió tranquilizadoramente y respondió con aire divertido:



–Así alejaremos a los empleados, si creen que aquí arriba las cosas marchan como de costumbre. ¿Puedes imaginar algo más aburrido que los presupuestos? –La joven intentó devolverle la sonrisa, pero no lo logró, y la voz de Nick se hizo más enérgica–. Ahora bien, ¿vas a confiar en mí y hacer lo que te diga?
Miley comprendió que, en lugar de atacarlos a ella y a su padre por el desastre que se abatía sobre él, deseaba intervenir en su ayuda. Se irguió lentamente, sintiendo que recuperaba la fuerza y la lucidez mental, y asintió con la cabeza.

–Sí. ¿Qué quieres que haga? –preguntó.

Nick sonrió, agradeciendo la rapidez con que ella había recuperado la compostura.

–Muy bien –dijo con voz queda–. Los altos ejecutivos nunca se acobardan.

–Fingen valor –le corrigió 
Miley, sonriendo al fin.

–Eso es. –Se disponía a seguir hablando cuando sonó el teléfono interno. 
Miley levantó el auricular y se lo pasó a él.

–Dice mi secretaria que David Levinson está en la línea uno y un tal Steve Salinger en la otra.

Antes de coger el auricular, Nick preguntó:

–¿Tienes altavoz? –puesto que deseaba que los tres oyeran la conversación, 
Miley apretó un botón y Nick empezó a hablar por la línea dos–. Steve –dijo–. ¿Está el Lear dispuesto para despegar?

–Puedes estar seguro de ello, Nick. Acabo de realizar un vuelo de prueba y funciona a la perfección, suave y firme.

–Bien. No cuelgues. –Atendió la otra llamada y sin ningún preámbulo le espetó a Levinson–: ¿Has visto la prensa?

–La he visto yo y la ha visto Bill Pearson. Es un lío, Nick, y lo malo es que va a empeorar. ¿Quieres que hagamos algo?

–Sí. íd a Belleville y presentaos a vuestro nuevo cliente. Soltad a ese cretino en libertad bajo fianza.

–¿Qué?

–Ya me has oído. Ponedlo en libertad bajo fianza y convencedlo de que debe entregaros sus archivos, como sus abogados que sois. Cuando lo haya hecho, haz todo lo que sea necesario para impedir que la sentencia de divorcio acabe en manos de la prensa. Me refiero en caso de que el hijo de pu/ta conserve una copia del documento. De lo contrario, convéncelo de que olvide todo los detalles.

–¿Cuáles eran los detalles? ¿Qué motivos alegó en la petición de divorcio?

–Cuando recibí una copia del maldito documento ya no estaba en disposición de fijarme en los detalles pero sí recuerdo que incluían abandono y crueldad mental. 
Miley está aquí, se lo preguntaré. –Miró la joven y suavizó la voz al dirigirse a ella–. ¿Recuerdas algo más? ¿Algún detalle que podría ser incómodo para ti o para mí?

–El cheque de diez mil dólares que mi padre te pagó para silenciarte.

–¿Qué cheque? No sé nada de cheques, y en mis papeles no se menciona dinero alguno.

–En mi copia sí se habla de eso. Al parecer, incluso diste un recibo por esa suma.

Levinson oyó el diálogo e intervino con la voz llena de ironía.

–¡Maravilloso! Sencillamente maravilloso. La prensa tendrá mucho trabajo especulando sobre qué diablos tendría de malo tu esposa para que tú, que no tenías un centavo en esa época, no pudieras aguantarla ni siquiera por el dinero.

–¡No seas idi/ota! –lo interrumpió Nick furioso, antes de que Levinson dijera algo que turbara aún más a 
Miley –. Apareceré como un cazador de fortunas que abandoné a su mujer. Pero todas esas conjeturas estarán fuera de lugar si sois capaces de poner a Spyzkalski bajo control antes de que empiece a sacarlo todo a la luz mañana.

–Puede que no sea nada fácil. Según las noticias, ese hombre está decidido a representarse a sí mismo. Está claro que se trata de un loco decidido a inmortalizarse con su oratoria ante el tribunal y los medios de comunicación.

–¡Hazle cambiar de idea! –replicó Nick–. Consigue un aplazamiento de su audiencia y sácalo de la ciudad, llévalo a un lugar donde la prensa no pueda encontrarlo. Ya me ocuparé yo después de ese hijo de pu/ta.

–Si tiene archivos, tarde o temprano deberá entregárselos a la justicia como prueba. Y el resto de sus víctimas tendrían que ser notificadas.

–Negocia eso más tarde con el fiscal del distrito –ordenó Nick, concluyente–. Mi avión te espera en Midway. Llámame cuando lo hayas solucionado todo.

–De acuerdo.

Sin molestarse en despedirse, Nick volvió a hablar con su piloto.

–Prepárate para volar a BelleviIle, Illinois, dentro de una hora más o menos. Tendrás dos pasajeros. En el viaje de vuelta serán tres. Aterrizarás en alguna parte para dejar a uno de ellos. Ya te dirán dónde.

–Está bien.

Cuando colgó, se topó con la mirada de 
Miley, un tanto deslumbrada por sus métodos y su dinamismo.

–¿Cómo esperas ocuparte de Spyzhalski? –le preguntó la joven, sofocando la risa.

–Eso déjamelo a mí. Ahora localiza a Parker Reynolds. Todavía no hemos salido del atolladero.
Miley obedeció de inmediato y llamó a Parker, quien mostró su profunda preocupación.

Miley, he estado intentando hablar contigo durante toda la mañana, pero retienen tus llamadas.

–Siento mucho lo que está ocurriendo –se disculpó 
Miley  demasiado inquieta para tener en cuenta que estaba hablando por un teléfono con altavoces–. ¡No sabes cuánto lo siento!

–No es culpa tuya –respondió Parker, y se oyó su fatigado suspiro–. Ahora tenemos que decidir un curso de acción. Me están bombardeando con advertencias y consejos. Ese arrogante hijo de pu/ta con el que te casaste ha hecho que su secretaria me llamara esta mañana para darme instrucciones respecto a cómo llevar el asunto. ¡Su secretaria! Además, mi consejo de administración me pide que haga una declaración pública alegando que no sé nada y que soy ajeno a todo este asunto...

–¡No! –le interrumpió Nick furiosamente.

–¿Quién diablos ha dicho eso? –exigió Parker.

–Ha sido el hijo de pu/ta con el que se casó 
Miley –replicó Nick, mientras veía con sorpresa cómo Lisa Pontini se apoyaba contra la pared y se tapaba la boca con una mano para sofocar la carcajada–. Si haces una declaración así, todo el mundo creerá que estás arrojando a Miley a los lobos.

–No tengo intención de hacer nada parecido –replicó Parker con enojo–. 
Miley y yo estamos comprometidos.

Al oír estas palabras, 
Miley se sintió complacida. Había supuesto que Parker quería romper el noviazgo, y ahora que las cosas se ponían peor que nunca él se mantenía a su lado. Inconscientemente, la joven sonrió con dulzura al teléfono.

Nick se dio cuenta y tensó la mandíbula, pero no permitió que este detalle lo desconcentrara.

–Esta tarde a la una –le informó a Parker y también a 
Miley , tú, Miley y yo vamos a ofrecer una conferencia de prensa conjunta. Cuando los detalles de nuestro divorcio se hagan públicos, si es que llegan a hacerse públicos, Miley parecerá haber sido víctima de abandono y crueldad mental.

–Soy consciente de eso –afirmó Parker malintencionadamente.

–Estupendo –ironizó Nick–. Entonces serás capaz de seguir el resto. Durante la conferencia de prensa vamos a ofrecer un espectáculo de solidaridad. Procederemos dando por supuesto que los detalles del divorcio serán divulgados. Los neutralizaremos por adelantado.

–¿Cómo?

–Nos comportaremos ante todos como una pequeña familia, muy unida, solidaria; en especial, solidaria con 
Miley  Quiero que todo periodista presente salga con la impresión de que aquí no pasa nada y que lo mejor es dejarnos en paz. Quiero que abandonen el salón llenos de simpatía y convencidos de que entre nosotros no hay el menor asomo de mala voluntad. –Rizo una pausa, miró a Miley y preguntó–: ¿Dónde podríamos citar a la prensa? La sala de accionistas de Intercorp no es muy grande...

–En nuestro auditorio –respondió 
Miley . Ya está decorado para la fiesta de Navidad, limpio y preparado.

–¿Lo has oído? –inquirió Nick a Parker.

–Entonces ven cuanto antes para que entre los tres preparemos la declaración le ordenó Nick y, sin añadir palabra, colgó. Volvió a mirar a 
Miley y lo que leyó en sus ojos disipó el acceso de celos que había sentido ante la sonrisa de la joven a Parker. Sus ojos denotaban admiración, gratitud, asombro. Y mucha aprensión.

Se disponía a tranquilizarla cuando se acercó Lisa Pontini. Todavía con el semblante risueño.

–Antes me preguntaba cómo te las arreglaste para que 
Miley  arrojara toda precaución por la borda, se acostara contigo, quedara embarazada y por poco te acompañara a Venezuela. Todo eso en el transcurso de unos días. Ahora lo comprendo. Tú no eres un magnate, eres un tifón. ¿Por casualidad has votado a un demócrata alguna vez?

–Sí –admitió Nick–. ¿Por qué?

–Por nada –mintió Lisa al observar que 
Miley fruncía el entrecejo. Recuperando la sobriedad, le tendió la mano a Nick y susurró–: Me siento muy feliz de conocer por fin al marido de Miley.

Nick sonrió y le estrechó la mano. Decidió que Lisa Pontini era una mujer extraordinaria.

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