miércoles, 26 de marzo de 2014

Paraíso Robado - Cap: 59



Desde el momento en que Nick sugirió que la fiesta de su cumpleaños fuera cosa de cuatro, Miley había albergado serias dudas en cuanto al resultado de la velada. Sin embargo, Lisa y Parker llegaron con unos minutos de diferencia y 
Miley pensó que, después de todo, la celebración no acabaría en desastre. Ambos estaban de un humor alegre y festivo.

–Feliz cumpleaños, 
Miley –le dijo Lisa al tiempo que le daba un abrazo. Después le tendió su regalo, metido en una caja de colores.

–Feliz cumpleaños –la imitó Parker, y le entregó una cajita pesada, de forma rectangular–. ¿Aún no ha llegado Farrell? –preguntó, mirando alrededor.

–No, pero en la cocina hay vino y aperitivos. Estaba preparando una bandeja.

–Yo terminaré de prepararla –se ofreció Lisa–. Tengo hambre. Y se dirigió a la cocina, agitando al caminar los flecos de seda de su vestido.

Parker arqueó las cejas y luego preguntó a 
Miley:

–¿Por qué se viste así? ¿Por qué no puede vestirse como la gente normal?

–Porque ella es especial –le respondió 
Miley con una sonrisa–. ¿Sabes? –añadió con una mirada de desconcierto–. Los hombres, por lo menos la mayoría de ellos, piensan que Lisa es una mujer asombrosa.

–A mí me gusta cómo te vistes tú –aseguró él, mirándola con orgullo. 
Miley lucía una chaqueta de vivo terciopelo rojo, con adornos dorados, y una corbata de seda, detalles que le conferían un engañoso aspecto de inocencia. La chaqueta, abierta, revelaba un vestido rojo sin tirantes, muy ceñido. Haciendo caso omiso de las palabras de Miley relativas a Lisa, Parker cambió de tema–: ¿Por qué no abres mi regalo antes de que llegue Farrell?

Bajo la cubierta de papel de plata descubrió un estuche de terciopelo azul, y dentro, anidado en satén, un maravilloso brazalete de zafiros y diamantes. 
Miley lo sacó con cuidado de la caja.

–¡Es magnífico! –murmuró sintiendo un nudo en el estómago. Los ojos se le llenaron de lágrimas y en aquel momento 
Miley comprendió que ni el brazalete ni Parker le pertenecían. No, después de traicionar a su novio por culpa de la atracción irresistible que sentía por otro hombre, Nick Farrell. Levantó la mirada y buscó la de Parker, que estaba expectante. Entonces le tendió la joya.

–Lo siento –dijo con voz sofocada–. Es un regalo lo magnífico, pero no puedo aceptarlo, Parker.

–¿Por qué no? –empezó a protestar él, pero de algún modo ya sabía la respuesta. Se produjo un largo silencio–. Así que es eso –dijo por fin, con voz ronca– Farrell ha ganado.

–No del todo –puntualizó ella en voz baja– Pero pase lo que pase entre Nick y yo, no podría casarme contigo. Ya no. Mereces algo más que una esposa que no es capaz de controlar sus sentimientos hacia otro hombre.

Tras un momento de tenso silencio, Parker inquirió:

–¿Sabe Farrell que ibas a romper nuestro compromiso?

–¡No! –exclamó ella, espantada–. Y cuanto menos sepa, mejor. De lo contrario se hará más insistente.

Parker volvió a vacilar, luego tomó el brazalete y lo puso a 
Miley en la muñeca.

–No renuncio –declaró, y en su rostro se dibujó una triste sonrisa–. Considero que este es un revés menor. De veras que odio a ese bastardo.

Sonó el timbre, Parker levantó la mirada y vio Lisa, que estaba de pie en el umbral de la puerta de cocina, con una bandeja en la mano.

–¿Cuánto hace que estás ahí escuchando? –le preguntó imperativamente a la joven mientras 
Miley iba a abrirle la puerta a Nick.

–No mucho –respondió Lisa con voz desacostumbradamente amable–. ¿Quieres un vaso de vino?

–No. Quiero toda la botella –repuso él con frustración.

En lugar de reír, Lisa llenó un vaso y se lo entregó. Tenía la mirada dulce y extrañamente luminosa. En cuanto Nick entró, a 
Miley le pareció que el salón se llenaba de su abrumadora presencia.

–¡Feliz cumpleaños! –le deseó sonriente–. Tienes un aspecto fantástico –añadió mirándola de arriba abajo.
Miley le dio las gracias y trató de no pensar en lo atractivo que estaba, vestido con traje y chaleco gris, camisa blanca y corbata a rayas de estilo clásico. Lisa tomó la iniciativa para rebajar la tensión.

–Hola, Nick –saludó con una deslumbrante sonrisa–, Esta noche tienes más aspecto de banquero que Parker.

–Bueno, me falta la insignia de la asociación de antiguos alumnos distinguidos –bromeó Nick, y le tendió remisamente la mano a Parker, que se la estrechó con idéntica desgana.

–Lisa odia a los banqueros –comentó Parker, cogiendo la botella de vino. Luego llenó su vaso y bebió el contenido de un solo trago–. Bien, Farrell –continuó con acritud, algo insólito en él–, es el cumpleaños de 
Miley  Lisa y yo nos hemos acordado. ¿Dónde está tu regalo?

–No lo he traído.

–Querrás decir que has olvidado comprarle un regalo. ¿No es eso?

–Quiero decir que no lo he traído.

–¿Por qué no empezamos a movernos? –intervino Lisa, deseosa, al igual que su amiga, de llevarse a dos rivales a un lugar público donde no les fuera posible discutir–. 
Miley abrirá mi regalo más tarde.

La limusina de Nick esperaba en la calle. Primero subió Lisa, seguida de 
Miley  que se sentó al lado de su amiga a propósito, eliminando así la posibilidad de que ambos hombres entablaran una discusión acerca de quien se sentaba al lado de ella. La única persona que no parecía nerviosa era Spencer O’Hara, que de hecho incluso aumentó la tensión al decir a Miley con una sonrisa:

–Buenas noches, señora Farrell.

En unos baldes de plata con hielo había dispuestas dos botellas de Dom Pérignon.

–¿Os apetece un poco de champán? A mi sí... –Las palabras de Lisa fueron interrumpidas por el violento arranque de la limusina, que pareció internarse en el tráfico de un salto. Lisa se vio proyectada hacia atrás y Parker, que se sentaba enfrente, hacia delante.

–¡Dios mío! –exclamó el banquero al tiempo que intentaba recuperar el equilibrio–. El idi/ota de tu chófer –añadió dirigiéndose a Nick– acaba de saltarse cuatro carriles y un semáforo.

–Está perfectamente capacitado –replicó Nick, levantando la voz por encima de los bocinazos de furiosos conductores. Nadie advirtió que un viejo Chevrolet avanzaba a toda velocidad hacia la limusina, cambiando de carril cuando lo hacía esta. Mientras la limusina se dirigía hacia la autopista, dispersando vehículos en su acometida, Nick descorchó una botella de champán.

–Feliz cumpleaños –dijo tendiéndole a 
Miley la primera copa de champán.

Parker se volvió hacia 
Miley e inquirió:

–¿Recuerdas lo que te pasó por beber champán en la fiesta de aniversario de los Remington?

–Solo me mareé –aclaró 
Miley , desconcertada por su tono y por el tema de la conversación.

–Estabas muy mareada –insistió él–. Y un poquito borracha. Me hiciste salir al balcón contigo. Recuerda que te puse mi abrigo. Luego se nos unieron Stan y Milly Mayfield e hicimos una especie de tienda con los abrigos y nos quedamos a la intemperie. –Miró a Nick y, con voz fríamente superior, le espetó–: ¿Tú conoces a los Mayfield?

–No –replicó Nick, tendiendo una copa a Lisa.

–Claro, cómo vas a conocerlos –afirmó Parker con desprecio–. Son antiguos amigos míos y de 
Miley . –Lo dijo con la intención de humillar a Nick. Miley se apresuró a cambiar tema y Lisa la ayudó. Por su parte, Parker se bebió otras cuatro copas y pudo insertar dos historias más en las que él y Miley  eran protagonistas, rodeados de actores secundarios que, por supuesto, Nick no conocía.

Nick había elegido un restaurante al que 
Miley nunca había ido. Sin embargo, le gustó apenas atravesó el vestíbulo. El lugar imitaba el modelo de un pub inglés, con las vidrieras y las paredes recubiertas de paneles de madera oscura. El Manchester House, que así se llamaba, disponía de un gran local con una barra que ocupaba la parte trasera. Los comedores, situados a ambos lados del vestíbulo, eran pequeños y cómodos, y estaban separados del bar por enrejados cubiertos de hiedra.



El local del bar, donde se sentaron mientras esperaban que la mesa que les habían asignado estuviera lista, estaba lleno de gente con ganas de divertirse. En unas mesas unidas había un grupo de unas veinte personas, y a juzgar por las risas y el griterío de varios de los ocupantes de la barra, la bebida corría en abundancia.

–Desde luego este no es el sitio al que yo habría traído a 
Miley para celebrar su cumpleaños –dijo Parker con sarcasmo, mientras se sentaban.

Nick aguantaba las impertinencias de Parker solo por no disgustar a 
Miley.

–No es que sea mi restaurante favorito, pero si queríamos comer en paz, tenía que ser en un sitio relativamente oscuro y apartado.

–Será divertido, Parker –comentó 
Miley  sintiéndose a gusto en aquel ambiente inglés, que incluía una pequeña orquesta encargada de amenizar el local.

–Tocan bien –intervino Lisa, inclinándose par observar mejor a los músicos. Segundos después quedó asombrada al ver que el chófer de Nick entraba tranquilamente en el bar y se sentaba al otro extremo de la barra–. Nick –dijo con hilarante incredulidad–, tu chófer parece haber decidido abandonar el frío de la calle para tomarse una cerveza aquí dentro.

Nick ni siquiera miró hacia donde le indicaba Lisa.

–Spencer no toma alcohol cuando está de servicio. Beberá gaseosa.

Acudió un camarero y le pidieron bebidas. 
Miley no creyó necesario aclararle a Lisa que el chófer de Nick era también su guardaespaldas, y más teniendo en cuenta que a ella misma no le resultaba agradable recordarlo.

–¿Eso es todo, amigos? –preguntó el camarero, se dirigió a un extremo de la barra para pasar el pedido. Al llegar un hombre que llevaba una gabardina exageradamente holgada se puso a su lado y le dijo:

–¿Te gustaría ganarte un billete de cien, amigo? –El camarero se volvió.

–¿Cómo?

–Déjame estar un rato detrás de aquel enrejado.

–¿Por qué?



El hombrecillo abrió la mano y le mostró al camarero un carnet de periodista de un diario sensacionalista de Chicago, junto con un billete de cien dólares.

–En una de esas mesas hay gente importante y llevo una cámara bajo la gabardina.

–Quédese, pero que no lo vean –le advirtió el camarero apoderándose del billete.

En el vestíbulo, de pie tras la mesa del maître, el dueño del restaurante cogió el teléfono y marcó el número de la casa de Noel Jaffe, crítico gastronómico de un importante periódico.

–Noel –dijo inclinándose un poco a un lado para evitar ser oído por un grupo de nuevos clientes–, soy Alex, del Manchester House. ¿Recuerdas que te prometí que algún día te pagaría el favor que me hiciste hablando bien de mi restaurante en tu columna? Bueno, pues adivina quién acaba de llegar en este momento.

Cuando Jaffe oyó los nombres, lanzó una carcajada.

–No me digas. Tal vez formen la pequeña familia feliz que declararon ser en la conferencia de prensa.

–Esta noche no –le contestó Alex, elevando un poco el tono de voz–. El novio tiene cara de muy pocos amigos y ha bebido mucho.

Se produjo una pausa breve y luego Jaffe dijo, ahogando una risita:

–Voy enseguida con un fotógrafo. Encuéntrame una mesa desde donde pueda mirar sin ser visto.

–Eso no es problema. Recuerda solo poner bien el nombre de mi restaurante y la dirección cuando escribas sobre esto.

Alex colgó, eufórico por la publicidad gratis que suponía hacer saber al mundo que gente rica y famosa comía en su restaurante. De inmediato llamó a varias emisoras de radio y televisión.

Cuando el camarero trajo la segunda ronda (la tercera para Parker), 
Miley era consciente de que el banquero había bebido demasiado, lo cual no habría sido tan terrible si él hubiera evitado sacar a colación continuas anécdotas de su pasado con ella. Miley no siempre las recordaba, pero lo único que la preocupaba era que el enojo de Nick iba en aumento.

De hecho, Nick estaba furioso. Durante tres cuartos de hora se había visto obligado a escuchar las bonitas historias vividas por Parker y 
Miley  relatadas con la intención de demostrarle que él era socialmente inferior a ellos, a pesar de su inmensa riqueza. Que si Miley rompió su raqueta de tenis en un torneo de dobles que ambos jugaron en el club de campo cuando ella era todavía una adolescente; que si en un maldito baile organizado por una lujosa escuela privada a ella se le cayó el collar; que si un partido de polo al que el banquero la había llevado hacía poco tiempo...

Cuando Parker empezó a referirse a una subasta con fines benéficos en la que él y 
Miley habían trabajado juntos, Miley se puso bruscamente de pie.

–Voy al tocador de señoras –anunció, interrumpiendo a propósito a Parker. Lisa siguió su ejemplo.

–Voy contigo –dijo.

Tan pronto como entraron en el tocador, 
Miley se apoyó en el lavamanos. Parecía muy desgraciada.

–No podré soportarlo mucho más –susurró a su amiga–. Nunca imaginé que la cosa saliera tan mal.

–¿Quieres que finja que estoy enferma para que nos lleven a casa? –le preguntó Lisa, al tiempo que se inclinaba hacia el espejo y empezaba a retocarse la pintura de los labios–. ¿Recuerdas que lo hiciste por mi cuando salimos con dos chicos en Bensonhurst?

–A Parker le importaría un bledo que nos cayéramos las dos desmayadas a sus pies –repuso 
Miley irritada–. Está demasiado ocupado tratando de provocar a Nick.

Lisa miró a 
Miley de soslayo y comentó:

–Es Nick quien está provocándolo.

–¿Cómo? ¡Si no ha dicho una sola palabra!

–Precisamente por eso. Nick se sienta en la silla y observa a Parker como quien observa a un payaso en plena actuación. Y Parker no está acostumbrado a perder, pero te ha perdido a ti. Mientras tanto, Nick se regocija en silencio, porque sabe que, al fin y al cabo, él es el ganador.

–¡No puedo creer lo que estoy oyendo! –prorrumpió 
Miley  intentando no levantar la voz–. Durante años has criticado a Parker cuando tenía razón. Ahora que no la tiene y está borracho sales en su defensa. Además, Nick no ha ganado nada. Y no se está regodeando. Trata de parecer entre aburrido y divertido ante las bufonadas de Parker, nada más. Créeme, está enojado, realmente enojado porque Parker intenta hacerlo parecer... un marginado social.

–Así es como lo ves tú –puntualizó Lisa con tanta determinación que 
Miley dio un paso atrás, atónita. Pero el asombro se convirtió en un sentimiento de culpa cuando su amiga continuó–: No sé cómo querías casarte con un hombre por el que no sientes la menor compasión.

El camarero acababa de comunicar a Nick que la mesa estaba lista y, por encima del hombro, este vio que 
Miley y Lisa se acercaban sorteando mesas y clientes.

Parker había dejado de hablar de su pasado para dedicarse a provocar a Nick preguntándole detalles del suyo, burlándose de las respuestas.

–Dime, Farrell –interpeló a su rival en voz alta, hasta el punto de que algunos clientes sentados en mesas vecinas volvieron la cabeza–. ¿A qué universidad fuiste? Lo he olvidado.

–A la estatal de Indiana –replicó Nick, viendo venir a Lisa y 
Miley.

–Yo fui a Princeton.

–¿Y qué?

–Simple curiosidad. ¿Y qué me dices de los deportes? ¿Practicaste alguno?

–No –le respondió Nick categóricamente, y se levantó para pasar al comedor en cuanto llegasen las mujeres.

–¿Qué hacías en tu tiempo libre? –se interesó Parker, levantándose también, un poco tambaleante.

–Trabajar.

–¿Dónde?

–En la fundición y como mecánico.

–Yo jugaba al polo, boxeaba un poco. Y... –añadió mirando a Nick de arriba abajo desdeñosamente–. le di a 
Miley el primer beso.

–Y yo la desvirguiné –le espetó Nick, incapaz de contenerse por más tiempo, pero sin dejar de observar las dos jóvenes, que ya estaban muy cerca.

–¡Hijo de pu/ta! –silbó Parker, y lanzó un ****azo a Nick.

Nick lo vio justo a tiempo para levantar un brazo detener el golpe. Luego con el brazo libre golpeó a Parker de tal modo que este cayó pesadamente al suelo. Se armó un alboroto. Las mujeres gritaban, los hombres saltaban de las sillas... y las cámaras entraron en acción. Lisa increpó a Nick, y cuando volvió el rostro hacia ella el puño de la joven impactó en su ojo izquierdo. Mal aturdido, ni siquiera pareció darse cuenta de que era Lisa quien lo había golpeado. Se disponía a devolverlo, con tan mala fortuna que al iniciar el movimiento su codo tropezó con algo y se oyó gritar a 
Miley  que en aquel momento se inclinaba sobre Parker para ayudarlo.

Spencer avanzaba abriéndose paso a codazos y empujones. Cuando llegó hasta ellos, Nick sujetaba a Lisa por las muñecas, consciente de que era ella la agresora.

–¡Llévatela! –ordenó a Spencer, señalando a 
Miley  interponiéndose entre ella y las cámaras–. ¡Llévala a su casa!



De pronto 
Miley sintió que la levantaban y se la llevaban entre la ruidosa multitud, en dirección a puertas giratorias de la cocina.

–Hay una puerta trasera –dijo Spencer, jadeando. Arrastró a 
Miley entre cocineros asombrados, que levantaban la vista de sus cacerolas, y mozos boquiabiertos, a uno de los cuales casi se le cayó la bandeja de la comida. Spencer le propinó tal empujón a la puerta trasera que casi la arrancó de sus goznes. Ya en el aire frío de la noche, siguió arrastrando a Miley hasta alcanzar el aparcamiento del restaurante.

Spencer abrió la portezuela trasera de la limusina y poco menos que lanzó a 
Miley al interior.

–¡No se mueva del suelo! –exclamó, y dando un portazo se encaramó al asiento y puso el vehículo en marcha.
Miley creía hallarse en una nube irreal, tumbada en el fondo del vehículo, preguntándose si aquello le estaría sucediendo realmente a ella. Por fin, se sintió capaz de incorporarse y abandonar su refugio, pero la limusina arrancó violentamente con las ruedas chirriando sobre el pavimento. Miley volvió a caer, y desde el suelo vio cómo las luces pasaban ante las ventanillas con increíble velocidad. Notó que la limusina subía por una calle en pendiente y luego otra, alejándose a toda prisa del restaurante. Así que no iban a llevarse a Lisa.

Cautamente trepó a un asiento, esta vez con la intención de ordenarle a aquel maníaco del volante que aminorara la velocidad y volviera al restaurante.

–Perdón, Spencer –dijo sin obtener respuesta. O bien Spencer estaba demasiado ocupado en violar el límite de velocidad y el resto de las normas de tráfico, o bien no la oía a causa de los bocinazos y los gritos airados de los otros conductores. Con un suspiro de enojo, 
Miley se arrodilló en el asiento, reclinó el pecho en el respaldo y, asomando la cabeza por la ventanilla de comunicación, interpeló a Spencer.

–Spencer –dijo con voz insegura, y dio un respingo al ver que el vehículo torcía bruscamente a la derecha adelantando a un camión al que no rozó por centímetros–. ¡Por favor, tengo miedo!

–No se preocupe, señora Farrell –dijo él con su peculiar estilo, mirándola por el espejo retrovisor–. Nadie nos detendrá, pero si nos alcanzan, no se preocupe, que voy bien provisto.

–¿Que va provisto? –le preguntó 
Miley medio atontada. Echó un vistazo al asiento de al lado de Spencer, esperando ver una maleta abierta–. ¿Provisto de qué?

–De una pipa.

–¿Qué?

–Llevo una pipa –repitió Spencer.

–¿Qué tiene eso que ver?

Spencer lanzó una risotada, meneó la cabeza y se abrió la chaqueta del traje negro que llevaba puesto.

–Llevo una pipa –repitió una vez más y, horrorizada, 
Miley vio que Spencer llevaba una pistolera de cuya funda sobresalía la culata de un arma.

–¡Oh, Dios mío! –murmuró, y se fue escurriendo hasta quedar sentada.

Momentos después empezó a preocuparse por Lisa. A Parker y a Nick que se los llevara el diablo, tendrían bien merecida una noche en la cárcel, pero la pobre Lisa... Cierto que ella había visto que Parker fue el primero que quiso agredir a Nick, pero este, que estaba sobrio, había intentado devolver el golpe a un hombre en estado de embriaguez, iniciando así una reyerta de taberna.
Miley recordaba que Lisa estaba ocupada tratando de cerrar su bolso cuando Parker le lanzó el ****azo a Nick, y que solo levantó la vista cuando una mujer gritó. Entonces vio a Parker derrumbarse ante el impacto de Nick. Por eso Lisa se lanzó al ataque con el incomprensible deseo de defender a Parker, es decir, a alguien a quien siempre había odiado. La escena desfiló por la mente de Miley , y de no haber estado tan furiosa con todos, se habría reído de buena gana al recordar la reacción de Lisa. Miley decidió, con cierta nostalgia, que tener un montón de hermanos servía para algo, y muy concretamente en casos como ese. No estaba del todo segura de que el puño de su amiga hubiera alcanzado el ojo de Nick, porque en aquel momento ella se había inclinado para socorrer a Parker, y al levantar la mirada, el codo de Nick la golpeó. Al recordarlo, Miley se pasó el dedo por la zona afectada y, notó que en efecto, le dolía un poco.

Minutos más tarde 
Miley dio un brinco al oír el teléfono. La sorprendió oír aquel sonido en ese momento, en el interior de una limusina que escapaba a toda velocidad conducida por un loco que probablemente hubiera sido un gángster en otros tiempos.

–Es para usted –dijo Spencer–. Es Nick. Han salido todos del restaurante sin mayores incidentes y se encuentran bien. Quiere hablar con usted.

La noticia de que Nick la llamaba después de haberla hecho pasar por todo aquello despertó la indignación de 
Miley . Levantó el auricular, incrustado en un panel lateral, y se lo llevó a la oreja.

–Spencer asegura que estás bien –empezó a decir Nick con voz lastimera–. Tengo tu abrigo y...
Miley no oyó el resto. Lenta y deliberadamente, con gran satisfacción, le colgó.

Diez minutos más tarde 
Miley vio que el vehículo avanzaba por la calle de su casa. Tras frenar bruscamente, con la delicadeza de un piloto que aterrizara con un 727, se detuvo en seco. Aún muerta de miedo, Miley vio que Spencer salió de la limusina, abrió la portezuela trasera y con una sonrisa satisfecha y una inclinación de cabeza, dijo:

–Aquí estamos, señora Farrell, sanos y salvos.
Miley apretó el puño.

Sin embargo, treinta años de buena educación y de comportamiento civilizado servían para algo, así que aflojó los dedos, salió de la limusina con las piernas temblorosas y le deseó buenas noches a Spencer. Este insistió en escoltarla hasta el interior, pues era su deber. Y lo hizo tomándola de un brazo.

En el vestíbulo se sucedieron las miradas de asombro. El portero, el guardia de seguridad, varios propietarios que regresaban temprano, todos parecían perplejos.

–Bu–buenas noches, señorita Bancroft –tartamudeó el guardia, atónito.
Miley dio por sentado que su aspecto era todo un espectáculo. Levantó el mentón y afrontó la situación.

–Buenas noches, Terry –contestó con una elegante sonrisa al tiempo que se libraba de la tenaza protectora de Spencer.

Sin embargo, cuando ya en su apartamento se miró al espejo, no dio crédito a lo que vio, y una risa histérica salió a borbotones de su garganta. Tenía el pelo alborotado, la chaqueta le colgaba como deforme y la corbata se le había subido a un hombro.

–Muy bonito –musitó a su imagen en el espejo.



–Debería irme a casa, de veras –comentó Parker precavidamente, frotándose la dolorida mandíbula– Son las once.

–En tu casa te estará esperando una nube de periodistas –aseguró Lisa con firmeza–. Será mejor que pases aquí la noche.

–¿Y 
Miley qué? –preguntó él minutos más tarde, cuando la joven salió de la cocina trayéndole otra taza de té.

Lisa sintió una extraña opresión en el pecho, frustrada por la obsesión de Parker por una mujer que no amaba y que, en realidad, era la última mujer del mundo de la que él debería haberse enamorado.

–Parker –susurró–. Eso ha terminado.

Parker levantó la cabeza y buscó la mirada de Lisa, a la luz tenue de la lámpara. Comprendió que se refería a él y a 
Miley.

–Lo sé ––contestó sombríamente.

–No es el fin del mundo –añadió Lisa, y se sentó a su lado. Parker observó una vez más que la luz de la lámpara arrancaba destellos del pelo de Lisa–. Era una relación cómoda para los dos, pero ¿sabes qué sucede con lo cómodo a los pocos años?

–No. ¿Qué?

–Degenera en aburrimiento.

Sin contestar, Parker bebió el té, dejó la taza en la mesita y luego paseó la mirada por el salón, pues se sentía extrañamente remiso a mirar a Lisa.

La estancia era una combinación ecléctica de modernidad y tradición. Esparcidas por lugares estratégicos había varias piezas de arte poco corrientes. El lugar era como su dueña: audaz, deslumbrante, perturbador. Una máscara azteca estaba colocada sobre un espejado pedestal moderno, al lado de un sillón tapizado en piel de color melocotón, con una maceta de hiedra junto a él. El espejo de encima de la chimenea también era moderno, contrastando con las estatuillas de porcelana Chelsea de la repisa de la chimenea, de estilo inglés.

Inquieto por algo que le rondaba con insistencia la mente, Parker se levantó y se acercó a la chimenea para observar las estatuillas de porcelana.

–Son hermosas –comentó con sinceridad–. Siglo diecisiete. ¿Me equivoco?

–No te equivocas –confirmó Lisa en un susurro.

Parker volvió sobre sus pasos y se detuvo frente a ella, mirándola fijamente pero obviando el escote que dejaba al descubierto la comisura de los senos. Tras un momento de silencio, se decidió a preguntar lo que le preocupaba.

–¿Qué te impulsó a pegar a Farrell?

Lisa vaciló, se puso de pie y cogió su taza.

–No lo sé –mintió, enojada porque la proximidad de Parker, la intimidad por la que tanto había suspirado, le infundía temor,

–No me soportas y sin embargo te lanzaste en mi defensa como un ángel vengador. ¿Por qué? –insistió Parker.

Tragando saliva, Lisa se debatió en la duda. O bien despachaba la cuestión con una broma sobre la necesidad que él tenía de un defensor o bien se arriesgaba a todo y admitía lo que sentía por él. Parker estaba desconcertado y pedía una explicación, pero Lisa sabía instintivamente que él no deseaba ni esperaba una confesión amorosa.

–¿Qué te hace pensar que no te soporto?

–¿Bromeas? –replicó Parker con sarcasmo–. Nunca has dejado de decir lo que piensas de mi profesión.

–Oh, es eso –musitó ella–. Era... broma. –Apartó la mirada de los penetrantes ojos azules de Parker y, volviéndose, se dirigió a la cocina. Consternada, se dio cuenta de que él la seguía.

–¿Por qué? –insistió una vez más.

–¿Quieres decir por qué me meto contigo?

–No, pero puedes empezar por ahí.

Lisa se encogió de hombros y empezó a limpiar las tazas de té en la cocina. Su mente trabajaba a un ritmo frenético. Parker era un banquero. Sin duda amaba la exactitud y el rigor, le gustaban las cosas claras, y desde luego ella no encajaba en tales esquemas. Podía intenta engañarlo, pero comprendía con desaliento que por ese camino no llegaría a ninguna parte. No con Parker. También podía jugarse el todo por el todo y decirle la verdad. Se decidió por esta última alternativa. Él le había robado el corazón hacía tiempo y ya no podía perder nada más que su orgullo.

–¿Recuerdas cuando eras un niño de nueve o diez años? –preguntó vacilante, mientras seguía limpiando la mesa de la cocina.

–Me siento capaz de eso, sí –le contestó Parker con sorna.

–¿Y alguna vez en aquella época te gustó una chiquilla e intentaste atraer su atención?

–Sí.

Lisa respiró hondo y siguió hablando, pues era demasiado tarde para retroceder.

–Yo no sé cómo lo harían los chicos de tus escuelas preparatorias, pero si sé cómo se hacía y se sigue haciendo en el barrio en que me crié. Un chico te molestaba y, sin embargo, no había hostilidad en ello, sino más bien cariño. ¿Sabes, Parker? –concluyó Lisa con voz sincera–. Aquellos chicos no conocían otro modo de llamar la atención.

Aferrada a la mesa con ambas manos, Lisa esperó un comentario de Parker a sus espaldas, pero no se produjo y ella sintió que se le formaba un nudo en el estómago. ¿Lo habría echado todo a perder? Con la mirada perdida en el vacío siguió hablando de sus más íntimos sentimientos.

–¿Sabes acaso cómo me siento con respecto a 
Miley? Todo lo que soy y todo lo que tengo, y me refiero a todo lo bueno, se lo debo a ella. Miley es la persona mejor y más buena que he conocido en mi vida. La quiero más que a mis propias hermanas. –Con voz quebrada concluyó–: Parker, escucha. ¿Te imaginas... como se siente una, lo horrible que es estar enamorada de un hombre... y ver que él se declara a otra mujer? ¿A una mujer que también es un ser muy querido?

–En alguna parte me he perdido un poco, y ahora creo que tengo alucinaciones –declaró atónito–. Por la mañana, cuando vuelva a la realidad, algún psicoanalista querrá conocer todos los detalles de mi sueño. A ver, a ver... Si voy a hablarle con total exactitud al psicólogo, antes tengo que estar seguro de no haber interpretado y oído mal. ¿Estás intentando decir que estás enamorada de mí?

A Lisa le temblaron los hombros de la risa,

–Fuiste un idi/ota al no darte cuenta, Parker.

Él le colocó las manos sobre los hombros.

–Lisa, por el amor de Dios. No sé qué decir. Lo sien...

Lisa le interrumpió en un grito.

–¡No digas nada! Sobre todo, no me digas que lo sientes.

Parker estaba confuso.

–Entonces –murmuró–, ¿qué debo hacer?

Ella inclinó la cabeza hacia atrás y se echó a llorar. Levantó la vista al cielo y, con frustrada angustia, se dirigió a lo alto.

–¿Cómo he podido enamorarme de un hombre con tan poca imaginación? –Notó que él aumentaba la presión de las manos sobre sus hombros–. Parker –añadió–, en una noche como esta, cuando dos personas necesitan consuelo y esas dos personas son un hombre y una mujer, ¿no te parece que la respuesta es obvia?

El corazón le latió con fuerza cuando vio que Parker se quedaba quieto. Luego el banquero le levantó el mentón con suavidad y susurró:

–Yo creo que es una mala idea, muy mala. –Se quedó con la vista fija en las húmedas pestañas de Lisa, sorprendido y conmovido por lo que ella había dicho y por lo que le ofrecía.

–La vida es una gran apuesta –comentó Lisa, y Parker advirtió que la joven reía y lloraba al mismo tiempo. Después se olvidó de todo y la abrazó. Lisa se apretó contra él y lo besó, retándolo a seguir adelante, a dar otro paso, y Parker supo que no había marcha atrás.



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No me odien :s subiere mas cuando tenga tiempo a mas tardar el sábado 

3 comentarios:

  1. ME ENCANTARON LOS CAPÍTULOS!! no pense que lisa estaba enamorada de parker,,

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  2. JAJAJAJA ES EL CAPITULO MAS SORPRESIVO QUE HE LEIDO
    ME MATO LA PARTE DONDE PARKER LE DICE A NICK QUE EL LE DIO EL PRIMER BESO A MILEY Y DONDE NICK LE DICE QUE EL LA HABIA DESVIRGINDADO JAJAJAJA ESE NICK LO AMO
    Y DESPUES DE QUE LISA AMA A PARKER SI LO INTUIA EN LA FORMA QUE LO TRABATA Y DESPUES LO DEFENDIO ESO DEJA QUE PENSAR
    AME TODOS LOS CAPITULOS Y MUERO POR LEER EL SIGUIENTE!
    BESOS

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  3. OMG! Esta genial continuaa!

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