lunes, 9 de diciembre de 2013

Paraíso Robado - Cap: 40



Toqué tus lápices, llamé a tu secretaria por el intercomunicador, vino y se prestó a que le dictara una carta. Estaba dirigida a ti. –Al ver palidecer a su padre, Miley comprendió que recordaba esa carta–. En mi carta decía... –Hizo una pausa para respirar hondo y reprimir un amago de llanto. No quería que su padre la viera llorar–. Decía: «querido padre, voy a estudiar y a trabajar muy duro para que algún día estés tan orgulloso de mí que me dejes trabajar aquí como has trabajado tú y el abuelo. Y si lo hago, ¿me dejarás sentarme en tu sillón otra vez?». Leíste la carta y me contestaste: «Naturalmente». –Mirándolo con orgullo, agregó–: Yo cumplí mi palabra. Tú nunca tuviste intención de cumplir la tuya. Otras niñas jugaban a las muñecas, pero no yo. –Reprimió la risa–. ¡Yo jugué a los grandes almacenes! –Levantó la barbilla y siguió hablando–: Pensaba que me querías. Sabía que hubieras preferido tener un hijo varón, pero nunca me di cuenta de que yo no te importaba porque era simplemente una chica. Durante toda la vida me has llevado a despreciar a mi madre por habernos abandonado, pero ahora me pregunto si nos abandonó o si la obligaste a huir, como ahora haces conmigo. Mañana por la mañana tendrás sobre la mesa mi renuncia. –Advirtió la satisfacción que a Philip le producía el aplazamiento de su dimisión y levantó aún más la barbilla–. Tengo reuniones programadas, no podré escribir hoy la carta.

–Sí no estás aquí cuando yo dé la noticia a los otros –le advirtió Philip al ver que su hija se dirigía a la puerta lateral del despacho, que conducía a la sala de conferencias–, sospecharán que saliste de aquí llorando, incapaz de soportar no haber sido elegida.
Miley se detuvo el tiempo necesario para lanzarle una mirada cargada de desprecio.

–No te engañes, papá. Aunque me tratas como a un estorbo, nadie cree realmente que eres tan despiadado conmigo, que te inspiro tanta indiferencia como parece y mucho más. Pensarán que hace días le contaste a tu hija quién era el candidato elegido.

–Cambiarán de opinión cuando renuncies –insistió él, y por un instante su voz pareció vacilar.

–Estarán demasiado ocupados ayudando a Stanley a salir del atolladero como para pensar en nada más.

–Yo gobernaré a Allen Stanley.
Miley, con la mano en el picaporte, se detuvo, miro a su padre y lanzó una carcajada. Luego dijo:

–Lo sé. ¿Piensas que soy tan arrogante para creer que podría dirigir Bancroft por mí misma, sin tu guía? ¿O acaso tenías miedo de que lo intentara? –Sin esperar respuesta, abrió la puerta y salió al pasillo por la sala de conferencias.





Su decepción al verse privada de la oportunidad de demostrarse y demostrar a los demás que era capaz de dirigir el negocio, se vio eclipsada por el dolor que le produjo descubrir lo poco que ella significaba para su padre. Durante años se había dicho que él la quería, que no sabía demostrar sus sentimientos. Ahora, mientras esperaba el ascensor, 
Miley se sentía como si una mano invisible hubiera trastrocado su mundo, poniéndolo patas arriba. Se abrieron las puertas, entró en el ascensor, observó el tablero y descubrió que no sabía adónde iba. Vaciló antes apretar un número y pensó que tampoco sabía quién era ella realmente. Durante toda su vida había sido la hija de Philip Bancroft. Ese era su pasado. Su futuro siempre había estado aquí, en los grandes almacenes. En cambio ahora... Su pasado era una mentira y su futuro un vacío. Oyó voces masculinas que se acercaban por el pasillo y se apresuró a apretar el número del entresuelo, rezando para que se cerraran las puertas antes de que alguien la viera.

El entresuelo era en realidad una especie de balconada desde la que se divisaba la planta baja de la tienda. Cuando 
Miley se apoyó en la barandilla, se dio cuenta que inconscientemente sus pasos la habían llevado a aquel lugar, su favorito. Con las manos agarradas a la fría y rutilante barandilla, contempló el ajetreo de la planta baja. Se sintió sola, aislada en un lugar atestado de compradores en vísperas de Navidad, mientras el sistema de megafonía desgranaba la entrañable Navidades Blancas. Miley oía las voces, la música, el rumor de las cajas registradoras que producían notas de venta... Pero no sintió nada. Del techo surgió el sonido de llamada: dos campanadas breves, una pausa, otra campanada. Era su código. Miley se quedó inmóvil.

Volvieron a llamarla y siguió sin moverse, ignorando si se estaba despidiendo de Bancroft, de sus sueños, o simplemente atormentándose a sí misma.

Cuando la llamaron por tercera vez, a regañadientes se dirigió al mostrador más cercano y marcó el número de la recepcionista principal del establecimiento.

Miley Bancroft. ¿Me ha llamado?

–Sí, señorita Bancroft. Dice su secretaria que llame a la oficina con urgencia.

Cuando colgó, 
Miley comprobó la hora en su reloj. Tenía dos reuniones programadas para la tarde, eso siempre que fuera capaz de atenderlas como si nada hubiera ocurrido. Pero aun en el supuesto de que lo hiciera, ¿qué sentido tenía? Finalmente pidió comunicación con Phyllis.

–Soy yo –dijo–. ¿Me has llamado?

–Sí,
Miley. Siento molestarte –empezó Phyllis y su tono de voz, triste y apagado, le indicó a Miley que su padre había dado por concluida la reunión con los vicepresidentes y ya se sabía quién iba a ser su sustituto–. Se trata del señor Reynolds –prosiguió su secretaria–. Ha llamado dos veces durante la última media hora. Dice que tiene que hablar contigo y parece muy nervioso.
Miley comprendió que Parker ya estaba enterado de la noticia.

–Si vuelve a llamar, dile por favor que espere mi llamada. –No se sentía con ánimos de soportar la compasión de su novio. Sufriría un colapso nervioso. Y si él intentaba decirle que lo sucedido sería positivo a largo plazo o algo así... Bueno, eso sería aún más insoportable.

–Está bien –contestó Phyllis–. Tienes una reunión con el director de publicidad dentro de media hora. ¿Quieres que la cancele?
Miley volvió a vacilar. Paseó la mirada por aquella actividad frenética. Una mirada casi amorosa. No podía soportar la idea de alejarse sin más, dejando en el aire el asunto de Houston y varios proyectos que todavía reclamaban su atención. Si trabajaba durante las dos semanas siguientes, podía completar gran parte de ese trabajo y dejar el resto preparado para pasarlo a manos de su sucesor. En cambio, marcharse con todo a medio hacer, descuidando algunos de sus proyectos, no redundaría en beneficio de la firma. Hacerle daño a Bancroft era como hacérselo a sí misma. Fuera adonde fuese, hiciera lo que hiciese, ese lugar siempre sería parte de su ser.

–No canceles nada. Subiré dentro de un rato.

Miley –dijo Phyllis, vacilante–. Si te sirve de consuelo, casi todos pensamos que tú deberías haber sido la elegida.
Miley ahogó una risa mordaz.

–Gracias –repuso, y colgó. Las palabras de su secretaria y amiga eran dulces y amables, pero en estos momentos no servían para levantar su maltrecho ánimo.






Parker miró el teléfono, que sonaba una vez más en la habitación de 
Miley.  Después la miró a ella, de pie junto a la ventana, pálida y silenciosa.

–Probablemente sea tu padre de nuevo.

–Deja que el contestador registre el mensaje –replicó 
Miley , encogiéndose de hombros. Había abandonado la oficina a las cinco de la tarde y ya había rechazado dos llamadas de Philip y varias de la prensa. Los reporteros querían saber cómo se sentía después de haber sido postergada.

La voz de Philip sonó furiosa cuando concluyó el mensaje grabado de 
Miley.

–¡
Miley, sé que estás ahí, maldita sea! ¡Contesta! Tengo que hablar contigo.

Parker le pasó una mano por la cintura y la atrajo hacia sí.

–Sé que no quieres hablar con él –dijo solidario–, pero es la cuarta vez que llama en la última hora. ¿Por qué no le contestas de una vez y terminas con el asunto?

Parker había insistido en verla para prestarle su apoyo moral, pero ella solo quería estar a solas.

–En este momento no quiero hablar con nadie, y menos con él. Por favor, trata de comprenderme. De veras, quisiera estar... sola.

–Lo sé –dijo Parker con un suspiro, pero se quedó allí, ofreciéndole su silenciosa simpatía mientras ella observaba el paisaje oscuro por la ventana–. Ven aquí al sofá –susurró Parker, y le besó la sien–. Te prepararé una copa.
Miley negó con la cabeza, pero se sentó en el sofá, dejándose envolver por los brazos de su novio.

–¿Seguro que estarás bien si me marcho? –le preguntó él una hora más tarde–. Mañana viajo y todavía tengo cosas que preparar, pero me duele dejarte en ese estado de abatimiento. Mañana es el día de Acción de Gracias y no querrás pasarlo con tu padre, como había planeado. ¡Ya lo tengo! –exclamó de pronto, tomando una decisión–. Cancelaré mi vuelo a Ginebra. Alguien pronunciará por mí el discurso inaugural de la convención bancaria. Diablos, ni se darán cuenta...

–¡No! –lo interrumpió 
Miley  tratando de mostrarse firme. Se puso de pie. Con todo lo sucedido, había olvidado por completo que Parker tenía que viajar a Europa, donde permanecería tres semanas con sus colegas europeos, y donde pronunciaría el discurso de apertura de la Conferencia Mundial de la Banca–. No voy a saltar por la ventana –prometió, esbozando una sonrisa levemente irónica y rodeando el cuello de su novio para darle un suave beso de despedida–. Mañana comeré con la familia de Lisa. Cuando vuelvas, tendré mi futuro organizado y la vida ordenada. Terminaré de preparar nuestra boda.

–¿Qué piensas hacer con Farrell?
Miley cerró los ojos, pensando cómo era posible luchar contra tantas adversidades a la vez. Tantas complicaciones, tantas decepciones, tantos reveses. Por culpa de las devastadoras revelaciones de ese día había olvidado por completo que aún estaba casada con aquel despreciable...

–Mi padre tendrá que cambiar radicalmente de actitud en lo relativo a la recalificación del terreno de Nick. Me lo debe –declaró con amargura–. Cuando lo haga, mi abogado se pondrá en contacto con Farrell para presentarle el terreno como una ofrenda de paz de mi parte.

–¿Crees que podrás ocuparte de los preparativos del casamiento en medio de una situación como esta? –le preguntó Parker con dulzura.

–Puedo y lo haré –aseguró 
Miley  dando a su voz un tono de fingido entusiasmo–. Nos casaremos en febrero. ¡En la fecha prevista!

–Otra cosa –añadió él–. Prométeme que no buscarás otro empleo durante mi ausencia.

–¿Por qué no?

Parker respiró hondo y por fin dijo con extrema cautela:

–Siempre he comprendido tus razones para querer trabajar en Bancroft, pero puesto que ya no puedes hacerlo, quisiera que al menos reflexionaras un poco sobre la posibilidad de hacer una profesión del hecho de ser mi esposa. Tendrías mucho trabajo. Aparte de dirigir nuestra casa y nuestra vida social, están las ocupaciones cívicas, las obras de caridad...

Abrumada por una desesperación como no había sentido desde hacía muchos años, 
Miley se dispuso a protestar, pero enseguida desistió.

–Buen viaje –dijo, y le dio un beso en la mejilla.

Se encaminaban a la puerta cuando alguien pulsó decididamente el portero automático, con un ritmo vivaz que a 
Miley le era familiar.

–Es Lisa –anunció sintiéndose culpable por haber olvidado la cita y también frustrada porque no podría quedarse a solas como deseaba.

Apretó el botón que abría la puerta de entrada y apenas transcurrió un minuto antes de que Demi entrara en el apartamento con una alegre sonrisa. Traía unos envases de cartón con comida china.

–Me he enterado de lo ocurrido –le dijo a 
Miley al tiempo que le daba un breve y fuerte abrazo–. Supuse que habrías olvidado nuestra cena y que de todos modos no podrías comer un bocado. –Mientras hablaba, colocó los envases sobre la mesa del comedor y se despojó del abrigo–. Pero no soportaba la idea de dejarte sola en casa toda la noche, así que aquí me tienes. Te guste o no. –Hizo una pausa, miró alrededor y vio a Parker–. Lo siento, Parker, no sabía que estabas aquí. Supongo que la comida alcanzará para los tres.

–Parker ya se marchaba –intervino 
Miley  confiando en que ambos desistieran de sus habituales intercambios verbales–. Mañana tiene que tomar un avión para Europa, donde asistirá a la Conferencia Mundial de la Banca.

–¡Qué divertido! –exclamó Demi con tono afectado–. Podrás comparar las técnicas para hipotecar a las viudas con banqueros del mundo entero.
Miley vio la expresión contrariada de Parker, los ojos llenos de furia. No dejó de sorprenderse del efecto que causaban en él las palabras de su amiga. No obstante, por el momento sus propios problemas no le permitían pensar en otra cosa.

–Por favor –les advirtió al ver que se disponían a discutir–. Hoy no. Por favor, no esta noche. Demi, soy incapaz de tragar un solo bocado...

–Tienes que comer para mantener tus fuerzas.

–Además –prosiguió 
Miley con decisión–, preferiría estar a solas... De veras.

–Imposible. Tu padre venía hacia aquí cuando yo entré.

Como confirmando sus palabras, volvió a sonar el timbre del portero automático.

–Por mí podéis pasar la noche entera llamando –dijo 
Miley  abriendo la puerta a Parker.

Ya en el umbral, Parker se volvió a ella precipitadamente.

–¡Por el amor de Dios, no puedo dejarlo ahí abajo toda la noche! Esperará que le deje pasar.

–No lo hagas –repuso 
Miley, luchando por controlar sus emociones.

–¿Qué diablos quieres que le diga?

–Permíteme una sugerencia, Parker –intervino Demi con voz dulce, asiéndole del brazo y llevándolo hasta la puerta aún abierta–. ¿Por qué no lo tratas como a cualquier otro pobre diablo con una docena de hijos que alimentar que necesita un préstamo de tu banco? Es muy sencillo. Le dices «no».

–Demi –profirió Parker entre dientes y desprendiéndose de ella–, creo que realmente podría odiarte. –Volviéndose hacia 
Miley  sugirió–: Sé razonable, ese hombre es tu padre y también tu socio.

Demi sonrió maliciosamente e inquirió:
–Parker, ¿dónde está tu genio, tu carácter, tu valor?

–¡Ocúpate de tus malditos asuntos y no te metas en los de los demás! Si tuvieras un atisbo de clase, te habrías dado cuenta que esto no te incumbe y te irías a esperar a la cocina.

Por una vez, el ataque de Parker surtió un efecto sorprendente en Demi. En general, soportaba con entereza sus desaires, pero en esta ocasión se ruborizó con un vivo sentimiento de humillación.

–¡Hijo de pu/ta! –masculló, y girando sobre sus talones se dirigió a la cocina. Al pasar junto a 
Miley le murmuró–: He venido a consolarte, no a perturbarte todavía más, Miley. Esperaré ahí dentro.

En la cocina Demi se secó las lágrimas que le llenaban los ojos y luego puso la radio.

–¡Adelante, Parker, vocifera! –exclamó, al tiempo que aumentaba el volumen de la música–. No oiré una sola palabra. –La radio transmitía Madame Butterfly. Una soprano lloraba desconsoladamente mientras desgranaba su aria.

En el salón sonó de nuevo el timbre y el estrépito se unió al que armaba la soprano con sus quejumbrosos gemidos. Parker respiró hondo, dudando entre destrozar la radio o estrangular a Demi Pontini. Miró a 
Miley  de pie junto a él, pero la joven estaba tan enfrascada en sus problemas que apenas percibía aquel ruido infernal. El corazón de Parker se ablandó.

Miley –musitó con dulzura cuando dejó de sonar el portero automático–. ¿De veras quieres que no le deje subir?

Ella lo miró, tragó saliva y asintió con la cabeza.

–Entonces lo haré.

–Gracias –susurró 
Miley.

Pero ambos se volvieron, sorprendidos, al oír la voz de Philip, que entraba en el apartamento.

–¡Maldita sea! –masculló, furioso–. Es el colmo que tenga que entrar aprovechando la llegada de otro. ¿Es que hay una fiesta? –prosiguió elevando la voz para hacerse oír por encima del estrépito de la radio–. Le he dejado dos mensajes a tu secretaria esta tarde 
Miley. Y otros cuatro en tu contestador

La ira de esta nueva intromisión borró el cansancio en 
Miley.

–No tenemos nada que decirnos.

Philip arrojó el sombrero al sofá y sacó un cigarro del bolsillo. 
Miley observó cómo lo encendía y mantuvo una actitud estoica, sin hacer comentario alguno.

–Tenemos mucho que decirnos –replicó su padre con el cigarro ya entre los dientes y mirándola fijamente–. Stanley ha rechazado la presidencia. Dijo que no se consideraba capaz de desempeñar el cargo.

Demasiado dolida por lo ocurrido, 
Miley oyó con indiferencia las palabras de Philip.

–¿Y has decidido dármelo a mí? –preguntó con voz gélida.

–No. Se la ofrecí a mi... al candidato que era la segunda opción del consejo, Gordon Mitchell.

La noticia habría sido dolorosa en otras circunstancias, pero ahora 
Miley se limitó a encogerse de hombros.

–¿Qué haces aquí entonces?

–Mitchell también la declinó.

Parker reaccionó con la misma sorpresa que sentía 
Miley.

–Mitchell es todo ambición. Habría jurado que sería capaz de cualquier cosa por obtener el cargo.

–También yo. Sin embargo, en su opinión puede contribuir más a la buena marcha de Bancroft desde su posición actual. Por lo visto, la empresa es más importante para él que la gloria personal –añadió dirigiendo una mirada mordaz a 
Miley.  Era obvio que estaba acusándola de querer engrandecerse sin pensar en Bancroft–. Tú eres la tercera opción y por eso estoy aquí –concluyó con brusquedad.

–Y esperas que salte de alegría –ironizó su hija, todavía angustiada y dolida por la discusión de la mañana.

–Lo que espero –objetó Philip con el rostro rojo de ira– es que te comportes como la ejecutiva que crees ser, lo que significa aparcar momentáneamente nuestras diferencias personales y aprovechar la oportunidad que se te ofrece.

–Hay oportunidades en otras partes.

–¡No seas est/úpida! Nunca tendrás una como esta para demostrarnos lo que eres capaz de hacer.

–¿Eso es lo que me ofreces? ¿Una oportunidad para probarme a mí misma?

–Sí –le espetó Philip.

–Y si lo consigo, ¿qué?

–¿Quién sabe?

–En esas condiciones no me interesa tu oferta. Encuentra a otro.

–¡Maldita sea! Nadie está más cualificado que tú y lo sabes.

Sus palabras estaban llenas de resentimiento y frustración. Sin embargo, para 
Miley aquella confesión fue más dulce que cualquier alabanza. Infinitamente más dulce. La excitación que antes se había negado a sentir empezó a materializarse en el fondo de su ser, pero trató de mostrarse indiferente.

–En ese caso, acepto.

–Bien, discutiremos las condiciones mañana, durante la cena. Tenemos dos días para examinar los proyectos pendientes. Después me largaré. –Hizo ademán de coger su sombrero, dispuesto a marcharse.

–No tan rápido –dijo 
Miley  recuperando la calma–. En primer lugar, aunque no sea lo más importante, está el asunto de mi aumento salarial.

–Ciento cincuenta mil dólares anuales, efectivos un mes después de que te hagas cargo de la presidencia.

–Ciento setenta y cinco mil efectivos de inmediato –replicó ella.

–Bien, pero queda entendido –accedió Philip, enojado– que tu salario volverá a ser el de ahora cuando yo vuelva a ocupar la presidencia.

–De acuerdo.

–Entonces no hay más que hablar.

–Espera. Mi intención es sumergirme en el trabajo, pero hay un par de asuntos personales que también debo resolver.

–¿Cuáles?

–Un divorcio y un matrimonio. Sin el primero no hay segundo. –Philip se quedó expectante y ella prosiguió–: En mi opinión Nick accederá al divorcio si le ofrezco algo a cambio. Me refiero a la aprobación de la recalificación de su terreno de Southville. Aparte de la garantía de que por nuestra parte no tendrá que soportar interferencia alguna en su vida personal. De hecho, estoy casi segura de que si se cumplen estos requisitos, accederá al divorcio.

Su padre clavó en ella la mirada. En su boca se dibujó una sonrisa de tristeza e inquirió:

–¿De veras lo crees así?

–Sí. Pero al parecer tú no. ¿Por qué?

–¿Por qué no lo creo? –Parecía divertirse–. Yo te lo diré. Dijiste que Farrell se parecía a mí. Bueno, si yo estuviera en su lugar, no me contentaría con tan poco. No ahora... Ya no. Si yo fuera él, haría que mi oponente lamentara el día en que intentó humillarme, y luego llegaría a un acuerdo, pero poniendo yo las condiciones. Unas condiciones que estrangularían a mi rival.
Miley se estremeció e insistió:

–A pesar de todo, antes de aceptar la presidencia quiero que me des tu palabra de que su petición sera aprobada tan pronto como la presente.

Philip vaciló y por fin asintió.

–Me ocuparé de ello.

–¿Prometes también que no te entrometerás en su vida si él me concede un divorcio rápido y discreto?

–Concedido. –Sé inclinó para recoger el sombrero–. Buen viaje, Parker.

Cuando se marchó, 
Miley miró a Parker, que sonrió al oír las palabras de su prometida:

–Mi padre es incapaz de disculparse o de admitir que está equivocado, pero al aceptar mis condiciones implícitamente reconoce su error. ¿No estás de acuerdo?

–Tal vez –contestó Parker, sin mucha convicción.
Miley no advirtió las dudas de su novio. En un acceso de exuberante alegría, le echó los brazos al cuello.

–Podré con todo. La presidencia, el divorcio, los preparativos de la boda. Ya lo verás.

–Estoy seguro de que así será –respondió Parker, y cogiéndole las manos por detrás de la espalda, la atrajo hacia sí.

Sentada a la mesa de la cocina, con los pies sobre una silla, Demi había llegado a la conclusión de que la ópera de Puccini no solo era aburrida, sino intolerable. Fue entonces cuando, al levantar la mirada, vio a 
Miley en el umbral de la puerta.

–¿Se han marchado? –preguntó mientras apagaba la radio–. ¡Cielos, qué nochecita! –añadió cuando 
Miley asintió con la cabeza.

–Pues resulta que es una noche fantástica, maravillosa, espléndida –declaró 
Miley con una sonrisa deslumbrante.

–¿Alguien te ha hablado de tus alarmantes cambios de humor? –le preguntó Demi, que no salía de su asombro. Poco antes había oído la voz alterada de Philip.

–Por favor, háblame con más respeto.

–¿Qué? –replicó Demi, estudiando el rostro de su amiga.

–¿Qué te parece señora presidenta?

–¡Bromeas! –exclamó Demi, fascinada.

–Solo con respecto a tu manera de dirigirte a mí. Abramos una botella de champán. Tengo ganas de celebrarlo.

–Claro que sí –dijo Demi, abrazándola–. Y después me contarás lo ocurrido ayer entre tú y Farrell.

–Fue terrible –declaró 
Miley alegremente, y sacando la botella de la nevera empezó a descorcharla.

3 comentarios:

  1. hola Jeny!
    me estoy poniendo al tanto con la novela
    que me encanta! todos los capítulos estuvieron increibles
    tienes que seguirla ya quiero saber que pasara en el siguiente capis...besos

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  2. hahaha que mala bitch, sigo triste por lo de Memi, y leer momentos de ellas en tus novelas me da tristeza, por que no son asi como aqui? D:::=

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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