sábado, 7 de diciembre de 2013

Paraíso Robado - Cap: 34



–Buenos días –dijo Phyllis alegremente, disponiéndose a seguir a Miley a su despacho.

–Podría ponerle un montón de adjetivos a esta mañana –le replicó 
Miley mientras colgaba el abrigo en el armario–, pero no el de buena. –Intentando aplazar el momento de su llamada a Nick, añadió–: ¿Hay mensajes telefónicos?

Phyllis respondió con un gesto de asentimiento.

–El señor Sanborn, de personal, ha llamado para pedir que le devolvieras el formulario de tu póliza de seguro puesto al día. Dice que lo necesita con urgencia. –Le tendió el documento y se quedó a la espera.

Suspirando, 
Miley se sentó a su escritorio, cogió el bolígrafo y, después de escribir su nombre y dirección, se sintió confusa ante la siguiente cuestión del formulario: «Estado civil: soltera, casada, viuda (tache la casilla correspondiente)». Presa de histerismo, estuvo a punto de reír al fijar la mirada en la segunda opción. Estaba casada. Durante once años había estado casada con Nick Farrell.

–¿Te sientes bien? –le preguntó solícitamente Phyllis al observar que su joven jefa y amiga apoyaba la frente sobre una mano y miraba el formulario como hipnotizada.
Miley miró a su secretaria.

–¿Qué pueden hacerle a uno por mentir en el formulario de una póliza de seguros?

–Supongo que, en caso de muerte, podrían negarse a pagarle a tu heredero legal.

–Está bien –dijo 
Miley con sarcasmo, y tachó la casilla «soltera». Ignorando el gesto de preocupación de Phyllis, terminó de rellenar el formulario y se lo entregó.

–Por favor, cierra la puerta al salir y durante unos minutos no me pases llamadas.

Cuando la secretaria la dejó a solas, 
Miley cogió la guía telefónica, y tras encontrar el número de Haskell Electronics, lo garabateó en su bloc de notas. Dejó la guía en su sitio y miró fijamente el teléfono. Sabía que el temido momento, el momento en que no había dejado de pensar durante toda la noche, había llegado. Cerró los ojos por un instante, para mentalizarse. En realidad, lo que hizo fue ensayar su plan una vez más. Si Nick estaba enojado por lo que ella le había dicho la noche del baile de la ópera –y seguramente lo estaría–, le pediría disculpas con sencilla dignidad. Enseguida le pediría que se vieran por un asunto importante y urgente. Ese era su plan. Lentamente tendió una mano temblorosa hacia el teléfono...



Por tercera vez en una hora sonó el intercomunicador del escritorio de Nick, interrumpiendo un debate acalorado entre sus ejecutivos. Contrariado por tantas interrupciones, Nick miró a sus hombres y, al apretar el botón del intercomunicador, explicó:

–La hermana de la señorita Stern está enferma y ella ha tenido que viajar a la costa. Sigan hablando. –Por el intercomunicador le gritó a la secretaria que sustituía a la señorita Stern–: ¡Le dije que no me pasara llamadas!

–Sí, señor. Lo sé... –se oyó decir a Joanna Simmons–, pero la señorita Bancroft dijo que se trataba de algo de suma importancia e insistió en que le interrumpiera.

–Reciba usted el mensaje –replicó Nick. Se disponía a seguir con la reunión cuando preguntó bruscamente–: ¿Quién ha dicho que me llama?

Miley Bancroft –contestó la secretaria, pronunciando el nombre con cierto énfasis. Por su tono, era evidente que también ella había leído en la columna de Sally Mansfield lo ocurrido entre Miley y Nick. No era la única. En torno a Nick se produjo un silencio sepulcral que, no obstante, se vio interrumpido al cabo de un momento, cuando reiniciaron la discusión, ahora mas viva que antes.

–Estoy en mitad de una reunión –repuso Nick, tajante–. Dígale que vuelva a llamar dentro de quince minutos. –Era consciente de que las reglas de la cortesía exigían que fuera él quien llamara a 
Miley  pero le importaba un bledo. No tenían nada que decirse. Esforzándose por concentrarse en el trabajo, lanzó una mirada a Tom Anderson y prosiguió la conversación interrumpida por la llamada de Miley- . No habrá problema alguno en Southville. Tenemos un contacto en la comisión y nos ha asegurado que el condado y la ciudad están ansiosos por que instalemos una fábrica en el lugar anunciado. Tendremos la aprobación definitiva el miércoles, fecha en que se reúnen para votar...

Diez minutos después, Nick hizo salir a los hombres del despacho y volvió a sentarse ante su escritorio. Al cabo de media hora 
Miley seguía sin llamar. Nick se reclinó en el sillón de piel y le lanzó una mirada furiosa al teléfono. Su hostilidad iba en aumento con cada instante que pasaba. Muy propio de Miley  pensó; lo llamaba después de más de diez años de silencio, insistía en que su secretaria lo interrumpiera en una reunión y, como él no la había atendido de inmediato, ahora lo hacía esperar. Aquella mujer había nacido con un sentido exagerado de su propia importancia y había sido educada en la creencia de que era mejor que cualquier otro ser humano...

Tamborileando con los dedos sobre la mesa, 
Miley se acomodó en el sillón, observando con ira el reloj, esperando deliberadamente que transcurrieran cuarenta y cinco minutos antes de llamar de nuevo. ¡Muy propio de aquel cretino arrogante hacer que ella volviera a llamar!, pensó enojada. Era obvio que en el caso de Nick Farrell la riqueza no había ido acompañada de los buenos modales, porque de lo contrario él debería haber llamado, dado que ella había tomado la iniciativa. Naturalmente, los buenos modales nunca significarían nada para aquel hombre. Bastaría con rascar un poco en la personalidad de Nick para descubrir un tipo rudo y ambicioso... De pronto Miley trató de reprimir su resentimiento, consciente de que no haría más que obstaculizar el entendimiento entre ambos. Además, se recordó de nuevo, era injusto echarle a él la culpa de todo lo sucedido años atrás. La noche en que se conocieron, ella no había sido, ni muchos menos, un espectador pasivo de su encuentro amoroso en la cama. Por otro lado, no había hecho nada para evitar la posibilidad del embarazo. Y cuando este se confirmó, Nick se ofreció decentemente a casarse con ella. Más tarde, ella se convenció de que la amaba, pero lo cierto era que Nick nunca se lo había dicho. En realidad, nunca la había engañado en el sentido literal de la palabra. Resultaba est/úpido e infantil censurarlo por no haberse mostrado a la altura de lo que ella, en su ingenuidad, esperaba. Era tan absurdo e inútil como su ataque en el baile a beneficio de la ópera. Mucho más calmada, se tragó su orgullo y prometió mantener la compostura. El reloj marcaba las 10.45, y entonces Miley cogió el teléfono.

Nick dio un respingo cuando oyó el intercomunicador.

–Lo llama la señorita Bancroft –informó Joanna.

El se apresuró a responder.

–¿
Miley? –dijo con voz impaciente y seca–. ¡Qué sorpresa tan inesperada!Miley advirtió que él no había dicho «inesperado placer». También notó que su voz era más profunda y grave de lo que ella recordaba.

–¿
Miley? –El tono irritado de Nick sacó a la joven de sus nerviosas cavilaciones–. Si me has llamado para soplarme en el oído, me siento halagado pero un tanto confuso. ¿Qué esperas que haga ahora?



–Veo que aún eres tan presumido y tienes tan malos modales como...

–¡Ah! Me has llamado para criticar mis modales –concluyó Nick.
Miley se recordó con severidad que su objetivo era aplacarlo y no todo lo contrario. Conteniendo su genio, dijo con sinceridad:

–En realidad te llamo porque quisiera... enterrar el hacha.

–¿En qué parte de mi cuerpo?

El comentario se acercaba tanto a la verdad que 
Miley no pudo contener la risa. Al oírla, Nick, recordó de pronto cuánto le gustaba en el pasado esa risa y aquel sentido del humor. Apretó los dientes y dijo con acritud:

–¿Qué quieres de mí, 
Miley?

–Verás, necesito hablar contigo personalmente.

–La semana pasada me volviste la espalda ante quinientas personas –le recordó con voz gélida–. ¿Cómo es que de pronto has cambiado de idea?

–Ha ocurrido algo y tenemos que hablar con calma y como personas maduras –le contestó ella, tratando de no dar detalles por teléfono–. Se trata... de nosotros...

–No hay un «nosotros» –interrumpió Nick con tono implacable–. Y por lo sucedido en la fiesta deduzco que hablar con calma es algo que está más allá de tu alcance.
Miley estuvo a punto de estropearlo todo con una respuesta airada, pero finalmente logró controlarse. No quería la guerra sino la paz. Era una mujer de negocios y había aprendido a tratar airosamente con hombres tercos. Nick se mostraba difícil y, por lo tanto, había que conducirlo por otro camino, instalarlo en otro marco de referencia. Eso no se conseguiría discutiendo con él.

–No tenía idea de que Sally Mansfield anduviera por allí cuando me comporté contigo como lo hice –le explicó con tacto–. Te pido disculpas por lo que dije y, sobre todo, por haberlo dicho delante de ella.

–Estoy impresionado –replicó Nick con tono de burla–. Es obvio que has estudiado diplomacia.
Miley le hizo una mueca al auricular, pero se abstuvo de levantar la voz.

–Nick, intento establecer una tregua. ¿No puedes cooperar un poco conmigo?

Nick se sobresaltó al oír su nombre en boca de 
Miley y vaciló unos segundos. Por fin contestó con brusquedad:

–Dentro de una hora tengo que salir hacia Nueva York. No regresaré hasta el lunes por la noche.
Miley esbozó una sonrisa triunfal.

–El jueves es el día de Acción de Gracias. ¿Podríamos vernos antes, por ejemplo el martes? ¿O acaso ese día es imposible para ti?

Nick consultó su agenda y vio que aquella semana estaba llena de citas y reuniones. Estaría horriblemente ocupado. No obstante, dijo:

–El martes está bien. ¿Por qué no pasas por mi oficina a las doce menos cuarto?

–Perfecto –aceptó 
Miley enseguida, más aliviada que decepcionada por los cinco días de espera.

–Por cierto –añadió Nick–, ¿tu padre sabe que vamos a vernos?

El tono corrosivo de sus palabras dio a entender a 
Miley que no había disminuido la hostilidad que Nick Farrell sentía hacia Philip.

–Lo sabe.

–Entonces me sorprende que no te haya encerrado bajo llave y te haya encadenado para impedir nuestra entrevista. Debe de estar ablandándose.

–No es que se haya ablandado, sino que ha envejecido y ha estado muy enfermo. –Sabía que la animosidad de Nick hacia su padre aumentaría en cuanto descubriera que Philip había contratado, aunque involuntariamente, los servicios de un falso abogado, y que por lo tanto la disolución del matrimonio no era legal. 
Miley trató de amortiguar de antemano la ira de Nick–. Puede morir en cualquier momento –añadió.

–Cuando lo haga –le replicó Nick con sarcasmo–, espero por el amor de Dios que alguien tenga la presencia de ánimo necesaria para clavarle una estaca en el corazón.
Miley sofocó una risita de horror ante la broma de Nick y se despidió cortésmente de él. Pero en cuanto colgó dejó de reír. Se reclinó en el sillón y meditó. Nick había insinuado que su padre era un vampiro, y hubo un tiempo en que ella sintió que realmente Philip le consumía la vida. En el mejor de los casos, su padre le había arrebatado gran parte del gozo de la juventud.

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