sábado, 7 de diciembre de 2013

Paraíso Robado - Cap: 35



El martes de la semana siguiente, día de la cita, Miley se las había arreglado para convencerse de que entre ella y Nick podía producirse un encuentro cortés e impersonal, en el que conseguiría persuadirlo de que un divorcio rápido y sin complicaciones era lo mejor para ambas partes.

Se miró al espejo del cuarto de baño privado adyacente a su despacho. Se retocó los labios y se soltó la larga cabellera, que le cubrió los hombros. Luego dio un paso atrás para estudiar el efecto del discretamente estampado suéter de lana negra con cuello alto y la falda del mismo color. Una reluciente gargantilla de oro destacaba sobre el conjunto negro. En la muñeca lucía una pulsera haciendo juego.

El orgullo y el sentido común le exigían la máxima elegancia. Nick salía con estrellas de cine y con atractivas y encantadoras modelos. Pensaba que podría manipularlo mejor si irradiaba confianza. Satisfecha de su aspecto, metió en la cartera los elementos de maquillaje, se puso el abrigo y los guantes y al salir decidió que tomaría un taxi para ir al despacho de Nick, con lo que se ahorraría la lucha contra el tráfico, además del problema del estacionamiento, sobre todo teniendo en cuenta que era un día lluvioso.

Una vez en el taxi, miró por la ventanilla y observó a los peatones cruzar presurosos la avenida Michigan, unos cubriéndose con paraguas, otros con periódicos. La lluvia martilleaba el techo del vehículo y ella se acurrucó entre los pliegues del lujoso abrigo de piel que su padre le había regalado cuando cumplió veinticinco años. 
Miley había estado planeando su estrategia durante los últimos cinco días y ensayó numerosas veces lo que iba a decirle a Nick y cómo iba a hacerlo. Se mostraría tranquila y hablaría con tacto, profesionalmente. Así actuaría. No se rebajaría a criticarlo por sus actitudes pasadas. Por una parte, él carecía de conciencia; por otra, ella se negaba a darle la satisfacción de mostrar lo mal que se había sentido a causa de su traición. Se recordó que no le haría ninguna recriminación. Tranquila, con tacto, profesional... De esta forma marcaría la pauta y confiaba en que le ofrecería un ejemplo a seguir. Tampoco le plantearía de golpe el problema que la llevaba allí; se lo diría poco a poco.

Sintió que le temblaban las manos y las hundió en los bolsillos del abrigo. La voz del taxista la sacó de sus pensamientos.

–Hemos llegado, señorita.
Miley pagó, y bajo el aguacero se precipitó a la protección del alto edificio de vidrio y acero que era la sede social de la más reciente adquisición de Nick Farrell.

Cuando salió del ascensor, en la planta dieciséis, se encontró en una espaciosa zona de recepción, con alfombrado de color plata. Se dirigió a la recepcionista, una muchacha muy elegante sentada tras una mesa redonda. La joven observó a la recién llegada con mal disimulada fascinación.

–El señor Farrell la espera, señorita Bancroft –dijo, reconociendo a 
Miley por las fotografías de prensa–. En este momento tiene una reunión, pero estará libre dentro de unos minutos. Por favor, siéntese.

Enojada porque Nick la hacía esperar como si se tratara de un campesino que hubiese solicitado audiencia al rey, 
Miley miró con sarcasmo el reloj que colgaba de la pared. Había llegado con diez minutos de antelación.

Se le pasó el enfado con la misma rapidez con que había aparecido y se sentó en una silla de piel. Cuando cogió una revista y la abrió, un hombre salía precipitadamente del despacho del rincón, dejando la puerta entreabierta. Por encima de la revista, 
Miley vio con claridad al hombre que había sido su marido, y se quedó mirándolo con fascinación.

Nick estaba sentado a su escritorio con aire meditabundo. Se reclinó en su asiento, escuchando a los hombres sentados frente a él. A pesar de su postura relajada, su expresión reflejaba autoridad y confianza. Aun en mangas de camisa, desprendía un aura de poder que 
Miley halló un tanto sorprendente y perturbador. La noche de la ópera ella había estado demasiado nerviosa para observarlo detenidamente. Pero ahora advirtió que sus facciones eran muy parecidas a las que ella recordaba... y, sin embargo, habían experimentado un cambio sutil. A los treinta y siete años había perdido la insolencia de la juventud, y en su lugar se apreciaba en aquel rostro una fuerza tenaz que lo hacía parecer incluso más atractivo que antes... y más inflexible. Su pelo era más negro de lo que ella recordaba, sus ojos parecían más claros, pero la boca conservaba la misma sensualidad. Uno de los hombres dijo algo divertido y la repentina sonrisa de Nick le añadió un encanto que sobresaltó a Miley . Esforzándose por reprimir aquella reacción inexplicable, la joven concentró su atención en lo que se decía en el despacho. Al parecer Nick planeaba fusionar dos divisiones de Intercorp. El propósito de la reunión era encontrar el método para hacerlo de la forma más sencilla posible.

Con creciente interés profesional, 
Miley se dio cuenta de que los métodos de Nick y su actitud hacia sus ejecutivos diferían de los de Philip. Su padre convocaba una reunión con el solo propósito de dar órdenes y se sentía ultrajado si alguien se atrevía a contradecirlo. En cambio, Nick prefería la libre expresión de diferentes puntos de vista y de sugerencias. Escuchaba, sopesando en silencio el valor de cada idea, de cada objeción. En lugar de someter y humillar a su equipo, como hacía su padre, Nick utilizaba las dotes de cada uno de los reunidos, beneficiándose de la experiencia de cada hombre en un campo determinado. A Miley le pareció que el método de Nick era mucho más sensato y productivo que el de su padre.

Mientras espiaba, en su interior crecía una pequeña semilla de admiración. Dejó la revista en su sitio y, como si aquel movimiento hubiera llamado la atención de Nick, este volvió de pronto la cabeza y su mirada se encontró con la de ella.
Miley se quedó rígida, sintiendo la mirada de aquellos ojos penetrantes. Él dejó de observarla y dijo a los hombres sentados en torno de su escritorio:

–Es más tarde de lo que pensaba. Después del almuerzo continuaremos con la reunión.

Cuando empezaron a salir del despacho, 
Miley notó que se le secaba la garganta al ver que Nick se le acercaba. Tranquilidad, tacto, actitud profesional, se recordó recitando mentalmente la cantinela al tiempo que elevaba la vista para mirar a Nick. Sin recriminaciones. Aborda el problema paulatinamente, no se lo digas de repente.

Nick la observó levantarse, y cuando habló lo hizo de un modo tan impersonal como impersonales eran los sentimientos que la joven le inspiraba.

–Cuánto tiempo –comentó, prefiriendo olvidar su breve y tormentoso encuentro en la ópera. Ella se había disculpado por teléfono, por el solo hecho de presentarse allí demostraba que quería una tregua. Él estaba dispuesto a aceptar. Después de todo, hacía años que la había olvidado y era absurdo guardar rencor por alguien que ya había dejado de importarle.

Alentada por su falta de hostilidad, 
Miley le extendió su mano enguantada de negro mientras luchaba por ocultar su nerviosismo y expresarse con la voz más natural del mundo:

–Hola, Nick–saludó sin reflejar su estado de ánimo.

Su apretón de manos fue rápido y breve, como en los negocios.

–Entra un momento en mi despacho. Tengo que hacer una llamada antes de salir.

–¿Salir? –preguntó ella, mientras lo acompañaba al espacioso recinto de alfombrado color plata desde el que se divisaba una vista panorámica del perfil de Chicago–. ¿A qué te refieres?

Nick cogió el teléfono.

–Acaba de llegar una remesa de obras de arte a mi despacho y van a colgar los cuadros dentro de unos minutos. Además, pensé que sería mejor hablar mientras almorzamos.

–¿Mientras almorzamos? –repitió 
Miley  pensando frenéticamente en la manera de eludir ese trance.

–No me digas que ya has comido porque no voy a creerte –replicó Nick, mientras marcaba un número–. Solías pensar que no era civilizado almorzar antes de las dos.
Miley se acordó de haber mencionado algo así durante los días que pasó con él y su familia. ¡Qué presuntuosa e idi/ota era a los dieciocho años!, pensó. Hoy en día almorzaba en la oficina, es decir, si tenía tiempo y cuando lo tenía, que podía ser a cualquier hora. En realidad, almorzar en un restaurante no era una idea tan mala, porque allí él no podría maldecirla en voz alta ni gritarle cuando recibiera la noticia que tenía que darle.

Puesto que no le pareció apropiado quedarse junto al teléfono, 
Miley se acercó a una pared de la que colgaban cuadros de arte moderno. En un extremo del despacho observó e identificó la única pintura que le gustaba, un gran Calder. En la pared de al lado había un cuadro enorme, con manchas de amarillo, azul y marrón. Miley retrocedió para contemplarlo mejor, tratando de ver qué era lo que los demás veían cuando miraban esta presunta obra de arte. Al lado de este cuadro había otro, al parecer la representación de un paseo neoyorquino... Miley ladeó la cabeza para estudiarlo con atención. No era un paseo, sino tal vez un monasterio. Tampoco. Quizá eran montañas del revés, una aldea y una corriente de agua que atravesaba el cuadro en diagonal. Y cubos de basura...

De pie tras la mesa, Nick la observaba mientras esperaba la llamada. La estudiaba con un interés imparcial de un connaisseur. Envuelta en su abrigo de visón, con una gargantilla de oro reluciente en el cuello, su aspecto era elegante y lujoso, una impresión que no casaba con la pureza virginal de su perfil, como Nick advirtió cuando ella alzó la vista hacia un cuadro. Bajo las luces del techo, el pelo de 
Miley brillaba intensamente. A los casi treinta años, todavía irradiaba el mismo halo convincente de sofisticación y atractivo natural. Sin duda esta cualidad debió de tener un papel fundamental cuando me sedujo, pensó Nick sarcásticamente. Aquella belleza paralizante combinada con un superficial pero convincente distanciamiento y un toque de inexistente dulzura y bondad. Incluso ahora, una década más viejo y más sabio, la encontraría exquisitamente seductora si no supiera lo fría y egoísta que era en realidad.

Cuando colgó el auricular se dirigió hacia 
Miley  que estaba estudiando el cuadro, y esperó sus comentarios.

–Creo... que es magnífico –mintió la joven.

–¿De veras? –repuso Nick–. ¿Qué es lo que te gusta de él?

–Oh, todo. Los colores... la excitación que produce, la originalidad...

–Originalidad –repitió él con tono incrédulo–, ¿Qué ves en concreto cuando miras el cuadro?

–Bueno, veo lo que podrían ser montañas, o agujas góticas del revés, o... –Su voz se apagó, presa de un súbito malestar–. ¿Qué ves tú? –preguntó a su vez la joven con forzado entusiasmo.

–Veo una inversión de un cuarto de millón de dólares que ahora se ha convertido en medio millón –le contestó él con acritud.
Miley no pudo ocultar su asombro.

–¿Medio millón por eso?

–Por eso –respondió Nick, y ella creyó haber visto un destello de humor en sus ojos.

–No quise describirlo como pareció –se excusó 
Miley  recordando su plan. Tranquilidad, tacto...–. En realidad, sé muy poco de arte moderno.

Nick se encogió de hombros con indiferencia y sugirió:

–¿Nos vamos?

Cuando se dirigió a sacar el abrigo del armario, 
Miley advirtió que encima de la mesa había la fotografía enmarcada de una joven muy bonita, sentada sobre un tronco caído y con una pierna doblada de modo que la rodilla le llegaba hasta el pecho. Tenía el pelo revuelto por el viento y su sonrisa era deslumbrante. Miley decidió que aquella muchacha era una modelo profesional o, a juzgar por su sonrisa, alguien que estaba enamorada del fotógrafo.

–¿Quién tomó la fotografía? –preguntó 
Miley cuando Nick se volvió hacia ella.

–Yo. ¿Por qué?

–Por nada. –Aquella joven no era ninguna de las famosas estrellas o mujeres de la alta sociedad con las que Nick había sido fotografiado. En la muchacha se observaba una belleza fresca y virginal–. No la reconozco.

–Porque no se mueve en tus círculos –ironizó Nick, encogiéndose de hombros–. Es solo una muchacha que trabaja de investigadora en unos laboratorios de química, en Indiana.

–Y está enamorada de ti –concluyó 
Miley  al advertir el velado sarcasmo de su voz.

Nick miró la fotografía de su hermana.

–Y está enamorada de mí.
Miley se dijo que aquella chica era alguien importante para Nick Farrell. Si eso era verdad, si estaba considerando la posibilidad de casarse con la muchacha o lo tenía ya decidido... entonces se mostraría tan dispuesto como ella a obtener un divorcio rápido y sin complicaciones de ningún tipo, lo que sin duda facilitaría las cosas.

Al pasar por el despacho de la secretaria, Nick se detuvo para decirle algo a la mujer de pelo gris.

–Tom Anderson está en la audiencia de la comisión recalificadora de Southville –le informó–. Si vuelve antes que yo, dele el número del restaurante y dígale que me llame allí.

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