sábado, 7 de diciembre de 2013

Paraíso Robado - Cap: 37



–Exacto.

–Está bien, porque con toda seguridad no ibas a obtener nada de mí.

Enojada ante aquella manera de recordarle que ahora él era mucho más rico que ella, Miley lo miró con desdén y comentó:

–Siempre has pensado en el dinero y solo en el dinero. Ninguna otra cosa te ha importado. Pues bien, nunca quise casarme contigo ni quiero tu dinero. Preferiría morirme de hambre a que alguien supiera que hemos estado casados.

El maître eligió aquel inoportuno momento para preguntarles si les había gustado la comida y si deseaban alguna otra cosa.

–Sí –contestó Nick con acritud–. Un whisky doble con hielo para mí y otro martini para mi mujer. –Enfatizó la palabra, regodeándose al hacerlo.
Miley, que no solía mostrar sus sentimientos en público, se dirigió furiosa a su viejo amigo y exclamó:

–¡Te daré mil dólares si envenenas su bebida!

Inclinándose ligeramente, John sonrió y dijo con grave cortesía:

–Seguro, señora Farrell. –Volviéndose hacia Nick, inquirió divertido–: ¿Arsénico, o acaso prefiere algo más exótico, señor Farrell?

–¡No te atrevas a llamarme por ese nombre! –le advirtió 
Miley a John–. No me llamo así.

El rostro del maître se tomó grave. Volvió a inclinarse y musitó:

–Mis más sinceras excusas por haberme tomado libertades que no me corresponden, señorita Bancroft. Su bebida corre a cargo de la casa.
Miley se sintió como una bruja por haber descargado en John su ira. Se quedó mirándolo, mientras se retiraba, orgulloso. Luego miró a Nick. Esperó un momento a que se calmaran los ánimos, después suspiró y dijo:

–Nick, es contraproducente para los dos pelear. ¿No podríamos intentar tratarnos al menos con amabilidad? Así será más fácil afrontar la situación...

Él sabía que 
Miley tenía razón. Tras un momento de vacilación, sugirió:

–Supongo que podemos intentarlo. ¿Cómo crees que deberíamos afrontar este asunto?

–¡En silencio! –respondió ella, sonriéndole aliviada–. Y con rapidez. La necesidad de discreción y rapidez es mucho mayor de lo que tal vez creas.

Nick asintió. Al parecer, volvía a pensar con calma.

–Háblame de tu novio –dijo–. Según la prensa, piensas casarte en febrero.

–Bueno, eso es parte del asunto –admitió 
Miley- . Parker ya sabe lo que ocurrió entre nosotros. Él descubrió que el abogado que tramitó el divorcio no era más que un farsante. Pero hay otra cosa, algo que es de vital importancia para mí y que podría perjudicarme si la noticia de que estamos casados saliera a la luz.

–¿Y qué es?

–Necesito un divorcio discreto, preferiblemente en secreto, para evitar la publicidad y las habladurías. Verás, mi padre va a tomarse unas vacaciones por razones de salud, y yo ansío la oportunidad de sustituirlo como presidenta interina. Necesito la ocasión de demostrar al directorio que puedo hacerme cargo de la presidencia cuando él se retire definitivamente. El consejo vacila, porque lo integra gente conservadora que duda por mi doble condición de joven y mujer. A estos dos factores en contra se suma el hecho de que la prensa no me ha ayudado al dar de mí la imagen de una frívola de la alta sociedad, es decir, lo que al directorio le gustaría creer que soy. Si la prensa descubre lo nuestro, convertirán la situación en un carnaval. Yo he anunciado mi compromiso con un banquero muy serio e importante, mientras que por tu parte, se supone que vas a casarte con media docena de estrellas. Pero aquí estamos. Unidos en matrimonio. La bigamia no es un factor que contribuya a convertir a nadie en presidente de Bancroft. Te aseguro que si la cosa sale a la luz, significará el fin de mis aspiraciones.

–No dudo que lo creas así –comentó Nick–, pero no estoy seguro de que te haría tanto daño como dices.

–¿No? –masculló ella con amargura. –Piensa cómo has reaccionado cuando te he dicho que el abogado que tramitó el divorcio era un falso abogado. De inmediato has llegado a la conclusión de que soy una imb/écil inepta, incapaz de conducir mi vida, así que no digamos la de otro o la de unos grandes almacenes. Los miembros del directorio no me ven con buenos ojos y reaccionarían igual que tú.

–¿No podría tu padre dejar claro que quiere que seas tú quien ocupe su lugar durante su ausencia?

–Sí, pero de acuerdo con los estatutos de la empresa, el consejo de administración debe votar unánimemente en las elecciones para la presidencia. Aunque mi padre los controlara, no estoy segura de que intercediera en mi favor.

Nick no respondió porque en ese momento se aproximaba un camarero con las bebidas y otro arrastrando un carrito con un teléfono inalámbrico.

–Tiene una llamada, señor Farrell –anunció–. Al parecer usted dio instrucciones para que lo llamaran aquí.

Consciente de que era Tom Anderson, Nick se excusó ante 
Miley y atendió la llamada. De inmediato preguntó:

–¿Qué tal con la comisión recalificadora de Southville?

–«Mal asunto, Nick –le respondió Anderson. Nos han rechazado.»

–¿Cómo es posible que hayan denegado una petición de recalificación que va a beneficiar a la comunidad? –estalló Nick, más asombrado que furioso.

–«Según mi contacto en la comisión, alguien de gran influencia instruyó a los miembros para que votaran en contra de la recalificación.»

–¿Alguna idea de quién se trata?

–«Sí. Un tipo llamado Paulson encabeza la comisión. Les dijo a varios miembros de la misma, entre ellos a mi contacto, que el senador Davies consideraría un favor personal que nuestra petición fuera rechazada.»

–Qué extraño –respondió Nick, frunciendo el entrecejo y tratando de recordar si había aportado fondos a la campaña del senador Davies o a la de su oponente. Sin embargo, antes de hallar la respuesta oyó la voz de Tom, llena de sarcasmo.

–«¿Leíste una mención de una fiesta de cumpleaños en las notas de sociedad? ¿Una fiesta en honor del buen senador Davies?»

–No. ¿Por qué?

–«La fiesta fue ofrecida por el señor Philip A. Bancroft. ¿Existe alguna conexión entre él y la 
Miley sobre la que estuvimos hablando hace una semana?»

La ira estalló en el pecho de Nick. Clavó la mirada en 
Miley y observó que había palidecido, lo que solo podía atribuirse a la mención de Southville. Respondió a Anderson con voz suave y gélida:

–Claro que hay una conexión. ¿Estás en la oficina? –Anderson contestó afirmativamente–. Pues quédate ahí. Estaré de vuelta a las tres. Perfilaremos la estrategia a seguir.

Lentamente, Nick colgó el auricular y miró a 
Miley  que, con creciente nerviosismo, estaba alisando unas arrugas inexistentes en el mantel. En su rostro se reflejaba la culpa, y en ese momento Nick la odió con una virulencia apenas contenible. Ella le había pedido aquel encuentro con el fin de «enterrar el hacha». ¡Qué hipócrita! Lo único que quería era aprovecharse de él para poder casarse con su precioso banquero, llegar a la presidencia de Bancroft y conseguir un divorcio rápido y discreto. Muy bien. Nick se alegraba de que quisiera todas estas cosas porque no iba a concederle ninguna. En cambio, lo que ella y su padre iban a provocar era una guerra sin cuartel, una guerra que perderían... y con ella todo lo que poseían. Le hizo señas al camarero de que llevara la cuenta. Al advertirlo, Miley sintió que el temblor que la había sacudido ante la mención de la comisión recalificadora se convertía ahora en pánico. Todavía no habían llegado a ningún acuerdo y él ya se disponía a dar por finalizada la reunión. El camarero acudió con la cuenta, metida en una funda de piel y Nick depositó un billete de cien dólares sin ni siquiera mirar el importe. Se puso de pie.

–Vamos –dijo, y sin esperar respuesta rodeó la mesa y retiró la silla de 
Miley.

–Pero aún no hemos llegado a un acuerdo –objetó ella con desesperación. Nick la asió firmemente por el codo y la obligó a avanzar hacia la calle.

–Terminaremos la discusión en el coche.

La lluvia golpeaba el dosel rojo de la puerta del restaurante. Llovía a raudales. El portero uniformado, que aguardaba junto a la acera, abrió su paraguas y cubrió las cabezas de ambos clientes mientras subían a la limusina.

Nick ordenó a Spencer que llevara primero a 
Miley a los grandes almacenes Bancroft. Después se volvió hacia ella.

–Bien, ¿Qué quieres que hagamos?



Su tono de voz sugería que estaba dispuesto a cooperar, y 
Miley sintió una mezcla de alivio y vergüenza. Vergüenza porque sabía que la comisión había rechazado a Nick y tampoco sería admitido en el club de campo Glenmoor. Jurando que forzaría la voluntad paterna –aunque aún no sabía cómo– para que reparara ambos daños, susurró:

–Quiero un divorcio rápido y discreto, preferiblemente fuera del estado o del país. Y quiero que no se sepa que hemos estado casados.

Nick asintió como quien considera la cuestión desde una óptica favorable. Sin embargo, dijo:

–Y si me negara, ¿cómo te vengarías? Supongo –especuló con sarcasmo– que seguirías humillándome en aburridas reuniones de sociedad y que tu padre vetaría mi ingreso en todos los clubes de campo de Chicago.

¡Ya sabía lo de Glenmoor!

–Siento lo de Glenmoor. Realmente lo siento.

Él se rió de su seriedad y luego replicó:

–Me importa un bledo tu precioso club. Alguien me propuso sin mi consentimiento.

A pesar de estas palabras, ella no podía creer que el asunto le resultara indiferente. No sería humano que no se sintiera avergonzado por la negativa. El sentimiento de culpa y la vergüenza que le causaban la mezquindad de su padre la obligaron a desviar la mirada. Había disfrutado de la compañía de Nick durante el almuerzo y él parecía haberse alegrado también con la suya. Ella se alegró de poder hablar como si no existiera un pasado desagradable entre ambos. No quería ser su enemiga; lo ocurrido años atrás no era del todo culpa de Nick. Y ahora los dos tenían nuevas vidas que vivir. 
Miley se sentía orgullosa de sus propios logros, y pensaba que él tenía todo el derecho del mundo a estar igualmente orgulloso de los suyos. El antebrazo de Nick reposaba en el respaldo del asiento y Miley vio el elegante reloj de oro en su muñeca. Después miró la mano de su ex marido, y pensó que sus manos eran maravillosas y muy masculinas. Mucho tiempo atrás, habían estado llenas de callos, y ahora las tenía inmaculadas...Miley tuvo el absurdo y repentino impulso de tomarle la mano y decirle: «Lo siento. Lamento todo lo que hemos hecho para herirnos mutuamente. Lamento que no estuviéramos hechos el uno para el otro».

–¿Qué pasa? ¿Quieres ver si aún tengo grasa en las uñas?

–¡No! –exclamó 
Miley  mirándolo fijamente a los ojos. Con serena dignidad, añadió–: Estaba deseando que las cosas hubieran terminado de un modo distinto... de un modo que nos permitiera ser amigos, ya que no otra cosa.

–¿Amigos? –repitió él con ironía–. La última vez que fui tu amigo me costó el nombre y muchas cosas más...

Te ha costado más de lo que crees, pensó 
Miley  sintiéndose culpable. Te ha costado la planta industrial que querías construir en Southville, aunque de algún modo arreglaré este lío. Obligaré a mi padre a que repare el daño que te ha causado y le haré prometer que nunca más volverá a meterse contigo.

–Nick, escúchame –rogó la joven, ansiosa por arreglar la situación entre ambos–. Estoy dispuesta a olvidar el pasado y...

–Muy generoso de tu parte –se mofó él. 
Miley se puso rígida, sintiéndose tentada a decirle que ella era la parte ofendida, la esposa abandonada. No obstante, ahogó el impulso y agregó tercamente:

–Dije que estaba dispuesta a olvidar el pasado y lo estoy. Si accedes a un divorcio discreto y rápido, haré lo posible para que no tengas problemas aquí en Chicago.

–¿Y cómo vas a lograrlo, princesa? –preguntó Nick, con evidente sarcasmo.

–¡No me llames princesa! No trato de mostrarme condescendiente, sino justa.

Nick se reclinó en el asiento y la miró a los ojos.

–Pido perdón por mi rudeza, 
Miley.  ¿Qué intentas hacer en mi favor?

Aliviada por lo que interpretó como un cambio de actitud, la joven se apresuró a contestar:

–Para empezar, me aseguraré que no te traten como a un marginado. Sé que mi padre vetó tu entrada en Glenmoor, pero intentaré hacerle cambiar de idea...

–Olvidémonos de mí –sugirió él suavemente, detestando la hipocresía que creía ver en 
Miley . Sin duda le gustaba más cuando se ponía en su sitio, como había sucedido en la ópera, y lo insultaba. En cambio, ahora necesitaba algo de él, algo de suma importancia. Eso alegraba a Nick, porque no iba a ceder ni un ápice–. Tú quieres un divorcio amistoso y rápido porque deseas casarte con tu adorable banquero y conseguir la presidencia de Bancroft. ¿No es así? –Ella asintió y Nick siguió hablando–: Y la presidencia de Bancroft es muy importante para ti, ¿verdad?

–La deseo como nunca he deseado nada en mi vida –respondió 
Miley, anhelante–. Vas a ayudarme... ¿no es así? –añadió, estudiando el rostro inescrutable de Nick. En ese momento el coche se detuvo frente a los grandes almacenes.

–No –repuso él con tono cortés pero tan rotundo que, por un momento, la mente de 
Miley quedó en blanco.

–¿No? –repitió ella con incredulidad–. Pero el divorcio es...

–¡Olvídalo! –replicó Nick.

–¿Olvidarlo? ¡Todo lo que quiero depende de ello!

–Es una maldita lástima.

–Entonces obtendré el divorcio sin tu consentimiento –amenazó 
Miley.

–Inténtalo y armaré un escándalo que no podrás olvidar durante el resto de tu vida. Para empezar, denunciaré a tu est/úpido banquero por alienación del cariño.

–Alienación de... –Demasiado perpleja para mostrarse cauta, 
Miley lanzó una carcajada e inquirió–: ¿Has perdido el juicio? Si haces eso harás el ridículo, parecerás un marido cornudo y apaleado.

–Y tú una mujer adúltera –repuso Nick.

La rabia se apoderó de 
Miley.

–¡Maldito seas! –exclamó–. Si te atreves a avergonzar públicamente a Parker, te mataré con mis propias manos. No le llegas ni a la suela de los zapatos. –Lejos de calmarse, añadió–: Él es diez veces más hombre que tú, un hombre que no necesita ni intenta acostarse con cada mujer que le sale al paso. Tiene principios, es un caballero, pero eso tú no puedes entenderlo, porque debajo de ese traje a medida que llevas puesto no eres más que un sucio fundidor de un sucio pueblo y con un sucio padre borracho.

–Y tú –replicó Nick salvajemente– sigues siendo una zo/rra malvada y presumida.
Miley intentó abofetearlo, pero él detuvo el golpe agarrándole la muñeca. Luego la atrajo hacia él hasta que ambos rostros estuvieron casi juntos. Entonces Nick lanzó una advertencia con voz fría y suave.

–Si la comisión de recalificación de terrenos de Southville no anula su decisión con respecto a Intercorp, olvídate de hablar conmigo acerca del divorcio. Y si me decido a dártelo, yo pondré las condiciones y tú y tu padre tendréis que aceptarlas sin rechistar. –Aumentó la presión de su mano, obligando a 
Miley a inclinarse todavía un poco más–. ¿Lo entiendes, Miley  No tenéis poder sobre mí. Crúzate una vez más en mi camino y desearás no haber nacido.Miley se liberó de sus manos.

–¡Eres un monstruo! –profirió con voz aguda. Cogió la cartera y los guantes y salió del coche. Spencer sostenía la portezuela abierta y ella le lanzó una mirada altiva. Pero el terrible guardaespaldas de Nick observaba el altercado con la entusiasta intensidad de un rabioso aficionado al tenis.

Ernest acudió en auxilio de la señorita Bancroft tan pronto como la vio salir del vehículo. Venía dispuesto a defenderla de cualquier enemigo que la asediara.

–¿Has visto al hombre del coche? –le preguntó 
Miley.

–Sí, señorita Bancroft –respondió el portero.

–Está bien. Si alguna vez se acerca por aquí, llama a la policía.


_______________________________________
Hola, no había subido por que solo habían 2 comentarios y creo que todas coinciden que por 2 comentarios no vale la pena subir si quieren mas caps, comenten o si no esperen 2 o 3 meses hasta que tenga ganas de subir 

1 comentario:

  1. Como que on dos comentarios no vale la pena subir bitch? mi comnetario vale por mil, me ecanto, siguela pronto

    ResponderEliminar