sábado, 25 de enero de 2014

Paraíso Robado - Cap: 50



–Buenos días –la saludó Phyllis el lunes por la mañana. Pero cuando Miley pasó junto a ella en silencio, dos horas más tarde que de costumbre, en la expresión de la secretaria apareció un reflejo de preocupación–. ¿Algo va mal? –preguntó al tiempo que se levantaba de su nuevo escritorio y seguía a 
Miley al interior del despacho presidencial. La señorita Pauley, que durante veinte años había sido secretaria de Philip Bancroft, había decidido tomarse unas largas y bien merecidas vacaciones mientras el jefe estuviera ausente.Miley se sentó a su escritorio, se acodó sobre la mesa y se masajeó las sienes. Todo iba mal.

–Nada realmente –mintió–. Tengo un poco de dolor de cabeza. ¿Hay llamadas telefónicas?

–Un montón –contestó Phyllis–. Voy a buscar la lista y de paso te traeré café. Creo que te hace falta.
Miley la siguió con la mirada y luego se reclinó en el sillón, con la sensación de haber envejecido cien años desde que el viernes saliera de esa oficina. Aparte de haber vivido el fin de semana más catastrófico, se las había arreglado para demoler su orgullo al acostarse con Nick; había traicionado a su prometido y, aun peor, había huido de Nick dejándole una nota. La culpa y la vergüenza la habían atormentado durante todo el viaje de vuelta, que hizo acompañada por un policía loco de Indiana que la siguió desde Edmunton a Chicago, aminorando la marcha cuando ella también lo hacía, acelerando cuando ella aceleraba y no alejándose hasta casi llegar al edificio en que ella vivía. Cuando por fin entró en su apartamento, se sentía avergonzada y llena de temor; y eso fue antes de poner en marcha el contestador automático y escuchar los mensajes de Parker.

Parker había llamado el viernes por la noche para decirle que la quería y necesitaba oír el sonido de su voz. El mensaje del sábado por la mañana delataba cierta incertidumbre debida al silencio de 
Miley.  Por la noche, Parker dejó un mensaje lleno de preocupación, preguntando si Philip había enfermado en el crucero. En el mensaje del domingo por la mañana aseguraba que estaba muy alarmado y que iba a llamar a Demi. Por desgracia, Demi le había explicado lo sucedido con Nick, añadiendo que Miley había ido a la casa de la familia de él, en Edmunton, con el fin de sacarlo de su error y aclararlo todo. Parker volvió a llamar el domingo por la noche y sus primeras palabras estaban llenas de ira.

«¡Llámame, maldita sea! Quiero creer que tienes una buena razón para pasar el fin de semana con Farrell, si eso es lo que has hecho, pero se me están agotando las excusas. –
Miley soportó esta andanada mejor que las palabras siguientes de Parker, llenas de confusión y ternura–. Cariño, ¿dónde estás realmente? Sé que no estás con Farrell. Lamento lo que dije, mi imaginación me está jugando malas pasadas. ¿Está de acuerdo con el divorcio? ¿Te ha asesinado? Estoy terriblemente preocupado por ti.»Miley cerró los ojos, intentando desterrar la sensación de catástrofe inminente para poder así seguir adelante con el trabajo. La nota que le dejó a Nick había sido cobarde e infantil, y no podía comprender por qué había sido incapaz de quedarse allí hasta que él despertara y entonces despedirse de una manera civilizada, como una persona adulta y madura. Cada vez que se acercaba a Nicholas Farrell hacía y decía cosas insólitas bajo circunstancias normales. ¡Cosas est/úpidas, erróneas, peligrosas! En menos de dos días a su lado había arrojado por la borda todos sus escrúpulos, olvidando lo que más le importaba: mantener los principios y la decencia. En lugar de eso se había acostado con un hombre al que no amaba y había traicionado a Parker. Su conciencia estaba en plena ebullición.

Pensó en cómo había reaccionado en la cama, con Nick. La sangre afluyó a sus mejillas. A los dieciocho años la impresionaba que Nick pareciera conocer todos los puntos sensibles de su cuerpo, las palabras justas para arrojarla a un deseo frenético e irreprimible. Descubrir ahora, a los veintinueve, que aquel hombre seguía ejerciendo el mismo poder sobre ella la llenaba de desesperada vergüenza. El día anterior le había implorado que la poseyera, cuando con su propio novio era tan pudorosa en la cama.
Miley se detuvo en seco. Aquellos pensamientos no le hacían justicia a Nick ni a ella misma. Las cosas que contó el día anterior habían producido en él un profundo impacto. Se habían acostado juntos como un modo de... consolarse mutuamente. Nick no utilizó la historia como un pretexto para llevársela a la cama, o al menos, pensó Miley con nerviosismo, no lo parecía.

Advirtió, alarmada y frustrada, que de nuevo estaba distorsionando el asunto y concentrándose en datos falsos. Sentarse allí, a punto de llorar de remordimiento y obsesionada con algo tan est/úpido como la destreza sexual de Nick, era contraproducente. Necesitaba emprender una acción, hacer algo para desterrar ese extraño pánico sin nombre que crecía en su interior desde el momento en que abandonara la cama de Nick. A las cuatro de la madrugada había llegado a ciertas conclusiones y alcanzado una decisión. Tenía que dejar de pensar en los problemas y poner manos a la obra.

–He tenido que esperar a que se hiciera el café –comentó Phyllis mientras se acercaba al escritorio de 
Miley . Llevaba una humeante taza en una mano y un puñado de tiras de papel rosado en la otra–. Aquí tienes los mensajes. No olvides que has cambiado el horario de la reunión de los ejecutivos para esta mañana a las once.Miley trató de no parecer tan acorralada y triste como en realidad se sentía.

–Está bien, gracias. ¿Quieres ponerme con Stuart Whitmore? Y trata de localizar a Parker en su hotel, en Ginebra. Si no está, deja un mensaje.

–¿Qué hago primero? –le preguntó Phyllis con su alegre eficiencia.

–Llamar a Whitmore. –En efecto, lo primero que se había propuesto hacer era comunicar su decisión a Stuart. Después hablaría con Parker y trataría de explicárselo todo. Explicar ¿qué?, se preguntó miserablemente.

Intentando pensar en algo menos desagradable empezó a revisar las llamadas telefónicas, sin conseguir concentrarse a fondo en lo que hacía. Pero cuando iba por la mitad el corazón le dio un vuelco. Según uno de los mensajes, el señor Farrell había llamado a las nueve y diez minutos.

El zumbido del intercomunicador arrancó a 
Miley de la absorta contemplación del mensaje de Nick. Vio que ambos botones de sus líneas telefónicas estaban encendidos.

–Tengo al señor Whitmore en la línea uno –anunció Phyllis cuando 
Miley contestó la llamada–, y al señor Farrell en la línea dos. Dice que es urgente.

Miley se le aceleró el pulso.



–Phyllis –repuso con voz temblorosa–, no quiero hablar con Nick Farrell. ¿Quieres decirle que en lo sucesivo nos comunicaremos por medio de nuestros respectivos abogados? Infórmale también de que estaré fuera de la ciudad durante un par de semanas. Sé cortés con él –concluyó–, pero también firme. –Se notaba el nerviosismo en su voz.

–Comprendo.

Cuando 
Miley observó que la luz intermitente de la línea dos no se apagaba, empezaron a temblarle las manos. Phyllis le estaba dando el mensaje a Nick. Estuvo a punto de levantar el auricular, pensando que debía hablar con él para saber qué quería. Retiró la mano del teléfono. ¡Qué importaba! Tan pronto como Stuart le dijera dónde podía obtener un divorcio por la vía más rápida, se divorciaría y al demonio con Nick y sus pretensiones. Miley había llegado a la conclusión de la necesidad de un divorcio fulminante a primeras horas de la madrugada, después de haberlo pensado mucho.

Ahora que entre ella y Nick ya no había enemistad, sabía que él no llevaría a la práctica las amenazas que profirió en el coche el día que salieron a comer. Todo eso era historia pasada.

Se apagó la luz en la línea dos y 
Miley no pudo resistir la tensión. Llamó a Phyllis por el intercomunicador y le ordenó que fuera a su despacho.

–¿Qué te ha dicho?

Phyllis tuvo que reprimir una sonrisa de desconcierto ante el evidente nerviosismo de su jefa y amiga.

–Que lo comprende.

–¿Eso es todo?

–Después preguntó si tu viaje es repentino e imprevisto, y le contesté que sí. ¿Hice bien?

–No lo sé –contestó 
Miley, desorientada–. ¿Hizo algún comentario cuando dijiste que mi viaje era repentino?

–No exactamente.

–¿Qué quieres decir con eso?

–Se echó a reír, aunque con disimulo. Lo que llamanamos una risita ahogada. Después me dio las gracias y se despidió.

Por alguna razón que no acertaba a desentrañar, la reacción de Nick causó a 
Miley una aguda inquietud.

–¿Nada, nada más? –insistió al ver que Phyllis no se movía del umbral.

–Me estaba preguntando –añadió la secretaria con voz queda–, quiero decir... ¿crees que ha salido de veras con Michelle Pfeiffer y Meg Ryan, o eso son inventos de las revistas de cine?

–Seguro que ha salido con ellas –respondió 
Miley, luchando por mantener la expresión serena.

Phyllis señaló con la cabeza el teléfono.

–¿Has olvidado que Stuart Whitmore espera en la línea uno?

Horrorizada, 
Miley tomó el teléfono al tiempo que le pedía a Phyllis que cerrara la puerta.

–Stuart, siento haberte hecho esperar –empezó disculpándose. Se pasó una mano nerviosa por la frente para arreglarse el pelo–. No he empezado el día con buen pie.

Stuart parecía divertido.

–No es mi caso. Una mañana fascinante, gracias a ti.

–¿Qué quieres decir?

–Quiero decir que de pronto los abogados de Farrell quieren parlamentar. David Levinson me llamó esta mañana a las nueve y media, tan lleno de buena voluntad que uno creería que ese arrogante hijo de pu/ta ha tenido una profunda experiencia religiosa durante el fin de semana.

–¿Qué te ha dicho exactamente? –inquirió 
Miley con el corazón latiéndole con fuerza.

–Bueno, primero me dio una conferencia sobre la santidad del matrimonio, sobre todo entre católicos. 
Miley , deberías haber oído el tono piadoso de su voz. –Stuart sofocó una risa–. Levinson, un judío ortodoxo, anda por su cuarto matrimonio y por la sexta amante. ¡Dios, no podía creer tanta hipocresía!

–¿Qué le dijiste?

–Le dije que era un caradura –contestó Stuart, y luego abandonó el intento de que 
Miley viera el lado cómico de la situación, porque era evidente que no podía–. Está bien, olvidemos eso. Según Levinson, su cliente está dispuesto, así de repente, a concederte el divorcio de manera rápida, lo que me parece extraño. Lo extraño siempre me pone nervioso, ¿sabes?

–No es tan extraño –puntualizó 
Miley , tratando de ignorar el pensamiento irracional pero doloroso de que Nick la dejaba tirada en la cuneta después de haberse acostado con ella. Se dijo que él estaba haciendo lo correcto al poner fin a las hostilidades de inmediato–. Estuve con Nick este fin de semana y hablamos.

–¿De qué? –Al verla vacilar, añadió–: A tu abogado debes decírselo todo. Levinson se muestra de pronto ansioso de un encuentro y eso me pone en guardia en todo sentido. Huelo una emboscada.
Miley comprendió que no era justo ni inteligente ocultar a Stuart casi todo lo sucedido durante el fin de semana. Empezó a explicarle su descubrimiento de que Nick había comprado el terreno de Houston y de ahí pasó a la confrontación con Patrick Farrell.

–Nick estaba demasiado enfermo para escucharme cuando llegué a su casa de Edmunton, pero ayer le conté la verdad y me creyó. –No completó la historia, y evitó decirle que se había acostado con Nick. Nadie tenía derecho a saberlo, excepto quizá Parker.

Cuando terminó de hablar, Stuart permaneció en silencio durante tanto tiempo que 
Miley temió que hubiera adivinado la verdad; pero cuando por fin oyó la voz de su abogado, se desvaneció su sospecha.

–Al parecer Farrell controla mejor su temperamento de lo que yo controlo el mío. En su lugar, estaría buscando a tu padre para matarlo a tiros.
Miley, que se reservaba el derecho de atacar a su padre para cuando regresase del crucero, pareció no oír la observación de Stuart.

–En mi opinión Nick se muestra conciliador por lo que acabo de contarte.

–Se muestra más que conciliador –replicó Stuart con cierta ironía–. Según Levinson, Farrell está muy preocupado por tu bienestar. Quiere llegar a un acuerdo económico contigo. También se muestra dispuesto a venderte el terreno de Houston en condiciones favorables para ti. Claro que cuando Levinson me lo dijo yo no sabía de qué me estaba hablando.

–Ni quiero ni tengo derecho a un acuerdo económico con Nick –repuso 
Miley con firmeza–. Y si está dispuesto a venderme el terreno de Houston, mejor, pero no veo la necesidad de una reunión con sus abogados. He decidido ir a Reno o a cualquier otra parte para obtener el divorcio de inmediato. Por eso te llamaba, para que me dijeras adónde me conviene ir para que sea rápido y, por supuesto, legal.

–Ni hablar de eso –repuso Stuart lisa y llanamente–. Si intentas algo así, Farrell retirará su oferta.

–¿Qué te hace pensar eso? –exclamó 
Miley.  Empezaba a sentir que un cerco fatal se cerraba alrededor de ella.

–Levinson lo ha dejado bien claro. Parece que su cliente quiere que la cosa se haga de manera apropiada o que no se haga. Si te niegas a ver mañana a Farrell o intentas un divorcio rápido, su oferta con respecto al terreno de Houston se cancela definitivamente. Levinson me ha dado a entender que si no cumples con estas dos condiciones su cliente lo interpretará como prueba de mala voluntad de tu parte. –Stuart concluyó con voz irónica–: Me inquieta descubrir que la fama de fría crueldad de Farrell solo es una coraza para ocultar sus buenos sentimientos. ¿No crees?
Miley se hundió en el sillón. Por un momento, la distrajo el paso de un grupo del comité ejecutivo que por su despacho se dirigían a la sala de conferencias anexa.

–No sé qué pensar –admitió–. He juzgado a Nick tan duramente tanto tiempo que no sé con certeza qué clase de persona es.

–Está bien –declaró Stuart con tono alegre–. Mañana a las cuatro lo sabremos. Farrell quiere que la reunión se celebre en su despacho. Estaréis vosotros dos, sus abogados y yo. Puedo cancelar una cita. ¿Nos vemos allí o quieres que pase a buscarte?

–¡No! No quiero ir. Puedes representarme.

–Ni hablar. Tienes que ir. Según Levinson, su cliente se muestra inflexible con respecto al lugar, la hora y los asistentes. La inflexibilidad –añadió Stuart, volviendo a su tono irónico– es un rasgo muy extraño para un hombre tan benévolo y generoso como los abogados de Farrell nos quieren hacer creer que es.

Acorralada, 
Miley miró su reloj. Era la hora de la reunión. Se resistía a perder el terreno de Houston, sobre todo ahora que Nick estaba dispuesto a vendérselo. Pero también prefería evitar la tensión emocional que suponía tener que tratar con él cara a cara.

–Aunque obtengas el divorcio en Reno –prosiguió Stuart, puesto que 
Miley permanecía en silencio–, después tendrás que solucionar el problema de los bienes. Aquí hay un enredo de once años que puede ser aclarado con facilidad si Farrell colabora, pero si no acabará inevitablemente en los tribunales.

–¡Cielos, qué lío! –masculló 
Miley sin fuerzas–. Está bien, te veré en el vestíbulo de Intercorp a las cuatro. Prefiero no tener que subir sola.

–Lo entiendo –contestó Stuart amablemente–. Hasta mañana. Mientras tanto no pienses en el asunto.
Miley intentó seguir su consejo al sentarse en la silla presidencial de la sala de conferencias.

–Buenos días –dijo con una sonrisa tan viva como artificial–. Mark, ¿quieres empezar tú? ¿Hay algún problema en el departamento de seguridad?

–Uno bien gordo –respondió Mark–. Hace solo cinco minutos se ha producido una amenaza de bomba en nuestra sucursal de Nueva Orleans. Están sacando a la gente y la brigada antiexplosivos se dirige hacia allí.

Todos los presentes prestaron gran atención.

–¿Por qué no se me notificó? –quiso saber 
Miley.

–Tus dos líneas estaban ocupadas, así que el gerente siguió el procedimiento habitual y me llamó a mí.

–Pero tengo una línea directa.

–Lo sé, y también lo sabe Michaelson. Por desgracia se dejó llevar por el pánico y no encontró tu número.



A las cinco y media de la tarde, después de un día de fuerte tensión e impotente espera, 
Miley recibió por fin la ansiada noticia. La brigada antiexplosivos de Nueva Orleans no había encontrado rastros de explosivos en los grandes almacenes y se disponían a desmantelar la barrera erigida en torno al edificio. Esta era la buena noticia, pero había una mala: el establecimiento había perdido un día de ventas en el periodo más activo del año.

Relajada por el alivio y el cansancio, 
Miley se lo notificó a Mark Braden y luego llenó el portafolios de documentos para seguir trabajando en su casa. Parker aún no había vuelto a llamar, pero ella sabía que lo haría en cuanto recibiera su mensaje.





Ya en su apartamento, arrojó en un sillón el abrigo, los guantes y el portafolios y se encaminó al contestador automático, porque Parker podría haber llamado. Pero la luz roja no estaba encendida. La señora Ellis había estado allí y había dejado una nota al lado del teléfono, en que la informaba de que había hecho la compra semanal en lugar del miércoles, pues ese día tenía que ir al médico.

El prolongado silencio de Parker inquietaba cada vez más a 
Miley . En el dormitorio empezó a temer que su novio podía hallarse en esos momentos en un hospital suizo, o aun peor, calmando sus heridas amorosas con otra mujer, bailando en alguna sala de fiestas de Ginebra... Deja de pensar en eso, deja de pensar en eso, se repitió. La mera proximidad de Nick Farrell le hacía temer un desastre. Era una tontería y lo sabía, pero dadas sus experiencias del pasado con Nick, no del todo descabellada.

Ya se había duchado y se estaba remetiendo una camisa de seda en los pantalones, cuando oyó una fuerte llamada a la puerta. Se volvió en redondo, sorprendida. Quienquiera que fuese debía de tener una llave de la puerta de seguridad del vestíbulo del edificio. Como Parker estaba en Suiza, supuso que sería la señora Ellis.

–¿Ha olvidado algo, señora...? –empezó a decir al tiempo que abría la puerta, pero antes de terminar la pregunta vio a Parker y se quedó atónita.

–Me pregunto si has olvidado algo –dijo su novio con acritud. Tenía mala cara.

–¿Qué?

–Como por ejemplo que estás comprometida –la interrumpió Parker.

Abrumada por el remordimiento, 
Miley se echó en sus brazos y observó que Parker vacilaba antes de abrazarla.

–No lo olvidé –aseguró ella, besándolo en la mejilla–. Lo siento mucho –se disculpó haciéndolo pasar. Esperaba que Parker se quitara el abrigo, pero él se quedó mirándola con expresión fría y vacilante.

–¿Qué es lo que sientes, 
Miley? –preguntó por fin.

–Haberte preocupado tanto como para hacerte regresar de Suiza antes de lo previsto. ¿No recibiste el mensaje que te envíe esta mañana al hotel? Te lo mandé a las diez y media.

Parker pareció relajarse al oír su explicación, pero el cansancio y el abatimiento no desaparecieron de su rostro. 
Miley nunca lo había visto así.

–No lo recibí. Sírveme algo, por favor. –Se quitó el abrigo–. Cualquier cosa, con tal que sea fuerte.
Miley asintió, aunque vacilante. Preocupada, observó los surcos que el estrés y el agotamiento habían trazado en el rostro atractivo de su novio.

–No puedo creer que hayas vuelto antes por no haber podido hablar conmigo.

–Es una razón. Pero hay otra.
Miley inclinó la cabeza e inquirió:

–¿Qué otra?

–Morton Simonson se presentará mañana en convocatoria de acreedores. Anoche recibí la noticia en Ginebra.
Miley no parecía estar muy convencida de que Parker hubiera adelantado su regreso porque un fabricante de zapatos estuviese a punto de hacer suspensión de pagos, y así se lo dijo.

–A ese fabricante le hemos prestado más de cien millones de dólares –declaró Parker–. Si su negocio anda mal, vamos a perder la mayor parte de esa suma. Y como también parece que voy a perder a mi novia –añadió– decidí volver por si puedo salvar al menos una de las dos cosas. Si salvo las dos, tanto mejor.

A pesar del aplomo que 
Miley quiso exhibir, ahora comprendía la gravedad de la situación y se sentía muy mal por haber aumentado las preocupaciones de Parker.

–Nunca has estado a punto de perderme –dijo apenada.

–¿Por qué diablos no contestaste mis llamadas? ¿Dónde estabas? ¿Qué ha pasado con Farrell? Lisa me contó lo ocurrido entre tú y el padre de Nick. También me dijo que el viernes por la noche te fuiste a Indiana en busca de Farrell, para contarle la verdad y conseguir que te diera el divorcio.

–Le conté la verdad –susurró 
Miley al tiempo que le servía la bebida–, y accede al divorcio. Stuart Withmore y yo vamos a reunirnos con Nick y sus abogados mañana.

Parker hizo un gesto de asentimiento y observó a su novia en silencio y especulativamente. Su siguiente pregunta fue la que ella temía... y esperaba.

–¿Pasaste con él todo el fin de semana?

–Sí. Nick estaba demasiado enfermo para escucharme el viernes por la noche. –Recordó que Parker no sabía que Nick había adquirido el terreno de Houston en represalia por la negativa de recalificación de Southville. 
Miley se lo contó. Después le explicó por qué sintió la necesidad de que Nick accediera a una tregua antes de conocer el triste final de su embarazo.

Cuando terminó de hablar, se quedó con la mirada fija en sus manos, sintiéndose culpable por la parte de la historia que había ocultado a su novio. No sabía si confesar sería un modo egoísta de sacarse el peso de encima o si era lo que tenía que hacer desde el punto de vista moral. Si se trataba de una cuestión ética, y ella se inclinaba a creer que sí, ese no era el momento adecuado para confesar, porque Parker ya tenía bastante con el asunto Simonson.

Todavía dudaba cuando el banquero interrumpió sus cavilaciones.

–Farrell debe de haberse puesto furioso al enterarse de que el malo de la película es tu padre.

–No –contestó 
Miley , recordando la pena desgarradora y el remordimiento que aparecieron en el rostro de Nick–. En estos momentos es probable que esté muy furioso con mi padre, pero no lo estuvo entonces. Me eché a llorar al contarle lo del funeral de Elizabeth, y creo que Nick también hacía lo posible por contener el llanto. No era momento para la ira, de algún modo no tenía cabida después de deshacer el equívoco.

–No, supongo que no. –Estaba sentado en posición ligeramente inclinada, con los antebrazos en las piernas y el vaso entre las rodillas, observándola. Desvió la mirada y empezó a girar el vaso entre las manos. Apretó los dientes. En aquel momento de prolongado silencio 
Miley supo... que Parker daba por sentado que ella se había acostado con Nick. En el mejor de los casos, se lo estaba preguntando.

–Parker –dijo ella con voz temblorosa, a punto de confesar–, si te estás preguntando si Nick y yo...

–¡No me digas que te acostaste con él, 
Miley ! Miénteme si lo prefieres y luego hazme tragar la mentira, pero no me digas que te has acostado con él. No podría resistirlo.

La había juzgado y le había impuesto un castigo. Para 
Miley  deseosa de decir la verdad y obtener su perdón algún día, aquello era una verdadera sentencia. Parker esperó un momento para cambiar de tema. Después dejó el vaso encima de la mesa, se acercó a Miley  la abrazó y le levantó la barbilla al tiempo que esbozaba una sonrisa que alegrara los ensombrecidos ojos de la joven.

–Por lo que me has contado, parece que Farrell está dispuesto a comportarse de un modo razonablemente honesto. ¿No es eso lo que has sacado en limpio de tu conversación telefónica con Stuart?

–Parece que sí –confirmó 
Miley, tratando también de sonreír.

Parker la besó en la frente.

–Entonces el asunto está casi superado. Mañana por la noche brindaremos por el éxito de tus negociaciones con Farrell y quizá incluso por la compra de ese terreno de Houston que tanto quieres.

–Sí...

Parker recuperó su aire taciturno y 
Miley comprendió hasta qué punto estaba preocupado por la situación del banco.

–Quizá tenga que buscarte otro prestamista para ese terreno de Houston, incluso para el edificio. Morton Simonson es el tercer gran cliente que se ha presentado en convocatoria en los últimos seis meses. Si no nos pagan, no podemos prestar dinero, a menos que recurramos al banco central, con el que ya estamos endeudados hasta las cejas.

–No sabía que tenías otros dos grandes deudores fallidos.

–La situación de la economía me asusta mucho. No importa –añadió poniéndose de pie y levantándola también a ella. Volvió a sonreír para tranquilizarla–. El banco no caerá. En realidad, estamos en mejor situación que la mayoría de nuestros competidores. Sin embargo, ¿podrías hacerme un favor? –le preguntó a 
Miley medio en broma.

–Lo que quieras –dijo ella sin dudarlo.

Él la rodeó con sus brazos para darle un beso de despedida e inquirió:

–¿Puedes hacer que Bancroft siga pagando puntualmente los préstamos que le ha hecho mi banco?

–Claro que sí –le respondió 
Miley  sonriéndole tiernamente. Entonces Parker la besó. Fue un beso largo y suave, que Miley devolvió con más fervor que nunca. Cuando Parker se marchó, ella se negó a comparar ese beso con los de Nick. Estos últimos eran apasionados; los de su novio, estaban llenos de amor.

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