sábado, 25 de enero de 2014

Paraíso Robado - Cap: 49



Nick cerró los ojos, lleno de admiración por todo lo que ella era y por todo lo que le había hecho desear ser. Hacía once años que le habían robado el cielo y ahora lo encontraba de nuevo. Esta vez haría lo que fuera necesario para conservarlo. Antes no tenía nada que ofrecerle, excepto a sí mismo. Ahora podía darle el mundo... incluido él mismo.

Sintió que la respiración de Miley se normalizaba y se hacía cada vez más débil. Se estaba durmiendo. Nick sonrió, un poco avergonzado por su falta de control, que a ambos los había dejado exhaustos tan pronto. Le permitiría dormir durante una hora, él mismo dormiría también un poco, y luego volvería a hacerle el amor de manera más adecuada y concienzuda. Después hablarían. Tendrían que hacer planes. Aunque sospechaba que 
Miley se resistiría a romper su noviazgo solo a causa de lo que acababa de ocurrir, Nick sabía que podría convencerla de una sencilla verdad. Habían nacido para estar juntos. Estaban hechos el uno para el otro...





Arrancado de su sueño por un ruido en la casa, Nick abrió los ojos y miró algo confuso el espacio vacío a su lado. El cuarto estaba en penumbra y cambió de postura para mirar de reojo su reloj. Eran casi las seis. Se apoyó en un codo, sorprendido porque había dormido casi tres horas. Se quedó inmóvil un momento, escuchando, tratando de pensar dónde estaría 
Miley  Pero el primer sonido que oyó fue el más inesperado de todos. Provenía de fuera y era el motor de un vehículo.

Durante un instante de bendita ignorancia decidió que 
Miley  preocupada por quedarse sin batería en el frío, había salido. Nick saltó de la cama y se peinó con la mano al tiempo que se dirigía a la ventana. Descorrió la cortina e intentó abrir la ventana para gritarle que él se encargaría del coche. Pero entonces vio las luces del BMW, que se alejaba hacia la carretera principal.

Se quedó tan asombrado que su primera reacción fue de miedo, porque 
Miley  iba demasiado rápido. Y de pronto comprendió. ¡Se había marchado! Al principio su mente fue incapaz de asimilar el golpe. ¡Ella había saltado de la cama para desvanecerse en la noche! Maldiciendo en silencio, Nick encendió la luz, se puso los pantalones y se quedó de pie con las manos en las caderas, la mirada clavada en la cama vacía, como embobado. No podía creer que Miley huyera como si hubieran hecho algo de lo que se avergonzara y a lo que no pudiera enfrentarse a la luz del día.

Entonces vio la nota sobre la mesita de noche. 
Miley había escrito algo en una hoja de su libreta. Nick la cogió de un manotazo, con la loca esperanza de que hubiera escrito que se alejaba solo para ir de compras o algo así. Leyó febrilmente:

Nick: lo que ha sucedido esta tarde no debió haber ocurrido. Ha estado mal por parte de ambos. Supongo que es comprensible, pero de todos modos estuvo mal. Terriblemente mal. Tenemos nuestras propias vidas y planes de futuro, y a gente que nos ama y confía en nosotros. Haciendo lo que hemos hecho los hemos traicionado. Me avergüenzo de ello. E incluso así, siempre recordaré este fin de semana como algo hermoso y especial. Gracias.



Nick se quedó perplejo. Miró con ira el papel y se sintió como si lo hubieran... violado. No, en realidad había sido utilizado como un semental a quien se le paga, alguien a quien se recurre para pasar un rato «especial», y a quien después se arroja a la calle.

¡
Miley no había cambiado en todos esos años! Seguía siendo una mimada egocéntrica, tan convencida de su superioridad que ni siquiera se le ocurría pensar que tal vez alguien de cuna menos privilegiada pudiera valer algo. No, no había cambiado, todavía era un ser cobarde, todavía...

Asombrado, se reprochó que su ira pudiera borrar de un plumazo el recuerdo de todo lo que había descubierto esos dos días. Por unos minutos la había juzgado basándose en todo lo malo que creyó de ella en los últimos once años. Era una costumbre y no la realidad. La realidad era lo que había sabido de ella en esa habitación, verdades tan bellas y dolorosas que le habían llegado al alma. 
Miley no era una cobarde, nunca había huido de él ni había querido librarse de su embarazo. Ni siquiera se amedrentaba ante un padre tiránico al que había estado enfrentándose diariamente durante años. Miley fue una adolescente que creyó haberse enamorado de él y que después lo esperó en un hospital. Había pedido flores para el bebé, le había puesto de nombre Elizabeth, pensando en... Y cuando él no llegó, Miley recogió los fragmentos de su vida, obtuvo un título universitario y se enfrentó a lo que la vida quisiera depararle. Incluso ahora, Nick se estremecía al pensar en las cosas que le había dicho durante las últimas semanas. ¡Cómo debió de odiarlo ella!

La había amenazado, humillado... y sin embargo, cuando ella supo la verdad por boca de Patrick, desafió una tormenta de nieve para ir hasta allí y deshacer el equívoco. Y lo hizo sabiendo que sería recibida con la más brutal hostilidad. Su mujer, decidió con creciente orgullo, no huía de cosas que harían salir corriendo a la mayoría de los seres humanos.

Pero hoy había huido de él.

¿Qué la habría hecho escapar como a un conejo asustado cuando por primera vez en todo el fin de semana podía haber surgido una armonía total entre ambos?

Repasó mentalmente lo sucedido durante los dos últimos días, en busca de respuestas. Recordó a 
Miley en el momento de estrecharle la mano al sellar la tregua. Como si la ocasión hubiera tenido una gran trascendencia para ella, los dedos le temblaban al extender la mano. La había visto sonreír con sus límpidos y brillantes ojos azules. Y la había oído decirle que deseaba ser como él cuando fuera mayor. Pero naturalmente, lo que más y mejor recordaba era cómo había llorado en sus brazos mientras le contaba lo ocurrido con el bebé... cómo lo había abrazado, apretándose a él con la misma naturalidad con que lo hizo en la cama, y cómo había gemido bajo su cuerpo, casi arañándole la espalda con las uñas; cómo, en fin, su cuerpo recibió el suyo con el mismo exquisito y aplastante ardor con que lo hiciera cuando tenía dieciocho años.

Nick se irguió lentamente, como aturdido por el descubrimiento que acababa de hacer. ¡Era tan obvio! Estaba seguro de que si 
Miley había huido era porque lo ocurrido entre los dos la noche anterior le había causado el mismo impacto que había sufrido él. En tal caso, sus planes de futuro con Parker y el resto de su vida peligraban.Miley no era cobarde, sino prudente. Así lo advirtió él cuando ella le habló de los grandes almacenes. Se arriesgaba, pero solo cuando la recompensa era grande y los riesgos más o menos insignificantes. Eso había dicho abajo, en el salón.

Teniendo en cuenta esa premisa, con toda seguridad 
Miley no iba a poner en peligro su futuro apostando por un hombre como él. Y no iba a echársele en los brazos, a caer perdidamente enamorada de un sujeto tan imprevisible. Por lo menos, haría todo lo posible para evitarlo. Las consecuencias de haber hecho el amor con él eran demasiado abrumadoras para que Miley se sintiera con fuerzas para enfrentarse a ellas. La última vez que lo hizo su vida se había convertido en un infierno. Nick comprendió que, en opinión de Miley , un futuro con él estaba casi con certeza condenado al fracaso, mientras que por otra parte la recompensa...

Nick sonrió. La recompensa era mayor de lo que ella pudiera imaginar. Ahora solo tendría que convencerla, lo que sin duda llevaría cierto tiempo, porque 
Miley no estaría dispuesta a ceder fácilmente. En realidad, y tal como se había marchado, a Nick no le sorprendería que estuviera a punto de tomar un avión hacia Reno o cualquier otro lugar donde pudiera cortar los lazos legales que la unían a él. Cuanto más lo pensaba, más seguro estaba de que eso era lo que Miley haría.

No obstante, estaba completamente seguro de dos cosas: 
Miley todavía sentía algo por él y, además, iba a ser su esposa con todas las de la ley. Para conseguir este último objetivo estaba dispuesto a mover cielo y tierra. Incluso olvidaría el placer de enfrentarse al cretino de su padre y dejarla huérfana.

En mitad de sus reflexiones Nick pensó en algo que lo alarmó: las carreteras por las que iba a circular 
Miley todavía tendrían tramos traicioneros a causa del temporal de nieve, y sin duda ella no estaría lo bastante centrada para conducir.

Salió de la habitación de Julie y se dirigió con rapidez a la suya.

Del maletín sacó el teléfono móvil e hizo tres llamadas. La primera, al nuevo jefe de policía de Edmunton. Nick deseaba que un agente estuviera al acecho de un BMW negro, en el paso superior, y que discretamente lo escoltara hasta Chicago para asegurarse de que la conductora no cometiera imprudencias. Era una petición insólita, pero el jefe de policía se mostró más que dispuesto a complacerlo: Nicholas Farrell había contribuido a su campaña con una cuantiosa suma.

La segunda llamada fue al domicilio de David Levinson, el socio más antiguo de Pearson y Levinson. Nick le pidió que acudiera a su despacho, acompañado de su socio Pearson, a la mañana siguiente a las ocho en punto. Levinson accedió enseguida, porque no en vano Nicholas Farrell le pagaba a la firma doscientos cincuenta mil dólares anuales a cambio de poner a prueba todas sus habilidades jurídicas donde y cuando el cliente lo requiriera.

La tercera y última llamada fue a Spencer O’Hara. Nick le ordenó que fuera a buscarlo de inmediato. Spencer se negó, aunque su jefe le pagaba un gran sueldo a cambio de estar siempre disponible. Pero el guardaespaldas de Nick se consideraba también su amigo y protector, y no quería proporcionarle un medio de escape si 
Miley deseaba que se quedase.

–¿Está todo arreglado entre vosotros?

Nick frunció el entrecejo ante tal resistencia, que no tenía precedentes.

–No del todo –repuso con impaciencia.

–¿Tu mujer está ahí todavía?

–Se ha ido.

La voz de O’Hara sonó tan triste que el enojo de Nick desapareció al comprobar una vez más la lealtad de su chófer y guardaespaldas.

–¿La has dejado marchar, Nick?

La voz de Nick sonó alegre.

–Voy tras ella. Ahora muévete, O’Hara.

–Voy para allá.

Nick dejó el teléfono en su sitio, se asomó a la ventana y empezó a pensar en la estrategia a poner en práctica el día siguiente.

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