–Quiero decir que eres una compañía detestable.
Era mucho peor que eso, y Nick se habría mofado del insulto de no estar furioso consigo mismo por desearla. Allí mismo, de pie en el rellano, lanzándole una mirada furiosa, la deseaba. Observó cómo le volvía la espalda y se alejaba por el pasillo. Se acercó a la ventana, intranquilo. Colocando la mano en el alféizar, miró al exterior y vio que el camino de entrada estaba libre de nieve. Era obvio que Dale O’Donell se había presentado mientras él y Miley almorzaban.
Permaneció unos minutos junto a la ventana, con las mandíbulas apretadas, luchando contra el impulso de subir al primer piso y averiguar si Miley deseaba de veras el terreno de Houston hasta el punto de acostarse con él. Había modos peores de pasar un día invernal, pero no mejor venganza que dejar que Miley trepara a su cama para luego dejarla marchar con las manos vacías. De pronto vaciló, quizá por culpa de un vago escrúpulo... o un sentimiento de supervivencia. Apartándose de la ventana, cogió la chaqueta del armario y volvió a salir, esta vez dispuesto a encontrar las llaves. Las vio a solo unos centímetros de donde antes había abandonado la búsqueda.
–El camino está despejado –anunció entrando en la habitación de Julie. Miley estaba guardando álbumes de recortes en una caja–. Recoge tus cosas.
Ella se volvió, herida por su tono glacial, viendo morir sus esperanzas de una tregua, de un retorno al ambiente del día anterior. Reunió todo el valor de que fue capaz y, lentamente, terminó de envolver el último álbum. Ahora que habla llegado el momento de contarle la verdad de lo sucedido tantos años antes, esperaba una reacción al estilo de «con franqueza, querida, me importa un bledo». Pensar en esa posibilidad la desesperaba. Si él estaba furioso, ella también, después de haber tolerado tanto sarcasmo y tanta frialdad. Con cuidado, colocó el álbum en la caja, después se incorporó y clavó la mirada en Nick.
–Antes de marcharme, hay algo que quiero contarte.
–No me interesa –replicó él con voz cortante y dando un paso hacia delante–. ¡Vete!
–No me iré hasta que te haya dicho lo que he venido a decirte. –Nick la agarró del brazo y ella gritó, alarmada.
–¡Miley! –exclamó él a su vez–. ¡Basta de charla y empieza a moverte!
–¡No puedo! –estalló la joven, liberándose de un tirón–. ¡No tengo las llaves!
Entonces Nick vio que había un maletín junto a la cama. No se acordaba muy bien de los detalles de la llegada de Miley. No obstante, si ella hubiera tenido un maletín, creía que lo recordaría. Miley entró en la casa sin nada en las manos. Así pues, había sacado el maletín del coche. Debía de tener otro juego de llaves. Nick cogió de encima de la cómoda el bolso de Miley y derramó su contenido sobre la cama. Entre los objetos desparramados estaba el juego de llaves de repuesto.
–Así que no podías marcharte –masculló con voz aguda.
Presa de la desesperación y del pánico, Miley se le acercó y sin pensarlo, le colocó las manos en el pecho.
–Nick, por favor, escúchame... –Vio cómo él clavaba la mirada en sus manos audaces, para luego observar su rostro. Entonces advirtió que también en Nick se había producido un cambio, aunque no supo atribuirlo a su verdadera causa: el contacto de sus manos sobre el pecho. La crispación había desaparecido de las facciones de Nick, su cuerpo se había relajado y sus ojos, duros e indiferentes un momento antes, ahora la interrogaban con calma. Incluso su voz había sufrido una metamorfosis: era blanda y suave.
–Adelante, querida, habla. No me perderé una sola palabra que salga de tu boca.
Miley se sintió alarmada al contemplar aquellos ojos grises, pero necesitaba seguir adelante. Ni siquiera notó que las manos de Nick se deslizaban con lentitud e insistencia por sus brazos desnudos. Respirando hondo para recuperar cierto equilibrio, inició el discurso que había estado ensayando durante toda la mañana.
–El viernes por la noche fui a tu casa porque quería hablarte...
–Eso ya lo sé –interrumpió Nick.
–Lo que no sabes es que tu padre y yo mantuvimos una furiosa conversación.
–Estoy seguro de que no te enfureciste, querida –puntualizó él con velado sarcasmo–. Una mujer tan refinada como tú nunca caería tan bajo.
–Pues caí–replicó Miley dispuesta a no detenerse–. Verás, tu padre me ordenó que me mantuviera alejada de ti. Me acusó de haber destruido a nuestro hijo y de haber estado a punto de hacer pedazos tu vida. Al principio yo no sabía... no sabía de qué estaba hablando.
–Estoy seguro de que la culpa la tuvo él por no saberse explicar...
–Deja de hablar con esa condescendencia –le advirtió Miley con una mezcla de pánico y desesperación–. Estoy intentando que me comprendas.
–Lo siento, me he perdido. ¿Qué debo entender?
–Nick, yo no aborté voluntariamente. Fue un aborto espontáneo. ¿Lo entiendes? ¡Espontáneo! –repitió al tiempo que escrutaba las facciones impasibles de Nick.
–Ya veo –susurró él. Su mirada se desplazó a la boca de la joven, mientras deslizaba una mano hasta su cuello–. Tan hermosa... –susurró–. Siempre has sido tan condenadamente hermosa.
Perpleja, Miley era incapaz de moverse. Lo miró fijamente, y tratando de adivinar sus pensamientos y dudando de que él hubiera aceptado su explicación de un modo tan fácil y sereno.
–Tan hermosa... –repitió Nick, aumentando la presión en el cuello–. ¡Y tan mentirosa!
Antes de que Miley pudiera pensar en una respuesta, su boca se vio atrapada por la de Nick. La obligó a besarlo, pero aun así consiguió que los labios de la joven se separaran. Entonces él hundió los dedos en la cabellera y con suavidad hizo retroceder la cabeza de Miley, para finalmente introducir la lengua en su boca.
Miley comprendió que lo único que pretendía era castigarla y degradarla, pero en lugar de resistirse, como obviamente esperaba Nick, le rodeó el cuello con los brazos, se pegó a su cuerpo y le devolvió el beso con toda la ternura y la dolorosa contrición de su corazón. Trataba de convencerlo de que le estaba diciendo la verdad. Nick se quedó rígido, como dispuesto a separarla violentantente, luego lanzó un gemido casi inaudible, la atrajo aún más y la besó con tanta pasión que las defensas de la joven se derrumbaron. Él volvió a besarla, y Miley notó la rigidez del miembro masculino.
Cuando por fin él levantó la cabeza, Miley estaba demasiado aturdida para comprender de inmediato el significado de su cáustica pregunta.
–¿Utilizas algún método anticonceptivo? Antes de meternos en la cama para que me demuestres lo mucho que deseas el terreno de Houston quiero asegurarme que no pasará lo mismo que la otra vez. No quiero otro aborto.
Miley dio un paso atrás y en su rostro aparecieron el asombro y el ultraje.
–¿Aborto? –inquirió con voz queda–. ¿Es que no has oído lo que acabo de decir? ¡Yo no aborté!
–¡Maldita sea, no me mientas!
–Tienes que escucharme.
–No quiero seguir hablando –replicó Nick con rudeza, y volvió a besarla.
Esta vez Miley luchó frenéticamente, pues quería que la escuchara antes de que fuera demasiado tarde. No sin dificultad, se liberó del abrazo de Nick.
–¡No! –vociferó colocando las manos en el pecho de Nick y apoyando la cabeza contra la pared. Él la tomó por el cuello, y Miley se resistió con la fuerza del terror y el pánico, desprendiéndose de su abrazo–. ¡No aborté! ¡No aborté! –gritó de nuevo al tiempo que retrocedía, jadeante. Escupía las palabras con el dolor y la furia reprimidos durante tanto tiempo. El cuidadoso discurso que había preparado desapareció de su mente y en su lugar produjo un torrente de palabras angustiadas–: Estuve a punto de morir a causa del aborto. Ningún médico te arrancaría un niño de seis meses en circunstancias normales...
Minutos antes, los ojos de Nick brillaban de deseo, ahora contemplaban el cuerpo de Miley con salvaje desprecio.
–Al parecer lo hacen si papá ha donado un ala entera al hospital.
–No se trata solo de una cuestión jurídica. ¡Es algo muy peligroso para la madre!
–Ya lo creo, puesto que estuviste internada casi dos semanas.
Miley se dijo que él había pensado en todo eso desde hacía tiempo y que había alcanzado sus propias conclusiones, lógicas pero erróneas. Nada de lo que dijera serviría. Esta evidencia la hizo sentirse tan desolada que, ladeando la cabeza, contuvo las lágrimas de frustración que le asomaban a los ojos. Sin embargo, no cesó de hablar.
–¡Por favor! –le imploró con voz rota y transida–. Escúchame. Tuve una hemorragia, perdí el niño, le pedí a mi padre que te enviara un telegrama para informarte de lo ocurrido y rogarte que vinieras. Nunca imaginé que te mentiría ni que te impidiera el acceso al hospital, pero según me contó tu padre, eso es lo que hizo. –Por fin no pudo evitar echarse a llorar–. ¡Creí que te amaba! Te esperé en el hospital. Te esperé, te esperé, te esperé. Pero no apareciste–añadió entre sollozos.
Inclinó la cabeza y sus hombros se estremecieron con su llanto desatado. Nick la veía, pero algo en su mente le impedía reaccionar y lo mantenía inmóvil. Miley había mencionado a su padre, al mismo hombre que, en su estudio, pálido de ira, le dijera a él unas palabras que ahora adquirían sentido: «Tú te crees duro, Farrell, pero aún no sabes lo que es ser duro. No me detendré ante nada para librar a Miley de tus garras». Estas habían sido más o menos sus palabras. Después, agotada su ira, le había pedido a Nick que se llevaran bien, por Miley . Bancroft pareció entonces sincero. Había aceptado el matrimonio, aunque a disgusto. ¿Lo había aceptado?, se preguntaba de pronto Nick. «No me detendré ante nada para librar a Miley...»
Entonces Miley alzó la mirada, aquellos ojos heridos de un verde azulado. Paralizado por la incertidumbre, Nick la miró a la cara y lo que vio le estremeció. Sus ojos llorosos, implorantes; ojos llenos de verdad, de una verdad desnuda y desgarradora, insoportable.
–Nick –murmuró ella dolorosamente–. Tuvimos una niña...
–¡Oh, Dios mío! –gimió él al tiempo que la atraía hacia sus brazos–. ¡Oh, Dios!
Miley se aferró a él, la mejilla húmeda contra su pecho, incapaz de contener el llanto, el terrible dolor, ahora que estaba en sus brazos.
–Le... le puse de nombre Elizabeth, pensando en tu madre.
Nick apenas la oyó, atormentado por la imagen de Miley en el hospital, sola en un cuarto de hospital, esperándolo en vano.
–¡Por favor, no! –imploró al destino, estrechando a Miley más fuerte entre sus brazos–. ¡Por favor, no!
–No pude ir al funeral –continuó ella con voz ronca– porque estaba demasiado enferma. Mi padre dijo que él sí fue... ¿Crees que en eso también mintió?
La agonía que sintió Nick al oír lo del funeral y lo de la enfermedad de Miley fue indescriptible.
–¡Oh, cielos! –gimió acariciando la espalda y los hombros de Miley , intentando inútilmente remediar el daño que contra su voluntad le había causado años atrás. Ella levantó el rostro bañado en lágrimas buscando apoyo.
–Le dije que se asegurara que Elizabeth tuviera docenas de flores en su funeral. Debían ser flores rojas. Tú... tú no crees que mintió cuando me dijo que lo había hecho...
–¡Las envió! –le aseguró Nick con firmeza–. Estoy seguro de que lo hizo.
–No podía soportar la idea de que Elizabeth no tuviera flores.
–¡Oh, por favor, querida! –suplicó Nick con voz rota–. No sigas. No más.
A través de la nube de su propio dolor y alivio, Miley se dio cuenta de que la angustia estrangulaba la voz de Nick, vio que la pena le devastaba el rostro... y sintió una gran ternura brotando de su corazón.
–No llores –susurró, y sus propias lágrimas rodaban por sus mejillas cuando levantó la cabeza y deposito una mano en el rostro de Nick–. Ya ha pasado todo. Tu padre me contó la verdad y por eso estoy aquí. Tenía que explicarte lo que realmente había sucedido. Tenía que pedirte perdón...
Echando atrás la cabeza, Nick cerró los ojos y tragó saliva, tratando de deshacer el nudo que tenía en la garganta.
–¿Perdonarte? –farfulló por fin en un susurro entrecortado–. Perdonarte ¿qué?
–El odio que he sentido hacia ti durante todos estos años.
Nick abrió los ojos y contempló aquel hermoso rostro.
–No es posible que me hayas odiado tanto como yo me estoy odiando en estos momentos.
El corazón de Miley se aceleró al percibir el remordimiento de Nick. Siempre había parecido tan invulnerable, que ella lo consideraba incapaz de albergar un sentimiento profundo. Quizá su propio juicio había estado nublado por la juventud y la inexperiencia. Fuera lo que fuese, ahora solo quería consolarlo.
–Ya ha pasado, no pienses más en ello –susurró con dulzura, pero era una exhortación inútil, pues en el largo silencio que siguió ambos no hicieron más que pensar en el pasado.
–¿Sufriste mucho dolor? –inquirió Nick finalmente, rompiendo el silencio.
Miley insistió en que no pensara en eso, pero pronto comprendió que él quería participar, aunque fuera retrospectivamente, de la experiencia sufrida por ella y que ambos deberían haber compartido. Asimismo, Nick le ofrecía la oportunidad tardía de que buscara en él el consuelo que antaño había necesitado. Poco a poco, Miley se dio cuenta de que también ella deseaba ese consuelo, incluso ahora. Entre los brazos de Nick, sentía la caricia de su mano en los hombros, en el cuello, como un bálsamo. Y de pronto no tenía veintinueve años, sino dieciocho, y él veintitrés, y ella lo amaba. Él era la fuerza, la seguridad y la esperanza.
–Estaba durmiendo cuando empezó –desveló Miley –. Algo me despertó. Me sentía extraña y encendí la luz, Al mirar vi que las sábanas estaban empapadas de sangre. Grité... –Se interrumpió y luego se forzó a seguir–. La señora Ellis había vuelto de Florida justo aquel día. Me oyó, despertó a mi padre y alguien llamó una ambulancia. Empezaron los dolores y le pedí a mi padre que la llamara y llegaron los enfermeros. Recuerdo que me sacaron de casa en camilla y que corrían. También recuerdo el sonido de la sirena aullar en la noche. Traté de cubrirme los oídos, pero me estaban haciendo una transfusión y me sujetaban los brazos. –Miley exhaló un tembloroso suspiro, insegura de poder continuar sin echarse de nuevo a llorar. Pero con el abrazo de Nick, Miley reunió el valor necesario para seguir hablando–. Mi siguiente recuerdo es el latido de una máquina, una habitación de hospital y toda clase de tubos de plástico en mi cuerpo mientras otra máquina vigilaba el pulso de mi corazón. Era de día y había una enfermera a mi lado, pero cuando le pregunté por nuestro bebé, me dio unos golpecitos afectuosos en la mano y me dijo que no me preocupara. Le pregunté también si podía verte y me respondió que todavía no habías llegado. Cuando volví a abrir los ojos, era de noche y estaba rodeada de médicos y enfermeras. También a ellos les pregunté por el bebé y me contestaron que mi médico estaba en camino y que todo saldría bien. Sabía que me mentían. De modo que les pedí... bueno, les ordené –se corrigió sonriendo con tristeza– que te dejaran entrar porque sabía que a ti no se atreverían a mentirte.
Nick intentó sonreír, pero no fue más que un amago. Ella apoyó la cabeza en su pecho.
–Me dijeron que no estabas. Poco después entró un médico acompañado de mi padre y todos los demás salieron...
Miley se detuvo, temerosa del siguiente recuerdo. Nick, adivinando lo que sentía, le acarició suavemente la mejilla. Ahora la cabeza de la joven descansaba sobre su pecho a la altura del corazón, cuyos rítmicos latidos parecieron insuflarle vida.
–Sigue –murmuró él, con voz entrecortada por el dolor y la ternura–. Ahora estoy aquí y no te dolerá tanto esta vez.
Miley le creyó. Instintivamente, sus manos se deslizaron del pecho a los hombros de Nick, aferrándose con fuerza a ellos, como en busca de apoyo; pero a pesar de sus esfuerzos, sollozaba y apenas era capaz de hablar.
–El doctor Arledge me dijo que habíamos tenido una niña y que se había hecho todo lo humanamente posible por salvarle la vida, pero que había sido inútil porque era muy pequeña. –Tenía el rostro bañado en lágrimas–. ¡Muy pequeña! –repitió con un fuerte sollozo–. Yo creía que al nacer las niñas tenían que ser pequeñas. Pequeña es una palabra tan bonita, tan... femenina.
Sintió los dedos de Nick en la espalda y eso le dio fuerza. Tras un hondo suspiro, abordó la última parte de su relato.
–Al parecer, no respiraba bien. El doctor Arledge me preguntó qué deseaba hacer y cuando me di cuenta del alcance de su pregunta, es decir, si quería que la niña tuviera un nombre y un funeral, le supliqué que me dejara verte, Mi padre se enfureció con el médico por alterarme y a mí me dijo que te había enviado un telegrama, pero que no habías venido. El médico insistió en que tenía que decidirme pronto, pues la situación no podía prolongarse durante días. Así que me vi obligada a tomar una decisión. –Con un hilo de voz agregó–: La llamé Elizabeth porque creí que te gustaría, y le dije a mi padre que encargara docenas de flores rojas para el funeral. También le dije que todas las tarjetas debían ser de nosotros dos y contener las palabras «te quisimos».
–Gracias –susurró Nick, y Miley se dio cuenta de que también él estaba llorando.
–Y entonces te esperé –dijo ella con un suspiro entrecortado–. Esperé tu llegada fervientemente porque pensé que si estabas conmigo me sentiría más reconfortada.
Cuando por fin terminó de hablar, Miley se sintió liberada.
Se produjo un silencio que Nick rompió con voz mucho más serena.
–El telegrama de tu padre llegó tres días después de su envío. Decía que habías sufrido un aborto y que no querías saber nada de mí, excepto para el divorcio, que ya estabas gestionando. De todos modos tomé un avión y acudí a tu casa, donde una de las sirvientas me informó de dónde estabas. Pero cuando llegué al hospital, me dijeron que habías dado órdenes de no dejarme pasar. Volví al día siguiente con un plan para eludir la vigilancia en el ala Bancroft del hospital, pero ni siquiera pude llegar hasta el guardia de seguridad. A las puertas me esperaba un policía que esgrimía un mandato judicial, asegurando que cometería un delito si entraba en el edificio.
–Y durante todo ese tiempo –susurró Miley –, yo estaba dentro esperando tu llegada.
–Te aseguro –dijo Nick con voz tensa– que de haber imaginado que existía una posibilidad, una sola posibilidad de que desearas verme, ningún mandato judicial, ninguna fuerza de este mundo me habría impedido el paso.
Ella trató de tranquilizarlo con una sencilla verdad.
–De todos modos, no podrías haberme ayudado.
Nick se puso rígido.
–¿No?
Miley negó con la cabeza.
–Hicieron por mí todo lo posible desde el punto de vista médico, como antes lo habían hecho por Elizabeth. ¿Qué podías hacer tú? –Miley se sentía tan aliviada por haberle contado la verdad que abandono su orgullo y dio otro paso adelante–. A pesar de lo que hice poner en las tarjetas, en el fondo de mi corazón conocía tus sentimientos hacia mí y hacia la niña.
–¿Cuáles eran mis sentimientos? –inquirió Nick con voz ronca.
Sorprendida por la repentina tensión de su voz, Miley echó atrás la cabeza y sonrió dulcemente para demostrarle que en sus palabras no había el menor asomo de crítica.
–La respuesta es tan obvia ahora como lo era entonces. Tú estabas atrapado por nosotras dos. Una noche te acostaste con una adolescente virgen que hizo todo lo que sabía para seducirte y que era tan est/úpida que no utilizó ningún anticonceptivo. Y mira lo que sucedió.
–¿Qué sucedió, Miley?
–¿Qué sucedió? Ya sabes qué sucedió. Fui a buscarte para darte la noticia y tú hiciste lo más noble: casarte con una chiquilla a la que no deseabas.
–¿Que no deseaba? –estalló Nick con una voz dura que no encajaba con sus palabras–. Yo te he deseado todos los días de mi triste vida.
Miley lo miró fijamente. La expresión de su rostro era de duda, pero también de gozo. Parecía hipnotizada.
–Tampoco estás en lo cierto con respecto a lo demás –añadió Nick, suavizando la expresión. Le cubrió la cara con las manos y con un dedo le secó las lágrimas–. De haber podido verte en el hospital te habría ayudado.
–¿Cómo? –preguntó Miley con un susurro entrecortado.
–Así –replicó él, y sin dejar de acunarle el rostro besó sus labios. Fue un beso tan exquisitamente tierno que la joven volvió a echarse a llorar. La lengua de Nick recorrió el surco de sus lágrimas–. Te habría sacado del hospital y llevado a casa, te habría sostenido en mis brazos, así... –añadió abrazándola Miley notó su aliento en el oído y se estremeció–. Una vez recuperada, habríamos hecho el amor y más tarde, cuando lo hubieras deseado, te habría dado otro bebé. –Al empujarla lentamente hacia la cama Miley supo de inmediato lo que él deseaba. También sabía que no estaba bien que él le quitara el suéter y le desabotonara los vaqueros. Sin embargo, la dulzura de fingir, solo una vez, que aquello era realidad y que el pasado no había existido, que había sido solo una pesadilla susceptible de ser alterada, era superior a ella.
Su corazón lo deseaba desesperadamente, pero la razón le decía que iba a cometer un error.
–Es un error –susurró cuando Nick se le puso encima con el pecho y los brazos desnudos. Bronce.
–No lo es –replicó él con firmeza, y sus labios insistentes la obligaron a abrir la boca.
Miley cerró los ojos y dejó que empezara el sueño. Solo que en este sueño ella no era simplemente un observador, sino parte activa, al principio dubitativa y tan tímida y torpe como lo había sido siempre que se había enfrentado a la audaz sexualidad de Nick y a su infalible experiencia. La boca de él jugueteaba con la suya, avivando el placer y el deseo; con la lengua le recorría los labios y se detenía en las comisuras, mientras que las manos se deslizaban incansablemente por su cuerpo con una languidez arrebatadora. Así, una mano se acercaba al pecho solo para detenerse poco antes de apoderarse de él. Se detenía, como al acecho, y solo un dedo la acariciaba. La joven gemía con una mezcla de creciente placer e inhibición. Con incertidumbre, deslizó las manos por el pecho musculoso de Nick. Entonces la boca de él se hizo más exigente y sus manos ya casi rozaban los pechos de Miley , que se sentía morir de deseo. Por fin Nick introdujo la lengua en la boca de la joven y sus manos tomaron posesión de aquellos pechos. Al rozarle los pezones, Miley profirió el grito que había estado reprimiendo. A partir de ese momento su inhibición desapareció. El cuerpo se arqueó y las manos recorrieron frenéticamente los musculosos brazos de Nick, mientras la boca se abría más y su lengua buscaba la de él. De pronto Nick dejó de besarla y Miley emitió un gemido de protesta, pero cuando de inmediato sintió la lengua de él deslizándose por su cuello hasta alcanzarle los pechos, para detenerse luego en los pezones, Miley se sintió perdida en un mar de deseo. Sintió cómo las manos atrevidas de su amante exploraban la intimidad de su sexo, deleitándose en su húmeda excitación hasta que ella, retorciéndose, estrechó el ardiente abrazo que los unía.
Nick advirtió el momento exacto en que el cuerpo de Miley se le rendía incondicionalmente; sintió que la tensión la abandonaba; que relajaba las piernas, que las abría. Al colocarse encima de ella el corazón le latía con una fuerza inusitada, su cuerpo temblaba, hasta las mismas piernas. Ya no pensaba en la esperanza de prolongar esa unión increíble, solo importaba poseer a Miley una vez más. Se le hincharon las venas de los brazos, cerró instintivamente los ojos y se esforzó en que su miembro se abriera paso centímetro a centímetro, luchando con el deseo de embestirla en el acto.
Cuando Miley arqueó las caderas y le acarició los hombros al tiempo que pronunciaba su nombre, el control de Nick empezó a flaquear. Abrió los ojos, la miró y se sintió perdido. Aquello no era un producto de su febril imaginación: la muchacha a la que amó era ahora la mujer que tenía en sus brazos; el hermoso rostro que había atormentado sus sueños estaba a unos centímetros del suyo, arrebolado de deseo, la larga cabellera desparramada sobre la almohada. Ella lo había esperado en el hospital y no había querido desembarazarse de él ni del niño. Se había presentado en la casa desafiando su más que probable desprecio... y además le había pedido perdón. Recordándolo, Nick se sintió intensamente conmovido, pero aún habría podido dominarse si la joven no hubiera elevado más las caderas implorando que la penetrara. El movimiento de su cuerpo y la dulzura de su voz le arrancaron un gemido y el no pudo contenerse por más tiempo. Ambos se entregaron al placer y estallaron en un estremecedor orgasmo. Entrelazados, Nick siguió moviéndose como si quisiera compensar los años perdidos. Miley lo siguió y pronto su cuerpo empezó a convulsionarse de nuevo, dejando a Nick exhausto y vacío; vacío, excepto por un sentimiento abrumador de gozo y de paz.
Se derrumbó a su lado, la piel ardiente, la respiración entrecortada. La atrajo hacia sí, la abrazó, hundió los dedos en su pelo. Todavía unido a ella, permaneció en silencio, pasándole la mano por la espalda, deleitándose en la sensación de hallarse en el interior de Miley, disfrutando del roce de sus labios...
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AMÉ LOS CAPITULOS!!1!!!! POR FAVOR SIGUE SUBIENDO
ResponderEliminarOH POR DIOS!
ResponderEliminarES EXACTAMENTE LO QUE ESPERABA
AME LOS CAPITULOS
ME ALEGRO QUE SUBIERAS!
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