jueves, 16 de enero de 2014
Paraíso Robado - Cap: 46
A mediodía los efectos del medicamento se habían disipado y Nick se sentía muchísimo mejor, si bien se sorprendió al encontrarse tan débil. Ducharse y ponerse unos vaqueros le supuso un esfuerzo agotador. La cama era una tentación que debía ignorar. Abajo, Miley parecía entregada a la tarea de preparar el almuerzo, pues se la oía ir y venir por la cocina. Nick sacó de su maleta la maquinilla eléctrica que se había comprado en Alemania y la enchufó al transformador de corriente. Afeitándose ante el espejo, pensó en Miley, pensó que estaba abajo.
Imposible. Y sin embargo, era verdad. Ahora que estaba despierto y alerta, las razones de Miley para encontrarse allí y su aceptación de la pérdida del terreno de Houston eran cosas que, en el mejor de los casos, parecían improbables. Nick lo sabía, pero por el momento decidió que era mejor no obsesionarse demasiado, no pensar en los motivos de su ex esposa. Estaba nevando otra vez y hacía mucho frío. Pero allí dentro la temperatura era agradable y tenía una compañía inesperada. Además, no se sentía capaz de seguir embalando cosas y tampoco estaba tan mal como para tumbarse en la cama o en el sofá y quedarse todo el día mirando al techo. La presencia de Miley aunque no reconfortante, sería mejor que la soledad.
En la cocina Miley lo oyó y sonrió al tiempo que colocaba en un bol la sopa enlatada que había preparado. Luego puso en un plato el sándwich de carne.
Desde el momento en que Nick le estrechó la mano para sellar la paz, un extraño sentimiento de calma inundaba su ser. Se dio cuenta de que nunca había conocido a Nick Farrell y se preguntó si alguien lo conocía a fondo. Según lo que había leído y oído, sus adversarios del mundo de los negocios lo odiaban y le temían; sus ejecutivos lo admiraban y estaban deslumbrados por él. Los banqueros lo halagaban y la Comisión Controladora de Acciones y Valores, que presidía la bolsa, lo consideraba un halcón.
Con escasas excepciones, incluso los admiradores de Nick parecían ver en él a un depredador al que había que tratar con cuidado, sin dar pie a que se sintiera ofendido. Miley llegó a esta conclusión repasando en la memoria todo lo que sabía sobre Nick.
Y sin embargo, postrado en la cama, la escuchó y consintió en hacer las paces con ella, aun creyendo que años atrás lo había abandonado... al asesinar al hijo de ambos. Miley sonrió al pensar en ello. Años atrás Nick se había sentido humillado, como si fuera un mendigo insignificante. Ahora estaba dispuesto a perdonarla. El recuerdo de aquel apretón de manos, de la dulzura del mismo, le resultaba profundamente conmovedor.
Concluyó que los que hablaban de Nick con temor no lo conocían en absoluto, porque de lo contrario comprenderían que era un ser comprensivo y lleno de piedad.
Tomó la bandeja y se dirigió al piso superior. Por la noche, tal vez al día siguiente por la mañana, le contaría lo que realmente había ocurrido años atrás. De esta forma, el divorcio sería uno más entre tantos actos amistosos.
Sin embargo, aunque Miley. deseaba ardientemente confesárselo todo, temía hacerlo como nunca había temido ninguna otra cosa. Era verdad que Nick se había mostrado dispuesto a olvidar, pero ¿cuál sería su reacci6n al descubrir hasta qué punto Philip era hipócrita y traidor?
Por ahora, Miley se contentaría con dejar a Nick en su bendita ignorancia. Así, ella se concedería también un descanso, porque las últimas veinticuatro horas habían sido extenuantes. De repente Miley cayó en la cuenta de que la idea de pasar una velada en paz con Nick le resultaba sumamente agradable. Se dijo que eso no tenía por qué alarmarla. No significaba nada. Después de todo, Nick y ella eran, en cierto modo, viejos amigos que merecían la oportunidad de recuperar su amistad.
Se detuvo ante la puerta de Nick y dio unos golpecitos.
–¿Estás visible?
Con divertido terror, Nick presintió que ella le traía otra bandeja.
–Sí. Pasa.
Miley abrió la puerta y lo vio de pie frente al espejo, sin camisa, afeitándose. De inmediato la asaltó el recuerdo de su breve pero intensa relación de hacía once años. Su fornida espalda, aquellos músculos fuertes... Desvió la mirada y Nick se dio cuenta de ello por el espejo.
–Nada que no hayas visto antes –comentó con cierta sequedad.
Lamentando haberse comportado como una est/úpida inexperta, Miley intentó decir algo atrevido y soltó lo primero que le pasó por la cabeza.
–Es verdad, pero ahora estoy comprometida.
La mano de Nick se detuvo.
–Tienes un problema –dijo después de una brevísima pausa–. Un marido y un novio.
–De joven apenas salía de casa –bromeó Miley al tiempo que depositaba la bandeja sobre la mesita de noche–. Ahora, para compensar, colecciono hombres. –Se volvió hacia él y, moderando el tono de voz, prosiguió–: Por lo que me dijo tu padre, parece ser que no soy la única que tiene ese problema. Creo que quieres casarte con la chica de la foto de tu oficina.
Nick fingió indiferencia y aplomo y, ladeando la cabeza, deslizó la máquina de afeitar desde el cuello a la mandíbula.
–¿Eso dijo mi padre?
–Sí. ¿Es cierto?
–¿Te importa?
Miley vaciló, extrañamente infeliz por el giro que tomaba la conversación. Sin embargo, respondió con franqueza.
–No.
Nick desenchufó la máquina. Se sentía débil y en ese momento no tenía ganas de hablar del futuro.
–¿Puedo pedirte un favor?
–Claro.
–Estas dos últimas semanas han sido agotadoras. Me ilusionaba la idea de venir aquí y descansar un poco...
Miley tuvo la impresión de que él la había abofeteado.
–Siento haber interrumpido tu paz.
En los labios de Nick apareció una sonrisa cálida y divertida.
–Siempre me has arrebatado la paz, Miley. Cada vez que nos encontramos el cielo parece desplomarse. No he querido decir que lamente tu presencia, sino que me gustaría pasar una velada agradable y tranquila contigo, sin tener que hablar de nada serio.
–En realidad, eso es lo que yo también deseo.
De completo acuerdo, se miraron mutuamente durante un largo instante. Después Miley cogió el grueso albornoz azul marino; etiqueta Neiman–Marcus, que él había dejado en el respaldo de una silla.
–Ahora podrías ponerte esto y empezar a comer.
Nick aceptó la sugerencia. Se anudó el albornoz y se sentó dispuesto a enfrentarse con la comida de Miley . Esta se dio cuenta de la inquieta mirada que él lanzó a los platos.
–¿Qué hay en ese bol? –preguntó, receloso.
–Una ristra de ajos –mintió ella con fingida serenidad–. Para que te la cuelgues del cuello. –Nick todavía reía cuando Miley destapó el recipiente–. Incluso yo puedo calentar una lata de sopa y meter carne entre dos rebanadas de pan –dijo sonriendo.
–Gracias –susurró Nick sinceramente– Eres muy amable.
Cuando terminó de comer, ambos se dirigieron a la planta baja y se sentaron frente al fuego que él se empeñó en prender. Durante un rato hablaron plácidamente de cosas triviales, como el tiempo, el libro que él había estado leyendo; y también de Julie. Era obvio que Nick poseía una enorme fortaleza física que le permitía recuperarse con rapidez, pensó Miley , aunque desde luego debía de estar cansado.
–¿No quieres acostarte un rato? –le preguntó.
–No, prefiero estar aquí –contestó él, pero se tendió en el sofá y apoyó la cabeza en el almohadón.
Cuando despertó una hora después, pensó lo mismo que por la mañana. Había soñado que Miley estaba allí. Pero al volver la cabeza vio a la joven sentada en la misma silla que ocupaba antes. No había sido un sueño. Miley seguía allí y en estos momentos hacía anotaciones en un bloc amarillo que sostenía sobre la falda. Tenía las piernas dobladas sobre la silla. Nick se quedó observándola, pensando que parecía una colegiala haciendo los deberes en lugar de la presidenta interina de una gran cadena nacional de tiendas. En realidad, cuanto más la observaba, más imposible parecía.
–¿Qué haces? –preguntó.
En lugar de responder algo así como «álgebra» o «geometría», la mujer de la silla sonrió y se dispuso a dar explicaciones.
–Escribo un resumen de tendencias del mercado para presentarlo en la próxima reunión de nuestro consejo. Espero conseguir que me permitan aumentar la mercancía con nuestra propia marca. Los grandes almacenes –añadió al advertir que él la escuchaba con verdadero interés–, en particular los que son como Bancroft, logran beneficios comercializando sus propias marcas, pero no le estamos sacando todo el partido posible a esto, a diferencia de Neiman, Bloomingdale y algunos otros.
Como la semana anterior durante la comida, Nick se sintió intrigado por esta dimensión de la personalidad de Miley , la de mujer de negocios. Era una faceta de la joven completamente opuesta a lo que sabía de ella.
–¿Por qué no ha explotado Bancroft esa posibilidad? –le preguntó Nick.
Al cabo de unas horas, Miley se lo había explicado todo: desde el sistema de comercialización de Bancroft a sus operaciones financieras, los problemas derivados de la fiabilidad de los productos, sus planes de expansión... Nick no estaba solo intrigado, sino también impresionado por la capacidad de Miley . En cierto modo, y aun sabiendo que era ridículo, se sentía muy orgulloso de ella.
Sentada frente a él, Miley tenía la vaga conciencia de haber pasado el examen, pero se hallaba tan inmersa en la conversación, tan impresionada porque Nick captaba de inmediato los conceptos más complicados, que había perdido la conciencia del tiempo. La página de su bloc estaba llena de anotaciones aportadas por las sugerencias del brillante financiero. Tendría que meditar sobre ellas detenidamente, aunque la última estaba fuera de lugar.
–Nunca lo conseguiremos –le explicó a Nick cuando él la instó a adquirir sus propias plantas de producción en Taiwan o Corea.
–¿Por qué no? Si fuerais dueños de las fábricas, se acabarían vuestros problemas de control de calidad y pérdida de confianza de los consumidores.
–Cierto, pero no creo poder permitírmelo. Por lo menos ahora y en un futuro próximo.
Nick frunció el entrecejo ante lo que creyó una falta de percepción.
–¡No te estoy sugiriendo que utilices tu propio dinero! Pide un préstamo bancario. Para eso están. Los banqueros te prestan tu propio dinero cuando están seguros de que vas a emplearlo en un negocio rentable, después te cargan intereses por hacerlo y cuando les devuelves los préstamos, te felicitan por la suerte que has tenido de poder contar con ellos, que se arriesgaron al prestártelo. Bueno, supongo que todo eso ya lo sabes bien.
Miley se echó a reir,
–Me recuerdas a mi amiga Demi, a quien no le entusiasma la profesión de mi novio. Según ella, Parker debería darme el dinero siempre que lo necesito, sin pedir garantías subsidiarias.
La sonrisa de Nick se desvaneció al recordar que existía un novio de por medio. Poco después pareció sorprendido al oír lo que decía Miley.
–Créeme, me estoy convirtiendo en una experta en préstamos comerciales. Bancroft lo debe todo, y también yo.
–¿Qué significa eso de «también yo»?
–Hemos crecido con mucha rapidez. Si nos metemos en un complejo comercial que otra firma está poniendo en marcha, los costos son más bajos, pero también los beneficios. Por eso solemos construir nosotros mismos el complejo y después alquilamos una parte a otros comerciantes. Cuesta una fortuna hacerlo y por eso hemos tenido que recurrir a los créditos bancarios.
–Lo comprendo. Lo que no entiendo es qué tiene que ver eso contigo personalmente.
–Para que te den el crédito se necesitan garantías subsidiarias –le recordó ella–. Bancroft & Company ya ha utilizado todas las disponibles, aparte de las tiendas mismas. Cuando construimos en Phoenix agotamos nuestra capacidad de ofrecer garantías subsidiarias. Y como yo estaba deseando meterme en Nueva Orleans y en Houston, he entregado como garantía mis propias acciones y mi herencia personal, de la que podré disponer muy pronto, al cumplir treinta años. –Miley vio que Nick fruncía el entrecejo y se apresuró a añadir–: No hay razón para preocuparse. Los almacenes de Nueva Orleans han pagado a tiempo y fácilmente todos los plazos de su deuda, tal como yo tenía previsto. Por lo tanto, mientras una nueva sucursal pueda hacer frente a sus vencimientos bancarios, puedo vivir tranquila.
Nick estaba atónito.
–No me estarás diciendo que aparte de poner tus bienes como garantía subsidiaria has garantizado personalmente el crédito para los almacenes de Nueva Orleans.
–Tuve que hacerlo –confirmó ella con voz serena.
Nick intentó no hablar como un profesor que trata de inculcar algo a sus desdichados estudiantes.
–Nunca vuelvas a hacerlo –le advirtió–, Nunca, nunca comprometas tu propio dinero en un negocio. Ya te he dicho que para eso están los bancos. Y el banco solo tiene derecho a pedirte que garantices personalmente un préstamo o entregues una garantía subsidiaria cuando eres para ellos una incógnita, sin antecedentes de haber cumplido con los plazos. –Miley abrió la boca para hacer una objeción, pero Nick levantó la mano y añadió–: Sé que intentarán que firmes personalmente. Si pudieran tener cincuenta codeudores para la simple hipoteca de una vivienda los tendrían, porque así eliminan todo riesgo. Si los bancos ganan dinero con los intereses de sus préstamos, que asuman los riesgos. Si algo marchara mal en Nueva Orleans y Bancroft no pudiera hacer frente a los plazos, tendrías que responder tú y te dejarían en la calle.
–No había otra solución.
–Nunca vuelvas a hacerte responsable de un préstamo de Bancroft. ¿Crees por un momento que a los ejecutivos de la General Motors les piden que firmen créditos corporativos en favor de la empresa?
–No, claro que no. Pero nuestro caso es diferente.
–Eso es lo que los bancos siempre tratan de decirte. Por cierto, ¿quién diablos es el banquero de Bancroft?
–Mi novio... Es decir, el Reynolds Mercantile Trust –le aclaró ella, y notó la impresión de disgusto que la noticia causó a Nick.
–¡Pues menuda manera de hacer negocios con su novia! –comentó con sarcasmo.
Miley se preguntó si la observación tendría algo que ver con la rivalidad entre hombres.
–Debes ser más razonable –declaró Miley sin alterarse–. Olvidas algo. Existen los auditores y ellos analizan los créditos bancarios. En este caso los analizan con lupa, porque son muchos los bancos en quiebra. Fruncen el entrecejo si uno de ellos concede grandes préstamos a una sola persona o empresa, y nosotros le debemos cientos de millones de dólares al Reynolds Mercantile. Parker no podría seguir prestándonos dinero sin que se le echaran encima, y menos ahora que él y yo estamos comprometidos. Es decir, a menos que nosotros pongamos suficiente garantía subsidiaria.
–Debe de existir otra clase de garantía que hubieras podido utilizar. ¿Qué hay de tu paquete de acciones en Bancroft?
Ella se rió y meneó la cabeza. Luego comentó:
–Ya he utilizado ese recurso. Y también mi padre. Solo hay una gran accionista en la familia que no ha comprometido su paquete.
–¿Quién es?
Miley deseaba llevar la conversación a otro terreno y aprovechó la oportunidad.
–Mi madre –respondió.
–¿Tu madre?
–Yo también tengo una, ¿sabes? –bromeó ella–. Mi madre recibió un gran paquete de acciones a cambio del divorcio.
–¿Por qué no contribuye ahora? No tendría nada de extraño, puesto que obtendrá beneficios. Las acciones de tu empresa suben como la espuma, y estáis creciendo y prosperando.
Miley dejó a un lado su bloc de notas y miró a Nick a los ojos.
–No lo hizo porque no se le ha pedido que lo hiciera.
–¿Te resultaría incómodo decirme por qué? –preguntó Nick, confiando en que ella no lo considerara un entrometido.
–No se le pidió porque vive en algún lugar de Italia, y ni mi padre ni yo hemos tenido contacto alguno con ella desde que yo tenía un año de edad. –Al observar que Nick no mostraba reacción alguna, Miley decidió contarle algo que, normalmente, prefería obviar. Al hablar, observaba su expresión–. Mi madre es... Caroline Edwards.
Él arqueó las cejas, confuso, y Miley trató de ayudarle a recordar.
–Piensa en una vieja película de Cary Grant. Transcurre en la Riviera, y allí el héroe persigue a la princesa de un reino mítico...
Por la sonrisa de Nick, adivinó el momento en que él había recordado la película y a su protagonista femenina. Nick se reclinó en el sofá, sonriendo sorprendido.
–¿La princesa de la película es tu madre?
Miley asintió.
En silencio, Nick comparó la elegante perfección de las facciones de Miley con el recuerdo que tenía de la actriz. La madre de Miley había sido una mujer muy hermosa, pero su hija lo era todavía más. Poseía una elegancia natural, no adquirida en ninguna escuela de actores. Su nariz delicada, sus pómulos exquisitos y una boca que invitaba al beso, parecían advertir a cualquier osado que guardara las distancias...
Incluso si el osado era el propio marido...
Nick desechó de inmediato ese pensamiento. Estaban casados solo sobre el papel, debido a un tecnicismo; en realidad eran dos extraños. Aun así, tuvo que esforzarse para no mirar el escote de Miley ; De hecho, no necesitaba hacerlo. Una vez había explorado cada centímetro de aquellos pechos que ahora llenaban el suéter. Recordaba con exactitud los senos de Miley en sus manos, la suavidad de la piel, la rigidez de los pezones, el aroma... Enojado por la lujuria de sus pensamientos, intentó convencerse de que solo se trataba de la reacción natural de cualquier hombre frente a una mujer seductora e inocente a la vez, pese a estar vestida con un par de pantalones vaqueros y un jersey. Al darse cuenta de que se había quedado mirándola extasiado y mudo, Nick comentó:
–Siempre me he preguntado de dónde habrías sacado ese hermoso rostro. Bien sabe Dios que no ha sido de tu padre.
Asombrada por el cumplido, tan inusual en él, y complacida de que la considerara hermosa incluso ahora que estaba a punto de cumplir los treinta, Miley se lo agradeció con una sonrisa y un ligero encogimiento de hombros, porque en realidad no encontraba palabras.
–¿Cómo es que nunca hasta ahora he sabido quién era tu madre?
–No tuvimos mucho tiempo de hablar.
Porque estábamos demasiado ocupados haciendo el amor, pensó Nick, recordando aquellas noches interminables, con ella en sus brazos, intentando saciar su necesidad de satisfacerla y estar cerca de ella.
Confiando plenamente en él, Miley le contó otra historia.
–¿Te suena el nombre de Industrias Consolidadas Seabord?
Nick repasó mentalmente una serie de nombres y hechos incoherentes que había acumulado en la memoria durante el transcurso de los años.
–En algún lugar del sudeste existen unas Industrias Consolidadas Seabord. En Florida, sí. Es una sociedad que al principio se componía de un par de grandes empresas químicas y que luego se diversificó abordando la minería, la industria aeroespacial, la manufacturación de componentes electrónicos y una cadena de farmacias.
–De supermercados –corrigió Miley con aquella sonrisa que a él le despertaba el deseo de abrazarla y besarla–. Seabord fue fundada por mi abuelo.
–¿Y ahora es tuya? –le preguntó Nick, recordando de pronto que la presidenta de la firma era una mujer.
–No. Es de la mujer de mi abuelo y de sus dos hijos. Siete años antes de morir, mi abuelo se casó con su secretaria, y poco después adoptó a los hijos de esta. A su muerte, les dejó Seabord.
Nick se mostró impresionado.
–Debe de ser una gran mujer de negocios, puesto que ha convertido a Seabord en un conglomerado enorme y muy rentable.
La antipatía que Miley sentía por aquella mujer la impulsó a negar sus supuestas dotes empresarias y financieras. Al hacerlo, dijo más de lo que pretendía en principio.
–Charlotte ha expandido la firma, pero cuando Seabord cayó en sus manos ya estaba diversificada. En realidad, poseía todo lo que la familia Bancroft había adquirido durante generaciones. Bancroft & Company, es decir, los grandes almacenes, constituía algo menos de la cuarta parte del valor total de nuestros bienes. Así que no es que ella haya levantado Seabord de la nada.
Miley observó la expresión de sorpresa de Nick y comprendió que estaba pensando que el abuelo no había sido ecuánime en la redacción del testamento.
En otra ocasión, y bajo otras circunstancias, Miley no habría desvelado tantas intimidades familiares, pero aquel era un día muy especial. En primer lugar, el placer de sentarse frente a Nick después de tantos años, y de hacerlo de una manera tan amistosa; luego, la satisfacción de estar reanudando una relación que nunca debió haber terminado mal. A todo eso había que añadir el hecho halagador de que Nick parecía sumamente interesado en escucharla. Sin olvidar el ambiente: fuera, la nieve se acumulaba en las ventanas, mientras allí dentro ellos estaban sentados frente al fuego de un hogar. Era una atmósfera propicia para las confidencias.
Como Nick se abstuvo cortésmente de hacer más preguntas, para no parecer demasiado curioso, Miley siguió hablando:
–Charlotte y mi padre se detestaban, y cuando mi abuelo se casó con ella se produjo una ruptura tan profunda entre padre e hijo que nunca volvió a soldarse. Más tarde, y tal vez en represalia por la actitud airada de mi padre, el abuelo adoptó a los dos hijos de Charlotte. No supimos que lo había hecho hasta que se leyó el testamento. Mi abuelo dividió su fortuna en cuatro partes iguales, de las cuales una fue a parar a mi padre y las tres restantes a Charlotte y sus hijos. Ella controla las tres partes, claro.
–¿Hay cierto cinismo en tu voz cada vez que nombras a esa mujer?
–Es probable.
–Porque puso sus garras sobre tres cuartas partes de la fortuna de tu abuelo, y no sobre la mitad, que habría sido lo lógico –especuló Nick.
Miley miró la hora, y al advertir que se hacía tarde para cenar se apresuró a añadir:
–La razón no es esa. Charlotte es la mujer más fría y dura que he conocido en mi vida. Creo que ensanchó a propósito el abismo que existía entre mi padre y mi abuelo, lo que en realidad no debió de costarle mucho. –Esbozó una sonrisa amarga–. Ambos, mi padre y mi abuelo, eran muy testarudos y de un genio imposible, es decir, que se parecían demasiado para que sus relaciones fueran pacíficas. Una vez los oí discutir por la forma en que mi padre dirigía Bancroft y mi abuelo le gritó que la única cosa inteligente que había hecho en su vida era casarse con Caroline, pero que incluso eso estaba echando a perder, al igual que estaba haciendo con el negocio. –Miley miró el reloj como disculpándose–. Se ha hecho tarde y debes de estar hambriento. Prepararé algo para comer.
Nick cayó en la cuenta de que en efecto tenía hambre y también se levantó.
–¿Y estaba tu padre arruinando el negocio? –preguntó siguiéndola hasta la cocina.
Miley rió y meneó la cabeza.
–No, estoy segura de que no. Mi abuelo tenía debilidad por las mujeres hermosas. Estaba loco por Caroline y se enfureció cuando Philip se divorció de ella. Fue él quien le dio a Caroline el paquete de acciones de Bancroft. Dijo que así su hijo recibía su merecido, porque sabría que por cada dólar de beneficio de los grandes almacenes una parte iría a parar a manos de mi madre.
–Parece un gran tipo –comentó Nick con sarcasmo.
La mente de Miley estaba ya concentrada en la cena. Abrió el armario de la cocina buscando algo que pudiera sentarle bien a Nick. Este le resolvió el problema dirigiéndose a la nevera y sacando los bistecs.
–¿Qué te parece esto?
–¿Quieres comer algo tan pesado?
–Creo que sí. Hace días que no como como la gente normal. –A pesar de su interés por la cena, Nick se sentía extrañamente remiso a concluir aquella conversación, tal vez porque una charla tranquila entre ellos era una novedad. Una novedad, sí, aunque no tan increíble como tener allí a Miley desempeñando el papel de la esposa devota y atenta a su marido convaleciente. Al quitarle el papel de aluminio a la carne, miró a Miley de soslayo. Se estaba anudando una toalla a la cintura en lugar de un delantal. Con la esperanza de que siguiera hablándole, Nick bromeó acerca de una de las cosas que ella le había confiado.
–¿Te dice tu padre que estás arruinando los grandes almacenes?
Miley puso el pan encima de la mesa y sonrió con gesto amargo.
–Solo cuando está de buen humor, que no es muy a menudo.
La joven se dio cuenta del sentimiento de compasión reflejado en los ojos de Nick, y de inmediato se propuso tranquilizarlo, convenciéndolo de que la cosa no era tan terrible.
–Resulta incómodo que me grite en las reuniones, pero los otros ejecutivos ya están acostumbrados a estas escenas. Además, todos pasan por lo mismo cuando les toca el turno, aunque no con la misma frecuencia. Mira, los ejecutivos se dan cuenta de que mi padre es la clase de hombre que detesta que alguien le demuestre su capacidad para hacer algo sin su consejo y sin sus intromisiones. Mi padre contrata a profesionales competentes y con buenas ideas, después los obliga a someterse a las suyas. Si una idea funciona, el mérito es suyo; si falla, tiene a un cabeza de turco. Los que lo desafían y no ceden obtienen ascensos y aumentos de sueldo, pero ninguna muestra de reconocimiento, ni siquiera las gracias. Y cuando de nuevo pretenden introducir una innovación, tienen que prepararse para la misma lucha de siempre.
–¿Y tú? –se interesó Nick, apoyándose contra la pared–. ¿Cómo llevas las cosas ahora que tienes las riendas en las manos?
Miley se detuvo en su tarea de sacar cubiertos del cajón y clavó la mirada en Nick, recordando la reunión de este con sus ejecutivos, y de la que se había hecho una idea el día en que fue a visitarlo a su despacho. De repente distinguió el pecho desnudo de Nick entre las solapas del albornoz. Sus fuertes músculos, la piel bronceada, con abundante vello de pelo negro, le causó un efecto inesperado y perturbador. Exhaló una especie de suspiro y luego las miradas de ambos se encontraron.
–Llevo las cosas igual que tú –dijo, sin importarle que él hubiera advertido su sobresalto.
Nick arqueó las cejas.
–¿Cómo sabes cómo trato a mis ejecutivos?
–Te observé el día que fui a tu despacho. Siempre he sabido que hay un modo mejor de tratar a los ejecutivos que el que utiliza mi padre. Sin embargo, no estaba segura, temía parecer débil, femenina, si ensayaba un diálogo más abierto con el equipo el día que me hiciera cargo de la presidencia.
–¿Y qué? –la estimuló Nick, sonriendo.
–Y eso es lo que estabas haciendo con tu equipo el día que te vi. Sin embargo, nadie te acusaría nunca de ser débil o afeminado. Así que –concluyó apresuradamente– decidí que sería igual que tú cuando creciera. En la cocina se produjo un silencio muy revelador. Miley se sentía inquietamente tímida; Nick, mucho más complacido de lo que hubiera deseado admitir.
–Eso es muy halagador –dijo casi ceremoniosamente–. Gracias.
–De nada. Ahora siéntate mientras preparo la cena.
Cuando terminaron de comer, volvieron al salón y Miley se dirigió a la librería y se puso a repasar libros y juegos. Había sido un día hermoso e inolvidable, y eso la hacía sentirse culpable ante Parker y vagamente inquieta por... algo que no sabía nombrar. En realidad se confesó con franqueza que sí sabía nombrarlo, aunque ignoraba por qué la afectaba tanto. En aquella casa se respiraba una masculinidad abrumadora que resultaba excesiva para su paz mental, un desmesurado encanto varonil y muchos recuerdos que despertaban de su letargo. No había previsto nada de eso cuando decidió acudir allí. No había esperado ver el pecho desnudo de Nick tan cerca de ella, o mejor dicho, no esperaba que esa visión le despertara recuerdos de otros tiempos. Tiempos en que Nick había estado encima de ella, dentro de ella...
Deslizó un dedo por los lomos de polvorientas novelas sin ni siquiera leer los títulos. Se preguntó ociosamente cuántas mujeres guardarían la memoria del cuerpo de Nick penetrándolas. Docenas, se dijo; no, centenares. Llena de curiosidad, dejó de condenarlo por sus hazañas sexuales y se percató de que no podía despreciar a esas mujeres que le habían ofrecido a Nick su cuerpo. Ya, como mujer adulta, reconocía lo que en su adolescencia solo entendía en parte, que Nick Farrell exudaba una audaz sexualidad y una poderosa masculinidad. Estas cualidades, por sí solas, constituían una atracción letal, pero si se les añadía que Nick poseía una gran fortuna y esgrimía un enorme poder, el cóctel resultante tenía que ser irresistible para la mayoría de las mujeres.
Sin embargo, para ella no. ¡En absoluto! Lo último que hubiera deseado era un imprevisible atleta sexual que llevaba tras él un ejército de mujeres jadeantes. Sin duda prefería un hombre seguro y de gran rectitud moral. Como Parker. No obstante, tuvo que admitir que gozaba con la compañía de Nick; quizá gozaba demasiado.
Sentado en el sofá, Nick la observaba con la esperanza de que no encontrara un libro para sumirse en la lectura durante el resto de la velada: Cuando vio que se quedaba contemplando los diversos juegos antiguos, pensó que tal vez se había fijado en el Monopoly... recordando aquella vez que jugaron con Julie.
–¿Te gustaría jugar? –preguntó Nick.
Ella volvió la cabeza y en su rostro había reflejada una inexplicable alarma.
–¿Jugar a qué?
–Creí que mirabas uno de los juegos... el que está encima de los otros.
Miley reparó en el Monopoly y de su mente desaparecieron todas las preocupaciones Sería estupendo pasar las horas siguientes haciendo algo tan frívolo como jugar al Monopoly con Nick. Sonriéndole, estiró un brazo hacia el juego.
–¿Tú quieres?
De repente Nick tuvo tantas ganas de jugar como al parecer ella tenía.
–Supongo que sí –contestó, al tiempo que retiraba la manta del sofá para que los dos pudieran sentarse frente a frente con el tablero de por medio.
Al cabo de dos horas, Nick había arrasado con todo: las fichas verdes, las amarillas, las rojas, los cuatro ferrocarriles, las dos plantas industriales... El tablero estaba cubierto de casas y hoteles de su propiedad, y Miley tenía que pagar alquiler cada vez que una de sus fichas aterrizaba en una de estas posesiones.
–Ese último movimiento te cuesta dos mil dólares –declaró Nick, encantado con la mujer que podía convertir una partida de Monopoly en uno de los mejores ratos de su vida–. ¡Suelta la pasta!
Miley le lanzó una mirada límpida que hizo reír a Nick incluso antes de que ella abriera la boca.
–Solo me quedan quinientos. ¿Me concedes un préstamo?
–Ni hablar. He ganado. La pasta.
–Los grandes propietarios no tienen corazón –repuso al tiempo que depositaba el dinero en la mano abierta de Nick. Intentó fruncir el entrecejo y terminó sonriendo con él–. La primera vez que jugué contigo al Monopoly, cuando te adueñaste de todo lo mío y lo de Julie, debí haber comprendido que un día serías un famoso y rico tiburón de las finanzas.
En lugar de reír, Nick la miró un momento, antes de preguntar en voz baja:
–¿Habrían cambiado las cosas si lo hubieras sabido?
Miley dio un respingo ante lo inesperado de una pregunta tan importante. Trató frenéticamente de encontrar una respuesta ingeniosa y evasiva. Optó por adoptar la actitud de una dama agraviada y ofendida y, mientras recogía el juego, dijo:
–Señor Farrell, le agradeceré que no dé a entender que en mi adolescencia fui una mercenaria. Ya me ha humillado bastante esta noche adueñándose de mis propiedades.
–Es verdad ––convino Nick, asombrado de haber exteriorizado sus sentimientos en un momento tan inoportuno. Además, se sentía furioso consigo mismo por preguntarse qué habría llevado a Miley a desear casarse con él. Se levantó, se dirigió a la hoguera y apagó las brasas para evitar que el fuego se avivara durante la noche. Al terminar, se sentía de nuevo dueño de la situación.
–Hablando de dinero –musitó dejando el juego en su sitio–, si alguna vez vuelves a garantizar personalmente un crédito otorgado a tu compañía, insiste por lo menos en que el banco de tu novio te libere de la garantía dos o tres años más tarde. Es un período lo bastante largo para probarles que su préstamo es sólido..
Aliviada por el cambio de tema, Miley se volvió hacia él e inquirió:
–¿Los bancos hacen eso?
–Pregúntaselo a tu novio. –De inmediato advirtió que su voz estaba impregnada de sarcasmo y se aborreció por la punzada de celos que sentía. Y aunque lamentaba lo que había dicho, sin quererlo añadió leña al fuego–: Si no está de acuerdo, te aconsejo que busques otro banquero.
Miley se dio cuenta de que pisaba terreno resbaladizo, aunque no comprendía cómo se había metido en él.
–El Reynolds Mercantile –le explicó a Nick con paciencia– ha sido el banco de Bancroft durante casi un siglo. Estoy segura de que si conocieras el estado de nuestras finanzas estarías de acuerdo en que Parker se ha comportado de un modo más que razonable.
Irracionalmente enojado por la continua defensa de Parker, Nick dijo algo que había estado deseando preguntar durante toda la velada:
–¿Parker es responsable de esa cosa que llevas puesta en la mano izquierda?
Miley asintió con la cabeza. Luego clavó en Nick una mirada cauta.
–Bueno, tiene un gusto horrible. Ese anillo es la prueba irrefutable.
Habló con tanto desdén acerca del anillo, que Miley sintió que en su interior crecía la risa.
Nick arqueó las cejas con gesto desafiante, retándola a que negara lo que para él era evidente. Miley tuvo que morderse un labio para no soltar una carcajada.
–Es una herencia de familia.
–Es horrible.
–Bueno, una joya familiar es...
–Es un objeto –concluyó Nick, interrumpiéndola–. Es un objeto que posee un profundo valor sentimental y es demasiado feo para poder ser vendido y a la vez demasiado valioso para arrojarlo al cubo de la basura.
Si Nick esperaba que Miley se mostrara airada y ofendida, se llevó una decepción, porque la joven rió tanto que tuvo que apoyarse contra la pared.
–Tienes razón –dijo.
Observándola, Nick tuvo que repetirse que aquella mujer ya no significaba nada para él. Por fin consiguió apartar la mirada de su rostro encantador, y miró la hora en el reloj que había sobre la hoguera.
–Son las once –dijo–. Creo que será mejor que nos vayamos a la cama.
Sorprendida por su tono de voz, breve e imperativo, Miley se apresuró a apagar la luz que había al lado del sofá.
–Lo siento. No debí haberte mantenido despierto hasta tan tarde. En realidad, no me había dado cuenta de la hora.
Como el carruaje mágico de Cenicienta que al final de la noche se convierte en una calabaza, el buen humor de ambos se desintegró en cuanto subían por la escalera camino de los dormitorios. Miley presentía el cambio, pero no sabía a qué atribuirlo, mientras que Nick si sabía a qué se debía. Con frialdad la escoltó a la habitación de Julie y se despidió murmurando un cortés «buenas noches».
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario