sábado, 25 de enero de 2014
Paraíso Robado - Cap: 51
En medio de la enorme sala de conferencias contigua a su despacho, Nick, con las manos en las caderas, lo observaba todo con ojos críticos. Dentro de media hora llegaría Miley, y él quería desesperadamente impresionarla con todos los oropeles de su éxito. Se sentía como un muchacho excitado y había cometido las mismas tonterías. Por ejemplo, a su lado estaban la recepcionista y una secretaria, convocadas por él. Dos chicas cuyos nombres hasta entonces ni siquiera se había dignado preguntar. Sin embargo, ahora Nick quería saber qué opinaban sobre el aspecto general del lugar. Había llamado también a la oficina de Vanderwild para que este acudiera tan pronto como recibiera el mensaje. Vanderwild y Miley eran de la misma edad y el joven tenía buen gusto. No estaría de más escuchar su opinión.
–¿Qué cree usted, Joanna? –le preguntó a la secretaria. Tenía la mano puesta en el regulador de voltaje que controlaba los pequeños focos del techo–. ¿Demasiada luz o demasiado poca?
–Creo que... está bien así, señor Farrell –le contestó Joanna, intentando ocultar la sorpresa que le provocaba descubrir que su formidable jefe también estaba sujeto a debilidades tan humanas como la duda, y que además por fin se había tomado la molestia de aprender su nombre y el de la recepcionista. En cambio, su sonrisa devastadora no la sorprendió. Lo habían visto sonreír en reuniones con sus ejecutivos, en periódicos y revistas, pero hasta hoy, ninguna mujer empleada en Haskell Electronics había sido favorecida por una sonrisa de Nicholas Farrell. Ambas, Joanna y Valerie, se esforzaban por no parecer tan nerviosas y halagadas como en realidad estaban.
Valerie dio un paso atrás, estudiando el efecto del conjunto de la sala.
–Creo que las flores de la mesa son un acierto, le dan un toque agradable. ¿Quiere que me encargue de que un florista cambie el ramo todos los martes?
–¿Para qué? –inquirió Nick, tan absorto en el problema de la iluminación que olvidó momentáneamente que había inducido a pensar a sus empleadas que su repentino interés en el aspecto del salón era estético, sin relación alguna con la visita prevista para ese día.
A pesar de haber tomado una decisión, Nick siguió deliberando. Con las cortinas cerradas el recinto parecía más exuberante y confortable. ¿O quizá recordaba un restaurante caro? Nick ya no sabía decirlo.
–¿Abiertas o cerradas? –preguntó a las dos jóvenes al tiempo que apretaba un botón y corría automáticamente metros y metros de cortinas. Al ver el espectáculo del perfil de Chicago, las dos mujeres no tuvieron más remedio que dar una opinión contraria a la de su jefe.
–Abiertas –dijo Joanna.
–Abiertas –convino Valerie.
Nick miró afuera. El día estaba nublado, triste. La reunión con Miley se prolongaría al menos durante una hora y para entonces sería de noche y la vista resultaría espectacular.
–Cerradas –dijo, apretando de nuevo el botón y observando cómo se corrían de nuevo las cortinas–. Las abriré cuando haya anochecido –agregó pensando en voz alta.
Y enseguida pensó en la reunión. Sabía que su obsesión por esos pequeños detalles era absurda. Aun en el caso de que Miley se dejara impresionar por los cuarenta mil dólares de cristalería y demás objetos de su pequeño reino, aunque se mostrara cordial, relajada y cortés al principio, con toda seguridad no iba a gustarle el entorno, y menos el anfitrión, cuando abordaran la cuestión.
Suspiró, anhelando y temiendo a la vez el inicio de las hostilidades. Por fin se acordó distraídamente de las dos chicas que esperaban instrucciones.
–Gracias a las dos. Me han sido de mucha ayuda –les dijo, pero su mente estaba en otra parte, en el aspecto de su cuartel general. Sonrió cálidamente a las chicas, que por una vez se sintieron valoradas y admiradas. Pero Nick les estropeó la fiesta al preguntar a Joanna–: Si usted fuera una mujer, ¿encontraría atractivo este lugar?
–Lo encuentro atractivo –le contestó Joanna rígidamente–, aunque no soy más que un pequeño robot, señor Farrell.
Nick tardó un momento en asimilar la fría respuesta, pero cuando miró a las dos empleadas ya estaban cerca de la puerta del despacho de la señorita Stern. Nick se acercó a Eleanor.
–¿Por qué está ofendida esa chica? –inquirió a su secretaria, cuyo único interés, al igual que el suyo, era cumplir con su trabajo y no hacer amistades ni flirtear en la oficina.
La señorita Stern se alisó el severo traje gris y se quitó el lápiz de la oreja.
–Supongo –dijo sin ocultar su desdén hacia Joanna– que tenía la esperanza de que usted se diera cuenta de que ella es una mujer. Ha estado alimentando esa esperanza desde el día que usted llegó.
–Pues está perdiendo el tiempo –declaró Nick–. Entre otras cosas, es una empleada. Solo un idi/ota se acuesta con sus propias empleadas.
–Tal vez usted debería casarse –sugirió la señorita Stern sin dejar de repasar las páginas de su bloc de dictado, en busca de unas cifras que quería discutir con el jefe–. En mis tiempos eso habría arruinado las aspiraciones de cualquier otra mujer.
En el rostro de Nick se dibujó lentamente una sonrisa. Apoyó una cadera en la mesa de conferencias, sintiendo la repentina necesidad de contarle a alguien su recién descubierta verdad.
–Estoy casado –declaró, clavando la mirada en el rostro de la secretaria, a la espera de ver reflejado el asombro.
La señorita Stern pasó una página y dijo con indiferencia:
–Mis más sinceras felicitaciones a ambos.
–Lo digo en serio –insistió Nick, frunciendo el entrecejo.
–¿Debo pasarle esta información a la señorita Avery? –le preguntó Eleanor con ironía–. Hoy ya ha llamado dos veces.
–Señorita Stern –insistió Nick con firmeza, y por primera vez en tantos años de relación estéril desde el punto de vista humano lamentó no haber trabado amistad con su secretaria–, me casé con Miley Bancroft hace once años. Va a venir aquí esta tarde.
Ella lo miró por encima de la montura de sus gafas.
–Tiene mesa reservada para dos esta noche en Renaldo. ¿Los acompañará la señorita Bancroft? ¿A usted y a la señorita Avery? De ser así, llamaré y pediré mesa para tres.
–He anulado la cita con... –empezó a decir Nick, pero se interrumpió y en su rostro apareció una expresión risueña–. ¿Me equivoco al detectar un matiz de censura en su voz?
–Se equivoca, señor Farrell. Usted dejó bien claro desde el principio que censurar sus actos no formaba parte de mi trabajo. Si recuerdo bien, declaró concretamente que no deseaba conocer mis opiniones personales ni que le trajera pastel el día de su cumpleaños. Solo pedía mis conocimientos y mi tiempo. Bueno. ¿Me necesita en la reunión para tomar notas?
Nick tuvo que reprimir una carcajada al comprender que a su secretaria todavía le dolía la observación que hizo el día que la contrató.
–Creo que es una buena idea que tome notas. Preste especial atención a cualquier cosa, importante o no, que la señorita Bancroft o su abogado aprueben. Mi intención es aferrarme a la menor concesión que hagan.
–Muy bien –musitó ella, y se volvió para marcharse.
La voz de Nick la detuvo antes de salir.
–¿Señorita Stern? –La mujer se volvió con gesto altivo. Tenía el lápiz y el bloc preparados–. ¿Tiene usted un nombre? –preguntó con tono burlón.
–¡Por supuesto! –replicó ella, mirándolo fijamente.
–¿Puedo usarlo?
–Claro. Pero dudo que Eleanor me siente mejor que Nicholas.
Nick abrió mucho los ojos ante el rostro inexpresivo con que su secretaria fue capaz de pronunciar aquellas palabras. Luego volvió a reprimir la risa, pues no sabía si la mujer hablaba en serio o bromeaba.
–¿No cree que usted y yo... podríamos relacionarnos de un modo algo menos formal? –preguntó él.
–Doy por sentado que se refiere a una relación más relajada, como suele darse entre jefe y secretaria.
–A eso me refiero.
Eleanor arqueó pensativamente una ceja, pero esta vez Nick advirtió el brillo de una sonrisa en sus labios.
–¿Tendré que traerle pastel el día de su cumpleaños?
–Es probable –respondió Nick con una sonrisa mansa.
–Tomaré nota de ello –aseguró Eleanor, y cuando en efecto empezó a escribir, Nick rompió a reír–. ¿Alguna otra cosa? –le preguntó la mujer, y por primera vez en once años le sonreía. La sonrisa surtió un efecto electrizante en su rostro.
–Hay algo más –añadió Nick–. Es muy importante y me gustaría que le prestara toda la atención del mundo.
–La tiene.
–¿Qué opina de esta sala de conferencias? ¿Le parece impresionante o solo ostentosa?
–Tengo la casi total certeza –contestó Eleanor con rostro imperturbable, después de contemplar el enorme recinto– de que la señorita Bancroft se quedará atónita de admiración.
Nick se sorprendió al ver que sin añadir palabra la señorita Stern le volvía la espalda y casi huía de allí. No obstante, él habría jurado que a su secretaria le temblaban los hombros.
Peter Vanderwild se paseaba nerviosamente por el despacho de la secretaria del jefe, esperando que la vieja foca saliera de la oficina de este y le diera permiso para entrar. Al verla surgir con inusual premura, Peter se preparó para sentirse como el colegial que ha faltado a clase y es convocado por el director.
–El señor Farrell desea verme –le dijo el joven, esforzándose por ocultar la agitación que le causaba la llamada urgente de Nick–. Me aseguró que se trataba de algo muy importante, pero no dijo de qué se trataba y por eso no he traído ninguna carpeta.
La señorita Stern habló con una voz extraña en ella, como estrangulada.
–No creo que necesite documento alguno, señor Vanderwild. Puede pasar.
Peter la miró con curiosidad y luego entró en el despacho del jefe. No habían pasado más de dos minutos cuando volvió a salir y, sumamente alterado, tropezó con una esquina de la mesa de Eleanor. Ella levantó la mirada y le preguntó:
–¿Pudo contestar la pregunta del señor Farrell sin necesidad de sacar papeles?
Peter necesitaba urgentemente que alguien lo tranquilizara, por lo que se arriesgó a sufrir el sarcasmo de la señorita Stern.
–Sí, pero... no estoy seguro de haber respondido bien. Señorita Stern –imploró–, ¿a usted qué le parece la sala de conferencias? ¿Impresionante u ostentosa?
–Impresionante –obtuvo por respuesta, y los hombros de Peter se relajaron de alivio.
–Eso es lo que dije yo.
–Ha sido la respuesta adecuada.
Peter la miró asombrado al advertir que ella lo observaba con divertida simpatía. Traumatizado por el descubrimiento de que bajo aquella máscara glacial se ocultaba un componente humano, el joven se preguntó si habría sido su propia rigidez la culpable de la falta de aprecio con que la señorita Stern lo había tratado hasta entonces.
Decidió que le compraría a Eleanor una caja de bombones como regalo de Navidad.
Stuart esperaba en el vestíbulo, portando un maletín. Pronto se presentó Miley.
–¡Estás maravillosa! –exclamó él al estrecharle la mano–. Perfecta, tranquila y sosegada.
Después de pensarlo durante una hora, Miley se había decidido por un vestido de lana de color amarillo, que contrastaba con el abrigo azul marino. Había leído en alguna parte que a los hombres el color amarillo les parecía agresivo sin llegar a ser hostil. Con la esperanza de reforzar esta presunta impresión, se había recogido el pelo en lugar de llevarlo suelto.
–Cuando te vea, Farrell nos dará todo lo que le pidamos –profetizó galantemente Stuart cuando se dirigían a los ascensores–. ¿Cómo podría resistirse?
La última vez que Nick la había visto estaba desnuda y en la cama con él, cosa que en ese momento la avergonzaba.
–Todo esto no me gusta nada –dijo con voz temblorosa, mientras entraban en el ascensor.
Apenas vio las puertas de metal, pues solo pensaba en el recuerdo de la risa y la conversación tranquila que había compartido con Nick en Edmunton. No es justo considerarlo un adversario, se recordó. Habían llorado juntos la muerte de su bebé; él había hecho lo posible por consolarla. Eso era lo que tenía que repetirse para combatir los nervios. Nick no era su adversario.
La recepcionista de la planta dieciséis se puso de pie cuando Stuart dio sus nombres.
–Síganme, por favor. El señor Farrell los está esperando. Los demás ya están aquí.
La pose estudiada de Miley sufrió un pequeño golpe cuando al entrar en el despacho de Nick no reconoció el lugar. La pared de un extremo había desaparecido, de modo que ahora el despacho daba abiertamente a una sala de conferencias del tamaño de una pista de tenis. A la mesa se hallaban sentados Nick y otros dos hombres, al parecer hablando de trivialidades. Él alzó la cabeza, la vio y, levantándose presuroso de la silla, se dirigió a ella con pasos largos y decididos. En su rostro se reflejaban la distensión y la simpatía. Vestía un espléndido traje azul oscuro que le sentaba a la perfección, camisa blanca y corbata de seda azul y marrón. De algún modo, aquel atuendo tan formal acentuó la inquietud de Miley.
–Permíteme que te ayude con el abrigo –se ofreció Nick, enojando a Stuart, que se quitó el suyo sin pronunciar palabra.
Demasiado nerviosa y tímida para mirarlo de frente, Miley le obedeció de forma instintiva, mientras se esforzaba por contener el temblor que le recorría el cuerpo, especialmente cuando al quitarle el abrigo los dedos de él le rozaron los hombros. Temiendo que Nick se hubiera dado cuenta, bajó la cabeza y miró sus guantes, que metió en su bolso azul. Entretanto, Stuart ya estaba en la mesa de conferencias y estrechaba las manos del bando contrario. Miley lo siguió, pero cuando su abogado se disponía a hacer las presentaciones, Nick empezó a actuar de un modo incongruente, como si aquello fuera una reunión social y él su anfitrión; una fiesta en honor de Miley.
–Miley –dijo él con una sonrisa y clavándole la mirada–, quisiera presentarte a Bill Pearson y a David Levinson.
Consciente de que Nick estaba a su lado en una actitud sutilmente posesiva y protectora, ella miró a los dos letrados y les tendió la mano. Ambos eran altos, casi tanto como Nick, y vestían de manera impecable, con trajes a medida. Emanaban un aire de elegante confianza en sí mismos, de superioridad. Comparado con ellos, Stuart parecía pequeño e insignificante, con su más bien escaso pelo castaño y sus viejas gafas de montura metálica, más propias de un estudiante. En realidad, pensó Miley nerviosamente cuando Stuart se presentó a Nick, su abogado parecía no solo superado en número, sino también desbordado en clase.
Como si hubiera intuido sus pensamientos, Nick dijo:
–Bill y Dave están aquí para velar por tus intereses tanto como por los míos.
Al oír esto, Stuart, que ya había iniciado el movimiento de sentarse, le lanzó a Miley una mirada burlona que era todo un poema. «No creas eso ni por un instante», parecían decir sus ojos, y Miley se sintió mucho más tranquila. Stuart podía ser más joven y menudo, menos distinguido, pero no iba a ser engañado ni superado por nadie.
Nick también advirtió la mirada del abogado de Miley pero la ignoró. Volviéndose hacia ella, que se disponía a sentarse, le puso una mano bajo el codo para impedir que lo hiciera. Empezaba a poner en práctica la primera fase de su plan.
–Cuando llegasteis habíamos decidido tomar algo –mintió a Miley que lo observaba confusa. Miró mordazmente a sus abogados–. ¿Qué desean tomar, caballeros?
–Whisky con agua –contestó enseguida Levinson, comprendiendo que se trataba de una orden y que debía beber algo aunque no le apeteciera. Apartó la carpeta que había estado a punto de abrir.
–Lo mismo –dijo Pearson, y se reclinó en el sillón como si tuviera todo el tiempo del mundo.
Nick se volvió hacia Stuart.
–¿Y usted?
–Perrier –respondió concisamente el abogado–. Con limón, si es posible.
–Naturalmente.
Nick miró a Miley, que negó con la cabeza.
–No quiero nada.
–Entonces, ¿querrás ayudarme a traer las bebidas? –le pidió Nick, decidido a hablar a solas con ella durante unos instantes–. Tengo entendido que estos tres hombres se han visto ya las caras con frecuencia. Seguro que encontrarán algo de qué hablar mientras nosotros preparamos las copas.
Tras insinuar de este modo a sus abogados que debían mantener ocupado a Stuart, agarró a Miley por el codo. Levinson se había lanzado ya a un animado diálogo en torno a un polémico proceso aparecido en la prensa. Pearson no dejaba de contribuir con sus observaciones, y ambos hombres hablaban en voz alta para darle a Nick la intimidad que este les había pedido con tanta astucia.
El bar era una superficie semicircular, hecha de listones verticales de cristal biselado. Como estaba situado en el hueco de una pared, Nick desapareció de la vista de los abogados cuando rodeó la barra. Miley se quedó al otro extremo, mirando fijamente los cristales como hipnotizada por los reflejos multicolores de la luz cuando se estrellaba contra ellos. Nick puso hielo en cinco vasos, después añadió whisky a tres de ellos y vodka a uno. Mirando el frigorífico que había a su lado, debajo de la barra, dijo como sin darle importancia:
–¿Te importaría sacar el Perrier?
Miley asintió en silencio y se dispuso a obedecer, aunque, como observó Nick, no sin recelo. La joven evitó mirarlo a la cara; sacó la botella de Perrier y un limón y depositó ambas cosas sobre la barra, después hizo ademán de volver a su sitio inicial.
–Miley –dijo Nick, al tiempo que posaba una mano sobre su brazo–. ¿Por qué no quieres mirarme?
Ella se sobresaltó al notar el contacto de la mano de Nick y apartó el brazo; pero lo miró, y al hacerlo, la tensión casi se desvaneció de su rostro elegante. Incluso logró esbozar una tímida sonrisa.
–No sé por qué –admitió–. De todos modos, me siento incómoda aquí y todo esto me resulta muy violento.
–Te lo mereces –bromeó él, tratando de que la conversación fuera distendida–. ¿Nadie te ha dicho que no está bien dejar a un hombre en la cama con una nota por toda explicación? Tu conducta lleva a ese hombre a preguntarse si todavía sientes algún respeto por él.
Ella ahogó una risita ante el acertado comentario de Nick, que sonrió.
–Fue una tontería –admitió Miley. Ninguno de los dos cayó en la cuenta de que era increíble que la conversación fluyese siempre con tanta facilidad entre ellos, aunque las circunstancias no lo aconsejaran y aunque no se hubieran visto en mucho tiempo–. No puedo explicarte por qué lo hice. La verdad es que no me entiendo ni a mí misma.
–Yo sí creo entenderlo. Toma, bebe esto. –Le tendió el vaso de vodka con hielo que le había preparado. Ella hizo un gesto de rechazo y Nick insistió–: Te ayudará a soportar esta reunión. –Esperó a que ella hubiera bebido un sorbo y luego empezó a contarle por qué la había citado allí.
–Ahora quisiera pedirte un favor.
Miley percibió la repentina seriedad de su voz y clavó en él una mirada escrutadora.
–¿Qué clase de favor?
–¿Te acuerdas que en mi casa me pediste una tregua?
Miley asintió, recordando con punzante claridad cómo se había sentado a su lado en la cama y entrelazado las manos en señal de paz.
–Ahora soy yo quien te pide una pequeña tregua, un alto el fuego. Solo desde el momento en que mis abogados empiecen a hablar hasta que salgas de esta sala.
Un sentimiento de alarma se apoderó de Miley . Lentamente dejó el vaso sobre el mostrador y observó con cautela las inescrutables facciones de Nick.
–No te entiendo.
–Te pido que escuches los términos de mi oferta y que recuerdes que no importa que por... –Hizo una pausa, intentando encontrar la palabra exacta, aquella que describiera el estado anímico de Miley cuando escuchara su oferta (¿enfurecedora, ultrajante, obscena?)––. No importa que por extrañas que puedan parecerte mis condiciones, hago lo que con toda honestidad creo que es mejor para los dos. Mis abogados te expondrán mis alternativas legales si rehúsas mi oferta, y al principio te sentirás acorralada, pero te pido que no te levantes y abandones la sala ni que nos mandes al diablo. Por furiosa que te sientas, no hagas ninguna de estas dos cosas. Finalmente, te ruego que me concedas cinco minutos, tiempo que utilizaré para intentar convencerte de que aceptes mis condiciones. Si no lo logro, eres libre de mandarme al diablo y marcharte de aquí. ¿Estás de acuerdo?
La alarma de Miley se convirtió en pánico, aunque en realidad Nick solo le estaba pidiendo que se quedara allí durante una hora más o menos.
–Yo accedí a tus condiciones –le recordó él–. ¿Es pedir demasiado que tú accedas ahora a las mías?
Incapaz de resistirse a la fuerza de este argumento, Miley meneó la cabeza con lentitud.
–Supongo que no. Está bien, acepto. Tregua.
Vio con sorpresa cómo Nick le tendía la mano del mismo modo que ella lo había hecho en su casa. Su corazón dio un brinco cuando depositó su mano en la de él y Nick cerró los dedos en un estrecho apretón.
–Gracias –susurró.
Miley recordó que ella había pronunciado la misma palabra. Asombrada al comprender que aquel momento, en casa de Nick, había sido conmovedor también para él, intentó sonreírle mientras le devolvía la respuesta que recibiera en Edmunton.
–De nada.
Consciente de la estratagema urdida por Farrell para quedarse a solas con Miley , Stuart permitió que los otros abogados siguieran hablando del polémico proceso de la prensa. Calculó el tiempo necesario para preparar cinco copas y cuando hubo pasado, hizo girar su sillón, situándose sin contemplaciones de espaldas a Bill y Levinson. Además, con todo descaro estiró el cuello para mirar a los ocupantes del bar. Esperaba ver a Farrell acosando a Miley y se llevó un buen desengaño. Lo que vio fue a una pareja de perfil y en una postura tan desconcertante que se quedó momentáneamente desorientado. Lejos de intentar acosarla, Farrell le tendía la mano y la miraba con una sonrisa... que Stuart interpretó como... tierna. Por su parte, Miley, que casi siempre guardaba la compostura, estrechó la mano de Nick mirándolo con una expresión desconocida en ella. Era una vulnerable expresión de cariño, se dijo el abogado.
Apartó la mirada y se volvió hacia sus colegas. Al cabo de un minuto, Farrell y Miley trajeron las bebidas sin que Stuart aún tuviera una explicación verosímil para el comportamiento de ambos.
Después de que Farrell acompañara a Miley a su sitio, Pearson rompió el fuego.
–¿Empezamos, Nick?
La ubicación de cada uno en la mesa llamó la atención de Stuart desde el principio. Pearson y no Farrell, como habría sido lo normal, ocupaba la cabecera. Inmediatamente a la izquierda de Pearson se sentaba Miley y a su lado, Stuart. A la derecha, Levinson, que así tenía enfrente a Miley . Nick, por su parte, se sentó al lado de Levinson. Siempre observador, siempre atento a los detalles más pequeños, Stuart se preguntó si Farrell había situado a Pearson a la cabecera de la mesa para que este pareciera responsable, a los ojos de Miley de lo que ella estaba a punto de oír. O bien, pensó también Stuart, quizá Nick, que en aquel momento se reclinaba en el sillón y cruzaba las piernas, deseaba observar atentamente las reacciones de Miley durante la reunión, lo cual le habría resultado imposible de hacer con el mismo descaro de haber ocupado la cabecera de la mesa.
Instantes después Pearson empezó a hablar, y sus palabras fueron tan inesperadas o incongruentes que Stuart frunció el entrecejo en un gesto de cautelosa sorpresa.
–Aquí hay mucho que considerar –comenzó Pearson dirigiéndose a Stuart, que de inmediato adivinó que su colega pretendía causar un impacto emocional en Miley–. Aquí tenemos a una pareja que hace once años hizo solemnes votos matrimoniales. Ambos sabían entonces que el matrimonio es un estado al que no se accede a la ligera o...
Stuart le interrumpió, entre divertido y enojado.
–Bill, no nos recites toda la ceremonia matrimonial. Ya pasaron por ahí hace once años, y por eso estamos ahora aquí. –Se volvió hacia Nick, que manoseaba distraídamente su pluma de oro–. Mi cliente no está interesada en la opinión de su abogado sobre el estado de cosas. ¿Qué quiere usted y qué ofrece a cambio? Vayamos al grano.
En lugar de reaccionar con enojo ante la deliberada provocación de Stuart, Nick le hizo un breve gesto a Pearson de que obedeciera al abogado de Miley.
–Muy bien –añadió Pearson, olvidando su papel de mediador amable–. La situación es la siguiente: tenemos muchas razones para entablar una querella criminal contra el padre de tu cliente, Stuart. Como resultado de la irresponsable interferencia de Philip Bancroft, nuestro cliente se vio privado del derecho de asistir al funeral de su hijo, privado de su derecho de consolar y ser consolado por su esposa después de la muerte del bebé de ambos. Más aún, fue inducido a creer, erróneamente, que su esposa deseaba divorciarse de él. En resumen, se vio privado de once años de matrimonio. El señor Bancroft, no contento con eso, interfirió en los negocios de nuestro cliente al tratar de influir de manera ilegal en las decisiones de la comisión recalificadora de Southville. Son asuntos que, naturalmente, podríamos dilucidar ante los tribunales...
Stuart observó a Farrell, que miraba a Miley . Por su parte, esta tenía la vista clavada en Pearson, y estaba muy pálida, furioso por verla soportar ese trance inesperado, Stuart se dirigió con desdén a Pearson:
–Si todo casado que tiene un suegro entrometido le llevara a los tribunales, estos estarían colapsados. Te sacarían de la sala a carcajadas.
Pearson arqueó las celas y lo miró en actitud retadora.
–Lo dudo. La interferencia de Bancroft fue extremadamente malévola. Cualquier jurado dictaminaría contra Bancroft por lo que, en mi opinión, fueron actos indefendibles. Actos de una sorprendente maldad. Y eso antes de que empecemos a abordar la intervención de Bancroft en el caso de la comisión recalificadora de Southville –agregó, y levantó una mano para silenciar la protesta de Stuart–. Además, ganemos o no ante el tribunal de justicia, el mero hecho de presentar estas querellas levantaría tal tormenta pública... Creo que la salud del señor Bancroft no podría soportar tan desagradable publicidad de sus actos. Hasta es posible que la misma firma Bancroft & Company se resintiera.
Paraíso Robado - Cap: 50
–Buenos días –la saludó Phyllis el lunes por la mañana. Pero cuando Miley pasó junto a ella en silencio, dos horas más tarde que de costumbre, en la expresión de la secretaria apareció un reflejo de preocupación–. ¿Algo va mal? –preguntó al tiempo que se levantaba de su nuevo escritorio y seguía a Miley al interior del despacho presidencial. La señorita Pauley, que durante veinte años había sido secretaria de Philip Bancroft, había decidido tomarse unas largas y bien merecidas vacaciones mientras el jefe estuviera ausente.Miley se sentó a su escritorio, se acodó sobre la mesa y se masajeó las sienes. Todo iba mal.
–Nada realmente –mintió–. Tengo un poco de dolor de cabeza. ¿Hay llamadas telefónicas?
–Un montón –contestó Phyllis–. Voy a buscar la lista y de paso te traeré café. Creo que te hace falta.Miley la siguió con la mirada y luego se reclinó en el sillón, con la sensación de haber envejecido cien años desde que el viernes saliera de esa oficina. Aparte de haber vivido el fin de semana más catastrófico, se las había arreglado para demoler su orgullo al acostarse con Nick; había traicionado a su prometido y, aun peor, había huido de Nick dejándole una nota. La culpa y la vergüenza la habían atormentado durante todo el viaje de vuelta, que hizo acompañada por un policía loco de Indiana que la siguió desde Edmunton a Chicago, aminorando la marcha cuando ella también lo hacía, acelerando cuando ella aceleraba y no alejándose hasta casi llegar al edificio en que ella vivía. Cuando por fin entró en su apartamento, se sentía avergonzada y llena de temor; y eso fue antes de poner en marcha el contestador automático y escuchar los mensajes de Parker.
Parker había llamado el viernes por la noche para decirle que la quería y necesitaba oír el sonido de su voz. El mensaje del sábado por la mañana delataba cierta incertidumbre debida al silencio de Miley. Por la noche, Parker dejó un mensaje lleno de preocupación, preguntando si Philip había enfermado en el crucero. En el mensaje del domingo por la mañana aseguraba que estaba muy alarmado y que iba a llamar a Demi. Por desgracia, Demi le había explicado lo sucedido con Nick, añadiendo que Miley había ido a la casa de la familia de él, en Edmunton, con el fin de sacarlo de su error y aclararlo todo. Parker volvió a llamar el domingo por la noche y sus primeras palabras estaban llenas de ira.
«¡Llámame, maldita sea! Quiero creer que tienes una buena razón para pasar el fin de semana con Farrell, si eso es lo que has hecho, pero se me están agotando las excusas. –Miley soportó esta andanada mejor que las palabras siguientes de Parker, llenas de confusión y ternura–. Cariño, ¿dónde estás realmente? Sé que no estás con Farrell. Lamento lo que dije, mi imaginación me está jugando malas pasadas. ¿Está de acuerdo con el divorcio? ¿Te ha asesinado? Estoy terriblemente preocupado por ti.»Miley cerró los ojos, intentando desterrar la sensación de catástrofe inminente para poder así seguir adelante con el trabajo. La nota que le dejó a Nick había sido cobarde e infantil, y no podía comprender por qué había sido incapaz de quedarse allí hasta que él despertara y entonces despedirse de una manera civilizada, como una persona adulta y madura. Cada vez que se acercaba a Nicholas Farrell hacía y decía cosas insólitas bajo circunstancias normales. ¡Cosas est/úpidas, erróneas, peligrosas! En menos de dos días a su lado había arrojado por la borda todos sus escrúpulos, olvidando lo que más le importaba: mantener los principios y la decencia. En lugar de eso se había acostado con un hombre al que no amaba y había traicionado a Parker. Su conciencia estaba en plena ebullición.
Pensó en cómo había reaccionado en la cama, con Nick. La sangre afluyó a sus mejillas. A los dieciocho años la impresionaba que Nick pareciera conocer todos los puntos sensibles de su cuerpo, las palabras justas para arrojarla a un deseo frenético e irreprimible. Descubrir ahora, a los veintinueve, que aquel hombre seguía ejerciendo el mismo poder sobre ella la llenaba de desesperada vergüenza. El día anterior le había implorado que la poseyera, cuando con su propio novio era tan pudorosa en la cama.Miley se detuvo en seco. Aquellos pensamientos no le hacían justicia a Nick ni a ella misma. Las cosas que contó el día anterior habían producido en él un profundo impacto. Se habían acostado juntos como un modo de... consolarse mutuamente. Nick no utilizó la historia como un pretexto para llevársela a la cama, o al menos, pensó Miley con nerviosismo, no lo parecía.
Advirtió, alarmada y frustrada, que de nuevo estaba distorsionando el asunto y concentrándose en datos falsos. Sentarse allí, a punto de llorar de remordimiento y obsesionada con algo tan est/úpido como la destreza sexual de Nick, era contraproducente. Necesitaba emprender una acción, hacer algo para desterrar ese extraño pánico sin nombre que crecía en su interior desde el momento en que abandonara la cama de Nick. A las cuatro de la madrugada había llegado a ciertas conclusiones y alcanzado una decisión. Tenía que dejar de pensar en los problemas y poner manos a la obra.
–He tenido que esperar a que se hiciera el café –comentó Phyllis mientras se acercaba al escritorio de Miley . Llevaba una humeante taza en una mano y un puñado de tiras de papel rosado en la otra–. Aquí tienes los mensajes. No olvides que has cambiado el horario de la reunión de los ejecutivos para esta mañana a las once.Miley trató de no parecer tan acorralada y triste como en realidad se sentía.
–Está bien, gracias. ¿Quieres ponerme con Stuart Whitmore? Y trata de localizar a Parker en su hotel, en Ginebra. Si no está, deja un mensaje.
–¿Qué hago primero? –le preguntó Phyllis con su alegre eficiencia.
–Llamar a Whitmore. –En efecto, lo primero que se había propuesto hacer era comunicar su decisión a Stuart. Después hablaría con Parker y trataría de explicárselo todo. Explicar ¿qué?, se preguntó miserablemente.
Intentando pensar en algo menos desagradable empezó a revisar las llamadas telefónicas, sin conseguir concentrarse a fondo en lo que hacía. Pero cuando iba por la mitad el corazón le dio un vuelco. Según uno de los mensajes, el señor Farrell había llamado a las nueve y diez minutos.
El zumbido del intercomunicador arrancó a Miley de la absorta contemplación del mensaje de Nick. Vio que ambos botones de sus líneas telefónicas estaban encendidos.
–Tengo al señor Whitmore en la línea uno –anunció Phyllis cuando Miley contestó la llamada–, y al señor Farrell en la línea dos. Dice que es urgente.
A Miley se le aceleró el pulso.
–Phyllis –repuso con voz temblorosa–, no quiero hablar con Nick Farrell. ¿Quieres decirle que en lo sucesivo nos comunicaremos por medio de nuestros respectivos abogados? Infórmale también de que estaré fuera de la ciudad durante un par de semanas. Sé cortés con él –concluyó–, pero también firme. –Se notaba el nerviosismo en su voz.
–Comprendo.
Cuando Miley observó que la luz intermitente de la línea dos no se apagaba, empezaron a temblarle las manos. Phyllis le estaba dando el mensaje a Nick. Estuvo a punto de levantar el auricular, pensando que debía hablar con él para saber qué quería. Retiró la mano del teléfono. ¡Qué importaba! Tan pronto como Stuart le dijera dónde podía obtener un divorcio por la vía más rápida, se divorciaría y al demonio con Nick y sus pretensiones. Miley había llegado a la conclusión de la necesidad de un divorcio fulminante a primeras horas de la madrugada, después de haberlo pensado mucho.
Ahora que entre ella y Nick ya no había enemistad, sabía que él no llevaría a la práctica las amenazas que profirió en el coche el día que salieron a comer. Todo eso era historia pasada.
Se apagó la luz en la línea dos y Miley no pudo resistir la tensión. Llamó a Phyllis por el intercomunicador y le ordenó que fuera a su despacho.
–¿Qué te ha dicho?
Phyllis tuvo que reprimir una sonrisa de desconcierto ante el evidente nerviosismo de su jefa y amiga.
–Que lo comprende.
–¿Eso es todo?
–Después preguntó si tu viaje es repentino e imprevisto, y le contesté que sí. ¿Hice bien?
–No lo sé –contestó Miley, desorientada–. ¿Hizo algún comentario cuando dijiste que mi viaje era repentino?
–No exactamente.
–¿Qué quieres decir con eso?
–Se echó a reír, aunque con disimulo. Lo que llamanamos una risita ahogada. Después me dio las gracias y se despidió.
Por alguna razón que no acertaba a desentrañar, la reacción de Nick causó a Miley una aguda inquietud.
–¿Nada, nada más? –insistió al ver que Phyllis no se movía del umbral.
–Me estaba preguntando –añadió la secretaria con voz queda–, quiero decir... ¿crees que ha salido de veras con Michelle Pfeiffer y Meg Ryan, o eso son inventos de las revistas de cine?
–Seguro que ha salido con ellas –respondió Miley, luchando por mantener la expresión serena.
Phyllis señaló con la cabeza el teléfono.
–¿Has olvidado que Stuart Whitmore espera en la línea uno?
Horrorizada, Miley tomó el teléfono al tiempo que le pedía a Phyllis que cerrara la puerta.
–Stuart, siento haberte hecho esperar –empezó disculpándose. Se pasó una mano nerviosa por la frente para arreglarse el pelo–. No he empezado el día con buen pie.
Stuart parecía divertido.
–No es mi caso. Una mañana fascinante, gracias a ti.
–¿Qué quieres decir?
–Quiero decir que de pronto los abogados de Farrell quieren parlamentar. David Levinson me llamó esta mañana a las nueve y media, tan lleno de buena voluntad que uno creería que ese arrogante hijo de pu/ta ha tenido una profunda experiencia religiosa durante el fin de semana.
–¿Qué te ha dicho exactamente? –inquirió Miley con el corazón latiéndole con fuerza.
–Bueno, primero me dio una conferencia sobre la santidad del matrimonio, sobre todo entre católicos. Miley , deberías haber oído el tono piadoso de su voz. –Stuart sofocó una risa–. Levinson, un judío ortodoxo, anda por su cuarto matrimonio y por la sexta amante. ¡Dios, no podía creer tanta hipocresía!
–¿Qué le dijiste?
–Le dije que era un caradura –contestó Stuart, y luego abandonó el intento de que Miley viera el lado cómico de la situación, porque era evidente que no podía–. Está bien, olvidemos eso. Según Levinson, su cliente está dispuesto, así de repente, a concederte el divorcio de manera rápida, lo que me parece extraño. Lo extraño siempre me pone nervioso, ¿sabes?
–No es tan extraño –puntualizó Miley , tratando de ignorar el pensamiento irracional pero doloroso de que Nick la dejaba tirada en la cuneta después de haberse acostado con ella. Se dijo que él estaba haciendo lo correcto al poner fin a las hostilidades de inmediato–. Estuve con Nick este fin de semana y hablamos.
–¿De qué? –Al verla vacilar, añadió–: A tu abogado debes decírselo todo. Levinson se muestra de pronto ansioso de un encuentro y eso me pone en guardia en todo sentido. Huelo una emboscada.Miley comprendió que no era justo ni inteligente ocultar a Stuart casi todo lo sucedido durante el fin de semana. Empezó a explicarle su descubrimiento de que Nick había comprado el terreno de Houston y de ahí pasó a la confrontación con Patrick Farrell.
–Nick estaba demasiado enfermo para escucharme cuando llegué a su casa de Edmunton, pero ayer le conté la verdad y me creyó. –No completó la historia, y evitó decirle que se había acostado con Nick. Nadie tenía derecho a saberlo, excepto quizá Parker.
Cuando terminó de hablar, Stuart permaneció en silencio durante tanto tiempo que Miley temió que hubiera adivinado la verdad; pero cuando por fin oyó la voz de su abogado, se desvaneció su sospecha.
–Al parecer Farrell controla mejor su temperamento de lo que yo controlo el mío. En su lugar, estaría buscando a tu padre para matarlo a tiros.Miley, que se reservaba el derecho de atacar a su padre para cuando regresase del crucero, pareció no oír la observación de Stuart.
–En mi opinión Nick se muestra conciliador por lo que acabo de contarte.
–Se muestra más que conciliador –replicó Stuart con cierta ironía–. Según Levinson, Farrell está muy preocupado por tu bienestar. Quiere llegar a un acuerdo económico contigo. También se muestra dispuesto a venderte el terreno de Houston en condiciones favorables para ti. Claro que cuando Levinson me lo dijo yo no sabía de qué me estaba hablando.
–Ni quiero ni tengo derecho a un acuerdo económico con Nick –repuso Miley con firmeza–. Y si está dispuesto a venderme el terreno de Houston, mejor, pero no veo la necesidad de una reunión con sus abogados. He decidido ir a Reno o a cualquier otra parte para obtener el divorcio de inmediato. Por eso te llamaba, para que me dijeras adónde me conviene ir para que sea rápido y, por supuesto, legal.
–Ni hablar de eso –repuso Stuart lisa y llanamente–. Si intentas algo así, Farrell retirará su oferta.
–¿Qué te hace pensar eso? –exclamó Miley. Empezaba a sentir que un cerco fatal se cerraba alrededor de ella.
–Levinson lo ha dejado bien claro. Parece que su cliente quiere que la cosa se haga de manera apropiada o que no se haga. Si te niegas a ver mañana a Farrell o intentas un divorcio rápido, su oferta con respecto al terreno de Houston se cancela definitivamente. Levinson me ha dado a entender que si no cumples con estas dos condiciones su cliente lo interpretará como prueba de mala voluntad de tu parte. –Stuart concluyó con voz irónica–: Me inquieta descubrir que la fama de fría crueldad de Farrell solo es una coraza para ocultar sus buenos sentimientos. ¿No crees?Miley se hundió en el sillón. Por un momento, la distrajo el paso de un grupo del comité ejecutivo que por su despacho se dirigían a la sala de conferencias anexa.
–No sé qué pensar –admitió–. He juzgado a Nick tan duramente tanto tiempo que no sé con certeza qué clase de persona es.
–Está bien –declaró Stuart con tono alegre–. Mañana a las cuatro lo sabremos. Farrell quiere que la reunión se celebre en su despacho. Estaréis vosotros dos, sus abogados y yo. Puedo cancelar una cita. ¿Nos vemos allí o quieres que pase a buscarte?
–¡No! No quiero ir. Puedes representarme.
–Ni hablar. Tienes que ir. Según Levinson, su cliente se muestra inflexible con respecto al lugar, la hora y los asistentes. La inflexibilidad –añadió Stuart, volviendo a su tono irónico– es un rasgo muy extraño para un hombre tan benévolo y generoso como los abogados de Farrell nos quieren hacer creer que es.
Acorralada, Miley miró su reloj. Era la hora de la reunión. Se resistía a perder el terreno de Houston, sobre todo ahora que Nick estaba dispuesto a vendérselo. Pero también prefería evitar la tensión emocional que suponía tener que tratar con él cara a cara.
–Aunque obtengas el divorcio en Reno –prosiguió Stuart, puesto que Miley permanecía en silencio–, después tendrás que solucionar el problema de los bienes. Aquí hay un enredo de once años que puede ser aclarado con facilidad si Farrell colabora, pero si no acabará inevitablemente en los tribunales.
–¡Cielos, qué lío! –masculló Miley sin fuerzas–. Está bien, te veré en el vestíbulo de Intercorp a las cuatro. Prefiero no tener que subir sola.
–Lo entiendo –contestó Stuart amablemente–. Hasta mañana. Mientras tanto no pienses en el asunto.Miley intentó seguir su consejo al sentarse en la silla presidencial de la sala de conferencias.
–Buenos días –dijo con una sonrisa tan viva como artificial–. Mark, ¿quieres empezar tú? ¿Hay algún problema en el departamento de seguridad?
–Uno bien gordo –respondió Mark–. Hace solo cinco minutos se ha producido una amenaza de bomba en nuestra sucursal de Nueva Orleans. Están sacando a la gente y la brigada antiexplosivos se dirige hacia allí.
Todos los presentes prestaron gran atención.
–¿Por qué no se me notificó? –quiso saber Miley.
–Tus dos líneas estaban ocupadas, así que el gerente siguió el procedimiento habitual y me llamó a mí.
–Pero tengo una línea directa.
–Lo sé, y también lo sabe Michaelson. Por desgracia se dejó llevar por el pánico y no encontró tu número.
A las cinco y media de la tarde, después de un día de fuerte tensión e impotente espera, Miley recibió por fin la ansiada noticia. La brigada antiexplosivos de Nueva Orleans no había encontrado rastros de explosivos en los grandes almacenes y se disponían a desmantelar la barrera erigida en torno al edificio. Esta era la buena noticia, pero había una mala: el establecimiento había perdido un día de ventas en el periodo más activo del año.
Relajada por el alivio y el cansancio, Miley se lo notificó a Mark Braden y luego llenó el portafolios de documentos para seguir trabajando en su casa. Parker aún no había vuelto a llamar, pero ella sabía que lo haría en cuanto recibiera su mensaje.
Ya en su apartamento, arrojó en un sillón el abrigo, los guantes y el portafolios y se encaminó al contestador automático, porque Parker podría haber llamado. Pero la luz roja no estaba encendida. La señora Ellis había estado allí y había dejado una nota al lado del teléfono, en que la informaba de que había hecho la compra semanal en lugar del miércoles, pues ese día tenía que ir al médico.
El prolongado silencio de Parker inquietaba cada vez más a Miley . En el dormitorio empezó a temer que su novio podía hallarse en esos momentos en un hospital suizo, o aun peor, calmando sus heridas amorosas con otra mujer, bailando en alguna sala de fiestas de Ginebra... Deja de pensar en eso, deja de pensar en eso, se repitió. La mera proximidad de Nick Farrell le hacía temer un desastre. Era una tontería y lo sabía, pero dadas sus experiencias del pasado con Nick, no del todo descabellada.
Ya se había duchado y se estaba remetiendo una camisa de seda en los pantalones, cuando oyó una fuerte llamada a la puerta. Se volvió en redondo, sorprendida. Quienquiera que fuese debía de tener una llave de la puerta de seguridad del vestíbulo del edificio. Como Parker estaba en Suiza, supuso que sería la señora Ellis.
–¿Ha olvidado algo, señora...? –empezó a decir al tiempo que abría la puerta, pero antes de terminar la pregunta vio a Parker y se quedó atónita.
–Me pregunto si has olvidado algo –dijo su novio con acritud. Tenía mala cara.
–¿Qué?
–Como por ejemplo que estás comprometida –la interrumpió Parker.
Abrumada por el remordimiento, Miley se echó en sus brazos y observó que Parker vacilaba antes de abrazarla.
–No lo olvidé –aseguró ella, besándolo en la mejilla–. Lo siento mucho –se disculpó haciéndolo pasar. Esperaba que Parker se quitara el abrigo, pero él se quedó mirándola con expresión fría y vacilante.
–¿Qué es lo que sientes, Miley? –preguntó por fin.
–Haberte preocupado tanto como para hacerte regresar de Suiza antes de lo previsto. ¿No recibiste el mensaje que te envíe esta mañana al hotel? Te lo mandé a las diez y media.
Parker pareció relajarse al oír su explicación, pero el cansancio y el abatimiento no desaparecieron de su rostro. Miley nunca lo había visto así.
–No lo recibí. Sírveme algo, por favor. –Se quitó el abrigo–. Cualquier cosa, con tal que sea fuerte.Miley asintió, aunque vacilante. Preocupada, observó los surcos que el estrés y el agotamiento habían trazado en el rostro atractivo de su novio.
–No puedo creer que hayas vuelto antes por no haber podido hablar conmigo.
–Es una razón. Pero hay otra.Miley inclinó la cabeza e inquirió:
–¿Qué otra?
–Morton Simonson se presentará mañana en convocatoria de acreedores. Anoche recibí la noticia en Ginebra.Miley no parecía estar muy convencida de que Parker hubiera adelantado su regreso porque un fabricante de zapatos estuviese a punto de hacer suspensión de pagos, y así se lo dijo.
–A ese fabricante le hemos prestado más de cien millones de dólares –declaró Parker–. Si su negocio anda mal, vamos a perder la mayor parte de esa suma. Y como también parece que voy a perder a mi novia –añadió– decidí volver por si puedo salvar al menos una de las dos cosas. Si salvo las dos, tanto mejor.
A pesar del aplomo que Miley quiso exhibir, ahora comprendía la gravedad de la situación y se sentía muy mal por haber aumentado las preocupaciones de Parker.
–Nunca has estado a punto de perderme –dijo apenada.
–¿Por qué diablos no contestaste mis llamadas? ¿Dónde estabas? ¿Qué ha pasado con Farrell? Lisa me contó lo ocurrido entre tú y el padre de Nick. También me dijo que el viernes por la noche te fuiste a Indiana en busca de Farrell, para contarle la verdad y conseguir que te diera el divorcio.
–Le conté la verdad –susurró Miley al tiempo que le servía la bebida–, y accede al divorcio. Stuart Withmore y yo vamos a reunirnos con Nick y sus abogados mañana.
Parker hizo un gesto de asentimiento y observó a su novia en silencio y especulativamente. Su siguiente pregunta fue la que ella temía... y esperaba.
–¿Pasaste con él todo el fin de semana?
–Sí. Nick estaba demasiado enfermo para escucharme el viernes por la noche. –Recordó que Parker no sabía que Nick había adquirido el terreno de Houston en represalia por la negativa de recalificación de Southville. Miley se lo contó. Después le explicó por qué sintió la necesidad de que Nick accediera a una tregua antes de conocer el triste final de su embarazo.
Cuando terminó de hablar, se quedó con la mirada fija en sus manos, sintiéndose culpable por la parte de la historia que había ocultado a su novio. No sabía si confesar sería un modo egoísta de sacarse el peso de encima o si era lo que tenía que hacer desde el punto de vista moral. Si se trataba de una cuestión ética, y ella se inclinaba a creer que sí, ese no era el momento adecuado para confesar, porque Parker ya tenía bastante con el asunto Simonson.
Todavía dudaba cuando el banquero interrumpió sus cavilaciones.
–Farrell debe de haberse puesto furioso al enterarse de que el malo de la película es tu padre.
–No –contestó Miley , recordando la pena desgarradora y el remordimiento que aparecieron en el rostro de Nick–. En estos momentos es probable que esté muy furioso con mi padre, pero no lo estuvo entonces. Me eché a llorar al contarle lo del funeral de Elizabeth, y creo que Nick también hacía lo posible por contener el llanto. No era momento para la ira, de algún modo no tenía cabida después de deshacer el equívoco.
–No, supongo que no. –Estaba sentado en posición ligeramente inclinada, con los antebrazos en las piernas y el vaso entre las rodillas, observándola. Desvió la mirada y empezó a girar el vaso entre las manos. Apretó los dientes. En aquel momento de prolongado silencio Miley supo... que Parker daba por sentado que ella se había acostado con Nick. En el mejor de los casos, se lo estaba preguntando.
–Parker –dijo ella con voz temblorosa, a punto de confesar–, si te estás preguntando si Nick y yo...
–¡No me digas que te acostaste con él, Miley ! Miénteme si lo prefieres y luego hazme tragar la mentira, pero no me digas que te has acostado con él. No podría resistirlo.
La había juzgado y le había impuesto un castigo. Para Miley deseosa de decir la verdad y obtener su perdón algún día, aquello era una verdadera sentencia. Parker esperó un momento para cambiar de tema. Después dejó el vaso encima de la mesa, se acercó a Miley la abrazó y le levantó la barbilla al tiempo que esbozaba una sonrisa que alegrara los ensombrecidos ojos de la joven.
–Por lo que me has contado, parece que Farrell está dispuesto a comportarse de un modo razonablemente honesto. ¿No es eso lo que has sacado en limpio de tu conversación telefónica con Stuart?
–Parece que sí –confirmó Miley, tratando también de sonreír.
Parker la besó en la frente.
–Entonces el asunto está casi superado. Mañana por la noche brindaremos por el éxito de tus negociaciones con Farrell y quizá incluso por la compra de ese terreno de Houston que tanto quieres.
–Sí...
Parker recuperó su aire taciturno y Miley comprendió hasta qué punto estaba preocupado por la situación del banco.
–Quizá tenga que buscarte otro prestamista para ese terreno de Houston, incluso para el edificio. Morton Simonson es el tercer gran cliente que se ha presentado en convocatoria en los últimos seis meses. Si no nos pagan, no podemos prestar dinero, a menos que recurramos al banco central, con el que ya estamos endeudados hasta las cejas.
–No sabía que tenías otros dos grandes deudores fallidos.
–La situación de la economía me asusta mucho. No importa –añadió poniéndose de pie y levantándola también a ella. Volvió a sonreír para tranquilizarla–. El banco no caerá. En realidad, estamos en mejor situación que la mayoría de nuestros competidores. Sin embargo, ¿podrías hacerme un favor? –le preguntó a Miley medio en broma.
–Lo que quieras –dijo ella sin dudarlo.
Él la rodeó con sus brazos para darle un beso de despedida e inquirió:
–¿Puedes hacer que Bancroft siga pagando puntualmente los préstamos que le ha hecho mi banco?
–Claro que sí –le respondió Miley sonriéndole tiernamente. Entonces Parker la besó. Fue un beso largo y suave, que Miley devolvió con más fervor que nunca. Cuando Parker se marchó, ella se negó a comparar ese beso con los de Nick. Estos últimos eran apasionados; los de su novio, estaban llenos de amor.
Paraíso Robado - Cap: 49
Nick cerró los ojos, lleno de admiración por todo lo que ella era y por todo lo que le había hecho desear ser. Hacía once años que le habían robado el cielo y ahora lo encontraba de nuevo. Esta vez haría lo que fuera necesario para conservarlo. Antes no tenía nada que ofrecerle, excepto a sí mismo. Ahora podía darle el mundo... incluido él mismo.
Sintió que la respiración de Miley se normalizaba y se hacía cada vez más débil. Se estaba durmiendo. Nick sonrió, un poco avergonzado por su falta de control, que a ambos los había dejado exhaustos tan pronto. Le permitiría dormir durante una hora, él mismo dormiría también un poco, y luego volvería a hacerle el amor de manera más adecuada y concienzuda. Después hablarían. Tendrían que hacer planes. Aunque sospechaba que Miley se resistiría a romper su noviazgo solo a causa de lo que acababa de ocurrir, Nick sabía que podría convencerla de una sencilla verdad. Habían nacido para estar juntos. Estaban hechos el uno para el otro...
Arrancado de su sueño por un ruido en la casa, Nick abrió los ojos y miró algo confuso el espacio vacío a su lado. El cuarto estaba en penumbra y cambió de postura para mirar de reojo su reloj. Eran casi las seis. Se apoyó en un codo, sorprendido porque había dormido casi tres horas. Se quedó inmóvil un momento, escuchando, tratando de pensar dónde estaría Miley Pero el primer sonido que oyó fue el más inesperado de todos. Provenía de fuera y era el motor de un vehículo.
Durante un instante de bendita ignorancia decidió que Miley preocupada por quedarse sin batería en el frío, había salido. Nick saltó de la cama y se peinó con la mano al tiempo que se dirigía a la ventana. Descorrió la cortina e intentó abrir la ventana para gritarle que él se encargaría del coche. Pero entonces vio las luces del BMW, que se alejaba hacia la carretera principal.
Se quedó tan asombrado que su primera reacción fue de miedo, porque Miley iba demasiado rápido. Y de pronto comprendió. ¡Se había marchado! Al principio su mente fue incapaz de asimilar el golpe. ¡Ella había saltado de la cama para desvanecerse en la noche! Maldiciendo en silencio, Nick encendió la luz, se puso los pantalones y se quedó de pie con las manos en las caderas, la mirada clavada en la cama vacía, como embobado. No podía creer que Miley huyera como si hubieran hecho algo de lo que se avergonzara y a lo que no pudiera enfrentarse a la luz del día.
Entonces vio la nota sobre la mesita de noche. Miley había escrito algo en una hoja de su libreta. Nick la cogió de un manotazo, con la loca esperanza de que hubiera escrito que se alejaba solo para ir de compras o algo así. Leyó febrilmente:
Nick: lo que ha sucedido esta tarde no debió haber ocurrido. Ha estado mal por parte de ambos. Supongo que es comprensible, pero de todos modos estuvo mal. Terriblemente mal. Tenemos nuestras propias vidas y planes de futuro, y a gente que nos ama y confía en nosotros. Haciendo lo que hemos hecho los hemos traicionado. Me avergüenzo de ello. E incluso así, siempre recordaré este fin de semana como algo hermoso y especial. Gracias.
Nick se quedó perplejo. Miró con ira el papel y se sintió como si lo hubieran... violado. No, en realidad había sido utilizado como un semental a quien se le paga, alguien a quien se recurre para pasar un rato «especial», y a quien después se arroja a la calle.
¡Miley no había cambiado en todos esos años! Seguía siendo una mimada egocéntrica, tan convencida de su superioridad que ni siquiera se le ocurría pensar que tal vez alguien de cuna menos privilegiada pudiera valer algo. No, no había cambiado, todavía era un ser cobarde, todavía...
Asombrado, se reprochó que su ira pudiera borrar de un plumazo el recuerdo de todo lo que había descubierto esos dos días. Por unos minutos la había juzgado basándose en todo lo malo que creyó de ella en los últimos once años. Era una costumbre y no la realidad. La realidad era lo que había sabido de ella en esa habitación, verdades tan bellas y dolorosas que le habían llegado al alma. Miley no era una cobarde, nunca había huido de él ni había querido librarse de su embarazo. Ni siquiera se amedrentaba ante un padre tiránico al que había estado enfrentándose diariamente durante años. Miley fue una adolescente que creyó haberse enamorado de él y que después lo esperó en un hospital. Había pedido flores para el bebé, le había puesto de nombre Elizabeth, pensando en... Y cuando él no llegó, Miley recogió los fragmentos de su vida, obtuvo un título universitario y se enfrentó a lo que la vida quisiera depararle. Incluso ahora, Nick se estremecía al pensar en las cosas que le había dicho durante las últimas semanas. ¡Cómo debió de odiarlo ella!
La había amenazado, humillado... y sin embargo, cuando ella supo la verdad por boca de Patrick, desafió una tormenta de nieve para ir hasta allí y deshacer el equívoco. Y lo hizo sabiendo que sería recibida con la más brutal hostilidad. Su mujer, decidió con creciente orgullo, no huía de cosas que harían salir corriendo a la mayoría de los seres humanos.
Pero hoy había huido de él.
¿Qué la habría hecho escapar como a un conejo asustado cuando por primera vez en todo el fin de semana podía haber surgido una armonía total entre ambos?
Repasó mentalmente lo sucedido durante los dos últimos días, en busca de respuestas. Recordó a Miley en el momento de estrecharle la mano al sellar la tregua. Como si la ocasión hubiera tenido una gran trascendencia para ella, los dedos le temblaban al extender la mano. La había visto sonreír con sus límpidos y brillantes ojos azules. Y la había oído decirle que deseaba ser como él cuando fuera mayor. Pero naturalmente, lo que más y mejor recordaba era cómo había llorado en sus brazos mientras le contaba lo ocurrido con el bebé... cómo lo había abrazado, apretándose a él con la misma naturalidad con que lo hizo en la cama, y cómo había gemido bajo su cuerpo, casi arañándole la espalda con las uñas; cómo, en fin, su cuerpo recibió el suyo con el mismo exquisito y aplastante ardor con que lo hiciera cuando tenía dieciocho años.
Nick se irguió lentamente, como aturdido por el descubrimiento que acababa de hacer. ¡Era tan obvio! Estaba seguro de que si Miley había huido era porque lo ocurrido entre los dos la noche anterior le había causado el mismo impacto que había sufrido él. En tal caso, sus planes de futuro con Parker y el resto de su vida peligraban.Miley no era cobarde, sino prudente. Así lo advirtió él cuando ella le habló de los grandes almacenes. Se arriesgaba, pero solo cuando la recompensa era grande y los riesgos más o menos insignificantes. Eso había dicho abajo, en el salón.
Teniendo en cuenta esa premisa, con toda seguridad Miley no iba a poner en peligro su futuro apostando por un hombre como él. Y no iba a echársele en los brazos, a caer perdidamente enamorada de un sujeto tan imprevisible. Por lo menos, haría todo lo posible para evitarlo. Las consecuencias de haber hecho el amor con él eran demasiado abrumadoras para que Miley se sintiera con fuerzas para enfrentarse a ellas. La última vez que lo hizo su vida se había convertido en un infierno. Nick comprendió que, en opinión de Miley , un futuro con él estaba casi con certeza condenado al fracaso, mientras que por otra parte la recompensa...
Nick sonrió. La recompensa era mayor de lo que ella pudiera imaginar. Ahora solo tendría que convencerla, lo que sin duda llevaría cierto tiempo, porque Miley no estaría dispuesta a ceder fácilmente. En realidad, y tal como se había marchado, a Nick no le sorprendería que estuviera a punto de tomar un avión hacia Reno o cualquier otro lugar donde pudiera cortar los lazos legales que la unían a él. Cuanto más lo pensaba, más seguro estaba de que eso era lo que Miley haría.
No obstante, estaba completamente seguro de dos cosas: Miley todavía sentía algo por él y, además, iba a ser su esposa con todas las de la ley. Para conseguir este último objetivo estaba dispuesto a mover cielo y tierra. Incluso olvidaría el placer de enfrentarse al cretino de su padre y dejarla huérfana.
En mitad de sus reflexiones Nick pensó en algo que lo alarmó: las carreteras por las que iba a circular Miley todavía tendrían tramos traicioneros a causa del temporal de nieve, y sin duda ella no estaría lo bastante centrada para conducir.
Salió de la habitación de Julie y se dirigió con rapidez a la suya.
Del maletín sacó el teléfono móvil e hizo tres llamadas. La primera, al nuevo jefe de policía de Edmunton. Nick deseaba que un agente estuviera al acecho de un BMW negro, en el paso superior, y que discretamente lo escoltara hasta Chicago para asegurarse de que la conductora no cometiera imprudencias. Era una petición insólita, pero el jefe de policía se mostró más que dispuesto a complacerlo: Nicholas Farrell había contribuido a su campaña con una cuantiosa suma.
La segunda llamada fue al domicilio de David Levinson, el socio más antiguo de Pearson y Levinson. Nick le pidió que acudiera a su despacho, acompañado de su socio Pearson, a la mañana siguiente a las ocho en punto. Levinson accedió enseguida, porque no en vano Nicholas Farrell le pagaba a la firma doscientos cincuenta mil dólares anuales a cambio de poner a prueba todas sus habilidades jurídicas donde y cuando el cliente lo requiriera.
La tercera y última llamada fue a Spencer O’Hara. Nick le ordenó que fuera a buscarlo de inmediato. Spencer se negó, aunque su jefe le pagaba un gran sueldo a cambio de estar siempre disponible. Pero el guardaespaldas de Nick se consideraba también su amigo y protector, y no quería proporcionarle un medio de escape si Miley deseaba que se quedase.
–¿Está todo arreglado entre vosotros?
Nick frunció el entrecejo ante tal resistencia, que no tenía precedentes.
–No del todo –repuso con impaciencia.
–¿Tu mujer está ahí todavía?
–Se ha ido.
La voz de O’Hara sonó tan triste que el enojo de Nick desapareció al comprobar una vez más la lealtad de su chófer y guardaespaldas.
–¿La has dejado marchar, Nick?
La voz de Nick sonó alegre.
–Voy tras ella. Ahora muévete, O’Hara.
–Voy para allá.
Nick dejó el teléfono en su sitio, se asomó a la ventana y empezó a pensar en la estrategia a poner en práctica el día siguiente.
jueves, 16 de enero de 2014
Paraíso Robado - Cap: 48
–Quiero decir que eres una compañía detestable.
Era mucho peor que eso, y Nick se habría mofado del insulto de no estar furioso consigo mismo por desearla. Allí mismo, de pie en el rellano, lanzándole una mirada furiosa, la deseaba. Observó cómo le volvía la espalda y se alejaba por el pasillo. Se acercó a la ventana, intranquilo. Colocando la mano en el alféizar, miró al exterior y vio que el camino de entrada estaba libre de nieve. Era obvio que Dale O’Donell se había presentado mientras él y Miley almorzaban.
Permaneció unos minutos junto a la ventana, con las mandíbulas apretadas, luchando contra el impulso de subir al primer piso y averiguar si Miley deseaba de veras el terreno de Houston hasta el punto de acostarse con él. Había modos peores de pasar un día invernal, pero no mejor venganza que dejar que Miley trepara a su cama para luego dejarla marchar con las manos vacías. De pronto vaciló, quizá por culpa de un vago escrúpulo... o un sentimiento de supervivencia. Apartándose de la ventana, cogió la chaqueta del armario y volvió a salir, esta vez dispuesto a encontrar las llaves. Las vio a solo unos centímetros de donde antes había abandonado la búsqueda.
–El camino está despejado –anunció entrando en la habitación de Julie. Miley estaba guardando álbumes de recortes en una caja–. Recoge tus cosas.
Ella se volvió, herida por su tono glacial, viendo morir sus esperanzas de una tregua, de un retorno al ambiente del día anterior. Reunió todo el valor de que fue capaz y, lentamente, terminó de envolver el último álbum. Ahora que habla llegado el momento de contarle la verdad de lo sucedido tantos años antes, esperaba una reacción al estilo de «con franqueza, querida, me importa un bledo». Pensar en esa posibilidad la desesperaba. Si él estaba furioso, ella también, después de haber tolerado tanto sarcasmo y tanta frialdad. Con cuidado, colocó el álbum en la caja, después se incorporó y clavó la mirada en Nick.
–Antes de marcharme, hay algo que quiero contarte.
–No me interesa –replicó él con voz cortante y dando un paso hacia delante–. ¡Vete!
–No me iré hasta que te haya dicho lo que he venido a decirte. –Nick la agarró del brazo y ella gritó, alarmada.
–¡Miley! –exclamó él a su vez–. ¡Basta de charla y empieza a moverte!
–¡No puedo! –estalló la joven, liberándose de un tirón–. ¡No tengo las llaves!
Entonces Nick vio que había un maletín junto a la cama. No se acordaba muy bien de los detalles de la llegada de Miley. No obstante, si ella hubiera tenido un maletín, creía que lo recordaría. Miley entró en la casa sin nada en las manos. Así pues, había sacado el maletín del coche. Debía de tener otro juego de llaves. Nick cogió de encima de la cómoda el bolso de Miley y derramó su contenido sobre la cama. Entre los objetos desparramados estaba el juego de llaves de repuesto.
–Así que no podías marcharte –masculló con voz aguda.
Presa de la desesperación y del pánico, Miley se le acercó y sin pensarlo, le colocó las manos en el pecho.
–Nick, por favor, escúchame... –Vio cómo él clavaba la mirada en sus manos audaces, para luego observar su rostro. Entonces advirtió que también en Nick se había producido un cambio, aunque no supo atribuirlo a su verdadera causa: el contacto de sus manos sobre el pecho. La crispación había desaparecido de las facciones de Nick, su cuerpo se había relajado y sus ojos, duros e indiferentes un momento antes, ahora la interrogaban con calma. Incluso su voz había sufrido una metamorfosis: era blanda y suave.
–Adelante, querida, habla. No me perderé una sola palabra que salga de tu boca.
Miley se sintió alarmada al contemplar aquellos ojos grises, pero necesitaba seguir adelante. Ni siquiera notó que las manos de Nick se deslizaban con lentitud e insistencia por sus brazos desnudos. Respirando hondo para recuperar cierto equilibrio, inició el discurso que había estado ensayando durante toda la mañana.
–El viernes por la noche fui a tu casa porque quería hablarte...
–Eso ya lo sé –interrumpió Nick.
–Lo que no sabes es que tu padre y yo mantuvimos una furiosa conversación.
–Estoy seguro de que no te enfureciste, querida –puntualizó él con velado sarcasmo–. Una mujer tan refinada como tú nunca caería tan bajo.
–Pues caí–replicó Miley dispuesta a no detenerse–. Verás, tu padre me ordenó que me mantuviera alejada de ti. Me acusó de haber destruido a nuestro hijo y de haber estado a punto de hacer pedazos tu vida. Al principio yo no sabía... no sabía de qué estaba hablando.
–Estoy seguro de que la culpa la tuvo él por no saberse explicar...
–Deja de hablar con esa condescendencia –le advirtió Miley con una mezcla de pánico y desesperación–. Estoy intentando que me comprendas.
–Lo siento, me he perdido. ¿Qué debo entender?
–Nick, yo no aborté voluntariamente. Fue un aborto espontáneo. ¿Lo entiendes? ¡Espontáneo! –repitió al tiempo que escrutaba las facciones impasibles de Nick.
–Ya veo –susurró él. Su mirada se desplazó a la boca de la joven, mientras deslizaba una mano hasta su cuello–. Tan hermosa... –susurró–. Siempre has sido tan condenadamente hermosa.
Perpleja, Miley era incapaz de moverse. Lo miró fijamente, y tratando de adivinar sus pensamientos y dudando de que él hubiera aceptado su explicación de un modo tan fácil y sereno.
–Tan hermosa... –repitió Nick, aumentando la presión en el cuello–. ¡Y tan mentirosa!
Antes de que Miley pudiera pensar en una respuesta, su boca se vio atrapada por la de Nick. La obligó a besarlo, pero aun así consiguió que los labios de la joven se separaran. Entonces él hundió los dedos en la cabellera y con suavidad hizo retroceder la cabeza de Miley, para finalmente introducir la lengua en su boca.
Miley comprendió que lo único que pretendía era castigarla y degradarla, pero en lugar de resistirse, como obviamente esperaba Nick, le rodeó el cuello con los brazos, se pegó a su cuerpo y le devolvió el beso con toda la ternura y la dolorosa contrición de su corazón. Trataba de convencerlo de que le estaba diciendo la verdad. Nick se quedó rígido, como dispuesto a separarla violentantente, luego lanzó un gemido casi inaudible, la atrajo aún más y la besó con tanta pasión que las defensas de la joven se derrumbaron. Él volvió a besarla, y Miley notó la rigidez del miembro masculino.
Cuando por fin él levantó la cabeza, Miley estaba demasiado aturdida para comprender de inmediato el significado de su cáustica pregunta.
–¿Utilizas algún método anticonceptivo? Antes de meternos en la cama para que me demuestres lo mucho que deseas el terreno de Houston quiero asegurarme que no pasará lo mismo que la otra vez. No quiero otro aborto.
Miley dio un paso atrás y en su rostro aparecieron el asombro y el ultraje.
–¿Aborto? –inquirió con voz queda–. ¿Es que no has oído lo que acabo de decir? ¡Yo no aborté!
–¡Maldita sea, no me mientas!
–Tienes que escucharme.
–No quiero seguir hablando –replicó Nick con rudeza, y volvió a besarla.
Esta vez Miley luchó frenéticamente, pues quería que la escuchara antes de que fuera demasiado tarde. No sin dificultad, se liberó del abrazo de Nick.
–¡No! –vociferó colocando las manos en el pecho de Nick y apoyando la cabeza contra la pared. Él la tomó por el cuello, y Miley se resistió con la fuerza del terror y el pánico, desprendiéndose de su abrazo–. ¡No aborté! ¡No aborté! –gritó de nuevo al tiempo que retrocedía, jadeante. Escupía las palabras con el dolor y la furia reprimidos durante tanto tiempo. El cuidadoso discurso que había preparado desapareció de su mente y en su lugar produjo un torrente de palabras angustiadas–: Estuve a punto de morir a causa del aborto. Ningún médico te arrancaría un niño de seis meses en circunstancias normales...
Minutos antes, los ojos de Nick brillaban de deseo, ahora contemplaban el cuerpo de Miley con salvaje desprecio.
–Al parecer lo hacen si papá ha donado un ala entera al hospital.
–No se trata solo de una cuestión jurídica. ¡Es algo muy peligroso para la madre!
–Ya lo creo, puesto que estuviste internada casi dos semanas.
Miley se dijo que él había pensado en todo eso desde hacía tiempo y que había alcanzado sus propias conclusiones, lógicas pero erróneas. Nada de lo que dijera serviría. Esta evidencia la hizo sentirse tan desolada que, ladeando la cabeza, contuvo las lágrimas de frustración que le asomaban a los ojos. Sin embargo, no cesó de hablar.
–¡Por favor! –le imploró con voz rota y transida–. Escúchame. Tuve una hemorragia, perdí el niño, le pedí a mi padre que te enviara un telegrama para informarte de lo ocurrido y rogarte que vinieras. Nunca imaginé que te mentiría ni que te impidiera el acceso al hospital, pero según me contó tu padre, eso es lo que hizo. –Por fin no pudo evitar echarse a llorar–. ¡Creí que te amaba! Te esperé en el hospital. Te esperé, te esperé, te esperé. Pero no apareciste–añadió entre sollozos.
Inclinó la cabeza y sus hombros se estremecieron con su llanto desatado. Nick la veía, pero algo en su mente le impedía reaccionar y lo mantenía inmóvil. Miley había mencionado a su padre, al mismo hombre que, en su estudio, pálido de ira, le dijera a él unas palabras que ahora adquirían sentido: «Tú te crees duro, Farrell, pero aún no sabes lo que es ser duro. No me detendré ante nada para librar a Miley de tus garras». Estas habían sido más o menos sus palabras. Después, agotada su ira, le había pedido a Nick que se llevaran bien, por Miley . Bancroft pareció entonces sincero. Había aceptado el matrimonio, aunque a disgusto. ¿Lo había aceptado?, se preguntaba de pronto Nick. «No me detendré ante nada para librar a Miley...»
Entonces Miley alzó la mirada, aquellos ojos heridos de un verde azulado. Paralizado por la incertidumbre, Nick la miró a la cara y lo que vio le estremeció. Sus ojos llorosos, implorantes; ojos llenos de verdad, de una verdad desnuda y desgarradora, insoportable.
–Nick –murmuró ella dolorosamente–. Tuvimos una niña...
–¡Oh, Dios mío! –gimió él al tiempo que la atraía hacia sus brazos–. ¡Oh, Dios!
Miley se aferró a él, la mejilla húmeda contra su pecho, incapaz de contener el llanto, el terrible dolor, ahora que estaba en sus brazos.
–Le... le puse de nombre Elizabeth, pensando en tu madre.
Nick apenas la oyó, atormentado por la imagen de Miley en el hospital, sola en un cuarto de hospital, esperándolo en vano.
–¡Por favor, no! –imploró al destino, estrechando a Miley más fuerte entre sus brazos–. ¡Por favor, no!
–No pude ir al funeral –continuó ella con voz ronca– porque estaba demasiado enferma. Mi padre dijo que él sí fue... ¿Crees que en eso también mintió?
La agonía que sintió Nick al oír lo del funeral y lo de la enfermedad de Miley fue indescriptible.
–¡Oh, cielos! –gimió acariciando la espalda y los hombros de Miley , intentando inútilmente remediar el daño que contra su voluntad le había causado años atrás. Ella levantó el rostro bañado en lágrimas buscando apoyo.
–Le dije que se asegurara que Elizabeth tuviera docenas de flores en su funeral. Debían ser flores rojas. Tú... tú no crees que mintió cuando me dijo que lo había hecho...
–¡Las envió! –le aseguró Nick con firmeza–. Estoy seguro de que lo hizo.
–No podía soportar la idea de que Elizabeth no tuviera flores.
–¡Oh, por favor, querida! –suplicó Nick con voz rota–. No sigas. No más.
A través de la nube de su propio dolor y alivio, Miley se dio cuenta de que la angustia estrangulaba la voz de Nick, vio que la pena le devastaba el rostro... y sintió una gran ternura brotando de su corazón.
–No llores –susurró, y sus propias lágrimas rodaban por sus mejillas cuando levantó la cabeza y deposito una mano en el rostro de Nick–. Ya ha pasado todo. Tu padre me contó la verdad y por eso estoy aquí. Tenía que explicarte lo que realmente había sucedido. Tenía que pedirte perdón...
Echando atrás la cabeza, Nick cerró los ojos y tragó saliva, tratando de deshacer el nudo que tenía en la garganta.
–¿Perdonarte? –farfulló por fin en un susurro entrecortado–. Perdonarte ¿qué?
–El odio que he sentido hacia ti durante todos estos años.
Nick abrió los ojos y contempló aquel hermoso rostro.
–No es posible que me hayas odiado tanto como yo me estoy odiando en estos momentos.
El corazón de Miley se aceleró al percibir el remordimiento de Nick. Siempre había parecido tan invulnerable, que ella lo consideraba incapaz de albergar un sentimiento profundo. Quizá su propio juicio había estado nublado por la juventud y la inexperiencia. Fuera lo que fuese, ahora solo quería consolarlo.
–Ya ha pasado, no pienses más en ello –susurró con dulzura, pero era una exhortación inútil, pues en el largo silencio que siguió ambos no hicieron más que pensar en el pasado.
–¿Sufriste mucho dolor? –inquirió Nick finalmente, rompiendo el silencio.
Miley insistió en que no pensara en eso, pero pronto comprendió que él quería participar, aunque fuera retrospectivamente, de la experiencia sufrida por ella y que ambos deberían haber compartido. Asimismo, Nick le ofrecía la oportunidad tardía de que buscara en él el consuelo que antaño había necesitado. Poco a poco, Miley se dio cuenta de que también ella deseaba ese consuelo, incluso ahora. Entre los brazos de Nick, sentía la caricia de su mano en los hombros, en el cuello, como un bálsamo. Y de pronto no tenía veintinueve años, sino dieciocho, y él veintitrés, y ella lo amaba. Él era la fuerza, la seguridad y la esperanza.
–Estaba durmiendo cuando empezó –desveló Miley –. Algo me despertó. Me sentía extraña y encendí la luz, Al mirar vi que las sábanas estaban empapadas de sangre. Grité... –Se interrumpió y luego se forzó a seguir–. La señora Ellis había vuelto de Florida justo aquel día. Me oyó, despertó a mi padre y alguien llamó una ambulancia. Empezaron los dolores y le pedí a mi padre que la llamara y llegaron los enfermeros. Recuerdo que me sacaron de casa en camilla y que corrían. También recuerdo el sonido de la sirena aullar en la noche. Traté de cubrirme los oídos, pero me estaban haciendo una transfusión y me sujetaban los brazos. –Miley exhaló un tembloroso suspiro, insegura de poder continuar sin echarse de nuevo a llorar. Pero con el abrazo de Nick, Miley reunió el valor necesario para seguir hablando–. Mi siguiente recuerdo es el latido de una máquina, una habitación de hospital y toda clase de tubos de plástico en mi cuerpo mientras otra máquina vigilaba el pulso de mi corazón. Era de día y había una enfermera a mi lado, pero cuando le pregunté por nuestro bebé, me dio unos golpecitos afectuosos en la mano y me dijo que no me preocupara. Le pregunté también si podía verte y me respondió que todavía no habías llegado. Cuando volví a abrir los ojos, era de noche y estaba rodeada de médicos y enfermeras. También a ellos les pregunté por el bebé y me contestaron que mi médico estaba en camino y que todo saldría bien. Sabía que me mentían. De modo que les pedí... bueno, les ordené –se corrigió sonriendo con tristeza– que te dejaran entrar porque sabía que a ti no se atreverían a mentirte.
Nick intentó sonreír, pero no fue más que un amago. Ella apoyó la cabeza en su pecho.
–Me dijeron que no estabas. Poco después entró un médico acompañado de mi padre y todos los demás salieron...
Miley se detuvo, temerosa del siguiente recuerdo. Nick, adivinando lo que sentía, le acarició suavemente la mejilla. Ahora la cabeza de la joven descansaba sobre su pecho a la altura del corazón, cuyos rítmicos latidos parecieron insuflarle vida.
–Sigue –murmuró él, con voz entrecortada por el dolor y la ternura–. Ahora estoy aquí y no te dolerá tanto esta vez.
Miley le creyó. Instintivamente, sus manos se deslizaron del pecho a los hombros de Nick, aferrándose con fuerza a ellos, como en busca de apoyo; pero a pesar de sus esfuerzos, sollozaba y apenas era capaz de hablar.
–El doctor Arledge me dijo que habíamos tenido una niña y que se había hecho todo lo humanamente posible por salvarle la vida, pero que había sido inútil porque era muy pequeña. –Tenía el rostro bañado en lágrimas–. ¡Muy pequeña! –repitió con un fuerte sollozo–. Yo creía que al nacer las niñas tenían que ser pequeñas. Pequeña es una palabra tan bonita, tan... femenina.
Sintió los dedos de Nick en la espalda y eso le dio fuerza. Tras un hondo suspiro, abordó la última parte de su relato.
–Al parecer, no respiraba bien. El doctor Arledge me preguntó qué deseaba hacer y cuando me di cuenta del alcance de su pregunta, es decir, si quería que la niña tuviera un nombre y un funeral, le supliqué que me dejara verte, Mi padre se enfureció con el médico por alterarme y a mí me dijo que te había enviado un telegrama, pero que no habías venido. El médico insistió en que tenía que decidirme pronto, pues la situación no podía prolongarse durante días. Así que me vi obligada a tomar una decisión. –Con un hilo de voz agregó–: La llamé Elizabeth porque creí que te gustaría, y le dije a mi padre que encargara docenas de flores rojas para el funeral. También le dije que todas las tarjetas debían ser de nosotros dos y contener las palabras «te quisimos».
–Gracias –susurró Nick, y Miley se dio cuenta de que también él estaba llorando.
–Y entonces te esperé –dijo ella con un suspiro entrecortado–. Esperé tu llegada fervientemente porque pensé que si estabas conmigo me sentiría más reconfortada.
Cuando por fin terminó de hablar, Miley se sintió liberada.
Se produjo un silencio que Nick rompió con voz mucho más serena.
–El telegrama de tu padre llegó tres días después de su envío. Decía que habías sufrido un aborto y que no querías saber nada de mí, excepto para el divorcio, que ya estabas gestionando. De todos modos tomé un avión y acudí a tu casa, donde una de las sirvientas me informó de dónde estabas. Pero cuando llegué al hospital, me dijeron que habías dado órdenes de no dejarme pasar. Volví al día siguiente con un plan para eludir la vigilancia en el ala Bancroft del hospital, pero ni siquiera pude llegar hasta el guardia de seguridad. A las puertas me esperaba un policía que esgrimía un mandato judicial, asegurando que cometería un delito si entraba en el edificio.
–Y durante todo ese tiempo –susurró Miley –, yo estaba dentro esperando tu llegada.
–Te aseguro –dijo Nick con voz tensa– que de haber imaginado que existía una posibilidad, una sola posibilidad de que desearas verme, ningún mandato judicial, ninguna fuerza de este mundo me habría impedido el paso.
Ella trató de tranquilizarlo con una sencilla verdad.
–De todos modos, no podrías haberme ayudado.
Nick se puso rígido.
–¿No?
Miley negó con la cabeza.
–Hicieron por mí todo lo posible desde el punto de vista médico, como antes lo habían hecho por Elizabeth. ¿Qué podías hacer tú? –Miley se sentía tan aliviada por haberle contado la verdad que abandono su orgullo y dio otro paso adelante–. A pesar de lo que hice poner en las tarjetas, en el fondo de mi corazón conocía tus sentimientos hacia mí y hacia la niña.
–¿Cuáles eran mis sentimientos? –inquirió Nick con voz ronca.
Sorprendida por la repentina tensión de su voz, Miley echó atrás la cabeza y sonrió dulcemente para demostrarle que en sus palabras no había el menor asomo de crítica.
–La respuesta es tan obvia ahora como lo era entonces. Tú estabas atrapado por nosotras dos. Una noche te acostaste con una adolescente virgen que hizo todo lo que sabía para seducirte y que era tan est/úpida que no utilizó ningún anticonceptivo. Y mira lo que sucedió.
–¿Qué sucedió, Miley?
–¿Qué sucedió? Ya sabes qué sucedió. Fui a buscarte para darte la noticia y tú hiciste lo más noble: casarte con una chiquilla a la que no deseabas.
–¿Que no deseaba? –estalló Nick con una voz dura que no encajaba con sus palabras–. Yo te he deseado todos los días de mi triste vida.
Miley lo miró fijamente. La expresión de su rostro era de duda, pero también de gozo. Parecía hipnotizada.
–Tampoco estás en lo cierto con respecto a lo demás –añadió Nick, suavizando la expresión. Le cubrió la cara con las manos y con un dedo le secó las lágrimas–. De haber podido verte en el hospital te habría ayudado.
–¿Cómo? –preguntó Miley con un susurro entrecortado.
–Así –replicó él, y sin dejar de acunarle el rostro besó sus labios. Fue un beso tan exquisitamente tierno que la joven volvió a echarse a llorar. La lengua de Nick recorrió el surco de sus lágrimas–. Te habría sacado del hospital y llevado a casa, te habría sostenido en mis brazos, así... –añadió abrazándola Miley notó su aliento en el oído y se estremeció–. Una vez recuperada, habríamos hecho el amor y más tarde, cuando lo hubieras deseado, te habría dado otro bebé. –Al empujarla lentamente hacia la cama Miley supo de inmediato lo que él deseaba. También sabía que no estaba bien que él le quitara el suéter y le desabotonara los vaqueros. Sin embargo, la dulzura de fingir, solo una vez, que aquello era realidad y que el pasado no había existido, que había sido solo una pesadilla susceptible de ser alterada, era superior a ella.
Su corazón lo deseaba desesperadamente, pero la razón le decía que iba a cometer un error.
–Es un error –susurró cuando Nick se le puso encima con el pecho y los brazos desnudos. Bronce.
–No lo es –replicó él con firmeza, y sus labios insistentes la obligaron a abrir la boca.
Miley cerró los ojos y dejó que empezara el sueño. Solo que en este sueño ella no era simplemente un observador, sino parte activa, al principio dubitativa y tan tímida y torpe como lo había sido siempre que se había enfrentado a la audaz sexualidad de Nick y a su infalible experiencia. La boca de él jugueteaba con la suya, avivando el placer y el deseo; con la lengua le recorría los labios y se detenía en las comisuras, mientras que las manos se deslizaban incansablemente por su cuerpo con una languidez arrebatadora. Así, una mano se acercaba al pecho solo para detenerse poco antes de apoderarse de él. Se detenía, como al acecho, y solo un dedo la acariciaba. La joven gemía con una mezcla de creciente placer e inhibición. Con incertidumbre, deslizó las manos por el pecho musculoso de Nick. Entonces la boca de él se hizo más exigente y sus manos ya casi rozaban los pechos de Miley , que se sentía morir de deseo. Por fin Nick introdujo la lengua en la boca de la joven y sus manos tomaron posesión de aquellos pechos. Al rozarle los pezones, Miley profirió el grito que había estado reprimiendo. A partir de ese momento su inhibición desapareció. El cuerpo se arqueó y las manos recorrieron frenéticamente los musculosos brazos de Nick, mientras la boca se abría más y su lengua buscaba la de él. De pronto Nick dejó de besarla y Miley emitió un gemido de protesta, pero cuando de inmediato sintió la lengua de él deslizándose por su cuello hasta alcanzarle los pechos, para detenerse luego en los pezones, Miley se sintió perdida en un mar de deseo. Sintió cómo las manos atrevidas de su amante exploraban la intimidad de su sexo, deleitándose en su húmeda excitación hasta que ella, retorciéndose, estrechó el ardiente abrazo que los unía.
Nick advirtió el momento exacto en que el cuerpo de Miley se le rendía incondicionalmente; sintió que la tensión la abandonaba; que relajaba las piernas, que las abría. Al colocarse encima de ella el corazón le latía con una fuerza inusitada, su cuerpo temblaba, hasta las mismas piernas. Ya no pensaba en la esperanza de prolongar esa unión increíble, solo importaba poseer a Miley una vez más. Se le hincharon las venas de los brazos, cerró instintivamente los ojos y se esforzó en que su miembro se abriera paso centímetro a centímetro, luchando con el deseo de embestirla en el acto.
Cuando Miley arqueó las caderas y le acarició los hombros al tiempo que pronunciaba su nombre, el control de Nick empezó a flaquear. Abrió los ojos, la miró y se sintió perdido. Aquello no era un producto de su febril imaginación: la muchacha a la que amó era ahora la mujer que tenía en sus brazos; el hermoso rostro que había atormentado sus sueños estaba a unos centímetros del suyo, arrebolado de deseo, la larga cabellera desparramada sobre la almohada. Ella lo había esperado en el hospital y no había querido desembarazarse de él ni del niño. Se había presentado en la casa desafiando su más que probable desprecio... y además le había pedido perdón. Recordándolo, Nick se sintió intensamente conmovido, pero aún habría podido dominarse si la joven no hubiera elevado más las caderas implorando que la penetrara. El movimiento de su cuerpo y la dulzura de su voz le arrancaron un gemido y el no pudo contenerse por más tiempo. Ambos se entregaron al placer y estallaron en un estremecedor orgasmo. Entrelazados, Nick siguió moviéndose como si quisiera compensar los años perdidos. Miley lo siguió y pronto su cuerpo empezó a convulsionarse de nuevo, dejando a Nick exhausto y vacío; vacío, excepto por un sentimiento abrumador de gozo y de paz.
Se derrumbó a su lado, la piel ardiente, la respiración entrecortada. La atrajo hacia sí, la abrazó, hundió los dedos en su pelo. Todavía unido a ella, permaneció en silencio, pasándole la mano por la espalda, deleitándose en la sensación de hallarse en el interior de Miley, disfrutando del roce de sus labios...
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