martes, 12 de noviembre de 2013

Paraíso Robado - Cap: 30


El tráfico estaba bloqueado en varias calles a partir de Bancroft. Multitud de compradores, enfundados en sus abrigos, cruzaban presurosamente, haciendo caso omiso del semáforo en rojo. Inclinaban la cabeza para evitar el viento frío que, procedente del lago Michigan, silbaba y formaba torbellinos en las calles del centro de Chicago. Los conductores se desgañitaban, hacían sonar los cláxones y maldecían a los peatones que los obligaban a detenerse cuando la luz estaba en verde. En su BMW negro, Miley observaba a los clientes que, tras arremolinarse frente a los escaparates, entraban en Bancroft. Sin embargo, la mente de Miley no estaba realmente allí.
Veinte minutos después había una reunión del directorio de Bancroft para discutir la compra de los terrenos de Houston. El proyecto estaba aprobado, pero solo provisionalmente. Esa mañana tendrían que dar el sí –o el no– definitivo.

Cuatro mujeres se hallaban reunidas en torno a la mesa de la secretaria de Miley cuando esta salió del ascensor en la planta catorce. Se detuvo junto a la mesa de Phyllis y miró por encima del hombro de las jóvenes empleadas, esperando ver otro ejemplar de Playboy parecido al del mes anterior.
–¿Qué ocurre? –preguntó–. ¿Otro desnudo masculino a doble página?
–No, no es eso –respondió Phyllis, mientras las otras secretarias se apresuraban a alejarse. La joven siguió a Miley al interior de la oficina. Con expresión divertida, explicó–: Pam pidió otra predicción astrológica para el mes que viene. La profecía asegura que encontrará el verdadero amor, junto con fortuna y fama.
Miley arqueó las cejas, sonriendo.
–Creí que eso es lo que había anticipado el último horóscopo.
–Sí. Le he dicho a Pam que por quince dólares yo le haré el siguiente.
Las dos mujeres se miraron sonriendo, luego se dispusieron a trabajar.
–Dentro de cinco minutos tienes la reunión de directivos –le recordó Phyllis.
Miley asintió y cogió la carpeta con sus notas
–¿Está la maqueta en la sala?
–Sí. Y también el proyector con las diapositivas.
–Eres una joya –dijo Miley con sinceridad. Se dirigió a la puerta y antes de abrir se volvió y añadió–: Llama a Sam Green y dile que esté disponible para encontrarse conmigo tan pronto como termine la reunión. Comunícale que me gustaría repasar con él el contrato preliminar de compra que ha redactado para el terreno de Houston. Quiero que a finales de semana esté en manos de Thorp Development. Con un poco de suerte –añadió Miley- , esta tarde tendré la aprobación de los directivos en relación con este proyecto.
Phyllis tomó el teléfono del escritorio de Miley  dispuesta a llamar al jefe de la asesoría jurídica. Con la otra mano le hizo a Miley el signo de la victoria.
–¡Suerte! –exclamó.

La sala de consejo se conservaba casi en el mismo estado que hacía medio siglo. Solo que ahora, en la época del cromo y el cristal, aquel enorme salón rezumaba un nostálgico grandeur, con sus alfombras orientales, las intrincadas molduras de las paredes de oscuros paneles y los paisajes ingleses que pendían en marcos barrocos. En el centro de la gran sala había una mesa enorme de caoba labrada. Tenía unos diez metros de longitud y alrededor, separadas por espacios exactos, había veinte sillas tapizadas en terciopelo escarlata; en el centro de la mesa, un bol antiguo de plata labrada lleno de rosas rojas y blancas. A su lado, había un juego de té y café, con delicadas tazas de porcelana de Sèvres de bordes dorados y pequeñas rosas y enredaderas pintadas a mano.

Aquel salón, con sus muebles imponentes, poseía la atmósfera de una sala real. Miley sospechaba que, en efecto, era la impresión que había intentado dar su abuelo cuando encargó la decoración y el mobiliario de la sala, hacía ya cincuenta años. Había momentos en que ella no sabía decir si el lugar era impresionante o feo, pero en cualquier caso cada vez que entraba allí tenía la impresión de que se internaba en la historia. Esta mañana, sin embargo, sus pensamientos estaban centrados únicamente en hacer historia. Y así sería, si la dejaban, inaugurando una nueva tienda en Houston.
–Buenos días, señores... –dijo sonriendo a los doce hombres que, vestidos con trajes clásicos, se sentaban en torno de la mesa. Los doce hombres que ostentaban el poder de aprobar o rechazar la propuesta de levantar la nueva planta en la ciudad de Houston.

Con la excepción de Parker, cuya sonrisa era cálida, y del anciano Fortell, con su sonrisa lasciva, había una ostensible reticencia en el «buenos días» que, al unísono, contestaron cortésmente los miembros del directorio. Miley sabía que, en parte, las reticencias de aquellos hombres se debían a la conciencia que tenían de su poder y su responsabilidad. Pero había algo más. Miley los había forzado repetidamente a invertir los beneficios de Bancroft en sus planes de expansión, en lugar de pagar grandes dividendos a los accionistas, entre los que se contaban ellos mismos. Y, sobretodo, se mostraban cautos y siempre alerta porque ella constituía un enigma y no sabían bien cómo tratarla. Miley era una ejecutiva vicepresidente y no pertenecía al directorio. En este sentido ellos ocupaban una posición superior. Pero por otra parte ella era una Bancroft, descendiente directa del fundador de la compañía, por lo que tenía el derecho, siquiera moral, a ser tratada con cierto respeto. Sin embargo, su propio padre, a la vez un Bancroft y miembro del directorio, la trataba con fría tolerancia y nada más. No era ningún secreto que Philip nunca había querido que su hija trabajara en Bancroft; como tampoco lo era que Miley hubiese sobresalido en todos los cargos que había desempeñado y que su contribución a la firma hubiese sido importante. Como resultado de todo ello los miembros del directorio, triunfadores llenos de confianza en sí mismos, estaban en una situación que los convertía en víctimas de una insólita y violenta incertidumbre. Además, como Miley era la causa más o menos directa de todo, solían reaccionar ante ella con una actitud negativa nunca provocada.

Consciente de ello, Miley no permitía que aquellos rostros desalentadores socavaran la confianza que tenía en sí misma. Se situó en un extremo de la mesa, al lado del proyector, y esperó a que su padre le diera permiso para empezar.
–Puesto que Miley ya está aquí –dijo Philip, insinuando que su hija había llegado tarde y los había hecho esperar–, creo que es hora de que empecemos.

Miley se armó de paciencia para soportar la interminable lectura del acta de la última reunión, aunque su atención estaba centrada en la maqueta del edificio de Houston que Phyllis había colocado allí temprano, transportándola en un carrito. El arquitecto había diseñado un magnífico complejo, no solo el edificio de los grandes almacenes. En el centro había espacio para otras tiendas en su patio cerrado. Al mirar la maqueta, Miley sentía crecer su confianza y afirmarse su propósito. Houston era el lugar perfecto. La proximidad de The Galleria aseguraría el éxito desde el día de su inauguración.
Cuando el acta fue leída y aceptada sin enmiendas, Nolan Wilder, presidente del directorio, declaró formalmente que Miley quería presentar las últimas y definitivas cifras, así como los planes del edificio de Houston para su aprobación.
Doce cabezas masculinas, perfectamente peinadas, se volvieron hacia ella, que se había puesto de pie al lado del proyector de diapositivas.
–Señores –empezó–, supongo que han tenido ocasión de examinar la maqueta de nuestro arquitecto. –Diez de los miembros asintieron con la cabeza, su padre volvió la mirada hacia la maqueta y Parker observó a su novia con calma y le sonrió con admiración y cierto desconcierto. La sonrisa que siempre aparecía cuando la veía actuar en su trabajo. Era como si Parker no pudiera imaginar cómo o por qué ella insistía en hacerlo, pero como si al mismo tiempo se sintiera orgulloso de lo bien que lo hacía.

La posición de Parker –el banquero de Bancroft– le otorgaba un asiento entre los directivos, pero Miley sabía que no siempre podía contar con su apoyo. Parker tenía sus propias ideas y Miley lo había entendido así desde el principio, respetando tal postura.
–En reuniones pasadas hemos discutido ya casi todas estas cifras –señaló Miley  alcanzando el interruptor para apagar las luces de la sala–. Así pues, pasaremos estas diapositivas lo más rápido posible. –Oprimió un botón del control remoto del proyector y apareció en pantalla la primera diapositiva, en la que se leían los costos proyectados para Houston–. Según nuestro acuerdo de principios de año, los grandes almacenes de Houston ocuparán una extensión de cien mil metros cuadrados. Hemos presupuestado treinta y dos millones de dólares, que cubrirán la construcción del edificio, accesorios, estacionamiento, alumbrado, todo. El terreno que deseamos comprar a Thorp Development costará entre veinte y veintitrés millones de dólares, las negociaciones todavía están en marcha. A estas sumas habrá que añadir otros veinte millones para existencias...
–Eso hace un máximo de setenta y cinco millones –interrumpió uno de los consejeros–, pero usted nos pide que aprobemos un desembolso de setenta y siete.
–Los otros dos millones están destinados a cubrir gastos de la inauguración. Ya sabe, publicidad, una fiesta...
Apretó el botón y apareció la siguiente diapositiva, en la que se leían cifras mucho más altas.
–Esta diapositiva –informó Miley-  muestra el presupuesto del complejo en su totalidad. En mi opinión no deberíamos ir por partes construyendo ahora solo el edificio de nuestro establecimiento y dejando para más adelante el desarrollo del complejo entero. Eso supondría un desembolso inicial añadido de cincuenta y dos millones, pero ese dinero lo recuperaremos alquilando espacios en el complejo para otros comerciantes.
–Recuperarlo, sí –objetó Philip con voz irritada–, pero no de inmediato. Prosigue –ordenó.
Miley siguió hablando con voz serena y razonable.
–Algunos de ustedes creen que deberíamos limitarnos a construir ahora los grandes almacenes y aplazar el desarrollo del complejo en su totalidad. Desde mi punto de vista, existen tres poderosas razones para hacerlo todo a la vez.
–¿Cuáles son esas razones? –preguntó otro consejero al tiempo que se servía un vaso de agua con hielo.
–En primer lugar, tenemos que pagar todo el terreno, lo utilicemos ahora o no. Si seguimos adelante y construimos el complejo, nos ahorraremos varios millones de dólares en costos de construcción, porque, como ustedes saben, resulta más barato el precio por metro cuadrado si se urbaniza todo que si se hace por partes. En segundo lugar, los costos de la construcción se incrementarán en Houston a medida que la economía de la ciudad siga su ciclo actual de expansión. Finalmente, si tenemos otros inquilinos bien escogidos en el complejo, atraerán más clientes para nosotros. ¿Alguna otra pregunta? –inquirió y, como nadie intervino, Miley continuó proyectando diapositivas. Como pueden ver por estos gráficos, nuestro equipo de investigación en la zona ha hecho una concienzuda evaluación del lugar. El equipo le ha puesto la nota más alta. La demografía del área principal de comercio es perfecta, no hay barreras geográficas y...

Su explicación se vio interrumpida por Fortell, un anciano díscolo de ochenta años de edad, que había pertenecido al directorio de Bancroft durante medio siglo. Sus ideas estaban tan anticuadas como el chaleco de brocado que vestía y el bastón de mango de marfil que siempre llevaba consigo.
–¡Señorita, ese lenguaje es incomprensible! –exclamó con voz aguda y airada–. «Demografía», «área principal de comercio», «barreras geográficas... ». Lo que yo quiero saber es qué significa todo eso.

Fortell le inspiraba a Miley una mezcla de exasperación y afecto. Lo conocía desde que era niña. Los otros consejeros pensaban que Fortell empezaba a chochear y querían jubilarlo.
–Significa, Fortell, que un equipo de especialistas en el estudio de las mejores zonas de ubicación del comercio al por menor ha viajado a Houston para examinar el lugar. Según el informe de este equipo, la demografía...
–¿Demo qué? –se mofó el anciano–. Cuando yo inauguraba almacenes a lo largo y ancho del país esa palabra ni siquiera existía. ¿Qué significa?
–En el sentido en que yo la utilizo significa las características de la población humana que habita en la zona circundante de nuestros grandes almacenes. La edad media, los ingresos medios...
–En los viejos tiempos todo eso me importaba un bledo –insistió irritado irritadamente Fortell, al tiempo que paseaba la mirada por los rostros impacientes sentados a la mesa–. Me importaba un bledo –se empecinó–. Cuando quería abrir una casa, enviaba a gente que construía el edificio y lo llenaba de mercancías y ya estábamos en marcha.
–Hoy es un poco diferente, Fortell–intervino Ben Houghton. Escucha a Miley y luego podrás votar sí o no a sus propuestas.
–No puedo votar si no entiendo de qué se trata, si no sé lo que estoy votando –repuso, y elevó el nivel de audición de su aparato para la sordera. Miró a Miley- . Sigue, querida. Ahora comprendo que enviaste a unos expertos a Houston, quienes descubrieron que en la zona de nuestros almacenes vive gente con la edad necesaria para ir a pie o en coche a Bancroft y que tiene dinero suficiente en el bolsillo para compartir una parte con nosotros. ¿Es eso lo que has querido decir?

Miley lanzó una risita ahogada y lo mismo hicieron varios consejeros.
–Eso es lo que quise decir –admitió la joven.
–Entonces, ¿por qué no lo has dicho así? Me desconciertan los jóvenes cuando complican cualquier tontería inventando palabras resonantes que solo logran confundirnos. Ahora, dime: ¿qué son las «barreras geográficas»?
–Bien –empezó Miley- , una barrera geográfica es cualquier cosa que prevenga a un cliente potencial y le haga desistir de comprar en nuestros establecimientos. Por ejemplo, si ese cliente tiene que atravesar con su coche una zona industrial o un vecindario con un alto índice de criminalidad. Eso serían barreras geográficas.
–¿No existe nada de eso en nuestro futuro terreno de Houston?
–No, no existe.
–Entonces, voto a favor –dijo Fortell, y Miley reprimió la risa.
–Miley –intervino Philip, interrumpiendo las palabras del anciano–. ¿Alguna otra cosa que añadir antes de que el directorio se disponga a votar?
Miley observó por un momento los rostros inescrutables de los directivos y luego negó con la cabeza y dijo:
–Habiendo discutido con gran profundidad en anteriores reuniones los detalles del nuevo proyecto, no tengo nada que añadir. Sí que quisiera reiterar, no obstante, mi convicción de que solo expandiéndonos podremos competir con éxito con las restantes cadenas de grandes almacenes. –Todavía un poco insegura de que el directorio otorgara el voto a su proyecto, Miley hizo un esfuerzo final para obtener su apoyo–. Estoy segura –añadió– de que no tengo que recordar a los miembros del consejo que todas y cada una de nuestras nuevas grandes superficies están obteniendo beneficios iguales o superiores a los cálculos iniciales. Yo creo que gran parte de este éxito se debe al cuidado con que elegimos las respectivas ubicaciones de tales establecimientos.
–El cuidado con que tú elegiste esas ubicaciones –corrigió su padre. Parecía tan frío y severo que tuvo que pasar un momento para que Miley se diera cuenta de que el autor de sus días le había hecho un cumplido. No era la primera vez que ocurría, aunque los homenajes verbales de Philip siempre eran pronunciados como quien cumple un deber de mala gana. Sin embargo, el cumplido de hoy, en presencia del directorio, podía tener otro significado. Tal vez su padre no solo iba a apoyar el proyecto de Houston, sino también a someter al consejo la candidatura de su hija como presidente en funciones durante su ausencia.
–Gracias –le contestó Miley, y luego tomó asiento.
Philip se volvió hacia Parker.
–Supongo que tu banco sigue dispuesto a hacer el préstamo de financiación del proyecto de Houston, si lo aprueba el directorio.
–Sí, Philip. Pero en las condiciones que expuse aquí en la última reunión.

Miley hacía semanas que conocía esas condiciones, pero aun así sintió pánico ante la mera mención de las mismas. El banco de Parker –o mejor dicho, su propio consejo de administración– había examinado las enormes cantidades prestadas a Bancroft en los últimos años y cundió el nerviosismo. Eran cifras astronómicas. Los préstamos para Phoenix, y ahora los destinados a Houston, deberían ser otorgados tras modificar los contratos anteriores. Lo que el banco exigía era, en concreto, que Miley y su padre avalaran personalmente los créditos, además de depositar una garantía subsidiaria personal, que incluiría sus respectivos paquetes de acciones en Bancroft. Miley se estaba jugando su propio dinero, lo que no dejaba de asustarla. Aparte de su paquete de acciones y su sueldo, no poseía más que la herencia de su abuelo, que era lo que tendría que aportar como garantía subsidiaria.

Philip empezó a hablar y su hija advirtió, ya que era obvio, que todavía estaba furioso ante las exigencias del banco de Parker, que consideraba excesivas.
–Tú sabes cómo me enojan esas condiciones especiales, Parker. Considerando el hecho de que Reynolds Mercantile ha sido el único banco de Bancroft durante más de ochenta años, esta repentina exigencia de garantías personales y subsidiarias no solo está fuera de lugar, sino que también es insultante.
–Comprendo lo que sientes –le contestó Parker con calma–. Incluso estoy de acuerdo contigo, y lo sabes. Esta mañana he vuelto a reunirme con mi directorio y he intentando convencerlos de que renunciaran a esas insólitas condiciones o al menos que las suavizaran. Ha sido inútil. Sin embargo –prosiguió, abarcando con la mirada a todos los miembros de la mesa, a fin de que se dieran por aludidos–, la insistencia de mi consejo de administración en no conceder los préstamos en otros términos no significa desconfianza ni es el reflejo de una actitud negativa hacia Bancroft, al que seguimos considerando un gran cliente.
–A mí me suena a desconfianza –declaró el anciano Fortell–. Tengo la impresión de que Reynolds Mercantile considera que aquí en Bancroft somos unos tránsfugas.
–Nada de eso. El hecho es que el último año ha cambiado el clima económico de las cadenas de grandes tiendas. Es menos saludable que antes. Dos cadenas se han presentado en convocatoria para evitar que las cierren los acreedores mientras intentan reorganizarse. Ese es uno de los factores que pesó en nuestra decisión, pero tanto o más importante es que desde la gran depresión nunca se han producido tantas quiebras bancarias. Por eso los bancos son mucho más cautos cuando se trata de prestar grandes sumas a un solo cliente. Además, tenemos que dar plena satisfacción a las auditorías, que en estos momentos someten nuestros préstamos a un escrutinio más severo que nunca. Los requisitos para la obtención de un crédito se han endurecido.
–A mí me parece que deberíamos recurrir a otro banco –sugirió Fortell, y miró vivamente los rostros de los otros consejeros en busca de signos de aprobación–. Eso es lo que yo haría. Dile a Parker que se vaya al diablo y que ya encontraremos el dinero en alguna otra parte.
–Podríamos buscar otra fuente de financiación –intervino Miley  tratando de separar sus sentimientos personales y pensar con la objetividad que imponen los negocios–. Sin embargo, el banco de Parker nos ofrece unos intereses que no encontraríamos en ningún otro lado. Naturalmente él...
–No hay nada de natural en ello –la interrumpió Fortell, lanzándole una mirada poco menos que lasciva. Después se volvió hacia Parker y agregó–: Si tuviera que casarme con esta estupenda joven, lo natural sería que le diera todo lo que deseara. En cambio, tú prefieres maniatarla, inmovilizando sus bienes.
–Fortell –dijo Miley con firmeza al tiempo que se preguntaba cómo un hombre tan anciano podía comportarse como un adolescente–, el negocio es el negocio.

–Las mujeres no deberían andar metidas en negocios, a menos que sean feas y no tengan a un hombre que cuide de ellas. En mi época una hermosa joven como tú estaría en su casa haciendo cosas naturales, como criar niños y...
–Esta no es tu época, Fortell –intervino Parker–. Continúa, Miley. ¿Qué ibas a decir?
–Iba a decir –añadió Miley  incómoda a causa de las miradas maliciosas que se intercambiaban los directores– que las condiciones especiales de tu banco no son preocupantes, puesto que Bancroft & Company efectuará los pagos en los plazos acordados.
–Eso es muy cierto –convino Philip, resignado e impaciente a la vez–. A menos que alguien tenga algo que añadir, opino que cerremos las conversaciones sobre Houston y votemos al final de esta reunión.

Miley recogió sus papeles, agradeció formalmente al directorio su atención al proyecto de Houston y abandonó la sala de conferencias.
–¿Y bien? –preguntó Phyllis, siguiendo a Miley hasta su despacho–. ¿Cómo ha ido? ¿Habrá una sucursal de Bancroft en Houston?
–Están votando en estos momentos –contestó Miley  ojeando el correo de la mañana que Phyllis le había dejado sobre la mesa.
–Rezo para que voten a favor.
Conmovida por la dedicación de que ella y la empresa eran objeto por parte de su secretaria, Miley esbozó una sonrisa tranquilizadora.
–Lo harán –predijo Miley.  Su padre aprobaba el proyecto, aunque con reservas, así que por ese lado Miley no tenía nada que temer–. La incógnita es si la junta dará su conformidad a la construcción inmediata de todo el proyecto o no. ¿Llamarás a Sam Green para que se presente aquí con los contratos de Thorp?

Cuando minutos más tarde colgó el teléfono, Sam Green estaba de pie en el umbral de la puerta. Era un hombre de baja estatura y cabello áspero. Sin embargo, irradiaba autoridad y saber, lo que todos veían, y en especial sus oponentes. Un caso jurídico en manos de Sam Green era una garantía de éxito. Tras sus gafas de montura metálica, sus ojos azules despedían un brillo de inteligencia. En aquel momento la mirada inquisitiva de Sam estaba clavada, expectante, en el rostro de Miley.
–Phyllis me ha dicho que estás preparada para llevar a cabo lo del contrato de Houston –comentó entrando en el despacho–. ¿Significa eso que contamos con la aprobación del directorio?
–Doy por sentado que la tendremos dentro de unos minutos. ¿Qué oferta inicial crees que deberíamos hacer a Thorp Development?
–Piden treinta millones –repuso Sam con aire pensativo y sentándose en uno de los sillones frente al escritorio de Miley- . ¿Qué te parece una oferta de dieciocho para quedarnos, digamos, en veinte? El terreno está hipotecado y los hermanos necesitan efectivo con urgencia. Podrían conformarse con veinte millones.
–¿De veras lo crees?
–Probablemente no –contestó él, y lanzó una risita ahogada.
–Si es necesario, llegaremos a veinticinco. El terreno vale un máximo de treinta, pero, hasta ahora no han podido venderlo por ese precio... –Sonó el teléfono y Miley atendió la llamada sin terminar la frase. Oyó la voz de su padre, seca y firme.
–Seguiremos adelante con el proyecto de Houston, Miley  pero aplazaremos la construcción de todo el complejo hasta que los grandes almacenes de Houston rindan beneficios.
–Creo que es un error –le contestó Miley  ocultando su decepción tras un tono de voz firme.
–Fue decisión de la junta.
–Podrías haberlos convencido –replicó ella con audacia.
–Está bien, entonces fue mi decisión.
–Y es un error.
–Cuando tú dirijas esta empresa tomarás las decisiones...
El corazón de Miley dio un brinco ante estas palabras.
–Cuando... ¿qué? ¿Cuándo dirija la empresa?
–Hasta entonces seré yo quien tome las decisiones –respondió Philip, eludiendo una respuesta directa–. Ahora me voy a casa, porque no me siento bien. De hecho, habría aplazado esta reunión si tú no te hubieras mostrado tan inflexible.

Miley pensó que no sería extraño que utilizara la enfermedad como pretexto. Suspiró y dijo:
–Cuídate. Te veré el jueves a la hora de cenar.
Colgó el auricular y por un momento se lamentó de su relativo fracaso. De inmediato hizo lo que había aprendido a hacer después de su desdichado matrimonio: afrontar la realidad y hallar en ella un objetivo que alcanzar. Sonrió a Sam Green e informó con tono triunfal:
–Contamos con la aprobación del directorio para el proyecto de Houston.
–¿Todo el complejo o solo los grandes almacenes?
–Solo los grandes almacenes.
–Creo que es un error.
Era obvio que Sam había oído la conversación con Philip, pero Miley no hizo comentarios. Para ella era una cuestión de principios reservarse para sí misma, siempre que le fuera posible, la opinión que le merecía la política de su padre. Dejando al margen el asunto, preguntó:
–¿Cuándo podrás tener listo un contrato para llevárselo a Thorp Development?
–Mañana por la noche, pero si quieres que yo negocie personalmente con los hermanos, tendrás que esperar dos semanas, porque antes no puedo viajar a Houston. Todavía estamos preparando el juicio contra Juguetes Wilson.
–Preferiría que fueras tú quien llevara las negociaciones en Houston –confirmó Miley  consciente de que nadie sería capaz de lograr mejores condiciones que él. Por supuesto, habría deseado que Sam estuviera disponible más pronto–. Supongo que dentro de dos semanas está bien. Para entonces, Reynolds Mercantile puede haberse ya comprometido por escrito, y de este modo los contratos no estarán supeditados a su financiación.

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Mañana subo otro cap :D la imagen no tiene nada que ver pero ES HERMOSA LA CYRUS

3 comentarios:

  1. Haaaaaa pobre miley, todo lo que ha hecho por ese terreno para que al fin se de cuenta que nick ya lo compro! Quiero que miley se entere SIGUELAAAAAAAA♥♥♥♥♥

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  3. Háaaaaaaaaaaaa lo amheeeeeeeeeeee siguelaaaaaaaa jajajajajaja por fis no la dejes ahí

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