sábado, 9 de noviembre de 2013

Paraíso Robado - Cap: 27


Durante años, Nick había intentado ahuyentar aquellos recuerdos y la angustia que había sentido por el niño. Lo sepultó todo en lo más profundo de su conciencia, porque le producía una angustia y un dolor indecibles.
Ahora, al mirar las parpadeantes luces de los faros allá abajo, en Lake Shore Drive, se dio cuenta de que ya no necesitaba recurrir a ninguna argucia para no sufrir. Miley había dejado de existir para él.
Cuando tomó la decisión de pasar el año en Chicago, lo hizo con plena conciencia de que coincidiría con Miley pero no permitió que esta idea lo desviara de su trayectoria y perturbara sus planes. Ahora era consciente de que ni siquiera necesitaba molestarse pensando en ella, porque ya no le importaba. Ambos eran adultos, y el pasado, pasado estaba. Miley  sería de todo menos una persona descortés. Cuando se encontraran, se saludarían con los buenos modales propios de personas adultas.


Nick subió al Mercedes de Stanton y le tendió la mano a su amigo. Luego miró a Alicia, enfundada en un abrigo negro que le llegaba hasta los tobillos. El color de la prenda hacía juego con el de la brillante cabellera de la joven. Ella le tendió una mano y lo miró a los ojos, sonriente. Una mirada y una sonrisa directas, seductoras, atractivas.
–¡Cuánto tiempo! –exclamó Alicia con voz suave y sensual.
–Demasiado –replicó Nick sin mentir.
–Cinco meses –le recordó ella–. ¿Vas a darme un apretón de manos o vas a besarme como corresponde?
Nick lanzó una mirada entre desvalida y divertida al padre de la joven: una declaración de intenciones. Stanton respondió con una paternal e indulgente sonrisa. Entonces Nick tiró de la mano de Alicia y la ayudó a sentársele en su regazo.
–¿Cómo me corresponde besarte? –le preguntó.
Ella sonrió y dijo:
–Te lo mostraré.

Solo Alicia habría besado así a un hombre en presencia de su propio padre. Stanton sonrió y apartó la mirada, mientras su hija besaba a Nick de un modo sensual, con el propósito de excitarlo. Y lo consiguió. Ambos lo sabían.
–Creo que me has echado de menos –dijo ella.
–Y yo creo –comentó Nick– que uno de nosotros debería tener el buen gusto de ruborizarse.
–Eso es muy provinciano, querido –bromeó la joven sonriendo, al tiempo que, de mala gana, apartaba las manos de los hombros de su amigo–. Muy de clase media.
–Hubo un tiempo –le recordó Nick mordazmente– en que para mí pertenecer a la clase media habría significado una mejora.

–Estás orgulloso de eso, ¿no es cierto? –inquirió Alicia.
–Supongo que sí.
Ella se sentó al lado de Nick y cruzó las largas piernas. Se le abrió el abrigo y dejó al descubierto un largo corte en su estrecho vestido, que casi le llegaba hasta el muslo.
–¿Qué piensas? –le preguntó a Nick.
–Más tarde te dirá lo que piensa –intervino Stanton, impaciente por hablar con su amigo–. Nick, ¿qué sabes de esos rumores que dicen que Edmund Mining va a fusionarse con Ryerson Consolidated? Pero antes de que contestes, dime cómo está tu padre. ¿Todavía insiste en quedarse a vivir en el campo?
–Mi padre está bien –respondió Nick. Era cierto. Patrick Farrell no se había emborrachado una sola vez en los últimos once años–. Por fin logré convencerle de que debía vender la casa y venir a vivir a la ciudad. Pasará unas semanas conmigo y luego irá a visitar a mi hermana. A finales de este mes sacaré algunas cosas de la casa. A mi padre le falta valor para hacerlo personalmente.


El gran salón de baile del hotel, con sus imponentes columnas de mármol, los relucientes candelabros de metal y el magnífico techo abovedado, era siempre espléndido, pero en opinión de Miley  nunca tanto como esta noche.
Esa noche, el lujo habitual se veía aumentado por las sedas deslumbrantes y los terciopelos. Todos los patrocinadores de la ópera estaban presentes y hacían una pausa en sus alegres conversaciones para posar para la prensa o pasear por el enorme salón, saludando a los amigos. Miley  estaba con Parker, casi en el centro del salón. Él le había pasado un brazo por la cintura y ambos aceptaban los buenos deseos de amigos y conocidos que se habían enterado de su compromiso por la prensa. Miley  volvió la mirada hacia Parker, sonriente.
–¿Qué te resulta tan divertido? –le preguntó él, con una sonrisa tierna.
–La canción que está tocando la orquesta –respondió ella–. Es la misma que bailamos cuando yo tenía trece años. –Como Parker parecía desconcertado, la joven añadió–: En la fiesta de la señorita Eppingham, en el hotel Drake.
Parker lo recordó y sonrió con nostalgia.
–¡Ah! La obligatoria noche de fastidio con la señorita Eppingham.
–Fue peor que eso –puntualizó Miley- . Dejé caer mi bolso, nuestras cabezas chocaron y no hice más que pisarte durante todo nuestro baile.
–Se te cayó el bolso y nuestras cabezas chocaron –la corrigió él con la gentil sensibilidad que ella tanto amaba–, pero no me pisaste durante el baile. Estuviste adorable. De hecho, aquella fue la primera vez que me di cuenta de lo hermosos que son tus ojos. Me mirabas con la más extraña e intensa de las miradas...

Miley  se echó a reír. Luego comentó:
–Quizá estuviera pensando en la mejor manera de declararme.
Parker sonrió y la apretó con más fuerza.
–¿De veras?
–Ya lo creo. –De pronto, la sonrisa desapareció del rostro de Miley.  Una periodista de las columnas de chismes sociales andaba al acecho–. Parker –musitó la joven presurosamente, voy al tocador de señoras y regresaré dentro de unos minutos. Se nos acerca Sally Mansfield y no quiero hablar con ella hasta el lunes, cuando sepa quién le dijo en Bancroft ese disparate de las rebajas el día de nuestra boda.
–De acuerdo.
–El que se lo haya dicho tendrá que retractarse públicamente –afirmó Miley con seriedad, despidiéndose a regañadientes de su novio–. Entre otros motivos porque no habrá tales rebajas. Fíjate si ves llegar a Demi. –Se dirigió a la escalinata que conducía al entresuelo–. Hace rato que debería haber llegado.
–Hemos calculado bien el tiempo, Nick –observó Stanton mientras Nick ayudaba a Alicia a quitarse el abrigo de pieles. Luego se lo entregó a la empleada de guardarropía en la entrada del salón. Oyó las palabras de su amigo, pero lo cierto es que solo estaba pendiente del atrevido escote del vestido de la joven.
–¡Menudo vestido! –exclamó con expresión divertida.
Ella le sostuvo la mirada, inclinó la cabeza y esbozó una sonrisa de complicidad.
–Eres el único hombre –murmuró– capaz de convertir esa frase en una irresistible invitación a meterse en la cama durante una semana entera.
Nick soltó una risita ahogada mientras se encaminaban al centro de la estancia. A cierta distancia vio a dos fotógrafos en acción y a un equipo de televisión merodeando entre la multitud. Se preparó para el acoso inevitable de la prensa.
–¿Era eso? –le preguntó Alicia en cuanto su padre se detuvo a hablar con unos amigos.
–¿El qué? –inquirió Nick, al tiempo que cogía dos copas de champán de la bandeja de un camarero que pasaba por allí.
–Una invitación a una semana de glorioso sexo como la que pasamos hace dos meses.
–Alicia –susurró Nick con tono de suave reprimenda, saludando al mismo tiempo con la cabeza a dos conocidos–. ¡Pórtate bien! –Habría seguido caminando, pero ella se quedó inmóvil, observándolo cada vez con mayor intensidad.
–¿Por qué nunca te has casado?
–Lo discutiremos en otra ocasión.
–Lo intenté las dos últimas veces que estuvimos juntos, pero siempre te escapas por la tangente.
Enojado por su obstinación, por el propio asunto y por la inoportunidad del momento en que lo sacaba a relucir, Nick colocó una mano en un brazo de Alicia y la condujo a un lado.
–Supongo –dijo– que intentas discutirlo aquí y ahora.
–Sí –admitió ella, mirándolo fijamente y alzando la orgullosa barbilla.
–¿En qué estás pensando?
–En casarme.
Nick se detuvo y ella vio una frialdad repentina en su mirada. Sin embargo, las palabras que pronunció fueron aún más cortantes que la expresión de su rostro:
–¿Con quién?
Sintiéndose insultada y furiosa por su propia torpeza al querer forzar la situación, Alicia lo miró durante un largo instante. Nick no suavizó la expresión. Por fin, ella dijo:
–Supongo que lo tengo merecido –dijo.
–No –repuso Nick, enojado consigo mismo por su falta de tacto–. No te lo merecías.
Alicia lo miró, confusa y cautelosa. Luego sonrió y comentó:
–Al menos sabemos dónde estamos... por ahora.
Obtuvo por respuesta una sonrisa breve y fría, sin duda muy poco alentadora. Alicia suspiró y le puso una mano en el brazo.
–Eres –le dijo sin tapujos, al tiempo que él echaba a andar– el hombre más duro y difícil que he conocido en mi vida. –Trató de rebajar la tensión dirigiéndole una mirada seductora.

Demi llegaba en aquel momento al salón. Se detuvo en la entrada el tiempo necesario para dejar el abrigo y observar a la multitud, buscando a Parker o a Miley.  Al ver a Parker, cerca de la orquesta, se dirigió hacia allí. Rozó a Alicia Avery, que caminaba muy despacio junto a un hombre muy alto, de pelo negro y anchos hombros, cuyo perfil le resultó a Lisa vagamente familiar. Ella siguió andando hacia la orquesta, advirtiendo que los hombres se volvían a mirarla. De hecho, también las mujeres la miraban, porque Demi llevaba un modelo de lo más original. Vestía ondulantes pantalones de calle, de satén rojo, y una chaqueta de terciopelo negro. En la cabeza, envolviendo también la frente, lucía una cinta negra. Sin duda era una indumentaria incongruente, del todo inapropiada para aquel lugar y aquella ocasión, pero que de algún modo en Demi parecía muy bien.
Sin embargo, Parker no lo creyó así.
–Hola –lo saludó ella, situándose a su lado mientras el banquero se servía una copa de champán.
Parker alzó la mirada y al ver a Demi vestida de aquel modo hizo una mueca de desaprobación. Ante aquella muda crítica, la muchacha se indignó.
–¡Oh, no! –exclamó con voz afectada, mirando a Parker con fingida alarma–. No me digas que han vuelto a subir las acciones.

Enojado, Parker observó el escote de la chaqueta de Demi y luego su rostro provocativo.
–¿Por qué no te vistes como las demás? –le preguntó con acritud.
–No lo sé–se limitó a responder y, con una amplia sonrisa, añadió–: Probablemente por la misma clase de perversidad que te hace a ti exprimir a las viudas y los huérfanos. ¿Dónde está Miley?
–En el tocador.

Tras este intercambio de palabras, habitual en ellos desde hacía años –aun yendo en contra de la amable personalidad de ambos–, evitaron mirarse y centraron su atención en la multitud. Entonces se produjo una conmoción y los dos dirigieron la mirada hacia la derecha. Los chicos de la prensa y la televisión de pronto se pusieron en marcha a la vista de una buena presa. Demi estiró el cuello y alcanzó a ver a la «víctima» de los periodistas. Era el acompañante de Alicia Avery. Lo apuntaban las cámaras de la televisión, estallaban los flashes y una nube de reporteros le cerraban el paso, blandiendo micrófonos.
–¿Quién es? –preguntó Demi, mirando a Parker.
–No lo veo... –empezó a decir Parker, observando el tumulto sin demasiado interés. Pero finalmente distinguió el rostro de Nick–. Es Farrell –masculló con voz tensa.

El nombre y el rostro bronceado de Nick fueron datos suficientes para revelar a Demi que aquel hombre era el desleal y despiadado ex marido de su amiga Miley.  La muchacha sintió que una oleada de hostilidad se apoderaba de ella. Recordó el sufrimiento de Miley y tuvo el impulso de abrirse paso a codazos, detenerse ante aquel tipo e insultarlo delante de todo el mundo. Sin embargo, sabía que a Miley no le gustaría. Odiaba las escenas. Además, solo Demi y Parker sabían lo de ella y Nick. 

Ambos pensaron en Miley simultáneamente. El rostro de Parker, siempre apacible y civilizado, se descompuso al mirar a Farrell y pensar en su novia.
–¿Sabía Miley que Farrell vendría? –le preguntó Demi. Sin responder, Parker la tomó del brazo y le rogó:
–Encuéntrala y adviértele que Farrell está aquí.

Demi se lanzó hacia la escalinata. Entretanto, el nombre de Nicholas Farrell corría ya de boca en boca. El gran financiero se había librado de la prensa, excepto de Sally Mansfield, de pie a sus espaldas, y conversaba con Stanton Avery cerca del pie de la escalera. Demi lo vio y se apresuró para llegar a tiempo. Avanzaba entre el gentío, mirando a Farrell y tratando de localizar a Miley al mismo tiempo. Y de pronto apareció. Demi se detuvo, horrorizada. Demasiado tarde.

Como todo era inútil, Demi contempló a su amiga, que ya bajaba por la escalera. Por lo menos, pensó Demi, Miley era todo un espectáculo. Estaba más hermosa que nunca. Sí, ahora que el cretino de su ex marido iba a verla por primera vez desde hacía once años.
Desafiando la moda provocativa del momento, Miley llevaba un vestido sin tirantes, largo hasta los pies. Era de satén blanco, salpicado de brillantes lentejuelas y diminutos cristales. En el cuello lucía un collar de rubíes y diamantes, que quizá le había regalado Parker, cosa que Demi dudaba, o bien era un préstamo de la sección de joyería de Bancroft, lo que a Demi le pareció más verosímil.

A mitad de la escalera, Miley se detuvo para hablar con una pareja de ancianos. Demi contuvo el aliento. Parker, que la había seguido, se hallaba a su lado, y sus miradas iban de Farrell y Sally Mansfield a Miley. La inquietud se reflejaba en sus ojos.
Sin dejar de prestar atención a Stanton, Nick miró alrededor buscando a Alicia, que se había ido al tocador. Alguien lo llamó por su nombre. Al volverse Nick Farrell se quedó perplejo. La copa de champán que sostenía no llegó a rozar sus labios. La mujer de la escalera había sido una muchacha y su esposa la última vez que la vio. De inmediato comprendió por qué la prensa la comparaba con Grace Kelly de joven. Con el pelo recogido en un elegante moño sobre la nuca; entrelazado con pequeñas rosas blancas, Miley Bancroft era la viva imagen de la distinción, de la serenidad. Una imagen que quitaba el aliento. Con el paso de los años había perfeccionado su figura, y su rostro, delicado y hermoso, había adquirido un esplendor que hipnotizaba.
Impresionado, Nick se repuso enseguida. Se llevó la copa a los labios y asintió a lo que Stanton le estaba diciendo. Sin embargo, no pudo dejar de mirar a su ex mujer, aunque ahora lo hacía con el interés imparcial de un experto que examina una obra de arte cuyos defectos ya conoce.

Pero no podía engañarse. Era incapaz de inmunizarse por entero contra aquella figura que charlaba con una pareja de ancianos en mitad de la escalera. Nick recordó que Miley siempre se encontraba a gusto entre personas mucho mayores que ella. Pensó en la noche en que lo había tomado bajo su protección en Glenmoor, y su corazón se ablandó aún más. Buscó en ella señales de la personalidad del ejecutivo, pero lo que vio fue una sonrisa arrebatadora, unos ojos brillantes de color turquesa y un aura inesperada de... Buscó la palabra en su mente y solo encontró: inmaculada. Tal vez fuera el blanco virginal de su vestido, o el hecho de que las otras mujeres llevaban ropa provocativa, mientras que ella, mostrando solo los hombros, resultaba todavía más incitante que las demás. Provocativa, regia, inalcanzable.

Nick trató de serenarse. Cuando lo logró, se desvanecieron los últimos vestigios de amargura. Más que belleza, veía en Miley una dulzura que había olvidado, y que debió de ser aplastada por un gran terror para que ella accediese al aborto. Pensó que Miley era demasiado joven cuando se vio obligada a casarse con él, con un extraño. Sin duda aquella muchacha se vio viviendo en una pequeña y sucia ciudad como Edmunton, casada con un borracho –como lo era el padre de Nick– e intentando criar a su hijo. Philip se habría encargado de convencerla de que eso era lo que iba a ocurrir. 

Aquel hombre no se habría detenido ante nada para romper la unión de su hija con un don nadie, incluyendo el aborto. Nick se dio cuenta de ello poco después del divorcio. A diferencia de su padre, Miley nunca había sido una esnob; bien criada y educada, eso sí, pero nunca una esnob capaz de actuar así con él y con el hijo de ambos. Su juventud, el temor y la terrible presión paterna habían sido los causantes de todo. Nick lo comprendió de pronto. Después de once años, había tenido que verla para descubrir la verdad de lo ocurrido entonces, de lo que Miley fue... y de lo que todavía era.
–Hermosa, ¿verdad? –inquirió Stanton, dándole un codazo.
–Muy hermosa.
–Ven, te la presentaré. A ella y a su novio. Tengo que hablar con él de todos modos. Además, te conviene conocer a Parker, controla uno de los mayores bancos de Chicago.

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