sábado, 9 de noviembre de 2013

Paraíso Robado - Cap: 29


–El señor Farrell me dijo que le trajera estos contratos tan pronto como llegaran –informó Peter a la señorita Stern con premura la tarde del día siguiente.
–En ese caso –le replicó la secretaria, arqueando sus poco pobladas cejas–, le sugiero que lo haga.
Otra batalla perdida contra la señorita Stern. Irritado, Peter giró sobre sus talones y llamó suavemente a la puerta del despacho de Nick. Sin esperar respuesta, la abrió. Exasperado por el acuciante deseo de persuadir a Nick de que no se precipitara con respecto al terreno de Houston, no advirtió la presencia de Tom Anderson, que estaba de espaldas en un extremo del espacioso despacho, estudiando un cuadro que acababan de colgar en la pared.
–Señor Farrell –empezó Peter–, tengo que decirle que me siento muy incómodo a causa del negocio de Thorp.
–¿Tienes los contratos?
–Sí. –A regañadientes, le tendió la carpeta–. Pero ¿escuchará al menos lo que tengo que decir?
Farrell le indicó con un gesto uno de los sillones que estaban dispuestos en semicírculo frente a su mesa.
–Siéntate mientras echo un vistazo a los documentos. Luego podrás hacer las observaciones que quieras.

Nervioso y en silencio, Peter observó cómo su jefe repasaba los extensos y complicados papeles que comprometían a Intercorp a un desembolso de millones de dólares. En su rostro no se reflejaba la menor emoción. De pronto, Peter se preguntó si aquel hombre sería presa alguna vez de debilidades tan humanas como la duda, el miedo o el arrepentimiento, o de cualquier otro sentimiento.
Hacía un año que Peter trabajaba para Intercorp, tiempo más que suficiente para observar a Nick Farrell en acción. Cuando este decidía lanzarse de lleno a una empresa, en cuestión de un par de semanas desenmarañaba una madeja con la que su equipo al completo pugnaba sin éxito. Si Nick estaba motivado, era un ciclón devastador que arrasaba todo cuanto se le ponía por delante, personas, empresas, lo que fuera. Las emociones, si es que las tenía, pasaban inadvertidas.

Los otros miembros del «equipo de reorganización» ocultaban mejor que Peter los sentimientos que les inspiraba el jefe –admiración, incertidumbre–, pero el joven presentía que eran idénticos a los suyos. Las especulaciones del joven Vanderbilt cesaron después de que Nick introdujera dos cambios en los contratos, los firmara y luego se los tendiera a Peter.
–Con estas enmiendas todo está bien –comentó–. ¿Qué problema tienes con este asunto?
–Hay un par de ellos –señaló Peter, incorporándose en el sillón e intentando recuperar su actitud firme–. En primer lugar, tengo la impresión de que usted sigue adelante con este negocio porque le induje a creer que podemos ganar dinero rápido revendiéndole la parcela a Bancroft & Company. Ayer pensaba que era cosa hecha, pero he estado investigando desde entonces las cuentas de la operación. También he llamado a algunos amigos de Wall Street. Finalmente, hablé con alguien que conoce personalmente a Philip y a Miley Bancroft...
–¿Y bien? –preguntó Farrell, impasible.
–Verá, no estoy seguro de que Bancroft pueda permitirse el lujo que supone ese desembolso por el terreno de Houston. Basándome en mis datos, creo que se están metiendo en un buen lío.
–¿Qué clase de lío?
–Es largo de explicar, y en realidad no son más que especulaciones basadas en unos datos que no son completos y... en una especie de intuición muy personal.
En lugar de reprenderle por no ir directamente al grano, como Peter esperaba, Farrell le alentó:
–Adelante.
Esta palabra de aliento acabó con la incertidumbre y el nerviosismo de Peter, que de pronto pareció convertirse de nuevo en el joven cerebro inversor del que habían hablado las revistas de economía cuando aún era estudiante en Harvard.
–Está bien, le daré una visión global. Hasta hace unos años, Bancroft poseía un par de grandes establecimientos en la zona metropolitana de Chicago. Por lo demás, la firma estaba estancada. 

Sus técnicas de marketing eran anticuadas, el equipo de administración se apoyaba demasiado en el prestigio de su nombre. Así que, como los dinosaurios, iban camino de la extinción. Philip Bancroft, que aún es el presidente, llevaba el negocio con los mismos métodos heredados de su padre. Como una familia dinástica que no se deja afectar por las tendencias económicas del momento. Pero entonces hizo su aparición en escena Miley Bancroft, la hija de Philip. En lugar de estudiar en alguna escuela privada de educación social para señoritas de la élite y dedicarse a salir en las páginas de sociedad, decide ocupar su sitio en la jerarquía de la firma Bancroft. Va a la universidad, estudia comercio, obtiene el título con la nota final de summa cum laude y luego cursa un máster. Al padre estas hazañas académicas de su hija no lo entusiasman, y trata de impedir que haga carrera en Bancroft. Para eso, la pone de empleada en la sección de ropa interior. –Peter hizo una pausa, luego añadió–: Le doy todos estos datos para que sepa quién dirige de veras los grandes almacenes.
–Sigue –le instó Farrell con aparente indiferencia, y cogió un informe que tenía delante y empezó a leerlo.
–Durante los años siguientes –agregó Peter–, Miley va escalando posiciones y adquiere un conocimiento pleno de los entresijos del negocio. Se familiariza con todos los departamentos. Cuando es ascendida al departamento comercial, empieza a presionar para que Bancroft comercialice sus propias marcas. 

Fue un paso muy rentable que debería haberse dado mucho antes. Entonces el padre la envía a la sección de muebles, que había estado perdiendo dinero. Pero Miley no se hunde, sino que se saca de la manga una nueva idea. Se trata de una sección que es, en realidad, un «museo de antigüedades», que obtiene prestadas de los museos. La noticia aparece en los periódicos y la gente acude, ávida por contemplar estos objetos. Como es natural, una vez dentro dirigen también su atención a los muebles que se venden en el establecimiento y muchos se convierten en clientes. En lugar de comprar en las tiendas de los alrededores donde viven, lo hacen en Bancroft. Entonces papá la convierte en directora de relaciones públicas, un puesto sin la menor importancia, salvo el de obtener la aprobación de alguna donación para obras de caridad. La fiesta navideña anual que se celebra en el auditorio era otra de sus escasas obligaciones. Pero la señorita Bancroft siempre tiene ideas. Inventa acontecimientos especiales con tal que acuda la gente. No se conforma con organizar desfiles de modelos. Utiliza las relaciones familiares para atraer la orquesta sinfónica, la ópera, el museo de arte, etc. Por ejemplo, el Museo de Arte de Chicago trasladó una de sus exposiciones a Bancroft; y durante la temporada navideña, el ballet actuó en el auditorio, representando Cascanueces. Por supuesto, todas estas iniciativas tuvieron una amplia repercusión. Periódicos, revistas y emisoras de radio hablaron de ellas. Bancroft adquirió así una imagen de distinción entre la ciudadanía de Chicago. Más justo sería decir que la imagen de calidad y prestigio de los grandes almacenes quedó muy reforzada. Aumentó espectacularmente la clientela.
»Después el padre volvió a trasladar a Miley,  en este caso al departamento de moda de alta costura. El triunfo fue espectacular, y se debió, en parte, al aspecto personal de la joven, aunque también a sus dotes. He visto recortes de periódicos de la Miley de esa época, y puedo asegurar que esa mujer tiene mucha clase y es bellísima. Así lo pensaron sin duda algunos diseñadores europeos, cuando ella viajó a Europa para convencerlos de que Bancroft era el lugar más adecuado para sus creaciones. Uno de ellos, que hasta el momento solo había trabajado para Bergford Goodman, hizo un trato con ella. A cambio de que Bancroft exhibiera sus modelos con exclusividad, ella misma tendría que ponerse sus vestidos. Miley debió de aceptar y el diseñador diseñó para ella una colección entera. Con esta ropa se dejó ver en muchas reuniones de la alta sociedad y su fotografía apareció repetidamente en la prensa. Los medios de comunicación y el público enloquecieron. Las mujeres acudían en tropel a la sección de alta costura de Bancroft, así como a otras secciones de artículos de diseño. Las ganancias de los diseñadores europeos aumentaron espectacularmente, y también, claro está, las de Bancroft. 

Entonces otros grandes diseñadores se subieron al mismo tren, retirando sus colecciones de otros establecimientos para dárselas a Bancroft.
Farrell levantó la mirada del informe que parecía estar leyendo. Sus ojos delataban impaciencia cuando interpeló a Peter.
–¿Qué tiene que ver todo eso?
–Estoy llegando al fondo de la cuestión. La señorita Bancroft, al igual que sus antepasados, es una comerciante nata. Sin embargo, donde su talento brilla especialmente es en el área de expansión y planificación anticipada. Y en eso está trabajando ahora. De algún modo consiguió convencer a su padre y al consejo de administración de la empresa de que se embarcasen en un vasto programa de expansión que llevaría los grandes almacenes a otras ciudades diseminadas por el país. Sin embargo, para financiar una empresa de tal envergadura necesitaban reunir cientos de millones de dólares. Lo hicieron del modo habitual, es decir, primero obtuvieron de su banco todo el préstamo que este quiso o pudo darles. Después la compañía salió al mercado bursátil, vendiendo acciones en el mercado de valores de Nueva York.
–¿Y eso hace que las cosas sean distintas en algún modo? –quiso saber Farrell.
–No lo serían si no existieran dos factores, señor Farrell. El primero es que Bancroft ha extendido sus tentáculos con tal rapidez que están empeñados hasta el cuello. La mayor parte de los beneficios de los últimos años han sido destinados a la construcción de nuevas tiendas. En consecuencia, no disponen de mucho capital contante y sonante para capear cualquier temporal económico que pudiera amenazarlos. A decir verdad, no veo como van a pagar el terreno de Houston, si es que finalmente lo compran. En segundo lugar, últimamente se han producido una serie de compras hostiles entre grandes almacenes. Una cadena que devora a otra. Si alguien quisiera ahora tragarse a Bancroft, no tengo idea de qué pasaría. Mejor dicho, creo que Bancroft no estaría en condiciones de luchar e impedir una compra hostil. Están maduros. Y además –añadió Peter con voz profunda, para resaltar la importancia de lo que iba a decir–, creo que alguien ya se ha dado cuenta de eso.
Farrell no pareció preocupado al oír la noticia. De hecho, Peter observó una expresión extraña en el rostro de su jefe, sin saber si era exactamente de satisfacción o de regocijo.
–¿En serio?
Peter hizo un gesto de asentimiento, desconcertado ante la extraña reacción de Nick, pues en su opinión eran noticias alarmantes.
–Yo diría que alguien ha empezado a adquirir en secreto todas las acciones de Bancroft que salen a la venta. Y ese alguien está comprando paquetes pequeños con el fin de no levantar la perdiz. No desea alertar a Bancroft, ni a Wall Street ni a la Comisión Controladora de Acciones y Valores. Todavía no. –Señaló los tres monitores de ordenador que había tras el escritorio de Nick–. ¿Puedo? –preguntó.
Farrell asintió y Peter se acercó a los monitores. Dos de ellos reflejaban datos de las divisiones de información de Intercorp, en los que sin duda había estado trabajando Farrell antes de la llegada del joven Vanderbilt. La tercera pantalla estaba en blanco y Peter tecleó los códigos y las preguntas que él había utilizado en su propio despacho. De inmediato apareció el índice Dow Jones. Peter lo borró y en su lugar hizo aparecer los siguientes titulares:

Historial Comercial:
Bancroft & Company, código B & C,
NYSE.

–Mire esto –dijo Peter, apuntando a las columnas de datos que había en pantalla–. Hasta hace seis meses las acciones de Bancroft permanecían estables, con pequeños altibajos sobre la cotización de los dos últimos años, es decir, diez dólares. Hasta entonces, el número de acciones que cambiaban de manos era de unas cien mil semanales. Pero ahora, fíjese. –Desplazó el dedo hasta la cifra inferior de la columna de la izquierda–. En los últimos seis meses las acciones han venido experimentando un alza hasta situarse en los doce dólares. Y más o menos cada mes, el número de acciones en circulación ha batido su propia marca. –Puso la pantalla en blanco y se volvió hacia Farrell, frunciendo el entrecejo–. Es solo un presentimiento, pero creo que alguien, una entidad, podría estar intentando hacerse con el control de la compañía.
Nick se puso de pie, poniendo fin súbitamente a la reunión.
–También puede ser que los inversores piensen que B & C es una buena inversión a largo plazo. Seguiremos adelante con la adquisición del terreno de Houston.
Comprendiendo que su jefe daba por terminada la reunión, Peter no tuvo más remedio que coger el contrato ya firmado y obedecer a Nick.
–Señor Farrell –dijo con voz vacilante–, me he estado preguntando por qué me envía a Houston. Precisamente a mí. Esta clase de negociaciones no es mi campo...
–No te resultará difícil sellar el trato –aseguró Nick con una sonrisa indecisa y tranquilizadora–. Ampliará tu experiencia. Recuerdo que una de las razones que diste para unirte a Intercorp fue el deseo de adquirir una experiencia global de los negocios.
–Sí, señor. Fue una de las razones. –Se sentía orgulloso al ver la confianza que el jefe depositaba en él, pero cuando se disponía a salir, las últimas palabras de Nick derribaron el castillo.
–No hagas una chapuza, Peter.
–No la haré –afirmó el joven, pero la seria advertencia de su jefe hizo que se estremeciera.
Tom Anderson había permanecido durante todo el tiempo de pie, junto a los ventanales. Ahora se acercó a Nick, ahogando una risita. Se sentó en el sillón que había ocupado Peter Vanderbilt.
–Nick, le has dado un susto de muerte a ese chico.
–Ese chico –le contestó Nick, imperturbable– le ha dado a Intercorp varios millones de dólares. Está resultando una excelente inversión.
–¿También lo es el terreno de Houston?
–Creo que sí.
–Bien –le replicó Tom, y extendió las piernas–. Porque me disgustaría pensar que vas a invertir una fortuna solo como represalia contra una dama de la alta sociedad que te insultó en presencia de una periodista.
–¿Qué podría hacerte llegar a una conclusión semejante? –le espetó Nick, pero en sus ojos había un brillo sardónico.
–No lo sé. El domingo leí en la prensa que una chica llamada Bancroft te ridiculizó la noche anterior, durante el baile a beneficio de la ópera. Y esta noche firmas un contrato de compra de un terreno que ella quiere adquirir. Dime una cosa: ¿cuánto va a costarle esa parcela a Intercorp?
–Veinte millones, tal vez.
–¿Y cuánto le costará a la señorita Bancroft comprárnosla a nosotros?
–Mucho más.
–Nick –dijo Tom, hablando parsimoniosamente y con indiferencia–, ¿te acuerdas de aquella noche, hace ocho años, en que se consumó mi divorcio de Marilyn?

A Nick le sorprendió la pregunta, pero desde luego se acordaba muy bien de aquella noche. Meses después de que Tom se incorporara a Intercorp, su mujer anunció de repente que se estaba acostando con otro hombre y que quería divorciarse. Demasiado orgulloso para rogar y demasiado deshecho para presentar batalla, Tom se marchó de casa, llevándose sus cosas. Sin embargo, siempre había creído que ella cambiaría de idea. Hasta el día fatídico. Tom Anderson no se presentó al trabajo. A las seis de la tarde Nick supo por qué. Su amigo lo llamó desde la comisaría, donde estaba arrestado por embriaguez y desorden público.
–No recuerdo los detalles de esa noche –admitió Nick–. Lo que sí recuerdo es que nos emborrachamos juntos.
–Yo ya estaba borracho –dijo Tom con cierta ironía–. Entonces tú me sacaste de la cárcel y después bebimos juntos. –Observó con detenimiento a Nick y prosiguió–: Creo recordar vagamente que aquella noche te solidarizaste con mi dolor haciéndome partícipe del tuyo. Desollaste viva a cierta dama llamada Miley  que años atrás te dejó tirado o algo así. Claro que tú no la llamaste dama, sino zo/rra mimada. En un momento dado, antes de que yo perdiera el conocimiento, ambos convinimos en que toda mujer cuyo nombre empiece con «m» no es buena para nadie.
–No hay duda de que tu memoria es mejor que la mía –comentó Nick evasivamente, pero Tom advirtió que su amigo apretaba los dientes ante la mención del nombre de la chica. Bastó este detalle para que Tom Anderson llegara a la conclusión correcta.
–Entonces –dijo con una sonrisa irónica–, ahora que ha quedado claro que la Miley de aquella noche es en realidad Miley Bancroft, ¿podrías contarme qué ocurrió entre vosotros para que todavía os odiéis?
–No –repuso Nick–. No puedo contártelo.

Se incorporó y se encaminó a la mesa sobre la que había desplegados los planos para la planta de Southville.
–Ultimemos los detalles de Southville –propuso

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A la unica persona que comenta gracias, espero te gusten los capitulos 


2 comentarios:

  1. Y la venganza comenzo! AMO TANTO ESTA NOVELA WEON♡ Merece más comentarios! Pense que no subirias más, ya llevabas 3 semanas sin subir y ya me estaba empezado a asustar! Lo bueno de todo es que ya sali de vacaciones y bueno t comentare TODOS los días hasta que subas, por favor no la abandones :(ame estos capítulos ya quiero que mikey ynick empiezen a coquetear :D sigulaaaaaaaaa

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  2. Hace muchoooooo no leía nada tuyo me puse al corriente y AME ESTA ADAPTACION continuala prometo estar siempre aquí comentando, me engarche con esta nove y ya quiero ver más capitulos no aguanto más subeee siiii :(

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