–Adquirió algunos conocimientos durante su breve paso por la facultad de derecho y conocía lo suficiente la jerga jurídica como para hacerla parecer propia de un alegato judicial. Cuando se le presentaba un cliente pidiéndole un divorcio, primero se aseguraba que la otra parte estaba completamente de acuerdo... o de que se había esfumado. Después le cobraba al incauto todo lo que podía y redactaba la petición. Consciente de que nunca podría hacerse pasar por abogado el tiempo suficiente para que un juez firmara la solicitud, la firmaba él mismo.
–¿Insinúas que ese abogado cuyos servicios contraté hace once años no era abogado? –masculló Philip con voz apenas reconocible.
–Me temo que sí.
–¡No lo creo! –estalló Philip, como si con su ira pudiera ahuyentar la realidad del hecho.
–No hay necesidad de que te arriesgues a sufrir otro infarto, porque eso en nada cambiará las cosas –replicó Parker con tono razonable. Miley se sintió un poco aliviada al observar que su padre trataba de dominar sus emociones.
–Sigue –dijo al cabo de un momento.
–Hoy, después de comprobar que Spyzhalski no es miembro del colegio, envié a un detective a los juzgados. Es un hombre muy discreto que trabaja para nosotros en cuestiones bancarias –dijo para tranquilizar a Philip, quien se había aferrado al respaldo de una silla–. Pasó todo el día y parte de la noche verificando una y otra vez la presunta existencia del acta de divorcio de Miley. No está en los archivos.
–¡Mataré al bastardo!
–Si te refieres a Spyzhalski, primero tendrás que averiguar dónde se encuentra. Desapareció. Si te refieres a Farrell –siguió Parker con tono de resignación–, sugiero vehementemente que reconsideres tu actitud.
–¡Una mie/rda! Miley puede resolver este asunto yéndose a Reno o a cualquier otra parte, y obteniendo allí un divorcio rápido y discreto.
–Lo he pensado pero no sirve. –Parker levantó la mano para silenciar la airada reacción de Philip–. Escúchame, porque esta noche he tenido tiempo para pensar detenidamente en el asunto. Aunque Miley actuara como tú sugieres, eso no resolvería el problema jurídico de los derechos de propiedad. Este último aspecto del divorcio tendría que pasar necesariamente por los tribunales de Illinois.
–Miley no tiene por qué informar a Farrell de que hay tal problema.
–Ética y moralmente sería reprobable, pero no basta, ya que también sería impracticable. –Parker exhaló un suspiro de frustración y procedió a dar explicaciones–: El Colegio de Abogados de Estados Unidos ha recibido ya dos denuncias contra ese impostor y el asunto está en manos de las autoridades. Si Miley actuara como tú sugieres y el falso abogado fuera arrestado y confesara... ¿Lo comprendes? Las autoridades le notificarían a Farrell que su divorcio no es legal, aunque es probable que este se enterase antes por la prensa. ¿Tienes idea de la clase de querella que podría entablar contra vosotros? Farrell dejó en tus manos, de buena fe, la responsabilidad de llevar a cabo el divorcio. Tú pecaste de negligencia. Además, durante todos estos años ha corrido el riesgo de bigamia por tu culpa y...
–Parece que lo tienes todo muy claro –lo interrumpió Philip–. ¿Qué sugieres que hagamos?
–Lo que sea necesario con tal de adormecer a la fiera y conseguir que acepte un divorcio rápido y sin complicaciones –replicó Parker con calma inflexible. Luego se volvió hacia Miley –: Me temo que serás tú quien tenga que hacer el trabajito.
Durante la discusión, Miley se había mantenido al margen. Las palabras de Parker parecieron sacarla de su estupor.
–¿Por qué hay que calmar a ese hombre?
–Porque las implicaciones económicas son enormes. Te guste o no, Farrell es tu marido legal. Un matrimonio de once años de duración. Eres una joven millonaria, Miley , y Farrell, como tu esposo legal, podría querer apoderarse de tu fortuna...
–¡Deja de llamarlo mi marido!
–Lo es –insistió Parker, pero esta vez con tono suave–. Farrell podría negarse a colaborar en el asunto del divorcio. También podría llevarte a los tribunales por negligencia...
–¡Dios mío! –exclamó Miley , poniéndose de pie y echando a andar nerviosamente por la habitación–. ¡No puedo creer lo que está ocurriendo! Seguro que estamos exagerando. –Se esforzó por pensar con lógica y plantear el problema como si fuera uno de tantos de los que surgían en su trabajo–. Si lo que he leído es verdad, Nick es mucho más rico que nosotros –dijo por fin.
–Así es –convino Parker, sonriendo para demostrar que aprobaba su capacidad para pensar con calma–. En cuyo caso, tendría mucho más que perder que tú, si se llega a una lucha por los derechos de propiedad.
–Entonces no hay de qué preocuparse –concluyó Miley- . Nick querrá liquidar este asunto tanto o más que nosotros, y se alegrará al saber que no quiero nada de él. En realidad, tenemos la sartén por el mango...
–No exactamente –negó Parker–. Como acabo de explicar, tú y tu padre asumisteis la responsabilidad de obtener el divorcio, y como no lo hicisteis, probablemente los abogados de Farrell convencerían a los tribunales de que la culpa es vuestra. En tal caso, el juez podría incluso concederle una indemnización. Por otra parte, a ti te sería muy difícil obtener un solo dólar de él, pues deberías haberte divorciado en aquel momento. Supongo que sus abogados persuadirían al tribunal de que lo hiciste a propósito, con premeditación, para así poder sacarle dinero después.
–Arderá en el infierno antes de sacarnos otro centavo –intervino Philip–. Ya le pagué diez mil dólares a ese bastardo para que desapareciera de nuestras vidas y renunciara al dinero de Miley y al mío.
–¿Cómo se lo pagaste?
–Yo... –Philip palideció–. Hice lo que ese Spyzhalski me indicó que hiciera, nada fuera de lo corriente. Extendí un cheque conjunto, para Farrell y para él.
–Spyzhalski es un timador –dijo Parker con tono irónico–. ¿Crees honestamente que tendría el menor escrúpulo para falsificar el cheque de Farrell y quedarse con el dinero?
–Debería haber matado a Farrell el día que Miley lo trajo aquí.
–¡Cállate! –suplicó Miley –. Vas a sufrir otro infarto. Sencillamente nuestro abogado se pondrá en contacto con el abogado de Nick...
–Lo dudo –la interrumpió Parker–. Si quieres que este hombre coopere y que el asunto no trascienda, lo que en mi opinión es nuestro primer objetivo, entonces será mejor que arregles la situación con Farrell.
–¿Qué situación? –preguntó Miley, exaltada.
–Sugiero que tu primer paso sea disculparte personalmente por tu observación que apareció en la columna de Sally Mansfield...
Miley recordó el incidente del baile a beneficio de la ópera y se sentó en el sillón que había frente a la chimenea, mirando fijamente las llamas.
–No puedo creerlo –murmuró.
–Estoy empezando a dudar de ti, Parker. ¿Que clase de hombre eres para sugerir que Miley le pida disculpas a ese cretino? ¡Yo me las veré con él! –vociferó Philip.
–Soy un hombre pragmático y civilizado, eso es lo que soy –replicó Parker, dirigiéndose a Miley y poniéndole una mano sobre un hombro–. Y tú eres un hombre volátil, razón por la cual no hay persona menos indicada en el mundo que tú para tratar con Farrell. Además, confío en Miley. Escucha, ella me ha contado su historia con Farrell. Él se casó con tu hija porque estaba embarazada. Lo que hizo cuando Miley perdió al niño fue cruel, pero también práctico y quizá más benévolo que arrastrar un matrimonio condenado desde el principio...
–¡Benévolo! –escupió Philip–. Él tenía veintitrés años y era un cazador de dotes que sedujo a una heredera de dieciocho, la dejó embarazada y después, benévolamente, consintió en casarse con ella...
–¡No sigas! –rogó Miley –. Parker tiene razón. Y sabes muy bien que Nick no me sedujo. Te conté lo que ocurrió y la razón de que ocurriera. –Con gran dificultad, recuperó el control–. Todo esto no tiene nada que ver con el asunto al que nos enfrentamos. Hablaré con Nick cuando haya decidido la mejor manera de hacerlo.
–He aquí mi chica –dijo Parker. Miró a Philip e ignoró su gesto de rabia–. Lo que Miley tiene que hacer, es encontrarse con él civilizadamente, explicarle el problema y sugerirle que se divorcien sin pretensiones económicas por una u otra parte. –Con una sonrisa irónica, estudió el rostro pálido de Miley –. Te has enfrentado con problemas más difíciles que este y con tipos más duros que Farrell. ¿No es cierto, querida?
Miley vio el orgullo reflejado en el rostro de Parker, vio su gesto de aliento y le lanzó una mirada de irremediable consternación.
–No –repuso.
–¡Claro que sí! –insistió Parker–. Mañana por la noche todo este lío será un recuerdo si consigues que te reciba enseguida...
–¡Que me reciba! –estalló Miley –. ¿Por qué no puedo hablarle sencillamente por teléfono?
–¿Intentarás resolver por teléfono una situación difícil y de vital importancia para los intereses de Bancroft & Company?
–No, claro que no –contestó Miley.
Parker se marchó minutos después y Miley se quedó en la biblioteca con su padre. Ambos permanecieron en silencio durante largo rato, mirando al vacío.
Por fin, Philip dijo:
–Supongo que me echas la culpa...
Sacudiéndose la autocompasión que sentía, Miley miro a su padre. Estaba pálido y su aspecto era el de un hombre derrotado.
–Claro que no –le contestó apaciblemente–. Solo querías protegerme, y por eso contrataste los servicios de un ahogado que no nos conocía.
–Yo mismo llamaré a Farrell mañana por la mañana.
–No, eso no –replicó Miley sin perder la compostura pero con firmeza–. En eso Parker tiene razón. La sola mención del nombre de Nick te pone furioso y a la defensiva. Si intentaras hablar con él perderías la paciencia en menos de diez segundos y terminarías por sufrir otro infarto. Será mejor que ahora te acuestes y trates de dormir un poco. –Miley se puso de pie, dispuesta a marcharse–. Te veré mañana en el trabajo. Verás cómo de día todo este asunto nos parecerá... Bueno... menos amenazador. Además –añadió, logrando esbozar una sonrisa animosa–, ya no tengo dieciocho años ni me asusta la idea de enfrentarme a Nicholas Farrell. En realidad –mintió–, me excita la idea de ganarle la partida.
Philip parecía estar pensando desesperadamente en una solución alternativa y, como no la encontraba, se ponía más nervioso.
Ella le dedicó un alegre gesto de despedida y bajó a toda prisa los escalones de la puerta de entrada. Tenía el coche aparcado en el camino. Subió al frío vehículo y cerró la portezuela. Después apoyó la cabeza en el volante y cerró los ojos.
–Dios mío –murmuró, aterrada ante la idea de enfrentarse con aquel demonio surgido de su pasado.