sábado, 12 de octubre de 2013

Paraíso Robado - Cap: 20


–No ha habido carta de Nick, ¿verdad? Además, supongo que tu padre sigue en sus trece...
–Sí. Hace dos semanas que llegó la quinta y última carta.
–Salgamos –propuso Demi–. Bien maquilladas y vestidas. Eso siempre te ha hecho sentir mejor. Vayamos a algún lugar agradable.
–¿Por qué no a cenar a Glenmoor? –sugirió Miley que hacía tiempo que albergaba un plan– Tal veamos a Jonathan Sommers. Suele estar allí. Tú le preguntas todo lo que se te ocurra acerca de los pozos de petróleo, y quizá en el transcurso de la charla surja el nombre de Nick.
–Está bien –aceptó Demi, pero Miley sabía que la opinión de su amiga acerca de Nick había ido degradándose a causa de la reprobable conducta del joven.

Jonathan estaba en el salón con un grupo de amigos, charlando y bebiendo. Cuando llegaron las dos jóvenes produjo una conmoción. Por supuesto, no les resultó nada difícil que las invitaran a unirse al grupo. Durante una hora, Miley permaneció sentada casi en el mismo lugar donde cuatro meses antes había estado con Nick cerca del bar. Demi le sonsacaba a Sommers todo lo que este sabía sobre la perforación de pozos petrolíferos, y fingía tan bien que él creyó que la muchacha había decidido estudiar geología y especializarse en la exploración de pozos de petróleo. La representación de Demi era digna del premio de la Academia de las Artes. En cuanto a Miley , aprendió mucho sobre pozos de petróleo y nada sobre Nick.

Dos semanas más tarde, el médico de Miley ya no sonreía ni se mostraba confiado cuando habló con ella. Tenía muchas pérdidas. La joven volvió a casa con instrucciones de hacer reposo. Necesitaba más que nunca la presencia de Nick. Al llegar, llamó a Julie para hablar con alguien cercano a su marido. No era la primera vez que lo hacía, sino la tercera. Por ella supo que Nick escribía semanalmente a la familia.

Aquella noche, en la cama, Miley no podía conciliar el sueño. Solo pensaba en el bienestar de su bebé y en el deseo de tener a Nick a su lado. Hacía un mes que no sabía nada de él. En su última carta escribía que estaba muy ocupado y que por las noches se sentía exhausto. Aunque era comprensible, Miley no entendió cómo Nick tenía tiempo para escribir a su familia y no a ella.
Se llevó una mano protectora al vientre y pensó: tu padre recibirá una carta muy severa por lo que está haciendo.

Poco después, dio por sentado que había tenido éxito, porque Nick condujo durante ocho horas para acceder a un teléfono. Ella se sintió feliz al oírlo, pero pronto advirtió que la voz de Nick sonaba un poco fría y cortante.
–La cabaña todavía no está disponible –dijo– Pero he encontrado otro lugar en una pequeña aldea. Sin embargo, solo podré visitarte los fines de semana.
Miley no podía viajar, ya que el médico tenía que visitarla todas las semanas y apenas podía hacer otra cosa que caminar un poco. No obstante, no quería asustar a Nick diciéndole que, según el doctor, corróa un gran riesgo de perder al niño. Pero por otra parte estaba tan enojada con él y temerosa por el niño, que decidió informarlo de todos modos.
–No puedo ir –anunció–. El médico quiere que me quede en casa y que no me mueva mucho.
–Qué extraño –le replicó Nick–. Sommers estuvo aquí la semana pasada y me dijo que tú y Demi habías estado en Glenmoor deslumbrando a todos los hombres.
–Eso fue antes de que el ginecólogo me ordenara que no saliera.
–Ya entiendo.
–¿Qué esperas de mí? –inquirió Miley con sarcasmo–. ¿Que me pase el día sentada esperando tus esporádicas cartas?
–Podrías intentarlo –respondió Nick–. Por cierto, no es que seas una gran escritora.

Miley interpretó que su marido se refería a su estilo literario y no al número de cartas. Eso la enfurció tanto que estuvo a punto de colgar.
–¿Debo suponer que no tienes nada más que decir?
–No mucho.

Cuando colgaron, Nick se apoyo contra la pared y cerró los ojos, intentando olvidar aquella llamada y su larga agonía. Solo habían pasado tres meses y Miley no quería reunirse con él. Hacía semanas que no le escribía, y estaba reanudando su vida social anterior. Además, le mentía al asegurar que estaba haciendo reposo. Recordó que su mujer era una chiquilla de dieciocho años y este pensamiento le produjo amargura. ¿Por qué no iba ella a desear una vida social? «Mie/rda», susurró Nick ante la futilidad de sus intentos. Pero superó el desaliento y se dijo que dentro de unos meses el campo ya estaría en pleno funcionamiento y bajo control. Entonces insistiría en obtener cuatro días de permiso para ir a Chicago y ver a su esposa. Miley lo amaba, deseaba estar con él, estar casada con él. No importaba que apenas le escribiera, no importaba lo que hiciera, ella lo amaba. Viajaría a Chicago y, cuando se vieran, la convencería de que se marchara con él a Venezuela.

Miley colgó él auricular y se arrojó sobre la cama. Lloró hasta la extenuación. Pensó que cuando Nick se refirió a la casa que había encontrado lo hizo con indiferencia. No parecía importarle mucho si ella viajaba o no.
Miley le escribió una carta muy larga para excusarse por su «mal estilo». Se disculpó por haberse enojado, y dejando al margen su orgullo, le dijo lo mucho que necesitaba sus cartas. Finalmente le explicó con detalle todo lo que le había dicho el médico.
–Bajó y le dejó la carta a Albert para que la echara al correo. Ella se había cansado de salir a esperar al cartero, en vista de que nunca le llegaba carta alguna de Nick. Albert, que era a la vez mayordomo, chófer y encargado de las reparaciones, atendió el requerimiento de Miley.  La señora Ellis se había tomado tres meses de vacaciones, las primeras desde hacía años, y Albert con reservas, la sustituía en lo posible.
–¿Echará usted esta carta al correo, Albert?
–Si, claro.
Cuando ella se marchó, Albert se dirigió al despacho del señor Bancroft, abrió un antiguo escritorio y arrojó la carta, reuniéndose con otras muchas, la mitad de las cuales estaban selladas en Venezuela.
Miley se dirigía a su dormitorio cuando empezó la hemorragia.
Pasó dos días en el ala Bancroft del hospital de Cedar Hills. Aquella sección llevaba el nombre de la familia en agradecimiento a sus grandes donaciones.
Miley no hacía más que implorar al cielo que no se repitiera la hemorragia y que Nick volviera a su lado, que milagrosamente decidiera regresar. Quería a su bebé, quería a su marido y tenía el terrible presentimiento de que iba a perderlos a ambos.

Cuando el doctor Arledge le dio el alta, lo hizo bajo la condición de que permaneciera en cama durante el resto del embarazo. Tan pronto como regresó a casa Miley escribió a Nick para informarle de lo ocurrido, mencionando sutilmente, la posibilidad de que su propia vida corría peligro. Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa con tal que él no la olvidara.
El reposo absoluto pareció conjugar el peligro del aborto, pero, sin nada que hacer salvo leer, ver televisión o preocuparse, Miley tuvo mucho tiempo para reflexionar sobre una dolorosa realidad: Nick había encontrado en ella a una buena compañera de cama, y ahora que estaba lejos se había convertido en un ser prescindible. Finalmente empezó a pensar en el mejor modo de criar a su hijo sin la presencia del padre.

Este último problema se resolvió por sí solo. A finales del quinto mes de embarazo, en mitad de la noche Miley sufrió una hemorragia. Esta vez todos los milagros de la ciencia médica sirvieron de poco. Miley abortó una niña, a la que llamó Elizabeth en memoria la madre de Nick. Ella misma escapó por poco de la muerte, contra la que estuvo luchando durante tres días críticos.

Pasado el peligro, permaneció otra semana en el hospital, con el cuerpo atestado de tubos. Escuchaba ansiosamente, por si oía los pasos largos y ágiles de Nick en el pasillo. Su padre había intentado llamarlo, pero al no establecer contacto directo, le había enviado un telegrama.
Nick no acudió. Nick no llamó.

Sin embargo, durante la segunda semana en el hospital, recibió un telegrama de Nick con siete palabras brutales: «El divorcio es una idea excelente. Divórciate».
Desolada, Miley se negó a creer que las hubiera escrito Nick, sobre todo teniendo en cuenta que todavía estaba tan enferma.
«Demi –le había dicho a su amiga, llorando desconsoladamente– tiene que odiarme para haber enviado un telegrama así. Pero yo no he hecho nada para que me odie. Él no envió ese telegrama. ¡No lo hizo! ¡No ha podido hacerlo!»

A petición de Miley , Demi llevó a cabo otra representación en la oficina de la Western Union, con el fin de averiguar quién había enviado el telegrama. La compañía cedió y Demi descubrió que Nicholas Farrell había enviado el mensaje desde Venezuela, cargando el importe a su tarjeta de crédito.

Un frío día de diciembre, Miley abandonó el hospital flanqueada por Demi y Philip. Miró el claro cielo azul y le pareció ajeno a ella. El mundo entero le pareció ajeno.
Siguiendo la voluntad de su padre, se matriculó en la Universidad del Noroeste para el semestre de otoño. Compartía una habitación con Demi. Accedió a todo porque ellos así lo querían, pero con el tiempo recordó lo que la universidad había significado para ella. Recordó también otras cosas: cómo sonreír y cómo reír. El ginecólogo le había advertido que, de quedarse de nuevo embarazada, el bebé y ella misma correrían un riesgo aún mayor que en el pasado. La posibilidad de no tener hijos le resultaba dolorosa, pero de algún modo también consiguió superar ese problema.

La vida le había propinado golpes crueles, pero logró sobrevivir, hallando en su interior una fuerza de la que no había sido consciente hasta entonces.
Su padre contrató a un abogado que tramitó el divorcio. No supo nada de Nick, pero llegó un momento en que era capaz de pensar en él sin dolor ni animosidad. Era obvio que él se había casado con ella porque estaba embarazada y porque era ambicioso. Cuando descubrió que Philip tenía la llave de la fortuna, se echó atrás. Con el tiempo, Miley le perdonó incluso eso. Ella también había tenido sus razones egoístas para casarse. Embarazada, no se había sentido con fuerzas para afrontar sola la situación. Y aunque creyó amarlo, Nick nunca la había engañado diciéndole que la amaba. Ambos se habían casado por motivos equivocados y la alianza estuvo condenada al fracaso desde el principio.
Durante su tercer año universitario vio a Jonathan Sommers en Glenmoor. Sommers le contó que a su padre le había interesado tanto una idea de Nick que formó una sociedad limitada con él, aportando una parte del capital.

Aquella empresa rindió dividendos. De hecho, durante los once años siguientes muchas de las empresas de Nick rindieron beneficios. En revistas y periódicos Aparecían con frecuencia artículos sobre él. Miley los ignoraba, pues estaba demasiado ocupada en su propia carrera y, además, ya no le importaba lo que él hiciera. Sin embargo, a la prensa sí le interesaban las andanzas de Nick, que con el tiempo se convirtió en una obsesión para los medios de comunicación. Recogían sus clamorosos  éxitos financieros y sus no menos conocidas conocidas conquistas amorosas, entre las que se contaban varias estrellas de la pantalla. Para el hombre de la calle, Nick representaba el sueño americano de un joven pobre que alcanzaba el triunfo. Para Miley , no era más que un extraño con el que alguna vez tuvo relaciones íntimas. Como jamás usó su nombre, y como solo su padre y Demi sabían que habían estado casados, las aventuras amorosas del nuevo astro de la escena social norteamericana nunca afectaron la reputación de Miley.

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