sábado, 5 de octubre de 2013

Paraíso Robado - Cap: 19


–Los domingos comemos a las tres. Preferiría que no molestase a Miley contándole lo ocurrido aquí dentro. Como bien dijo usted mismo, está embarazada.
Con la mano en el pomo de la puerta, Nick se volvió y asintió. Pero Bancroft no había terminado. Sorprendentemente, daba la impresión de que se rendía a la evidencia y aceptaba el matrimonio.
–No quiero perder a mi hija, Farrell –dijo con pétrea–. Es obvio que usted y yo nunca nos caeremos bien. Pero por Miley deberíamos intentar disimularlo.

Nick miró detenidamente el rostro furioso y frustrado de Philip, pero no vio asomo de hipocresía. Además, lo que sugería el padre de Miley era algo lógico y sensato, lo mejor tanto para él como para su hija. Pasado un largo momento, Nick hizo un breve gesto de asentimiento, aceptando la oferta sin vacilación.
–Podemos intentarlo.
Philip Bancroft le siguió con la mirada, y cuando la puerta se cerró tras Nick, rompió el cheque con una sonrisa vengativa.
–Farrell –dijo burlonamente–, has cometido dos grandes errores. El primero, no aceptar el cheque; el segundo, subestimar a tu adversario.

*****
Acostada al lado de Nick, Miley clavó la mirada en el dosel de su cama, alarmada por el cambio que notaba en él desde su conversación con Philip. Al preguntarle qué había ocurrido en el despacho de su padre, Nick había respondido de una forma no muy explícita.
–Intentó convencerme de que desapareciera de tu vida.
Como ambos hombres se habían tratado educadamente desde su conversación en privado, Miley dio por sentado que habían acordado una tregua. Bromeando, le preguntó a su marido.
–¿Te convenció?
Nick le contestó que no y ella le creyó, pero esa noche le había hecho el amor con una sombría determinación que no iba con su carácter. Como si quisiera imprimir su huella en el cuerpo de su mujer, como si estuviera despidiéndose de ella.
Miley le miró de reojo. Estaba despierto, apretada la mandíbula, inmerso en sus pensamientos. ¿Enojado, triste, o solo preocupado?, se preguntó Miley.  No podía saberlo. Hacía seis días que se conocían, y ahora se daba cuenta de que eso constituía una muralla enorme porque no llegaba a comprender el estado de ánimo de su marido.
–¿Qué piensas? –preguntó él bruscamente.
Asombrada por su repentina disposición a hablar, Miley se apresuró a responder:
–Estaba pensando en que hace solo seis días que nos conocemos.

La hermosa boca de Nick se torció en una sonrisa burlona, como si hubiera estado esperando esa respuesta.
–Excelente razón para renunciar a la idea de seguir adelante con nuestro matrimonio. ¿Me equivoco?
La intranquilidad de Miley se convirtió en pánico al oír estas palabras. De pronto comprendió la razón de su temor: estaba locamente enamorada de Nick, y se sentía un ser muy vulnerable.
Con aparente indiferencia se puso boca abajo en la cama, apoyando la cabeza sobre los brazos doblados. Decidió averiguar a qué se refería Nick. Evitó escrupulosamente la mirada de su marido, pareció entretenerse trazando un círculo imaginario en la almohada y, reuniendo todo su valor, empezó a hablar.
–¿Me estabas pidiendo mi opinión o sencillamente expresando la tuya?
–Te estaba preguntando si era eso lo que pensabas.
Miley se sintió inmensamente aliviada al oír estas palabras.
–Estaba pensando que como hace tan poco tiempo que nos conocemos me resulta difícil  entenderte esta noche. –Al no obtener respuesta, Miley miro a Nick y notó que él seguía triste y preocupado–. Es tu turno –añadió la joven, sonriendo, decidida pero nerviosa–. ¿En qué has estado pensando?
Esta noche, el silencio de Nick la había inquietado. Cuando empezó a hablar, sus palabras le resultaron decepcionantes.
–Estaba pensando que la razón de nuestro matrimonio fue tu deseo de legitimar al niño y de no revelar a tu padre que estabas embarazada. Pues bien, el niño ya es legítimo y tu padre sabe que estás embarazada. En lugar de tratar de que este matrimonio funcione, existe otra solución que tú y yo no hemos considerado hasta ahora: yo podría hacerme cargo del niño.

Miley había adoptado la firme decisión de comportarse con madurez, pero aquellas palabras la desequilibraron por completo, llegando a una conclusión que a ella le parecía obvia.
–Eso te libraría del fardo de una esposa no deseada, ¿verdad?
–No lo dije por eso.
–¿No? –ironizó Miley.
–No. –Nick se acercó más a ella, le tomó un brazo y empezó a acariciarlo.
–¡No intentes hacerme el amor otra vez! –profirió Miley, separándose–. Soy muy joven, pero tengo derecho a saber qué ocurre y a no ser utilizada toda la noche como un... cuerpo sin cerebro. ¡Si quieres romper este matrimonio, dilo!
–¡Maldita sea! Yo no quiero romper nada –se excusó Nick, también enojado–. Miley  no soporto este sentimiento de culpa. Culpa, no cobardía. Te dejé embarazada, viniste a mí asustada, y me casé contigo. Como dijo con toda elocuencia tu padre, te he «robado la juventud». –Pronunció estas palabras con amargo desprecio de sí mismo–. Te he robado la juventud y tus sueños y te he vendido los míos.

Loca de alegría al comprobar que no era el arrepentimiento sino un sentimiento de culpa lo que estaba afectando a Nick, Miley exhaló un profundo suspiro y se dispuso a hablar, pero su marido estaba empeñado en demostrar que realmente era culpable de haberle arrebatado la juventud e incluso sus esperanzas de futuro.
–Afirmaste que no querías estar en Edmunton mientras esperas mi llamada –continuó el joven–. ¿Se te ha ocurrido pensar que la casa de mi padre es mucho mejor que el lugar en que vivirás en Venezuela? ¿O acaso te engañas como un niño al pensar que vas a vivir en Venezuela como lo haces aquí? Y no solo eso. ¿Qué clase de vida crees que tendrás a nuestro regreso? Si piensas así, te espera la desilusión más grande de tu vida. Incluso si las cosas salen como las tengo proyectadas pasarán años antes de que pueda mantenerte como estás acostumbrada. Diablos, es muy posible que nunca pueda permitirme una casa como esta...
–¿Una casa como esta? –le interrumpió Miley mirando horrorizada a su marido, y con el rostro contra la almohada, su cuerpo tembló de risa.
La voz de Nick, llena de tensión, reflejaba desconcierto.
–¡Esto no tiene ninguna gracia!
–Claro que la tiene –objetó ella, incapaz de contener la risa–. ¡Esta casa es horrible! Nunca me ha gustado. No tiene nada de acogedora. –Como él no dijo nada, Miley trató de serenarse y, apartándose el pelo de la cara, miró de soslayo el rostro inescrutable de su marido–. ¿Quieres saber algo más? –bromeó, pensando en el supuesto robo de su juventud.

Decidido a hacerla comprender los sacrificios que tendría que afrontar por su culpa, Nick reprimió el impulso de acariciarle el pelo, pero no pudo evitar sonreír cuando le preguntó con ternura:
–¿Qué?
Los hombros de Miley se agitaron en una nueva oleada de regocijo.
–Mi juventud... ¡Tampoco me gustaba mi juventud!
Si esperaba que sus palabras complacieran a Nick, no se equivocó. Él la besó en la boca, dejándola sin aliento y sin capacidad para pensar. Todavía se estaba recuperando cuando Nick dijo:
–Miley, tienes que prometer una cosa. Si durante mi ausencia cambias de idea en algo que se refiera a nosotros, prométeme que no te librarás del niño. Nada de abortos. Yo me las arreglaré para criarlo.
–No voy a cambiar...
–¡Prométeme que no te librarás del niño! –insistió.
Consciente de que discutir no tenía sentido, Miley hizo un gesto de asentimiento y se quedó mirando los ojos grises de su marido.
–Lo prometo –musitó con una dulce sonrisa.
Como recompensa, Miley obtuvo otra hora de amor, pero esta vez era el amor del hombre que conocía.


En el camino de entrada, Miley se despidió de Nick con un fuerte beso por tercera vez aquella mañana. El día no había empezado muy bien. Durante el desayuno, Philip preguntó si alguna otra persona estaba enterada del matrimonio, lo que le recordó a Miley que había llamado a Jonathan Sommers la semana anterior, cuando en la casa de Edmunton nadie respondía al teléfono. Para salvar la dignidad se inventó la excusa de que había encontrado una tarjeta de crédito de Nick en su coche, después de haberla llevado a la ciudad desde Glenmoor. Jonathan le había dicho que Nick todavía estaba en Edmunton. Como apuntó su padre, la idea de anunciar el casamiento dos días después de la llamada a Sommers era ridícula. Sugirió que Miley viajara a Venezuela e hiciera creer al mundo que se habían casado allí. Miley sabia que la sugerencia era justa, pero era incapaz de mentir y estaba furiosa por haber creado inconscientemente la necesidad de urdir más mentiras.

Ahora el alejamiento de Nick pendía sobre su cabeza como un negro nubarrón.
–Te llamaré desde el aeropuerto –le prometió Nick–. Cuando llegue a Venezuela y descubra las condiciones que reúne, te llamaré desde allí, pero no por teléfono. Tendremos comunicaciones por radio con una estación central. La conexión no será muy buena, y además no podré utilizarla salvo en caso de emergencia. Por esta ocasión los convenceré de que llamarte para decirte que he llegado sin problemas es una emergencia. Pero será la primera y última vez que me lo permitan.
–Escríbeme –rogó ella, intentando sonreír.
–Lo haré. El servicio de correos será probablemente un desastre, así que no te sorprendas si pasan días y días sin recibir una sola carta y luego te traen un montón de golpe.

Miley se quedó largo rato viéndolo alejarse, luego se encaminó lentamente a la casa, pensando, para consolarse, que con un poco de suerte dentro de unas semanas estarían juntos.
Philip se hallaba de pie en el vestíbulo. Recibió a su hija con una mirada de lástima.
–Farrell es la clase de hombre que necesita nuevas mujeres, nuevos lugares, nuevos retos. Siempre es así. Te romperá el corazón si confías en él.
–No es cierto –repuso Miley, sin permitir que palabras de su padre la afectaran–. Te equivocas y un día lo sabrás.


Nick cumplió su promesa y la llamó desde el aeropuerto. Miley pasó los dos días siguientes ocupándose en lo que pudo, mientras esperaba la llamada desde Venezuela. Esta llegó el tercer día, pero ella había acudido a la consulta del ginecólogo, asustada y temiendo que sus síntomas fueran de aborto.
–Durante los tres primeros meses las pérdidas no son infrecuentes –le informó el doctor Arledge después de haberla examinado–. Pueden no significar nada. Sin embargo, es cierto que la mayoría de los abortos se producen durante este período del embarazo. –Lo dijo como esperando una reacción de alivio. El médico y Philip eran viejos amigos, y la joven dio por sentado que Arledge no dudaba que el precipitado matrimonio se debía al embarazo–. En este momento –añadió el doctor– no existe razón alguna para suponer que corres peligro de perderlo.
Miley le pidió consejo en cuanto a su viaje a Venezuela. El médico frunció levemente el entrecejo y dijo:
–No puedo aconsejártelo a menos que tengas la certeza absoluta de que los servicios médicos son buenos.
Miley se había pasado casi un mes alimentando la esperanza de que, si estaba embarazada, tendría un aborto espontáneo. En cambio, ahora se sintió aliviada cuando supo que no iba a perder el niño de Nick... El niño de ambos.
Durante el camino de vuelta no dejó de sonreír.
–Ha llamado Farrell –le comunicó su padre con el mismo desdén que utilizaba siempre que hablaba de Nick–. Dijo que volverá a llamar esta noche.

Miley estaba sentada junto al teléfono cuando este sonó. De inmediato se dio cuenta de que Nick no había exagerado al hablar de las deficiencias de las comunicaciones.
–La idea que Sommers tiene de una vivienda apropiada es una mala broma –oyó con dificultad que le decía Nick–. No hay manera de que puedas quedarte aquí, por el momento. No hay más que barracas. La buena noticia es que una de las pocas cabañas disponibles queda vacía dentro de unos meses.
–Está bien –le respondió Miley  intentando hablar con tono alegre, porque no quería revelar a su marido el motivo de su visita al ginecólogo.
–No pareces muy decepcionada.
–¡Estoy decepcionada! –exclamó Miley con firmeza–. Pero el médico dice que casi todos los abortos se producen durante los tres primeros meses, de modo que quizá será mejor que me quede aquí hasta entonces.
–¿Existe algún motivo que te haga pensar que estás en peligro de sufrir un aborto? –preguntó Nick cuando cesaron por un momento las interferencias.
Miley le aseguró que estaba bien. Cuando Nick dijo que solo podría llamarla en esa primera ocasión, ella se sintió defraudada, pero la conversación debido a las interferencias y las voces que rodeaban a Nick era tan difícil, que así no valía la pena hablar. Las cartas serían un buen sustituto, decidió Miley.

Hacía ya dos semanas que Nick se había marchado cuando Demi regresó de Europa. Miley le conté su historia, asegurándole que no se arrepentía de lo sucedo. Demi se mostró escandalizada y regocijada al miso tiempo.
–No puedo creerlo –repetía una y otra vez sin apartar la mirada de Miley,  que estaba sentada en la cama–. Aquí hay algo que no encaja –bromeó–. Yo el diablo con faldas y tú la Mary Poppins de Bensonhurst, aparte de la persona más precavida del mundo. Si una de nosotras tenía que enamorarse a primera vista, quedar embarazada y casarse a toda prisa, esa era yo.

Miley sonrió ante la contagiosa alegría de su amiga.
–Bueno ya es hora de que sea la primera en algo.
Demi recobró en parte la compostura.
–¿Es un hombre maravilloso, Miley?  Me refiero a que si no es maravilloso, absolutamente maravilloso, entonces no es bastante bueno para ti.

Hablar de Nick y de sus sentimientos hacia él era una experiencia nueva para Miley . Nueva y sobre todo complicada, en especial porque era consciente de que resultaba muy extraño afirmar que estaba enamorada tras seis días de convivencia con un hombre. Así pues, Miley prefirió eludir aquel aspecto.
–Es un hombre bastante especial –dijo con voz queda, y sonrió al pensar en su marido. De pronto sintió la necesidad de hablar de él–. Demi, ¿has conocido alguna vez a alguien y sabido casi de inmediato que es un ser único, alguien cuyo equivalente no encontrarás nunca en tu vida?
–Verás, eso es lo que siento por todos los muchachos la primera vez que salgo con ellos. ¡Estoy bromeando! –Se echó a reír cuando Miley le arrojó una almohada.
–Nick es un ser especial, lo digo en serio. Una persona brillante, literalmente hablando. Es muy fuerte y, a veces, un poco dictatorial, pero hay algo más en su interior, algo fino y delicado y...
–¿Disponemos tal vez de una fotografía de ese dechado? –interrumpió Demi, tan fascinada por la expresión estática de Miley como por sus palabras.
Miley se apresuró a complacer a Demi.
–La encontré en un álbum familiar que me enseñó su hermana. Julie me dijo que podía quedármela. Fue tomada hace un año, y aunque solo es una instantánea, y no muy buena, me recuerda algo más que el rostro de Nick. También refleja un poco su personalidad. –Le dio la foto a Lisa. En ella Nick aparecía con los ojos entrecerrados por el sol, tenía las manos metidas en los bolsillos traseros de los vaqueros y sonreía a Julie, que estaba tomando la fotografía.
–¡Oh, Dios mío! –exclamó Demi, abriendo los ojos desorbitadamente–. Que me hablen de magnetismo animal. Que me hablen de carisma masculino, de appeal...
Miley rió y le quitó la foto.
–¡Eh, eh! Que estás babeando a expensas de mi marido.
Demi la miró fijamente y comento:
–Siempre te gustaron los tipos rubios y fuertes.
–En realidad, cuando lo vi por primera vez no me pareció especialmente atractivo. Pero desde entonces mi gusto ha mejorado. Es obvio.
–Miley. ¿Crees que estás enamorada de él? –inquirió Demi con seriedad.
–Adoro estar a su lado.
–¿No es lo mismo?
Miley se echó a reír. Luego respondió:
–Sí, pero suena menos est/úpido  que decir que una está enamorada de alguien a quien solo ha conocido durante unos días.
Satisfecha, Demi se puso de pie.
–Salgamos a celebrarlo. Tú invitas.
–De acuerdo, yo pago la cena –dijo Miley, dispuesta a vestirse.

 ****
El servicio de correos con Venezuela era mucho peor de que Nick había pronosticado. Durante los dos meses siguientes, Miley le escribió tres o cuatro cartas semanales, pero solo recibió cinco de él. Un hecho al que Philip se refería con más seriedad que satisfacción. Miley le hacía notar invariablemente que las cartas de Nick eran mucho más extensas que las que ella escribía, diez o doce páginas. Además, Nick trabajaba doce horas diarias en una tarea muy dura. No se podía esperar que escribiera tanto como ella. No obstante, no mencionó que las dos últimas cartas de su marido eran mucho más impersonales que las tres primeras. En estas, Nick le hablaba de sus sentimientos y sus planes; en las dos siguientes, del campo petrolífero y el paisaje venezolano. Sin embargo, tanto en unas como en otras, trazaba un retrato vívido. Miley se dijo que si se refería a aspectos menos personales no había que atribuirlo a una pérdida de interés, sino a que pretendía avivar el de ella por el lugar al que iría a vivir durante un tiempo.

Intentando mantenerse ocupada para que los días pasaran más deprisa, Miley leía libros para embarazadas y sobre educación infantil, y compraba cosas para el bebé. No dejaba de soñar y planear. El embarazo, que al principio no había parecido real, ahora hacía notar su presencia. Sentía náuseas, fatiga y unas intensas jaquecas que la obligaban a acostarse en su habitación a oscuras. Pero todo lo resistía con buen humor y con la absoluta certeza de que aquella era una experiencia muy especial. Con el paso de los días, adquirió el hábito de hablarle a su bebé, como si al colocar la mano sobre su vientre aquel proyecto de criatura pudiera oírla. «Espero que lo estés pasando bien ahí dentro –bromeó un día, tendida sobre la cama tras una violenta jaqueca–. Si, porque a mí me estás poniendo enferma, jovencita.» Otras veces decía «jovencito». En realidad a Miley le traía sin cuidado el sexo del bebé. Hacia finales de octubre, la cintura de Miley  embarazada de cuatro meses, se había redondeado. Por otra parte, los constantes comentarios de Philip comenzaban a no parecerle tan absurdos. Su padre aseguraba que era obvio que Farrell quería romper el matrimonio.
–Por suerte, solo Demi sabe que estás casada –declaró Philip unos días antes de la víspera de Halloween–. No olvides, Miley, que todavía tienes alternativas –añadió con inusitada suavidad–. Cuando empiece a notarse tu estado, les diremos a todos que te has ido a la universidad para el semestre de otoño.
–¡Deja de hablar así, maldita sea! –le espetó Miley  levantándose para encaminarse a su habitación.
Había decidido escribir con menor frecuencia a Nick para darle una lección. Además, estaba harta de sentirse como la est/úpida amante muerta de amor, que se pasaba los días escribiendo mientras él ni siquiera se molestaba en enviarle una tarjeta postal.
Demi llegó al atardecer. Enseguida se dio cuenta de que Miley estaba nerviosa y adivinó el motivo.

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Perdon por no subir antes pero e estado algo ocupada :s e fin comenten y subo rapido 



2 comentarios:

  1. Y si comento mil veces? asdfghjk bitch me encanto, pobre Miley, ya sabia que tanta dicha no podia ser buena, pero siguela pronto

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  2. que bueno que subiste esta desesperada por leer esta novela
    los capitulos me encantaron ojala no le pases nada al bebe de Nick y Miley o sino morire
    y que lleguen las cartas de nick por que presiento que miley esta perdiendo las esperanzas
    y su padre no ayuda en nada...bueno espero que la sigas por que necesito con urgencia leer los siguientes
    SIGUELA!!!!

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