Nick paseó los dedos por el abdomen de Miley y sonrió, pensando que ella no tenía idea de los sentimientos que a él le inspiraba el embarazo y el futuro hijo de ambos. Miley tampoco sabía cómo se sentía hacia ella por no haberse desembarazado del hijo ni del padre. Cuando la joven se presentó en Edmunton, entre alternativas que con gran repugnancia le había enumerado a Nick, figuraba el aborto. Él había sentido náuseas ante la sola mención de la palabra.
Quería hablarle a Miley del niño, decirle lo que sentía con respecto a todo el asunto, pero por una parte se veía como un egoísta por ser tan feliz a causa de algo que a ella la hacía tan desgraciada; y por la otra, Miley vivía en el temor del enfrentamiento con su padre, cualquier mención a su estado le traía el recuerdo de lo que la esperaba...
El enfrentamiento con su padre... La sonrisa de Nick se desvaneció. Se dijo que era un hijo de pu/ta que, sin embargo, había engendrado una hija asombrosa. Al menos en este sentido Nick le estaba inmensamente agradecido, hasta el punto de que estaba dispuesto acompañar a Miley a Chicago y hacer todo lo posible para lograr que el encuentro entre padre e hija fuera más fácil. De algún modo, pensó Nick, debía recordar en todo momento que Miley era la única descendiente de Philip Bancroft, y que por razones que la muchacha sabría, ese cretino arrogante contaba con el amor de su hija.
****
–¿Dónde está Miley? –preguntó Nick a su hermana al día siguiente, al volver del trabajo.
Julie estaba sentada a la mesa del comedor, haciendo los deberes. Levantó la cabeza.
–Ha salido a dar un paseo a caballo. Pensaba volver antes que tú, pero llegas dos horas antes de lo habitual –dijo y añadió con una sonrisa maliciosa–: Me pregunto qué hay aquí para atraerla.
–Mocosa –le espetó su hermano, dirigiéndose a la puerta trasera. Al pasar junto a Julie le revolvió el pelo.
Miley le había comentado a Nick que le gustaba mucho la equitación. Aquella misma mañana Nick llamó al vecino, Dale, que enseguida accedió a que Miley montara uno de sus caballos.
Ya en el exterior, Nick atravesó el patio y la antigua huerta de su madre, ahora invadida por la maleza. Miró a lo lejos, buscando a Miley . A medio camino de la cerca la vio y se sintió asustado. El caballo castaño ni siquiera iba al trote y Miley estaba muy inclinada sobre el cuello del animal, avanzando hacia la cerca. Al aproximarse, Nick se dio cuenta que la joven tenia intención de dar la vuelta y dirigirse hacia el granero. Nick se encaminó hacia allí y al acercarse se tranquilizó. Miley Bancroft cabalgaba como la aristócrata que era: ligera, segura y elegante en la montura, con absoluto control del caballo.
–¡Hola! –exclamó a verlo. Tenía el rostro arrebolado y brillante de sudor. Detuvo el caballo en el patio del granero, junto a un fardo de paja podrido–. Tengo que calmarlo –comentó, mientras Nick tomaba las riendas, pero por desgracia, el joven pisó accidentalmente los dientes de un viejo rastrillo en el preciso momento en que Miley desmontaba. El mango del rastrillo se irguió con fuerza y golpeó el morro del caballo que, asustado, relinchó y se alzó en las patas traseras. Nick soltó las riendas e intentó inútilmente agarrar a Miley , que cayó sobre el fardo de paja, atenuando el impacto.
–¡Maldita sea! –exclamó Nick, agachándose y asiendo a Miley por los hombros–. ¿Estás herida?
–¿Que si estoy herida? –repitió con una cómica mirada de aturdimiento mientras se ponía de pie–. Mi orgullo está peor que herido, está acabado...
Nick la miró con preocupación.
–¿Y el niño?
Miley se estaba sacudiendo la paja y el polvo de pantalones, unos vaqueros de Julie, y al oír a Nick estuvo a punto de echarse a reír.
–Nick –le informó con aire de superioridad y llevándose las manos al trasero, donde había recibido el golpe–, aquí no está el niño.
Aliviado, Nick fingió estar perplejo e inquirió:
–Ah. ¿No está ahí?
Durante unos minutos, Miley permaneció sentada, observando cómo Nick tranquilizaba al caballo. De pronto se acordó de algo y comentó:
–Hoy he terminado tu suéter.
El joven desvió la atención del caballo y clavó en ella una mirada dubitativa.
–No me digas que has convertido aquella especie de cuerda en un suéter. ¿Un suéter para mí?
–Oh, Nick –musitó Miley , tratando de no reír–. Lo que viste solo eran pruebas. El suéter lo he hecho hoy. En realidad es un chaleco. ¿Quieres verlo?
Nick aceptó, pero parecía tan incómodo que ella tuvo que morderse un labio para no reír. Cuando momentos más tarde salió de la casa, llevaba consigo un voluminoso chaleco beige, con la aguja clavada en él, y una madeja de lana del mismo color.
Nick salía del granero y se encontraron al lado del fardo de paja.
–Aquí está –dijo Miley con aire triunfal, exhibiendo la prenda–. ¿Qué te parece?
Nick contempló las manos de Miley sin disimular sus temores, luego alzó por un instante la mirada y observó su rostro inocente. Estaba asombrado. No esperaba algo así de Miley , que se sintió un poco incómoda.
–Es admirable –admitió Nick–. ¿Crees que me quedará bien?
Miley estaba segura de ello. En realidad había tomado las medidas de otros suéteres de Nick, para asegurarse de que le iría bien. Cuando volvió a casa desde la tienda, no se olvidó de quitar hasta la última etiqueta.
–Creo que sí.
–Voy a probármelo.
–¿Aquí mismo? –preguntó ella, y cuando Nick asintió con la cabeza, la joven desprendió la aguja, sintiéndose algo culpable.
Con sumo cuidado, Nick se puso el suéter sobre su camisa rayada, lo alisó y arregló el cuello.
–¿Qué aspecto tengo? –preguntó, llevándose una mano a las caderas y separando un poco las piernas.
Tenía un aspecto espléndido, los hombros anchos, las estrechas caderas, la belleza un tanto dura de sus facciones.
–Me gusta mucho, sobre todo porque lo has hecho para mí.
–Nick –susurró ella, incómoda y dispuesta a confesar.
–¿Sí...?
–En cuanto al suéter...
–No, querida –le interrumpió Nick–. No te excuses por no haberme podido tejer otros. Ya lo harás mañana.
Miley se sintió complacida al oírle pronunciar la palabra «querida». De pronto vio la mirada divertida de sus ojos brillantes. Con fingido gesto amenazador, recogió un palo del suelo y se encaminó a Miley, que retrocedió riéndose a carcajadas.
–¡No te atrevas! –exclamó mientras corría entre fardos de paja hacia el granero. Tropezó con la pared del edificio y se tambaleó hacia delante, pero él la agarró de la muñeca y, atrayéndola hacia sí, la abrazó con fuerza.
Con las mejillas encendidas y los ojos chispeantes de risa, ella clavó la mirada en el rostro de Nick.
–Ahora que me has alcanzado –bromeó–, ¿qué vas a hacer conmigo?
–He ahí la cuestión –respondió el joven con voz ronca, e inclinó la cabeza y le dio un beso lento y sensual. Miley olvidó que podían verlos desde la casa y que estaban a plena luz del día. Le puso una mano en la nuca, se apretó más contra él y respondió a sus caricias. Cuando por fin Nick levantó la cabeza, ambos respiraban agitadamente, Miley sintiendo la firme excitación de él.
Nick respiró hondo y se dijo que era el momento apropiado para sugerirle que lo acompañara a Venezuela. Dudó sobre cómo abordar la cuestión, y puesto que temía que Miley no quisiera acompañarlo decidió recurrir a una forma de coacción.
–Creo que ha llegado la hora de que hablemos –dijo, incorporándose y mirándola fijamente–. Cuando acepté casarme contigo, declaré que tal vez pondría algunas condiciones previas. No estaba seguro de cuáles serían, pero ahora ya lo sé.
–¿Y bien?
–Quiero que te reúnas conmigo en Venezuela– anunció esperando la respuesta, anhelante.
Perpleja, Miley se sintió feliz y al mismo tiempo un tanto exasperada por el tono dictatorial de Nick.
–Quisiera saber algo –dijo ella–. ¿Me estás diciendo que no te casarás conmigo si no acepto esa condición?
–Preferiría que fueras tú quien contestara primero –replicó Nick.
Miley tardó unos segundos en comprender que Nick, después de presionarla con la amenaza implícita de no casarse, intentaba descubrir si ella daría su conformidad sin necesidad de recurrir a coacción alguna. Pensando que se trataba de un modo innecesario y arbitrario de conseguir su objetivo, Miley fingió meditar el asunto. Luego inquirió:
–¿Tú quieres que viaje contigo a Venezuela?
Nick asintió.
–Hoy he hablado con Sommers. Me ha informado de que la vivienda y los servicios médicos son aceptables. Sin embargo, para mayor seguridad quiero verlo con mis propios ojos. Si de veras son aceptables, quiero que te reúnas allí conmigo.
–No creo que la oferta sea muy justa –repuso Miley con inusitada seriedad.
El joven se puso un tanto rígido.
–Por el momento, es la mejor que puedo hacerte –dijo.
–No lo estás haciendo muy bien –le contestó Miley , dirigiéndose a la casa para ocultar su sonrisa–. Yo consigo un marido, un hijo, una casa propia, más la excitación de ir a Sudamérica. En cambio, tú recibes una esposa que probablemente cocerá tus camisas, almidonará tu comida, colocará mal tus...
Miley dio un grito de sorpresa cuando Nick apoyó una mano en su espalda y, al volverse, chocó con el cuerpo del joven. Nick no reía. La miraba con expresión indescifrable, atrayéndola hacia sí.
Desde la ventana de la cocina, Julie vio cómo Nick besaba a Miley. Al apartarse la joven, él permaneció en su sitio, con las manos en las caderas, mirándola y sonriendo.
–Papá –dijo Julie, sonriendo de asombro y alegría–, Nick se está enamorando.
–Que Dios lo ayude si es así.
Sorprendida, Julie se volvió y preguntó:
–¿No te gusta Miley?
–Recuerdo cómo miraba esta casa la primera vez que entró en ella. Por encima del hombro. A la casa y a sus habitantes.
Julie bajó la mirada y meneó la cabeza.
–Ese día estaba asustada.
–Quien debería estar asustado es Nick. Si no llega tan lejos como pretende, esa chica acabará dejándolo por algún ricachón y él se quedará sin nada, incluso sin derecho de visitar a su hijo, mi nieto.
–No lo creo.
–No tiene una posibilidad entre un millón de ser feliz con ella –sentenció Patrick con voz fría–. ¿Sabes qué supone para un hombre estar casado con una mujer que ama y a la que quiere darle todo lo mejor, o al menos mejorar lo que ella tenía antes del matrimonio, y poder hacerlo? ¿Sabes cómo se siente uno al mirarse espejo por las mañanas y ver la cara de alguien que está fallando, que es un fracasado?
–Estás pensando en mamá –repuso Julie, clavando la mirada en el rostro macilento de su padre–. Mama nunca pensó que eras un fracasado. A Nick y a mí nos dijo cientos de veces que la habías hecho muy feliz.
–Hubiera preferido no hacerla tan feliz y tenerla aún a mi lado –replicó Patrick con amargura, y se volvió dispuesto a salir.
A Julie no se le pasó por alto la falsedad de su razonamiento, como tampoco sus indicios de depresión. El doble turno de aquella semana estaba minando a su padre. Julie lo sabía, al igual que sabía que pronto, quizá al día siguiente, se emborracharía hasta quedar inconsciente.
–Mamá vivió cinco años más de lo que le habían pronosticado los médicos –le recordó Julie a su padre–. Y si Nick quiere que Miley se quede a su lado, encontrará el modo. Es como mamá. Es un luchador.
Patrick Farrell se volvió hacia su hija con una triste sonrisa en los labios.
–¿Tratas de recordarme que no debo caer en la tentación?
–No –le contestó Julie–. Es mi modo de rogarte que dejes de echarte la culpa por no haber podido hacer más. Mamá luchó con valentía, y también tú y Nick. Y hasta este verano no habéis acabado de pagar las facturas de los médicos. ¿No crees sinceramente que ha llegado el momento de olvidar?
Patrick Parrell se adelantó y alzó la barbilla de su hija, obligándola a mirarlo.
–Hay personas que sienten amor en sus corazones, Julie. Y a algunos nos llega hasta lo más profundo del alma. Somos los que no podemos olvidar. –Apartó la mano de Julie, miró por la ventana y se le ensombreció el rostro–. Por Nick, espero de todo corazón que él no sea uno de esos. Tiene grandes planes de futuro, lo que implica sacrificios, grandes sacrificios. Y no creo que esa chica haya hecho un solo sacrificio en toda su vida. No tendrá el valor para permanecer al lado de mi hijo y lo dejará plantado tan pronto como las cosas se pongan mal.
Erguida en el umbral, Miley se había quedado inmóvil al oír las palabras de Patrick Farrell, cuando él se volvió, se encontraron frente a frente, y el hombre no pudo más que sentirse un tanto avergonzado. Sin embargo, se mantuvo firme.
–Lo siento, Miley. Pero no he dicho más que lo que pienso.
Patrick advirtió el enojo de Miley , que no obstante lo miró sin pestañear. Cuando habló, lo hizo con serena dignidad.
–Espero, señor Farrell, que cuando llegue el día usted admita su error con la misma rapidez con que ahora se ha apresurado a condenarme.
Sin añadir más, se dirigió a la escalera. En silencio y asombrado, Patrick la siguió con la mirada.
–Le has dado un susto de muerte, papá –dijo Julie–. Entiendo a qué te refieres cuando afirmas que Miley no es valiente –agregó para tranquilizar a su padre.
Patrick le hizo un guiño, pero cuando se disponía a salir de la casa se detuvo y dirigió la mirada hacia la escalera. En aquel momento Miley bajaba, con un suéter en la mano. La joven vaciló en lo alto y pareció querer volver sobre sus pasos.
Sin albergar muchas esperanzas de que así fuese, Patrick Farrell la detuvo diciendo:
–Miley, si algún día me demuestras que estoy equivocado, me harás un hombre muy feliz.
Le estaba ofreciendo una tregua, y así lo entendió ella, que asintió con la cabeza.
–Llevas a mi nieto en tu vientre –añadió el señor Farrell–. Me gustaría verlo crecer al lado de sus padres. De dos padres que estén todavía casados cuando él termine sus estudios universitarios.
–También a mí me gustaría, señor Farrell.
Las palabras de Miley casi arrancaron una sonrisa al entristecido padre de Nick y Julie.
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